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La luz del sol entraba por las persianas, delineando el caos habitual del cuarto de Jungkook: ropa sobre la silla, un casco junto a unos botines, y libros de contabilidad abiertos con páginas al azar. Era un desorden que, de alguna forma, nunca cruzaba la línea hacia lo desagradable, como si estuviera cuidadosamente descuidado.
La alarma sonaba por tercera vez, con un movimiento torpe, alargó un brazo desde debajo de las mantas y apagó el teléfono. Suspiró cargado de resignación.
8:47 AM
Tarde para un desayuno tranquilo, pero aún temprano para que el día no fuera un desastre total. Por ahora.
Se sentó al borde de la cama, dejando que el sueño se deslizara lentamente fuera de su cuerpo.
Con un suspiro más profundo, se puso un pantalón negro que colgaba del respaldo de la silla y buscó una camisa lo suficientemente presentable entre las prendas desperdigadas. Frente al espejo, sus manos anudaron la corbata de manera automática, aunque su mente estaba en otra parte.
Desde su habitacion que estaba subiendo unas escaleras podian escucharse los distintas gritos de sus padres, una rutina a la que estaba adaptado casi a la perfección.
—¡Siempre es lo mismo contigo! —La voz de su madre temblaba, notándose como hacia su máximo esfuerzo en no quebrarse.
—¿Qué esperas que haga? —respondió su padre, seco, plano, cargado resignación—. ¿Que me siente y finja que todo está bien?
—¡No te pido que finjas! Solo que intentes... algo. Por nosotros y por Jungkook.
El silencio que siguió fue más pesado que cualquier palabra. Posteriormente, el sonido del televisor se hizo presente, como siempre, había encendido el televisor para escapar de la conversación.
Jungkook apretó los dientes. Ese "nosotros." Una palabra que sonaba vacía, repetida por costumbre pero carente de significado. Sus manos, que habían pausado por un momento, ajustaron la corbata con un tirón más fuerte de lo necesario.
No quería escuchar más, estaba cansado de escucharlos.
—¿Por nosotros? —La risa amarga de su padre rompió el silencio—. Por favor. Ese "nosotros" dejó de existir hace tiempo... aparte sabes que Jungkook apenas me dirige la palabra.
Jungkook soltó un suspiro apretando la mandíbula mientras ajustaba la corbata por última vez y se colocaba algo de perfume.
Salió del cuarto con pocas ganas de enfrentarse al caos de abajo, pero no era como si tuviera otra opción.
Bajó las escaleras con pasos lentos, como si alargar el trayecto pudiera retrasar lo inevitable.
La cocina estaba oscura, a pesar de los parches de luz que el sol proyectaba sobre las paredes. Incluso la luz parecía fría, incapaz de suavizar el ambiente. Su madre estaba junto a la cafetera, sus temblorosas manos vertiendo café en una taza, mientras su padre seguía sentado, absorto en el televisor como si fuera la única cosa digna de atención.
La pantalla proyectaba un resplandor que acentuaba las líneas de cansancio en su rostro, creando un muro invisible entre ambos. Un muro que Jungkook sentía como una presión constante en el pecho.
Se sirvió café en una taza olvidada en el fregadero. No era el esfuerzo de limpiar lo que pesaba, sino enfrentar los pequeños rastros del aire tenso que impregnaba la casa.
"Ignóralos," se dijo Jungkook, un mantra que había repetido tantas veces que casi parecía automático. Pero incluso mientras el vapor del café subía desde la taza, no podía ignorar las palabras de su padre, que seguían resonando como un eco amargo: "Por nosotros y Jungkook."
Ese "nosotros" que ya no existía. Vacío. Un fantasma que aplastaba cualquier intento de reconciliación.
El ambiente lo obligaba a tomar partido, aunque nadie lo dijera en voz alta. Cada discusión era una batalla que lo dejaba en el fuego cruzado, invisible para ambos lados, pero no inmune a las heridas. Heridas demasiado profundas para ser vistas.
Jungkook tomó un sorbo del café, pero no tenía sabor, igual que todo lo demás en ese momento. Aferrarse al calor de la taza en sus manos era lo único tangible, lo único que lo anclaba mientras sentía cómo todo dentro de él se desmoronaba.
—Tu hijo ni siquiera da los buenos días, como siempre —soltó su padre, sin apartar los ojos del televisor, su voz cargada de desdén.
Jungkook apretó los labios. No dijo nada. Se levantó tratando de no romper el frágil equilibrio de la cocina. Con la taza en la mano, caminó hacia el microondas, intentando pasar desapercibido, queriendo simplemente calentar su café y desaparecer.
El zumbido del microondas rompió el incómodo silencio, llenando el aire con un sonido insignificante que, sin embargo, parecía amplificar el peso de todo lo que quería ignorar.
Cuando la máquina pitó, sacó la taza y volvió a su lugar con los ojos fijos en el café humeante, como si concentrarse en eso pudiera alejarlo de la atmósfera opresiva. Se sentó, apoyando los codos en la mesa, las manos alrededor de la taza.
"Ignóralos," repitió para sí mismo nuevamente, pero no era tan fácil. Las palabras de su padre, cargadas de amarga indiferencia, seguían girando en su cabeza como si buscaran un lugar donde incrustarse.
El zumbido de su teléfono rompió el momento, como un salvavidas inesperado. Jungkook sacó el dispositivo del bolsillo con movimientos rápidos, temiendo que el ruido atrajera atención innecesaria.
Un mensaje de Jimin.
Era un meme: Freddy Krueger en una situación absurda, con la leyenda: "Cuando no estudias para los exámenes, pero tus sueños también son una trampa mortal."
Una risa se escapó de sus labios antes de que pudiera detenerla. La risa cortó el silencio opresivo de la cocina, y por un momento, todo pareció detenerse.
Ambos se giraron hacia él. Su madre lo miró con curiosidad, mientras su padre fruncía el ceño, desviando la mirada del televisor lo justo para hacer evidente su desaprobación.
—¿Qué te parece tan gracioso? —preguntó su madre, pero su tono tenía un dejo de reproche, como si no entendiera cómo alguien podía reírse en medio de todo eso.
Jungkook se encogió de hombros, devolviendo la mirada al café.
—Nada. —Guardó el teléfono en el bolsillo sin añadir explicaciones.
Las miradas sobre él duraron unos segundos más. Su madre volvió al café y su padre al televisor, como si nada hubiera ocurrido.
Volvió a pensar en el mensaje. Recordó la noche anterior: el cibercafé, las bromas en el supermercado, las papas fritas que no estaban en la lista, y la cena improvisada que, por comparación, hacía que su hogar pareciera aún más frío.
Era extraño cómo un simple meme podía traer de vuelta esos recuerdos. Había algo en Jimin que lograba eso, algo en su manera de empujar a Jungkook fuera de su zona de confort sin hacerlo incómodo.
"¿Cómo alguien tan metódico puede ser tan divertido?" pensó, recordando la pequeña risa de Jimin mientras probaba el salteado. Una risa ligera pero genuina, con un eco propio que parecía llenar el espacio.
Tomó un sorbo de café, ahora tibio, mientras su mente divagaba hacia ese primer día de clases, el inicio de todo, y cómo, sin planearlo, Jimin había terminado convirtiéndose en el mejor punto de su semana.
El crujido de la silla de su padre lo devolvió al presente. El hombre apagó el televisor y se levantó sin mirar a nadie, dirigiéndose hacia la sala. Su madre permaneció junto a la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida, como si buscara algo en un lugar que no estaba allí.
Jungkook dejó su taza en el fregadero, viendo cómo el poco café restante caía por el desagüe. Se ajustó la corbata antes de dirigirse a la puerta.
—¿Te vas sin comer algo? —preguntó su madre, su voz suave pero cargada de cansancio.
De los dos, ella siempre había sido su refugio, su lugar seguro en medio del caos. Pero en momentos como este, cuando la tensión llenaba cada rincón de la casa, parecía que incluso ella lo olvidaba. Como si el peso de las discusiones la arrastrara a un lugar donde Jungkook no era más que alguien distante.
Y eso dolía más que cualquier palabra.
Por eso, lo mejor era evitarla. Cada despedida silenciosa era su escudo, aunque siempre le dejara un nudo en el pecho. Uno que no desaparecía, sino que permanecía, recordándole la distancia que no sabía cómo cerrar.
Con las llaves en la mano, la mochila al hombro y el casco bajo el brazo, Jungkook salió de la casa. Cerró la puerta con un clic seco, un sonido que intentaba ser definitivo, aunque nunca lo era del todo.
Se ajustó la corbata con un tirón nervioso, como si pudiera borrar la incomodidad que lo carcomía. Pero el gesto solo logró recordarle cuánto lo asfixiaba esa rutina: las discusiones, los silencios densos, la sensación de estar atrapado en un bucle interminable.
No miró hacia atrás. Nunca lo hacía. Pero, en el fondo, no podía evitar preguntarse si su madre seguía allí, observándolo desde la ventana, deseando, con una mezcla de esperanza y resignación, que las cosas fueran distintas.
El camino al taller mecánico estaba tranquilo esa mañana. Las calles apenas despertaban, los comercios levantaban sus cortinas, y el aroma a pan recién horneado flotaba en el aire frío.
Por un momento, ese olor lo llevó a recuerdos de su infancia: paseos tempranos con su madre, cuando aún había un "nosotros" en su hogar, cuando el silencio no era una barrera. Sacudió la cabeza, intentando deshacerse de ese eco del pasado.
Cada paso resonaba contra el pavimento, constante, casi terapéutico. El simple silencio lo envolvió, dándole la ilusión de que estaba solo en el mundo, lejos de los gritos y las palabras afiladas que todavía lo perseguían. Pero sabía que esa calma era frágil. Con cada zancada, el eco de las discusiones volvía, persistente, como si estuviera incrustado en su propia respiración.
"Es solo ruido," se dijo, pero sabía que no lo era. Era el peso de los años, de las palabras que seguían cortando incluso cuando ya no se pronunciaban.
El taller apareció al girar la esquina, tan familiar como siempre. El letrero desgastado colgaba torcido, y las manchas de aceite en la entrada parecían contar historias de cientos de arreglos pasados.
Jungkook dejó escapar una sonrisa tenue, pero genuina. Había algo reconfortante en esa familiaridad. Aquí no había gritos, ni juicios, ni preguntas incómodas.
Dentro, el caos habitual lo recibió con los brazos abiertos: el zumbido de herramientas eléctricas, el golpe seco de una llave inglesa, y el murmullo de un mecánico discutiendo con un cliente. Ahí todo era tangible, arreglable. No había silencios opresivos ni sombras emocionales acechándolo, solo herramientas, máquinas y personas demasiado ocupadas como para detenerse a preguntar demasiado.
—¡Jungkook! —La voz ronca del dueño lo sacó de sus pensamientos. Era un hombre robusto, con una camiseta vieja manchada de grasa y un trapo colgando del bolsillo trasero. Su sonrisa amplia, sincera, no necesitaba esfuerzo—. Llegas tarde.
—Eso es lo mío, hyung. —Jungkook alzó la mano en un saludo casual, devolviéndole la sonrisa mientras cruzaba la entrada como si fuera su territorio.
El mecánico soltó una risa sonora que llenó el taller más que cualquier herramienta.
—¿Cómo quedó? —preguntó Jungkook, apoyándose en el mostrador de madera gastada, sus dedos jugando con una esquina astillada.
—Mejor que cuando la trajiste. —El hombre arqueó una ceja, con un tono de reprimenda ligera—. Pero si sigues tratándola como un tanque de guerra, la próxima vez ni yo podré salvarla.
Jungkook dejó escapar una risa breve, encogiéndose de hombros.
—¿Eso incluye no intentar arreglarla yo mismo? —bromeó, arqueando una ceja.
El mecánico lo miró con sarcasmo afectuoso antes de lanzarle las llaves.
—Definitivamente incluye eso.
Jungkook atrapó las llaves en el aire sin esfuerzo, sus dedos cerrándose sobre el metal frío con agilidad automática.
—Gracias, hyung. —Su tono relajado escondía algo más que el mecánico captó, pero no mencionó.
Afuera, el aire fresco lo golpeó como una bienvenida áspera pero necesaria. El rugido del motor resonó en su pecho cuando encendió la moto, un sonido familiar que siempre lo calmaba. Una sonrisa genuina, aunque breve, apareció en sus labios.
—Mucho mejor. —Se ajustó el casco con un movimiento fluido antes de girar el acelerador.
El viento desordenó los mechones de cabello que escapaban del casco mientras avanzaba por las calles. Cada curva, cada rugido del motor, le daba una sensación de control que no encontraba en ningún otro lugar. El peso que había cargado toda la mañana comenzó a disiparse, aunque sabía que era solo temporal.
La velocidad borraba, aunque fuera momentáneamente, las sombras que lo seguían. Pero sabía la verdad. No podía huir de los ecos persistentes de las discusiones en casa. La moto no era una escapatoria, solo una ilusión de libertad, y eso le bastaba.
Al llegar al campus, apagó el motor y aparcó en su lugar habitual. Se quitó el casco con un movimiento rápido y lo colgó del manubrio antes de ajustarse la mochila. Un suspiro profundo escapó de sus labios, como si al soltar el casco también liberara parte de la tensión que llevaba encima.
El sol brillaba más alto, proyectando sombras nítidas sobre el pavimento. Mientras caminaba hacia los edificios, su postura cambió: los hombros relajados, la cabeza ligeramente inclinada, la chaqueta colgada despreocupadamente sobre un hombro.
La máscara de confianza y despreocupación volvía a ocupar su lugar.
Era un experto en esa máscara. Le servía para mantener alejadas las preguntas que no quería responder. A veces, incluso lograba engañarse a sí mismo. Pero mientras caminaba entre el bullicio del campus, algo en esa fachada empezó a tambalearse.
Las risas, las mochilas chocando, los pasos apresurados: el campus estaba vivo, lleno de movimiento. Jungkook mantenía su andar relajado, girando las llaves de la moto entre los dedos, un gesto casi inconsciente. Pero su mente estaba en otro lugar.
Los rostros a su alrededor eran un mosaico anónimo, pero su pensamiento seguía regresando al mismo punto. O, más bien, a la misma persona.
—¡Jungkook! —La voz de Eunwoo lo sacó de golpe de su ensoñación.
Giró la cabeza y vio a su amigo recostado contra una de las columnas, con Yoongi a su lado. Ambos tenían esa mezcla de calma y diversión que siempre lo hacía sentirse ligeramente expuesto.
—Te ves... pensativo —comentó Yoongi con su sonrisa perezosa, jugueteando con los auriculares alrededor de su cuello.
—¿Yo? Para nada. —Jungkook alzó las cejas, metiendo las llaves de la moto en el bolsillo tras un giro final. Era su manera de cubrirse, como siempre que alguien se acercaba demasiado.
Eunwoo rió brevemente, empujándolo ligeramente por el hombro.
—Típico. Cambias de tema porque sabes que tenemos razón.
—Claro, hyung, dime más sobre cómo me conoces mejor que yo. —Su tono burlón venía acompañado de una sonrisa relajada, esa que suavizaba cualquier confrontación.
—Es nuestra especialidad. —Yoongi encogió los hombros, sacando su teléfono sin apartar del todo la atención de la conversación—. Por cierto, ¿qué planes tienes esta noche? Hay karaoke en la residencia de Ingeniería que queda a unas calles. Dicen que alguien llevó un proyector.
—Karaoke, ¿eh? —Jungkook murmuró, fingiendo deliberar mientras se pasaba una mano por el cabello. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios—. Suena como una tragedia en camino.
—Exacto. Por eso será divertido. ¿Vienes? —preguntó Eunwoo con una sonrisa astuta.
—Lo pensaré. —Fue su respuesta estándar, aunque su mente ya estaba en otra parte.
Mientras sus amigos seguían hablando, imaginando los desastres del karaoke, Jungkook dejó de prestar atención. Sus ojos vagaron por los pasillos llenos de estudiantes, buscando sin querer algo. O a alguien.
Jimin.
El nombre apareció en su mente de forma tan clara que lo desconcertó. Recordó la manera en que los ojos de Jimin se enfocaban al organizar los productos en el supermercado, la risa genuina en el ciber café, y el calor inesperado de la cena improvisada en su cocina. Había algo en esos momentos que lo sacaba de su propio caos, que lo hacía sentir anclado.
Frunció el ceño, intentando alejar esos pensamientos. Pero no pudo. Mientras Eunwoo y Yoongi seguían bromeando, el contraste que Jimin representaba seguía rondando en su mente.
¿Por qué él? La pregunta se sintió más pesada de lo esperado. Jungkook estaba acostumbrado a amistades ligeras, sin demasiadas complicaciones. Pero Jimin era diferente. Su seriedad, su meticulosidad, se entrelazaban con momentos de calidez inesperada, como si hubiera capas que solo mostrara de vez en cuando.
Lo lógico sería etiquetarlo como una amistad. Sin pretensiones, sin expectativas. Exactamente lo que le gustaba. Pero esa misma ligereza la hacía diferente, algo que no podía ignorar aunque quisiera.
Era irritante. Y, al mismo tiempo, imposible de apartar. Jimin era como una canción pegajosa: no porque molestara, sino porque cada vez que volvía, lo hacía con más fuerza.
—¿Y tú qué dices, Jungkook? —La voz de Eunwoo lo sacó de sus pensamientos.
Parpadeó, dándose cuenta de que no había escuchado nada de la conversación.
—¿De qué? —respondió, esforzándose por sonar casual.
Yoongi arqueó una ceja, aunque guardó silencio. Eunwoo, en cambio, le dio un leve golpe en el brazo.
—De la fiesta. —Su sonrisa mezclaba diversión con un toque de sospecha—. ¿O estás demasiado ocupado pensando en otra cosa?
—O en alguien, —añadió Yoongi, con un tono casual pero una mirada inquisitiva.
Jungkook chasqueó la lengua, empujando ligeramente a Eunwoo.
—Si van a seguir jugando a detectives, me voy antes de que me hagan un interrogatorio. —Sonrió, metiendo las manos en los bolsillos mientras comenzaba a alejarse—. Nos vemos en clase.
Mientras sus pasos lo alejaban, sintió las miradas de sus amigos clavadas en su espalda, llenas de preguntas que prefería no responder. Pero no importaba. Su mente ya había retomado su búsqueda involuntaria, escaneando el pasillo en busca de esa figura familiar que siempre parecía estar rondando en su cabeza.
¿Por qué? Esa era la pregunta que lo perseguía. ¿Por qué alguien tan distinto a él ocupaba tanto espacio en su mente?
Cuando entró al salón, el murmullo de los estudiantes lo envolvió como un telón de fondo familiar. Algunos repasaban notas apresuradamente, otros reían en grupos pequeños, mientras un par compartían algo en sus teléfonos. Caótico, pero predecible.
Jungkook avanzó hacia una de las filas del fondo, dejando caer su mochila junto a la silla con un golpe seco. No prestó atención a las miradas curiosas de algunos compañeros. Ese era su lugar habitual: lo suficientemente visible para no parecer aislado, pero lo bastante apartado como para evitar interacciones no deseadas.
Apoyó un codo en el pupitre y dejó que su mirada vagara por el aula. Detalles insignificantes captaron su atención: una esquina desgastada de una mesa cercana, el parpadeo intermitente de un tubo fluorescente, el cartel de evacuación ligeramente despegado. Todo servía como distracción, aunque no podía evitar que su mente regresara al mismo punto.
A Jimin.
"De nuevo," pensó, soltando un suspiro mientras inclinaba la cabeza hacia un lado. La imagen del delegado parecía haberse instalado en su mente, siempre presente, apareciendo en momentos aleatorios como este.
"Es solo una amistad," se dijo, como si eso pudiera disipar la insistencia de sus pensamientos. Pero incluso él sabía que era más complicado que eso.
Jimin no buscaba encajar, no intentaba ser algo que no era. Había una autenticidad en su seriedad, una humanidad detrás de su meticulosidad que lo hacía único. Y eso lo empujaba a algo que Jungkook no sabía cómo definir.
Eso era lo desconcertante. Y también lo que hacía imposible apartarlo.
El sonido de pasos lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista justo cuando Soojin apareció junto a su pupitre, con su sonrisa confiada de siempre.
—Ah, el famoso Jeon Jungkook. —Su tono ligero y seguro lo golpeó como un balde de agua fría.
La sonrisa automática de Jungkook apareció al instante, esa que había perfeccionado con los años: amigable, abierta, pero en realidad un escudo bien calculado.
Soojin inclinó ligeramente su cuerpo hacia él, cuaderno en mano, dejando claro que no estaba allí por casualidad.
—¿Qué dices, Jungkook? —preguntó con un tono casi cantado—. Tal vez después de clase podrías acompañarme a tomar algo. Necesito ayuda con unos apuntes, y no hay nadie mejor que tú para enseñarme.
Jungkook mantuvo su sonrisa intacta mientras la evaluaba rápidamente. Conocía este juego. Lo había jugado tantas veces que las reglas ya no le interesaban.
—¿Apuntes? —repitió, dejando que su tono adquiriera un matiz burlón mientras se inclinaba ligeramente hacia ella—. ¿Seguro que es eso lo que quieres?
Soojin rió suavemente, el sonido atrayendo la atención de algunos compañeros cercanos, que fingieron no escuchar pero cuyos ojos seguían cada movimiento.
—Bueno, tal vez no solo eso. —Le lanzó una mirada coqueta, sus palabras cuidadosamente medidas para mantener un aire de inocencia calculada.
Jungkook se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre el pupitre, su sonrisa permaneciendo firme como una máscara que ya no podía quitarse.
—Claro, Soojin. Después de clase podemos hablar de... tus apuntes.
El intercambio no duró más de un minuto, pero fue suficiente para captar la atención de los demás. Jungkook sabía exactamente qué proyectaba: confianza, control, la facilidad para manejar cualquier situación con una sonrisa.
Era el papel que todos esperaban de él. Pero mientras Soojin se alejaba, dejando tras de sí su risa y su perfume, todo aquello ya se había desvanecido en su mente.
El recuerdo de otra sonrisa lo ocupó por completo: tímida, honesta, una que no intentaba llamar la atención, pero que de alguna manera siempre lograba quedarse con la suya.
Jugaba el papel que todos querían ver, y era bueno en ello. Siempre lo había sido. Pero últimamente, esa máscara comenzaba a sentirse demasiado ajustada, sofocante, como si cada vez dejara menos espacio para respirar.
Cerró los ojos brevemente, inclinando la cabeza hacia atrás en un intento inútil de aliviar la incomodidad. Pero incluso con los ojos cerrados, no podía apagar la sensación de desconexión, de que algo dentro de él se había desordenado y no sabía cómo volver a acomodarlo.
La voz monótona del profesor lo devolvió al presente. El sonido de hojas moviéndose, risas lejanas y bolígrafos rasgueando cuadernos llenaban el aula, pero para Jungkook todo era un eco lejano, como si estuviera en otro lugar.
"¿Qué demonios me está pasando?" pensó, con los ojos fijos en el cuaderno frente a él. Las líneas garabateadas en la página reflejaban su mente: caos disfrazado de orden, igual que él.
Después de clase, Soojin lo llevó hacia las gradas del estadio, un rincón apartado del campus. El lugar estaba vacío, salvo por unas pocas hojas secas que crujían bajo sus pies con cada paso. La luz del atardecer teñía el entorno de tonos cálidos, pero entre ellos el aire estaba cargado de algo más denso: expectativas implícitas, un juego al que ambos estaban acostumbrados.
Jungkook caminaba un paso detrás de ella, las manos hundidas en los bolsillos, su ceño apenas fruncido. Sabía cómo terminaría esto. Había leído este guion tantas veces que podría anticipar cada palabra, cada gesto. Pero esa certeza no traía consuelo, solo un eco de monotonía que lo dejaba vacío. Sin embargo, no se detuvo. Seguir el camino conocido era más fácil que enfrentarse a las preguntas que lo perseguían últimamente.
Cuando Soojin se giró hacia él, su postura y sonrisa confiada dejaron claro que no estaba allí por casualidad.
—Sabes, siempre pensé que ese aire misterioso que tienes era pura fachada. —Su tono astuto buscaba desmontarlo, tantearlo.
Jungkook respondió con una sonrisa torcida, esa que siempre había usado como máscara. Era automática, casi como un reflejo.
—¿Y qué piensas ahora? —preguntó, su tono bajo, tranquilo, jugando un papel que ya no lo emocionaba.
—Que es mucho más interesante de lo que imaginé. —Soojin acortó la distancia entre ellos con una seguridad que habría intimidado a cualquiera, menos a él.
El beso llegó como un acto perfectamente ensayado. Jungkook respondió, pero su mente estaba lejos. El contacto tenía intensidad, pero carecía de significado. Mientras sus labios se encontraban, sentía que su cuerpo actuaba por inercia, mientras su mente lo observaba todo desde afuera, como un espectador desinteresado.
El atardecer dorado, el crujir de las hojas bajo sus pies, el perfume de Soojin... todo parecía tangible, pero al mismo tiempo distante. Porque el presente no le ofrecía nada.
Cuando Soojin se apartó, lo miró con una sonrisa satisfecha, como si hubiera conseguido exactamente lo que buscaba. Pero Jungkook no sintió nada. Ni culpa, ni incomodidad, ni satisfacción. Solo un vacío familiar que lo envolvía cada vez con más fuerza.
—Sabía que sería divertido contigo. —El tono ligero de Soojin estaba lleno de despreocupación calculada—. Tal vez deberíamos repetirlo algún día.
Jungkook mantuvo su máscara intacta, devolviendo una sonrisa que se sentía hueca incluso para él.
—Tal vez.
Soojin arregló su cabello con un gesto coqueto antes de desaparecer entre los edificios con la misma confianza con la que había llegado.
Jungkook permaneció inmóvil, las manos todavía en los bolsillos, su mirada fija en el espacio vacío que Soojin había dejado. Soltó un suspiro pesado, sintiendo cómo el vacío se acumulaba en su pecho. Era como si acabara de seguir un ritual que había perdido todo sentido, un círculo interminable que no hacía más que desgastarlo.
Con movimientos lentos, retrocedió y se dejó caer en una de las gradas. Apoyó los codos en sus rodillas y hundió el rostro en sus manos, dejando que el silencio se extendiera a su alrededor. Todo lo que había sentido durante el día —esa desconexión constante, esa insatisfacción latente— parecía culminar en este instante.
Permaneció allí unos minutos, quieto, con el peso en su pecho tan presente como siempre. Finalmente, se levantó, aunque la sensación persistía.
No era Soojin. Ni el beso. Era él. Era la forma en que, últimamente, todo lo que había construido a su alrededor parecía agrietarse, dejando al descubierto fisuras que no sabía cómo reparar.
Mientras caminaba de vuelta al edificio principal, un pensamiento se instaló en su mente, uno que no había querido admitir hasta ese momento. Cada vez que pensaba en Jimin, algo dentro de él cambiaba. Algo que no podía nombrar, pero que se sentía distinto.
Por primera vez en mucho tiempo, el guion no estaba escrito.
"¿Qué demonios estoy haciendo?" La pregunta resonó en su mente, pero no esperaba una respuesta. Porque la respuesta, en ese momento, ya no importaba.
Con un movimiento lento, Jungkook retrocedió unos pasos y se dejó caer en una de las gradas. Sus manos cubrieron su rostro, mientras sus codos descansaban sobre sus rodillas. El peso en su pecho, que lo había acompañado todo el día, parecía hundirlo aún más. La desconexión constante, esa sensación de estar fuera de lugar incluso en su propia piel, alcanzaba su punto más alto en ese momento.
El problema no era Soojin ni el beso vacío que habían compartido. Era él. Era esa grieta interna que no dejaba de ensancharse, desmoronando todo lo que alguna vez pensó que lo definía. Y en esas grietas aparecían cosas que siempre había evitado mirar.
Finalmente, se levantó. El peso seguía ahí, firme, pero empezó a caminar, sin rumbo fijo, dejando que el frío del aire de la tarde y el crujir de las hojas bajo sus pies lo distrajeran, aunque fuera por un momento. Las risas lejanas de otros estudiantes llegaban a sus oídos, mezclándose con el murmullo del viento, pero para Jungkook, todo se sentía amortiguado, distante.
Cruzó un sendero, con la mirada fija en el suelo, hasta que algo lo obligó a detenerse. Instintivamente, levantó la vista. Y entonces lo vio.
Jimin.
Estaba de pie en el centro de un pequeño grupo, acompañado de Taehyung y Soo Hee. Taehyung hablaba con entusiasmo, moviendo las manos con exageración mientras narraba algo, y Soo Hee reía con discreción. Pero Jungkook apenas los notó. Su atención estaba completamente fija en Jimin.
Jimin, inclinado ligeramente hacia adelante, con una risa fácil escapándose de sus labios mientras escuchaba a Taehyung. Sus ojos, medio cerrados detrás de los anteojos, brillaban con un aire relajado, y su cabeza inclinada hacia un lado completaba la imagen de alguien perfectamente cómodo en ese instante.
Había algo magnético en la naturalidad de su postura, en la ligereza con la que parecía encajar en el momento. Jungkook no pudo apartar la vista.
A pesar de la distancia, era como si Jimin estuviera más cerca. El eco de su risa, suave y despreocupada, resonó directamente en la mente de Jungkook, llenando el vacío que lo había perseguido durante todo el día. Por un instante, algo lo atravesó: una punzada en el pecho que no pudo ignorar. Era envidia.
Pero no envidia hacia Jimin como persona. Era hacia lo que él representaba en ese momento: ligereza.
Esa ligereza que parecía escurrirse de las manos de Jungkook últimamente, como si estuviera al alcance pero siempre fuera de su agarre. Mientras lo observaba reír rodeado de sus amigos, parecía que el peso del mundo no existía para Jimin. El contraste lo golpeó con fuerza, como un recordatorio brutal de lo lejos que se sentía de esa sencillez.
Jungkook sabía que tenía amigos. Eunwoo y Yoongi siempre estaban allí con sus bromas ligeras y complicidad constante. Pero con ellos siempre interpretaba el mismo papel: el chico confiado, el que nunca mostraba grietas. Había comodidad, sí, pero también una barrera invisible que nunca rompían.
Y al mirar a Jimin, se dio cuenta de cuánto tiempo llevaba interpretando ese papel. Y de lo agotador que se había vuelto.
Cerró los ojos un instante, como si eso pudiera detener el torbellino de emociones que lo arrastraba. Pero Jimin seguía ahí, en su mente, con una claridad que lo desconcertaba. Y entonces, por primera vez, Jungkook admitió lo que lo inquietaba: no era Jimin. Era lo que sentía cuando estaba cerca de él.
Era esa sensación de que alguien podía ver más allá de su máscara. Y eso lo aterraba.
Sacudió la cabeza, intentando liberarse del pensamiento, pero era inútil. Sus pasos, antes sin rumbo, ahora se sentían pesados, cargados de algo que no sabía cómo soltar.
Jimin, ajeno a todo, seguía riendo con Taehyung y Soo Hee. Jungkook, desde la distancia, no podía apartar los ojos. En Jimin veía algo que no podía entender, pero que comenzaba a desear.
El recuerdo de Soojin apareció brevemente: su sonrisa satisfecha después del beso, la ligereza de una interacción vacía. Antes, ese juego le bastaba. Pero ahora, mientras observaba a Jimin, sentía algo que no podía ignorar: ya no era suficiente.
Con Jimin no necesitaba actuar. Había espacio para bromas, silencios y honestidad.
Se llevó una mano al cuello, masajeándolo mientras soltaba un suspiro bajo. Su mirada seguía fija en Jimin, observándolo reír con sus amigos. Era una escena sencilla, pero no podía apartar los ojos.
Jimin destacaba, incluso en algo tan común. No era solo su risa ni los gestos de sus manos al hablar. Era algo más profundo, algo que Jungkook no podía nombrar, pero que lo mantenía anclado ahí, incapaz de moverse.
Se dio cuenta de que había estado parado mucho más de lo que debería. A su alrededor, el bullicio del campus seguía como siempre, pero para él, todo se había detenido. La imagen de Jimin, con su risa despreocupada, irradiando una calma tan distante para Jungkook, lo abrumaba.
"¿Por qué me pasa esto?" pensó, pero no obtuvo respuesta.
Sacudió la cabeza, intentando despejarse, pero la sensación persistía. Más que curiosidad, más que atracción inexplicable. Había algo en Jimin que lo hacía sentir pequeño y, al mismo tiempo, lo desafiaba a mirar más allá de las paredes que había construido. Jimin no encajaba en su mundo. Pero tal vez, pensó, ese era el problema. O quizás, la solución.
Finalmente, con un esfuerzo visible, apartó la mirada y dejó escapar un suspiro que alivió parte de la tensión acumulada, pero no toda. Las emociones seguían ahí, como el eco de algo que no podía ignorar.
🌟
Jungkook todo el capitulo: Jimin, Jimin, Jimin, Jimin ah
JSAJSJA Y si, no sabe lo que le pasa el chiiico, de manera sutil pero constante, su presencia empieza a ocupar un espacio significativo en su mente. Ese tipo de repetición tiene un propósito narrativo: mostrar cómo los pensamientos de Jungkook vuelven una y otra vez hacia él, como un imán emocional👀
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