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🥀𝟏𝟔🥀

Jimin despertó más tarde de lo habitual, algo raro en él. La luz dorada del sol ya se filtraba por las cortinas, proyectando sombras irregulares sobre las sábanas revueltas. Se quedó quieto, mirando el techo, disfrutando del silencio raro y cómodo de una mañana sin pendientes. No había clases. No había exámenes. Por primera vez en semanas, no tenía que ser "productivo".

Se levantó con un suspiro y se estiró, sintiendo la tensión liberarse de sus músculos. Eligió ropa sencilla: una camiseta blanca holgada y pantalones deportivos grises. Nada que gritara "delegado de Medicina". Hoy, solo quería ser Jimin.

El supermercado estaba tranquilo, con ese aire pausado de las mañanas entre semana. Mientras empujaba el carrito, observó a su alrededor: una madre regañando con suavidad a su hijo que intentaba alcanzar una caja de galletas demasiado alta, un par de estudiantes comparando marcas de café con la seriedad de quien decide el destino de su cuenta bancaria. Pequeñas escenas cotidianas que pasaban desapercibidas en su rutina.

Se detuvo frente a los estantes de verduras, sintiendo algo extraño.

—¿Así será para ellos todos los días? —murmuró, sin esperar respuesta.

Compró lo necesario y regresó a casa, acomodando todo con la misma precisión metódica que aplicaba en sus estudios. Pero en lugar de sentarse a leer apuntes, hizo algo distinto: limpió. No por obligación, sino porque el orden externo siempre le daba un poco de paz.

Puso música y, sin darse cuenta, empezó a tararear. Al principio, solo un murmullo bajo, tímido, pero a medida que avanzaba la canción, su voz se hizo más audible. Para cuando terminó de fregar los platos, seguía cantando, la melodía envolviéndolo en una calma extraña. De pie en la cocina, con el cabello algo desordenado y las mangas de su camiseta húmedas, se sintió... ligero.

No duró mucho, pero fue suficiente.

Subió las escaleras con pasos más livianos y se dejó caer en la cama. No tenía prisa, así que por una vez dejó la ropa tirada en el suelo sin preocuparse. Se quedó un momento así, observando el techo, antes de levantarse para meterse a la ducha.

El agua caliente le cayó sobre los hombros como una lluvia reconfortante. Jimin cerró los ojos, dejando que el vapor se llevara el cansancio acumulado. Por primera vez en mucho tiempo, su mente no estaba repasando pendientes. Solo el sonido del agua, su respiración, y la sensación de estar presente en su propio cuerpo.

Al salir, el espejo del baño lo enfrentó con su reflejo.

Se inclinó sobre el lavamanos, apoyando las manos en el borde, observándose con detenimiento. No era solo cansancio lo que veía. Había algo más. Algo que no sabía nombrar.

—Una fiesta... —murmuró, su voz apenas un susurro.

Las palabras de Jungkook volvieron a él sin esfuerzo.

"Va a ser divertido, Ricitos."

Jimin exhaló lentamente, rozando su mandíbula con los dedos en un gesto pensativo. La idea seguía pareciéndole absurda. Él, en una fiesta de disfraces. Era algo que nunca habría considerado por sí mismo. Pero entonces, ¿por qué no podía sacarse el pensamiento de la cabeza?

—No suena tan mal —susurró, sorprendiéndose a sí mismo.

La idea de hacer algo espontáneo, sin planificación, sin estructura, lo aterraba y lo intrigaba en la misma medida.

El timbre de la puerta lo sacó de su ensimismamiento.

Se enderezó, pasándose una mano por el cabello para asegurarse de que no estuviera demasiado desordenado. "No pareces tan mal", pensó, antes de abrir la puerta.

No tuvo tiempo de reaccionar.

Taehyung, Soo Hee y Jin irrumpieron en su casa con el tipo de energía que parecía desafiar las leyes de la física. Entre los tres, cargaban bolsas que amenazaban con colapsar bajo su propio peso.

—¡Jiminnie! Prepárate para ser el alma de la fiesta —declaró Jin, levantando una bolsa como si fuera un trofeo.

—O al menos para no parecer un estudiante de Medicina —añadió Taehyung con una mirada evaluadora.

Soo Hee, más contenida pero igual de cómplice, le sonrió con calma y levantó una bolsa pequeña con un delicado lazo rosa.

—Solo queremos que te diviertas. Y para eso… confiamos en el maestro.

Hizo un gesto hacia Jin, que ya sacaba prendas con el entusiasmo de un diseñador en plena pasarela.

Jimin suspiró, pero no los detuvo. Cerró la puerta y los observó invadir su espacio con una mezcla de resignación y ternura.

—No sé cómo me convencieron para esto…

—Eso no importa, Jiminnie —respondió Jin, desplegando un sombrero ridículamente adornado—. Lo que importa es que ahora estás en nuestras manos. Cuando terminemos contigo, no solo Jungkook, sino todos en esa fiesta, van a mirarte.

Taehyung estalló en carcajadas, mientras Soo Hee reía con más discreción. Jimin cerró los ojos un segundo, reuniendo paciencia.

—¿Siempre tienes que hacer una entrada tan dramática?

—Esto no es drama. —Jin dejó caer las bolsas sobre la mesa con un golpe sonoro y le dedicó una sonrisa triunfante—. Es arte. Y tú, mi querido Jimin, serás mi obra maestra.

Soo Hee se acomodó en el sofá con gracia calculada, colocando su bolsa sobre el regazo.

—Si algo sale mal, siempre puedes culparlo a él —señaló a Jin con un guiño.

—¡Oye! —exclamó Jin, llevándose una mano al pecho—. No hay margen de error en mi trabajo. Cuando termine contigo, Jungkook no va a saber qué lo golpeó.

Jimin alzó una ceja.

—Eso suena aterrador.

Pero no pudo evitar sonreír. Entre bromas y planes descabellados, el nerviosismo inicial se diluía en algo más parecido a emoción.

Mientras Jin desplegaba prendas y accesorios, Taehyung y Soo Hee debatían opciones con la seriedad de una junta directiva. Jimin, desde el borde de la habitación, los miraba con incredulidad. No encajaba del todo en el caos, pero su sonrisa lo delataba: estaba agradecido.

Sin previo aviso, Taehyung dejó la mochila y se acercó con un aire inusualmente serio.

—Hablando en serio, Jiminnie… ¿seguro que quieres ir? Si en algún momento te sientes incómodo, o si Jungkook te deja de lado… —puso una mano firme en su hombro—. Me llamas. No importa la hora.

Jimin parpadeó. Sintió un nudo inesperado en la garganta, pero lo disimuló con un pequeño asentimiento.

—Gracias, Tae.

Taehyung sonrió, satisfecho, y se unió a Soo Hee en el sofá. Jimin apenas tuvo tiempo de procesarlo antes de que Jin, metro en mano y mirada analítica, lo inspeccionara como si fuera un lienzo en blanco.

—Hmm… tienes potencial.

Le giró la cara de un lado a otro y luego soltó un suspiro teatral.

—Pero me falta inspiración. Ahora dime, ¿quieres algo oscuro, algo clásico o algo que cause impacto?

Jimin resopló, sintiendo el rubor en sus mejillas.

—Algo que no me haga parecer un idiota estaría bien.

—Eso será difícil —replicó Jin con una sonrisa astuta, sacando una máscara de calavera brillante—. Pero acepto el reto.

—No empieces con las ridiculeces —intervino Soo Hee, reprimiendo una risa cuando Jin sacó una capa de vampiro con purpurina.

—¿Y esto? —insistió Jin, sacando un sombrero de bruja con luces parpadeantes.

—¡No, no, no! —exclamó Taehyung, quitándoselo de las manos—. Necesitamos algo que diga "Jimin" pero también "wow". Algo elegante, pero sin que parezca que lo sacamos de un almacén de segunda.

Jimin suspiró y se dejó caer en una silla. Soo Hee le dio un apretón en el brazo.

—Déjalos jugar. Al final, siempre encuentran algo que funciona.

—Eso no lo hace menos aterrador…

Pero nadie lo escuchó.

La búsqueda continuó, Jin descartando opciones mientras Taehyung daba opiniones con su particular dramatismo. Hasta que Jin se quedó quieto, como si una revelación lo golpeara. Sus ojos brillaron peligrosamente mientras sacaba algo del fondo de una bolsa: un traje violeta profundo.

—¡Ya lo tengo!

Sostuvo la prenda en alto como si hubiera encontrado un tesoro.

—Joker. Pero no cualquier Joker. Un Joker moderno, elegante y con un toque… sutilmente inquietante.

Jimin frunció el ceño, observando el traje con escepticismo.

—¿Joker?

—Exacto. —Jin comenzó a caminar en círculos, ya metido en su discurso—. Piensa en esto: un traje ajustado y bien cortado, maquillaje limpio pero detallado, y un cabello despeinado que parece casual pero es perfectamente calculado.

Se detuvo, señalándolo con confianza.

—Serás la mezcla perfecta entre caos y clase.

Jimin miró el traje de nuevo. Contra su voluntad, la idea empezó a tomar forma en su cabeza.

Y aunque no lo admitiera en voz alta, había algo en esa imagen que… funcionaba.

Taehyung asintió con entusiasmo.

—Es perfecto. Oscuro, impactante y lo suficientemente fuera de tu zona de confort como para destacar sin sentirte incómodo.

Jimin mordió su labio, observando el traje. Había algo en la idea —en lo elegante pero inquietante que sonaba— que comenzaba a convencerlo. O tal vez era la mirada expectante de sus amigos, que irradiaban tanta confianza en él que resultaba difícil negarse.

—Supongo que podría funcionar… —murmuró, casi para sí mismo.

—¡Funcionará! —exclamó Jin, dándole una palmada tan fuerte en el hombro que Jimin casi perdió el equilibrio—. Confía en mí, Jiminnie. Cuando llegues a esa fiesta, Jungkook no va a saber qué lo golpeó.

—¿Qué? —Jimin sintió el calor subirle al rostro de inmediato.

—Nada, nada. —Jin sonrió con inocencia fingida mientras desplegaba el traje sobre la mesa como si manipulara una obra de arte—. Ahora, déjanos trabajar.

Soo Hee y Taehyung rieron, mientras Jimin se hundía en la silla, cruzándose de brazos y desviando la mirada. Pero, aunque intentara disimularlo, la emoción estaba ahí.

El sonido de las tijeras deslizándose por la tela llenó la habitación, entre bromas ligeras y comentarios sueltos. Jimin observaba el proceso con una mezcla de nervios y fascinación. Era extraño ver cómo un simple trozo de tela cobraba vida bajo las manos hábiles de Jin, pero aún más extraño era imaginarse a sí mismo usándolo.

Entonces, Jin rompió el silencio, su tono más suave de lo habitual.

—¿Sabes, Jiminnie? No tienes que hacer siempre lo que los demás esperan de ti.

Jimin alzó la vista, encontrándose con una sonrisa que equilibraba ligereza y sinceridad.

—Las fiestas son para divertirse, no para encajar en ninguna expectativa —añadió Jin, ajustando la tela con precisión.

Jimin se quedó en silencio, mirando el traje como si la respuesta estuviera ahí.

—Supongo que no estoy acostumbrado a… destacar.

El tintineo de las tijeras al caer sobre la mesa rompió la quietud. Jin le dio una palmada en el hombro, firme pero reconfortante.

—No hace falta que destaques. Pero asegúrate de divertirte. Te lo mereces más de lo que crees.

Desde el sofá, Soo Hee asintió.

—Jiminnie, no tienes que ser perfecto todo el tiempo. Ya lo eres, de todas formas.

Jimin dejó escapar una risa breve, pero el nudo en su pecho no desapareció del todo.

Entonces, Taehyung, usualmente el más bromista, habló con inusual seriedad.

—Si no fuera por ti, probablemente habría dejado la carrera hace mucho.

Jimin lo miró, sorprendido.

—Tú fuiste mi soporte en los peores momentos. Eres más fuerte de lo que crees. Solo… permítete disfrutar un poco, ¿sí?

Jimin vio en los ojos de Taehyung algo que su amigo rara vez expresaba: gratitud. Había olvidado lo mucho que significaba para los demás, lo mucho que su presencia influía en ellos.

—Gracias, chicos —dijo, su voz apenas un susurro, pero cargada de sinceridad.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue uno de esos silencios llenos de calidez, donde no hacían falta más palabras. Jin retomó su trabajo, murmurando sobre costuras perfectas, mientras Soo Hee organizaba los accesorios con atención meticulosa. Taehyung simplemente le sonrió, como si con eso le dijera todo lo que aún no había puesto en palabras.

Jimin respiró hondo y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez, solo tal vez, podía permitirse ser alguien diferente por una noche.

No el delegado perfecto. No el estudiante modelo.

Simplemente Jimin.

Y eso, aunque le aterraba, también le emocionaba.


La sala de Yoongi reflejaba su personalidad a la perfección: ordenada, minimalista, en tonos neutros. Sin embargo, los cojines de colores vivos en el sofá y la pequeña planta en la esquina delataban la influencia de Hoseok, que lograba inyectar vida incluso en los espacios más serios.

Jungkook estaba sentado en el borde del sofá, tamborileando los dedos contra su teléfono, la mirada vagando entre la pantalla apagada y la taza de café de Yoongi sobre la mesa. No había dicho una palabra en varios minutos, pero la tensión en su postura hablaba por sí sola.

—¿Vas a hacer algo al respecto o solo piensas fulminar el teléfono con la mirada? —preguntó Yoongi con su tono seco y directo, sin molestarse en levantar la vista.

Jungkook frunció el ceño.

—¿De qué hablas?

Yoongi suspiró, reclinándose en la silla.

—Vamos, Kook. ¿Desde cuándo te importaba tanto alguien? —Su mirada era tan firme que parecía atravesarlo—. Y no me vengas con el "solo somos amigos". Esa excusa ya no nos funciona.

Jungkook desvió la vista hacia la ventana, donde el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados. El atardecer tenía algo simbólico, algo que resonaba con lo que sentía: un cambio inevitable, una corriente que lo arrastraba sin que pudiera —o quisiera— resistirse.

—Es complicado... —murmuró, con una vulnerabilidad que rara vez dejaba escapar.

Hoseok, que hasta ese momento había hojeado distraídamente un libro, dejó el ejemplar a un lado con una sonrisa suave.

—Te conocemos demasiado bien, Jungkook. Cuando alguien te importa de verdad, lo demuestras, aunque ni siquiera te des cuenta.

Jungkook giró el teléfono en sus manos, incómodo.

—¿Y si no funciona? ¿Y si lo arruino todo?

Yoongi lo miró con algo que no era lástima, pero tampoco indulgencia.

—Eso siempre es una posibilidad. Pero quedarte atrapado en el miedo también puede arruinarlo.

El silencio se asentó entre ellos, solo interrumpido por el leve zumbido del reloj en la pared. Hoseok, con su calidez habitual, tocó el brazo de Jungkook en un gesto tranquilizador.

—Mira, Kook. Si realmente te importa Jimin, no dejes que las dudas te paralicen. No tienes que lanzarte al vacío sin pensar, pero tampoco puedes quedarte en la orilla viendo cómo pasa el tiempo.

Jungkook apretó los labios, su mente atrapada en el torbellino de pensamientos que no lograba apaciguar. Las palabras de Yoongi y Hoseok se quedaron con él, retumbando en su cabeza, tocando fibras que prefería mantener ocultas.

—Es solo que… nunca he tenido algo así —admitió finalmente, su voz apenas un susurro. Los recuerdos de su infancia cruzaron su mente como sombras persistentes, pesadas y difíciles de ignorar—. No una conexión real, sin que todo gire alrededor de lo físico o lo superficial. Y no quiero arruinar lo que tenemos ahora.

Yoongi lo observó en silencio, con esa mirada suya que parecía verlo todo. Cuando habló, su tono fue firme pero tranquilo.

—Siempre hay un riesgo, Kook. Pero si Jimin siente aunque sea una parte de lo que tú sientes, vale la pena intentarlo.

Hoseok asintió, su sonrisa suave pero segura.

—Y si no sale como esperas, no estás solo. Estamos aquí. —Le lanzó una mirada rápida a Yoongi—. Aunque él probablemente solo te dé una palmada en el hombro y un café amargo.

—Lo tomas o lo dejas —murmuró Yoongi, sin molestarse en refutarlo.

Jungkook dejó escapar una risa breve, casi resignada. La tensión en su pecho se aflojó un poco mientras dejaba el teléfono sobre la mesa y se recargaba en el respaldo del sofá.

—Tal vez tengan razón… —murmuró, aunque la duda seguía aferrada a su voz.

Yoongi, volviendo a su actitud despreocupada, alzó su taza de café en un gesto casual.

—Solo prométeme que no lo dejarás pasar. Y si todo sale bien, no vengas llorando. No soy bueno manejando emociones positivas.

La risa de Hoseok estalló en la sala, ligera y contagiosa, y por un momento, incluso Jungkook sonrió, sintiendo cómo el peso en su pecho cedía un poco más.

---

La noche había caído cuando Jungkook salió de la casa de Yoongi. El aire fresco golpeó su rostro como una bocanada de realidad.

Mientras encendía la moto, las palabras de sus amigos seguían resonando en su mente, como si cada una hubiera encontrado su lugar en las inseguridades que tanto intentaba ocultar.

"¿Y si tienen razón?"

El rugido del motor rompió la tranquilidad del vecindario. El camino de regreso, uno que conocía de memoria, se sintió distinto esa noche. Las luces de la ciudad se volvieron un desenfoque a su alrededor, y aunque el viento era frío, algo en su pecho seguía ardiendo: una mezcla incómoda de miedo y esperanza que no lograba ignorar.

Al llegar, notó que las luces del salón estaban encendidas, pero el resto de la casa dormía. Entró con cuidado, dejando las llaves sobre la mesa junto a la puerta.

Lo primero que vio fue a su madre, dormida en el sofá.

Estaba recostada con una expresión de serenidad que pocas veces tenía. Una manta colgaba a medio camino de sus piernas, y en el televisor, los créditos de una película que no había terminado de ver parpadeaban en silencio. Por un instante, Jungkook se quedó quieto, grabando la escena en su memoria.

Las líneas de su rostro, suavizadas por el sueño, le recordaron las tardes de su infancia, cuando la risa llenaba la casa y no existían las discusiones o los silencios incómodos. Sin pensarlo, tomó la manta y la acomodó con cuidado sobre ella. Apagó el televisor, y el silencio que quedó fue cálido, envolvente.

—Descansa, mamá —murmuró en voz baja, como si le hablara a un recuerdo.

Subió las escaleras con pasos lentos, el peso del día aferrándose a sus hombros. Su habitación, que antes era un caos de ropa y libros desordenados, ahora reflejaba un orden casi meticuloso. La cama impecable, los libros apilados con precisión, el suelo limpio.

Se quedó de pie en la entrada, observándolo todo, hasta que una sonrisa pequeña, casi nostálgica, asomó en sus labios.

"El desorden refleja el caos en tu cabeza, Jungkook."

La voz de Jimin resonó en su memoria. En su momento se había burlado de lo serio que sonaba, pero ahora… ahora lo entendía.

Jungkook dejó caer su cuerpo sobre la cama, el colchón frío contra su espalda, y cerró los ojos por un instante, tratando de poner en orden el torbellino de pensamientos en su mente. Pero uno en particular no lo dejaba en paz.

Giró la cabeza hacia su escritorio, donde su teléfono descansaba en silencio, como si lo retara a romper la calma de la noche. Lo tomó, desbloqueándolo con movimientos automáticos. Su pulgar se deslizó por la pantalla hasta el chat con Jimin. La conversación estaba ahí, esperándolo, pero seguía sin saber cómo empezar. Había escrito y borrado tantos mensajes en los últimos días que cada intento le parecía peor que el anterior.

Exhaló, forzando a su cerebro a dejar de pensar tanto.

Jungkook: ¿Ya decidiste tu disfraz? Ricitos tiene que impresionar.

Miró la pantalla, tamborileando los dedos contra el borde del teléfono. La espera fue breve, pero se sintió eterna. Entonces, la vibración de la respuesta sacudió su mano, y una sonrisa automática se formó en sus labios.

Jimin: ¿Y tú? ¿O te vas a ir con tu traje de contabilidad?

Una carcajada escapó de Jungkook, rompiendo la quietud de la habitación. Movió la cabeza, divertido, como si pudiera ver a Jimin intentando ocultar una sonrisa mientras lo escribía.

Jungkook: ¿Eso fue un chiste? ¡Te estás volviendo como yo!

Cerró el chat, pero la sonrisa persistió. Sin embargo, en el fondo de su pecho, algo seguía pesando. Las palabras que había guardado durante días se acumulaban como una presa a punto de desbordarse.

Antes de pensarlo demasiado, presionó el ícono de videollamada.

El teléfono vibró sobre la mesita de noche de Jimin, sacándolo de su ensimismamiento. Miró la pantalla, sorprendido por el nombre de Jungkook parpadeando en grandes letras.

Por un instante, dudó. Luego deslizó el dedo y aceptó la llamada.

—¿Una videollamada? —preguntó con una sonrisa pequeña, algo divertida, cuando la imagen de Jungkook apareció en la pantalla—. Esto sí que es nuevo.

Jimin, con su pijama habitual y el cabello revuelto, se veía relajado, aunque sus ojos reflejaban curiosidad. Jungkook, por su parte, estaba tumbado en su cama, con el brazo apoyado bajo su cabeza y el ceño apenas fruncido, como si aún estuviera decidiendo si debía hablar.

—Entonces... ¿a qué debo el honor? —bromeó Jimin, con la voz aún teñida de sueño.

—¿Qué pasa? ¿No puedo ver tu cara de Ricitos fuera del aula? —bromeó Jungkook, su tono ligero, pero algo en su mirada lo delataba.

Jimin dejó escapar una risa suave, pero no pasó por alto la tensión en su voz.

—Sabes que siempre puedes. Pero… ¿todo bien? —preguntó con un toque de preocupación, inclinando la cabeza.

Jungkook desvió la mirada, pasándose una mano por el cabello y despeinándolo aún más. Su mandíbula se tensó un poco, y por un segundo, Jimin creyó que cortaría la llamada.

—Sí… —respondió al principio, con un tono bajo y dubitativo—. O sea, más o menos.

Jimin se enderezó, dejando de lado cualquier distracción.

—¿Qué pasó?

Su voz era calmada, paciente, pero con la firmeza de quien está ahí para escuchar todo lo que haga falta.

Jungkook bajó la mirada, como si le costara sostener el contacto visual incluso a través de una pantalla.

—Mis padres… —hizo una pausa, probando las palabras en su lengua como si le supieran amargas—. Finalmente firmaron el divorcio.

El aire pareció quedarse quieto entre ellos. La confesión cayó como un susurro pesado, cargado de años de dolor acumulado.

Jimin parpadeó, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Eso debe ser… difícil.

Jungkook soltó una risa seca, sin pizca de humor, mirando el techo de su habitación con una mezcla de frustración y resignación.

—"Difícil" no alcanza a describirlo. No es como si no lo viera venir. Llevan años peleando. Pero cuando finalmente pasó… fue como si todo lo que alguna vez fue mi familia desapareciera de golpe.

Su voz bajó un poco más, casi como si hablara para sí mismo.

—De niño, solía pensar que pelear era su manera de comunicarse. Discutían, luego se arreglaban, y después volvían a empezar. Se volvió un ciclo, ¿sabes? Un hábito. Algo tan constante que, de alguna forma, me parecía normal.

Su mandíbula se tensó.

—Con el tiempo, comenzaron a pelear por cualquier cosa: el trabajo, el dinero… incluso cosas tan tontas como quién olvidó apagar la luz. Mi papá… —Jungkook vaciló un segundo antes de continuar—. Aunque pasaba pocas horas en casa porque trabajaba todo el día, lograba que esas horas se sintieran eternas. Siempre llegaba quejándose: del jefe, del tráfico, del dinero que no alcanzaba… Pero lo peor no eran las quejas.

Se pasó la lengua por los labios, buscando las palabras correctas.

—Lo peor era cómo trataba a mi mamá. Ella intentaba hablarle, ¿sabes? Contarle algo simple, como que había comprado un nuevo florero o que el vecindario planeaba hacer un picnic… y él simplemente la ignoraba. Se sentaba frente al televisor, le subía el volumen… y ella terminaba callándose.

La voz de Jungkook se volvió más baja, apenas un susurro, pero el peso en sus palabras lo llenaba todo.

—Pero lo que más odiaba —continuó, fijando la mirada en algún punto lejano— era cómo cambiaba cuando estaba con sus amigos. Si lo vieras… parecía otra persona. Alegre, gracioso, el tipo de hombre que todos querían tener cerca. Era como si existieran dos versiones de él. Y yo no podía entender por qué esa versión feliz nunca aparecía cuando estaba con nosotros.

El silencio entre ellos se hizo pesado. Jimin lo observó desde la pantalla, sintiendo un nudo en la garganta al ver la vulnerabilidad en los ojos de Jungkook.

Jungkook suspiró, pasándose una mano por el cabello.

—Creo que, de niño, empecé a odiarlo un poco por eso. Porque, al final, no sabía quién era mi papá en realidad: el hombre amargado que llegaba a casa o el amigo carismático que todos admiraban. Y, por supuesto… —tragó saliva—. Luego está su engaño a mi mamá. Eso terminó de romper todo.

Jimin respiró hondo, procesando la confesión. No era fácil encontrar las palabras, pero sabía que no podía quedarse callado.

—Eso debió ser muy duro para ti —dijo con suavidad—. Crecer viendo todo eso… sin entender por qué pasaba.

Jungkook rió de nuevo, una risa rota, sin alegría.

—Lo fue. Pero lo peor es que… me acostumbré. Me acostumbré a no esperar demasiado de nadie. Porque si mi propio padre no podía ser consistente, ¿quién lo sería?

Jimin lo miró con atención, sintiendo cómo las piezas encajaban. Sus bromas constantes, su facilidad para esconderse tras una sonrisa, su aparente desinterés en cualquier vínculo que pudiera profundizarse demasiado… todo tenía sentido ahora.

—Jungkook… —comenzó Jimin, eligiendo sus palabras con cuidado—. Que tu papá no haya sabido ser consistente no significa que tú no puedas serlo. No eres él.

Jungkook desvió la mirada, su mandíbula tensa.

Jimin no se detuvo.

—Sé que has pasado por cosas que te enseñaron a desconfiar, a no esperar demasiado de nadie. Pero… —su voz bajó un poco, más suave—. Eso no te define. No tienes que cargar con ese peso solo.

Jungkook seguía sin mirarlo, pero Jimin vio cómo sus hombros se crispaban.

—Ahora tienes personas a tu alrededor que están aquí para ti, aunque a veces no lo veas. Personas que te valoran.

Jimin hizo una breve pausa, antes de soltar lo que de verdad quería decir.

—Yo te valoro.

Jungkook finalmente levantó la mirada. Y en ese segundo de silencio, algo en el aire pareció cambiar.

Por un momento, no respondió. Solo soltó un suspiro largo, como si intentara liberar el nudo que llevaba demasiado tiempo apretado en su pecho. Sus hombros bajaron ligeramente, y cuando habló, su voz sonó más baja, casi insegura.

—¿Y si no puedo ser diferente? —murmuró—. ¿Y si termino siendo como él?

Jimin negó despacio, su mirada firme pero llena de empatía.

—No lo serás —respondió con seguridad—. Ya estás siendo diferente. Lo veo en cómo hablas de tu mamá, en lo mucho que te preocupas por ella. Lo veo en cómo cuidas a las personas a tu alrededor, incluso cuando no lo admites. En cómo me cuidas a mí, aunque lo escondas detrás de tus bromas y de esa actitud despreocupada. Esa es tu manera de mostrar que te importa, Jungkook.

Jungkook dejó escapar una risa suave, sin el filo sarcástico de siempre. Era una risa pequeña, vulnerable, como si las palabras de Jimin hubieran atravesado sus defensas sin esfuerzo.

—Siempre tienes algo que decir, ¿eh?

Jimin sonrió también, cálido, cercano.

—Es mi deber como delegado —bromeó, intentando aligerar el aire.

La sonrisa de Jungkook creció, genuina por primera vez en esa noche. Bajó la mirada hacia sus manos, sus dedos jugueteando distraídamente con el borde de su camiseta.

—Tienes demasiada fe en mí, Ricitos.

Jimin inclinó ligeramente la cabeza, su tono más suave, más íntimo.

—Es porque creo en ti, Jungkook. Incluso cuando tú no crees en ti mismo.

El silencio que siguió no fue incómodo. Al contrario, estaba lleno de entendimiento, como si las palabras ya no fueran necesarias. Finalmente, Jungkook soltó un suspiro más ligero y alzó la mirada.

—Gracias, Jimin. En serio.

—Siempre —respondió Jimin, con una sinceridad que hizo que Jungkook lo mirara por un segundo más largo de lo normal.

Algo pareció ceder dentro de Jungkook, como si se permitiera, aunque fuera solo por un momento, creerle. La pequeña sonrisa que apareció en su rostro era tímida, pero real.

—Contigo, Jimin… es diferente.

Las palabras salieron en un susurro, pero su peso se sintió en el aire entre ellos.

Jimin se quedó quieto, su corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir.

—¿Diferente cómo? —preguntó en voz baja, tratando de mantener la calma.

Jungkook sostuvo su mirada, buscando algo en los ojos de Jimin, como si intentara encontrar la manera correcta de explicar lo que sentía.

—Contigo no siento que tenga que fingir —dijo al fin, su voz ronca y honesta—. No tengo que ser el tipo despreocupado que todos esperan. Contigo puedo ser… yo.

Jimin tragó saliva, sintiendo cómo su pecho se apretaba ante la sinceridad de esas palabras. Le tomó un segundo recuperar la compostura, aunque algo en su expresión se suavizó.

—Bueno… supongo que eso es lo que hacen los amigos, ¿no?

La palabra quedó flotando en el aire, ligera y frágil al mismo tiempo.

Jungkook soltó una risa breve, pero no dijo nada más. Algo en su mirada desafió esa última frase, como si quisiera decir más, pero no se atreviera.

—Sí… claro, amigos —repitió, pero su voz tenía un matiz que Jimin no pasó por alto.

El silencio que siguió era diferente. No incómodo, pero cargado de algo más, algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar todavía. Era como si ambos estuvieran parados al borde de algo que no podían ignorar, pero que tampoco estaban listos para enfrentar.

Finalmente, Jungkook dejó escapar una pequeña carcajada y rompió el momento.

—Te lo juro, Ricitos, eres un experto en sacarle las palabras a la gente. ¿Tomas algún curso especial para eso?

Jimin rodó los ojos, pero su sonrisa seguía ahí.

—No te emociones tanto, Jungkook. Todavía no soy tu terapeuta.

Ambos rieron suavemente, disipando un poco la tensión, aunque lo no dicho seguía ahí, aguardando su momento.

—Gracias por escucharme, Ricitos. Y por no juzgarme. No soy muy bueno en esto de… abrirme.

Jimin le ofreció una sonrisa sincera.

—Lo estás haciendo bien. Y… gracias por confiar en mí.

—Siempre —respondió Jungkook, con un ligero movimiento de cabeza, sus ojos reflejando algo más profundo que no se atrevía a decir en voz alta.

La llamada continuó unos minutos más, con bromas suaves que aligeraron la conversación, un intento mutuo por volver a lo familiar. Finalmente, Jungkook levantó una mano en un gesto de despedida.

—Descansa, Ricitos. Nos vemos pronto.

—Descansa, Jungkook.

La llamada terminó y, durante unos segundos, la habitación quedó en un silencio más pesado de lo habitual. Jimin dejó el teléfono sobre la mesita de noche y lo miró, como si las palabras de Jungkook aún flotaran en el aire.

Suspiró y apagó la luz principal, dejando solo la lámpara del escritorio encendida. La tenue iluminación le daba a su habitación una atmósfera más íntima, pero también amplificaba el vacío que sentía.

Se levantó de la cama y caminó hasta la ventana. Apoyó la frente contra el vidrio frío, cerrando los ojos mientras respiraba profundamente. Desde allí, podía ver el campus dormido, las farolas proyectando sombras suaves en el suelo, el aire nocturno envolviéndolo todo en un manto de quietud.

Pero esa calma no lograba aquietar sus pensamientos.

La conversación con Jungkook había removido algo en él, algo que solía mantener bajo llave. Porque, aunque rara vez lo admitiera, las noches tranquilas eran las peores: el silencio traía de vuelta los recuerdos que más dolían.

Cerró los ojos, y su mente, como si buscara castigarlo, lo llevó directo a su madre. Su sonrisa al esperarlo en la puerta del colegio, su voz suave contándole historias antes de dormir, el perfume floral que lo envolvía en cada abrazo.

Tan pequeño. Tan simple. Y ahora, tan inalcanzable.

—Jungkook tiene suerte —murmuró, su aliento empañando el vidrio—. A pesar de todo, aún la tiene a ella.

Sus dedos se apretaron contra el marco de la ventana. Entonces, como un fantasma que nunca lo abandonaba, la imagen de su padre apareció en su mente. Su voz fría. Sus acciones implacables, borrando cada rastro de ella, como si nunca hubiera existido. Como si él no tuviera derecho a recordarla.

Pero Jimin sí. Dios, cuánto la necesitaba.

Se mordió el labio, intentando ahogar la presión en su pecho. No servía de nada pensar en eso, no servía de nada extrañar lo que no podía cambiar. Y, aun así, la punzada seguía ahí.

—Mamá... —susurró, su voz apenas un aliento que se desvaneció en la noche.

Abrió los ojos y observó su reflejo distorsionado en el vidrio empañado. Por un instante, cerró los párpados con fuerza, como si con ese simple gesto pudiera acercarse a ella, aunque solo fuera en su mente.

—Te extraño… —su voz tembló ligeramente, cargada de todo el peso que no había sabido poner en palabras durante años—. Te necesito.

El frío del vidrio se colaba a través de su piel, pero Jimin apenas lo notaba. Permaneció allí, inmóvil, como si esperara que el silencio le respondiera. Como si la noche pudiera devolverle algo de lo que había perdido.

Pero no lo hizo.

Finalmente, se alejó de la ventana y se recostó de nuevo en la cama, abrazando la almohada con fuerza mientras intentaba convencerse de que todo estaba bien. Que el pasado era solo eso: pasado.

Y, sin embargo, justo antes de que el sueño lo envolviera, lo último que cruzó su mente fue la sonrisa de Jungkook en la videollamada.

Una sonrisa que, de alguna manera inexplicable, parecía decirle que no estaba tan solo como pensaba.

Esa idea, por pequeña que fuera, lo hizo sentir un poco más ligero.

Solo un poco.

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