🥀𝟏𝟔🥀
Jimin despertó más tarde de lo habitual, algo raro para alguien tan meticuloso como él. El sol ya estaba alto, y los rayos dorados se filtraban entre las cortinas, proyectando patrones irregulares sobre las sábanas desordenadas. Por un instante, se permitió el lujo de quedarse quieto, mirando el techo, respirando el silencio cómodo que envolvía la habitación. Por primera vez en semanas, no había una lista interminable de pendientes esperándolo. Ningún reloj apretando su tiempo. Ninguna presión. Por primera vez, podía simplemente existir.
Con un suspiro, se levantó y se estiró, sintiendo cómo los músculos se aflojaban bajo la suave tensión del movimiento. Eligió ropa sencilla: una camiseta blanca ligeramente holgada y unos pantalones deportivos grises. Algo cómodo, algo que no gritara "delegado de Medicina" a los cuatro vientos. Era una decisión pequeña, pero que se sintió sorprendentemente significativa. Hoy, no quería ser "perfecto". Quería ser, simplemente, Jimin.
El supermercado estaba tranquilo, sumergido en esa calma que solo tienen las mañanas de días ordinarios. Mientras recorría los pasillos, con el carrito deslizándose bajo sus manos, no pudo evitar observar a las personas a su alrededor. Una madre regañaba suavemente a su hijo que, con manos diminutas, intentaba alcanzar una caja de galletas demasiado alta. Un par de estudiantes debatían con fervor sobre cuál era la marca de café más barata, como si en ello estuviera el destino de sus cuentas bancarias.
Jimin se detuvo frente a los estantes de verduras, sintiendo algo extraño. La vida cotidiana de esas personas, tan sencilla y espontánea, lo envolvía de una forma inesperada.
—¿Así será para ellos todos los días? —murmuró en voz baja, casi como si estuviera temeroso de romper la magia del momento.
Colocó un paquete de zanahorias en el carrito y siguió caminando, pero la pregunta quedó flotando en su mente, pegajosa como el aire de verano. La rutina de otros parecía ligera, llevadera, envidiable en su simplicidad. Su propia vida, en cambio, era como una lista interminable de casillas por tachar: metas, exámenes, expectativas. Siempre algo más, siempre algo pendiente.
De regreso en casa, descargó las bolsas con la misma precisión metódica que aplicaba en sus estudios. Cada cosa en su lugar. Pero cuando terminó, en lugar de sentarse a repasar notas o hacer algo "productivo", Jimin miró a su alrededor, y decidió limpiar. No porque la casa estuviera realmente sucia, sino porque el orden externo siempre le ayudaba a encontrar algo parecido a la paz.
Puso música, una playlist tranquila que solía acompañarlo cuando estudiaba, pero esta vez, no había libros ni apuntes en la mesa. Mientras fregaba los platos, comenzó a tararear con suavidad. Al principio, fue apenas un susurro, algo tímido. Pero a medida que la música avanzaba, su voz subió un poco más, ganando confianza. Era un sonido bajo y relajado, como si estuviera probando el espacio, tanteando su propia libertad.
Para cuando el fregadero estuvo vacío y las gotas de agua resbalaban silenciosamente sobre el metal, Jimin seguía cantando. De pie en la cocina, con el cabello ligeramente despeinado y las mangas de su camiseta húmedas, sintió algo extraño: ligereza. Como si por un momento, la vida fuera solo eso: cantar una canción mientras limpias los platos. Simple. Bonito.
El momento pasó, efímero pero importante, y Jimin subió las escaleras con pasos más livianos. Ya en su habitación, se quitó los zapatos con lentitud, disfrutando de la pausa. Hoy no había prisa. Tiró la ropa al suelo en un rincón, algo completamente fuera de lugar para él, pero no le importó. A veces, el caos controlado también podía sentirse bien.
La ducha fue larga, el agua tibia cayendo sobre su cuerpo como una lluvia que disolvía los restos de tensión acumulada. Jimin cerró los ojos y respiró profundo, dejando que el vapor se llevara todo: las preocupaciones, el cansancio, la rigidez con la que solía enfrentar cada día.
Al salir, la paz se rompió apenas un poco. De pie frente al espejo, la toalla descansando sobre sus hombros, Jimin miró su reflejo. Se estudió con atención, casi como si estuviera buscando algo. No era solo el cansancio lo que veía; era algo más profundo. Algo que no sabía nombrar aún.
—Una fiesta... —murmuró, la voz suave pero cargada de significado.
Apoyó las manos en el borde del lavamanos, inclinándose ligeramente hacia adelante, con los ojos fijos en los suyos propios. La voz de Jungkook volvió a él, nítida y despreocupada, retumbando en su memoria con una facilidad que le sorprendía.
"Va a ser divertido, Ricitos."
Jimin exhaló un suspiro lento, dejando que sus dedos rozaran la línea de su mandíbula mientras los pensamientos danzaban en su mente. La idea de la fiesta seguía pareciéndole una locura, algo que nunca haría. Pero al mismo tiempo, había algo... intrigante en ella. Algo que le hacía sentir que tal vez, solo tal vez, podría permitirse un pequeño desvío.
—No suena tan mal —murmuró Jimin, su voz apenas un eco en la habitación silenciosa.
Una sonrisa pequeña, casi imperceptible, se asomó en sus labios. La idea de hacer algo espontáneo, algo que no estuviera calculado ni medido, le parecía tan nueva como desconcertante. Pero también estaba el nerviosismo, esa sombra persistente de no encajar, de sentirse fuera de lugar.
El timbre de la puerta lo sobresaltó, arrancándolo de sus pensamientos. Se enderezó rápidamente, echando un vistazo fugaz al espejo del pasillo para asegurarse de que su cabello no estuviera demasiado desordenado. "No pareces tan mal", pensó con resignación antes de abrir la puerta.
La tormenta que lo esperaba al otro lado casi lo hace dar un paso atrás. Taehyung, Soo Hee y Jin irrumpieron con el tipo de energía que parecía capaz de llenar toda la casa. Cada uno venía cargado de bolsas que parecían desafiar las leyes de la gravedad.
—¡Jiminnie! Prepárate para ser el alma de la fiesta —declaró Jin con su habitual carisma desbordante, levantando una bolsa como si acabara de ganar un premio.
—O al menos para no parecer un estudiante de medicina —añadió Taehyung con una mirada evaluadora que hizo que Jimin rodara los ojos automáticamente.
Soo Hee, siempre el equilibrio entre el caos de los demás, le sonrió con calma y levantó una pequeña bolsa con un delicado lazo rosa.
—No te preocupes, Jiminnie. Solo queremos que te diviertas. Y para eso... confiamos en el maestro. —Hizo un gesto dramático hacia Jin, que ya estaba desempacando una de las bolsas con el entusiasmo de un mago revelando sus trucos.
Jimin dejó escapar un suspiro resignado mientras se hacía a un lado para dejarlos pasar. Pero, a pesar de sus protestas internas, una pequeña sonrisa se asomó en su rostro. Cerró la puerta tras ellos y los observó invadir su espacio con una mezcla de incredulidad y ternura.
—No sé cómo me convencieron para esto... —murmuró más para sí mismo, cruzándose de brazos.
—Eso no importa, Jiminnie —respondió Jin con seriedad fingida, sosteniendo lo que parecía un sombrero ridículamente adornado—. Lo que importa es que ahora estás en nuestras manos. Y te lo prometo, cuando terminemos contigo, no solo Jungkook, sino todos en esa fiesta, no van a poder quitarte los ojos de encima.
La risa escandalosa de Taehyung retumbó en la habitación, mientras Soo Hee trataba de mantener la compostura y dejaba escapar una risa más controlada. Jimin solo pudo cerrar los ojos un segundo, como si necesitara un momento para reunir paciencia.
—¡Prepárate, Jiminnie, porque te vamos a transformar! —exclamó Jin, desplegando un pañuelo con un giro teatral que parecía sacado de una obra de Broadway.
—¿Siempre tienes que hacer una entrada tan dramática? —preguntó Jimin, entrecerrando los ojos mientras los veía invadir su comedor.
—Esto no es drama, querido amigo. —Jin dejó caer las bolsas sobre la mesa con un golpe sonoro antes de girarse hacia él con una sonrisa triunfante—. Esto es arte. Y tú, mi querido Jimin, serás mi obra maestra.
Soo Hee se dejó caer en el sofá con una gracia estudiada, colocando su bolsa sobre su regazo con cuidado casi excesivo.
—Tranquilo, Jimin. Si algo sale mal, siempre puedes echarle la culpa a él —comentó con un guiño, señalando a Jin como si estuviera entregándolo en bandeja.
—¡Oye! —exclamó Jin, llevándose una mano al pecho con indignación falsa—. No hay margen de error en mi trabajo. Cuando termine contigo, te aseguro que Jungkook no va a saber qué lo golpeó.
—Eso suena aterrador, Jin —replicó Jimin, aunque no pudo evitar que sus labios se curvaran en una sonrisa leve. La calidez de la presencia de sus amigos, sus bromas y su confianza en él lograban algo que no se atrevía a admitir: estaba comenzando a sentirse menos nervioso y más... emocionado.
Mientras Jin desplegaba accesorios y prendas sobre la mesa —con un entusiasmo que rivalizaba con el de un diseñador de alta costura—, Taehyung y Soo Hee debatían con fervor sobre las mejores opciones. Jimin, desde el borde de la habitación, los observaba con una mezcla de incredulidad y resignación. No encajaba del todo en el caos, pero la calidez en sus gestos lo delataba: estaba agradecido.
Sin previo aviso, Taehyung adoptó una postura seria, algo inusual en él. Dejó su mochila en el suelo y se acercó a Jimin con un aire más contenido.
—Pero hablando en serio, Jiminnie... —empezó, su voz más suave y firme que de costumbre—. ¿Estás seguro de querer ir? Porque si en algún momento te sientes incómodo, o si Jungkook te deja de lado... —Puso una mano en su hombro, mirándolo directo a los ojos—. Me llamas. No importa la hora.
Jimin parpadeó, sorprendido por el cambio en su amigo. Sintió un nudo en la garganta que no esperaba, pero lo disimuló con un pequeño asentimiento.
—Gracias, Tae. Lo tendré en cuenta.
Taehyung sonrió, satisfecho, y le dio una palmada en el hombro antes de unirse a Soo Hee, que ya estaba ocupando un rincón del sofá. Jimin se permitió soltar un pequeño suspiro, pero apenas tuvo tiempo de recuperarse cuando Jin, armado con un metro de costurero y una concentración exagerada, se paró frente a él como si estuviera inspeccionando un lienzo en blanco.
—Hmm... tienes material. —Jin sostuvo la barbilla de Jimin entre dos dedos y giró su rostro hacia un lado, luego hacia el otro. Finalmente, soltó el aire con un suspiro teatral, dejando caer el mechón de cabello que había examinado—. Pero me falta inspiración. Ahora dime, ¿qué prefieres? ¿Algo oscuro, algo clásico o algo que cause impacto?
Jimin rodó los ojos, sintiendo el rubor subir lentamente a sus mejillas.
—Algo que no me haga parecer ridículo estaría bien.
—Eso será difícil —respondió Jin con una sonrisa demasiado amplia mientras sacaba una máscara de calavera brillante de una de las bolsas—. Pero acepto el desafío.
—Por favor, no empieces con las ridiculeces —intervino Soo Hee, reprimiendo una sonrisa cuando Jin sacó una capa de vampiro cubierta de purpurina y la agitó como si fuera una bandera.
—¿Y esto? —insistió Jin, sacando un sombrero de bruja con luces parpadeantes.
—¡No, no, no! —exclamó Taehyung, quitándole el sombrero con rapidez—. Necesitamos algo que diga "Jimin" pero también "wow". Algo elegante y fuera de lo común, pero sin que parezca que lo arrastraron por la tienda de disfraces más barata.
Jimin soltó un largo suspiro, dejándose caer en una silla como si ya hubiera aceptado su destino. Soo Hee se inclinó hacia él y le dio un pequeño apretón en el brazo.
—Déjalos jugar. Al final, siempre encuentran algo que funciona.
Lo decía con la tranquilidad de quien ya había presenciado las locuras de Jin antes. Jimin, sin embargo, no estaba tan convencido.
—Eso no lo hace menos aterrador... —murmuró, pero nadie parecía escucharlo.
La búsqueda frenética continuó, con Jin rebuscando entre sus bolsas y Taehyung descartando opciones con comentarios mordaces que solo aumentaban las risas de Soo Hee. Finalmente, Jin se quedó quieto, como si una idea brillante lo hubiera golpeado. Sus ojos brillaron con una chispa peligrosa mientras sacaba algo del fondo de su bolsa: un traje violeta profundo.
—¡Ya lo tengo! —anunció, sosteniéndolo en alto como si hubiera encontrado un tesoro—. Joker. Pero no cualquier Joker. Un Joker moderno, elegante y con un toque... sutilmente inquietante.
Jimin frunció el ceño, observando el traje con una mezcla de duda y curiosidad.
—¿Joker?
—Exacto —respondió Jin, comenzando a caminar en círculos mientras describía su visión—. Piensa en esto: un traje ajustado y bien cortado, maquillaje limpio pero detallado, y un cabello despeinado que parece casual pero es perfectamente calculado. —Hizo un gesto dramático con las manos—. Serás la mezcla perfecta entre caos y clase.
Taehyung asintió con entusiasmo desde el sofá.
—Es perfecto. Oscuro, impactante, y lo suficientemente fuera de tu zona de confort como para destacar sin sentirte incómodo.
Jimin se mordió el labio, volviendo a mirar el traje. Había algo en la descripción —en lo elegante pero inquietante que sonaba— que comenzaba a convencerlo. O tal vez era la mirada expectante de sus amigos, que irradiaban tanta confianza en él que resultaba difícil decirles que no.
—Supongo que podría funcionar... —admitió finalmente, con una voz tan baja que casi no se escuchó a sí mismo.
—¡Funcionará! —exclamó Jin, dándole una palmada en el hombro con tanta fuerza que Jimin casi pierde el equilibrio—. Confía en mí, Jiminnie. Cuando llegues a esa fiesta, Jungkook no va a saber qué lo golpeó.
—¿Qué? —preguntó Jimin, sintiendo cómo sus mejillas ardían al instante.
—Nada, nada. —Jin sonrió con inocencia fingida mientras desplegaba el traje sobre la mesa con delicadeza, como si estuviera manipulando una obra de arte—. Ahora, déjanos trabajar.
Soo Hee y Taehyung no pudieron contener las risas, mientras Jimin se hundía un poco más en la silla, cruzando los brazos y desviando la mirada hacia la pared, como si eso pudiera evitar que sus pensamientos volvieran, inevitablemente, a Jungkook.
Jimin, aunque nervioso, no pudo evitar sentirse emocionado. Por primera vez en mucho tiempo, la idea de destacar no le parecía tan aterradora.
El sonido rítmico de las tijeras deslizándose por la tela llenaba la habitación, acompañando las bromas ligeras de Jin y los comentarios esporádicos de Soo Hee y Taehyung. Jimin observaba el proceso desde su asiento, con una mezcla de nerviosismo y fascinación. Era extraño ver cómo un simple trozo de tela se transformaba bajo las manos hábiles de Jin, pero aún más extraño era imaginarse a sí mismo usándolo.
De repente, Jin rompió el silencio, su voz más suave que de costumbre.
—¿Sabes, Jiminnie? No tienes que hacer siempre lo que los demás esperan de ti. —Alzó la vista, con una sonrisa que equilibraba sinceridad y ligereza—. Las fiestas son para divertirse, no para encajar en ninguna expectativa.
Jimin parpadeó, sorprendido por lo inesperado del comentario. Sus ojos se quedaron fijos en el traje, como si la tela violeta pudiera ofrecerle alguna respuesta.
—Supongo que no estoy acostumbrado a... destacar —murmuró finalmente, casi como si se estuviera confesando a sí mismo.
El tintineo de las tijeras al caer suavemente sobre la mesa rompió el silencio. Jin le dio una palmada en el hombro, firme pero reconfortante.
—No hace falta que destaques —respondió con una sonrisa genuina—. Pero asegúrate de divertirte. Te lo mereces más de lo que crees.
Desde el sofá, Soo Hee alzó la vista y asintió mientras jugueteaba distraídamente con un accesorio brillante.
—Jiminnie, no tienes que ser perfecto todo el tiempo. —Su voz era tranquila, cargada de cariño—. Ya lo eres, de todas formas.
Jimin dejó escapar una risa breve, aunque el nudo en su pecho no se disipó del todo. Era extraño escucharlo decir así, tan directo, pero el peso de sus palabras se quedó con él.
Fue entonces cuando Taehyung, quien hasta ahora había estado en su habitual papel de bromista, se puso serio. Se acercó un poco más y lo miró directamente, su voz cargada de honestidad.
—¿Sabes, Jimin? Si no fuera por ti, probablemente habría dejado la carrera hace mucho. —Sus palabras eran simples, pero cada una llevaba un peso inesperado—. Siempre piensas que eres el único bajo presión, pero tú fuiste mi soporte en los peores momentos. Eres más fuerte de lo que crees. Solo... permítete disfrutar un poco, ¿sí?
Jimin levantó la mirada, genuinamente sorprendido. Por un instante, vio en los ojos de Taehyung todo lo que su amigo no solía decir en voz alta: gratitud, respeto y cariño. Había olvidado lo mucho que significaba para las personas que tenía cerca, lo mucho que su presencia podía influir en ellas.
—Gracias, chicos —respondió, su voz apenas audible, pero tan sincera como siempre.
Por un momento, la habitación se quedó en silencio, pero no era incómodo. Era uno de esos silencios llenos de calidez, donde no hacían falta más palabras. Jin retomó su trabajo con el traje, murmurando algo sobre las costuras perfectas, mientras Soo Hee organizaba los accesorios con una atención casi meticulosa. Taehyung, por su parte, simplemente le lanzó a Jimin una sonrisa suave, una de esas que decía más que cualquier broma.
Jimin respiró hondo y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, podía permitirse ser alguien diferente por una noche. No el delegado perfecto, no el estudiante modelo, sino simplemente Jimin.
Y eso, aunque le aterraba, también le emocionaba.
La sala de Yoongi reflejaba su personalidad a la perfección: ordenada, minimalista y en tonos neutros. Sin embargo, algunos detalles, como los cojines de colores vivos en el sofá o la pequeña planta en la esquina, delataban la influencia de Hoseok, que lograba inyectar vida incluso en los espacios más serios.
Jungkook estaba sentado en el borde del sofá, tamborileando los dedos contra su teléfono, la mirada vagando entre la pantalla apagada y la taza de café de Yoongi sobre la mesa de centro. No había abierto la boca en varios minutos, pero el nerviosismo en su postura era imposible de ignorar.
—¿Te vas a pasar toda la tarde mirando el teléfono o vas a hacer algo al respecto? —preguntó Yoongi, con su tono seco y directo que nunca fallaba en dar en el blanco.
Jungkook levantó la vista, frunciendo el ceño.
—¿De qué hablas?
Yoongi soltó un suspiro, reclinándose en la silla y cruzando los brazos sobre el pecho.
—Vamos, Kook. ¿Desde cuándo alguien te importaba tanto? —Su mirada era tan firme que parecía atravesarlo—. Y no me vengas con que "solo son amigos". Esa excusa ya no nos funciona.
Jungkook no dijo nada. Hoseok, que hasta ahora había estado hojeando distraídamente un libro de diseño, dejó el ejemplar a un lado y sonrió con esa mezcla de calidez y picardía tan suya.
—Es cierto. Te conocemos demasiado bien. Cuando alguien te importa de verdad, siempre lo terminas mostrando, aunque ni te des cuenta.
Jungkook apartó la mirada hacia la ventana, donde el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados. El atardecer tenía algo simbólico, algo que resonaba con lo que sentía: un cambio inevitable, una corriente que lo arrastraba sin que pudiera —o quisiera— resistirse.
—Es complicado... —murmuró, la vulnerabilidad filtrándose en su voz de una manera que rara vez permitía.
Yoongi y Hoseok intercambiaron una mirada silenciosa, cargada de entendimiento. Finalmente, Hoseok se inclinó ligeramente hacia adelante, su expresión amable pero seria.
—¿Sabes? Yo también tuve miedo al principio. Cuando Yoongi y yo empezamos a salir, estaba convencido de que nuestras diferencias eran demasiado grandes. Yo soy todo luz y optimismo, y él...
—¿Y yo qué? —interrumpió Yoongi, arqueando una ceja con una sombra de sonrisa en los labios.
Hoseok le dio un leve empujón en el brazo, riendo suavemente.
—Eres práctico, frío y un poco cínico.
—Suena a cumplido —respondió Yoongi, encogiéndose de hombros.
—Solo si quieres que lo sea —replicó Hoseok con una sonrisa antes de volverse a Jungkook—. El punto es que descubrí que esas diferencias nos equilibraban. Si no hubiera dado el paso, si no me hubiera arriesgado, nada de esto existiría.
Yoongi asintió lentamente, tomando la palabra con un tono más reflexivo.
—No fue fácil, Kook. Hubo días en los que me preguntaba por qué demonios estaba intentando algo tan distinto a lo que conocía. Pero con el tiempo aprendí que no todo tiene que ser perfecto desde el principio. Es cuestión de aceptar el caos un poco.
Jungkook, que aún tenía el teléfono en la mano, lo giró entre sus dedos, nervioso. Finalmente, dejó escapar un suspiro.
—¿Y si no funciona? ¿Y si termino arruinándolo todo?
Yoongi lo miró fijamente, y esta vez su voz fue más suave, casi comprensiva.
—Eso siempre es una posibilidad. Pero quedarte atrapado en el miedo también puede arruinarlo.
El silencio se asentó por un momento, solo interrumpido por el leve zumbido del reloj en la pared. Hoseok, como si sintiera que aún quedaba algo más por decir, tocó el brazo de Jungkook con un gesto firme pero tranquilizador.
—Mira, Kook. Si realmente te importa Jimin, no dejes que las dudas te paralicen. No tienes que lanzarte al vacío sin pensar, pero tampoco puedes quedarte en la orilla mirando cómo pasa el tiempo.
Jungkook frunció el ceño, sus pensamientos girando en un torbellino que no lograba apaciguar. Las palabras de Yoongi y Hoseok seguían retumbando en su mente, tocando fibras que prefería mantener ocultas.
—Es solo que... nunca he tenido algo así —admitió finalmente, su voz apenas un susurro. Los recuerdos de su vida familiar cruzaron su mente como sombras persistentes, pesadas y difíciles de ignorar—. No una conexión real, sin que todo gire alrededor de lo físico o lo superficial. Y no quiero arruinar lo que tenemos ahora.
Yoongi lo observó en silencio, con esa mirada suya que parecía verlo todo. Cuando habló, lo hizo con calma, pero con la firmeza que siempre lo caracterizaba.
—La verdad, Kook, siempre hay un riesgo. Pero si Jimin siente aunque sea una parte de lo que tú sientes, entonces vale la pena intentarlo.
Hoseok asintió, una sonrisa cálida curvando sus labios.
—Y si no sale como esperas, recuerda que no estás solo. Estamos aquí. —Le lanzó una mirada rápida a Yoongi—. Aunque él probablemente solo te dé una palmada en el hombro y un café amargo.
—Lo aceptas o lo dejas —murmuró Yoongi con una leve sonrisa, como si quisiera negar la verdad de ese comentario, pero sin intentarlo realmente.
Jungkook dejó escapar una risa breve, casi resignada. La tensión en su pecho se aflojó un poco mientras dejaba el teléfono sobre la mesa y se apoyaba en el respaldo del sofá.
—Tal vez tengan razón... —murmuró, aunque la duda seguía tintineando en el fondo de sus palabras.
Yoongi, volviendo a su habitual actitud despreocupada, alzó su taza de café en un gesto casual, como si brindara por algo.
—Solo prométeme que no lo dejarás pasar. Y no vengas llorando si todo sale bien. No soy bueno manejando emociones positivas.
La risa de Hoseok estalló en la sala, ligera y contagiosa, y por un momento, incluso Jungkook sonrió, sintiendo cómo el peso en su pecho cedía un poco más.
La noche había caído cuando Jungkook salió de la casa de Yoongi, el aire fresco golpeando su rostro como una bocanada de realidad. Mientras encendía el motor de su moto, las palabras de sus amigos seguían resonando en su interior, como si cada frase hubiera encontrado su lugar en las inseguridades que tanto intentaba ocultar.
"¿Y si tienen razón?"
El rugido de la moto rompió la tranquilidad del vecindario. El camino de regreso a casa, uno que conocía de memoria, se sintió distinto esa noche. Las luces de la ciudad se volvieron un desenfoque a su alrededor, y aunque el viento era frío, algo en su pecho seguía ardiendo: una mezcla incómoda de miedo y esperanza que no lograba ignorar.
Al llegar, notó que las luces del salón estaban encendidas, pero el resto de la casa dormía. Entró con cuidado, las llaves tintineando suavemente al dejarlas sobre la mesa junto a la puerta.
Lo primero que vio fue a su madre, dormida en el sofá.
Estaba recostada con una expresión de serenidad que pocas veces tenía. Una manta colgaba a medio camino de sus piernas, y en el televisor, los créditos de una película que no había terminado de ver parpadeaban en silencio. Por un instante, Jungkook se quedó quieto, observándola como si quisiera grabar esa imagen en su mente.
Las líneas de su rostro, suavizadas por el sueño, le recordaron las tardes de su infancia, cuando la risa llenaba la casa y no existían las discusiones o los silencios incómodos. Sin pensarlo mucho, tomó la manta y la acomodó con cuidado, asegurándose de cubrirla por completo. Apagó el televisor, y el silencio que quedó fue cálido, envolvente.
—Descansa, mamá —murmuró en voz baja, casi como si le hablara a un recuerdo.
Subió las escaleras con pasos lentos, el peso del día aferrándose a sus hombros. Su habitación, que una vez había sido un caos de ropa y libros desordenados, ahora era un reflejo de orden y rutina. La cama estaba impecable, los libros apilados cuidadosamente en una esquina del escritorio, y el suelo limpio, sin rastro alguno de desorden.
Al ver todo tan organizado, una sonrisa pequeña, casi nostálgica, asomó en sus labios.
—"El desorden refleja el caos en tu cabeza, Jungkook" —murmuró para sí mismo, recordando las palabras de Jimin semanas atrás. En ese momento se había reído, burlándose de lo serio que sonaba, pero algo en él debió de haberse quedado con esas palabras. Ahora lo entendía.
Dejó caer su cuerpo sobre la cama, el colchón frío contra su espalda, y cerró los ojos por un segundo, tratando de ordenar los pensamientos que se amontonaban en su mente. Pero uno en particular se negó a irse.
Jungkook giró la cabeza hacia su escritorio, donde su teléfono descansaba en silencio, como si lo retara a romper la calma de la noche. Lo tomó, desbloqueándolo con movimientos automáticos. Su pulgar se deslizó por la pantalla hasta encontrar el chat con Jimin. La conversación estaba ahí, esperándolo, pero él seguía sin saber cómo empezar. Había escrito y borrado tantos mensajes en los últimos días que cada intento le parecía peor que el anterior.
Miró el chat un instante más, el ruido en su mente finalmente ahogado por el silencio a su alrededor.
Jungkook: ¿Ya decidiste tu disfraz? Ricitos tiene que impresionar.
Soltó el aire sin darse cuenta de que lo había estado conteniendo. Miró la pantalla, sus dedos tamborileando contra el borde del teléfono. La espera fue breve, pero se sintió eterna. Entonces, el sonido de una notificación vibró en sus manos, y una sonrisa automática se formó en su rostro.
Jimin: ¿Y tú? ¿O te vas a ir con tu traje de contabilidad?
Una carcajada escapó de sus labios, rompiendo la quietud de la habitación. Movió la cabeza, divertido, como si pudiera ver a Jimin intentando ocultar una sonrisa al escribirlo.
Jungkook: ¿Eso fue un chiste? ¡Te estás volviendo como yo!
Cerró el chat, pero la sonrisa no se borró. Sin embargo, en el fondo de su pecho, algo seguía pesando. Las palabras que había guardado durante días seguían ahí, acumulándose como una presa a punto de desbordarse.
Antes de pensarlo demasiado, sus dedos presionaron el ícono de videollamada.
En la habitación de Jimin, el teléfono vibró sobre la mesita de noche, sacándolo de sus pensamientos. Miró la pantalla, sorprendido por el nombre de Jungkook parpadeando en grandes letras. Después de un instante de duda, deslizó el dedo para aceptar la llamada.
—¿Una videollamada? —preguntó con una sonrisa pequeña, algo divertida, mientras la imagen de Jungkook aparecía—. Esto sí que es nuevo.
La conexión era estable, y la tenue luz de ambas habitaciones creaba una atmósfera íntima, como si estuvieran en el mismo espacio a pesar de la distancia. Jimin llevaba su pijama habitual, el cabello ligeramente revuelto, y su expresión tranquila, aunque curiosa. Jungkook, por su parte, estaba tumbado en su cama, con el brazo apoyado bajo su cabeza y el ceño apenas fruncido, como si aún estuviera decidiendo si debía hablar.
—¿Qué pasa? ¿No puedo ver tu cara de Ricitos fuera del aula? —bromeó Jungkook, su tono ligero, pero algo en su mirada lo delataba.
Jimin dejó escapar una risa suave, pero no pasó por alto la tensión en la voz de Jungkook.
—Sabes que siempre puedes. Pero... ¿todo bien? —preguntó, inclinando la cabeza ligeramente con un toque de preocupación.
Jungkook desvió la mirada por un instante, pasándose la mano por el cabello y despeinándolo más de lo que ya estaba. Su mandíbula se tensó un poco, y por un segundo, Jimin creyó que cortaría la llamada.
—Sí... —respondió al principio, con un tono bajo y dubitativo—. O sea, más o menos.
Jimin se enderezó ligeramente, dejando de lado cualquier distracción. Toda su atención estaba en la pantalla y en Jungkook, cuya voz parecía llevar un peso que amenazaba con aplastarlo.
—¿Qué pasó? —preguntó con suavidad. Su tono era calmado, paciente, pero con la firmeza de quien está ahí para escuchar todo lo que haga falta.
Jungkook desvió la mirada, como si le costara sostener la conexión visual, incluso a través de una pantalla.
—Mis padres... —hizo una pausa, como si probar la frase en su lengua le resultara amargo—. Finalmente firmaron el divorcio.
El aire pareció quedarse quieto entre ellos. La confesión cayó como un susurro pesado, cargado de años de dolor acumulado. Jimin parpadeó, intentando procesar lo que escuchaba.
—Eso debe ser... difícil —respondió con suavidad, eligiendo cuidadosamente sus palabras para no invadirlo más de lo necesario.
Jungkook soltó una risa seca, sin pizca de humor, mirando el techo de su habitación con una mezcla de frustración y resignación.
—"Difícil" no alcanza a describirlo —dijo, su voz más baja, más áspera—. No es como si no lo viera venir. Llevan años peleando. Pero cuando finalmente pasó... fue como si todo lo que alguna vez fue mi familia desapareciera de golpe.
Hizo una pausa, pasándose la lengua por los labios mientras buscaba las palabras correctas.
—De niño, solía pensar que pelear era su manera de comunicarse. Discutían, luego se arreglaban, y después volvían a empezar. Se volvió un ciclo, ¿sabes? Un hábito. Algo tan constante que, de alguna forma, me parecía normal.
Su voz se endureció al recordar, su mandíbula tensándose como si luchara por contener algo más profundo.
—Con el tiempo, comenzaron a pelear por cualquier cosa: el trabajo, el dinero, incluso cosas tan tontas como quién olvidó apagar la luz. Mi papá... —Jungkook hizo una pausa, su ceño fruncido—. Aunque pasaba pocas horas en casa porque trabajaba todo el día, lograba que esas horas se sintieran eternas. Siempre llegaba quejándose: del jefe, del tráfico, del dinero que no alcanzaba... Pero lo peor no eran las quejas.
Soltó un suspiro frustrado, uno que parecía venir desde lo más hondo de su pecho.
—Lo peor era cómo trataba a mi mamá. Ella intentaba hablarle, ¿sabes? Contarle algo simple, como que había comprado un nuevo florero o que el vecindario planeaba hacer un picnic, y él simplemente... la ignoraba. Se sentaba frente al televisor, le subía el volumen y... ella terminaba callándose.
La voz de Jungkook se volvió más baja, apenas un susurro, pero la intensidad en sus palabras lo llenaba todo.
—Pero lo que más odiaba —continuó, fijando su mirada en algún punto lejano— era cómo cambiaba cuando estaba con sus amigos. Si lo vieras... parecía otra persona. Alegre, gracioso, el tipo de hombre que todos querían tener cerca. Era como si existieran dos versiones de él. Y yo no podía entender por qué esa versión feliz nunca aparecía cuando estaba con nosotros.
El silencio que siguió era pesado, casi tangible. Jimin lo observaba desde la pantalla, sintiendo cómo el pecho se le apretaba ante la vulnerabilidad que pocas veces Jungkook dejaba salir. Cada palabra suya parecía haber estado guardada por años, acumulando polvo en rincones oscuros de su memoria.
Jungkook se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, como si intentara borrar el peso de sus pensamientos.
—Creo que, de niño, empecé a odiarlo un poco por eso —admitió, su voz quebrándose apenas—. Porque, al final, no sabía quién era mi papá en realidad: el hombre amargado que llegaba a casa o el amigo carismático que todos admiraban. Y, por supuesto... —tragó saliva—. Luego está su engaño a mi mamá. Eso terminó de romper todo.
Jimin respiró hondo, procesando la confesión. No era fácil encontrar las palabras, pero no podía quedarse en silencio.
—Eso debió ser muy duro para ti —dijo, su voz tan suave como firme—. Crecer viendo todo eso... sin entender por qué pasaba.
Jungkook rió de nuevo, una risa rota, sin pizca de alegría.
—Lo fue. Pero lo peor es que... me acostumbré. Me acostumbré a no esperar demasiado de nadie. Porque si mi propio padre no podía ser consistente, ¿quién lo sería? —Jungkook dejó escapar un suspiro largo, su mirada perdida en la pantalla—. Por eso... creo que nunca he sabido cómo manejar relaciones. Amistades, sí, porque no tienen tantas expectativas. Pero algo más... siempre siento que lo voy a arruinar.
Jimin, que no había apartado los ojos de él ni un segundo, sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Las piezas empezaban a encajar: las bromas constantes de Jungkook, su facilidad para esconderse tras una sonrisa, su aparente desinterés en cualquier vínculo que pudiera profundizarse demasiado.
—Jungkook... —comenzó Jimin, eligiendo cada palabra con cuidado—. Que tu papá no haya sabido ser consistente no significa que tú no puedas serlo. No eres él. Lo que has vivido... no define quién eres ni quién puedes llegar a ser.
Jungkook desvió la mirada, su mandíbula tensa. Jimin vio cómo sus hombros se crispaban bajo el peso de aquellas palabras, pero no se detuvo.
—Sé que has pasado por cosas que te enseñaron a desconfiar, a no esperar demasiado de nadie. Pero, Jungkook... —su voz bajó un poco, más suave—. Eso no te define. No tienes que cargar solo con ese peso. Ahora tienes personas a tu alrededor que están aquí para ti, aunque a veces no lo veas. Personas que te valoran. Yo te valoro.
Por un momento, Jungkook no respondió. Soltó un suspiro largo, como si intentara liberar el nudo que llevaba demasiado tiempo apretado en su pecho. Sus hombros bajaron ligeramente, y cuando habló, su voz sonó más baja, casi insegura.
—¿Y si no puedo ser diferente? —murmuró—. ¿Y si termino siendo como él?
Jimin negó despacio, su mirada firme, pero llena de empatía.
—No lo serás —respondió con seguridad—. Ya estás siendo diferente. Lo veo en cómo hablas de tu mamá, en lo mucho que te preocupas por ella. Lo veo en cómo cuidas a las personas a tu alrededor, incluso cuando no lo admites. En cómo me cuidas a mí, aunque lo escondas detrás de tus bromas y de esa actitud despreocupada. Esa es tu manera de mostrar que te importa, Jungkook.
Jungkook dejó escapar una risa suave, pero esta vez no tenía el filo sarcástico de siempre. Era una risa pequeña, vulnerable, como si las palabras de Jimin hubieran atravesado sus defensas sin esfuerzo.
—Siempre tienes algo que decir, ¿eh? —dijo, una sombra de sonrisa curvando sus labios.
Jimin sonrió también, una sonrisa cálida que llegó a sus ojos.
—Es mi deber como delegado —respondió, intentando aligerar un poco el aire.
La sonrisa de Jungkook creció, genuina por primera vez en esa noche. Bajó la mirada hacia sus manos, sus dedos jugueteando distraídamente con el borde de su camiseta.
—Tienes demasiada fe en mí, Ricitos.
Jimin inclinó ligeramente la cabeza, su voz adoptando un tono más suave, más íntimo.
—Es porque creo en ti, Jungkook. Incluso cuando tú no crees en ti mismo.
El silencio que siguió no fue incómodo. Al contrario, fue un silencio lleno de entendimiento, como si las palabras ya no fueran necesarias para expresar lo que ambos sentían. Finalmente, Jungkook soltó un suspiro más ligero y alzó la mirada.
—Gracias, Jimin. En serio.
—Siempre —respondió Jimin, con una sinceridad que hizo que Jungkook lo mirara por un segundo más largo de lo normal.
Algo pareció ceder dentro de Jungkook, como si se permitiera, aunque fuera solo por un momento, creerle. La pequeña sonrisa que apareció en su rostro era tímida, pero real.
—Contigo, Jimin... es diferente.
Las palabras salieron casi como un susurro, pero su peso se sintió en el aire entre ellos. Jimin se quedó quieto, su corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir.
—¿Diferente cómo? —preguntó en voz baja, tratando de mantener la calma.
Jungkook sostuvo su mirada, buscando algo en los ojos de Jimin, como si tratara de encontrar la forma adecuada de explicar lo que sentía.
—Contigo no siento que tenga que fingir —dijo al fin, su voz ronca y honesta—. No tengo que ser el tipo despreocupado que todos esperan. Contigo puedo ser... yo.
Jimin tragó saliva, sintiendo cómo su pecho se apretaba ante la sinceridad de esas palabras. Le tomó un segundo recuperar la compostura, aunque algo en su expresión se suavizó.
—Bueno... supongo que eso es lo que hacen los amigos, ¿no? —respondió finalmente, intentando aferrarse a la ligereza de la palabra.
Jungkook soltó una risa ligera, pero no dijo nada más. Algo en su expresión parecía querer desafiar esa última frase, como si quisiera decir más pero no se atreviera.
—Sí... claro, amigos —repitió, pero su voz tenía un matiz que no pasó desapercibido.
El silencio que siguió fue diferente al anterior. No era incómodo, pero estaba cargado de algo más, algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar todavía. Era como si ambos estuvieran parados al borde de algo que no podían ignorar, pero que tampoco estaban listos para enfrentar.
Finalmente, Jungkook dejó escapar una pequeña carcajada y, con un tono más ligero, rompió el momento.
—Te lo juro, Ricitos, eres un experto en sacarle las palabras a la gente. ¿Tomas algún curso especial para eso?
Jimin rodó los ojos, aunque una sonrisa seguía adornando su rostro.
—No te emociones tanto, Jungkook. Todavía no soy tu terapeuta.
Ambos rieron suavemente, el aire a su alrededor más liviano, aunque el peso de lo no dicho todavía permanecía, aguardando su momento.
—Gracias por escucharme, Ricitos. Y por no juzgarme. No soy muy bueno en esto de... abrirme.
Jimin le ofreció una sonrisa cálida, sincera.
—Lo estás haciendo muy bien. Y... gracias por confiar en mí.
—Siempre —respondió Jungkook con un ligero movimiento de cabeza, sus ojos reflejando algo más profundo que no se atrevía a decir en voz alta.
La llamada continuó unos minutos más, con ambos intercambiando bromas suaves que disiparon la tensión, como un intento mutuo por volver a lo familiar. Finalmente, Jungkook levantó una mano en un gesto de despedida.
—Descansa, Ricitos. Nos vemos pronto.
—Descansa, Jungkook.
La llamada terminó y, durante unos segundos, la habitación quedó sumida en un silencio más pesado de lo habitual. Jimin dejó el teléfono sobre la mesita de noche y se quedó mirando el reflejo oscuro de la pantalla apagada, como si las palabras de Jungkook aún flotaran en el aire.
Suspiró y apagó la luz principal, dejando solo la lámpara de su escritorio encendida. La tenue iluminación le daba a su habitación una atmósfera más íntima, pero también amplificaba el vacío que sentía. Jimin se tumbó en la cama, mirando el techo, pero su mente no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido.
La conversación con Jungkook lo había dejado con una mezcla de emociones difícil de procesar: alivio por saber que Jungkook aún tenía a su madre, alguien que lo amaba y lo cuidaba, pero también nostalgia por lo que él mismo había perdido.
Giró la cabeza hacia el armario donde el disfraz que Jin y los demás habían preparado colgaba, destacando por su colorido entre la calma neutra de la habitación. Resultaba casi irónico que algo tan llamativo estuviera destinado a alguien como él.
Con un suspiro, se levantó de la cama y caminó hasta la ventana. Apoyó la frente contra el vidrio frío, cerrando los ojos por un momento mientras respiraba profundamente. Desde allí, podía ver el campus dormido, las luces de las farolas proyectando sombras suaves sobre el suelo y el aire nocturno envolviéndolo todo en un manto de quietud.
Pero esa calma no lograba aquietar sus pensamientos. La conversación con Jungkook había removido algo en él, algo que solía mantener bajo llave. Porque, aunque rara vez lo admitiera, las noches tranquilas eran las peores: en ellas, el silencio le traía los recuerdos que más le dolían.
Cerró los ojos y, como si su mente buscara castigarlo, los recuerdos de su madre volvieron, frágiles y distantes, como si estuvieran a punto de desvanecerse por completo. La veía sonriéndole desde la puerta del colegio, contándole historias antes de dormir, o simplemente abrazándolo, su perfume floral envolviéndolo como un refugio seguro.
Era todo tan pequeño, tan simple... pero ahora parecía un lujo inalcanzable.
—Jungkook tiene suerte —murmuró, su aliento empañando el vidrio—. A pesar de todo, aún la tiene a ella.
Sus dedos se apretaron ligeramente contra el marco de la ventana mientras las imágenes de su padre cruzaban su mente. Su padre, con sus palabras frías y sus acciones que poco a poco habían borrado cualquier rastro de ella en su vida. Había decidido que su madre no merecía estar presente, que él no necesitaba esos recuerdos. Pero Jimin sí. Dios, cuánto los necesitaba.
Se mordió el labio, intentando ahogar la presión en su pecho. No servía de nada pensar en eso, no servía de nada extrañar lo que no podía cambiar. Y, aun así, la punzada seguía ahí.
—Mamá... —susurró sin darse cuenta, su voz apenas un aliento que se desvaneció en el aire.
Por un momento, abrió los ojos y observó el reflejo distorsionado de su rostro en el vidrio empañado. Cerró los ojos con fuerza y se dejó llevar por el deseo infantil de que, al hacerlo, pudiera acercarse a ella, aunque solo fuera en su mente.
—Te extraño... —su voz tembló ligeramente, un susurro cargado de todo el peso que no había sabido poner en palabras durante años—. Te necesito.
El frío del vidrio se colaba a través de su piel, pero Jimin apenas lo notaba. Permaneció allí un instante más, como si estuviera esperando que el silencio le respondiera, como si la noche tuviera el poder de devolverle algo de lo que había perdido. Pero no fue así.
Finalmente, se alejó de la ventana y se recostó de nuevo en la cama, abrazando su almohada con fuerza mientras intentaba convencerse de que todo estaba bien, de que el pasado era solo eso: pasado.
Sin embargo, justo antes de que el sueño lo envolviera, lo último que cruzó su mente fue la sonrisa de Jungkook durante la videollamada. Esa sonrisa genuina, sincera, que parecía decirle, de alguna forma inexplicable, que no estaba tan solo como pensaba.
Esa idea, por pequeña que fuera, lo hizo sentir un poco más ligero. Solo un poco.
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