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🐺 Capítulo 13.

13. 𝐔𝐍 𝐋𝐀𝐓𝐈𝐃𝐎 𝐃𝐄𝐒𝐂𝐎𝐍𝐎𝐂𝐈𝐃𝐎.

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El sol apenas despuntaba por las ventanas cuando Na-bi abrió los ojos, sintiendo la tibieza de las sábanas vacías a su lado. Se estiró perezosamente, dejando escapar un pequeño suspiro. La casa estaba inusualmente silenciosa, salvo por el lejano aroma del café que flotaba en el aire. Algo que se le hizo completamente extraño, pues se suponía que estaba sola en casa a esas horas de la mañana.

Se levantó sin prisa pero extrañada, arrastrando los pies descalzos por el frío suelo de cerámicos blancos hasta llegar al pasillo que la llevaba a la sala donde la cocina, el comedor y el living compartían espacio. La imagen que encontró en la cocina la hizo detenerse un segundo: "Chan" —o al menos, quien ella creía que era Chan— estaba inclinado sobre la cafetera, con una expresión de concentración infantil, como si la tarea de preparar el desayuno fuera una operación quirúrgica.

Na-bi sonrió, divertida y enternecida a la vez.

—Despiertas tarde hoy, doctora Seo —dijo Chan, sin girarse, con una sonrisa ladeada en la voz.

Na-bi lo observó parpadeando sorprendida porque él había notado su presencia sin siquiera voltear a verla una vez. Él se veía relajado. Vestía una simple camiseta gris y pantalones de algodón, pero ella no podía apartar la mirada de su espalda ancha, de la torpeza encantadora con la que intentaba no quemar las tostadas.

—Si tú sigues despertando a las cinco de la mañana, terminarás cocinando todos los días —replicó ella, acercándose a la barra.

Él se volvió hacia ella, sosteniendo dos tazas de café. Sin preguntarle, le extendió una. Era un gesto sencillo, pero había algo... diferente. Chan nunca recordaba el tipo de café que le gustaba. Siempre se lo preguntaba de nuevo. Esta vez, sin embargo, Chan había preparado exactamente lo que ella prefería: cargado, sin azúcar, con un toque de leche.

—No recordaba que supieras cocinar —comentó ella, en tono juguetón mientras se estiraba en su lugar.

Chan sonrió, esa sonrisa torcida que tanto lo diferenciaba del verdadero sin que ella lo notara.

—Digamos que... he aprendido algunas cosas mientras estabas ocupada salvando el mundo, doctora Seo.

Na-bi rió, y por un instante, el peso de los últimos días pareció evaporarse. Se acercó para ayudarlo, pero al rozar sus dedos con los de él al alcanzar la taza, sintió una chispa, algo que no estaba segura de haber sentido antes.

Algo que no debía sentir.

Se apartó rápido, escondiendo su nerviosismo detrás un sorbo de café, estudiándolo por encima de la taza.

Era él. Era su Chan.

Pero al mismo tiempo... no lo era.

Se excusó tontamente sobre buscar la botella de jugo en la nevera. Chan la observó, su corazón también luchando en silencio. No podía evitarlo: cada gesto de ella lo atrapaba más profundo.

«Perdóname, Chan», pensó, apretando los puños.

«Perdóname, Na-bi».

Ninguno de los dos sabía que esa convivencia los arrastraría hacia un territorio donde las líneas entre el deber, el amor y la traición serían imposibles de distinguir.

Para Na-bi, pequeñas diferencias bailaban ante sus ojos: el modo en que él sostenía la taza con la mano izquierda; la risa, más baja, más grave; la forma en que su mirada se sostenía en ella, intensa, como si quisiera memorizar cada uno de sus gestos.

Sacudió la cabeza ligeramente, reprendiendo sus pensamientos mientras buscaba el jugo en la nevera. «Chan ha pasado por mucho estrés los últimos días. Es normal que haya cambiado».

La conversación durante el desayuno fluyó extrañamente natural, como un río que encuentra nuevos cauces tras una tormenta. Rieron, recordaron anécdotas tontas, y por un momento, Na-bi sintió esa burbuja de felicidad que solía envolverlos en los primeros años y que tanto había extrañado.

Después de comer, mientras recogían los platos, Chan propuso:

—¿Qué te parece si reorganizamos tu vieja biblioteca? Vi que tienes cajas llenas de libros en el cuarto de invitados.

Na-bi arqueó una ceja, divertida.

—¿Ahora también eres bibliotecario?

—Digamos que tengo talentos ocultos —respondió, guiñándole un ojo.

Ella sacudió su cabeza levemente divertida pero miró la hora en su reloj de muñeca algo confundida.

—Pero, ¿no tienes que irte? —preguntó.

Chan rápidamente se inventó una excusa, pensando en las posibilidades.

—Hablé con mi madre ayer. Le pedí que me diera el día de hoy porque estaba realmente exhausto —mintió con facilidad.

Ella lo miró levemente sorprendida. No se esperaba que Chan le pidiese un día de descanso a su madre, ya que no era usual en él, sobre todo en las últimas semanas donde los preparativos para tomar un lugar más importante en la compañía de su madre, requería de toda su atención. Sin embargo, tampoco se detuvo a darle muchas vueltas al asunto y sonrió demostrando la alegría que aquellas palabras le habían ocasionado.

Quizás no era la gran cosa, pero Na-bi había aprendido a valorar hasta lo más pequeño y dado sus ajetreadas vidas, estar un día así con él tan solo para acomodar libros viejos y polvorientos de medicina, era algo que quería disfrutar. Y tal vez, podría aprovechar la oportunidad para hablar con él sobre cómo se sentía últimamente con respecto a su relación que parecía haber quedado tan olvidada como aquellos libros en sus cajas.


Pasaron la tarde entre montones de libros polvorientos y estornudos, acomodando títulos que Na-bi había olvidado que existían. Eran una extraña combinación de libros de medicina, de moda e incluso novelas de diversos géneros que no recordaba cuando los había adquirido.

La risa llenó el aire cuando una torre de novelas de misterio colapsó sobre ella, y Chan, rápido como un reflejo, la sostuvo de la cintura antes de que cayera de espaldas.

Quedaron así, congelados en el tiempo.

Demasiado cerca.

Demasiado conscientes el uno del otro.

—Siempre tan torpe —bromeó él, su voz rozándole el oído.

—O tal vez eres tú quien provoca desastres —respondió ella, bajando la mirada para ocultar el rubor que le subía por las mejillas.

Chan soltó una carcajada suave y la ayudó a reincorporarse, sus manos demorándose un segundo más de lo necesario sobre su cintura. Él tuvo que tragar forzosamente la saliva que se le había acumulado en la boca. Recordó aquel beso que le había dado el día de ayer, como labios pulposos de ella se acoplaban perfectamente con los suyos y se preguntó si besarla otra vez, se sentiría igual de bien que la primera vez

Na-bi se aclaró la garganta con un leve carraspeo mientras se agachaba nerviosa para recoger algunas de las novelas, pensando en cuál sería la mejor manera de comenzar a hablar sobre lo que daba vueltas en su cabeza últimamente: su relación.

—Uhm... ¿Chan? —dijo suavemente.

Él se agachó suavemente a su lado para ayudarla. Sintió un pequeño estremecimiento al percibir su dulce aroma suave del perfume que utilizaba y la miró de reojo, sintiendo la seriedad y duda en su voz.

—Dime.

—Yo... eh... hay algo de lo que me gustaría hablar —comenzó con nerviosismo. Se levantó y dejó los libros sobre la mesa con cuidado pero no apartó su mano de ellos, sino que se sostuvo de los mismos buscando estabilidad—. Sé que nuestros trabajos requieren de nuestra atención y tiempo la mayor parte de las veces, pero... me he estado sintiendo muy sola, Chan. Siento que estas paredes cada vez se ensanchan más y es demasiado para mi. No lo soporto.

"Chan", aún de cuclillas en el suelo, siguió apilando libros mientras la escuchaba. Sentía un poco de pena por ella y por el verdadero Chan.

El señor Seo ya le había informado sobre cómo era su ajetreada lista de actividades diarias entre modelajes, sesiones de fotos y ahora en el área administrativa que recientemente había adquirido. El padre de Na-bi, muchas veces le había remarcado que no tendría de qué preocuparse porque aquel par de tortolitos solían coincidir pocas veces en el día o en la noche, y esa había sido la razón principal de haber aceptado trabajar en ese lugar, pues no iba a tener que interactuar tanto con las personas a su alrededor.

Soltó un leve suspiro mientras se ponía de pie con lentitud y caminaba hasta estar a un lado de ella. Dejó los libros a su lado y mantuvo su mirada fija en el lomo del libro que sostenía, por los colores y la breve sinopsis, podía deducir de qué se trataba: una historia de romance.

—Lo sé... por eso es que quería pasar el día contigo —se aprovechó de la oportunidad para cubrir su mentira del por qué se había quedado en casa.

Estiró su mano y tomó la de ella. Ahí estaba nuevamente la descarga eléctrica. Con su pulgar acarició suavemente la piel del dorso de su delicada mano y le sonrió levemente sin atreverse a mirarla a los ojos.

No tenía idea de porqué actuaba así, pero era consciente de que se debía a la mujer que tenía a pocos centímetros de él, alborotando sus emociones de una manera tan rápida que no podía creerlo y que jamás se hubiera imaginado.

—Channie, yo...

—Tranquila, lo resolveremos —la interrumpió besando suavemente el dorso de su mano.

Y con esa promesa que no estaba seguro de si lograría cumplir, porque a él no le correspondía, el resto de la tarde pasó entre pequeños roces accidentales, bromas privadas y silencios cargados de algo que ninguno se atrevía a nombrar.


Cuando la noche llegó, Na-bi se acercó a Chan con cuidado y con completa naturalidad y una sonrisa sincera, deslizó sus manos por los hombros de él hasta entrelazar sus dedos detrás de su cuello. Las manos de él se posaron cálidamente sobre la cintura de ella mientras la miraba de una manera intensa.

Había algo diferente en la mirada de Chan, algo que antes no estaba allí y Na-bi no sabía si preocuparse o dejarlo pasar porque solo eran ideas suyas y estaba agotada de haber pasado toda la tarde a su lado entre risas y libros.

Ninguno habló. Solo se sostuvieron la mirada mientras se permitían perderse en la mirada del otro con ese brillo extraño que antes no estaba presente.

"Chan" apoyó su frente sobre el hombro de ella y con su aliento le hizo cosquillas a Na-bi. Esta dejó escapar una pequeña risa mientras con la palma de su mano derecha le acariciaba su espalda ancha.

—¿Qué sucede, Channie? —le preguntó con motas de preocupación en su voz— ¿No te sientes bien?

Él fingió tener tos y negó con su cabeza. No le gustaba ese apodo, porque ese no era su nombre pero no podía decírselo.

—Me duele la garganta —respondió a cambio, con una pequeña mentira.

Na-bi frunció sus cejas perfiladas y se apartó de él levemente con una mirada seria y una preocupación genuina.

—Lo sabía. Tu voz está más ronca de lo normal —dijo mientras tiraba de su mano para sentarlo en el taburete de la isla—. Déjame revisarte.

Él se colocó de pie rápidamente, mientras se reía suavemente y frotaba su cuello un poco frustrado. Desde que sus ojos habían visto a Na-bi por primera vez, no podía dejar de meter la pata y ponerse nervioso. No lo quería admitir, pero si continuaba así, pondría en riesgo su misión.

—No es necesario... —le dijo mientras se iba de camino al baño—... tomaré una ducha rápida.

Cerró la puerta detrás de él y comenzó a quitarse la ropa para meterse debajo de la ducha. En cuanto lo hizo, suspiró sintiendo el agua caliente relajar sus músculos que se habían puesto tensos por los extraños nervios que lo invadían.

Pero tan pronto como comenzaba a relajarse, se sobresaltó al escuchar la puerta abrirse de repente y con completa normalidad, Na-bi se sentó en el retrete mientras le hablaba a su pareja como si aquello fuera otra más de sus costumbres habituales.

Él sintió que su corazón latía desbocado mientras fruncía sus cejas y asomaba la cabeza tímidamente por las cortinas. Na-bi tenía sus codos apoyados sobre sus rodillas y su pantaloncillo junto con su ropa interior estaban en sus tobillos.

Volvió a esconderse detrás de las cortinas de la ducha cuando se dio cuenta del momento tan íntimo que estaba experimentando. Se sentía cohibido e invadido de una manera que jamás pensó experimentar y no pudo evitar preguntarse si las demás parejas de casados tenían el mismo nivel de confianza como la que ellos mantenían. Aunque él no era el esposo.

Jamás había tenido novias, solo relaciones casuales de algunos pocos encuentros, ni siquiera se esforzaba por aprenderse los nombres o enviarles un mensaje de texto. Pero ahora, se encontraba siendo forzado a soportar que invadieran su espacio personal y además, mantener una relación que no duraría por mucho más.

Después de los treinta minutos más incómodos de su vida, finalmente salió de la ducha y se cambió relevando el puesto a la mujer que por poco logra ver desnuda ante la acción repentina que había tomado de quitarse la blusa cuando pasó por su lado.

Exhausto, se acercó al amplió sofá y se dejó caer sobre él.

Cuando Na-bi estuvo lista, se encontró observándolo desde el umbral del salón.

Chan dormitaba en el sofá, con el mando de la televisión sobre el pecho, respirando de manera tranquila.

Había algo desgarradoramente vulnerable en él.

«¿Desde cuándo se veía así? ¿Desde cuándo mi corazón late tan rápido al mirarlo?», pensó Nabi, sintiendo un dolor dulce en el pecho.

Se llevó una mano a los labios, como si pudiera contener el torbellino de emociones que amenazaba con salir. La culpa la carcomía. No debería sentir que su novio, su Chan, era diferente. No debería sentir que... se estaba enamorando otra vez.

Sacudió la cabeza, apartando esos pensamientos.

Todo estaba bien. Solo necesitaban tiempo.

Todo volvería a ser como antes.

¿Verdad?

Con ese débil consuelo, Nabi apagó las luces y caminó por el pasillo, dejando atrás una noche cargada de silencios, suspiros y un amor que, sin saberlo, estaba comenzando de nuevo.

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