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𝟎𝟐 | ¿𝑁𝑜𝑟𝑜𝑒𝑠𝑡𝑒 𝑜 𝐷𝑒𝑠𝑚𝑜𝑛𝑑?

Deje de ser un Noroeste
hace mucho tiempo, no
me arrepiento

¿Por qué estás aquí?.

El hombre con sombrero lo mira con una pizca de desconfianza, no sabía que lo había traído de regreso.

¿No puedo visitar a un viejo amigo?.

¿Desde cuando somos amigos?. — Le reprocha Stan, frunciendo las cejas al verlo sonreír. — Si no mal recuerdo quisiste desmantelar la máquina.

Intentaba evitar algo catastrófico. — Dice desviando la mirada. — ¿Acaso no recuerdas que cuando lo hice me rompiste el brazo?.

Sí, pero tú me dislocaste el hombro.

Oh, es verdad. — Sus manos sostienen el sombrero del Pines.

Con movimientos suaves peina el cabello de Stan para después acomodar el sombrero.

El Pines se pierde en la mirada dorada del hombre, a pesar de los años seguía teniendo esa aura tan atrayente y envolvente que lo hacían perder la cabeza.

Entendía perfectamente por que él le habia dedicado tantas páginas de su diario.

¿Me sigues guardando rencor Stan?.

No podría hacerlo aunque lo intentara. — Admite derrotado, jamas le ganaria a esos sentimientos tan aborrecibles que le tenía. — ¿Qué harás cuando la máquina sea reactivada por completo? ¿te iras nuevamente?.

Sus labios se entreabren con sorpresa, la frase parece más un reproche pero aun así forzó una sonrisa.

¿Quieres que me quede?.

Sabes que si, yo incluso te ofrecí quedarte en la cabaña pero tu... simplemente te marchaste.

No quería irme. — Susurra mientras sigue acomodando el traje del Pines. — Pero... tampoco podía quedarme.

Observa su reloj, ya era tarde y debía asistir a una fiesta familiar.

Toma. — Busca entre su gabardina mientras le extiende tres invitaciones bañadas en oro. — Mi familia hace una fiesta cada año, así que te las entrego.

¿Como sabes que no las venderé?.

Porque confió en ti.

Que mala decisión.

Lo se. — Un pequeño silencio se forma entre ambos hasta que el hombre levanta el brazo en su dirección. — Stan, mi billetera, por favor.

A regañadientes el hombre le entrega su artículo mientras se cruza de hombros.

También quiero mi dinero. — Suelta un resoplido mientras le entrega el montón de billetes que tenía su cartera. — Gracias.

Una gran limusina entra a la mansión noroeste. La gente se llena de alegría pues saben que la fiesta a dado inicio.

El ya ha llegado.

Las grandes puertas son cerradas dejando su identidad en el anonimato.

Llegas tarde. — Le reprende el Noroeste.

Tenía algo que hacer, lo siento.

¿Que era tan importante para-?

Preston. — Interrumpe fastidiado. — Solo quiero saludar a mi sobrina.

El hombre se limita a acomodarse el saco mientras señala un pasillo en particular.

Dile que si ya termino su berrinche puede venir a disfrutar la fiesta.

«Desgraciado, bueno para nada»

Decide ignorarlo, y seguir la dirección que le ha dicho.

¿Pacífica?.

Camina por el largo pasillo notando la gran cantidad de cuadros que había sobre la familia Noroeste.

Desvía su atención al final del pasillo donde una luz parpadeante resalta detrás de la pintura que adornaba la pared.

Con pasos calmados se acerca a la pintura adentrándose en el estrecho lugar. La figura de Pacífica resalta en el oscuro cuarto, parece que ni siquiera ha notado su presencia.

Trata de ser sigiloso mientras se pone a un lado de la pequeña mientras observa lo mismo que ella.

Los retratos que representan a su familia.

Mentirosos, traidores y egoístas, Noroeste.

¿Hay espacio para mi?. — Pregunta en voz alta, asustando a la rubia.

¡Tio Damien!. — Se lanza a sus brazos mientras el hombre acaricia su cabello con gentileza. — ¡Si viniste!.

Bueno, esas treinta y cinco cartas surtieron efecto.

Me alegra tenerte aquí, todo salió mal y no se que hacer ni a quien contarle esto... ¡¡HABÍA UN FANTASMA!!.

La respiración de Pacífica se vuelve mas rapida de lo normal hasta que su tío cubre la mitad de su rostro.

Respira despacio.

El mayor respira con lentitud, esperando que su sobrina copie sus acciones.
Los ojos de la Noroeste se encuentran con los de el, puede verlo, preocupación genuina.

No puede evitar soltar algunas lágrimas sollozando contra la mano cálida de Damien.

Ya estoy aquí ¿de acuerdo?. — Lentamente retira su mano y la niña puede acurrucarse contra él con comodidad.

Los brazos del Desmond la rodean con fuerza, limitándose a consolarla.

Tio Damien.

¿Si?

Afuera había un fantasma que buscaba venganza contra nuestra familia.

Así que ya era momento, las profecías dan miedo.

Tu... ¿nunca intentaste abrir la puerta?.

Lo intente. — Confiesa. — Pero mi padre me golpeó tan fuerte que no pude moverme en días.

Los Noroeste son de lo peor. — Farfulla Pacífica. — Ojalá pudiera dejar este apellido como tu.

Por favor no. — Pide entre risas. — El motivo por el cual cambié mi apellido no fue por odio hacia la familia.

¿Entonces?

Fue por cobarde.

Antes de que pudiera seguir preguntando, un niño aparece en el cuarto parece exaltado y busca a su sobrina con insistencia.

¡PACÍFICA!. — Grita el niño con un diario en sus manos.

De inmediato se tensa cuando logra ver la portada, el debía pertenecer a la familia Pines.

¡El fantasma está convirtiendo a todos en madera!... hasta comenzó a decir rimas, no se porque ¡TE NECESITAMOS!.

¿Madera?. — Repite Damien confundido.

Dipper se sorprende al ver a otra persona pero queda absorto en los ojos dorados del Desmond.

«Es como si una ola de oro inundara sus ojos». Piensa, pero no podía distraerse. Tenía que llevar a Pacífica para que abriera las puertas y evitará que todos se convirtieran en seres de madera.

Pacifica. — La niña mira a su tío mientras ambos se ponen de pie. — Hoy el apellido Noroeste va a ser una decoración.

La pequeña rubia lo mira sorprendida al igual que Dipper, ambos niños contemplan la sonrisa del hombre.

Solo somos Pacífica y Damien.

Los tres salen del cuarto, están apresurados, esperando que el fantasma no haya lastimado a nadie.

¡YA ES MUY TARDE!. — Exclama el fantasma al ver a todo los invitados convertidos en madera. — ¡TODOS SON DE MADERA!

Damien cubre su boca con preocupación, escondiendo a los dos niños detrás de el, sin embargo, Dipper observa a su hermana convertida en una estatua de madera y la preocupación acelera su mente haciéndole correr hacia el fantasma.

¡No, espera!. — Le pide pero él niño ya se ha ido. — ¡Ahg! Eres igual que el.

Ambos observan cómo el pequeño acaba siendo convertido en madera. Damien observa como su sobrina se aferra a su traje

Ésta asustada.

Igual que el hace más de cincuenta años.

Oh, vaya... nunca me gusto experimentar el deja vu.

Se distrae cuando el leñador empieza a prender fuego.

¡Ey! ¡¿me recuerdas?!. — Grita Damien poniéndose frente al fantasma.

¡Un Noroeste!. — Exclama el ser a punto de convertirlo en madera.

¡Hoy abriremos las puertas!. — Grita, sorprendiendo al fantasma. — Yo cometí el error de permitir que mi familia controlara mis acciones, si hubiera sido un poco más valiente la maldición se hubiera roto hace años y habría un descanso eterno para ti... lo lamento.

Pacifica observa con atención, caminando hacia la palanca que permitiría la entrada al pueblo.

No seré yo quien abra las puertas, pero si miras atras podras notar a la Noroeste que hará la diferencia.

El fantasma puede observar a la joven rubia está ahí, tomando la palanca mientras lo mira fijamente.

Pacifica Elise Noroeste, deja esa palanca de inmediato. — Preston aparece junto a su esposa por debajo del suelo. — Y entra al refugio, tenemos mini-sandwiches, oxígeno y un mayordomo... luego lo comeremos a el. — Susurra.

Al ver que la niña no reacciona usa su campana esperando que surta efecto, pero eso ya no funciona, no hoy.

¿Por qué no funciona?.

Hay otras cosas que no funcionan. — Vocifera. — ¡Y yo voy arreglarlas!.

Finalmente, la mansión Noroeste abre sus puertas a la gente de Gravity Falls.

Y la gente que se habían convertido en madera regresaban a la normalidad.

El fantasma se regocija de alegría y comienza a rimar cosas sin sentido pero que lo hacen reír de igual forma.

Pacifica, tu no eres como los demás Noroeste. Ya siento que se hizo justicia.

Damien observa con asombro como el fantasma se deshace en polvo, una escena hipnótica hasta que el hacha cae peligrosamente cerca de el.

La observa con detenimiento hasta que algunas letras se forman en la parte inferior de la misma.

 "Damien, el príncipe triste". — Lee en voz alta sosteniendo el arma en sus manos. — Si, me representa.

Una sonrisa se forma en sus labios mientras observa a su alrededor.

La gente parece emocionada y hambrienta, sabe que están disfrutando de la fiesta al ver a tres chicas hundir la cabeza en queso y chocolate.

¡Tio Damien! ¡Tira esto, por favor!. — Parpadea un par de veces al tener una taza de chocolate en sus manos.

Hace lo indicado manchando la alfombra.

¿Esta no es..?

La alfombra favorita de mis padres. — Dice risueña.

Ambos estallan en risas mientras siguen tirando más cosas.

Tenemos que limpiar este desastre. — Dice el mayor.

Iré por alguien para que lo haga. — Tras pronunciar esas palabras sale corriendo en busca de alguna persona que pudiera ayudarles.

Su atención se desvía hacia un hombre que parece tener demencia. Tenía un sombrero exageradamente grande y su ropa parecía desgastada.

Parece ¿asustado?, sostenía un maletín extraño y corría hacia la salida.

Qué extraño, juraría que ya había visto ese maletín en alguna parte.

Levanta los hombros restándole importancia al suceso, nada malo podía ocurrir ahora.

A menos que Stan hiciera de las suyas, ¿verdad?.

MUEJEJE.
Me gustaría decir que Damien es más guapo desde el punto de vista de otros personajes, lo que más resalta de él son sus ojos dorados.

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