🥀𝟏𝟓🥀
Tras semanas de presión constante y noches en vela, el último día de clases finalmente había llegado. El campus, normalmente solemne a esas horas de la mañana, rebosaba de vida. Grupos de estudiantes se movían por los pasillos, algunos aún aferrados a sus libros como si fueran una extensión de sí mismos, mientras otros reían con alivio, como si al fin hubieran dejado atrás el peso de los exámenes. El aire estaba cargado de algo peculiar: una mezcla de euforia contenida y nostalgia anticipada, como si todos comprendieran, aunque no lo dijeran en voz alta, que este día marcaba el cierre de un capítulo importante.
Jimin avanzaba hacia el auditorio acompañado de Soo Hee y Taehyung. Su cuaderno, siempre presente, descansaba bajo su brazo en un gesto casi automático que ni siquiera registraba. A su lado, Soo Hee sostenía su inseparable café, el aroma cálido envolviéndolos como una pequeña tregua ante el caos, mientras Taehyung intentaba abrir un paquete de galletas con demasiada fuerza.
—Necesito azúcar o no sobrevivo a esto —murmuró Taehyung, con la seriedad de quien enfrentaba una batalla épica.
Soo Hee bufó una risa antes de darle un ligero empujón a Jimin en el brazo.
—¿Estás listo para esto, Jiminnie?
Jimin exhaló con un intento de sonrisa, pequeña pero sincera.
—No sé si "listo" sea la palabra, pero aquí estamos.
Al entrar al auditorio, los murmullos los envolvieron. Estudiantes llenaban los asientos asignados, organizados por carreras, mientras el sonido de pasos y risas se mezclaba con el eco de voces que rebotaban en las paredes. Jimin tomó su lugar con precisión, dejando su cuaderno sobre las piernas y observando el escenario. Allí, los decanos de Medicina y Contabilidad se preparaban, sus movimientos pausados y solemnes, como si cada gesto fuera una declaración en sí misma. Habían vivido esta ceremonia tantas veces antes, pero sus miradas serias hacían que todo pareciera nuevo e importante.
Entonces ocurrió. Como un reflejo incontrolable, la mirada de Jimin vagó hacia la sección de Contabilidad. Lo localizó con facilidad; había aprendido a hacerlo casi sin querer. Y ahí estaba: Jungkook. Sentado en la tercera fila, con la camisa blanca ligeramente arremangada y un par de botones abiertos en el cuello, como si no tuviera tiempo o ganas de preocuparse por los detalles. Su cabello, rebelde y despeinado, captaba la luz del auditorio en ángulos suaves, dándole un aire casualmente perfecto.
Pero lo que más llamó la atención de Jimin fue ese gesto: Jungkook tamborileaba los dedos contra su rodilla. Era casi imperceptible, pero lo suficiente para delatarlo. Estaba impaciente.
Jimin apartó la vista tan rápido que sintió un leve calor subirle a las mejillas. Un pensamiento fugaz, apenas un susurro, se coló en su mente: ¿También estará esperando calificaciones? Era una pregunta sin importancia, pero el ligero aleteo en su pecho decía lo contrario.
"Contrólate", se dijo, enfocándose en el escenario justo cuando el micrófono emitió un leve chasquido y la voz grave del decano de Medicina rompió el murmullo en el aire.
—Buenos días a todos. Antes que nada, quiero felicitarlos por haber llegado hasta este punto. No todos tienen la fortaleza, la disciplina ni la pasión necesarias para enfrentar un semestre como el que ustedes acaban de concluir. Hoy no solo celebramos el final de sus clases, sino también el esfuerzo invisible: esas noches de duda, esos días en los que quisieron rendirse... y no lo hicieron.
Las palabras del decano flotaron en el aire, pesadas pero reconfortantes. Jimin asintió, como si ese discurso estuviera dirigido directamente a él. Porque sí, lo había sentido todo: el agotamiento, las dudas, la presión constante. Sin embargo, había algo más. Su mente volvió a esas semanas recientes, a esos momentos caóticos donde la rutina parecía devorarlo, y, en medio de todo, Jungkook.
La imagen llegó de forma tan vívida que Jimin apenas notó cómo se desviaba del discurso. Recordó aquella tarde en la biblioteca, una pausa inesperada entre todo el caos. Jungkook, con su cuaderno de Contabilidad y esa manera despreocupada de explicarle conceptos que Jimin nunca había pensado entender. Lo hacía todo tan simple, tan ligero, que por un momento, el mundo dejó de pesar tanto.
"¿Ves? Los números también pueden ser divertidos, Ricitos. Solo tienes que mirarlos bonito", había dicho, con esa sonrisa fácil que siempre parecía guardarle un poco de calidez.
En ese instante, Jimin se había reído, aunque no tanto por los números, sino por Jungkook mismo: por su habilidad para transformar cualquier situación, por su constancia inesperada y por la manera en que, poco a poco, se había vuelto una presencia imposible de ignorar.
"Es curioso" —pensó Jimin, sobresaltándose ligeramente cuando un aplauso repentino lo devolvió a la realidad. Sus ojos regresaron al escenario, pero su mente aún llevaba consigo el eco de esos pensamientos. "Nunca pensé que alguien como él pudiera ser tan... constante. Pero cada día me sorprende más."
La voz del decano volvió a resonar, devolviéndolo por completo al presente.
—Recuerden que esto no es solo una carrera. Es una responsabilidad —declaró el decano, su voz grave y pausada llenando cada rincón del auditorio—. Como médicos en formación, están construyendo las bases de una profesión que exige más que conocimiento. Exige compromiso, ética y humanidad. Cada día será un nuevo desafío, pero también una oportunidad para demostrar de qué están hechos.
Las palabras, firmes y calculadas, provocaron una ola de reacciones entre los estudiantes. Algunos asintieron con entusiasmo, sus espaldas más erguidas que antes; otros parecían absorberlas en silencio, como si pesaran más en sus hombros de lo que querían admitir.
Jimin sintió una punzada de orgullo en el pecho. Momentos como este le recordaban el por qué. Había tantas veces en las que había dudado de sí mismo, tantas noches en las que había pensado en rendirse... pero no lo hizo. Esas palabras sobre compromiso y humanidad le devolvían el sentido a todo.
Y entonces, su mirada, como un reflejo incontrolable, volvió a buscarlo.
Jungkook seguía sentado en la tercera fila, pero esta vez no tenía esa expresión despreocupada que parecía tan suya. Miraba hacia el escenario, pero había algo distinto en su postura, algo más callado, más serio. Sus cejas ligeramente fruncidas y su mandíbula relajada sugerían que estaba pensando, pero Jimin no pudo adivinar en qué.
"¿Sentirá lo mismo que yo? ¿Esa mezcla de alivio y ansiedad?" La pregunta surgió de la nada, y Jimin se sorprendió a sí mismo por pensar en ello. Las carreras que seguían eran distintas, casi opuestas, pero ver a Jungkook así, tan... real, lo hizo sentir menos solo. Era como si compartieran un pequeño secreto que nadie más en esa sala entendería.
El estallido del aplauso general lo sacó de su ensimismamiento. El decano de Contabilidad tomaba ahora el micrófono con pasos medidos y seguros, comenzando su propio discurso. Pero para Jimin, lo más importante ya había pasado. Esas palabras de responsabilidad y humanidad seguían resonando en su mente, mezcladas con los recuerdos de las últimas semanas y con una presencia que había cambiado su vida sin darse cuenta.
El caos en los pasillos era palpable cuando todo terminó. Estudiantes se agolpaban frente a los tableros de calificaciones, sus voces entremezclándose en un torbellino de nervios, risas y exclamaciones de sorpresa. Cada nuevo grupo que encontraba sus resultados estallaba en emociones crudas: suspiros de alivio, lágrimas contenidas o risas que parecían desafiar el agotamiento acumulado.
Jimin caminaba con calma, pero por dentro sentía cómo su corazón golpeaba con fuerza. Avanzó entre la multitud hasta el tablero de Medicina, sus dedos ya preparados para recorrer la lista. Encontró su nombre y, junto a él, un "10" impecable en todas las materias.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse.
El peso invisible del semestre, esa carga de noches en vela, repasos interminables y miedos silenciosos, se desvaneció poco a poco. Jimin soltó un suspiro profundo, como si al fin pudiera respirar después de semanas conteniendo el aire. La pequeña sonrisa que se formó en sus labios era pura y auténtica. Lo había logrado.
—¡Sabía que no podía ser menos que perfecto!
La voz estruendosa de Taehyung lo sobresaltó, justo antes de que su amigo le diera una palmada tan fuerte en el hombro que Jimin casi perdió el equilibrio.
—¡Taehyung! —exclamó Jimin entre risas—. ¿Intentas dislocarme el hombro?
—¡Considera esto un acto de admiración, Jiminnie! —respondió Taehyung con dramatismo, señalando el "10" junto a su nombre—. Esto merece una ovación de pie.
Antes de que Jimin pudiera replicar, Soo Hee apareció junto a ellos, echando un vistazo a las calificaciones con una sonrisa amplia y satisfecha.
—Es oficial —declaró, señalando con un gesto elegante hacia el tablero—. Jiminnie es nuestra arma secreta. 10 en todo. Y yo que pensaba que eras un humano común y corriente como el resto de nosotros. Qué decepción.
Jimin no pudo evitar reír, sacudiendo la cabeza.
—Hice lo mejor que pude, nada más. Además, ustedes también trabajaron duro. ¿Cómo les fue?
Taehyung puso cara de falsa indignación antes de señalar su nombre.
—¿Ves eso? —dijo, teatralmente ofendido—. Un 8.5 arruinó mi récord brillante. ¡Un 8.5! Pero, siendo honesto, ese examen de Bioquímica era como un castigo divino. Sobrevivirlo ya me hace un héroe.
—Yo estoy feliz con mis 8 —intervino Soo Hee, cruzando los brazos con satisfacción—. Si no me toca repetir ninguna materia, entonces gané. No necesito más drama en mi vida.
Jimin los miró con una mezcla de alivio y cariño. Sabía cuánto esfuerzo habían puesto, cuántas horas de estudio compartieron, y aunque las calificaciones no fueran perfectas, el logro seguía siendo suyo.
—Ambos lo hicieron increíble —dijo, con sinceridad—. ¿Celebramos después?
—Yo ya tengo planes con Jin —respondió Taehyung, guiñándole un ojo—. Ramen, videojuegos y una siesta épica. Pero tú también deberías celebrar, Jiminnie. No se vale quedarte en casa después de algo así.
—Eso mismo iba a decir —añadió Soo Hee, dándole un leve apretón en el brazo—. Yo visitaré a mi madre, pero prométeme que harás algo divertido. Y no cuentas los libros ni tus películas deprimentes de terror, ¿entendido?
Jimin levantó las manos en señal de rendición, entre risas.
—Está bien, está bien. Haré algo divertido. ¿Felices?
—Muy —respondió Soo Hee, sonriendo antes de despedirse con un gesto rápido.
Taehyung le lanzó una última sonrisa cómplice antes de alejarse con su característico entusiasmo.
—Nos vemos luego, Jiminnie. Y recuerda: celebrar no es opcional.
El área común del campus comenzaba a vaciarse. Unos pocos grupos seguían congregados bajo la luz suave de la tarde, riendo y planeando celebraciones improvisadas, mientras otros se marchaban con las mochilas al hombro y un cansancio que no lograban disimular.
Jimin permanecía bajo la sombra de un árbol, quieto, como si el mundo alrededor se hubiera ralentizado solo para él. El aire cálido y el murmullo de las hojas lo envolvían en una burbuja de tranquilidad, un respiro necesario después de semanas de tensión. Miró hacia el cielo entre las ramas, dejando que el momento se extendiera, permitiéndose sentir.
"Lo logramos."
Pero la calma se rompió, inevitablemente, cuando una voz familiar cortó el aire.
—¡Delegado perfecto!
La voz de Jungkook lo alcanzó como una ráfaga de viento fuerte arrastrando consigo algo que hizo que el corazón de Jimin diera un pequeño salto. Al levantar la vista, lo vio acercarse con pasos firmes y esa confianza arrolladora que parecía grabada en su esencia, como si el mundo entero gravitara a su alrededor sin esfuerzo.
Pero lo que Jimin no esperaba, lo que nunca habría imaginado, fue moverse también. Como si algo dentro de él hubiera tomado la decisión por sí mismo, sus pies se despegaron del suelo y avanzaron hacia Jungkook, acortando la distancia entre ambos.
Los brazos de Jungkook se abrieron un instante antes de que Jimin llegara a él, como si lo hubiera sabido de antemano. Cuando se encontraron, todo pareció detenerse por un segundo. El abrazo no era demasiado fuerte ni demasiado flojo; era el punto exacto en el que uno podía perderse. Jimin sintió el calor reconfortante de Jungkook envolviéndolo, un refugio inesperado tras semanas de agotamiento y presión constante.
Su corazón latía con fuerza, como si intentara igualar el ritmo del de Jungkook, y por un instante fugaz, todo lo demás dejó de importar. El mundo alrededor —las hojas susurrando, los murmullos de otros estudiantes en la distancia— se volvió un fondo borroso, irrelevante. Solo estaban ellos dos, compartiendo algo que no necesitaba palabras.
Jimin cerró los ojos sin darse cuenta, permitiéndose sentir esa calidez. El perfume tenue de Jungkook, una mezcla de jabón fresco y algo ligeramente amaderado, se grabó en su mente con una precisión casi insoportable.
Y entonces, tan rápido como había comenzado, el abrazo terminó.
Jungkook fue el primero en aflojar los brazos, aunque su tacto se demoró apenas un instante más de lo necesario, como si no quisiera romper el momento del todo. Jimin se separó un poco, lo justo para mirarlo a los ojos. Jungkook le devolvió una sonrisa que, a diferencia de la mayoría de las suyas, no era burlona ni despreocupada. Era cálida, genuina, y llevaba algo más profundo en el fondo: orgullo, alivio, y quizás un destello de algo que Jimin no se atrevía a nombrar.
—Sabía que lo lograrías, Ricitos —dijo con una suavidad inesperada en su voz, un reconocimiento implícito que lo hizo sentir visto, como si Jungkook supiera exactamente lo que ese semestre había significado para él.
Jimin, desconcertado por su propia reacción, se alejó un paso, ajustándose los tirantes de la mochila en un gesto automático.
—¿Cómo sabes eso? —murmuró, intentando sonar neutral, aunque el leve rubor en su rostro lo delató.
Jungkook se encogió de hombros, adoptando de nuevo su sonrisa de suficiencia.
—Taehyung. No sé si sabes que tu amigo no sabe lo que significa discreción. Estaba gritándolo por los pasillos como si hubieras ganado el premio Nobel o algo así.
Jimin soltó un bufido, rodando los ojos.
—Exagera demasiado. Solo... hice lo mejor que pude. —Su tono fue más modesto de lo que pretendía, y cuando bajó la mirada, el borde de su camiseta se convirtió en un escape seguro.
—"¿Solo lo mejor que pude?" —repitió Jungkook con incredulidad fingida—. Ricitos, tu nombre está prácticamente tatuado en el tablero con esos "10" perfectos. ¡No te hagas el humilde!
La risa ligera de Jungkook fue como un chasquido que rompió cualquier reticencia en Jimin, y aunque trató de mantener la compostura, no pudo evitar que una sonrisa lo traicionara.
—¿Y tú? —preguntó, recuperando su tono más firme—. ¿Cómo te fue?
Jungkook se pasó las manos por los bolsillos con una despreocupación que parecía ensayada.
—No es un "10" en todo, pero tampoco fui expulsado, así que digamos que sobreviví con estilo.
—Eso no suena como una victoria.
—Claro que sí. —Jungkook alzó una ceja con picardía—. ¿Sabes cuántos de mis compañeros ni siquiera llegaron al final del semestre? Esto es prácticamente una medalla.
—Déjame ver tus notas —insistió Jimin, cruzando los brazos como si eso fuera a intimidarlo.
—¿De verdad te importa tanto?
—Claro que sí.
Jungkook no hizo ningún esfuerzo por detenerlo cuando Jimin avanzó hacia el tablón de Contabilidad. Localizó su nombre en cuestión de segundos, y lo leyó en voz alta, sin ocultar su sorpresa.
—Jeon Jungkook... 9, 9, 9 y... ¿10 en Derecho Financiero?
Jungkook le lanzó una mirada de orgullo satisfecho, inclinando ligeramente la cabeza.
—Te lo dije: sobreviví con estilo.
Jimin lo miró fijamente, todavía asimilando la información.
—Eso es impresionante —admitió, su voz más suave—. ¿Por qué no lo dijiste antes?
—Porque prefiero las reacciones espontáneas. Mira tu cara: valió la pena esperar.
Jimin negó con la cabeza, pero no pudo evitar soltar una risa pequeña, casi resignada.
—Está bien, genio de Contabilidad. ¿Y ahora qué vas a hacer?
—Celebrar. Lo mismo que tú —respondió Jungkook sin dudar, clavándole una mirada que no aceptaría negativas—. Y no pongas excusas. Taehyung y Soo Hee me lo dejaron claro: estás libre hoy.
—Nada ruidoso ni lleno de gente, ¿entendido?
—Lo prometo, Ricitos. Algo tranquilo. Bueno, más tranquilo que yo, al menos.
La forma en que Jungkook lo dijo, con esa sonrisa ladeada y juguetona, hizo que Jimin suspirara con resignación, aunque el ligero cosquilleo de anticipación en su pecho no pasó desapercibido.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —preguntó con cautela, cruzando los brazos en un intento inútil por parecer más firme de lo que se sentía.
Jungkook sonrió aún más, como si ya hubiera ganado una pequeña batalla.
—Te lo diré en el camino.
Jimin entrecerró los ojos, desconfiado.
—¿Qué estás tramando?
Jungkook señaló hacia el aparcamiento con un gesto exagerado.
—Pero primero... ¿listo para la moto?
El corazón de Jimin dio un pequeño brinco al escuchar la propuesta. Se cruzó de brazos, soltando un suspiro como si estuviera reuniendo toda su paciencia.
—¿Otra vez?
—Vamos, Ricitos —respondió Jungkook con una risa suave—. Admitámoslo: te estás acostumbrando. Además, soy un excelente piloto. Lo sabes.
—Si haces otro giro cerrado en la esquina de la cafetería, me bajo y camino —amenazó Jimin, aunque el rubor en sus mejillas le restó toda la seriedad que intentaba proyectar.
—Prometido. Sin giros cerrados... esta vez —añadió Jungkook, alzando las manos en un gesto de falsa inocencia.
Jimin lo miró fijamente, aún con el ceño fruncido, pero cuando Jungkook le tendió el casco extra, sintió cómo la sonrisa volvía a escaparsele.
—Vamos, delegado perfecto —dijo Jungkook, con ese tono mezcla de desafío y confianza—. No puedes dejarme colgado ahora.
Jimin tomó el casco con un suspiro teatral, mirándolo como si fuera un desafío directo, pero en el fondo, su pecho ya vibraba con una emoción que no terminaba de entender.
—Esto es una mala idea —murmuró, más para sí mismo que para Jungkook.
—Las mejores siempre lo son —respondió Jungkook, con una sonrisa de esas que lograban desarmarlo con facilidad.
El casco encajó con un leve clic mientras Jungkook caminaba hacia su moto con la seguridad de alguien que no temía nada. Cuando el motor rugió al encenderse, un sonido grave y vibrante que cortó el aire, Jimin se sobresaltó ligeramente. Varias cabezas se giraron para mirar, pero Jungkook parecía indiferente, como si estuviera acostumbrado a atraer miradas sin siquiera intentarlo.
—¿Listo? —preguntó Jungkook, volteándose ligeramente hacia él, con un destello de diversión bailando en sus ojos.
Jimin tragó saliva antes de subir, acomodándose con cuidado en el asiento trasero. Al principio, sus manos buscaron el borde del asiento, tratando de mantener cierta distancia, pero cuando la moto avanzó un poco y el equilibrio amenazó con jugarle una mala pasada, terminó aferrándose al borde de la chaqueta de Jungkook, con movimientos torpes y cautelosos.
—Por cierto, Ricitos... —la voz de Jungkook se escuchó apenas por encima del rugido del motor, pero lo suficiente para que Jimin lo oyera. Giró la cabeza ligeramente, como si estuviera sonriendo sin que él pudiera verlo—. Confía en mí. Este plan te va a encantar.
Jimin frunció el ceño, aún más desconfiado.
—Eso lo veremos —replicó, aunque su voz no sonó tan firme como pretendía.
La moto arrancó con más velocidad, y Jimin sintió cómo su cuerpo se balanceaba ligeramente hacia atrás antes de corregirse. Instintivamente, sus manos se soltaron del borde de la chaqueta para rodear la cintura de Jungkook, buscando algo más firme a lo que aferrarse. Sintió el calor que se filtraba a través de la tela y cerró los ojos por un segundo, permitiéndose aclimatarse al movimiento.
A medida que avanzaban por las calles, el viento comenzó a golpear su cuerpo, fresco y revitalizante, colándose entre los pliegues de su ropa y haciéndole sentir, por primera vez en semanas, completamente despierto. La ciudad pasaba a su alrededor como una mezcla difusa de luces y sombras, con voces lejanas y ruidos cotidianos que quedaban atrás en cuestión de segundos.
El tiempo se volvió algo irrelevante.
Jimin, sin querer, comenzó a relajarse. Había algo en esa velocidad controlada, en ese caos perfectamente manejado por Jungkook, que le resultaba extrañamente tranquilizador. Al principio, sus brazos se habían tensado con cada giro o aceleración, pero pronto se dieron por vencidos, acomodándose con más naturalidad alrededor de él.
Aunque no podía verlo, Jimin estaba seguro de que Jungkook sonreía.
—¿Ves? —escuchó que Jungkook decía sobre el viento, su voz vibrando en el aire—. No es tan terrible.
Jimin solo pudo bufar, aunque su expresión no escondía del todo una sonrisa pequeña y temblorosa.
—¡No me hagas hablar o terminaré mordiéndome la lengua! —respondió, lo suficientemente fuerte para que Jungkook lo escuchara.
Jungkook soltó una carcajada, una que el viento no pudo llevarse por completo, y Jimin sintió cómo esa risa vibraba a través de su espalda, de alguna manera contagiándolo. No lo admitiría en voz alta, ni aunque lo amenazaran, pero en ese momento, con el viento frío acariciando su rostro y el mundo volviéndose un desenfoque a su alrededor, algo en él encajó en su lugar.
El rugido de la moto se apagó con un eco suave en el abarrotado estacionamiento del centro comercial, dejando un silencio extraño en los oídos de Jimin, aún zumbando por la velocidad del trayecto. Jungkook maniobró con una facilidad irritantemente natural, girando el manubrio con un movimiento ágil antes de estacionarse. Bajó primero, quitándose el casco con un gesto fluido que parecía más una escena de película que un acto casual. Sacudió su cabello con un movimiento perezoso, logrando que las hebras oscuras volvieran a caer en el mismo desorden perfecto de siempre.
Jimin, por su parte, bajó el casco con mucho más cuidado, dándose un segundo para recuperar el equilibrio y asegurarse de que no se veía como si acabara de sobrevivir a una montaña rusa.
—¿Qué pasa, Ricitos? —bromeó Jungkook, girándose hacia él con esa sonrisa que parecía estar siempre a punto de desafiarlo—. ¿Te vas a quedar ahí arriba como una estatua o necesitas que te dé un empujón?
Jimin rodó los ojos, aunque sus labios esbozaron una sonrisa inevitable. Miró la mano extendida de Jungkook con un instante de vacilación, como si esa conexión física tuviera implicaciones que aún no estaba listo para procesar. Pero, finalmente, cedió. Sus dedos rozaron los de Jungkook cuando se dejó ayudar a bajar, un contacto breve pero lo suficientemente firme como para dejar un cosquilleo cálido en su piel.
—Gracias —murmuró Jimin, desviando la mirada hacia otro lado con una rapidez que traicionaba su incomodidad.
—De nada, Ricitos —respondió Jungkook, su voz teñida de una diversión contenida, como si hubiera notado algo que Jimin intentaba ocultar.
Cuando entraron al centro comercial, la diferencia entre el bullicio del lugar y el aire tranquilo del campus fue casi abrumadora. El murmullo de las conversaciones, el sonido de zapatos apresurados y la risa de los niños se mezclaban en una sinfonía caótica que llenaba el espacio con una energía casi eléctrica. Las vitrinas de las tiendas brillaban con luces y colores llamativos, atrayendo a familias y adolescentes que paseaban entre ellas, muchos cargando bolsas o posando para selfies frente a decoraciones navideñas.
Jimin se sintió un poco fuera de lugar, pero la presencia relajada de Jungkook, caminando a su lado como si nada pudiera perturbar su burbuja de calma, lo ayudó a centrarse. Aunque... no era solo Jungkook quien llamaba su atención.
Era la manera en que los demás lo miraban.
Chicas y chicos lo seguían con la mirada, susurrando entre ellos o desviando los ojos demasiado tarde como para no ser notados. Algunas sonrisas, descaradas y coquetas, iban dirigidas abiertamente hacia él, mientras que otros parecían demasiado avergonzados para sostenerle la mirada. Jungkook, sin embargo, parecía absolutamente ajeno o, peor aún, perfectamente acostumbrado a esa atención.
Jimin entrecerró los ojos, confundido por una extraña sensación que lo incomodaba. No era enojo ni molestia exactamente, pero algo hormigueaba en el fondo de su pecho, como una piedrecita que no dejaba de molestar en su zapato.
—Vaya, parece que tienes tu propio club de fans —comentó finalmente, con un tono casual al que intentó restarle importancia. Alzó una ceja, buscando esconder lo que realmente sentía bajo una capa de burla ligera.
Jungkook le lanzó una mirada lateral, con esa sonrisa que parecía esconder una victoria personal. Se encogió de hombros, tan confiado como siempre.
—No puedo evitarlo, Ricitos. La gente tiene buen gusto —dijo Jungkook, encogiéndose de hombros con esa confianza despreocupada que parecía venirle de fábrica.
Jimin bufó suavemente, ya preparado para rodar los ojos. Pero antes de que pudiera responder, Jungkook agregó con un tono más bajo, aunque no menos provocador:
—Aunque, si te soy sincero, no creo que solo me estuvieran mirando a mí.
El comentario lo tomó desprevenido. Jimin se quedó a medio paso, sintiendo el rubor subir traicioneramente a sus mejillas. Como un reflejo, su mano fue directo a las gafas que llevaba, ajustándolas nerviosamente sobre el puente de su nariz, aunque no lo necesitara. Era un gesto automático, uno que lo delataba cada vez.
—¿De qué hablas? —respondió, intentando sonar indiferente, pero el leve tartamudeo en su voz y la rapidez con la que desvió la mirada lo traicionaron.
Jungkook sonrió, más satisfecho que nunca al ver esa reacción. Lo miró de reojo mientras seguían caminando, como si acabara de descubrir un secreto divertido que pensaba usar en su favor.
—Nada, Ricitos —respondió con un tono inocente que no engañaba a nadie—. Solo digo que puede que tengas más admiradores de los que crees. Esos anteojos tuyos son un clásico, después de todo.
—No digas tonterías —murmuró Jimin, ahora mirando con más detenimiento cualquier cosa a su alrededor que no fuera Jungkook. Se obligó a enfocarse en una tienda de ropa cercana, su mano aún ajustando las gafas como si con eso pudiera borrar por completo el comentario de su mente.
Pero no funcionaba.
El calor persistía en sus mejillas y, aunque intentara ocultarlo, una pequeña sonrisa —de esas tímidas que aparecían sin permiso— se coló en la comisura de sus labios. Jimin ajustó el borde de su bata nerviosamente, sintiendo cómo el rubor se negaba a disiparse.
Jungkook no dijo nada más, pero la expresión en su rostro lo decía todo: lo había notado. Lo divertido no era solo que Jimin se sonrojara, sino la manera en que intentaba, sin éxito, disimularlo. Por el resto del camino, la sonrisa de Jungkook permaneció anclada en su rostro: más traviesa, más luminosa, como si llevara un secreto del que solo él estuviera al tanto.
Mientras avanzaban entre el bullicio del centro comercial, Jimin sintió algo extraño, algo que le resultaba casi desconocido. Por primera vez en semanas, no estaba contando las horas ni repasando mentalmente el siguiente pendiente en su lista interminable. No había exámenes, responsabilidades o apuntes ocupando el espacio de sus pensamientos. Había algo en el ritmo despreocupado de Jungkook, en su habilidad para bromear y absorber el caos del mundo como si nada lo afectara, que resultaba... contagioso.
Y, quizás, por primera vez, Jimin comenzó a disfrutar un poco de ese caos también.
La música de fondo y las luces cálidas lo envolvían cuando, de pronto, un chico disfrazado como el payaso Art apareció literalmente de la nada. Su figura se materializó entre la multitud como una sombra inesperada, y el maquillaje detallado, con esas grietas perfectas y la sonrisa torcida, le daba un toque inquietante.
—Ustedes... tienen pinta de disfrutar del terror —anunció el chico con voz dramática, alargando cada palabra mientras extendía un flyer con movimientos lentos, casi teatrales.
Jimin dio un paso instintivo hacia atrás, frunciendo el ceño con una mezcla de sorpresa y desconfianza. Jungkook, en cambio, tomó el flyer sin dudarlo, como si le hubieran ofrecido una invitación personal a una misión secreta.
—¿Disfraces? Suena interesante. ¿Qué opinas, Ricitos? —preguntó Jungkook, girándose hacia Jimin con una expresión tan natural que rozaba lo burlón.
Jimin entrecerró los ojos, cruzándose de brazos mientras lo miraba fijamente.
—¿Disfraces? No sé si es lo mío —respondió con tono seco, pero con un ligero brillo de desafío en su mirada.
El chico disfrazado inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándolos con su sonrisa torcida aún intacta.
—Piensen en ello. Pero no tarden, las entradas se acaban rápido —añadió con un tono tan bajo que parecía un susurro malévolo. Acto seguido, giró sobre sus talones y desapareció entre la multitud con una rapidez que casi resultó escalofriante.
Jungkook guardó el flyer en el bolsillo de su pantalón, una sonrisa de emoción brillando en sus labios.
—No digas que no sin pensarlo, Jimiiin. Podría ser divertido. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo divertido?
Jimin lo fulminó con la mirada, intentando encontrar una respuesta lo suficientemente contundente como para cerrar la conversación. Pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta. No podía refutarlo. Había algo en la idea de aquella fiesta de disfraces que le parecía absolutamente ridículo, pero al mismo tiempo... intrigante.
Mientras continuaban caminando, con Jungkook de vez en cuando comentando sobre algún escaparate o haciendo bromas sobre los demás compradores, Jimin no pudo evitar que la idea rondara su mente. Cada tanto, el flyer asomaba en su mente como si lo estuviera llamando. Jungkook había plantado la semilla.
"¿Y si, por una vez, voy a una fiesta?" pensó Jimin, pero sacudió la cabeza, intentando disipar esa posibilidad. No era su estilo.
Sin embargo, la voz de Jungkook, desafiante y divertida, seguía repitiéndose en su mente: "¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo divertido?"
Jimin lo miró de reojo. Jungkook caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, su postura tan relajada y confiada que parecía completamente ajeno al dilema interno que acababa de provocarle.
Finalmente, Jimin soltó un suspiro resignado y asintió con lentitud.
—Está bien —dijo, con una voz que aún arrastraba reticencia—. Pero no prometo nada.
La sonrisa de Jungkook fue instantánea, ancha y victoriosa, como si acabara de ganar una pequeña batalla.
—Sabía que no podrías resistirte, Ricitos. —Giró sobre sus talones con agilidad y alzó una mano para llamar al chico disfrazado que aún rondaba por la zona.
No tardó en alcanzarlo. El joven "Terrifier" giró hacia ellos lentamente, como si ya esperara su regreso. La sonrisa pintada se amplió aún más, como si de verdad estuviera complacido con la decisión.
—Hey, amigo. Dos entradas para la fiesta —anunció Jungkook con la misma seguridad con la que habría pedido café.
El chico disfrazado sacó los boletos con un gesto lento y dramático, entregándoselos como si estuviera pasando un objeto de poder.
—Sabía que no se resistirían. Buen ojo para el terror —comentó, bajando la voz hasta convertirla en un susurro—. No lo olviden: este sábado. Disfraces obligatorios.
Jungkook pagó sin dudarlo, guardando las entradas en el bolsillo de su camisa con un aire de satisfacción que Jimin encontró casi irritante. Finalmente, incapaz de contenerse, rompió el silencio.
—¿Disfraces obligatorios? ¿Eso significa que tú también vas a disfrazarte? —preguntó Jimin, alzando una ceja con su habitual escepticismo.
Jungkook lo miró con una mezcla de diversión y confianza, inclinando ligeramente la cabeza.
—Por supuesto, Ricitos. ¿Qué sería una fiesta de disfraces sin disfrazarse? —Su sonrisa se amplió, y sus ojos lo recorrieron con una mirada crítica pero juguetona—. Aunque... me cuesta imaginarte en algo que no sea tu impecable bata.
El comentario hizo que Jimin desviara la mirada de inmediato, como siempre, ajustándose el borde de su chaqueta en un gesto que lo delataba. Sus dedos se movían nerviosos, como si ese pequeño movimiento pudiera disipar el rubor que subía inevitablemente a sus mejillas.
—Eso es porque tengo estilo —respondió con un tono que pretendía sonar casual, aunque la voz le tembló ligeramente al final—. No necesito disfraces para llamar la atención.
Jungkook soltó una risa suave, una de esas que parecían burlonas pero que escondían algo más, y lo miró con una mezcla de diversión y algo casi cómplice. Había un brillo en sus ojos, esa chispa que Jimin comenzaba a reconocer demasiado bien.
—Veremos si sigues diciendo eso después del sábado, Ricitos —respondió Jungkook con esa sonrisa traviesa que parecía siempre tener la última palabra.
Jimin lo fulminó con la mirada, cruzando los brazos como si intentara recuperar el control perdido de la conversación.
—Si yo tengo que disfrazarme, más te vale que el tuyo sea decente. No pienso hacer el ridículo solo —advirtió, aunque su voz carecía del peso suficiente como para ser una amenaza real.
Jungkook rió con ganas, golpeándole suavemente el hombro antes de echar a caminar de nuevo.
—No te preocupes, Ricitos. Tengo un estilo impecable. Vas a ser tú quien tenga que alcanzarme.
Jimin frunció los labios para ocultar una sonrisa, pero no pudo evitar que algo en su pecho se aflojara, como si esas palabras —aunque tontas— fueran un pequeño consuelo inesperado. Jungkook siempre parecía saber cómo aligerar las cosas, incluso cuando Jimin no lo necesitaba o no lo quería admitir.
Caminaron durante un rato más, deteniéndose a observar algunas vitrinas y dejando que el bullicio del centro comercial los envolviera en una burbuja donde solo existía el momento presente. Sin embargo, Jungkook, siempre atento a los detalles, notó cómo los hombros de Jimin se inclinaban sutilmente hacia adelante, el cansancio empezando a hacer mella en él. Con un gesto despreocupado pero calculado, señaló una cafetería cercana.
—¿Te parece si nos sentamos un rato? Mis pies ya están amenazando con abandonarme —bromeó, aunque su tono ligero tenía un matiz genuino.
Jimin levantó la mirada y asintió casi de inmediato, sintiendo cómo el agotamiento de las últimas semanas volvía a instalarse en su cuerpo ahora que el ritmo había bajado. Ambos entraron a la cafetería y eligieron una mesa junto a una ventana amplia, donde el atardecer se desplegaba en tonos suaves de naranja, rosa y violeta, pintando todo el lugar con una calidez que parecía hecha a medida para ese momento.
—¿Qué quieres? Yo invito —preguntó Jungkook, hojeando el menú sin mucha prisa.
—Un café americano está bien —respondió Jimin, sin mirar siquiera la carta.
Jungkook arqueó una ceja, con una sonrisa que bordeaba la incredulidad.
—¿Nada más? Con todo lo que estudias, me sorprende que no quieras algo que venga con un balde de azúcar.
Jimin rodó los ojos, pero la curva de una sonrisa se asomó tímidamente en su rostro.
—Estoy bien con un café, gracias. No todos necesitamos un postre para funcionar.
Jungkook soltó una risa baja, el sonido lo suficientemente suave como para mezclarse con el murmullo a su alrededor. Se levantó sin más y se dirigió al mostrador. Jimin aprovechó el momento para inclinarse ligeramente hacia la ventana, permitiéndose perderse en la calma del atardecer. Era un lujo raro, uno que se había permitido pocas veces últimamente.
—Por si cambias de opinión, Ricitos —anunció Jungkook de repente, devolviéndolo al presente. Sobre la mesa colocó dos cafés y un par de muffins—. No quiero que te desmayes antes de la fiesta de disfraces.
Jimin lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión, pero no dijo nada. En su lugar, tomó su taza con ambas manos, el calor del café reconfortándolo más de lo que esperaba.
Un silencio cómodo se instaló entre ellos mientras sorbían sus bebidas. Afuera, el sol seguía su descenso, y los reflejos naranjas se filtraban a través del vidrio, iluminando las facciones de Jungkook con una suavidad inesperada. Jimin, sin darse cuenta, permitió que la verdad escapara en voz alta:
—¿Sabes? Hace mucho que no me siento así... tranquilo.
La confesión lo tomó por sorpresa a él mismo. Sintió cómo su estómago se encogía al darse cuenta de lo que había dicho, pero antes de que pudiera retractarse, Jungkook levantó la vista de su muffin y lo miró con curiosidad.
—¿Así de tranquilo o así de cómodo conmigo? —preguntó, una sonrisa juguetona asomando en la comisura de sus labios, aunque sus ojos no perdieron ese toque de interés genuino.
Jimin giró ligeramente el rostro hacia la ventana, su reflejo delatando el rubor que subía por sus mejillas.
—Digamos que... ambas —admitió finalmente, su voz más baja, casi como si temiera que alguien más pudiera escucharlo.
Jungkook sonrió, apoyándose sobre sus codos y acercándose ligeramente, como si el momento fuera un secreto solo entre ellos.
—Vaya, eso sí que es un cumplido, Ricitos. Me estás malacostumbrando.
Jimin soltó una risa breve, sacudiendo la cabeza para ocultar su nerviosismo. La conversación tomó un giro más ligero después de eso. Hablaron de tonterías: películas de terror que Jungkook insistía en ver, ideas absurdas de disfraces que incluían desde superhéroes hasta verduras antropomórficas, y planes para las vacaciones que estaban a la vuelta de la esquina.
A medida que las tazas se vaciaban y el día llegaba a su fin, Jimin se recostó ligeramente en su silla, observando el fondo de su vaso vacío como si encontrara algo fascinante en él.
—Gracias por esto. Creo que... lo necesitaba más de lo que pensaba.
Jungkook recogió la bandeja con un encogimiento de hombros que parecía restarle importancia a sus palabras, aunque la sonrisa en su rostro decía otra cosa.
—Para eso estoy.. —Hizo una pausa, alzando una ceja con picardía—. Pero no creas que me olvido de nuestra misión principal: convencerte de ir a esa fiesta.
Jimin rodó los ojos, aunque una sonrisa divertida tiró de sus labios.
—No me lo vas a dejar olvidar, ¿verdad?
—Ni por un segundo. —Jungkook le guiñó un ojo antes de levantarse y caminar hacia la salida—. Ahora, vamos antes de que el tráfico nos mate el ánimo.
Jimin rió suavemente mientras seguía a Jungkook hacia la salida del centro comercial. Por primera vez en semanas, el peso constante sobre sus hombros se sentía más liviano, como si hubiera encontrado un respiro en medio de todo el caos.
La noche había caído por completo, y el aire fresco envolvía la ciudad con una calma que contrastaba con la agitación del día. Las luces de las calles iluminaban el estacionamiento, reflejándose en el casco que Jungkook sostenía con una mano mientras le dedicaba una de esas sonrisas suyas: despreocupadas, pero con una calidez que Jimin comenzaba a reconocer.
—¿Listo, Ricitos? —bromeó Jungkook al colocarle el casco con un gesto que bordeaba lo burlón pero sin ser molesto—. Tal vez en esta ruta consigamos más admiradoras.
Jimin rodó los ojos, ajustando las correas con manos algo nerviosas, aunque su sonrisa lo delataba.
—Dudo que alguien pueda competir con tu club de fans. —Intentó sonar neutral, pero la broma salió más relajada de lo que esperaba—. Aunque no sé si eso es algo bueno.
Jungkook soltó una pequeña risa, esa que parecía contagiar todo a su alrededor. Se subió a la moto con su facilidad habitual, girando la cabeza hacia él mientras el motor rugía bajo sus manos.
—¡Vamooos! Prometo evitar las calles llenas de baches esta vez. —Su tono seguía siendo ligero, pero algo en su mirada sugería una consideración real.
Jimin vaciló solo un instante antes de subirse detrás de él. Esta vez, su agarre fue menos titubeante. Mientras la moto avanzaba y el viento frío golpeaba su rostro, Jimin se encontró cerrando los ojos por un segundo, solo para sentirlo todo con más intensidad. La ciudad era un borrón de luces y movimiento, pero él se sentía en calma. No había libros que repasar ni exámenes que aprobar. Solo el momento presente.
"Tal vez, solo tal vez, esto es lo que necesitaba" —pensó, sin poder evitar que una sonrisa suave se asomara en sus labios.
Cuando llegaron frente al edificio donde Jimin vivía, Jungkook estacionó la moto con su habitual habilidad despreocupada. El motor se apagó, y el mundo volvió a escucharse en silencio, como si el ruido hubiera quedado atrás con el trayecto.
—Bajaste como todo un profesional, Ricitos. Ya estás acostumbrado —comentó Jungkook con una sonrisa ligera mientras recibía el casco que Jimin le tendía.
Jimin se quitó el casco y pasó una mano por su cabello desordenado, un gesto automático que Jungkook no dejó pasar desapercibido.
—Piénsalo —dijo Jungkook, mirándolo con un brillo especial en los ojos, algo que mezclaba diversión y expectación—. La fiesta será divertida. Pero... no me vengas con un disfraz aburrido, ¿eh?
Jimin negó con la cabeza, intentando ocultar la sonrisa que, inevitablemente, se formaba en su rostro.
—Buenas noches, Jungkook —dijo simplemente, guardando el flyer en el bolsillo de su pantalón con cuidado.
Jungkook le devolvió una sonrisa más suave, de esas que dejaban algo en el aire, algo difícil de descifrar.
—Buenas noches, Ricitos. No te mates estudiando para tu disfraz —añadió con un guiño antes de arrancar la moto.
El rugido del motor retumbó en el silencio de la calle, y Jungkook desapareció en la distancia con la facilidad con la que había llegado, dejando a Jimin parado en la entrada del edificio. Por un momento, solo quedó ahí, mirando el camino vacío, con el ligero peso del flyer quemándole el bolsillo.
Sus pensamientos danzaron entre la curiosidad y una emoción que todavía no entendía del todo. Finalmente, suspiró y entró a su casa, sintiendo el contraste del aire cálido en el interior.
La casa estaba oscura y silenciosa, como siempre. No había rastro de su padre: ni su voz firme ni el eco de sus pasos. Esa ausencia, aunque habitual, siempre le provocaba una sensación ambigua, como si el alivio y la incomodidad coexistieran en su pecho.
Jimin se quitó la bata y la colgó con cuidado en el perchero, moviéndose con esa costumbre adquirida de no hacer ruido. Subió las escaleras despacio, sintiendo cada paso como un regreso a la rutina que conocía demasiado bien. Pero hoy, algo era diferente.
Al llegar a su habitación, dejó caer la mochila junto al escritorio y se tumbó sobre la cama. El silencio era casi abrumador después del bullicio del día, pero su mente no estaba inquieta. Miró el techo, los detalles de la pintura que conocía de memoria, pero en lugar de repasar pendientes o preocupaciones, dejó que los recuerdos de la tarde inundaran sus pensamientos: el sonido del viento mientras montaban la moto, las risas despreocupadas y el tono desafiante pero amable de Jungkook.
"Tal vez, salir de mi zona de confort no sea tan malo después de todo", pensó, mientras sacaba el flyer del bolsillo y lo dejaba sobre el escritorio. La imagen colorida y exagerada del evento de disfraces lo miraba desde el papel. Con un último suspiro, Jimin cerró los ojos, una sonrisa leve quedándose atrapada en sus labios.
Jimin sacó su teléfono y, sin pensarlo demasiado, abrió el chat grupal con Soo Hee y Taehyung.
Jimin: Llamada grupal ahora. Necesito ayuda.
Soo Hee: ¿Algo relacionado con Jungkook? Si no, voy a decepcionarme.
Taehyung: Dame cinco minutos. Estoy secuestrado por Jin.
Jimin dejó escapar una risa baja mientras se quitaba las zapatillas y se cambiaba rápidamente a su pijama: camiseta gris holgada y pantalones cómodos. Encendió la lámpara del escritorio, cuya luz suave bañó la habitación, y se sentó frente a la pantalla, tamborileando los dedos contra la mesa con algo de nerviosismo.
Soo Hee apareció primero, ajustando la banda de una mascarilla facial mientras sostenía una taza con una elegancia exagerada.
—Esto suena importante —dijo con dramatismo, entornando los ojos.
Segundos después, la pantalla se llenó con Taehyung y el borde de un sweater enorme que casi le cubría las manos. Detrás de él, Jin asomó la cabeza con una sonrisa ancha y una galleta a medio comer.
—A ver, Jiminnie, suéltalo —instó Soo Hee, estudiándolo con mirada inquisitiva—. ¿Qué hizo Jungkook esta vez? ¿Te secuestró para llevarte a otro paseo sin sentido?
Jimin suspiró, aunque su sonrisa lo traicionó.
—Algo así... —admitió, rascándose la nuca—. Me convenció de ir a una fiesta. Es este sábado y... es de disfraces.
Por un instante, el caos estalló. Taehyung soltó una carcajada tan escandalosa que Jin tuvo que empujarlo suavemente para verlo mejor. Soo Hee, en cambio, permaneció congelada, como si estuviera procesando la información.
—¿Una fiesta de disfraces? ¿Tú? —repitió Soo Hee con incredulidad, como si la idea fuera física y necesitara examinarla desde todos los ángulos—. Bueno, es mejor que sea en otro lugar. Así no te cruzas con nadie de la universidad.
—¿Jungkook también va? Porque eso lo explica todo —añadió Taehyung con una sonrisa pícara, recostándose contra el respaldo de su silla.
Jimin sintió el calor subir a su rostro mientras desviaba la mirada hacia la pantalla.
—Sí, él fue quien compró las entradas. —Hizo una pausa, respirando hondo antes de soltarlo—. Y necesito ayuda. No sé qué disfraz usar... y no quiero... —Bajó la voz—. No quiero decepcionarlo.
La pantalla quedó en silencio un segundo. Jin fue el primero en reaccionar, irguiéndose como si acabara de recibir una misión de vida o muerte.
—¡Déjamelo a mí! —declaró, dándose un toque en el pecho—. Soy un genio para estas cosas. Jimin, te juro que serás el alma de la fiesta.
—Tienes que ir como algo icónico, pero que vaya contigo —añadió Soo Hee, ahora claramente emocionada mientras tomaba una libreta—. No queremos que te pongas algo ridículo... pero tampoco aburrido.
—¿Algo como qué? —preguntó Jimin, frunciendo el ceño, claramente perdido en medio de tantas ideas.
—No te preocupes por los detalles —intervino Jin con seriedad teatral—. Nosotros nos encargamos. Confía en mí. Esto será épico.
Taehyung, que hasta ahora había estado riendo, asintió vigorosamente.
—Sí, sí, yo apoyo a Jin. Esto tiene potencial. Además, ¿desde cuándo no haces algo divertido?
Mientras Jin murmuraba ideas —"un príncipe", "un detective clásico", "un personaje de terror, pero sofisticado"— y Soo Hee anotaba posibles opciones en su libreta, Jimin los observaba con una mezcla de resignación y agradecimiento. La energía contagiosa de sus amigos lo hacía sonreír sin que pudiera evitarlo.
Entre el bullicio, su mente volvió a Jungkook. A la forma en que lo había convencido, con su sonrisa confiada y esa habilidad inexplicable para arrastrarlo fuera de su zona segura. Aunque la idea de la fiesta aún lo ponía nervioso, no podía negar que había algo... emocionante en la posibilidad.
"Tal vez esto valga la pena", pensó mientras sus amigos seguían debatiendo entre disfraces de época y trajes minimalistas.
—Jiminnie, prepárate. Vas a ser el protagonista de esa fiesta —declaró Jin con orgullo, como si ya lo viera entrar con luces de fondo y aplausos ensordecedores.
Jimin soltó una risa suave, rindiéndose finalmente.
—Está bien. Con tal de no hacer el ridículo, pueden hacer lo que quieran.
Las celebraciones a través de la pantalla fueron inmediatas: Taehyung vitoreó, Jin lanzó un aplauso dramático y Soo Hee, con una sonrisa cómplice, alzó su taza de té en un brindis improvisado.
Mientras la llamada continuaba y las ideas se volvían cada vez más disparatadas, Jimin no pudo evitar sentir que, aunque su mundo estaba cambiando de formas inesperadas, tenerlos a ellos lo hacía más fácil.
Y Jungkook... bueno, él era otra historia por completo.
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