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🥀𝟕🥀

El sol de la tarde bañaba el campus con una luz cálida, proyectando sombras largas mientras los estudiantes iban y venían entre clases. En una de las mesas de piedra, Jimin estaba sentado junto a Taehyung y Soo Hee, quienes discutían animadamente las lecturas de la semana. Sus voces, llenas de bromas y quejas, se mezclaban con el bullicio del entorno, pero para Jimin eran un eco lejano.

Con un cuaderno abierto frente a él y un bolígrafo entre los dedos, su mente estaba en cualquier lugar menos ahí. Algo se sentía fuera de lugar. Miró sin rumbo fijo hasta que sus ojos se detuvieron en el camino principal.

Ahí estaba Soojin, caminando con aire triunfante, mientras Jungkook la seguía unos pasos detrás. El contraste entre ambos era innegable: ella irradiaba confianza, pero Jungkook llevaba su típica sonrisa despreocupada, una que esta vez parecía demasiado ensayada.

El estómago de Jimin se tensó. No entendía del todo por qué, pero no era solo Soojin lo que lo inquietaba; era Jungkook. Esa calma forzada, esa máscara... algo en él no encajaba. Intentó apartar la mirada, pero sus ojos volvieron a buscarlo casi de forma involuntaria.

—¿Todo bien, Jimin? —preguntó Soo Hee, sacándolo de sus pensamientos.

Él se recompuso al instante, esbozando una sonrisa rápida.

—Sí, solo recordé que tengo que preparar algo para la reunión de delegados.

La excusa sonó convincente, incluso para él. Taehyung entonces lo miró con picardía.

—Seguro estás pensando en tu nuevo mejor amigo, ¿no?

Jimin rodó los ojos, forzando una mueca de indiferencia.

—Claro, Tae. Ya estoy pensando en darle las llaves de mi casa.

Soo Hee rió y Taehyung le siguió, satisfecho con su broma. Pero Jimin apenas los escuchaba. Su mirada volvió al camino, justo a tiempo para ver a Jungkook alejándose solo. Sus hombros caídos y su andar lento hablaban de un peso que no podía ignorar.

Cerró el cuaderno de golpe, el sonido marcando el final de su debate interno.
"Déjalo ir," pensó, pero el impulso era más fuerte. Había algo en esa calma fingida que no lo dejaba tranquilo. "Solo quiero asegurarme de que esté bien," se justificó, como si eso explicara lo que estaba a punto de hacer.

Guardó sus cosas apresuradamente, sintiendo el calor subirle al rostro al notar las miradas curiosas de sus amigos.

—Voy al baño. —Su tono casual evitó cualquier sospecha.

—¡No tardes, Jiminnie! —bromeó Taehyung, mientras Soo Hee sonreía con complicidad.

Jimin se alejó con el pecho apretado y el rostro aún cálido.

El sendero del campus crujía bajo sus zapatos, el sonido amplificando la inquietud que lo consumía. Más adelante, Jungkook caminaba con la cabeza inclinada, las manos en los bolsillos, proyectando una despreocupación que no coincidía con la pesadez que parecía cargar.

"No lo estoy siguiendo... exactamente," se dijo, buscando excusas en su mente. Pero sabía que no era cierto. Algo en la forma en que Jungkook se movía, tan desconectado y a la vez tan presente, lo mantenía pegado a sus pasos.

Finalmente, Jungkook se detuvo en una pequeña área verde al borde del campus. Se apoyó contra una baranda oxidada y sacó su teléfono. Jimin frenó en seco, manteniéndose a cierta distancia. Había algo en su silueta que lo hacía parecer vulnerable, como si estuviera buscando algo o resignado a no encontrarlo.

Lo observó en silencio mientras Jungkook miraba su teléfono, suspiraba y lo guardaba de nuevo. Ese gesto, pequeño pero cargado de peso, era algo que Jimin no podía ignorar.

"Está bien," pensó, intentando convencerse. "Solo me aseguro de que esté bien y me voy." Pero antes de que pudiera moverse, Jungkook giró la cabeza. Sus ojos se encontraron, y el corazón de Jimin pareció detenerse por un instante.

La mirada de Jungkook no era dura ni molesta; tenía un toque de curiosidad, incluso diversión. Una sonrisa perezosa se dibujó en sus labios, esa que siempre parecía diseñada para desarmarlo.

—¿Me estás siguiendo, Ricitos? —preguntó con su tono juguetón, ese que lograba que Jimin se sintiera entre incómodo y atrapado.

Por un segundo, Jimin se congeló, pero rápidamente se recompuso. No iba a quedarse callado.

—¿Seguirte? —replicó, arqueando una ceja con fingida incredulidad—. No seas ridículo. Estaba... caminando.

Jungkook rió bajo, un sonido grave y tranquilo que parecía saber más de lo que decía. Dio un paso hacia la baranda, apoyándose en ella con una facilidad que solo aumentaba la tensión en el pecho de Jimin.

—¿Caminando? —repitió, alzando una ceja mientras su sonrisa se ensanchaba—. Justo por aquí. Qué coincidencia, ¿no?

Jimin apretó los labios, debatiéndose entre replicar o ignorarlo. Pero había algo en los ojos de Jungkook, esa mezcla de desafío y diversión, que lo hacía sentirse demasiado expuesto.

Suspiró, intentando recuperar algo de control.

—Si tienes algo que decir, hazlo rápido. Tengo cosas que hacer.

Jungkook inclinó la cabeza, evaluándolo con esa calma que parecía medir hasta dónde podía empujarlo. Luego señaló una banca cercana con un leve movimiento.

—Entonces siéntate, Ricitos. No me gusta hablar rápido.

Jimin dudó. Podía darse la vuelta y fingir que nunca había estado allí, pero algo en la mirada de Jungkook lo mantenía anclado. Ambos sabían que no iba a irse.

Con un suspiro resignado, Jimin caminó hacia la banca y se sentó al borde, con la espalda recta y las manos sobre las rodillas, como si estuviera listo para levantarse en cualquier momento. Jungkook, en contraste, se dejó caer en el otro extremo con la despreocupación de quien tiene el control, apoyando un brazo en el respaldo y jugueteando con una hoja seca.

—Ricitos, —comenzó Jungkook, girando la hoja entre los dedos—, ¿siempre caminas como un detective aficionado? Porque, déjame decirte algo: no eres nada discreto.

Jimin lo miró de reojo y ajustó sus gafas con calma antes de responder.

—¿Detective? Qué interesante. Yo lo llamo "coincidencia desafortunada". Pero tú podrías aprender a no asumir cosas. Eso sería un buen comienzo.

La respuesta hizo que Jungkook sonriera, esa sonrisa entre burlona y encantadora que siempre lograba desconcertar a Jimin.

—¿Asumir cosas? —repitió, fingiendo estar ofendido mientras se inclinaba hacia él—. Eso suena a que estás molesto, Ricitos. ¿Te molesta que haya descubierto tu pequeño paseo "accidental"?

Jimin apretó los labios, tratando de ignorar el tono juguetón que sabía que estaba disfrutando demasiado. Finalmente, suspiró.

—No estaba paseando sin rumbo. —Lo miró directamente, con un tono firme—. Estaba reflexionando. Algo que algunas personas hacen, aunque entiendo que para ti sea más fácil caminar por ahí fingiendo que tienes todo bajo control.

La sonrisa de Jungkook se amplió, pero esta vez parecía más genuina, como si disfrutara tanto del comentario como de la resistencia de Jimin.

—¿Reflexionando? —repitió, alargando la palabra mientras volvía su atención a la hoja—. Ahora estoy intrigado. ¿Sobre qué reflexionaba el delegado Park mientras "coincidía desafortunadamente" conmigo?

Jimin dejó caer la mirada al suelo, sintiendo el calor en su rostro. Sabía que responder solo alimentaría el juego de Jungkook, pero quedarse callado tampoco era una opción.

—Reflexionaba sobre cómo hay personas que disfrutan siendo insoportables. Y creo que acabo de encontrar al mejor ejemplo.

Jungkook soltó una carcajada genuina, inclinando la cabeza hacia atrás. Por un momento, la risa lo hizo parecer más humano, menos seguro de sí mismo.

—Touché, Ricitos. —Se giró hacia él con un brillo travieso en los ojos—. Pero déjame decirte algo: ese caos del que tanto te quejas... también tiene su encanto.

Jimin intentó ocultar una pequeña sonrisa, pero no pudo. Había algo en esta dinámica que, por irritante que fuera, también se sentía natural, como si este tira y afloja fuera su forma de bajar la guardia.

—¿Encanto? —replicó, alzando una ceja—. Me cuesta encontrarlo.

—Eso es porque estás demasiado ocupado ordenando todo a tu alrededor. —Jungkook lanzó la hoja al viento, observándola caer lentamente al suelo—. A veces deberías dejar que las cosas estén un poco fuera de lugar.

Jimin negó con la cabeza, pero una sonrisa traicionera curvó sus labios.

—¿Y qué gano con eso?

Jungkook se inclinó hacia él, con una mirada que parecía atravesar cualquier barrera.

—Tal vez descubrirías lo bien que se siente no tener que controlarlo todo.

Por un momento, Jimin no supo qué responder. La seguridad de Jungkook lo desconcertaba, como si supiera exactamente cómo desafiarlo. Pero no iba a quedarse atrás.

—¿Sabes qué creo? —dijo Jungkook de repente, inclinándose hacia adelante con la intensidad de alguien a punto de revelar un secreto—. Creo que, muy en el fondo, te mueres por romper tus propias reglas.

Jimin levantó la cabeza, sorprendido por lo directa que era la afirmación, pero no dejó que lo desarmara.

—Y yo creo que, muy en el fondo, tú te mueres por tener algo de disciplina.

El silencio entre ellos duró solo unos segundos, pero fue suficiente para que ambos entendieran cuánto disfrutaban de este intercambio. No era solo una conversación; era un juego que exploraba terrenos que raramente compartían con otros.

Jungkook rompió la tensión con otra carcajada genuina, sacudiendo la cabeza.

—Eres bueno en esto, Ricitos. Tal vez demasiado bueno.

Jimin arqueó una ceja y se recostó ligeramente en el respaldo de la banca, satisfecho con una sonrisa contenida.

—Alguien tiene que nivelar las cosas.

Por un instante, el aire entre ellos cambió. Aunque la conversación parecía ligera, había una profundidad inesperada, como si ambos dejaran caer sus defensas, aunque fuera solo un poco. Las miradas de Jungkook seguían siendo intensas, cargadas de algo que iba más allá del simple juego.

—Ricitos, de verdad... —dijo Jungkook, apoyando un brazo en el respaldo mientras lo miraba con una mezcla de curiosidad y diversión—. ¿Siempre eres así de formal? Empiezo a creer que duermes con el uniforme puesto.

Jimin lo miró de reojo, reprimiendo una sonrisa que amenazaba con escaparse. Aunque sabía que era una broma, el tono de Jungkook lo hacía sentirse extrañamente expuesto.

—Me disculparía por no ser una fuente constante de caos como tú, pero alguien tiene que mantener el orden en este mundo. —Su tono era seco, aunque un leve calor en sus palabras le quitaba dureza.

Jungkook soltó una risa suave, inclinándose hacia atrás con la despreocupación que siempre lo caracterizaba.

—El orden está sobrevalorado, delegado. Créeme, un poco de caos de vez en cuando no mata a nadie... bueno, no siempre.

Jimin negó con la cabeza, pero una pequeña sonrisa asomó en sus labios antes de que pudiera evitarlo. Había algo desconcertantemente cómodo en la interacción, como si las palabras fluyeran con una naturalidad que no solían permitirse.

Entonces, el tono de Jungkook cambió. Su voz bajó apenas, lo suficiente para que el ambiente se sintiera diferente.

—¿A mí también se me permite sentirme perdido de vez en cuando? —preguntó en un murmullo.

El cambio tomó a Jimin por sorpresa. Levantó la mirada y encontró a Jungkook observando un punto lejano, más allá de los árboles. Su habitual despreocupación se había desvanecido, y en su lugar había algo más tenso, más contenido.

—¿Perdido? —repitió Jimin, como probando la palabra.

Jungkook asintió, sus dedos jugueteando con el borde del banco.

—A veces desearía tener la claridad que tú tienes, Ricitos. Esa certeza de hacia dónde vas, lo que tienes que hacer. —Rió brevemente, pero el sonido era amargo, vacío—. Es como si todos esperaran que siempre tuviera un plan, que supiera qué hacer. Pero, siendo honesto... la mayoría de las veces ni siquiera estoy seguro de quién soy.

El nudo en el pecho de Jimin se apretó. Había algo profundamente humano en la confesión de Jungkook, algo que lo desarmó. Siempre lo había visto como alguien invencible, como si nada pudiera alcanzarlo. Pero en ese momento, Jungkook parecía más real que nunca, y su vulnerabilidad lo conmovió más de lo que quería admitir.

El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo, como si dijera más que cualquier palabra.

—Eso no es algo malo, ¿sabes? —dijo Jimin finalmente, su voz más suave que de costumbre.

Jungkook levantó la mirada, intrigado.

—¿Qué cosa?

—No saber. —Jimin sostuvo su mirada, aunque su corazón latía con fuerza bajo el peso del momento—. Dónde vas, qué camino tomar... A veces creo que lo importante no es tener todas las respuestas, sino seguir avanzando.

Las palabras quedaron flotando en el aire, dejando a Jungkook sin una réplica inmediata. Por primera vez en mucho tiempo, no tuvo algo listo que decir. Sus ojos permanecieron fijos en Jimin, oscuros y pensativos, como si intentara descifrar algo más profundo en lo que había escuchado.

Finalmente, sacudió la cabeza y dejó escapar una pequeña sonrisa, resignada y tenue.

—Okey, delegado, eso fue profundo. Tal vez demasiado para un martes por la tarde. —Su tono era ligero, pero en sus ojos brillaba algo más sincero que no lograba ocultar del todo—. No sabía que daban discursos motivacionales con el uniforme.

Jimin rodó los ojos, aunque una sonrisa suave curvó sus labios.

—Alguien tiene que ser el adulto en esta conversación.

Jungkook rió, un sonido ligero pero genuino. Sin embargo, sus ojos seguían fijos en Jimin un segundo más de lo necesario, como si midiera cuánto revelar.

—Eso suena a que te preocupas por mí, Ricitos.

El comentario hizo que Jimin volviera a rodar los ojos, pero su sonrisa lo traicionó, curvándose ligeramente. Cruzó los brazos, más para protegerse de lo que sentía que de lo que Jungkook decía.

—Nos conocemos hace poco, pero no me molestaría que, con el tiempo, me consideraras un amigo. —Su voz bajó un poco, cargada de una honestidad que no necesitaba adornar—. Incluso los chicos despreocupados pueden sentirse desorientados a veces. Y está bien, Jungkook.

El silencio que siguió no fue incómodo, pero sí pesado. Ambos parecían medir la distancia invisible que los separaba, las palabras que habían dicho y las que aún no podían expresar.

De repente, Jungkook se levantó con un movimiento fluido, rompiendo la quietud.

—Gracias, delegado. —Su voz era baja, pero genuina, como si esas dos palabras llevaran más peso del que aparentaban.

—Tal vez... tal vez te tome la palabra algún día.

Metió las manos en los bolsillos y comenzó a alejarse entre los árboles. Jimin lo observó hasta que su figura desapareció, incapaz de moverse, como si esas palabras hubieran dejado una huella difícil de borrar.

El eco de ese "tal vez" reverberaba en su mente, desconcertándolo. Había algo en el tono de Jungkook, en la forma en que lo dijo, que lo inquietaba, pero también despertaba algo más: curiosidad.

"Es raro que no esté bromeando tanto. ¿Le habrá pasado algo?" pensó mientras el viento acariciaba suavemente su rostro, arrastrando hojas secas que crujían bajo sus pies.

Con un suspiro, Jimin se levantó de la banca. Sacudió sus pantalones de forma automática y comenzó a caminar de regreso al bullicio del campus. Pero sin importar cuántos pasos diera, su mente seguía anclada al parque, repitiendo las palabras de Jungkook como un eco que se negaba a desvanecerse.

Cuando Jimin regresó a la mesa, Taehyung y Soo Hee lo recibieron con miradas expectantes. Taehyung arqueó una ceja con una sonrisa astuta, mientras Soo Hee lo observaba con una expresión tranquila, apoyando el mentón en su mano, como si esperara una confesión.

—No tengo tiempo para sus teorías absurdas. —Jimin cortó cualquier comentario antes de que comenzara y abrió su cuaderno, fingiendo concentrarse. Sin embargo, las palabras escritas frente a él no tenían sentido; su mente seguía atrapada en el parque, en Jungkook y su sonrisa que, inexplicablemente, ocupaba demasiado espacio en sus pensamientos.

Percibiendo la tensión, Soo Hee cambió de tema con naturalidad.

—Bueno, ya que el delegado estaba tan ocupado con su "viaje al baño", podemos retomar la pregunta: ¿qué especialidad elegiríamos si tuviéramos que decidir ahora mismo?

Taehyung se enderezó, animado por la invitación. Con un gesto teatral, simuló sostener un bisturí invisible.

—Fácil: cirugía. Ya me imagino en plena operación, salvando vidas dramáticamente.

Soo Hee rió con burla.

—Por favor, Tae. Te desmayaste en esa práctica de extracción de vesícula. Ni hablar de los puntos que te hizo Jimin; casi te caes al suelo.

—Detalles. —Taehyung agitó la mano como si no importara—. Todo es cuestión de práctica.

A pesar de sí mismo, una pequeña sonrisa asomó en los labios de Jimin. Las ocurrencias de Taehyung siempre lograban aligerar cualquier ambiente, incluso cuando no estaba de humor.

Soo Hee no dejó pasar la oportunidad de incluirlo. Ladeó la cabeza y lo miró con un brillo malicioso.

—¿Y tú, Jiminnie? Seguro ya tienes todo planeado. Algo como Cardiología, ¿verdad? 

Jimin levantó la mirada apenas un momento antes de responder, dejando su bolígrafo sobre la mesa con un gesto deliberado.

—Tal vez Pediatría. Me gusta la idea de trabajar con niños, aunque sea complicado.

Sus palabras, sinceras y sin adornos, rompieron por un instante el ritmo de la conversación. Soo Hee y Taehyung se miraron sorprendidos, antes de que Taehyung lo interrumpiera con una sonrisa burlona.

—¡Nuestro Jiminnie queriendo trabajar con niños! Por supuesto, algo que implique paciencia, reglas y más reglas. Lo llevas en la sangre.

Jimin no se quedó atrás.

—Claro, porque tú definitivamente estás listo para la presión quirúrgica, ¿no?

Antes de que la conversación pudiera desviarse demasiado, Soo Hee intervino con una de sus observaciones agudas.

—O podrías sorprendernos y elegir Psiquiatría. Quizás así entiendas qué te pasa últimamente, porque, admitámoslo, estás raro.

El comentario le arrancó una mirada fulminante, pero no respondió de inmediato. Aunque era una broma, las palabras lo golpearon de una manera inesperada. "¿Estoy raro?" pensó, ignorando el nudo que empezaba a formarse en su pecho.

Con un suspiro, volvió su atención al cuaderno, más para evitar el tema que por interés en estudiar. Pero las palabras seguían siendo un borrón, incapaces de competir con los pensamientos que giraban en su mente. Cerró el cuaderno con un movimiento lento, resignado.

Guardó sus cosas con precisión metódica, como si ese acto pudiera traerle claridad. Pero mientras cerraba la mochila, su mente seguía atrapada en el parque, en las palabras de Jungkook, y especialmente en las que no dijo.

—Si me permiten, yo debo irme a casa. —Su voz era tranquila, pero había una rigidez sutil, como si estuviera pisando un hilo tensado.

Soo Hee lo observó con una mezcla de diversión y empatía, estirándose mientras el sol teñía su rostro de un cálido tono dorado.

—No parece una mala idea. A este paso, yo también terminaré dormida aquí. —Su tono era ligero, pero su mirada permanecía fija en él—. ¿Seguro que estás bien? Has estado más callado de lo normal.

Jimin dudó. La forma en que Soo Hee lo miraba le hizo pensar que ella veía algo que él mismo no quería admitir. Pero sonrió, esa sonrisa calculada que sabía usar para desviar preguntas incómodas.

—Estoy bien, solo cansado. Nos vemos mañana.

Soo Hee lo estudió por un momento más, pero finalmente asintió con una sonrisa suave.

—Descansa, Jiminnie. Ya sabes que si necesitas algo, aquí estamos.

Antes de que pudiera responder, Taehyung apareció a su lado y le dio un empujón ligero en el hombro, su energía inagotable aliviando cualquier tensión.

—Sea la hora que sea, mándanos mensaje. Y si el demonio Park sigue poniéndote trabas, recuerda que soy el presidente del club de haters.

Soo Hee rodó los ojos, pero soltó una carcajada ligera mientras se alejaba con Taehyung, caminando hombro con hombro hacia el edificio principal.

Jimin observó cómo sus amigos desaparecían entre la multitud del campus. Siempre lo había desconcertado la facilidad con la que navegaban entre bromas y momentos serios, como si el mundo no les pesara tanto. Para él, en cambio, cada decisión, cada pensamiento venía cargado con un peso que no podía ignorar.

Ajustó la mochila en sus hombros y comenzó a caminar hacia la salida. Sus pies avanzaban por inercia, pero su mente estaba atrapada en otro lugar, reviviendo una y otra vez las palabras de Jungkook:

"Ni siquiera estoy seguro de quién soy."

La frase resonaba como un eco, entrelazándose con sus propios pensamientos. Había algo en esa vulnerabilidad que lo había desarmado, como si Jungkook hubiera puesto en palabras algo que él mismo no quería admitir.

Bajó la mirada al suelo, observando las hojas secas crujir bajo sus pies. Cada paso parecía subrayar el peso de las expectativas que lo rodeaban. Se detuvo un momento, alzó la vista hacia el cielo teñido de naranjas y rosados, y tomó una bocanada de aire, aunque no le trajo el alivio que buscaba.

"¿Por qué no puedo desconectar?" pensó, sintiendo el pecho apretado. No era solo Jungkook. Era todo: las bromas de Taehyung, la mirada inquisitiva de Soo Hee, las sombras de su padre que lo seguían como una constante. Todo se acumulaba, empujándolo a un punto que no sabía cómo manejar.

—Tengo que dejar de pensar tanto. —Susurró, como si decirlo en voz alta pudiera liberarlo.

Reanudó el paso, aunque sabía que no sería tan fácil. El bullicio estudiantil a su alrededor se convirtió en un ruido distante, incapaz de calmar el torbellino en su cabeza.

Al llegar al borde del campus, se detuvo de nuevo. Ajustó la mochila con un movimiento automático y levantó la vista hacia el atardecer, que parecía más pesado de lo normal. Soltó un suspiro que se mezcló con la brisa fría y siguió caminando. El ruido del campus quedó atrás, dejando solo el crujir de sus pasos.


En casa lo recibió el silencio, denso y familiar, como una manta que nunca lograba sacudirse. Cerró la puerta con cuidado, el clic del cerrojo resonando demasiado fuerte en la quietud. Dejó la mochila junto al perchero, el golpe apagado subrayando la ausencia de vida en el lugar. Permaneció inmóvil unos segundos, acostumbrándose a la quietud, hasta que un ruido distante rompió la monotonía: pasos en la cocina y el tintineo de una taza.

Avanzó con cautela, cada paso tensando su cuerpo como si anticipara un choque inevitable. En la cocina, Park Daejun, su padre, estaba de pie junto a la mesa, una taza de café en la mano. Su postura seguía siendo imponente, aunque los años comenzaban a erosionarla: hombros encorvados, un rostro cansado, y un ceño perpetuamente fruncido.

Jimin se detuvo en el umbral, como si cruzarlo significara entrar en terreno hostil. Su padre estaba allí, pero la distancia emocional entre ellos llenaba la habitación. El aroma amargo del café flotaba en el aire, denso y familiar. Era una escena que había vivido demasiadas veces, un déjà vu tan pesado como doloroso.

Daejun no se giró por completo al percibirlo; apenas inclinó la cabeza, un gesto mecánico que era todo menos cordial.

—Llegaste temprano —comentó, su tono plano, vacío de cualquier emoción que pudiera dotar de peso a las palabras.

Jimin dejó la mochila contra la pared, el leve ruido apenas perturbando el silencio. Se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos como si buscara protegerse. Intentó parecer relajado, pero sus hombros tensos lo traicionaban. Con su padre, cada conversación era como caminar sobre hielo quebradizo.

—Las clases terminaron antes —respondió, su voz calculada, buscando equilibrio en un terreno que sabía inestable.

Daejun asintió casi imperceptiblemente mientras enjuagaba un vaso con movimientos meticulosos. Ese perfeccionismo implacable era algo que Jimin conocía demasiado bien; lo había aprendido desde niño, aunque nunca había entendido del todo si era una virtud o una carga. Finalmente, su padre giró hacia él, apoyándose en la mesa con la taza aún en la mano.

—¿Y qué tal van las cosas? —preguntó. Su voz, desprovista de interés, convertía la pregunta en una simple formalidad.

Jimin sostuvo su mirada unos segundos, notando los ojos calculadores que parecían buscar fallos en cada palabra o gesto. Tragó saliva antes de responder.

—Bien.

La palabra flotó en el aire, ligera, hueca. Daejun bebió un sorbo de su café, su expresión inescrutable, y luego dejó la taza sobre la encimera con más fuerza de la necesaria.

—"Bien" no es suficiente. Ya sabes eso.

El comentario cayó como un golpe. Esa frase era un eco de muchas otras que habían moldeado su infancia: "Esfuerzo sin resultados no sirve de nada." "Ser bueno no basta." Eran palabras que formaban los barrotes de una prisión invisible en la que Jimin se había acostumbrado a vivir.

Apretó la mandíbula, sus dedos cerrándose en un puño contra el marco de la puerta. Las emociones eran un nudo tenso en su pecho, pero logró mantener la voz firme.

—Estoy haciendo todo lo que puedo.

Su padre soltó una risa seca, apenas un bufido, y dejó la taza sobre la encimera con un golpe que resonó como un juicio silencioso.

—¿Todo lo que puedes? —repitió, el sarcasmo en su voz como una daga bien afilada—. Ser médico no es algo que se hace "lo mejor que puedes". Es algo que se hace bien, o no se hace en absoluto.

Las palabras lo golpearon directo al pecho. Había escuchado ese discurso tantas veces que casi podía predecirlo, pero esa noche, algo dentro de él se rebeló. Sentía un calor extraño, una chispa que no podía ignorar.

Por un momento, contempló la posibilidad de responder. De decir algo que rompiera ese ciclo interminable de expectativas y decepciones. Pero el peso de los años lo detuvo. Cerró los ojos y tomó aire, intentando contener la tormenta que se agitaba en su interior.

—¡Estoy dando todo lo que tengo! —exclamó finalmente, su voz cortando el aire como un relámpago.

El eco de sus palabras llenó la cocina, arrastrando consigo una tensión que se volvió casi insoportable. Daejun lo miró con frialdad. Sus brazos se cruzaron frente a su pecho y su expresión se endureció.

—¿De verdad? Porque no lo parece. Últimamente estás más distraído que de costumbre.

Las palabras encendieron una chispa de frustración en Jimin, una que había intentado sofocar por años.

—No estoy distraído —dijo, su tono afilado—. Solo tengo muchas cosas en la cabeza.

Daejun arqueó una ceja, incrédulo. Dio un paso hacia él, inclinándose levemente, como si buscara intimidarlo desde esa posición de autoridad.

—¿Cosas? —repitió, su voz gélida—. ¿Qué podría ser más importante que tus estudios?

La pregunta lo golpeó como una roca lanzada con precisión. Jimin sintió cómo el calor subía por su cuello, teñiéndole el rostro. Las emociones eran una corriente desbordada.

—¡No todo es blanco o negro! —soltó Jimin, su voz vibrando con un sarcasmo que cortaba el aire—. ¡Hay cosas que no se resuelven solo "enfocándote"!

El rostro de Daejun permaneció inmutable, pero sus ojos se afilaron y su mandíbula se tensó, marcando con precisión el inicio de su irritación. El golpe seco de la taza al chocar contra la encimera resonó en la cocina, un eco tan frío como la tensión que impregnaba el ambiente. Cuando habló, su voz era baja, casi un murmullo afilado, cargado de una ironía helada.

—Eso suena a excusa. Y las excusas no te llevarán a ningún lado.

Las palabras lo atravesaron como un golpe inesperado, directo al pecho. Algo dentro de Jimin se desgarró, un nudo que había estado apretándose durante años finalmente cediendo bajo la presión. Antes de que pudiera detenerse, avanzó un paso, sus hombros rígidos, y habló, su voz temblorosa pero cargada de una intensidad que no podía contener.

—¡¿Sabes qué creo?! —su mirada se clavó en la de su padre, desbordada de rabia y dolor—. Creo que te importa más la idea de que yo sea "perfecto" que lo que realmente me pasa.

El silencio que cayó fue absoluto, como si el aire mismo hubiera sido arrancado de la habitación. La cocina, que minutos antes solo contenía el eco de tensiones cotidianas, se llenó ahora de un vacío opresivo. Jimin sintió su propio corazón latiendo desbocado en los oídos. Por un instante, creyó ver algo fugaz en el rostro de su padre: sorpresa, quizá un atisbo de duda. Pero desapareció tan rápido que casi pudo haberlo imaginado.

—¿Eso crees? —replicó al fin, sus palabras impregnadas de sarcasmo—. Te crié para que fueras fuerte, para que no te quebraras ante cada obstáculo. Pero parece que no aprendiste nada.

—¡Sí! —continuó Jimin, su voz ganando fuerza como si hubiera encontrado una grieta en el muro—. ¡Y no es por mí, es por ti! Porque necesitas que yo haga todo bien para sentir que no fallaste en algo.

Las palabras cayeron como un rayo, cargadas de una verdad tan cruda que dejaron a Jimin sin aliento. Daejun parpadeó, un movimiento breve y tenso. Parecía que iba a responder, pero, en lugar de eso, una risa seca escapó de sus labios. Era un sonido breve, carente de calidez, tan amargo que hacía que la distancia entre ambos se sintiera aún más insalvable.

La rabia subió por el pecho de Jimin como un fuego imparable. Dio otro paso hacia adelante, acercándose a su padre. Su mirada era fija, implacable, llena de una determinación que había estado construyéndose en silencio durante años.

—¡No soy el problema! —gritó, su voz resonando como una explosión en la habitación—. ¡El problema es que tú siempre me ves como una extensión de ti! Como si lo único que importara fuera cumplir con tus expectativas.

Daejun no se movió. Su rostro parecía cincelado en piedra, pero había una tensión en su mandíbula que traicionaba su control. Dio un paso hacia él, señalándolo con un dedo que parecía tan afilado como sus palabras.

—Mis expectativas son lo que te mantienen en el camino correcto, Jimin. Si no fuera por eso, ¿qué serías?

La pregunta cayó como un puñetazo directo. Jimin sintió que el aire se escapaba de sus pulmones, como si las palabras de su padre hubieran vaciado algo dentro de él. Por un momento, no encontró respuesta. Pero entonces, desde un rincón profundo de su ser, algo ardió con una intensidad renovada.

—¡Tal vez sería alguien que no vive con el miedo constante de fallar! —espetó Jimin, cada palabra saliendo como un golpe que llevaba años acumulándose.

La confesión quedó suspendida en el aire, pesada, como si aplastara cada rincón de la cocina. Jimin temblaba ligeramente, sus manos cerradas en puños mientras el eco de su propia voz resonaba en sus oídos. Estaba exhausto, pero sabía que ya no podía retroceder. Lo dicho estaba ahí, expuesto como una herida abierta.

Daejun permaneció inmóvil, su mirada dura, como una estatua impenetrable. El silencio no era un vacío, era un muro que crecía entre ellos, implacable. Por un instante, Jimin creyó que su padre iba a ceder, pero el muro se mantuvo intacto, como siempre.

El silencio se volvió casi físico, cargado con lo que ninguno de los dos sabía cómo expresar. Jimin no lograba descifrar la mezcla en los ojos de su padre: frialdad, sí, pero también una sombra enterrada de frustración, tal vez incluso dolor.

Las manos de Jimin temblaban aún, aunque apenas perceptibles. Frente a él, Daejun seguía rígido, sus músculos tensos y la mandíbula apretada, como si luchara por contener algo. Por primera vez, Jimin notó una grieta en la fachada inquebrantable de su padre. Una pequeña fractura, pero suficiente para ser visible.

Por un momento, Jimin sintió algo que no reconoció de inmediato: ¿triunfo? Quizás. Pero fue fugaz. La carga en su pecho seguía ahí, pesada e inamovible, y el vacío que quedó tras su confesión era tan aplastante como el miedo que había sentido antes.

Daejun era un hombre construido a base de disciplina y sacrificio. Su vida giraba en torno a la perfección profesional, una meta obsesiva que lo había consumido. Pero los años le habían demostrado que incluso la perfección tenía límites. Las noches interminables y los errores imborrables habían dejado cicatrices que prefería ignorar.

En lugar de enfrentarlas, había trasladado esa carga a Jimin. Su hijo no era solo un estudiante prometedor, era un proyecto, una extensión de su propia ambición. Cada crítica y cada exigencia habían sido justificadas como preparación, sin notar que para Jimin eran cadenas. Lo que para Daejun era amor y guía, para Jimin era un peso que lo aplastaba cada día más.

Ese peso estaba ahí ahora, en la tensión de los hombros de Daejun y en el aire denso de la cocina. Pero por primera vez, Jimin lo había rechazado. Y aunque dolía como si algo profundamente arraigado estuviera siendo arrancado, también sintió algo nuevo: una pequeña bocanada de aire.

Daejun no respondió de inmediato. Su mirada seguía fija en Jimin, y por primera vez no hubo reproches ni correcciones. Las palabras de su hijo parecían haberlo golpeado de un modo que no esperaba, dejándolo sin nada que decir. Sus dedos tamborileaban ligeramente contra la encimera, pero el silencio, esa ausencia de palabras, era lo que más desconcertaba a Jimin.

Jimin había esperado una explosión, una reacción que confirmara lo que siempre había creído de su padre. Pero lo que recibió fue algo más desconcertante: un silencio pesado, opresivo, más insoportable que cualquier reproche.

El tiempo parecía detenido, y la cocina, más pequeña. Finalmente, Daejun desvió la mirada. Tomó su taza de café con un movimiento lento, la levantó a medias, pero no bebió. Sus hombros seguían tensos, su postura rígida, como si luchara por contener algo que no quería dejar salir.

Cuando habló, su voz fue firme, controlada, pero carente de cualquier matiz de emoción.

—La vida no es un juego, Jimin. No puedes darte el lujo de tropezar. Esos "miedos" de los que hablas... son necesarios. Te hacen mejor.

Jimin rió, una risa amarga y seca que no alcanzó sus ojos. Negó con la cabeza mientras apartaba la mirada.

—No me hacen mejor. Me hacen sentir que nunca voy a ser suficiente.

La confesión salió más baja, casi un susurro, pero la vulnerabilidad en su voz era tan cruda que le dolió más de lo que esperaba.

Daejun no respondió de inmediato. Su máscara de severidad permanecía intacta, pero algo en su mirada se agitó: una duda, un destello de algo que desapareció antes de que Jimin pudiera descifrarlo.

—No sabes lo que estás diciendo —dijo finalmente, su tono bajo, pero aún cortante—. Hablas como si entendieras lo que significa tomar decisiones difíciles.

La risa de Jimin rompió el aire como el chasquido de un cristal al quebrarse.

—¿Difíciles? —repitió, con un sarcasmo que parecía afilado como un cuchillo—. ¿Esa es tu excusa para todo? Decisiones difíciles que nadie puede cuestionar porque tú siempre tienes la razón, ¿verdad?

Daejun dio un paso hacia él, dejando la taza sobre la mesa con un golpe seco que resonó en la cocina.

—Te estás pasando, Jimin.

—¿Y qué? —replicó, su voz temblorosa pero firme—. ¿Qué vas a hacer? ¿Callarme como haces con todo? ¿Huir a la próxima cirugía para no lidiar con esto?

La mandíbula de Daejun se tensó, y sus labios se apretaron en una línea rígida. Pero no respondió. En su lugar, lanzó esa mirada que siempre usaba para intimidar, la que antes era suficiente para silenciarlo. Esta vez, sin embargo, Jimin no retrocedió.

—Siempre es lo mismo contigo. —Su tono bajó, pero no perdió la dureza mientras señalaba a la mesa y luego a la puerta—. Todo se trata de lo que aparentamos, de lo que tú crees que deberíamos ser. Nunca te importa cómo estoy, lo que siento. Solo te importa que siga el maldito guion que tienes en tu cabeza.

El sonido de la respiración pesada de Daejun rompió el silencio, pero el filo en su voz permaneció intacto.

—No tienes idea de las cosas que he sacrificado por ti. Por esta familia.

Jimin rió de nuevo, una risa breve y seca, carente de cualquier humor.

—¿Sacrificado? —dio un paso hacia él, su mirada encendida de furia—. ¿Qué sacrificaste exactamente, papá? Porque todo lo que veo es a un hombre tan obsesionado con ser un "ejemplo" que se olvidó de ser un padre.

La frase golpeó directo. Daejun apretó los puños, sus manos temblando ligeramente a los costados. Cuando habló, su voz era baja, controlada, pero cortante.

—Todo lo que hago, lo hago por esta familia.

—¿De verdad? —Jimin disparó, su sarcasmo tan frío que parecía helar el aire entre ellos—. Porque no lo parece. Apenas estás aquí, y cuando lo estás, solo hablas de lo que hago mal. ¿Eso es hacer algo por la familia? ¿Eso es ser un padre?

El silencio volvió a llenar la habitación. Una guerra de voluntades se libraba entre ambos, pero ninguno cedía terreno. Finalmente, Daejun rompió el silencio, y aunque su voz era contenida, llevaba una carga explosiva.

—He hecho más por esta familia de lo que tú siquiera puedes imaginar.

Jimin dejó escapar una exhalación incrédula, una mezcla de rabia y frustración.

—¿Ah, sí? —su tono bajó, cada palabra cargada con un filo doloroso—. ¿Así como lo hiciste con mamá?

El golpe fue certero. Daejun lo miró, sus ojos encendidos con una mezcla de sorpresa y furia. Su boca se abrió, como si estuviera a punto de responder, pero algo en su garganta pareció detenerlo. Sus puños se cerraron aún más, las venas marcándose en sus manos.

—No metas a tu madre en esto. —Su tono era firme, pero había una grieta en su voz, un tambaleo casi imperceptible que delataba lo que intentaba ocultar.

Jimin entrecerró los ojos, su pecho subiendo y bajando con fuerza.

—¿Por qué no? —su voz, baja pero venenosa, cortó el aire—. Siempre hay algo de lo que no se puede hablar contigo. ¿Por qué nunca hablamos de ella? ¿Por qué tienes que controlar todo?

El silencio cayó como una losa. Daejun se mantuvo rígido, pero sus ojos, por un instante, perdieron algo de dureza. Jimin lo miraba fijo, los labios apretados, los hombros tensos, esperando una respuesta que sabía que no llegaría.

Finalmente, su padre suspiró y pasó una mano por su cabello, su postura cediendo apenas.

—No se trata de control, Jimin. Se trata de protegerte.

Jimin dejó escapar una risa breve, amarga, llena de cansancio.

—¿Protegerme? —repitió, con incredulidad clavada en su mirada—. No necesito que me protejas. Necesito que seas honesto. Pero, claro, eso sería demasiado pedir.

Daejun cerró los ojos un instante, como si buscara paciencia. Cuando volvió a abrirlos, su rostro lucía agotado, y su voz, aunque firme, cargaba el peso de años de tensión contenida.

—Las cosas no siempre son simples, Jimin. Hay cosas que, por más que las expliques, no cambian lo que pasó.

Jimin cruzó los brazos, su mirada helada.

—¿Y qué se supone que haga con eso? —respondió, su voz tan fría como su mirada—. ¿Seguir fingiendo que todo está bien cuando no lo está?

Por un momento, ambos permanecieron en un duelo silencioso, las palabras de Jimin flotando como una acusación que ninguno de los dos podía ignorar. La barrera invisible entre ellos se sentía más densa que nunca. Daejun abrió la boca, como si fuera a responder, pero las palabras se atoraron en algo más profundo.

Finalmente, apartó la mirada y exhaló con pesadez.

—Haz lo que quieras, Jimin. —Su tono fue bajo, cortante, cada palabra como un filo helado—. Si fallas, será tu problema, no el mío.

El golpe fue seco, inesperado, dejando a Jimin paralizado por un instante. No era solo lo que dijo, sino la indiferencia en su tono, como si realmente no le importara. La rabia y el dolor se enredaron en su pecho, apretándolo con una intensidad que apenas le permitía respirar.

Finalmente, exhaló, dejando salir su frustración con un susurro lleno de resignación.

—Olvídalo. No importa. Nunca importa.

Jimin salió de la cocina sin esperar respuesta, sus pasos resonando con fuerza, cargados de frustración. Caminaba como si tuviera un rumbo claro, pero su mente giraba en círculos, atrapada entre la rabia, la tristeza y un vacío que no dejaba de crecer.

Al llegar a su habitación, cerró la puerta con un portazo que reverberó por el pasillo, como si marcara el final de algo. Se dejó caer sobre la cama, hundiéndose en el colchón mientras su respiración seguía irregular. Cerró los ojos, buscando consuelo en la oscuridad, pero las palabras de su padre regresaron como un eco persistente.

"Haz lo que quieras. Será tu problema, no el mío."

Jimin apretó los puños contra las sábanas, su mandíbula tensa mientras intentaba ahuyentar esos pensamientos. Pero las emociones seguían ahí, ardientes y crudas, como brasas imposibles de apagar.

—¿Por qué siempre tiene que ser así? —murmuró al techo, su voz apenas un susurro cargado de cansancio.

El silencio de su habitación, que solía ser un refugio, ahora se sentía opresivo. Las paredes parecían cerrarse, atrapándolo en un espacio lleno de expectativas rotas y palabras no dichas. Cerró los ojos de nuevo, pero lo único que encontró fue la voz de Jungkook, clara y vulnerable:
"Ni siquiera yo sé quién soy la mitad del tiempo."

Esa confesión lo golpeó de nuevo. Jungkook había expresado en pocas palabras lo que él nunca se había atrevido a admitir.

Se pasó una mano por el cabello, intentando calmar su mente, pero sus pensamientos se desbordaban: su padre, las dudas que Jungkook había despertado, la sensación de estar perdiendo el control. Finalmente, se levantó, cada movimiento sintiéndose más pesado de lo que debería.

Encendió la lámpara de su escritorio, pero la luz cálida solo iluminó sus libros abiertos, una extensión de las expectativas que lo perseguían. Se sentó, tomó un bolígrafo y lo giró entre los dedos, buscando anclarse.

"No puedes controlar lo que otros hacen o dicen, pero puedes controlar tu esfuerzo."

Ese mantra, repetido tantas veces, había sido su refugio en días como este. Abrió un libro al azar y trató de leer. Una página a la vez, se dijo. Solo una página.

Pero las palabras no se asentaban. Las líneas bailaban frente a sus ojos mientras su mente regresaba al mismo lugar: las críticas de su padre, el eco de su voz, y, detrás de todo, las palabras sinceras de Jungkook.

"Haz lo que quieras."

"¿Y si lo que quiero es dejar de sentir esto?" pensó, aunque no estaba seguro de qué significaba "esto". Tal vez el peso constante, tal vez el vacío que crecía dentro de él. O tal vez, simplemente, todo.

Tras varios minutos mirando páginas sin leerlas, dejó caer el bolígrafo con un suspiro. Sabía que esa noche no lograría concentrarse. Su cabeza era un ruido constante, y por más que intentara ignorarlo, las palabras de su padre seguían clavándose como agujas.

Tomó su teléfono del borde de la mesa y lo desbloqueó por inercia. La pantalla se iluminó con la conversación grupal de Taehyung y Soo Hee, llena de memes y bromas absurdas. Una pequeña sonrisa asomó en sus labios. Por un instante, agradeció que, incluso en medio del caos, sus amigos supieran cómo hacerlo sentir que no estaba solo.

Con un movimiento rápido, escribió:
"Gracias por siempre estar ahí. No saben cuánto lo aprecio."

Los tres puntos que indicaban que alguien escribía aparecieron de inmediato.

Taehyung fue el primero:
"¿Qué pasa? ¿Te pusiste sentimental? ¿Es el demonio Park? ¡Vamos a tu casa con pizzas ahora mismo!"

Soo Hee respondió poco después:
"Siempre estamos aquí para ti, Jimin. Avísanos si necesitas algo, ¿sí?"

La sonrisa de Jimin se suavizó al leerlos. Aunque no planeaba aceptar la oferta de Taehyung esa noche, el simple hecho de que estuvieran dispuestos a aparecer en su puerta le quitó algo de peso del pecho.

Pero entonces, casi sin querer, su mirada se deslizó hacia otro chat: el de Jungkook. La ventana estaba prácticamente vacía, salvo por un meme que Jungkook le había enviado el día anterior. Sus dedos quedaron suspendidos sobre la pantalla mientras debatía si escribir o no.

Finalmente, dejó escapar un suspiro y comenzó a teclear:
"Gracias por lo de hoy. Sé que bromeas mucho, pero creo que hablabas en serio cuando dijiste que a veces te sientes perdido. Si alguna vez necesitas hablar, puedes contar conmigo."

Leyó y releyó el mensaje antes de presionar "Enviar". Apenas lo hizo, un nerviosismo extraño se instaló en su pecho, como si hubiera cruzado una línea que no estaba seguro de querer cruzar. Dejó el teléfono sobre la mesa y se recostó en la silla, cerrando los ojos. Tal vez no podía controlar todo lo que lo rodeaba, pero ese pequeño gesto era algo que sí podía decidir.

El zumbido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Jungkook había respondido:
"Eso suena mucho a que te preocupas por mí, Ricitos. Tendré que acostumbrarme a esto."

Jimin rodó los ojos con una mezcla de resignación y alivio. Era tan típico de Jungkook que no pudo evitar sonreír. Pero justo cuando estaba a punto de dejarlo ahí, algo en su pecho le pidió ser más honesto.

Sus dedos se movieron antes de que pudiera detenerlos:
"Es porque me siento igual ahora mismo."

El mensaje era corto, simple, pero cargado de un peso que Jimin apenas había reconocido. Lo envió, y el pequeño tick apareció en la pantalla. Entonces, la espera. Su corazón latía con fuerza, llenando el silencio de la habitación.

Jungkook respondió más rápido de lo que esperaba:
"Entonces, parece que somos dos. Pero no te preocupes, Ricitos, en el caos soy un experto. Tal vez pueda compartir algunos trucos contigo."

Una risa suave escapó de Jimin, casi inaudible en la quietud de la noche. Era extraño cómo alguien tan diferente a él podía hacerlo sentir menos solo con unas pocas palabras.

Escribió de nuevo, esta vez con ligereza:
"Tal vez. Pero no esperes que siga tus métodos de caos."

Jungkook contestó al instante:
"Solo espera. Puede que te sorprenda."

Jimin apagó la lámpara del escritorio y se dejó caer sobre la cama, con el teléfono en una mano y la otra sobre su pecho. Su respiración era lenta y constante mientras miraba el mensaje enviado a Jungkook. No había respuesta inmediata, pero no le importaba. Sabía que esas palabras habían llegado al lugar correcto.

Al otro lado de la ciudad, Jungkook estaba sentado en el borde de su cama, el tenue brillo del teléfono iluminando su rostro. Había releído el mensaje varias veces, tamborileando los dedos contra su rodilla. No era que no supiera qué responder, simplemente, había algo reconfortante en esa conexión silenciosa que se había formado entre ellos.

"Es porque me siento igual ahora mismo."

Esas palabras seguían resonando en la mente de Jungkook. Eran simples, pero cargadas de un peso que entendía demasiado bien. No necesitaban análisis ni explicaciones; bastaba saber que alguien más lo comprendía. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que podía dejar de lado la máscara de despreocupación.

Para Jimin, esa noche no era diferente a muchas otras: libros abiertos sobre el escritorio y el vacío rondando en su mente. Pero algo había cambiado. La conversación con Jungkook había dejado un rastro, un hilo invisible que conectaba sus mundos opuestos.

Para Jungkook, la idea de que alguien como Jimin —tan estructurado y disciplinado— se preocupara por él era desconcertante, pero también liberadora. Por primera vez, no sentía la necesidad de llenar el silencio con palabras vacías. La conexión entre ellos hablaba por sí sola.

Ambos estaban atrapados en sus propios laberintos, enfrentándose a sus fantasmas. Pero esa conexión, pequeña y frágil, les ofrecía un respiro. No era una solución, pero era un comienzo. Una grieta en el muro, una ventana por donde respirar.

Jimin dejó el teléfono en la mesita de noche y cerró los ojos. Las palabras de Jungkook seguían flotando en su mente, pero esta vez no le inquietaban. Le traían calma. Mientras tanto, en otro lugar, Jungkook soltó un suspiro, aliviado de no cargar con todo el peso de su caos por una noche.

No entendían del todo lo que significaba esta conexión, pero no importaba. Por ahora, bastaba con saber que estaban ahí, uno para el otro, aunque no pudieran explicarlo.



🌟

Okeeey esto quedo más largo de lo que calcule me disculpo, es más incluso intente acortar un poco el capítulo pero no hubo caso jaja

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