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𝐧𝐮𝐞𝐯𝐞

Déjalo ir.

Todo mi cuerpo pesaba. Levantarme en este momento, me pasaba más que cualquier otro día que pude haber vivido. Restregué mis ojos soñolienta, dándome cuenta, que también había una gran pesadez en mi corazón que no me dejo ni siquiera procesar el nuevo día que podía tener la dicha de vivir. Mis ojos se humedecieron, eso era la causa de un corazón tan roto como el mío. Me levante de la cama, aquella pequeña que creaba espacio para otra cama. Pude ver como la iluminación del día se adentraba por la ventana, donde la cortina era oscura e impedía que se adentrara por completo. Ante eso, me giré para visualizar como aquella joven de cabello negro, ahora más corto y pegado, se removía de su cama. Me adentré al privado baño que había en esa habitación, dejando la puerta media abierta, culmine en hacer mis necesidades para mirarme detenidamente en el espejo. Mi cabello andaba suelto, al igual que mi flequillo. Tape mis ojos, intentando de pasar luego mis manos por el caballo, recogiéndolo en una coleta caída. Apreté mis labios, los azulados ojos de Armin llegaron a mi de manera inesperada y dolorosa. Lo único que tenía en mente, habían sido sus dolorosas palabras.

No quería llorar. Así que me limite hacerlo, seque mis ojos, pero aún así se humedecían. Sus palabras no solo habían sido frías y dolorosas, también, eran reales porque aunque luego no pudiera mirarme a los ojos, cuando dijo lo que dijo, me miró directamente para darme una estaca profunda. Debí saberlo, todo había sido una vil mentira de la cual ambos nos lucramos con el fin de olvidar el desastre que caía frente a nosotros. Siempre lo supe, siempre supe que esos ojos me miraban y esperaban ver algo más, debí deducirlo cuando Armin desaparecía, cuando no estaba alrededor de mi. Todo ese tiempo Armin estuvo allí, donde nadie podía ir sin sentir que estaba solo y que nadie oía. Baje la cabeza, sosteniéndome del lavado. Era el único lugar donde podía sentirme cómoda para relajar mis tensos músculos, por eso, siempre dejaba mi peso ahí, para sentir que podía sostenerme de algo. Lo más que me dolía, era saber que tanto Armin como Eren, tenían un límite de vida que algún día acabaría. Saliendo del baño me pregunté, ¿como viviría si Eren y Armin murieran? Sentándome en la cama, recordé el dolor inhumano que sentí cuando creí que Armin moriría.

—Ainara.—levante la mirada, viendo aún lado cómo Mikasa se sentaba en su cama, mirándome.—¿No pudiste dormir?—me preguntó, mientras que un largo silencio se esbozó en nosotras.

—¿Por qué?—le pregunté, haciendo que ella me mirase confundida sin entender que preguntaba.—Yo también era tu amiga.—dije, haciéndola entender a qué me refería, pues ella bajo la cabeza con mucha pena y tristeza en su mirada.

—Lo lamento.—expresó, cabizbaja.—El día en que Reiner intentó llevarse a Eren y a ti, le esclarecí a Historia que debía elegir entre él o Ymir, porque sin duda hace mucho tiempo había decidido el límite de vidas que me importaban. Ese día, solo me importaba recuperarte con Eren.—contaba, aún cabizbaja.—Pero, cuando sucedió eso aquel día, el límite de vidas que solo me importaba en ese instante, era la de Armin.—indicó, levantando su mirada para verme directamente a los ojos, mientras que miré aún lado, con mis ojos humedecidos.—No lamento mi decisión, pero lamento mucho haberte tenido que poner en esa posición. Lo lamento mucho Ainara.—expresó.—Creí que el mundo me estaba castigando cuando trepé el exterior de la muralla María y vi que los titanes se estaban comiendo algo, mientras que tus cosas estaban ahí tiradas. Yo, yo creo que tú habías muerto.—su voz se entrecortado en medio de su frialdad y distancia.

—Yo solo quería que alguien se detuviera y me entendiera.—esclarecí, dejando mis lágrimas caer.—Necesitaba que alguien, solamente alguien pensara en lo que yo estaba sintiendo en ese momento, Mikasa.—expresé, girándome para ver como sus lágrimas bajaban por su mejilla.—Y tú, ¡tú eres mi mejor amiga! Me importabas demasiado, no tienes idea de cuanto me dolió que me despedazaras la oreja. ¡Fuiste muy cruel conmigo!—añadí, en un tono lleno de actitud, porque ella no sabía el complejo tan grande que tenía de mostrar mi oreja e incluso, mi mano sin meñique al mundo.

—Tú también me importas, porque estás en el límite de vida que escogí hace años.—expresó, neutralizando su voz.—Ahora, ya nada importa, porque estamos aquí sin saber cómo la gente verá a la Isla y más cuando en unos años, Eren deba morir e incluso Armin, ya nada importará. Todo por lo que algún día pelee, se irá y aunque no me arrepienta, te he perdido a ti y eso, duele.—dijo, cabizbaja mientras miraba sus manos apenada.—Nunca tuve un hermano, tampoco una hermana. Lo único que pude tener, eran a ustedes.—añadió.—Ni siquiera pude decirle a Eren lo que sentía por él. Nunca he podido tomar las decisiones correctas.—expresó, sentida y dolida, dejándome desconcertada por lo último.

—¿Tú no pudiste decirle a Eren lo que sentías?—le pregunté, viéndola detenidamente y como negó, abatida y entristecida.

—Si tan solo, pudiera haberle dicho, ¿qué hubiera cambiado?—se preguntó, ambas en distancia en cada cama, nos mirábamos llorosas.

—Yo, no lo sé. Estoy segura que Eren te ama más que a cualquiera que haya amado.—expresé, riéndome entre las lágrimas, para ver a Mikasa mirarme con detenimiento.—No lo sé, a penas ayer Armin dijo que ya no me amaba más, así que, ¿qué puedo decirte?—le pregunté, llorando mientras me reía, para darme cuenta que la mirada de Mikasa decayó en sorpresa.

—¿Qué dijiste?—me preguntó, mirándome aún más desconcertada con sus ojos abiertos.—Ainara, yo no creo que eso sea cierto.—afirmo.

—¿Y como voy a saberlo?—le pregunté, con mis lágrimas derramándose en la cama.—¿Como voy a saberlo?—volví a preguntarme para taparme con mi rostro cuando emití el sollozo que me quebró, intentando de aguantar negué.—Esto, es muy injusto. Muy injusto.—esbocé, negando.

—Ainara, Armin te ama como no tienes idea.—decía ella, dudosa de lo que le había contado, pero rápidamente negué a su comentario.—Yo lo sé, porque vi como sufrió. Ainara, no tienes idea de cuánto Armin sufrió. Se sentía culpable.—continuaba diciendo, yo continuaba negando.

—Él me dijo que se había enamorado de Annie.—indique, haciendo una pausa en mi sollozo para ver cómo Mikasa se quedó aturdida ante mis palabras.—Me lo dijo claramente.—continué diciendo, en medio de las lágrimas que no se detenían.—¿Y como podría culparlo? Han pasado tres años, no podía esperar que me recibiera con las manos abiertas, a pesar de que yo si.—solloce, lastimada por lo que Armin me había dicho.

Sentí el colchón de mi lado hundirse, mientras que de manera cautelosa sus manos me acercaron a ella, recostándome en su falda, mientras que acaricio mi cabello. Me quede ahí recostada, llorando. Mi rostro debía estar enrojecido, porque cuando la puerta se abrió para mostrarme a una dulce chica de cabello castaño y otra de cabello cobrizo mirarme, me hicieron saber que mi aspecto no lucía bien. Sonreí cuando ellas se inclinaron frente a mi para abrazarme. Se sentía bien, realmente sentir esto después de tanto tiempo, se sentía bien. Sasha se recostó en mi costado, mientras que Jana tan solo acariciaba mis manos. Fueron suaves y cuidadosas conmigo, y en este sentimiento, sin duda extrañaba la cercanía de Pieck. Ellos debían estar allá, donde la guerra les esperaba. Lamentaba haberme ido sin más, lamentaba sin duda no haberme despedido, porque dentro de todo, ellos fueron muy buenos conmigo, pero ahora, estaba donde siempre pertenecí. No solo con mis amigas, quienes me hicieron sentarme para abrazarme fuertemente mientras reíamos y eliminábamos la agonía que nos hizo vivir bajo una grisácea nube, también a todos los demás que vivían en lo profundo de mi corazón a pesar de la ceguera que no me permitía ver más allá de mis recuerdos.

—¿Entonces mañana es la reunión?—tome un sorbo de aquella taza de té, sentada en aquella silla de comedor mientras escuchaba a Connie cuestionar a la comandante Hange, quien asintió ante su pregunta.—¿Y tenemos que ir todos?—se preguntó.

—Si idiota, ¿o acaso te quedarás aquí cosiendo abrigos para invierno?—se preguntó el capitán Levi, con sarcasmo y hostilidad en su voz.

—Levi, están bebiendo nuevamente. No tiene caso hablar con ellos ahora.—masculló Hange, mirando a los varones con molestia, mientras que Connie miraba a Jean, riéndose.

—Si, lo cual se me hace una falta de respeto.—el capitán se levantó de la silla que estaba aún lado de mi, acercándose a Connie y Jean para tomarles por la cabeza y acercarlos de una manera brusca contra sus cienes.—Oigan estúpidos, que no se les olvide que tenemos que estar todos juntos y si alguno de ustedes vuelve hacer la imprudencia de irse a alcoholizarse como los cerdos de la policía militar, me encargare personalmente de romperles los huesos para que no vuelvan a caminar.—aviso con su fría voz, creando que Connie soltara el vaso repleto de alcohol.

—Como que de momento se me quitaron las ganas de beber esta asquerosa cosa.—musitó Connie, sentándose seriamente en el sofá, mientras que Jana le quitaba el vaso a Jean y ambos, se miraron tan detenidamente, como solíamos hacerlo Armin y yo.

—Así es, el capitán Levi tiene razón. Todos debemos permanecer juntos mañana con el clan Azumabito.—contaba Onyankopon, mirándonos.

—¿Realmente creen que tengamos pocas probabilidades para que no quieran ver a la Isla como una amenaza?—se preguntó Sasha, sentada en el sofá junto a Mikasa.

—Si es así, ya no tendremos más opciones que las que tenemos.—musitó Armin, en un tono de voz decaído, no opte en mirarlo, solo lo escuché y miré a otro lado, pero todos parecieron sentir la tensión que habito entre él y yo.

—Aún hay algo que no entiendo.—levante la mirada, viendo como Jean me miró detenidamente.—Tú y Annie son hermanas, pero si tú madre sabía que moriría, ¿por qué a diferencia del padre de Eren volvió a Marley?—se preguntó él, creando un silencio entre todos.

—Porque ella quería despedirse de su hija mayor.—expresé, dejando la taza de té aún lado.—Si se hubiera quedado aquí, quizás yo hubiese sido la heredera del titán hembra, pero sin duda ella supo lo que hizo, porque mi situación habría sido como la de Eren, o peor.—conté, viendo cómo Eren absorbía de aquel vaso que hacía que sus mejillas se tornaran rojizas, estaba saboreando sin duda el amargo sabor del alcohol.

—Es una pena que después de todo, ella esté muerta.—expresó Sasha, mientras que todos nuevamente hicieron un silencio, incómodo y pesado dirigido hacia mi.

—Es así como debe ser.—comentó Eren, haciendo que todos nosotros lo miráramos dejar el vaso aún lado, mientras que limpio su boca del líquido manchado.

—No digas eso Eren, todos tenemos derecho de conocer a un ser querido, más cuando es tú madre.—interfirió Jean, con un tono hostil.

—¿Acaso no la escuchaste? Si su madre se hubiera quedado aquí, habría vivido el mismo infierno que yo.—le cuestionaba Eren, levantándose del sofá, por lo cual Jean hizo lo mismo.

—Porque tú estés pasando un infierno idiota, no significa que todos tengamos que pasarlo.—respondió, ambos acercándose entre sí, con su ceño fruncido.

—Jean, basta.—pidió Jana, apretando el brazo de Jean, intentando de aislarlo, pero este negó.

—No claro que no Jean, porque no eres tú quien ¡tiene que sacrificarse por todos!—le exclamo en un fuerte tono, mientras que el capitán Levi se quedaba al margen, viéndolos como todos.

—¡Historia está dispuesta hacerlo, no puedes obligarla Eren!—indicó Jean, apretando el chaleco de Eren, acercándolo a su cuerpo, así que Eren de manera impulsiva lo empujó lejos, tomando varios vasos en la mesa que Jean golpeó.

—¡No hablaba de Historia!—exclamo, enfurecido, con sus ojos humedecidos, todos nos quedamos en silencio, levantándonos automáticamente.

—Ustedes dos, ha sido suficiente. No estamos en Paradis.—el capitán Levi se interpuso entre ambos, notando que nadie quería hacerlo.

—Eren.—lo llame, visualizando como se aisló de todos, pasando por mi lado, tomé su brazo, pero no se detuvo.—Yo iré.—afirme, notando cómo Mikasa se quedó sentada, entristecida por la actitud repentina que Eren mostró.—Eren.—volví a llamarlo cuando salimos al balcón de aquella casa, viendo las estrellas caer sobre nosotros.

—Lo lamento, eso no estuvo bien.—indicó, sujetándose del barandal, mientras que lleve mi mano a su espalda, acariciándolo.—No quiero que pienses que yo, sigo siendo igual de impulsivo.—expresó, apenado.

—Me alegra saber que ese Eren que conocí, sigue ahí.—musité, sujetándome de la baranda junto a él.—Que mi mejor amigo, esta ahí, bajo esa capa de tristeza que lleva.—expresé, visualizando cómo Eren sonrió, haciendo que mi pecho se apretara, ¿por qué me sentía triste?

—Sigues viéndote igual de hermosa.—comentó, tocando mi cabello, haciéndome sonreír por lo bajo por su dulce comentario.—Y me conforta ver que, mi mejor amiga también sigue ahí.—añadió.

—¿Qué te paso? Dímelo.—le pedí, quedando frente a frente con él, llevando mi mano encima de su mano sujetada en la baranda, notándolo tenso.

—Quisiera decirte, a ti más que nadie, pero no puedo.—dijo, para así mirarme.—Te eche de menos.—admitió, pero ya no sonreía, todo su semblante volvió a decaer en una gran tristeza.

—Hay algo que quiero decirte.—comente, mirándolo.—Eren, tú eras la única persona que podía recordar.—indique, viendo como me escuchaba, mientras que los demás hablaban adentro de la sala.—Lamento no haber regresado por ustedes, Eren. No sabes cuanto lo lamento.—expresé, apenada.

—No tienes que lamentarlo, no fue tu culpa.—dijo, con sus ojos humedecidos, haciéndome sentir preocupada por su actitud tan deprimida.

—¿Qué tienes?—le pregunté, tocando su brazo cuando limpio sus lágrimas.—Eren, dime. ¿Por qué estás llorando?—le pedí, insistente.

—Perdóname, por favor.—musitó, sin decirme nada más, tan solo se acercó a mi, dándome un fuerte beso en la mejilla.—Iré a dormir.—añadió.

—Espera... —estreche mi mano, queriendo detenerlo, pero esa amarga sensación que sentí cuando quise que mi padre se quedara conmigo me atacó, así que dejé ir a Eren.—Maldita sea, ¿qué pasó contigo?—me pregunté, viéndole irse.

—Oye Armin, ¿vas a seguir tomando?—se preguntaba Connie, burlándose de cómo aquel chico reía, su sonrisa me hizo estremecer.

Estaba ahí y se veía tan hermoso, tan hermoso como siempre. Solo que, ahora era más alto y tanto su voz, como su cabello y las facciones en él habían cambiado. Mis ojos se humedecieron al mirarlo, así que tan solo me levante de la silla donde estaba para irme de una manera apresurada de la sala de estar donde todos estábamos. Me abracé, me abracé a mi misma mientras que salí por la puerta de ese hermoso lugar, intentando de ir a un rincón donde nadie me viera, solo me incliné en el suelo para llevar la mano a mi boca y cubrirme de aquel sollozo que quería escapar. Yo jamás he amado a nadie que no haya sido él, jamás sin duda me hacía enamorado como lo hice con Armin. Me dolía. Y aunque intentara de evadirlo, me dolía demasiado que todo eso, haya tenido que acabar así. Saber que sus pensamientos habían cambiado, que ahora eran otros ojos los que quería mirar, me daba una sensación amarga en toda mi garganta que no me permitía tragar. Solloce en un tono bajo. Deseaba, anhelaba que fuera diferente, pero aunque me restregara del dolor, no rogaría lo que no querían darme. Me sobresalte al sentir unas manos en mis costados, pero cuando vi esos grisáceos ojos, automáticamente me abalancé al capitán para así llorar en su hombro.

—Está bien.—dijo, mientras que acaricio mi espalda.—Estoy aquí, solo, llora.—pidió, y yo negué, tan dolida con lo que pasaba, había extrañado a este hombre, como nadie tenía idea.

—¿Como se puede cambiar el pasado? Por favor capitán Levi, dígame cómo puedo hacerlo.—le pregunté, despegándome de él para mirarlo arrodillado en el suelo junto a mi.

—No se puede cambiar el pasado. Lo único que debes hacer, es seguir avanzando.—indicó, haciéndome analizar su respuesta, para así apenarme por cómo reaccione ante la situación tan abrumadora.

—Lo lamento capitán Levi, le prometí que no dejaría que me alcanzarían, pero lo hicieron.—expresé, recordando aquel día en la azotea del cuartel de la legión, donde solo éramos él y yo.

—Mocosa, te dije que no dejarás que te alcanzaran.—él me apego a él con brusquedad, haciéndome sentir su apego y escaso cariño, para darme la seguridad y protección que siempre me dio.—Le prometí a Erwin dos cosas, la primera que siempre me haría cargo de ti y la segunda, que mataría al maldito titán bestia.—masculló.—Las cumpliré, aunque dependa de eso.—añadió, molesto, con furia mientras me abrazaba.

—Lo mataré.—dije.—Yo seré quien mate al titán bestia.—indique yo, alejándome del capitán Levi para mirarlo detenidamente a los ojos.

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