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𝐬𝐢𝐞𝐭𝐞

Entre medio del mar.

Abrí mis ojos, parpadeando con pesadez por la iluminación que se adentraba en aquella ventana. Restregaba mis ojos, sentada en el borde de esta. Mire atrás, notando aquel joven hombre dormido en el sofá de mi habitación. Estaba tendido, exhausto y con su ropa puesta. Se había quedado ahí, esperando que pudiera conciliar el sueño, protegiéndome de unas pesadillas que ahora me perseguían de una manera más intensa. Levantándome de la cama, podía ver la iluminación de la mañana atravesar el cielo. Suspire, poniendo mis manos encima del escritorio, colocando todo mi peso ahí. Suspire. Hoy era el día, era el día en que ellos debían irse. Mire atrás, volviendo a tener mi mirada en Porco. Estaba dormido, su pecho subía y bajaba, mientras que su boca soltaba leves suspiros. Aunque me costara admitirlo, una parte de mi se decaía al saber que se iría, que él no estaría aquí, merodeando para sacarme una sonrisa que no podía evitar dejar de mirar. Recogí mis cosas, tendí la cama, di un tiempo para que se prepara. Se levantó pesadamente, él parecía tampoco querer irse, pero de todos, era el menos que podía quedarse. De seguro, Reiner odiaría el hecho de que estuviera aquí, pero me era inevitable no dejar que fuera así.

Había confianza, un cariño limitado que él entendía y aceptaba, pero a pesar de eso, sus ojos siempre me rodeaban buscando una aprobación que no podía ser aceptada. Nos preparábamos para partir antes de que el puerto diera el anuncio a su salida de Marley, ambos acomodábamos las cosas. Peine mi cabello. Me miraba en aquel espejo, aún con mi rostro humedecido por la ducha que me di, podía ver a Porco salir del baño con su torso flexionado al descubierto. Él se secaba sutilmente, mirándome por leves segundos. Desatendió su ropa, la cual había traído hacia acá, con la esperanza de pasar una última noche de charlas a mi lado, pero el sueño pudo más que el deseo de una conversación larga. Se veía vago. La manera en que se acomodaba la ropa era una lenta y vaga. En su rostro, se veía la pena de tener que irse, así que le obligué a levantarme de la silla frente al tocador, acercándome a él lentamente. Su mirada cayó en la mía, dejándome ver sus ojos. Desde esta cercanía podía notarlo, se veía triste, se veía demasiado triste para hacerme dejarlo ir de esa manera. Él la había pasado mal, como cualquiera de nosotros, pero también había perdido algo valioso, no perdió un padre como yo, pero perdió un hermano que era su guía en los días más grises.

—No quiero irme.—afirmó en medio de su actitud tan fría, y es que, aunque Porco fuera arrogante e obstinado con los demás, conmigo parecía ser frágil.—Realmente no quiero irme.—repitió.

—Pero eres un guerrero.—expresé, llevando mis manos a su ropa, acomodándosela y anotando su hermoso atuendo crema.—Y a veces, tenemos que seguir avanzando.—musité, viéndolo mirarme hasta que llevo sus manos a las mías, dejando que dejase de ayudarle en abotonar sus botones.

—No quiero seguir avanzando sin ti.—musitó.—Estoy claro qué hay algo en ti que no puedo cambiar, pero una parte de mi siempre tendrá la esperanza de que tus ojos me miraran como deseo que me miren.—apretó mis manos, llevándolas a sus labios hasta besarlas suavemente, apenada le miraba, recordando las lágrimas que le hice derramar.—Espero que al volver estés aquí, y si no estás aquí, si decides irte, solo dile a ese idiota que tiene tu corazón, que por favor lo cuide, porque si te hace daño, le romperé la cara.—sonreí, abrazándolo fuertemente.

—Gracias por respetarme, incluso aunque no te corresponda, gracias por hacerlo.—esbocé, sintiendo como acaricio mi espalda, hasta besar mi cabeza.—Eres uno de los mejores hombres que he conocido en mi vida, Pock.—bromeé,  diciendo ese apodo que odiaba, le escuché bufar.

—Cállate.—me pidió, abrazándome más fuerte, hasta que la puerta se abrió, haciéndonos separar con brusquedad para ver cómo la mirada sería de Reiner, se dirigía a nosotros.

—Así que, aquí estás Galliard.—expresó él, mirándonos a mi y a Porco, quien rasgaba su nuca avergonzado.—Pieck te buscaba.—indicó.

—¿Ya nos vamos?—le preguntó Porco, mirando a Reiner detenidamente, hablándole en una actitud fría y cortante; Reiner asintió, haciendo que Porco me mirase para darme una señal de seguimiento que Reiner sin duda siguió.

Mis ojos estaban decaídos, había pesadez en ellos. No era cansancio, era sin duda la tristeza reflejada en mi mirada al mundo. Caminaba vagamente por esa acera, en silencio, mientras que veía a ese grupo delante de mi. La única tensión que me obligaba a caminar atrás, era la que tenía con Reiner. Él me miraba de reojo, esperando que lo siguiese. Tanto él, como los demás tenían sus uniformes. Hoy era el día donde partirían, donde quizás no los volvería a ver por un tiempo y eso, en lo más profundo de mi ser, me hacía sentir dolida, porque se irían. Mirando adelante, pude ver como aquella chica de cabello negro azabache y despeinado detuvo su andar, esperando que la alcanzara. Ahora entendía que su compañía, me recordaba a quien solía ser mi mejor amiga, aquella quien me acompañaba en todo, hasta aquel día del desastre que pareció apagar una parte de mi para siempre. Pieck me sonrió de lado, ella era genuina, lo curioso es que no solo éramos compañeras o amigas, teníamos lazos de sangre que nos unían. Su padre y mi madre, eran hermanos. Por lo cual, ella y yo, éramos primas. Parecía ser extraño y ajeno, pero desde que nos vimos, fue como si nos conociéramos. Aún así, la confianza estaba algo escasa entre nosotras, a pesar que en su casa, donde reside su enfermo padre, hay retratos de mi madre por donde quiera.

Los niños también nos acompañaban. Estaban ansiosos de partir a una misión por primera ves, pero una parte de mi corazón iría con ellos, iría con Falco Grice. Él sonreía, estimaba sin duda el trabajo de los líderes que le acompañaban, pero más a Reiner. Deseaba liderar y obtener honradamente el poder que portaba aquel joven hombre de cabello rubio. Sonreí de lado, escuchándole hablar tan genuinamente. Quería cuidarlo, como si mi vida dependiera de eso. Mire atrás, vagamente Colt caminaba aún lado de Zeke Jaeger, quien me miró detenidamente. Solo fueron unos segundos donde nuestras miradas se acompañaban la una y la otra, ahora podía entender lo que quisiste decirme ese día, ahora más que nada entendía de donde venía tu apellido y cuáles eran tus intenciones, pero lo que más me dolía de mirarte, era saber que fuiste tú el detonante de mi destrucción. Apreté mis nudillos, sintiendo mi corazón palpitar rápidamente. Respire hondo, notando de reojo que Pieck me miró por mi repentino cambio de actitud. Las imágenes desbordaban en mi mente, mis ojos cruzaban ese día donde el recluta que conocí en una base, sostenía en su espalda el cuerpo moribundo de mi padre. Estaba sudando, sintiendo mi cuerpo estremecer.

—¿Estás bien?—parpadee, no había notado que me detuve en seco, en esa acera donde varias personas paseaban.—Ainara, ¿estás bien?—los oscuros ojos de Pieck me miraban detenidamente, esperando una respuesta; los demás se habían detenido, esperándome.

—Si.—respondí sutilmente, viendo como ella parecía calmarse, su cabello despeinado continuaba despeinándose ante la ventisca.

—Puedes contar conmigo, ¿esta bien?—detuvo su mano en mi hombro, el escalofrío que sentí me llevó a la imagen de Mikasa haciendo el mismo gesto, años atrás, ante eso, mi respiración se volvió entrecortada.

—Danos un momento, Pieck.—Reiner llegó hasta nosotras, ella se quedó mirándome apenada, como si supiera que algo andaba mal conmigo.

—Claro... —musito ella, alejándose de mi, mientras que caminaba hacia los demás.—Vamos Falco.—pidió Pieck, notando que el tierno niño tenía intención de acercarse a mi.

—¿Qué sucede?—me preguntó Reiner, por lo cual solté una bocanada de aire, aliviándome.

—Siento que, no puedo respirar.—le dije, inclinándome, intentando de buscar el aire.—No puedo culparlo de estar aquí. Yo decidí que mi padre muriera... —musité en un tono bajo, mi corazón palpitaba rápidamente, mi cuerpo se estremecía en el pánico de mis pensamientos.

—Cálmate. Por favor.—me pidió Reiner, sosteniéndome por los hombros.—Si estás así, no puedo permitirme irme.—indicó, abatido.

—Berthold era mi amigo también, lo sé.—levante mi mirada, viéndolo con convicción.—Yo no quería que muriera, no quería que muchas cosas pasaran, pero no puedes culparme, Reiner.—dije, apretando mis labios para no tener la conmoción de llorar, no quería hacerlo.

—Lo sé, lo lamento.—dijo, tenso para mirarme con unos ojos llenos de tristeza que no podía sin duda alguna cambiar.—De todos, tú nos diste la opción de seguir hablando y no optamos por hacerlo, yo los obligué a ellos a seguir avanzando.—expresó, respirando hondo para mirar al cielo.—Lo que sucedió con Marcel, Annie y Berthold fue mi culpa, incluso que Marco muriera lo fue. Yo te destruí primero y aún así, estás aquí mirándome como si fuera el amigo que siempre quisiste seguir.—decía, avergonzando.—Soy un egoísta al pensar que Porco no te merece, incluso que eras demasiado para Armin, pero he sido yo quien siempre te ha quedado pequeño.—añadió.

—¡Oigan, iremos a comprar algunas cosas!—decían, alejándose de nosotros.—¡Vengan amigos!—pidieron, por lo cual Reiner y yo asentimos, pero el ruido, la gente que pasaba a nuestro alrededor me hizo desorientarme por completo, ¿amiga? Yo, ¿era amiga del enemigo que destruyó a mi Isla?

Aquí.—decía una voz en mi oído.—Justo aquí.—mi corazón palpitaba, haciéndome mirar a todas las personas que yacían alrededor de mi, Reiner parecía avanzar, me incitaba a seguirlo, pero algo sin duda me detenía hacerlo.—Ainara, estamos aquí.—continuaba escuchando.

No podía taparme los oídos. Ni siquiera podía caminar con comodidad, el bullicio de personas me prohibía hacerlo por la gran festividad presentada en este pueblo. Los locales estaban regados de grandes filas, donde los niños se morían por comer helado, incluso, por jugar con algunos payasos, pero yo, yo solo quería salir de esta multitud, para buscar aire. Camine, aunque golpearan mis hombros y me exigían que caminara correctamente, continué caminando, para así, poder llegar al final de ese camino, sujetándome de las barandas que nos separaban de una caída al mar. Las apreté con mucha fuerza, dejando que todo mi peso se sostuviese de ahí. Respire hondo, muy hondo, observando el reflejo de mi persona en esas maravillosas aguas que chocaban entre sí. Cerré los ojos, sintiendo esa sensación, esa que me hacía sentir bien y despejada del mundo, donde solo la brisa acariciaba mi rostro y removía mi cabello. Pero, el cerrar los ojos, continuaba llevándome a una gran pesadilla, una pesadilla que no me permitía avanzar sin sentirme encadenada a ella. Nuevamente apreté la baranda, observando sus azulados ojos mirarme, mientras que yacía sentado a mi lado, tan sereno, observando el atardecer. No podía olvidarlo. Me estaba perturbando con el paso de mis días, como si me desintegrara. Solté una bocanada, sintiendo ese suave tacto en mi hombro, obligándome abrir los ojos.

—Ainara.—me llamo él, mientras que lo vi reflejado en el mar, mirándome.—Me he preocupado, no vuelvas a irte así. Por favor.—me pidió Reimer, por lo cual mis músculos se aflojaron.

—Lo lamento, Reiner.—me disculpé, cabizbaja.—No puedo evitarlo.—justifique, levantando la mirada, para observar cómo la brisa removía también su corto cabello.—Ya se me pasará.—afirme, respirando hondo para dejar que toda esa vagues de pensamiento se fuese de mi ser.

—¿Quieres un helado?—me preguntó, haciéndome girar para observar la cantidad de niños que lo consumía.—Gaby y Falco me han pedido que vaya por unos, deben estar haciendo la larga fila junto a Pieck.—indicó Reiner.

—Si, eso estaría bien.—le dije, intentando de verme más serena, viendo como él asentía.—De vainilla, por favor.—le pedí, viéndole sonreír de lado.

—Quédate aquí.—me pidió, distanciándose de mi, para continuar caminando entre la multitud, haciéndome suspirar, para mirar al cielo en medio de ese escalofrío.

—Armin, me preguntó... ¿donde estás ahora?—murmuraba, mirando entre el mar, y el cielo.—Es que, no dejo de sentirte tan cerca.—musité.

Mantenía mis ojos en el cielo. Era una pena, una gran pena que no pudiéramos tocarnos con nuestras manos, pero el hecho de que creíamos conducir hasta allí luego de una larga vida, me mantenía curiosa por saber cómo se sentía morir. Las aves volaban, paseaban por el cielo libremente, dejando sus plumas caer. Baje la mirada, dejando de observarlas. Inclusive, una pareció detenerse en la baranda a mi lado. La miré, bastante curiosa observe sus plumas. Era una hermosa ave, detenida a mi lado, sin moverse o tener algún instinto de sobrevolar temeraria por mi cercanía, así que me quede a su lado, inmóvil mientras observaba el bullicio. Entre la brisa, pude ver como en el aire flotaba un sombrero, un negro sombrero el cual pude obtener cuando levante mi mano para alcanzarlo. Suavemente lo acaricie, observándolo detenidamente. Era suave, también muy hermoso. Lo sujete, por alguna extraña razón, lo sujete en mis manos, como si supiera que alguien vendría de una manera desesperada buscando su sombrero entre la multitud, pero mientras, devolví mi mirada al ave, quien picoteó el sombrero. Haciéndome sonreír de lado, pero dirigí mi mirada al fondo de la multitud, podía ver cómo la gente se removía, mientras que una mano sobresalía. De seguro era quien perdió el sombrero.

—Permiso.—dije, pasando entre la multitud, sosteniendo el sombrero en mis manos.—Por favor, permiso.—seguía diciendo, viendo esa mano levantada en el aire, la cual se dirigía hacia el barandal de personas, avanzaba, alejándose.—¡Oiga!—exclamé en un leve tono, en medio de la gente, esa persona me escuchó porque se detuvo y bajo su mano.—Disculpe señor, ¿es de usted este sombrero?—me pregunté al despegarme de la multitud, pero mi cuerpo se heló.

Su mano estaba sosteniendo el barandal que nos dividía del mar, aquel que reflejaba el cielo. Mi corazón palpitaba rápidamente, haciéndome sentir como los suspiros se me iban, viéndolo girase para mirarme y darme un rostro que conocía. No podía creer que después de tres años, estuviera mirando esos verdosos azulados ojos como si fuese un total sueño lejano que mi mano no podía alcanzar. El sombrero se cayó, cayó al suelo sin importancia de que se fuese volando con la ventisca que me hizo llegar a él. Después de tanto, mi corazón parecía sentir una emoción que ya no conocía desde hace mucho tiempo. Mis labios tambalearon, mientras que mis ojos se humedecieron en cuanto Eren también realizó que estaba frente a mi, porque sus ojos fueron los primeros en derramar lágrimas. La ventisca removía su cabello, estaba alargado, a diferencia de la última ves que lo vi, Eren se veía diferente. Sus facciones habían cambiado, pero no podía olvidar que sin duda, ya no era el joven niño que conocí, pero seguía siendo Eren. Apreté mis manos las cuales temblaban, mis lágrimas bajaron en la melancolía de tenerlo frente a mi. Camino con lentitud, pero la impulsiva fui yo porque me abalancé a él, manchando su hermoso y elegante atuendo con mis lágrimas. ¿Eren, estaba aquí?

En medio de ese abrazo, donde lo apretaba fuertemente contra mi, la gente se alejaba para las festividades vecinas, haciéndome ver la imagen de varias personas mirarme con detenimiento. Helados, boquiabiertos y aturdidos. Era así como todos estábamos, era un sueño, un sueño que estuvieran ahí frente a mi. Solloce, solloce fuertemente cuando realice qué era real, que no era un sueño cuando la presencia del hombre que nos guió a una victoria, no estaba ahí presente. Apreté a Eren con fuerza, no quería que se fuera, no quería que me soltara, porque tenía miedo de ver cómo Mikasa se acercaba con lentitud hacia mi con sus ojos humedecidos y apenada, llena de una actitud emocional que solía ser escasa en ella. No quería soltarme de Eren, quería entender y asimilar que estaban ahí. Que Mikasa me abrazó, susurrándome en el oído que lastimó un perdón solidario con un sollozo, y el plasme de lágrimas que humedecieron mis hombros. Mis brazos se extendieron, acercándola y apretándola a mi, como si hasta el olerla le hiciera entender que ella estaba ahí, aunque su cabello estuviera pegado y corto, ajustado en un sombrero, ella estaba ahí. Mis manos temblaban, como las suyas apretando mi cuerpo. Negué, temblando en sus brazos, sintiéndolos a mi.

Mis amigos, mis mejores amigos. Los que creí perder, los que me dañaron, pero aún así amo. Mirándolos en la conmoción del tenso ambiente, no podía evitar estirar mis brazos, porque Sasha, Jean y Connie, no podían entender que veían en medio de un sollozo que emitió esas mujer de cabello cobrizo y ojos claros. Me apretaron, Jean me apretó tan fuerte que me hizo soltar de Eren para asimilar que estaba ahí. Sonreían, en medio de las lágrimas que derramaba, sonreían mientras que Sasha dejaba caer su helado. La amistad pudo más que su hambre y eso, era un gran paso. Apreté mi cuerpo contra el de Jana, ella se veía diferente, se veía feliz y conmocionada hasta la felicidad para dejar que su hermana mayor besara mis mejillas lagrimosas, pero en medio de esa felicidad, en medio de la tristeza que me sometía a sostenerlos a mi, la tensión y la pausa que hubo cuando los azulados grisáceos ojos de aquel hombre me miraron, me hizo hacer temblar mis labios al recordar la última ves que lo vi. El capitán Levi caminó con lentitud hacia mi, tan lento, que los demás se desesperaban por verlo actuar, pero él tan solo permitió que sollozara fuertemente para abrazarme contra su cuerpo, abrazarme tan fuerte que sacó mi alma de donde la tenía para sentir el afecto de un hombre que era escaso en amor. ¿Ellos realmente estaban aquí?

—Capitán Levi.—murmure, visualizando cómo la sargento Hange sonreía, con un parche en su ojo, ella extendió su brazo como si quisiera tocarme, pero el capitán Levi no lo permitió, no permitió que nadie más se me acercara como si quisiera cuidarme del mundo que me alejo de él. Me apreté a él, cuando pude ver lo que mis sueños exclamaban por visualizar en la realidad a la que tanto temí volver. Solloce más fuerte. Mi padre no estaba aquí, pero aquel a quien ame y me entregue en cuerpo y alma estaba ahí. La diferencia de hace tres años y ahora, era que Armin no solo había cambiado en su físico, no sólo su cabello se había acortado y su mirada decaído, era que Armin no me miraba, Armin no me estaba mirando a los ojos como lo hizo, hace tres años atrás.

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