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🥀𝟐🥀

Al salir de la universidad, Jimin divisó a Soo Hee y Taehyung esperándolo junto a la entrada.

Al igual que a Taehyung, conoció a Soo Hee en la universidad cuando comenzaban el primer año de la carrera, los tres desde el primer día se habían vuelto inseparables.

Sus risas llegaron hasta él antes de que pudiera acercarse, una burbuja de ligereza que contrastaba con el ruido de los autos y el murmullo disperso de los estudiantes. Taehyung gesticulaba con exageración, mientras Soo Hee intentaba, sin mucho éxito, contener su risa tras la mano.

Cuando Jimin llegó hasta ellos, Soo Hee le dedicó un gesto despreocupado con la mano, mientras Taehyung alzaba los brazos como si lo recibiera después de un largo viaje.

—¡Jiminnie! —exclamó, inclinándose dramáticamente hacia él—. Justo hablábamos de que no podemos dejar que empieces el semestre sin un buen café. Es nuestra misión asegurarnos de que no te estreses desde el día uno.

Jimin negó con la cabeza, pero una sonrisa se asomó inevitablemente en sus labios.

—Claro, claro. Ustedes y su altruismo —replicó con un tono seco, aunque sus ojos traicionaban un destello de humor.

—¡Vamos que así y todo nos quieres! —respondió Soo Hee posando su brazo en Jimin.

Caminaron juntos hacia su cafetería habitual, un rincón escondido entre edificios de ladrillo que siempre parecía estar allí esperándolos. Era un espacio que se sentía más como un abrazo que como un local. Un refugio.

El aroma a café recién molido los envolvió apenas cruzaron la puerta, acompañado por el suave murmullo de conversaciones en voz baja y el ocasional siseo del vaporizador de leche. Al acercarse al mostrador, el barista, un chico joven de cabello rizado y sonrisa fácil, ya les lanzaba una mirada de reconocimiento.

—Buenas tardes chicos ¿Piden lo de siempre? —preguntó, alzando la voz por encima del sonido del molinillo.

Jimin asintió, pidiendo su café americano con una inclinación ligera de cabeza. Soo Hee, fiel a su estilo, pidió un latte con vainilla, mientras Taehyung, con la misma teatralidad de siempre, pidió un frappuccino de caramelo.

—Es refrescante y dulce, como yo —dijo, guiñándole un ojo al barista, quien rió entre dientes antes de continuar con su trabajo.

Con las bebidas en mano, buscaron su mesa habitual junto a la ventana. Era su rincón favorito: un lugar tranquilo donde podían observar el ir y venir de la gente mientras la luz del sol bañaba la madera desgastada con un brillo cálido. Soo Hee dejó su bolso sobre la silla mientras Taehyung se desplomaba en otra con un suspiro exagerado, colocando su frappuccino en el centro de la mesa como si fuera una obra de arte.

—Bueno, Jiminnie, cuéntanos —dijo Taehyung, alzando las cejas con dramatismo antes de dar un sorbo a su bebida—. ¿Qué tal la reunión? ¿Ya están en modo dictador los delegados?

Jimin se encogió de hombros, girando su taza entre las manos. El calor del café se filtraba por la cerámica, ayudándole a enfocar sus pensamientos... aunque su mente estaba en otra parte. Antes de poder detenerse, la pregunta escapó de sus labios casi sin pensar:

—¿Saben de este chico de Contabilidad, Jeon Jungkook?

El efecto fue inmediato. Soo Hee y Taehyung intercambiaron una mirada rápida, de esas que decían más de lo que las palabras podían expresar. Taehyung soltó una risa burlona, inclinándose hacia adelante mientras apoyaba los codos en la mesa.

—¿Cómo para no saber, Jiminnie? —respondió, alargando el apodo con tono juguetón—. Es el clásico mujeriego. Nunca se toma nada en serio.

Jimin arqueó una ceja, sorprendido por lo tajante del comentario. Su mano, casi de manera inconsciente, se dirigió a ajustar sus anteojos, un gesto automático que siempre hacía cuando necesitaba ganar tiempo.

—¿Pero eso es verdad? —preguntó, tratando de sonar casual mientras revolvía su café con la cuchara. El sonido metálico llenó el breve silencio que siguió.

Soo Hee, que había estado en silencio hasta entonces, soltó un suspiro como si estuviera acostumbrada a este tipo de conversaciones. Se inclinó ligeramente hacia Jimin, como quien está a punto de compartir un secreto.

—Según me contaron unas chicas de Contabilidad... —empezó, bajando un poco la voz—. Hace un par de años estaba con una chica que tenía novio. Él lo sabía, pero no le importó. Le dijo algo como: "Tú eres la que está de novia, no yo. Tú debes respetar a tu pareja". Y luego, cuando se aburrió, la dejó así sin más. No apoyo que ella le fuera infiel a su novio pero... Jungkook sabiéndolo podría haberse hecho de lado.

Jimin frunció el ceño, bajando la mirada hacia su café. La historia flotaba en su mente, chocando con la imagen que tenía de Jungkook, o al menos, lo poco que tenía.

Había algo en el contraste entre los rumores y su experiencia real que no lograba encajar. Su memoria lo traicionó, devolviéndolo a esa sonrisa despreocupada, al tono ligero con el que Jungkook hablaba, como si las palabras no tuvieran peso. Y luego estaba esa mirada: directa, intensa, como si hubiera visto más de lo que Jimin estaba dispuesto a mostrar.

¿Por qué estoy pensando en esto?

La pregunta resonó en su mente, pero no encontró respuesta. Era extraño. Contradictorio. No sabía por qué le importaba tanto, pero lo hacía.

—Bueno, tal vez sea solo un rumor... —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro, como si estuviera más hablándose a sí mismo que a los demás.

Ni Soo Hee ni Taehyung parecieron escucharlo, demasiado absortos en una disputa sobre quién debía pagar el próximo café. Taehyung, siempre dramático, le dio un trago largo a su frappuccino antes de dejarlo sobre la mesa con un golpe decidido, como si estuviera a punto de dictar un veredicto.

—Mira, juro que si ese descarado se metiera con Jin, le pincharía una de las ruedas de su moto... las posibilidades siempre existen pero nunca son nulas.

—¡Ya Taehyung! ¡Jin-Hyung jamás le haría caso a alguien como Jungkook!

La imagen de Taehyung tratando de sabotear una moto arrancó una risa suave de Jimin, aunque el comentario también le dejó una duda inesperada.

—Espera... ¿Moto? ¿Y por qué se metería con Jin? —preguntó, intentando sonar curioso, pero no pudo evitar que su desconcierto se asomara.

Taehyung alzó dos dedos con aire triunfal, como si estuviera a punto de presentar una revelación importante.

—Dos simples razones, Jiminnie —dijo, alargando el apodo con un tono burlón—. Primero: sí, el tipo anda en moto. ¿Qué más esperabas de alguien como él? Y segundo... —bajó la voz, inclinándose un poco hacia adelante como si estuviera contando un secreto— ...es b-i-s-e-x-u-a-l.

Pronunció la última palabra con un dramatismo innecesario, mirando a Soo Hee como si buscara confirmación. Ella asintió lentamente, con una expresión que decía "es de conocimiento público, Jimin". Jimin, sin embargo, parpadeó, procesando la información. No supo si lo que le sorprendió fue la revelación en sí o la manera despreocupada en que Taehyung la soltó.

—Oh... —murmuró, llevando la taza a los labios en un intento de ocultar su reacción. El amargor del café le ayudó a aclarar un poco su mente, pero el eco de la palabra "bisexual" seguía ahí, acompañando la imagen de Jungkook en su moto, con esa sonrisa que parecía burlarse de todo.

Cuando bajó la taza, Soo Hee lo estaba mirando con los ojos entrecerrados. Esa mirada perspicaz que siempre lo ponía nervioso, como si pudiera leer más de lo que él mismo entendía. Inconscientemente, se revolvió en su asiento, llevándose una mano a los lentes para ajustarlos.

—Ya, ya —interrumpió Soo Hee, con una sonrisa astuta mientras se recargaba contra el respaldo de la silla—. Te pierdes preguntándonos por Jungkook y no nos cuentas nada de la reunión.

Jimin soltó una risa ligera, agradeciendo el cambio de tema como si fuera un salvavidas. Alzó las manos en un gesto de disculpa antes de acomodarse mejor en su silla.

—Lo siento, lo siento. La reunión no fue tan interesante como para ocupar tanto tiempo —dijo, esforzándose por sonar despreocupado—. Fue lo de siempre: temas de organización, recordatorios sobre los horarios y la importancia de mantener el enfoque en las materias. Aunque el decano insistió bastante en que debemos estar atentos a la "influencia" de estudiantes de otras carreras.

—¿Influencia? —repitió Taehyung, arqueando una ceja con evidente diversión—. ¿Eso dijeron?

Jimin asintió, girando distraídamente la cuchara en su taza, observando los pequeños remolinos que se formaban en el café.

—Básicamente quieren que los delegados mantengamos a los estudiantes centrados en sus estudios. Nada de distracciones con... —vaciló un instante, la imagen de Jungkook cruzando su mente como un rayo fugaz— ...personas de otras carreras que puedan causar conflictos.

El silencio que siguió fue breve, pero para Jimin se sintió eterno. Soo Hee, rápida como siempre, soltó una carcajada melodiosa mientras agitaba la mano en el aire con exageración teatral.

—Oh, entonces no se permiten hombres misteriosos en chaquetas de cuero que andan en moto, ¿no es así, Jiminnie?

El comentario aterrizó como un dardo. Jimin sintió el calor subiendo a sus mejillas casi al instante. Intentó disimular ajustándose los anteojos, pero el movimiento fue tan torpe que solo lo hizo más evidente.

—No sé de qué estás hablando —respondió, esforzándose por sonar indiferente. Pero su tono ligeramente más alto lo traicionó, y Soo Hee se rió aún más, seguida por la sonrisa burlona de Taehyung.

—¡Vamos, Jiminnie! —exclamó Taehyung, inclinándose hacia él con dramatismo—. Si vas a ocultarnos algo, al menos hazlo con estilo. ¡Se te nota todo en la cara!

—Ustedes son imposibles —murmuró Jimin, hundiéndose un poco en su silla. Afuera, el atardecer teñía las calles con tonos dorados, pero dentro del café, la conversación sobre Jungkook seguía resonando como un eco que no lograba silenciar.

Justo cuando pensaba que el tema estaba zanjado, su teléfono vibró sobre la mesa, iluminando la pantalla con el nombre de su padre. La notificación fue un alivio inesperado, aunque acompañado de una punzada de incomodidad. Sin querer atraer más atención, deslizó el dedo por la pantalla y contestó.

—¿Sí? —dijo, con el tono plano de quien ya anticipa lo que viene.

La voz de su padre llegó directa, sin espacio para rodeos.

—¿Dónde estás?

Jimin parpadeó, echando un vistazo alrededor como si el entorno de la cafetería fuera suficiente respuesta, aunque su padre no podía verlo.

—En la cafetería con Taehyung y Soo Hee. ¿Por qué? —preguntó, esforzándose por mantener un tono neutral.

—Ven a casa pronto. No tardes.

El ceño de Jimin se frunció de inmediato, sus dedos apretando ligeramente el teléfono.

—¿Para eso me llamaste? —replicó, dejando entrever su confusión y una pizca de irritación.

Del otro lado hubo una pausa breve, casi deliberada, como si su padre estuviera decidiendo si valía la pena explicarse. Finalmente, su respuesta llegó, fría y escueta.

—Porque necesito que estés aquí. —Y, como si esa fuera razón suficiente, cortó la llamada.

Jimin bajó el teléfono lentamente, su mirada fija en la pantalla oscura. La irritación hervía en su pecho, mezclada con una sensación familiar de resignación. Sabía que no debía sorprenderse. La autoridad de su padre siempre era absoluta, incluso cuando no tenía sentido.

Se levantó de la mesa con un suspiro, intentando sofocar el malestar que amenazaba con salir a la superficie. Con su mochila al hombro, forzó una sonrisa hacia sus amigos.

—Chicos, debo irme... demonio Park está llamando —bromeó, su voz cargada con un amargor difícil de ocultar—. Prefiero un sermón en persona que por teléfono. Nos vemos mañana.

—¡Suerte, soldado! —dijo Taehyung, levantando su frappuccino como si brindara por él.

Las bromas de sus amigos lo siguieron hasta la puerta, pero en cuanto salió, el aire fresco de la tarde lo envolvió, aliviando ligeramente la presión en su pecho. Caminó por las calles bañadas en tonos dorados, dejando que el murmullo lejano de la ciudad lo distrajera, pero no por mucho tiempo. Sus pensamientos, testarudos, regresaron a Jungkook.

Había algo en él, algo que no encajaba con las historias que sus amigos contaban. Las piezas del rompecabezas no parecían alinearse, como si hubiera dos versiones de la misma persona. La despreocupación en su sonrisa, la intensidad de su mirada... nada de eso coincidía con la imagen que le habían pintado. Y, sin embargo, seguía pensando en él.

El recuerdo lo golpeó de improviso: Jungkook inclinándose hacia él en el bus, esa cercanía inesperada. La forma en que había pronunciado su apodo con tanta naturalidad, como si fueran viejos amigos. Jimin sintió un cosquilleo incómodo recorrerle la columna, un escalofrío que lo obligó a negar con la cabeza, como si eso pudiera disipar la sensación.

¿Por qué sigo pensando en esto de nuevo?

La pregunta giraba en su mente, buscando una respuesta que no encontraba. Apretó las correas de su mochila con más fuerza de la necesaria y aceleró el paso, como si pudiera escapar de esos pensamientos persistentes. Pero incluso mientras avanzaba, la sonrisa de Jungkook seguía ahí, persiguiéndolo como una sombra.

El ruido de la ciudad se mezclaba con el eco de las risas de sus amigos. Soo Hee había dicho en broma: "Nada de hombres misteriosos, Jiminnie". Pero, ¿qué tan peligroso podía ser conocer a alguien nuevo? La pregunta era sencilla, pero llevaba consigo un peso que lo inquietaba.

Se detuvo un momento en la acera, observando cómo los últimos rayos del sol pintaban los edificios de un dorado cálido. Inspiró profundamente, dejando que la brisa fresca despejara el nudo en su pecho, y ajustó sus anteojos casi de manera mecánica antes de seguir caminando. No buscaba nada fuera de lo normal, se recordó. Había sido solo una conversación casual con un desconocido... ¿o no?

Al llegar a la estación de bus, se sentó en una de las bancas metálicas. Su mirada se perdió en el ir y venir de la gente, en los destellos anaranjados del atardecer que bañaban las calles. Cruzó las piernas y dejó que sus manos descansaran sobre la mochila, intentando disfrutar de ese breve respiro entre el caos del día. Pero incluso en la quietud, su mente no lo dejaba en paz.

La imagen de Jungkook volvió con una claridad casi perturbadora: su sonrisa, las palabras que flotaban entre desafío e invitación. Era como si algo en él hubiera desordenado las piezas del rompecabezas que Jimin solía armar con tanta precisión. Había una energía en Jungkook que lo sacaba de su eje, una sensación que no podía explicar, pero que tampoco podía ignorar.

Intentó distraerse, enfocándose en el parpadeo de las luces del semáforo frente a él o en el murmullo de una conversación cercana. Pero sus pensamientos siempre regresaban al mismo lugar.

¿Por qué sigo pensando en un chico que apenas conozco?

La pregunta lo rondaba, tan persistente como el recuerdo de aquella mirada directa, intensa, como si Jungkook hubiera visto algo que Jimin no estaba listo para mostrar.

Jimin cerró los ojos un momento, dejando que sus pensamientos se asentaran. Había algo ahí, algo que no podía nombrar, como si estuviera al borde de algo desconocido pero inevitable.

El sonido de alguien sentándose a su lado lo sacó de golpe de sus pensamientos. Giró la cabeza, y su respiración se trabó por un instante.

Era Jungkook. Otra vez.

El brillo dorado iluminaba los mechones oscuros que caían sobre su frente y delineaba las líneas definidas de su rostro. Pero lo que más captó su atención fue la forma en que jugaba con un pequeño llavero de Ghostface entre sus dedos, haciéndolo girar con una habilidad despreocupada que parecía tan natural como respirar.

Jungkook levantó la mirada y le dedicó una sonrisa traviesa, esa que parecía ser una constante en él. Sin embargo, bajo la luz del atardecer, había algo más. Un matiz de cercanía que descolocó a Jimin más de lo que quería admitir.

—Me preguntaba de quién podría ser esto... —dijo Jungkook, alzando el llavero como si fuera un trofeo. Su voz era ligera, casi burlona—. Hoy a alguien en el bus se le cayeron varias cosas, así que...

Jimin parpadeó, una mezcla de sorpresa y alivio recorriéndolo. Extendió la mano hacia el llavero, pero Jungkook lo sostuvo un segundo más, inclinando ligeramente la cabeza. La luz bañó su sonrisa de manera que parecía acentuar su confianza, como si supiera el efecto que causaba.

—¿Tú siempre llevas a Ghostface contigo? —preguntó Jungkook mientras finalmente lo soltaba en las manos de Jimin—. ¿Es tu manera de mantener alejados a los malos?

Jimin dejó escapar una risa breve, ajustándose los anteojos en un intento por recuperar algo de compostura.

—Quizás funciona contigo —bromeó, aunque el leve rubor en sus mejillas lo traicionaba—. Gracias por recuperarlo.

Jungkook apoyó un codo en el respaldo del asiento, girándose hacia Jimin con una confianza que parecía innata, como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar.

—Así que... —alargó las palabras, su sonrisa perezosa insinuando algo más—. ¿Eres fan del terror o solo del marketing?

Jimin jugueteó con el llavero entre sus dedos, debatiéndose entre la incomodidad y algo que no podía identificar del todo. Finalmente, dejó escapar un suspiro, su voz relajándose un poco.

—Fan del terror, supongo. Pero no de todo. Scream, la primera, siempre será la mejor. Las secuelas... bueno, no todas están a la altura.

—Coincido —respondió Jungkook, inclinándose ligeramente hacia él—. Aunque, seamos honestos, ninguna de esas películas da miedo de verdad.

—Dudo que estén hechas para eso —replicó Jimin, levantando la vista. Sus ojos se encontraron con los de Jungkook, que parecían más serios bajo las luces anaranjadas de la calle—. Son más como... un juego. Un desafío para ver quién sobrevive.

Jungkook sonrió, pero esta vez su sonrisa era diferente. Más suave. Había algo en ella que la hacía parecer menos un truco y más... ¿auténtica?

—¿Entonces siempre apuestas por el sobreviviente? —preguntó, su tono ambiguo, como si hablara de las películas... o de algo más.

—Supongo que sí... —respondió Jimin, notando un nudo en su garganta—. Aunque eso depende del personaje... no creí que el terror también te gustaría.

La risa baja y vibrante de Jungkook llenó el espacio entre ellos. Sin previo aviso, levantó la mano y le dio un leve empujón en el hombro, un gesto tan inesperado como su llegada.

—¿Pero que dices? ¡Claro que sí! —dijo, inclinándose un poco más hacia él. Su sonrisa se amplió con esa mezcla de picardía y camaradería que parecía tan natural en él—. Aunque, debo decir... tú no pareces del tipo que solo apuesta por los sobrevivientes.

Jimin frunció el ceño ligeramente, desconcertado.

—¿Y eso qué significa?

Jungkook se encogió de hombros, bajando la mirada al llavero que Jimin aún sostenía entre sus dedos.

—No sé... —dijo Jungkook, su tono casual, aunque sus ojos se clavaron en los de Jimin con una intensidad que desmentía su despreocupación—. Solo digo que pareces más del tipo que haría las llamadas en vez de los asesinatos.

El comentario quedó flotando en el aire, como un desafío silencioso. Jimin sintió su corazón acelerar, incapaz de decidir si debía responder o dejarlo pasar. Antes de que pudiera hacerlo, el sonido de los frenos del bus rompió el momento, arrancándolo de sus pensamientos. El vehículo se detuvo frente a ellos con un chirrido suave, y Jimin se levantó, ajustando la correa de su mochila.

—¡Espera, Ricitos! —llamó Jungkook de repente, poniéndose de pie con un movimiento rápido.

Jimin se giró, encontrándolo a solo un par de pasos de distancia. La chispa traviesa en los ojos de Jungkook estaba de vuelta, pero esta vez parecía acompañada de algo más. Algo que lo hizo contener la respiración.

—¿Qué pasa? —preguntó, su voz saliendo más baja de lo que esperaba.

Jungkook se inclinó ligeramente hacia él, metiendo las manos en los bolsillos con un gesto que parecía calculado y natural al mismo tiempo.

—¿Qué dices si dejamos las películas para otra ocasión? Tal vez... algo que realmente te saque de tu zona segura.

Jimin parpadeó, intentando descifrar las palabras mientras un rubor apenas perceptible subía a sus mejillas. Finalmente, dejó escapar una pequeña risa, rompiendo la tensión de manera involuntaria, y sacó su teléfono.

—Bueno, si vas a seguir devolviendo cosas que pierdo, supongo que necesitarás mi número.

La sonrisa de Jungkook se amplió, y sacó su propio teléfono con la misma facilidad relajada de siempre.

—Trato hecho.

Mientras dictaban sus números, un leve silencio se asentó entre ellos, pero no era incómodo. Cuando ambos dispositivos vibraron al guardar el contacto, sus miradas se cruzaron brevemente y Jimin notó cómo su propia respiración se volvía un poco más lenta, como si intentara prolongar el momento.

Cuando guardaron los teléfonos, Jungkook lo miró un segundo más antes de dar un paso atrás.

—Entonces, Ricitos, espero que no pierdas nada más. Aunque... no me importaría volver a verte.

Jimin se quedó quieto, esforzándose por mantener el mismo aire tranquilo mientras deslizaba su teléfono en el bolsillo de su mochila.

—Nos vemos, Jungkook. Que tengas un buen inicio de clases.

—Tú también, Jimin. Nos vemos pronto.

Con una última mirada, Jungkook se giró y comenzó a alejarse, sus pasos relajados resonando en el pavimento. Jimin lo siguió con la mirada unos segundos, sintiendo una extraña calidez asentándose en su pecho, algo que no estaba listo para analizar.

Subió al bus y tomó asiento junto a la ventana. A través del cristal vio la figura de Jungkook desaparecer entre la multitud, pero su presencia seguía siendo tan tangible como si aún estuviera allí. Jimin bajó la vista a su teléfono, que descansaba en sus manos casi por instinto.

Ahí estaba. Jeon Jungkook.

El nombre brillaba bajo el último contacto añadido, tangible y extraño al mismo tiempo. Jimin dejó que una pequeña sonrisa asomara en sus labios, apenas consciente de ello.

Hacer nuevos amigos no estaba mal, ¿cierto? Eso se repetía, como si intentara convencer a una parte de sí mismo que aún dudaba.

El bus comenzó a moverse, y Jimin dejó que su mirada se perdiera en el desfile de luces y sombras tras la ventana. Pero incluso mientras las calles pasaban en un borrón de colores cálidos, su mente regresaba a Jungkook, era... diferente. Y, sin esfuerzo, había dejado una marca.

El ruido de la televisión encendida lo recibió al entrar a casa, un murmullo distante que apenas lograba llenar el vacío en el ambiente. Jimin dejó su mochila junto a la puerta y avanzó hasta la cocina, donde encontró a su padre junto a la heladera. Tenía un paquete de ramen instantáneo entre las manos, mirándolo como si estuviera evaluando una decisión trascendental.

Jimin se detuvo en el umbral de la cocina, observando a su padre con el paquete de ramen entre las manos. Era una escena tan habitual que casi dolía: él, siempre inmerso en su mundo, con el ceño fruncido y la mirada perdida en algo tan insignificante como la cena. Había un nudo en su pecho, una mezcla de frustración y ese deseo ingrato de buscar una conexión, aunque supiera de antemano que no la encontraría.

—¿Y bien? —preguntó, esforzándose por sonar firme mientras dejaba su mochila junto a la puerta—. Me llamaste con tanta urgencia. ¿Qué necesitas?

Su padre levantó la vista por un breve instante, tan corto que Jimin sintió que lo había imaginado, antes de regresar su atención al paquete de ramen. Su respuesta llegó con una indiferencia que golpeó más fuerte de lo esperado.

—Nada importante. Solo pensé que ya era hora de que volvieras. La comida está ahí, por si tienes hambre.... mañana empiezan tus clases y no debes estar afuera tan tarde.

Jimin apretó los labios, luchando contra la frustración que burbujeaba dentro de él. Había esperado algo, aunque fuera mínimo, que justificara la llamada. Pero lo único que encontró fue más de lo mismo: una distancia insalvable que parecía crecer con cada palabra que no se decían.

Sus ojos vagaron hacia la heladera y luego a la figura encorvada de su padre. A veces se preguntaba si su padre incluso se daba cuenta de lo que perdía cada vez que optaba por esa indiferencia, pero las respuestas no importaban. Al final, el silencio siempre ganaba.

—Esas cosas instantáneas te matarán —comentó, su tono ligero, tratando de suavizar la atmósfera.

Su padre levantó la vista lo justo para dedicarle una sonrisa irónica que no alcanzó sus ojos.

—Mejor aún.

El paquete de ramen cayó sobre la mesada con un ruido seco, y la heladera se cerró de golpe. El comentario flotó en el aire, cargado de una frialdad que hizo que Jimin tragara saliva. La opresión en su pecho regresó con fuerza, esa sensación familiar de peso que lo acompañaba siempre que se enfrentaban. Y, como de costumbre, no había nada más que decir.

Sin mirar atrás, giró sobre sus talones y subió las escaleras hacia su habitación. Cerró la puerta con cuidado, casi como si temiera romper algo, y soltó un suspiro que llevaba conteniendo desde que cruzó la entrada. El alivio que sintió fue vergonzoso, pero necesario. En su cuarto, al menos, podía respirar.

Su cuarto, pequeño y ordenado, lo recibió como un refugio. Aquí no había miradas críticas, ni silencios cargados de reproches. Todo estaba en su lugar. Perfecto. Metódico. Y sin embargo, mientras se dejaba caer sobre la cama, su mente volvía, inevitablemente, al recuerdo de Jungkook. A la facilidad con la que había irrumpido en su día, desordenándolo de una forma que no terminaba de entender.

Jimin se dejó caer en la cama y sacó su teléfono del bolsillo. Una notificación llamó su atención: Jungkook lo había seguido en una de sus redes sociales. La sorpresa inicial le arrancó una pequeña sonrisa, tenue pero genuina. Era un gesto simple, pero cargado de algo que no lograba definir. ¿Conexión? Tal vez.

Curioso, abrió el perfil de Jungkook. Lo primero que notó fueron las fotos: conciertos, salidas con amigos, y varias imágenes que mostraban su moto, brillante y robusta, confirmando lo que Taehyung le había dicho. En casi todas las fotos, Jungkook sonreía con esa facilidad que parecía ser su marca personal. Cada publicación irradiaba una vida que Jimin apenas podía imaginar: espontánea, ligera, como si el tiempo no fuera más que una invitación a vivir.

Deslizó por las imágenes con un ritmo lento, casi cauteloso, como si temiera encontrarse demasiado involucrado. Mientras lo hacía, no pudo evitar una punzada de envidia.

¿Cómo era posible vivir así? Sin el peso constante de las expectativas, sin las cadenas invisibles que parecían atraparlo a él. Parte de él lo admiraba, pero otra parte lo miraba con incredulidad, preguntándose si esa despreocupación era real o solo una fachada bien construida.

Finalmente, dejó el teléfono en la mesita de noche y cerró los ojos, pero la imagen de Jungkook seguía ahí, viva en su mente. Contrastaba con la escena de su padre en la cocina, solo con su paquete de ramen, y algo dentro de Jimin se retorció. Frustración, tal vez. O resignación.

Se giró sobre la cama, el pensamiento brotando como un susurro que no pudo acallar: Quizás por eso me esfuerzo tanto. Para demostrar que puedo ser alguien, aunque él nunca lo note.

Pero mientras el peso familiar lo hundía, otro pensamiento surgió, inesperado. Algo más suave, como una chispa que apenas empezaba a prenderse. Jungkook, con su sonrisa fácil y su manera despreocupada de existir, no solo lo desconcertaba; lo hacía imaginar. ¿Y si había algo más allá de todo esto? ¿Y si dejar entrar a alguien así podría ser una forma de romper con la rutina que lo asfixiaba?

Se permitió aferrarse a esa idea, aunque solo fuera por un momento. Una ligera sonrisa curvó sus labios, casi involuntaria, mientras el eco de las palabras de Jungkook flotaba en su mente: "Espero que no pierdas nada más. Aunque no me importaría volver a verte."

El día siguiente traería horarios que cumplir, reuniones que liderar, y responsabilidades que cargar. Pero esa noche, mientras el sueño comenzaba a envolverlo, Jimin pensó que tal vez, solo tal vez, conocer a alguien como Jungkook no había sido una simple coincidencia.

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