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🐺 Capítulo 14.

14. 𝐇𝐄𝐑𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐈𝐍𝐕𝐈𝐒𝐈𝐁𝐋𝐄𝐒.

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El día amaneció cargado de nubes pesadas, como si el cielo compartiera la incertidumbre que latía en el pecho de Na-bi. La ciudad vibraba bajo un cielo grisáceo, y desde la ventana panorámica del hospital, ella observaba el ir y venir de las personas con un dejo de melancolía.

Se pasó la mañana atendiendo pacientes en el hospital. Había tenido una mañana pesada: fiebre, resfríos, accidentes domésticos. Y aun así, su mente no lograba mantenerse dentro de las paredes del consultorio.

Pensaba en Chan.

O en quien ella creía que era Chan.

Su mente, traicionera, seguía regresando a casa. A ese "Chan" que sonreía de manera distinta. A ese "Chan" que la miraba como si fuera el centro de un universo que ella no había pedido protagonizar.

Sacudió la cabeza, frustrada consigo misma. No podía seguir cuestionándolo todo. Después de todo, las personas cambiaban constantemente, era lógico que hubiera cambiado, sobre todo después de lo que habían hablado. Era lógico... ¿no?

Su teléfono vibró en el bolsillo de su bata captando su atención por unos segundos. Un mensaje breve apareció en la pantalla:



Channie:

Te extraño. Cenemos juntos esta noche.



Na-bi sonrió, sintiendo que, por unos segundos, el mundo era menos complicado.

De repente, la puerta de su consultorio se abre y nuevamente la figura de su mejor amiga se anuncia mientras se deja caer en el cómodo sofá que estaba a milímetros de moldear su forma en los cojines por usarlo tan a menudo.

—¿Y esa sonrisa en tu rostro? —preguntó Bo-ra.

—¿Mi qué? —respondió distraída.

Su amiga viró los ojos mientras se enderezaba en su lugar y la miraba entre sorprendida y molesta. Analizó el semblante de su amiga detrás del escritorio que dejaba de lado el celular y tecleaba rápidamente sobre su ordenador.

—Quiero creer que hablaste con Chan —comenzó ella.

Na-bi se detuvo y le dirigió una breve mirada.

—Lo hice.

Bo-ra se movió con agilidad de su lugar y en un parpadeo, se encontraba sentada en el lugar frente al escritorio, apoyando sus manos sobre el vidrio de la mesa. Sus ojos se abrieron con sorpresa mientras se inclinaba levemente hacia adelante, a la expectativa de que Na-bi comenzara a contarle como se habían dado las cosas, pero ni siquiera fue capaz de seguir hablando.

—¿Y bien?, ¡Ya dime! —se exaltó.

—Estábamos ordenando mi vieja biblioteca... aproveché el momento y solo lo dije. Pensé que actuaría diferente, que no lo sé, tal vez me esperaba un sermón.

—¿Y qué fue lo que dijo? —preguntó Bo-ra. Sus cejas se fruncieron levemente.

Na-bi suspiró mientras se recargaba contra su asiento.

—Que por eso se pidió el día, que lo resolveremos —respondió.

Los labios de Bo-ra se fruncieron levemente mientras se ponía a pensar. Si bien sabía que Chan era un hombre comprensivo, era consciente de que en los últimos años había cambiado considerablemente y cuando alguno de sus amigos se lo mencionaba, todo lo que decía era que así debía ser debido a su trabajo. Que en la industria del modelaje y la moda en general, las cosas eran mucho más complicadas y que no se trataba solo de modelar en la pasarela y sacarse fotografías.

Como amiga de Na-bi, había estado incontables veces a su lado, incluso la había consolado cuando en una ocasión no dejaba de llorar porque ella y Chan habían tenido una pequeña discusión por algo trivial. No quería decirlo, pero Chan se había convertido en un autentico idiota.

Y así, ambas se sumergieron en una conversación donde Na-bi hablaba sobre su día de ayer con un brillo en sus ojos que su mejor amiga no pudo pasar por alto, y que incluso no notaba hace un tiempo.

A varios kilómetros de allí, en un edificio de oficinas discretas, "Chan" ajustaba un auricular oculto mientras revisaba las fotografías que el señor Seo había conseguido en su última investigación.

—¿Seguro que San Fierro todavía está en Seúl? —preguntó él, su voz sonaba baja pero firme.

El señor Seo, con un semblante severo y mirada afilada, asintió mientras desplegaba un mapa sobre la mesa.

—Lo sabemos por una fuente anónima. Se mueve entre tres edificios. Esta noche, debes asistir a una subasta privada. Es probable que aparezca allí, o al menos uno de sus hombres.

"Chan" soltó un largo suspiro, pasándose una mano por el cabello. Temía no llegar a tiempo para su cita con Na-bi. Si ella no le hubiese hablado sobre lo sola que se sentía en el amplio departamento, no habría sentido empatía y no estaría jugando peligrosamente con meterse debajo de la piel de Chan para confortarla durante el tiempo en que estuviera en Seúl.

Fingir ser alguien que no era para atrapar al criminal más buscado, era una cosa.

Fingir ser alguien que no era para contentar el corazón de una mujer, era otra muy diferente.

Pero ambas eran peligrosas.

Cada minuto que pasaba fingiendo ser Chan, era un minuto más lejos de rescatarlo.

Y cada minuto cerca de Na-bi, era una traición silenciosa que se clavaba en su pecho.

—¿Crees que podré mantener esta farsa mucho tiempo más? —preguntó en voz baja.

Su mente le estaba jugando una mala pasada mientras dudaba aferrándose a la mesa donde el mapa se extendía. Jamás había tenido dudas durante los años que llevaba ejerciendo aquella profesión. Dudar nunca había sido una opción pero, en el instante en el que sus ojos la vieron y sintió aquella descarga eléctrica cada vez que rozaba sus manos, le había puesto todos sus principios patas arriba.

Su objetivo siempre había sido el mismo: atrapar a San Fierro, rescatar a Chan.

Pero, ahora lo cuestionaba.

Quizás ahora su prioridad era una sola. Proteger a Na-bi.

Seo lo miró con una gravedad pesada, mientras rodeaba la mesa y se acercaba empujando su hombro para voltearlo de frente y sujetarlo bruscamente de la camisa. Su dedo índice lo apuntó y se sintió tan mortal como si fuera una pistola.

—Por el bien de mi hija, debes hacerlo. Si San Fierro comienza a creer que Na-bi sabe algo, ella estará en peligro.

"Chan" apretó los puños, jurándose a sí mismo que, pase lo que pase, no permitiría que le pasara nada. Incluso si debía tomar decisiones cuestionables para ello.

—¿Y no creés que ya lo está? —respondió mientras se soltaba de su agarre con brusquedad.— El maldito ya se llevó a Chan, ¿eso no te da un indicio de que San Fierro sabe que estamos detrás de él y está dando una advertencia? Si pudo llegar a Chan, es cuestión de tiempo para que la alcance también.

El señor Seo desvió su mirada mientras apretaba sus puños y soltaba un gruñido.

—Si ese hijo de puta toca tan solo un cabello de mi hija...

—Le perforaré el cráneo. No te preocupes.

Lo interrumpió mientras volvía a mirar el mapa con una mirada fría y calculadora, repasando los datos que tenía para no olvidarlos y avanzar en la investigación.

El mayor soltó un suspiro intentando calmarse y fingir que aquellas palabras que había escuchado con tanta severidad, no le habían causado escalofríos. La otra versión que tenía frente a sus ojos era una más despiadada y letal que aquel dulce y carismático chico que tiempo atrás había conocido.

—Hablé con Jessica —mencionó Seo.

Su voz sonó casi en un tono de disculpa.

—¿Quién? —fingió no saber.

El señor Seo viró los ojos.

—Tu madre.

—Yo no tengo familia por este lado del mundo —respondió fríamente.

—Christopher, tarde o temprano, tendrás que verlos.

—Y eso no será hoy.

Finalizó mientras doblaba el mapa y se marchaba de allí, como huyendo de aquellas palabras.

Ya entrada la tarde, Na-bi regresó al departamento.

El elevador se abrió directamente en su sala de estar, revelando un espacio amplio, minimalista y elegante, con ventanales que ofrecían una vista impresionante del horizonte de Seúl y las luces de los demás edificios. Le gustaba tomar las escaleras e ingresar por la puerta la mayoría de las veces pero esta ocasión era diferente. Estaba ansiosa por ver a su pareja.

"Chan", la esperaba allí, vestido informalmente con una camisa azul oscuro remangada hasta los codos y jeans negros. Estaba sentado en el sofá, hojeando una carpeta que disimuladamente ocultó en cuanto la vio entrar mientras aclaraba su garganta.

—Llegaste justo a tiempo —dijo, sonriéndole de forma despreocupada.

Na-bi dejó caer su bolso a un costado de la entrada y se descalzó, sintiendo cómo la tensión del día empezaba a disiparse a medida que se introducía en su hogar. Se quitó la bata que había ganado algunas manchas debido a algunos niños traviesos a los que había atendido y la dejó en un rincón para ponerla a lavar más tarde.

—¿Qué cocinaste esta vez, chef improvisado? —bromeó, acercándose al comedor.

"Chan" alzó las manos en señal de rendición.

—Pido delivery. No quiero envenenarte... todavía.

Na-bi rió, una risa que sonó más ligera de lo que se sentía. Asintió estando de acuerdo con su decisión y se marchó a la habitación para darse una ducha rápida y cambiarse por algo más cómodo mientras esperaban a que llegara el pedido de la comida.

Se sentaron juntos en la mesa, compartiendo comida tailandesa mientras charlaban sobre tonterías.

Na-bi miró todo con nostalgia mientras sonreía suavemente con los ojos levemente humedecidos por las lágrimas contenidas. Hacía mucho tiempo que ambos no compartían una simple cena y una plática sin ninguna preocupación. Estaba tán feliz que lloraría.

—Ya no recordaba cuándo fue la última vez que nos sentamos a cenar en la misma mesa... —murmuró.

—Fue un gran plan, ¿verdad? —preguntó con una leve sonrisa.

—Estoy... muy feliz.

—¿Y entonces por qué parece que vas a ponerte a llorar? —dijo él.

—Es que... acabo de darme cuenta de lo mucho que te extrañaba, Channie.

«Otra vez él... Na-bi, ese no soy yo», pensó.

Su semblante cambió y tuvo que esforzarse por no decirlo en voz alta. Ocultó una mueca y extendió su mano por sobre la mesa, tomando la de ella. Otra vez, esa pequeña sensación eléctrica los recorrió. Su pulgar acariciaba suavemente el dorso de la mano de Na-bi.

—Yo también... te extrañé.

Mintió. Pero mentir ya no se sentía como algo que hacía por su trabajo y a lo que estaba acostumbrado. Esta vez, cuando vio la sonrisa radiante entre los labios de ella, sintió que su propia mentira le apuñalaba el estómago.

Por momentos, el ambiente era tan natural, tan cálido, que Na-bi olvidaba el nudo en su estómago. Pero entonces, pequeños detalles volvían a asomar:

La forma en que "Chan" sostenía los palillos de manera distinta.

La manera en que pronunciaba ciertas palabras en coreano, con una entonación apenas extranjera.

Los gestos espontáneos, que no coincidían con los recuerdos de tantos años compartidos.

Una a una, pequeñas diferencias se iban archivando en la memoria de Na-bi. Quizás en sus momentos a solas en el hospital se pondría a repasar todas ellas e intentaría descubrir por qué Chan había cambiado incluso en pequeñeces. ¿Había ocurrido algo de lo que no se había dado cuenta y de lo que no habían hablado? ¿Serían simples ideas suyas?, quizás todo el estrés y la ansiedad que había acumulado durante un tiempo para poder hablar con Chan, la habían absorbido de la realidad y los pequeños detalles que para ella eran nuevos, en realidad, siempre estuvieron allí.

Como fuera, sacudió levemente su cabeza y decidió concentrarse nuevamente en la persona que tenía frente a ella. Nada era diferente, seguía siendo su novio.

Después de cenar, mientras limpiaban juntos, "Chan" dejó caer un vaso que se hizo añicos contra el suelo de cerámica blanca.

Na-bi se sobresaltó al escuchar el impacto que resonó como un eco entre las paredes de la sala.

—¡Cuidado! —exclamó, agachándose a recoger los fragmentos.

"Chan" se apresuró a ayudarla, pero un pequeño corte en el dorso de su mano apareció antes de que pudiera evitarlo. Su semblante permaneció estoico mientras veía como las gotas de sangre se resbalaban hasta caer sobre los trozos de cristal y el cerámico blanco.

—No puede ser, es bastante profundo... —murmuró Na-bi, exasperada y preocupada a la vez.

Tomó su mano con ternura y lo llevó hasta el pequeño botiquín que guardaban en el baño principal. Él se sentó sobre el retrete mientras observaba a Na-bi moverse hábilmente, utilizando lo requerido para curar su nueva herida.

Ella lucía como si fuese a perder la mano, mientras que "Chan", permanecía calmado. Ya había estado herido mucho antes debido a su oficio, incluso eran mucho más graves que heridas superficiales. Aunque nunca se había sentido tan a gusto como en ese momento.

La escena se quedaría grabada en su memoria: ella curándolo, él observándola en silencio, como si cada roce fuera una confesión muda.

—Te cuidaré siempre —susurró "Chan" de repente, casi sin pensarlo.

Na-bi levantó la cabeza, atrapada en el peso de esas palabras.

Algo en su voz, en su mirada, era desgarradoramente sincero... y peligrosamente desconocido.

El corazón de Na-bi tamborileó en su pecho.

Quiso preguntar qué estaba pasando realmente.

Quiso abrazarlo.

Quiso alejarse.

En cambio, solo vendó la herida en silencio, sintiendo que algo, en algún lugar, se estaba rompiendo para siempre.

Y sin saberlo, en ese pequeño lujoso departamento suspendido entre el cielo y la ciudad, Na-bi comenzaba a enamorarse de un desconocido.

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