🥀𝟏𝟑🥀
Lo primero que sintió fue el calor. No el de las mantas ni el del sol filtrándose por las cortinas, sino uno más cercano, envolvente, que lo hizo fruncir el ceño aún medio dormido. Durante un instante, creyó que seguía soñando, atrapado en esa frontera borrosa entre el sueño y la realidad, donde todo se siente suave, irreal.
Entonces, algo pesado lo ancló por completo a la vigilia. Bajó la mirada, y entre las sombras suaves de la habitación, vio un brazo ajeno descansando sobre su pecho. Fuerte, cálido, seguro.
Parpadeó, girando lentamente la cabeza hacia el otro lado, y su respiración se detuvo por un segundo. Jungkook estaba ahí, profundamente dormido. Su rostro, normalmente lleno de vida y energía, parecía haber cedido a una calma insólita. Las líneas afiladas de su mandíbula se suavizaban bajo la luz tenue, y sus pestañas proyectaban sombras delicadas sobre sus mejillas. Los labios entreabiertos completaban la imagen, casi infantil, de alguien que pocas veces se permitía estar tan despreocupado.
El pecho de Jimin subía y bajaba en un ritmo irregular, cada latido martillando con fuerza en su interior, como si intentara llenar el silencio que envolvía la habitación. Su piel ardía, un calor distinto, más profundo, y el rubor que subió hasta sus mejillas no tuvo nada que ver con las mantas o la luz filtrándose por las cortinas.
"¿Cómo terminamos así?" pensó, un torbellino de emociones agitándolo por dentro. No era la primera vez que compartía espacio con alguien, pero había algo desconcertante en la naturalidad de todo esto. Jungkook, con sus bromas descaradas y su actitud despreocupada, ahora parecía otra persona: alguien más suave, más honesto, sin el escudo de sus sonrisas burlonas.
Simplemente... él.
Jimin se quedó inmóvil, como si moverse pudiera romper algo frágil e invisible entre los dos. Parte de él quería levantarse y fingir que nada había ocurrido. Pero otra, más íntima y difícil de ignorar, quería quedarse exactamente donde estaba. El brazo de Jungkook seguía ahí, firme, como si incluso dormido se negara a dejarlo ir.
Entonces, Jungkook se movió. Sus dedos se ajustaron ligeramente sobre él, como si su cuerpo despertara antes que su mente. Luego, sus pestañas temblaron y comenzó a abrir los ojos.
Primero parpadeó, desorientado, mirando el techo con el ceño ligeramente fruncido. Pero en cuanto bajó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Jimin, el mundo pareció detenerse. El aire entre ellos se congeló, suspendido en un silencio tan frágil como el momento mismo.
Por un instante, ninguno supo qué decir.
Entonces, Jungkook sonrió. Esa media sonrisa perezosa que parecía contener universos enteros, tan natural y desarmante como siempre. Su voz, grave y ligeramente ronca por el sueño, rompió el silencio con la facilidad de alguien que nunca se tomaba las cosas demasiado en serio. Aunque esta vez, había algo en su tono que se sentía diferente.
—Vaya, Ricitos, si querías abrazarme tanto, solo tenías que pedirlo.
Jimin frunció el ceño de inmediato, aunque no pudo evitar el rubor que subió con traición a sus mejillas. Rodó los ojos, buscando refugio en una dignidad que parecía escapársele.
—Fue tu culpa por invadir mi lado de la cama —respondió, esforzándose por sonar firme. Pero la ligera timidez en su voz lo delató.
Jungkook, aún con las marcas del sueño en los ojos, se estiró lentamente, apartando el brazo con un movimiento perezoso antes de acomodarse con las manos detrás de la cabeza.
—Lo que sea que digas. Pero no me culpes si ahora tienes un estándar alto para dormir acompañado.
Jimin soltó un bufido lleno de frustración, pero no logró ocultar el ligero temblor en sus dedos al acomodarse el borde de la camisa del pijama. Se deslizó hasta el borde de la cama y, en un intento por distraerse, comenzó a alisar los pliegues de la tela con movimientos innecesariamente meticulosos.
—Déjalo ya. Vamos a desayunar —murmuró sin mirarlo, la voz algo más baja de lo normal, como si esperara que las palabras diluyeran el calor que todavía sentía en su pecho.
Desde su lugar, Jungkook lo observó con un brillo divertido en los ojos, como si analizara cada gesto, cada pequeño intento de Jimin por recuperar el control. Había algo diferente en la forma en que sus hombros estaban tensos, algo que lo hizo sonreír para sí mismo. Se levantó con calma, revolviéndose el cabello despeinado antes de seguirlo.
Los pasos de ambos resonaron sobre la madera mientras bajaban las escaleras, envueltos en un silencio que no era incómodo, sino expectante. Como si ambos supieran que algo había cambiado esa mañana, pero ninguno se atreviera a ponerlo en palabras todavía.
Al llegar a la cocina, Jimin fue directo a la alacena. Sus movimientos eran precisos, automáticos, como si los ingredientes en sus manos fueran la única cosa que lograba centrarlo. Mientras tanto, Jungkook se dejó caer en una de las sillas, con los codos apoyados sobre la mesa y una sonrisa ladeada que oscilaba entre la curiosidad y el entretenimiento.
—¿Siempre eres tan eficiente por las mañanas? —preguntó con un tono ligero, aunque su mirada no abandonó a Jimin ni un segundo.
—¿Siempre eres tan molesto a esta hora? —respondió Jimin sin volverse, sacando un par de tazas y evitando mirar en su dirección.
Jungkook rió suavemente, su voz aún arrastrando las notas graves del sueño.
—Solo intento disfrutar del espectáculo.
Jimin giró apenas la cabeza para lanzarle una mirada incrédula.
—¿Espectáculo?
—Claro. —Jungkook se encogió de hombros, apoyando la barbilla en una mano con expresión despreocupada—. Verte en modo "delegado matutino" es fascinante. Como si cada movimiento estuviera calculado. Hasta enfadarte lo haces con precisión.
Jimin soltó un resoplido, girándose hacia él finalmente con una ceja arqueada.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
Jungkook sonrió aún más, apoyándose cómodamente en la silla.
—No por ahora. Estoy donde se supone que debo estar.
La respuesta, ligera en apariencia, dejó un eco extraño en el aire, como si las palabras tuvieran un peso que ninguno de los dos quería reconocer. Jimin se quedó quieto por un momento, sus dedos tamborileando distraídamente contra el borde de la encimera. No respondió, pero la ligera curva en sus labios fue suficiente para delatarlo.
Jungkook lo observó en silencio, tranquilo, mientras el olor del café comenzaba a llenar la cocina y el ruido suave de los platos rompía la quietud. La luz del sol se filtraba entre las cortinas, delineando los movimientos de Jimin con una calidez dorada. Era un instante simple, pero algo en él se sentía casi... irrepetible.
Jungkook dejó escapar una risa suave, un sonido bajo y contenido que llenó el espacio con una calidez inesperada. No dijo nada más, limitándose a observarlo mientras se movía con soltura entre los estantes, buscando una sartén y encendiendo la hornilla. Había algo fascinante en la manera en que Jimin prestaba atención a los pequeños detalles, en cómo sus movimientos parecían tan medidos y, al mismo tiempo, tan naturales.
Cuando Jimin se giró hacia el refrigerador, distraído, Jungkook se puso de pie con la misma calma de siempre. No hizo ruido, pero su presencia fue inconfundible mientras se movía por la cocina con una facilidad que no encajaba del todo con la imagen que Jimin tenía de él.
—¿Qué haces? —preguntó Jimin, girando ligeramente la cabeza, con una ceja levantada.
—Ayudarte. —La respuesta fue simple, acompañada de esa sonrisa despreocupada tan suya mientras colocaba los cubiertos junto a los platos ya preparados.
Jimin lo miró por un instante, como si intentara decidir si estaba soñando. Finalmente, negó con la cabeza y regresó a su tarea, aunque una pequeña sonrisa, casi imperceptible, asomó en sus labios.
Era extraño ver a Jungkook así. El chico que solía llenar cada momento con sarcasmo y bromas fáciles ahora estaba colocando vasos y sirviendo jugo como si no fuera nada. Había algo desarmante en su disposición, en cómo parecía leer el ambiente y adaptarse al ritmo pausado de la mañana. Jimin no lo habría admitido en voz alta, pero lo encontraba... agradable.
Cuando el desayuno estuvo listo, se sentaron frente a frente. Jimin dejó un plato de huevos revueltos y tostadas frente a Jungkook, quien no tardó en tomar un bocado.
—¿Siempre cocinas así de bien, o esto es un intento desesperado por impresionarme? —preguntó Jungkook con una sonrisa juguetona, la voz aún arrastrando la gravedad del sueño.
Jimin rodó los ojos, aunque su expresión se suavizó en el proceso.
—Si quisiera impresionarte, habría hecho algo más elaborado. Esto es lo básico.
—Pues el básico me gusta. —Jungkook levantó su vaso de jugo en un brindis improvisado—. ¡Gracias por no envenenarme, Ricitos!
El comentario arrancó una risa suave de Jimin, uno de esos sonidos genuinos que parecía relajar todo el ambiente. La conversación fluyó a medias, sin prisas ni necesidad de llenar cada espacio. Por momentos, lo único que se escuchaba era el suave tintineo de los cubiertos contra los platos y el sonido lejano del tráfico en la calle.
A pesar de sus bromas, había algo diferente en Jungkook aquella mañana. Sus gestos seguían siendo relajados, pero no había en él esa necesidad constante de llenar el silencio con palabras. Era como si hubiera comprendido, de manera instintiva, que el ritmo de Jimin requería algo más... tranquilo. Y, de alguna manera, eso lo hacía sentir más presente que nunca.
Cuando estaban terminando, Jimin levantó la vista y lo encontró mirándolo. La expresión de Jungkook era difícil de descifrar. No había burla, ni rastro de sus habituales provocaciones. Era otra cosa, algo más profundo y menos inmediato.
Jimin apartó la mirada con rapidez, un calor inexplicable subiendo a su rostro mientras sus dedos se entretenían con el borde de su plato.
—¿Qué? —murmuró sin pensar, la voz apenas audible.
—Nada —respondió Jungkook, con una sonrisa pequeña, auténtica, tan fuera de lugar en él que casi lo desconcertó—. Es solo que... me gusta desayunar contigo.
El corazón de Jimin dio un pequeño salto, un ritmo inesperado que lo dejó más inquieto que antes. Bajó la mirada de nuevo, fingiendo concentrarse en su plato vacío, pero la sonrisa ligera que asomó en sus labios lo traicionó. Fue como un reflejo imposible de controlar.
—Gracias por ayudar —murmuró finalmente, rompiendo el silencio.
—Para eso estoy, ¿no? —respondió Jungkook, con su tono habitual, aunque había algo distinto ahí. Algo sincero, algo que hizo que Jimin se quedara con esas palabras rondando en la cabeza más tiempo del necesario.
Cuando terminaron de desayunar, la rutina volvió a tomar el control. Jungkook se dejó caer en el sofá de la sala con un suspiro exagerado, estirando los brazos detrás de su cabeza como si estuviera en casa.
—¿Siempre tienes tanta energía a esta hora? —bromeó, mirando a Jimin ir y venir entre la mesa y la cocina.
—No todos podemos darnos el lujo de estar tumbados mientras los demás hacen todo el trabajo —respondió Jimin, secándose las manos en una toalla con más fuerza de la necesaria.
Al regresar, Jimin lo encontró con el control remoto en la mano, cambiando canales con una comodidad descarada.
—¿Qué haces? —preguntó, cruzándose de brazos con una ceja levantada.
—Explorando. —Jungkook sonrió, inclinando la cabeza en dirección al espacio vacío a su lado—. Ven aquí, delegado. Prometo no ponerte nada aburrido.
Jimin suspiró, rodando los ojos, pero finalmente cedió. Se dejó caer en el sofá, dejando una distancia prudente entre ambos. Al menos, así fue al principio. Sin embargo, a medida que pasaban los minutos y Jungkook encontraba algo interesante, esa distancia comenzó a desdibujarse sin que ninguno lo notara.
Las conversaciones que siguieron no fueron extraordinarias: comentarios sobre el programa, risas espontáneas por algún chiste absurdo y bromas ligeras que surgían con naturalidad. Pero algo en el ambiente era diferente, más íntimo. Era como si el aire entre ellos se hubiera vuelto más denso, como si estuvieran cruzando una línea invisible sin atreverse a hablar de ello.
En algún momento, Jimin se inclinó hacia adelante para alcanzar un vaso de agua en la mesa. Cuando se recostó de nuevo, su hombro rozó el de Jungkook. Fue un contacto breve, apenas un roce, pero ninguno de los dos se movió.
—¿Sabes algo, Ricitos? —murmuró Jungkook de repente, su tono más bajo, más suave de lo habitual.
—¿Qué? —respondió Jimin, girando apenas la cabeza. Los ojos de Jungkook estaban ahí, más cerca de lo que esperaba, y por un segundo, sintió que el tiempo se detenía.
—Creo que no había desayunado tan bien en años.
La frase lo tomó por sorpresa. No era solo una broma, lo supo por la manera en que Jungkook lo dijo, sin rastros de sarcasmo. Jimin sintió un nuevo salto en su pecho, uno que lo dejó sin palabras por primera vez en mucho tiempo. Antes de que pudiera responder, el sonido de la puerta principal abriéndose rompió el momento.
El cambio fue inmediato. La atmósfera cálida que habían construido se evaporó en un instante. Jimin se enderezó de golpe, su espalda tensa y sus hombros rígidos como si una orden invisible lo hubiera obligado a hacerlo.
Jungkook frunció ligeramente el ceño, notando el cambio al instante. Su mirada siguió la de Jimin hacia el pasillo, justo cuando una figura familiar apareció en la sala.
El padre de Jimin.
La presencia del hombre era imponente, incluso sin necesidad de alzar la voz. Su mirada seria y crítica recorrió la sala como si evaluara cada detalle, deteniéndose apenas un instante en Jungkook antes de enfocarse en su hijo.
El silencio que cayó no era solo incómodo; era pesado, denso, como si cada palabra no dicha agregara un peso invisible sobre los hombros de Jimin. Permaneció inmóvil, con las manos apretadas sobre sus rodillas y la espalda recta, rígida, como si cualquier movimiento pudiera interpretarse como un error.
—Park Daejun —se presentó con un tono seco, más por obligación que por cortesía. Ni siquiera hizo el amago de extender la mano. Luego, sin perder tiempo, su mirada se afiló sobre Jimin.
—¿Terminaste las cosas que te pedí?
La pregunta fue más una exigencia que una consulta. Cada palabra estaba afilada, pronunciada con un tono cortante que hacía parecer cualquier respuesta insuficiente.
Jimin se enderezó aún más, como si intentara hacerse más pequeño y más formal a la vez.
—Todavía no, pero las haré en un momento —respondió, la voz más baja de lo habitual, apagada, como si temiera que cualquier palabra adicional pudiera convertirse en un detonante.
Daejun frunció el ceño. No habló de inmediato, pero el gesto bastó para endurecer aún más la atmósfera. Jungkook observó la escena en silencio, sintiendo cómo la rigidez se apoderaba del aire. Captó con claridad el cambio en Jimin: no solo estaba tenso, sino que parecía encogerse bajo la mirada de su padre, como si quisiera desaparecer.
Finalmente, el hombre giró su atención hacia Jungkook, su expresión evaluadora y carente de cualquier calidez.
—Mi hijo tiene cosas importantes que hacer.
La dureza en sus palabras era directa, cortante, como si su presencia tuviera la única función de recalcar su punto. Sin embargo, Jungkook no retrocedió. Se levantó del sofá con calma, alisando su camisa con movimientos pausados antes de responder.
—Señor Park, soy Jungkook —dijo con un tono educado pero firme—. Estuve ayudando a Jimin a estudiar anoche. Después de desayunar, ya me iba.
Daejun lo evaluó con la misma precisión fría de antes, como si lo midiera y descartara al mismo tiempo.
—Espero que no seas una distracción —repitió con desdén, como si las palabras no tuvieran otro propósito más que reforzar su punto. Luego, volvió a mirar a Jimin—. No quiero que pierdas el tiempo en cosas innecesarias.
Jimin bajó ligeramente la cabeza, el gesto sutil pero lleno de resignación.
—Voy a terminar todo. No te preocupes.
—Más te vale —fue todo lo que dijo Daejun antes de girarse y desaparecer por el pasillo, cerrando la puerta de su estudio con un clic definitivo.
El sonido de esa puerta resonó en la sala como una sentencia. Por un momento, ninguno de los dos se movió.
Jungkook se quedó observando a Jimin, grabando en su mente la imagen de su espalda tensa y los hombros encorvados, como si el peso de las expectativas que cargaba fuera algo físico. Fue entonces cuando todo comenzó a tener sentido: el perfeccionismo obsesivo de Jimin, su miedo constante al error, la necesidad de tenerlo todo bajo control. Todo eso tenía raíces en la figura que acababa de marcharse.
Sin decir una palabra, Jungkook tomó su mochila del suelo y se acercó a Jimin, que seguía mirando fijamente hacia el pasillo, como si esperara que su padre regresara en cualquier momento.
—Oye, Ricitos —dijo Jungkook en voz baja, colocando una mano suave pero firme sobre su hombro.
El contacto hizo que Jimin reaccionara finalmente. Giró la cabeza hacia él, encontrando la mirada de Jungkook, cálida y constante, completamente opuesta a la dureza de la anterior.
—Nos vemos luego —añadió Jungkook, con una sonrisa tranquilizadora que suavizaba el filo de sus palabras—. Y no te olvides de esto: nadie se merece que te desgastes así.
La voz de Jungkook era suave pero segura, como si quisiera asegurarse de que cada palabra se quedara con él.
Jimin no supo qué responder al principio. Su mirada se deslizó hacia el hombro donde aún sentía el calor de la mano de Jungkook, como un recordatorio silencioso de que no estaba completamente solo. Inspiró profundamente y finalmente asintió, el gesto pequeño pero decidido.
Jungkook le dio un leve apretón en el hombro antes de retirarse, dejando a Jimin en la sala vacía, con el eco del clic de la puerta retumbando en sus oídos. El sonido se mezclaba con las palabras ásperas de su padre, las mismas que seguían clavadas en su mente como espinas.
Por un momento, Jimin permaneció inmóvil, las manos cerradas en puños a los costados. Luego, sin detenerse a pensarlo demasiado, subió las escaleras. Cada paso parecía pesarle más que el anterior, como si estuviera ascendiendo hacia algo inevitable. No sabía si estaba listo, pero algo en su interior lo empujaba hacia adelante.
Se detuvo frente a la puerta del estudio, un nudo de nervios en el estómago. Tocó sin esperar respuesta y entró.
La luz suave del estudio contrastaba con la frialdad que emanaba de su padre, sentado detrás del escritorio. Daejun estaba sumido en una pila de papeles, su expresión impenetrable como siempre. Ni siquiera levantó la vista.
—¿Qué necesitas? —preguntó con voz grave, sin apartar la mirada de su trabajo.
Jimin cerró la puerta tras de sí y respiró hondo, sintiendo cómo el nudo en su estómago se hacía más pesado.
—Quiero saber por qué trataste a Jungkook de esa manera —dijo, su voz firme a pesar del temblor que sentía por dentro.
Daejun alzó la vista por fin, su expresión imperturbable, aunque en sus ojos fríos brilló una chispa de algo más.
—¿De qué manera?
—Con esa frialdad —replicó Jimin, incapaz de contener la frustración que crecía en su pecho—. Como si no valiera nada. Como si nunca fuera suficiente que me relacione con alguien solo porque no es lo que tú esperas.
Daejun arqueó una ceja, un gesto que siempre usaba cuando consideraba que alguien estaba perdiendo el tiempo con tonterías.
—Jimin, la mayoría de las personas no tienen lo que se necesita para ser algo. Solo los más fuertes sobreviven. Te he entrenado para ser fuerte, para no depender de nadie.
—¿Fuerte? —Jimin avanzó un paso más, sintiendo cómo la ira subía por su garganta—. ¿Eso crees que has hecho? Yo solo quiero ser tratado como una persona, no como un proyecto tuyo que necesitas moldear a tu imagen.
El silencio se espesó entre ellos, pero Jimin no se detuvo. La presión en su pecho, aquella que llevaba años acumulando, comenzó a romperse como una presa resquebrajada.
—Nunca me preguntaste si esto es lo que yo quiero. Nunca te importó quién soy, porque todo lo que ves en mí es una extensión de ti mismo —continuó, su voz temblando ligeramente, no de miedo, sino de un cansancio profundo—. Pero yo no soy una copia tuya. Y aunque me esfuerce por ser bueno en lo que hago, no todo tiene que ser sobre ganar. No todo es ser el mejor.
Daejun se levantó lentamente de su silla, enderezándose con una rigidez calculada. El movimiento fue tan pausado que parecía una declaración por sí mismo, como si estuviera trazando una barrera invisible entre los dos.
—Jimin —dijo finalmente, con una calma helada—. Te he enseñado lo que significa la vida. No tiene nada que ver con sentimientos ni con las tonterías que te hacen creer. El mundo no se detiene por tus emociones.
Se acercó un poco más, cada palabra pronunciada con la precisión de un cuchillo.
—¿Crees que alguien te agradecerá por ser sensible? —su voz apenas se elevó, pero su frialdad llenó la habitación—. La vida no celebra a los débiles. Nadie va a felicitarte por ser amable o por "ser tú mismo". La única manera de sobrevivir es siendo imparable.
Las palabras cayeron sobre Jimin como una losa. Por un segundo, sintió cómo la habitación se estrechaba, cada rincón empujándolo hacia adentro. Las cosas que había dicho con tanto esfuerzo se desvanecían ante la indiferencia fría y calculada de su padre.
Durante un momento, Jimin no dijo nada. Su mirada se clavó en la figura de Daejun, su padre, que ahora se veía más lejano que nunca. El silencio no fue largo, pero en ese espacio diminuto, algo dentro de Jimin se rompió y se reconstruyó al mismo tiempo.
—Es una lástima que pienses así —murmuró finalmente, su voz baja pero firme. Ya no temblaba. Lo miró a los ojos, sin desviarse ni un instante—. Porque yo sí creo que las emociones importan. Que la bondad importa.
Respiró profundamente, permitiéndose esa pausa antes de continuar.
—Y, algún día, lo entenderás. Aunque no sea conmigo.
Daejun no respondió. Simplemente lo observó, su expresión inmutable, como si intentara calcular el peso de sus palabras. Pero Jimin no esperó una reacción. Esta vez, no la necesitaba. Se dio la vuelta y salió del estudio, cerrando la puerta tras de sí con un clic suave pero definitivo.
Cuando llegó a su habitación, sintió que las piernas le fallaban y se dejó caer en el borde de la cama. Había hablado. Había enfrentado lo que llevaba años reprimiendo, pero en lugar de alivio, lo único que sentía era un vacío agotador.
Lentamente, exhaló y miró hacia la ventana, permitiendo que la luz suave de la mañana lo envolviera. Las palabras de su padre seguían ahí, como ecos en su mente, pero por primera vez, no las sintió tan pesadas.
Porque, aunque dolieran, sabía que no eran verdad.
Cuando Jungkook llegó a casa, el aire parecía más pesado de lo habitual, como si el ambiente hubiera absorbido toda la vida que solía habitar ese espacio. Cada paso suyo resonó débilmente sobre el piso de madera, el sonido amplificado por el silencio sofocante que envolvía la casa.
Dejó caer las llaves sobre la mesa de entrada con un tintineo breve y apagado. Algo estaba mal. Lo supo al instante, incluso antes de ver la luz encendida en el salón o de sentir aquella quietud extraña, como un susurro que presagiaba algo irremediable.
Cruzó el umbral de la sala y la vio. Su madre estaba sentada en el sofá, rodeada de un caos de papeles esparcidos, algunos doblados, otros arrugados, como si hubieran sido lanzados sin cuidado. La mujer que Jungkook siempre había visto fuerte, firme y orgullosa, ahora se veía pequeña, encorvada sobre sí misma como si intentara desaparecer.
En sus manos temblorosas sostenía un documento que parecía más pesado que cualquier cosa física. Las lágrimas rodaban por sus mejillas en silencio, dejando surcos brillantes bajo la luz amarillenta de la lámpara.
Jungkook se quedó quieto en la entrada, su cuerpo incapaz de moverse mientras el aire le quemaba en los pulmones. Había visto a su madre triste antes, pero esto no era tristeza. Era algo más profundo, más definitivo, como si algo dentro de ella se estuviera desmoronando sin remedio.
—Mamá... —murmuró al fin, su voz más débil de lo que esperaba, como si temiera romper algo frágil con una palabra demasiado alta.
Su madre levantó la cabeza hacia él. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos, pero esta vez no intentó ocultarlo. No había sonrisa fingida ni un esfuerzo por disfrazar su dolor. Sus hombros subieron y bajaron con un suspiro tembloroso antes de dejar caer el documento sobre la mesa con un sonido seco que resonó en la sala como una sentencia.
—Es oficial, Jungkook —dijo al fin. Su voz, aunque apenas un susurro, tenía el peso de una losa—. El divorcio... ya está firmado.
El tiempo pareció detenerse. Jungkook sintió cómo su corazón daba un vuelco doloroso, el eco de las palabras golpeándolo con una fuerza inesperada. Lo había sabido, lo había visto venir: las discusiones nocturnas que él escuchaba desde su habitación, las puertas que se cerraban con fuerza, las palabras dichas en voz baja pero cargadas de resentimiento. Pero ahora que era real, ahora que lo escuchaba en voz alta, lo sintió de una manera que no estaba preparado para enfrentar.
Sus ojos se movieron hacia la mesa, hacia los papeles desparramados. "Decreto de divorcio", leyeron en negritas al inicio del documento, una frase fría y precisa que parecía absorber todo el aire de la habitación.
Era real. Lo que había mantenido a su familia unida, aunque fuera solo una ilusión frágil, finalmente se había roto.
Por un momento, Jungkook no supo qué hacer. Quiso acercarse, decir algo, cualquier cosa que aliviara el dolor evidente en los ojos de su madre. Pero sus pies permanecieron anclados al suelo y sus manos cerradas en puños a los costados. Una parte de él quería gritar, otra quería desaparecer, y una última —la más dolorosa— solo quería abrazar a su madre, como si eso pudiera detener el mundo por un instante.
Su madre lo miró, y en sus ojos había algo que Jungkook nunca había visto con tanta claridad: agotamiento, resignación, y una pregunta silenciosa que parecía desgarrarla desde adentro.
—Lo intenté, Jungkook —susurró finalmente. Su voz se quebró en el último tramo, temblorosa y rota—. Pero a veces, no importa cuánto lo intentes... algunas cosas simplemente no funcionan.
La sinceridad en esas palabras le dolió más que cualquier grito, cualquier discusión. Era la primera vez que su madre admitía que no podía más, que se rendía. Jungkook asintió débilmente, su mandíbula tensa mientras un nudo subía por su garganta, estrangulándole las palabras.
Avanzó hacia ella con pasos lentos, como si cada movimiento pesara más que el anterior, y se dejó caer en el sofá a su lado. Durante un largo momento, ninguno de los dos habló. El único sonido en la habitación era la respiración entrecortada de su madre, cada inhalación luchando contra las lágrimas que ya no podía contener.
—No tienes que guardártelo, mamá —dijo Jungkook al fin, su voz baja, suave pero firme. Extendió una mano y tomó la de ella, notando lo fría que estaba. La sostuvo con cuidado, como si temiera que se rompiera bajo el más mínimo gesto.
Su madre lo miró, y en ese instante, toda la fortaleza que había intentado mantener durante años se desmoronó por completo. El primer sollozo escapó de su garganta con una fuerza tan inesperada que sacudió todo su cuerpo. Era como si, después de tanto tiempo, el dolor hubiera encontrado una grieta por donde salir.
—¿Qué hice mal, Jungkook? —logró preguntar, su voz rota, quebrada por la desesperación—. ¿Cómo terminé aquí? Pensé que estaba haciendo todo bien, pensé que...
No pudo continuar. Las palabras se ahogaron en sus lágrimas, y Jungkook sintió cómo algo dentro de él también se desgarraba. Su madre siempre había sido la roca de la familia, un faro de fuerza inquebrantable. Verla así, rota y vulnerable, era algo que no sabía cómo manejar.
—No hiciste nada mal —respondió Jungkook, su voz resonando con una firmeza que no sentía del todo—. Esto no es culpa tuya, mamá. Papá fue el que decidió engañarte, el que eligió alejarse. Lo que él hizo no tiene nada que ver contigo.
Su madre negó con la cabeza, las lágrimas aún rodando por sus mejillas mientras miraba hacia los papeles en la mesa con una mezcla de rabia y tristeza que la consumía desde adentro.
—Pero fueron tantos años, Jungkook... —su voz salió entrecortada, como si cada palabra doliera—. Tantos años de sacrificios, de trabajo duro, de intentar mantenerlo todo junto. ¿Y para qué?
Jungkook sintió cómo algo ardía en su pecho, una mezcla hirviente de ira e impotencia. No era hacia su madre, sino hacia su padre, ese hombre que había traicionado todo lo que su familia representaba, todo lo que ella había construido con tanto esfuerzo.
—No fueron para nada, mamá —dijo con convicción, buscando su mirada hasta encontrarla—. Porque tú diste todo lo que tenías. Fuiste honesta, leal, y siempre pusiste a la familia primero. Eso no se borra solo porque él decidió ser un cobarde.
La mano de su madre tembló ligeramente en la suya, pero no apartó la mirada. Por primera vez en toda la noche, parecía escuchar sus palabras, realmente escucharlas, como si estuviera buscando algo a lo que aferrarse entre todo el caos que sentía.
—No merece tus lágrimas —continuó Jungkook, con una calma que ocultaba la furia que hervía en su interior—. No después de lo que hizo. Papá tomó sus decisiones, y eso no tiene nada que ver con quién eres tú.
Su madre exhaló lentamente, el sonido entre un suspiro y un sollozo contenido. La presión en su mano disminuyó apenas, como si algo dentro de ella se hubiera aflojado, aunque fuera un poco. Jungkook no soltó su agarre. Permaneció ahí, a su lado, anclándola a la realidad, a algo tangible en medio de un vacío insoportable.
—No estás sola, mamá —murmuró finalmente, su voz suave y llena de promesa—. No te voy a dejar enfrentar esto sola.
Las palabras de Jungkook, aunque simples, parecieron romper algo más dentro de ella. Esta vez, cuando su madre inclinó la cabeza hacia él, no fue para esconderse, sino para apoyarse en su hombro.
Jungkook permaneció quieto, sintiendo cómo sus sollozos sacudían su cuerpo una vez más. No se apartó, no intentó calmarla con palabras innecesarias. Solo estuvo ahí, firme y presente, porque sabía que eso era lo único que podía ofrecerle ahora.
Otro suspiro tembloroso escapó de ella, más suave esta vez. Aunque sus lágrimas aún caían, había algo diferente en su postura: un ligero cambio, como si un pequeño destello de fuerza comenzara a asomarse desde las grietas.
—¿Y ahora qué hago? —preguntó en voz baja, su voz frágil y cargada de incertidumbre, casi como si hablara al vacío—. ¿Cómo se sigue adelante después de esto?
Jungkook no dudó. Se inclinó hacia ella, rodeándola con un brazo que la sostuvo con cuidado, pero con la firmeza de alguien que no pensaba dejarla caer.
—Sigues adelante porque eres más fuerte de lo que crees —respondió, su voz impregnada de calidez y certeza—. Porque todavía tienes una vida por vivir, mamá. Y no estás sola. Yo estoy aquí. Vamos a salir de esto juntos.
Su madre cerró los ojos un instante, como si sus palabras fueran un bálsamo que necesitaba dejar que se hundiera en su corazón. Luego, asintió lentamente, un gesto pequeño pero lleno de significado.
El silencio que siguió ya no fue pesado. Era un silencio más suave, uno lleno de comprensión y consuelo, y de algo más: un rayo diminuto pero indiscutible de esperanza.
Finalmente, su madre levantó la mirada hacia él. Sus ojos, todavía hinchados y brillantes por las lágrimas, ahora reflejaban una mezcla de dolor y gratitud.
—Tengo tanta suerte de tenerte a ti, Jungkookie —murmuró, su voz apenas un susurro, pero cada palabra llevaba consigo un peso de sinceridad que hizo temblar el corazón de Jungkook—. Lamento tanto que hayas tenido que ver todo esto. Las discusiones, las peleas...
Jungkook frunció el ceño suavemente y abrió la boca para interrumpir, pero ella levantó una mano con delicadeza, pidiéndole silencio.
—Él sabía sacar lo peor de mí —continuó, su voz quebrándose ligeramente—. Pero yo, frente a ti... debí haberlo manejado mejor. Debí protegerte de todo esto, de nuestras peleas, de mis errores.
Jungkook negó despacio, tomando ambas manos de su madre entre las suyas. Las sintió frías aún, pero menos temblorosas que antes.
—No tienes que disculparte por eso, mamá —respondió, su voz baja pero firme, cada palabra pronunciada con cuidado, como si estuviera construyendo un puente entre ellos—. Hiciste lo mejor que pudiste. Siempre supe que me querías, que estabas ahí para mí. Y eso es lo que importa.
Ella lo miró entonces, y en su expresión había tristeza, sí, pero también orgullo. Sus labios temblaron al intentar contener otro sollozo, y cuando apretó las manos de Jungkook con fuerza, él lo sintió: ese pequeño gesto era una respuesta, un "gracias" que no necesitaba palabras.
—Prométeme algo, Jungkook —dijo ella finalmente, su voz temblando con un tono casi suplicante—. Prométeme que esto... que lo que pasó entre tu padre y yo no te va a arrastrar. Que no vas a dejar que te marque de esa forma.
Por un instante, Jungkook se quedó en silencio, observando los rastros de vulnerabilidad en el rostro de su madre. Luego, le sonrió suavemente, una sonrisa pequeña pero llena de convicción. Se inclinó hacia ella y apoyó su frente contra la suya, un gesto silencioso que habló más fuerte que cualquier palabra.
—Te lo prometo, mamá —susurró Jungkook, su voz baja pero decidida—. Y no solo porque me lo pides, sino porque quiero que estemos bien. Los dos.
Ella cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran libremente, pero esta vez no eran solo de tristeza. Había algo más en ellas: un alivio silencioso, un pequeño destello de esperanza que parecía comenzar a renacer.
Por primera vez en mucho tiempo, compartieron un momento de paz en medio del caos. No era perfecto ni permanente, pero fue suficiente. Era un paso hacia adelante, hacia algo que ambos habían creído perdido.
El silencio cómodo que los envolvía fue interrumpido de golpe por un leve zumbido. El teléfono de Jungkook, olvidado sobre la mesa, vibró contra la madera, iluminando la pantalla con una notificación. Jungkook lo tomó distraídamente, pero el pequeño salto en su pecho al ver el nombre de Jimin en la pantalla lo desconcertó. Esa reacción automática seguía apareciendo, aunque aún no supiera bien qué hacer con ella.
Su madre, que lo miraba con una mezcla de curiosidad y ternura, inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Te molesta si voy a responder esto rápido? —preguntó Jungkook, señalando el teléfono mientras se ponía de pie.
Ella negó suavemente con la cabeza, una sonrisa cansada en sus labios.
—Claro que no, Jungkookie. Ve, estoy bien.
Jungkook asintió y, antes de irse, se inclinó para darle un pequeño apretón en el hombro, un gesto sencillo pero lleno de cuidado. Salió al pasillo, donde el aire se sentía más ligero, y se dejó caer contra la pared, soltando un suspiro mientras desbloqueaba el teléfono.
Jimin: "Hola... Siento mucho lo de antes. Sé que mi papá no es fácil, y no fue justo que te hablara así. Espero que no te hayas sentido incómodo."
Jungkook frunció el ceño ligeramente, leyendo el mensaje más de una vez. Era típico de Jimin culparse por cosas que estaban completamente fuera de su control. Apretó el teléfono entre las manos, sintiendo una punzada de frustración mezclada con cariño, y comenzó a escribir.
Jungkook: "No tienes que disculparte por él, Ricitos. Es obvio que no tiene ni idea de lo genial que eres. Pero estoy bien, de verdad."
Por un segundo, pensó en dejarlo ahí. Pero algo dentro de él —una sensación que no terminaba de entender— lo impulsó a escribir más. Como si quisiera decirle lo que Jimin nunca se permitía escuchar.
Jungkook: "Aunque... si te soy honesto, me gustaría que fueras menos duro contigo mismo por su culpa. No todo lo que piensas que es tu responsabilidad lo es."
Envió el mensaje antes de poder dudarlo y dejó caer la cabeza contra la pared, cerrando los ojos un momento. Sintió el peso del día acumulándose en sus hombros, pero la vibración del teléfono lo sacó de sus pensamientos.
Jimin: "Gracias, Jungkook. En serio. Creo que no te lo digo suficiente, pero... últimamente has sido un gran apoyo para mí. Más de lo que esperaba."
Jungkook se quedó mirando la pantalla, y un calor suave, inexplicable, se instaló en su pecho. Era una sensación extraña, pero reconfortante, como si las palabras de Jimin hubieran logrado colarse en un rincón de su mente que él no sabía que existía.
Una sonrisa involuntaria se asomó en sus labios, pequeña pero genuina, mientras escribía una respuesta breve, aunque cargada de significado.
Jungkook: "Para eso estoy. Descansa, ¿sí? Mañana será un día mejor."
Guardó el teléfono en su bolsillo y dejó que su cabeza reposara contra la pared por unos segundos más. El silencio del pasillo se sentía diferente: no vacío, sino lleno de pensamientos.
Sus recuerdos regresaron al momento que acababa de compartir con su madre, a sus lágrimas y a la promesa que le había hecho. Y ahora, al mensaje de Jimin, a esas palabras que lo habían tocado más de lo que quería admitir.
De alguna manera, los dos momentos parecían conectarse en su mente, como si esa necesidad de proteger y cuidar se extendiera hacia ambos. Eran diferentes, pero también iguales: dos personas importantes para él, dos personas que necesitaban a alguien que estuviera ahí.
Y, aunque no sabía cómo ni por qué, Jungkook sentía que eso era lo que él debía hacer. No como una obligación, sino como algo natural, algo que le nacía del corazón.
Se empujó suavemente contra la pared, dejando escapar un suspiro que pareció vaciar el peso acumulado en su pecho. Luego, regresó al salón con pasos más lentos, más tranquilos, como si algo dentro de él finalmente se hubiera acomodado en su lugar.
Su madre estaba allí, sentada en el mismo sofá, pero algo había cambiado. Sus hombros ya no estaban tan encorvados, y aunque sus ojos seguían enrojecidos, la tristeza no era tan abrumadora. Había una calidez nueva en su mirada, un pequeño resplandor que no había visto en mucho tiempo.
—¿Todo bien? —preguntó suavemente, inclinando la cabeza con un gesto que reflejaba tanto curiosidad como cariño.
Jungkook la miró y, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo que pensar en la respuesta.
—Sí. Todo bien.
Y esta vez, no fue solo una respuesta para tranquilizarla. Era la verdad.
Su sonrisa fue pequeña, pero auténtica, tan sincera que logró iluminar un poco más la habitación. El peso invisible que siempre había sentido en sus hombros se había aligerado, aunque solo fuera un poco.
Su madre lo observó por un instante más, como si quisiera asegurarse de que esas palabras fueran reales, y entonces sonrió también. Fue un gesto débil, apenas perceptible, pero fue suficiente para que ambos entendieran que, aunque quedara un largo camino por recorrer, ese momento era un paso firme en la dirección correcta.
Un silencio cómodo volvió a instalarse entre ellos, uno en el que no hacían falta palabras, porque todo lo importante ya se había dicho.
Por primera vez en mucho tiempo, Jungkook sintió que todo estaba donde debía estar.
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