𝟎𝟏
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ᴀʀᴄᴏ ᴜɴᴏ ——— ❛Para nosotros,
dentro de algunos años.❜
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Omnisciente.
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Sus lágrimas sobresalían y resbalaban por sus mejillas hasta caer entre las rocas echas añicos en el suelo. En el cielo nocturno se veían bombardeos, tonos naranjales que Kira veía con sumo detenimiento mientras sentía su cuerpo agonizar del dolor en cada parte de sus músculos. Respiraba gruesamente y esperaba poder levantarse pronto, tenía que partir de ese dichoso lugar que se había convertido en una completa zona de guerra. Sangre espesa manchaba su uniforme y fluidos de su nariz también empezaban a sobresalir de sus fosas nasales. Levantaba la mano con la viva esperanza de tocar el cielo en medio de la libertad que tanto deseaba, desde antes de estar ahí, desde siempre Kira quiso ser libre, pero jamás pensó que el costo de su libertad fuera su propia muerte. Cerró los ojos y de forma inconsciente los abrió. Veía detenidamente la vieja ventana de su hogar, empezó todo hace nuevo años, cuando su estómago crujía y su hermosa madre salía de la casa con un traje tejido por ella misma.
Ella y sus madre compartían las mismas facciones, ambas eran rubias, de ojos azules y pecas adornando sus mejillas. Dos gotas de agua que convivían solas desde hace algún tiempo, alejadas un poco de la sociedad en el pueblo de ShingaShina. Kira solía mirar atrás y los altos muros que le impedían ver más allá era algo que le impedía sentirse libre, ¿qué había más allá y por qué los humanos fueron castigados dentro de estos muros? Afuera vivía el terror de la sociedad, temían que algún día los muros fueran quebrados y el castigo de los humanos se adentrarán hasta ser un bufet para los grandes titanes. Desvaneció su pensamiento cuando en el mercado libre muchas personas se acercaron, niños corrían y adultos charlaban entre sí. Su madre era muy conocida por haber sido partícipe de una élite que es capaz de salir fuera de los muros para explorar la verdad que ellos desconocían; la legión de exploración era importante, pese a sus constantes bajas.
—Kira, no te alejes mucho.—pidió su dulce madre acariciándole su cabello suelto, Kira asintió en total silencio sin compartir palabra.
—¡Por las barbas, su niña está gigante!—expreso una comerciante con entusiasmo, Kira evadió su mirada ante el sonrojo, no quería ser la atención.
—Kira, no seas imprudente, saluda... —musitó su madre en una petición, Kira era diferente, no era extrovertida o comunicativa.
—Hola... —murmuró con timidez, sin mantener contacto visual con la mujer que agarró su mejilla de forma tierna, o tal vez brusca.
—Y bien, ¿en que puedo ayudarte hoy Elizabeth?—le preguntó la comerciante a su madre, ambas empezaron a ver la mesa llena de artefactos que llamaron la atención de la adulta.
Algunos caballos pasaron por el mercado, llamando la atención de la infante. Sin duda alguna era el animal que más llamaba su atención, aspiraba a poder domar uno cuando grande y recorrer los alrededores del hermoso bosque lleno de pájaros que volaban como también cantaban en los atardeceres más relucientes. Se despegó de su madre con cautela, queriendo evitar un regaño que la apenara. Siguió a los caballos que eran sostenidos con sogas y guiados a establos, lo hizo hasta que se detuvo en un callejón para observar como alrededor de un pequeño niño rubio varios bravucones lo intimidaban. En su rostro había tierra, Kira sintió que algunos adultos pasaban de alto esta situación y la incomodidad como el coraje adueñaron su rostro hasta hacerlo enrojecer. Fue la primera vez que lo vio, los ojos azules del pequeño buscaban con desesperación una salida y verla a ella parada fue lo único que pareció llenarlo de una esperanza que huía de su cuerpo con cada golpe de los mayores.
—Déjenlo, por favor.—pidió Kira, su tono de voz era casi estoico como su rostro, era amargo e inexpresivo, triste para una niña de su edad.
—¿Eres su novia?—preguntó el más obeso con burla, mirando al pequeño rubio con ojos de ternura.—¡Qué vergonzoso, tu novia vino a defenderte!—exclamo, avergonzando al chico.
—Ya vete niña.—pidió otro, ignorando la presencia de Kira quien se inclinó en el suelo para recoger varias piedras de grandes tamaños.
—¡Hacen estas cosas porque son mayores, los hace ver más tontos de lo que parecen!—dijo el rubio, en el intento de defenderse, abrió la boca cuando una piedra raspó la mejilla del más obeso.
—¿Qué fue eso?—se preguntó al girarse bruscamente y mirar como la rubia sostenía otra piedra.—Está loca, ¿me acaba de tirar con una piedra?—cuestionó incrédulo, hasta que Kira la tiró al suelo para sostener un ladrillo.
—Ella no lo lanzará.—indicó uno muy confiado, hasta que Kira retrocedió y sostuvo más fuerte el ladrillo, alarmándolos a todos.
—¡Si lo hará, corran!—aviso el obeso, aislándose rápidamente del pequeño rubio cuando Kira no dejo de sostener el ladrillo sucio en su mano.
—¿Ibas a lanzarles ese ladrillo por mi?—se preguntó el chico en el suelo, todo tímido y andrajoso por la tierra que le habían lanzado la miro.—¡Soy Armin! ¿Tú cómo te llamas?—rápidamente se levantó del suelo, mirándola como una heroína.
—¡Kira!—la alta voz de su madre la hizo girarse e irse sin responder, el chico quedó desconcertado por su repentina huida del lugar.—Te he dicho muchas veces que no te alejes de mí.—repitió su madre cuando la encontró, incitándola a caminar aún lado de ella en el mercado.
Kira miró atrás, observando como el chico del callejón salía para mirarla irse sin una respuesta—, no era muy comunicativa y tampoco tenía amigos—. No fue porque no quisiera, pero la desconfianza de su madre por la sociedad ante un suceso pasado hacía que su enseñanza hacia Kira fuera la misma como un patrón, no confiar en nadie. Caminando en el mercado, Kira noto como dos niños venían corriendo rápidamente hacia la dirección donde ella venía. Por un momento su mirada y la del chico con unos ojos verdosos casi azulados se conectaron, no lo conocía, pero parecía que en su mente ya lo había visto en alguna parte que no era capaz de recordar. Cuando volvió a mirar atrás, el chico conjunto a una chica de mirada inexpresiva se acercaron hasta el rubio que la señaló. Ante eso, Kira prefirió mirar adelante y olvidar esa situación.
Los días pasaban y ella continuaba con su rutina diaria. Limpiaba las sábanas, también sus atuendos y acompañaba a su madre en la cocina. Eran solo ellas desde que su padre murió antes de que Kira pudiera recordarlos y un hermano mayor que se mantenía borroso en su recuerdo—, vivía, pero muy lejos de ellas—. Su madre Elizabeth le enseñó los deberes de un hogar, Kira solía cortar las zanahorias y luego sentarse a pintar en la mesa de madera algo vieja, mientras que el silencio vacío de la casa le hacía sentirse sola, en una burbuja de la que muchas veces desearía escapar. La rubia yacía sentada mientras su madre peinaba su cabello en una hermosa trenza, tartamudeaba una vieja canción que había oído en un bar, cuando solía salir luego de algunas misiones de la legión. No solían hablar de eso, parecía un tabú del pasado de Elizabeth que era incapaz de olvidar, había dejado todo atrás, incluso esos días.
—Cielo, ¿en qué piensas?—le preguntó Elizabeth a Kira, viendo como la menor veía detenidamente un árbol verde y frondoso frente a ella.
—¿Cómo te sentías al salir de los muros?—pregunto Kira, sintiendo como su madre continuaba peinando su cabello de manera sutil.
—¡Señora Nakamura!—el alivio en la expresión de la adulta por oír un llamado que la hiciera escapar de la situación relució al ver a un viejo amigo saludar desde afuera de su patio.
—Oh, es Hannes, ¿a qué habrá venido?—se cuestionó Elizabeth, palmeó la espalda de Kira y se aisló de ella para acercarse curiosamente al adulto.
—Elizabeth, parece que los años no te caen para nada.—comentó el soldado perteneciente a las tropas de guarnición; eran aquellos que vigilaban los muros, pero para Kira era un ebrio.
—Me halagas Hannes, pero creo que exageras un poco.—respondió la adulta, sonriéndole para girarse y ver a Kira acercarse a ellos.
—¡Kira, pequeña! Cada día te pareces más a tu madre, ¿qué tal has estado?—le preguntó Hannes a la rubia que se sentó encima del muro.
—¿Vas a cenar con nosotras hoy?—se preguntó ella con un poco de ilusión, pues hace mucho el adulto no pasaba por ahí a visitarlas.
—Me temo que vine a pasar el rato, esperaba que pudieras acompañarme al mercado, hay unos mocosos preguntando por ti.—comentó, impresionando a la infante hasta hacerla levantar la ceja.
—¿Mocosos?—se cuestionó Elizabeth algo intrigada, mirando como Kira se sintió algo insegura, pensando en los bravucones de aquel día.
—Los hijos del doctor Jaeger, dicen que han estado buscándola, me extrañó la manera en que la describieron pero estoy seguro que es Kira.—afirmó Hannes, tocándole la nariz.
—¿No estás ebrio, Hannes?—Elizabeth levantó la ceja ante la pregunta, Hannes se avergonzó y rio de manera pasmada.
—Eren y Mikasa me esperan en el mercado, no creo que les guste que les haga esperar, ¿por qué no dejas que la niña me acompañe? Son buenos niños, conoces a sus padres.—decía Hannes, en un intento de convencer a la rubia.
—¿Te gustaría ir Kira?—le preguntó a su hija, quien dudosa e incluso tímida pareció dudar por un momento el salir de su hogar.
—Ya Eren habla mucho, les contentará que no hables tanto, ¿qué te parece?—Hannes se bajó a su estatura y la miro.—Eres mayor que ellos, pero se llevarán bien.—añadía, hasta que ella asintió.
—No vuelvan tan tarde, prepararé la cena.—ordenó Elizabeth, cruzada de brazos para ver a Hannes ayudar a Kira a bajar del muro.
—¡Si comandante!—artículo Hannes, por lo que Elizabeth denegó y desvaneció su sonrisa, preocupada por la ida de su hija.
Kira se quedó en silencio, camino de la mano con Hannes por el pasto verdoso que le crecían flores. Conocía a Hannes desde pequeña, lo recuerda en muchas memorias y aunque sea un hombre que escapa de la realidad emborrachándose, Kira consideraba que tenía un buen corazón—, era esa la razón por la cual su madre permitió que se fuera junto a él—. Tenía su familia, pero a un así se preocupaba por los demás e incluso olvidaba cuidarse a sí mismo. Él sonreía, rubio y con bigote, simpático como testarudo. Fue Hannes quienes las rescató de un recuerdo abrumador que Kira no podía olvidar, uno que la alejaba de confiar también en los humanos como su madre de igual forma le enseñaba. Dentro o fuera de los muros, ¿quiénes realmente eran los enemigos? Era algo que se cuestionó hasta que sentados en unos bancos, tres niños se giraron para verla.
—Es ella... —Kira reconoció al rubio que murmuró aquella afirmación, tímido por verla ahí, se mantuvo aún lado del otro de cabello castaño oscuro.
—Y bien mocosos, ¿es ella?—cuestionó Hannes, él colocó su mano encima del hombro de Kira quien veía al suelo y evadía sus miradas.
—¡Si, Armin ha dicho que es ella!—afirmó el castaño con una voz altanera, haciendo que Kira levantará su mirada para verlo fijamente.
—Eren, baja la voz.—pidió la niña de cabello oscuro, con una mirada fría y más estoica se dirigió a Kira quien se sintió intimidada.
—Bueno, estaré cerca, no habla mucho. Espero que eso no les moleste.—bromeó Hannes, alejándose y dejando a Kira delante de ellos.
—¿Cómo te llamas?—pregunto la niña curiosa, rompió el hielo ante el silencio que se formó entre los tres, por lo que Kira miró a otro lado.
—Kira.—pronunció, aún con la mirada baja para así ver una mano extenderse hacia ella, le fue curioso que la niña fuera la primera en acercarse.
—Mikasa.—se presentó de forma sutil y con una voz tan serena que la calmó.
—Oye Kira, ¿serás nuestra amiga?—le preguntó el chico de cabello castaño, Kira quedó algo abrumada por la repentina pregunta.
—Eren, a guarda.—pidió el pequeño rubio llamado Armin, avanzando hacia Kira.—Me salvaste aquella vez, muchas gracias.—agradeció.
—Y es por eso que queremos que seas nuestra amiga, ¿qué te parece Kira?—volvió a preguntar el castaño, sonriendo.—Por cierto, soy Eren.—se presentó algo descortés, para así mirarla.
—¡Espera! ¿Es cierto lo que dijo Hannes? ¿Eres la hija de la ex comandante del cuerpo de exploración?—se preguntó Armin de forma curiosa.
—¡Debe ser increíble!—adjunto Eren con emoción, mirando a Kira con un brillo en sus ojos que no vio en ella; era tímida y callada.
—La molestan.—afirmó Mikasa, por lo que Kira rápidamente desistió de manera apenada ante ser descubierta por ella.
—No es tan increíble como parece.—comentó Kira, creyó que tendría temor y que la dificultad de hablar le impediría comunicarse, pero no fue así.
—¿No? ¡Pertenecía a la legión de exploración!—recalco Eren, mientras que Kira tenía sus manos de forma entrelazada y nerviosa.
—¿Vives lejos de aquí?—le preguntó Mikasa de manera curiosa, era la primera niña que conocía con la que no sentía incomodidad.
—No, por allá.—señaló Kira un camino, donde los tres se levantaron para mirar de manera fija y sonreírle a ella, haciéndola sentir cómoda.
—¿Podemos conocer a tu mamá?—se preguntó Eren con emoción, removiendo a Armin, Kira sintió intriga por eso, pero decidió aceptar.
—¡Nos podría decir tantas cosas Eren! Quizás así convenzas a tus padres de entrar cuando tengas esas.—exclamó Armin con emoción, haciendo que Kira le mirase extraño.
—No creo que sea una buena idea, no es seguro.—opinó Mikasa con una voz sutil, mirando como Eren rodeaba los ojos de inmediato.
—¡No soy un niño pequeño Mikasa, no hables de esa manera!—altanero, Eren se sintió sonrojado por lo que Kira sonrió levemente.
—Pero eres mi familia.—añadió Mikasa, aún mirando a Eren con seriedad como si no le intimidara en lo absoluto la manera en la que él hablaba.
—Son hermanos, aunque Mikasa es adoptada... —le murmuró Armin a Kira para que comprendiera la situación, por lo que ella asintió.
Fueron días increíbles en aquel entonces—, decidió formar vínculos con esos tres niños a los que solía pasarle por el lado en el mercado o evadir en toda situación—. Eran diferentes en cada uno de los aspectos, lo noto en los atardeceres cuando corrían debajo de un árbol. Mikasa siempre era la que se quedaba atrás de Eren para lograr alcanzarlo, pero por alguna razón Eren siempre quiso que esa niña rubia de ojos azules la alcanzara. Ella se quedaba atrás y disfrutaba mirar todo aquello a lo que antes no le había prestado ni la más mínima atención. Las aves volando, las hojas de los árboles cayendo y flotando conjunto a ellos, la libertad no podía sentirse tan cerca, aunque fuera una ilusión el hecho de que Kira recordara esos días donde los conoció la hizo confortar cuando volvió a su realidad luego de casi nueve años. Miro el cielo nocturno y aún el humo de las explosiones, ¿cómo el destino del que intentó escapar la atrajo más al mismo lugar? Una vida de guerra y sin libertad.
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