Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🥀𝟏𝟎🥀

El vapor del café subía en pequeñas volutas, disipándose en el aire frío del apartamento. El desayuno era sencillo pero cálido: tostadas crujientes, frutas frescas y una conversación ligera que llenaba el pequeño espacio con vida. Taehyung hablaba sin parar, haciendo grandes gestos con las manos mientras Soo Hee intentaba no atragantarse de la risa. Jimin, por su parte, mantenía los dedos alrededor de su taza, observándolos con una pequeña sonrisa.

—Y entonces, en mi sueño, Jin estaba regañándome porque olvidé mi pasaporte... pero estábamos en un desierto. ¿Qué sentido tiene eso? —decía Taehyung, llevando un trozo de tostada a la boca mientras gesticulaba con la otra mano.

Soo Hee rodó los ojos, sosteniendo su taza de té con ambas manos para calentarse.

—El sentido de tus sueños es el mismo que el de tus dibujos abstractos. Ninguno. —Su tono era burlón, pero había un dejo de cariño en su voz que hacía imposible tomárselo como una crítica seria.

Jimin, sentado al lado de Soo Hee, dejó escapar una pequeña risa, aunque apenas había probado su café. Su mente seguía un poco aturdida después de la noche anterior. Había dormido, pero no tan profundamente como esperaba, y todavía podía sentir los ecos de sus propios pensamientos agitando algo en su interior. Sin embargo, en ese momento, la energía caótica de sus amigos era un bálsamo para sus nervios.

—¿Y tú, Jiminnie? ¿Qué soñaste? —preguntó Taehyung, señalándolo con el cuchillo que usaba para untar mermelada. La pregunta lo tomó por sorpresa.

—No... no lo recuerdo —murmuró Jimin, bajando ligeramente la mirada hacia su plato. Era cierto; no podía recordar nada claro. O tal vez no quería recordar.

Soo Hee le dio un leve codazo, tratando de captar su atención.

—Eso es porque probablemente ni siquiera soñaste. Estabas demasiado cansado. Pero no te preocupes, seguro que esta noche puedes inventarte algo más interesante que Tae y sus desiertos imaginarios.

Jin, que había estado recogiendo los platos vacíos, se giró desde la cocina para unirse a la conversación.

—¿Inventar sueños ahora cuenta como terapia grupal? Porque si es así, exijo que todos mis sueños sean sobre playas y cocktails. Nada de pasaportes perdidos. —Hizo una pausa, mirando específicamente a Taehyung—. Y mucho menos contigo olvidando todo.

La risa que estalló en la mesa fue suficiente para relajar incluso a Jimin, que dejó escapar una sonrisa más amplia que las anteriores. No era mucho, pero era algo. Jin pareció notarlo, porque su expresión se suavizó mientras le servía un poco más de café.

—Come algo más, Jimin. El día será largo, y necesitas energías. —Su tono era cálido, pero no invasivo, como si le estuviera dando permiso para tomarse el tiempo que necesitara.

Después de terminar el desayuno, los tres amigos salieron al aire fresco de la mañana, donde la primavera daba sus primeras señales. Los cerezos bordeaban la calle, sus flores rosas y blancas salpicando el paisaje urbano con pinceladas suaves. Los pétalos caían con la brisa, flotando hasta el suelo como pequeños suspiros.

—Ah, esta es mi estación favorita —declaró Taehyung, extendiendo los brazos con exageración, como si quisiera abrazar el momento. Sus pasos teatrales no tardaron en hacerlo tropezar con una piedra.

—Cuidado, "estación favorita" —dijo Soo Hee con su habitual tono sarcástico—. A este ritmo, vas a terminar besando el suelo junto con los pétalos.

Jimin, caminando unos pasos detrás, ajustó la correa de su mochila y dejó que su mirada vagara hacia los cerezos. Había algo en su fragilidad, en cómo los pétalos se desprendían con tanta facilidad, que le resultaba reconfortante. Mientras sus amigos intercambiaban bromas, él se dejó envolver por los sonidos del entorno: el viento entre las ramas, las risas lejanas y el murmullo constante de la ciudad.

Cuando llegaron al campus, este ya bullía de vida. Grupos de estudiantes conversaban en el césped o caminaban con mochilas repletas, algunos sosteniendo cafés mientras cruzaban bajo los techos florales que formaban los cerezos. Los pétalos alfombraban los senderos, y el sol primaveral bañaba la escena con una calidez que parecía diluir cualquier tensión.

Para Jimin, el bullicio era más un telón de fondo que un ruido. Había algo tranquilizador en esa rutina compartida, algo que lo anclaba al momento presente. Por un instante, mientras el viento esparcía los pétalos a su alrededor, se permitió respirar un poco más tranquilo.

Cuando llegaron a la entrada de la universidad, el campus ya estaba cobrando vida. Estudiantes con mochilas al hombro cruzaban los senderos, hablando sobre proyectos, exámenes y planes para el almuerzo. El bullicio constante de voces y pasos tenía algo tranquilizador para Jimin, como un telón de fondo que lo mantenía conectado al presente.

—Bueno, aquí es donde nos separamos —dijo Taehyung, deteniéndose frente a uno de los edificios principales.

—¿No piensas seguirnos como un perrito perdido? —bromeó Soo Hee, alzando una ceja.

—Hoy tengo que ser responsable. —Taehyung bajó la voz, inclinándose hacia ellos como si contara un secreto—. Jin me amenazó con dejar de hacerme el desayuno si me pierdo otra entrega.

Soo Hee rodó los ojos, pero sonrió. Jimin se despidió con un gesto de la cabeza, y mientras ellos tomaban caminos diferentes, sintió una punzada de gratitud. Aunque no había dicho mucho durante el desayuno, estar con sus amigos había sido suficiente para recargar un poco sus fuerzas.


El resto del día transcurrió entre clases y apuntes. Mientras ajustaba el cierre de su mochila con movimientos automáticos, Jimin apenas registraba el leve zumbido del aula o las voces de Taehyung y Soo Hee charlando cerca. Su mente seguía atrapada en las palabras de su padre, resonando como un eco persistente:

"¿Qué estás haciendo con tu tiempo, Jimin?"

Soltó un suspiro breve, cerrando la mochila con un tirón. Quería dejar de repasar esas palabras, pero era más fácil pensarlo que hacerlo.

Entonces, una voz familiar rompió el silencio en su cabeza.

—Ricitos, ¿qué tan rápido puedes decidir si tienes hambre o no?

Jimin levantó la mirada, sorprendido. Allí estaba Jungkook, apoyado con aire casual contra el marco de la puerta. Llevaba su chaqueta colgando de un hombro y una sonrisa ligera que parecía perfectamente diseñada para desarmarlo.

—¿Qué? —preguntó Jimin, desconcertado.

Jungkook señaló hacia el pasillo con un gesto de la cabeza, su tono despreocupado pero insistente.

—Sushi. Hay un lugar cerca que tienes que probar. Considéralo un servicio público para un ciudadano decente como tú.

—¿Sushi? —repitió Jimin, parpadeando mientras ajustaba sus lentes, intentando recuperar algo de control en la situación—. ¿Por qué me estás invitando?

—Porque puedo. —Jungkook se encogió de hombros, su sonrisa ensanchándose con ese aire de desafío tan suyo—. Vamos, Ricitos. Hasta tú necesitas algo más emocionante que horarios y apuntes. Considéralo... una intervención culinaria.

Jimin lo observó en silencio, entrecerrando los ojos con desconfianza. Parte de él quería negarse, seguir con su día y su rutina segura. Pero otra parte, una más curiosa y tentada de lo que le gustaría admitir, lo hizo dudar.

—¿Qué tan bueno es? —preguntó finalmente, cruzando los brazos en un intento de mantener su neutralidad.

—El mejor de la zona. —Jungkook respondió con confianza absoluta, inclinándose apenas hacia él como si compartiera un secreto—. Pero tendrás que confiar en mí para comprobarlo.

Jimin dejó escapar otro suspiro, alargando la decisión deliberadamente. Finalmente ajustó la correa de su mochila y dio un paso hacia la puerta.

—Está bien. Pero si es terrible, no te lo perdonaré —Su tono era firme, pero una pequeña curva en sus labios traicionaba el inicio de una sonrisa.

Jungkook rió, el sonido ligero llenando el aula como si hubiera ganado una pequeña batalla.

—Hecho. —Le siguió por el pasillo, su andar relajado reflejando una confianza sin prisa—. Aunque, si estás siendo tan exigente, tal vez deberíamos añadir un postre al trato.

—No me hagas arrepentirme tan rápido —murmuró Jimin, ajustándose las correas de la mochila mientras intentaba mantener la seriedad.

Al salir del edificio, Jimin asumió que caminarían hacia algún restaurante cercano, como los que solían frecuentar los estudiantes. Pero sus pasos se detuvieron en seco cuando vio a Jungkook dirigirse hacia una moto negra estacionada junto a la acera. Brillaba bajo el sol, elegante y agresiva, como si fuera una extensión de la actitud de su dueño.

—¿Es tuya? —preguntó Jimin, entre la incredulidad y la cautela.

Jungkook ya se estaba ajustando los guantes, moviéndose con una calma que casi irritaba. Levantó la mirada con una sonrisa despreocupada y sacó un casco extra del compartimiento trasero, tendiéndoselo a Jimin.

—¿Qué? ¿Pensabas que íbamos a caminar? Vamos, delegado. Ni yo muerdo, ni la moto tampoco.

Jimin cruzó los brazos, mirando el casco como si fuera una trampa. Había algo en la escena que lo ponía intranquilo, y no era solo la moto; era la forma en que Jungkook siempre lo empujaba fuera de su zona de confort.

—No me dijiste nada sobre esto. —Su voz estaba cargada de desconfianza.

—Es parte de la experiencia, Ricitos. —Jungkook se encogió de hombros con esa sonrisa que bordeaba entre la burla y la diversión—. ¿Acaso le tienes miedo a un poco de velocidad?

El comentario dio en el blanco, y Jimin lo sabía. Apretó los labios, sintiendo que negarse sería como aceptar una derrota. Lo que más lo molestaba era la pequeña parte de sí mismo que quería aceptar.

—No creo que sea una buena idea. —Intentó sonar firme, pero el leve titubeo en su voz lo traicionó.

Jungkook soltó una risa baja, subiendo a la moto con movimientos fluidos. Al girar la llave, el rugido del motor llenó el aire. Jimin dio un paso atrás, sin darse cuenta.

—Si sigues pensando tanto, vamos a pasar aquí toda la tarde. —La voz de Jungkook se alzó por encima del motor, y por un momento su expresión cambió. Había algo más serio en sus ojos cuando añadió—: Confía en mí, no voy a dejar que te pase nada.

El tono firme y sincero desarmó a Jimin. Por un instante, todo ruido quedó en segundo plano, y lo único que existió fue la mirada de Jungkook, directa y segura.

Jimin soltó un largo suspiro antes de dar un paso adelante y tomar el casco.

—Si terminamos en el hospital, será culpa tuya. —Intentó sonar firme, pero el ligero temblor en su voz lo delató.

Jungkook sonrió con evidente satisfacción mientras se ajustaba su propio casco.

—Ricitos, puedes culparme todo lo que quieras, pero te prometo que no va a pasar.

Con movimientos torpes, Jimin se colocó el casco y subió a la moto, manteniendo una distancia prudente entre ambos. Sus manos se apoyaron apenas en el borde del asiento, inseguras, como si temiera tocar más de lo necesario.

—¿Así piensas sostenerte? —preguntó Jungkook, girando ligeramente la cabeza hacia él. Su tono llevaba una risa contenida, pero había algo más en su voz, algo más bajo, más íntimo.

—¿Y qué quieres que haga? —replicó Jimin, visiblemente incómodo.

Por un instante, Jungkook guardó silencio. Era breve, pero el tipo de silencio que pesa, que deja algo suspendido en el aire. Luego, con un tono más serio, más firme de lo habitual, dijo:

—Sujétate de mí. No voy a dejarte caer.

La frase, sencilla pero cargada de intención, lo desarmó. No había burla en la voz de Jungkook, solo una seguridad que lo desconcertaba. Jimin dudó un segundo antes de ceder, colocando sus manos en los costados de la camisa de Jungkook. Su agarre era tenue, casi simbólico, pero suficiente para que su corazón latiera con fuerza.

—Eso no cuenta. —Jungkook soltó una risa ligera, girando el acelerador. La moto rugió bajo ellos y, antes de que Jimin pudiera protestar, arrancó con decisión.

El impulso lo tomó desprevenido. Sus manos resbalaron de la camisa y, con un reflejo instintivo, sus brazos se cerraron alrededor de la cintura de Jungkook. El calor del contacto lo hizo tensarse, y el aire se le escapó un segundo mientras sentía la espalda de Jungkook bajo sus manos, firme y cálida.

—¡Jungkook! —exclamó, su voz más fuerte de lo que pretendía, tratando de enmascarar su desconcierto.

—Te dije que te sujetaras bien, Ricitos —respondió Jungkook, divertido. Su risa grave vibró a través del motor y, de alguna forma, también a través de Jimin, quien apretó la mandíbula para no decir nada más.

El viento golpeaba con fuerza, llevándose cualquier respuesta ingeniosa que pudiera pensar. Aunque quería aflojar su agarre, cada curva de la carretera lo obligaba a mantenerse cerca, a sentir el vaivén de la respiración de Jungkook, a ser consciente de cada movimiento de su cuerpo.

—¡Podrías avisar antes de arrancar así! —protestó Jimin finalmente, con los labios apretados.

—¿Y perderme esto? Ni loco. —Jungkook sonrió, inclinándose un poco más hacia adelante mientras giraba en una curva. El movimiento hizo que Jimin se apretara más contra él, y aunque su tono seguía siendo ligero, había algo en sus palabras que se quedó flotando, como un eco lleno de intenciones que ninguno de los dos estaba listo para nombrar.

Jimin cerró los ojos un instante, intentando ignorar el vértigo que sentía. No sabía qué lo descolocaba más: la velocidad a la que avanzaban o el hecho de que sus dedos ahora se aferraban al borde del cinturón de Jungkook, buscando un punto más firme al que sujetarse.

—Relájate, Ricitos. —La voz grave de Jungkook rompió el silencio, suave pero lo suficientemente cercana como para acelerar su respiración—. Confía en mí. No voy a dejar que te pase nada.

La promesa, directa y sin rastro de burla, lo desarmó. A pesar de todo, podía sentir cómo Jungkook controlaba cada curva con precisión, como si formara parte de la máquina. Pero aunque la seguridad de su conducción era evidente, Jimin no se atrevió a aflojar su agarre. No todavía.

Las calles pasaban como destellos, las luces del atardecer dibujando sombras largas sobre el asfalto. Entre el rugido del motor y el viento golpeando su rostro, Jimin sintió cómo el mundo a su alrededor desaparecía. Solo quedaban ellos dos: el calor de Jungkook justo frente a él, el contacto constante que lo hacía demasiado consciente de cada movimiento, y el nudo incómodo en su pecho que no se deshacía.

—¿Sigues vivo allá atrás? —preguntó Jungkook, girando apenas la cabeza. Había un tono burlón en su voz, pero también algo genuino.

Jimin rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa, inevitable, apareció en sus labios.

—Si muero, será tu culpa. —La respuesta salió automática, aunque carecía del filo que pretendía.

Jungkook soltó una carcajada que, a pesar del rugido del motor, Jimin sintió vibrar a través de él, demasiado cerca, demasiado cálida.

—No te preocupes. Si algo pasa, puedes culparme todo lo que quieras. —Jungkook redujo ligeramente la velocidad al acercarse a una intersección, pero no lo suficiente como para que Jimin soltara su agarre—. Aunque, si me preguntas, creo que lo estás disfrutando más de lo que admites.

El comentario lo tomó por sorpresa. Jimin frunció el ceño, aflojando apenas el agarre en su cintura, pero sin soltarlo. Intentó replicar algo mordaz, pero las palabras se quedaron atrapadas entre el ruido del motor y el caos en su cabeza.

"No es cierto", pensó, aunque el silencio que dejó decía más de lo que estaba dispuesto a admitir.

El trayecto al restaurante no fue largo, pero para Jimin, cada segundo en la moto fue una batalla interna. La velocidad, el viento, y el calor de Jungkook parecían competir por desarmarlo en formas que no entendía del todo. Cuando por fin se detuvieron frente a un pequeño local con un cartel de neón que decía "Sushi del Este", soltó un largo suspiro, como si liberara algo que había estado conteniendo todo el camino.

Jungkook desmontó primero, quitándose el casco con un movimiento fluido. Su cabello, desordenado, parecía estratégicamente casual, como si todo hubiera sido coreografiado. Giró hacia Jimin con esa sonrisa despreocupada que irradiaba confianza.

—¿Ves? Sabía que te iba a gustar.

Jimin bufó, quitándose el casco y pasándoselo con un movimiento algo brusco, más para ocultar su nerviosismo que por verdadera molestia.

—Eso no significa que vaya a repetirlo —replicó Jimin, intentando sonar firme, aunque sabía, muy en el fondo, que había disfrutado más de lo que quería admitir.

Jungkook se rió mientras guardaba ambos cascos en el compartimiento trasero de la moto. Sus movimientos eran ligeros, casi despreocupados, como si estuviera seguro de que las palabras de Jimin no tardarían en contradecirse.

—Lo que tú digas, Ricitos. Pero cuando quieras sentirte libre de nuevo, ya sabes dónde encontrarme. —Le guiñó un ojo antes de girarse hacia la entrada del restaurante—. Ahora, vamos. Prometí sushi, y este lugar no te va a decepcionar.

Jimin rodó los ojos, aunque lo siguió sin pensarlo demasiado. Todavía sentía en el cuerpo el eco de la velocidad, esa mezcla extraña de adrenalina y nervios que se negaba a disiparse del todo. Mientras cruzaba la puerta del local detrás de Jungkook, un pensamiento inesperado cruzó su mente: Jungkook tenía una habilidad inquietante para llevarlo a lugares que normalmente evitaría. Lo más desconcertante, sin embargo, era que no le molestaba tanto como debería.

El restaurante de sushi era pequeño y acogedor, con una atmósfera cálida que contrastaba con el bullicio de las calles afuera. La iluminación tenue y las mesas de madera pulida le daban un aire íntimo, mientras una pequeña fuente en la esquina añadía un murmullo constante, casi meditativo.

Jungkook caminó hacia una mesa como si el lugar ya le perteneciera, relajado, seguro, mientras Jimin lo seguía con pasos más medidos. Al sentarse, Jungkook se recostó en la silla con la facilidad de quien no tiene prisa por nada, mientras que Jimin apoyó los codos en la mesa, hojeando el menú con cautela.

—¿Sueles venir a lugares así? —preguntó, rompiendo el silencio sin mirarlo directamente.

—A veces. —Jungkook se encogió de hombros, su tono casual, aunque sus ojos no dejaban de observarlo. Había algo en esa respuesta, deliberadamente vaga, que hizo que Jimin levantara una ceja, pero decidió no darle el gusto de insistir.

Volvió al menú, intentando ignorar la sensación de ser analizado bajo la mirada persistente de Jungkook. Aun así, había algo en ese silencio entre ellos que lo mantenía alerta, algo no dicho que parecía deslizarse entre las bromas y los gestos.

—Entonces, ¿sabes usar palillos, o pido un tenedor para ti? —bromeó Jungkook de repente, su sonrisa deslizándose con facilidad, rompiendo el momento como si nada.

Jimin levantó la vista, encontrándose con esa mirada chispeante que parecía siempre un paso adelante.

—Sé usar palillos, gracias. No todos necesitan un curso intensivo como tú. —Su tono era seco, pero no pudo evitar la ligera curva de sus labios que lo delataba.

Jungkook rió suavemente, inclinándose un poco hacia adelante mientras dejaba el menú a un lado.

—Toqué un punto sensible, ¿eh? —respondió con una sonrisa traviesa—. Tranquilo, Ricitos. Si necesitas un tenedor, no voy a juzgarte... mucho.

Jimin negó con la cabeza, soltando un suspiro resignado. Las bromas de Jungkook siempre parecían buscar algo más, como si intentara encontrar una grieta en su fachada. Lo que más le irritaba era que, por alguna razón, no podía odiarlo. Y lo que más lo desconcertaba era que quizá no quería hacerlo.

El camarero llegó, rompiendo la burbuja de tensión casi imperceptible que se había formado. Jimin pidió su platillo con una formalidad casi mecánica, mientras observaba cómo Jungkook interactuaba con una facilidad natural que parecía innata en él. Todo, incluso algo tan simple como pedir sushi, parecía cargado de intención cuando Jungkook lo hacía.

Cuando el camarero se fue, Jungkook apoyó un brazo en la mesa, su atención completamente fija en Jimin.

—Entonces, ¿qué opinas? —preguntó, con su característica sonrisa.

—¿Del restaurante? —replicó Jimin, algo a la defensiva.

—De todo. —La sonrisa de Jungkook se suavizó, y su tono dejó de ser burlón—. La moto, el día, estar aquí.

Jimin lo miró fijamente, sintiendo cómo sus palabras se atascaban en su garganta. Había algo en la mirada de Jungkook, algo demasiado directo, que lo hacía sentir expuesto.

—Es... diferente —admitió al fin, desviando la vista hacia la mesa.

Jungkook asintió, como si estuviera satisfecho con esa respuesta.

—Diferente no siempre es malo. A veces, es justo lo que necesitas.

La frase flotó entre ellos, ligera en apariencia, pero con un peso que Jimin no pudo ignorar. Había algo en la forma en que Jungkook lo decía, como si supiera más de lo que estaba diciendo en ese momento.

—¿Por eso me trajiste aquí? —preguntó Jimin, su voz apenas un susurro, pero con un toque desafiante.

Jungkook no respondió de inmediato. Su mirada vagó hacia el menú que movió a un lado con un gesto distraído. Cuando finalmente habló, su tono fue bajo, sin rastros de burla.

—Pensé que tú también necesitabas un descanso.

Jimin lo miró, sus ojos buscando respuestas en el rostro de Jungkook.

—¿Por qué te importa lo que necesito? —soltó, su tono más firme de lo que se sentía.

Jungkook se inclinó hacia adelante, apoyando ambos brazos en la mesa, acortando la distancia entre ellos. La diversión habitual había desaparecido de su expresión, reemplazada por algo más crudo, más honesto.

—Porque es mejor verte sonreír que llorar. —Su voz fue tranquila, pero las palabras golpearon a Jimin con fuerza.

El aire pareció quedarse inmóvil entre ellos. Las risas lejanas de otros comensales y el murmullo de la fuente en el rincón del restaurante desaparecieron. Para Jimin, en ese momento, no había ruido, no había gente, ni siquiera un menú frente a él. Solo Jungkook, con esas palabras que lo atravesaban como una confesión inesperada.

—Ayer... —continuó Jungkook, su tono bajando aún más—. No quiero verte así de nuevo, Jimin. Nadie merece sentirse tan perdido.

El corazón de Jimin dio un vuelco, incapaz de encontrar una respuesta inmediata. Jungkook desvió la mirada hacia la ventana, donde el atardecer comenzaba a teñir de dorado el borde de su perfil.

—Todos necesitamos un momento para respirar, ¿no crees? —Jungkook dejó escapar una risa seca, sin alegría, antes de continuar—. A veces siento que estoy avanzando por inercia. Como si no supiera hacia dónde voy.

Jimin lo miró fijamente, las palabras de Jungkook resonando con una verdad incómoda, demasiado familiar. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada, pero el silencio entre ellos no se sintió vacío. Era un peso compartido, un entendimiento tácito que ninguno estaba preparado para admitir del todo.

—Es inevitable sentirse así a veces —murmuró Jimin finalmente, con la mirada fija en la mesa, como si las palabras fueran más fáciles de decir si no lo miraba directamente—. No puedes esperar que alguien sonría siempre. A veces... —hizo una pausa, soltando un pequeño suspiro— a veces necesitas llorar para seguir adelante.

Jungkook desvió la mirada hacia él, sorprendido por la honestidad inesperada en las palabras de Jimin. Por un instante, sus ojos se encontraron, y aunque ninguno de los dos dijo nada más, la intensidad en la mirada de Jungkook era imposible de ignorar.

—Tal vez no pueda mantenerte sonriendo todo el tiempo —admitió Jungkook después de unos segundos, su tono cargado de una sinceridad que desarmó a Jimin—. Pero puedo intentar estar ahí cuando sientas que no tienes más opción que llorar.

La confesión lo golpeó con una fuerza que no esperaba. Jimin sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, la vulnerabilidad en las palabras de Jungkook haciéndolo sentir una mezcla de gratitud y desconcierto. No sabía si lo que lo desarmaba era la franqueza con la que hablaba o el hecho de que, en el fondo, sabía que esas palabras no eran solo una promesa casual.

—Eso suena como una tarea imposible —respondió Jimin, intentando romper la tensión con un toque de humor, aunque su voz aún llevaba una nota temblorosa.

Jungkook sonrió, una sonrisa más suave que las anteriores, libre de la burla habitual.

—Soy bueno con los retos —respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante—. Y si alguien merece tener a alguien que intente, eres tú.

La mesa volvió a quedar en silencio, aunque esta vez el peso era distinto. Había algo cálido flotando entre ellos, algo que ambos parecían sentir, pero que ninguno se atrevía a nombrar.

El camarero llegó con una bandeja de sushi impecablemente presentado, interrumpiendo el hilo invisible que los conectaba y devolviéndolos al presente. Jimin exhaló lentamente, como si la llegada del camarero le hubiera dado permiso para respirar.

Jungkook, tranquilo, tomó sus palillos y, sin decir nada, colocó una pieza de sushi en el plato de Jimin.

—Empieza con este. Es el mejor —dijo con una sonrisa ligera, aunque sus palabras aún llevaban la sombra de lo que acababan de compartir.

Jimin asintió en silencio, tomando la pieza más por inercia que por apetito. Apenas registraba el sabor; su atención estaba dividida entre el aroma fresco del sushi y la presencia constante de Jungkook, que parecía llenar cada espacio entre ellos. La tensión seguía ahí, suspendida como una corriente invisible que unía cada gesto, cada mirada.

—Sabía que te gustaba el sushi, pero esto parece una obsesión —bromeó Jimin, intentando aligerar el ambiente mientras mordía una pieza.

Jungkook rió, dejando los palillos sobre la mesa con un gesto despreocupado.

—Solo quiero asegurarme de que tu primera experiencia sea buena. No puedo dejar que alguien como tú arruine el sushi con malas elecciones.

Jimin rodó los ojos, pero la sonrisa que apareció en sus labios traicionó su intento de mantenerse serio. Era frustrante cómo Jungkook siempre lograba desarmarlo. Incluso ahora, mientras trataba de concentrarse en la comida, sentía el peso de su mirada fija en él, como si estuviera buscando algo más allá de las palabras.

Finalmente, sus ojos se encontraron de nuevo. Ninguno desvió la mirada esta vez. Por un instante, todo el ruido del restaurante pareció desvanecerse, dejando solo esa conexión invisible entre ellos.

—Gracias por traerme aquí —dijo Jimin, su voz más suave de lo que esperaba.

Jungkook sonrió, pero esta vez no fue su sonrisa burlona de siempre. Era más cálida, sincera, con un toque de algo que Jimin no pudo identificar del todo.

—No tienes que agradecerme. —Giró los palillos entre sus dedos antes de añadir, con un tono más bajo—: Creo que los dos necesitamos más momentos como este.

Jimin asintió lentamente, sin saber qué decir. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no necesitaba llenar el silencio.

Pero la calma entre ellos se quebró como un cristal al oír una voz familiar.

—¡Mira nada más a quién tenemos aquí! —Eunwoo apareció en el restaurante con una sonrisa afilada, la clase de sonrisa que buscaba incomodar. Su tono burlón hizo que varias cabezas se giraran hacia ellos.

Jimin levantó la vista, tensándose al instante al reconocerlo. Eunwoo y Yoongi caminaban hacia su mesa con pasos lentos, deliberados, como si disfrutaran del efecto que su presencia tenía. El pecho de Jimin se contrajo, y el aire en sus pulmones pareció volverse más denso con cada paso que ellos daban.

—¿Desde cuándo eres fan del sushi, delegado? —preguntó Yoongi, ladeando la cabeza con una sonrisa cargada de condescendencia. Su tono ligero escondía esa burla que Jimin conocía demasiado bien, la que siempre lograba alcanzarlo donde más dolía.

Jimin quiso desaparecer. Escuchar esos comentarios ya era difícil, pero tener que soportarlos frente a Jungkook lo hacía sentir más expuesto, como si alguien estuviera arrancándole su armadura.

Sin embargo, Jungkook no parecía inmutarse. Con una tranquilidad desconcertante, dejó sus palillos sobre la mesa, el sonido metálico rompiendo el tenso silencio.

—Oh, ya sabes cómo es, hyung. A veces, las personas que tienen cerebro intentan cosas nuevas. —El comentario salió con una ligereza peligrosa, pero la punzada en su tono era inconfundible.

Yoongi arqueó una ceja, su sonrisa apenas titubeando, mientras Eunwoo inclinaba la cabeza hacia Jungkook, buscando recuperar el control.

—¿Y tú qué haces aquí, entonces? —preguntó Eunwoo, su sonrisa cargada de veneno.

Jungkook le devolvió la mirada sin perder la compostura. Su sonrisa despreocupada, casi insolente, dejó claro que no se tomaba la pregunta en serio.

—Pensé que sería interesante aprender cómo se ve la humildad desde otro punto de vista. Ya sabes, salirme de mi zona de confort. —El sarcasmo preciso en sus palabras logró descolocar a Eunwoo, que parpadeó, desconcertado, durante un breve instante.

Yoongi, siempre rápido para leer la tensión, intervino antes de que Eunwoo pudiera reaccionar.

—¿Así que ahora eres el mentor del delegado, Jungkook? —preguntó con un tono casual que intentaba restar importancia al intercambio, aunque su intención estaba clara.

Jimin, incapaz de mirar a ninguno de ellos, bajó la vista hacia su plato. Sus manos, ocultas bajo la mesa, se apretaron en un intento de controlar la incomodidad que se acumulaba en su pecho. Sabía exactamente hacia dónde iba la conversación, pero no tenía fuerzas para enfrentarlo.

Antes de que pudiera responder, Jungkook lo hizo por él.

—Podría decirse que sí —respondió Jungkook, su tono ligero, como si estuviera hablando de algo trivial. Luego, con una sonrisa que apenas dejaba entrever sus verdaderas intenciones, añadió—: Aunque diría que estoy aprendiendo más de él que él de mí. A diferencia de otros, parece que tiene algo interesante que decir.

El comentario aterrizó con fuerza. Yoongi mantuvo su sonrisa, pero la tensión en su mandíbula lo traicionaba. Eunwoo, por su parte, dejó escapar una risa breve, pero claramente forzada, antes de clavarle a Jimin una mirada cargada de falsa amabilidad.

—¿Interesante? —repitió Eunwoo, haciendo un énfasis deliberado en la palabra—. Bueno, me alegra que alguien lo crea. A veces es difícil encontrar lo interesante en alguien tan... predecible.

La palabra "predecible" golpeó a Jimin como un golpe directo al pecho. El eco reverberó en su mente, cada sílaba más pesada que la anterior. Sabía lo que Eunwoo pensaba de él, lo había sabido siempre, pero escucharlo en voz alta lo hacía más real, más hiriente. Y, con Jungkook ahí, observándolo, la herida se sentía aún más expuesta.

Pero no tuvo tiempo de responder. Jungkook ya lo había hecho.

—¿Predecible? —repitió Jungkook, inclinándose ligeramente hacia la mesa, con una sonrisa tranquila que no alcanzaba sus ojos. Su tono ligero escondía algo afilado, como un cuchillo envuelto en terciopelo—. Bueno, ¿no es eso mejor que ser predeciblemente... molesto? Cada quien tiene sus talentos, ¿no?

El comentario aterrizó con precisión quirúrgica. La sonrisa de Eunwoo titubeó apenas un segundo antes de que la recuperara, aunque ahora parecía más rígida.

—Claro, Jungkook. Supongo que tienes razón. —Eunwoo intentó sonar casual, pero sus palabras carecían de la seguridad habitual.

Yoongi, que había estado en silencio hasta entonces, soltó una breve carcajada, aunque sin la confianza que solía acompañar sus burlas.

—Tranquilo, Jungkook. Solo estamos bromeando —dijo, levantando las manos en un gesto de aparente inocencia. Pero su tono, menos afilado de lo habitual, traicionaba la incomodidad que empezaba a colarse en él.

Jungkook lo miró entonces, sus ojos oscuros e imperturbables, aunque su sonrisa seguía en su lugar.

—Claro, hyung. Eso es todo lo que hacen, ¿no? —respondió, sin alzar la voz pero con una firmeza que dejó claro que no había lugar para discusiones.

El silencio que siguió fue corto, pero pesaba como una losa. Eunwoo y Yoongi intercambiaron una mirada rápida, como si evaluaran si valía la pena continuar. Finalmente, Eunwoo soltó una risa seca y se encogió de hombros.

—Bueno, que lo disfruten. Estaremos por allá si necesitan algo. —Señaló una mesa vacía al fondo del restaurante antes de girarse para alejarse, seguido de Yoongi.

Cuando Eunwoo y Yoongi se alejaron, Jimin dejó escapar un suspiro apenas audible, fijando la mirada en su plato como si buscara algo entre las piezas de sushi. Pero lo único que veía era el eco de las palabras de Eunwoo, y más aún, las de Jungkook.

—¿Estás bien? —preguntó Jungkook, su tono bajo pero directo, cargado de una preocupación que a Jimin lo tomó por sorpresa.

Levantó la mirada, dudando. Quiso mentir, fingir que los comentarios no le afectaban, pero la punzada en su pecho no se lo permitió.

—Estoy acostumbrado... —dijo finalmente, su voz tranquila pero cansada—. Aunque si no fueran tus amigos, les habría gritado todas sus verdades en la cara.

El ceño de Jungkook se frunció de inmediato, su mirada fija en Jimin como si tratara de entenderlo. Luego, se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros mostrando una intensidad inesperada.

—No deberías acostumbrarte a idiotas como ellos.

Jimin desvió la vista, incómodo, jugueteando con los palillos entre sus dedos.

—No tenías que hablarles así —murmuró después de un momento, sintiendo un rastro de culpa—. Son tus amigos, ¿no?

Jungkook dejó escapar una risa breve, sin rastro de humor, y se recostó contra la silla, cruzándose de brazos.

—Eso depende de cómo definas "amigos". —Su tono era seco, casi cortante—. Eunwoo usa el sarcasmo para sentirse listo, como si controlar la conversación fuera su pasatiempo favorito. Pero la mayoría de las veces lo usa para esconder lo que no se atreve a decir de frente.

Jimin alzó la mirada, sorprendido por la dureza en las palabras de Jungkook, aunque algo en su interior le decía que tenía razón.

—¿Y Yoongi? —preguntó en voz baja, más por curiosidad que por verdadera necesidad de saber.

Jungkook suspiró, esta vez con un aire más cansado que molesto.

—Yoongi le sigue el juego. —Se encogió de hombros, aunque había un leve peso en su respuesta—. No siempre está de acuerdo con él, pero prefiere quedarse callado. Es más fácil hacer un comentario ligero o reírse que enfrentarlo. Y luego, cuando todo pasa, probablemente se arrepienta en silencio.

Jimin lo escuchó sin interrumpir, procesando lo que decía. Había algo en el tono de Jungkook, una familiaridad amarga, como si hablara de ellos desde una distancia que había aprendido a mantener.

—No parece que te guste mucho lo que hacen —murmuró Jimin, todavía bajando la mirada hacia sus palillos.

—No se trata de si me gusta o no —replicó Jungkook, inclinándose ligeramente hacia adelante, con un codo apoyado en la mesa y su mirada fija en Jimin—. Se trata de no dejar que se salgan con la suya. Si Eunwoo cree que puede burlarse de ti y que yo voy a quedarme callado, entonces no me conoce en absoluto.

Jimin parpadeó, sorprendido por la firmeza en sus palabras. Había algo desarmante en la claridad de Jungkook, en cómo parecía decir exactamente lo que pensaba, sin rodeos.

—No tienes que defenderme —murmuró finalmente, bajando un poco la mirada, temeroso de sonar ingrato.

—Lo sé. —Jungkook lo interrumpió con una sonrisa suave, una que no tenía rastro de burla, sino algo más genuino—. Pero lo hago igual.

Jimin sintió cómo su pecho se apretaba ante esas palabras. Había algo demasiado directo, demasiado real, en la forma en que Jungkook lo decía. Era como si, por primera vez en mucho tiempo, alguien estuviera dispuesto a ponerse de su lado, sin pedir nada a cambio.

El silencio que siguió no era incómodo, pero pesaba. Jimin evitó su mirada, concentrándose en los palillos entre sus dedos mientras trataba de ignorar el calor que subía lentamente por su cuello.

Finalmente, Jungkook rompió la tensión con un tono más ligero, recostándose contra su silla.

—Además, admito que ver a Eunwoo quedarse sin palabras es bastante entretenido. —Se encogió de hombros, su sonrisa adoptando un toque travieso—. Tiene el ego tan inflado que de vez en cuando necesita que alguien lo aterrice.

Jimin soltó una pequeña risa, una que no pudo contener, a pesar del peso que todavía sentía en su pecho. Era frustrante cómo Jungkook tenía esa habilidad de aligerar incluso los momentos más complicados.

—No sé si eso lo hace mejor o peor —murmuró, aunque esta vez había una chispa de humor en su tono.

Jungkook sonrió con satisfacción, volviendo a tomar los palillos como si nada hubiera pasado.

—Digamos que lo hace... interesante.

Jimin negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro. Sin embargo, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios, tan fugaz que apenas parecía real.

Cuando salieron del restaurante, el aire fresco de la noche los envolvió, trayendo consigo un ligero murmullo de la ciudad. Jimin ajustó la correa de su mochila mientras su mente repasaba la conversación que habían tenido. Jungkook, por su parte, caminó hacia la moto con esa calma despreocupada que siempre parecía acompañarlo, sacando el casco con movimientos fluidos.

—¿Listo para otra aventura, delegado? —preguntó con una sonrisa ligera, lanzándole el casco.

Jimin lo atrapó al vuelo, mirándolo por un momento antes de suspirar y ponérselo con gesto resignado.

—Si esto cuenta como aventura, necesitas reevaluar tus estándares —respondió mientras subía a la moto, aún algo torpe en sus movimientos.

Jungkook rió bajo, montándose frente a él y encendiendo el motor. El rugido llenó el aire, vibrando bajo sus pies mientras las luces de la ciudad se reflejaban en el asfalto húmedo. Jimin se acomodó detrás de él, agarrándose con cautela al borde del asiento.

—Puedes sujetarte bien, Ricitos. No muerdo —bromeó Jungkook, alzando la voz para superar el ruido del viento.

—Solo concéntrate en manejar —replicó Jimin entre dientes, desviando la mirada de la carretera, aunque sus manos, casi sin darse cuenta, buscaron algo más firme a lo que aferrarse.

Jungkook no pudo evitar sonreír mientras sentía el agarre sutil pero firme de Jimin en su camisa cada vez que tomaban una curva. No era algo obvio, pero lo notaba. Lo sentía. Y por alguna razón, esa pequeña muestra de confianza lo hacía sentir... bien.

Cuando llegaron a la entrada de la casa de Jimin, Jungkook desaceleró y estacionó la moto con facilidad, apagando el motor. El rugido cesó, dejando solo el murmullo distante de la ciudad.

—Listo. —Jungkook giró apenas la cabeza hacia él, quitándose el casco con su clásica sonrisa burlona—. Te dije que sobrevivirías.

Jimin bajó con cuidado, ajustándose la mochila y enderezándose como si quisiera recuperar algo de dignidad.

—No sé si llamarlo sobrevivir... pero gracias por el aventón —respondió, su tono deliberadamente neutral, aunque el leve temblor en sus piernas lo traicionaba.

—De nada. —Jungkook se encogió de hombros, apoyando un brazo sobre el manubrio de la moto—. Tal vez deberías agradecerme también por hacer tu día más emocionante.

Jimin le lanzó una mirada incrédula, arqueando una ceja.

—Si eso es emocionante para ti, deberías reevaluar tus prioridades.

La respuesta hizo que Jungkook soltara una risa breve, ligera, que rompió el silencio de la noche. Había algo en esa resistencia de Jimin, en su manera de mantenerlo a raya sin ceder del todo, que lo hacía aún más interesante.

Cuando Jimin dio un paso hacia la puerta, Jungkook lo llamó.

—Oye, Ricitos.

Jimin se detuvo, girándose con desconfianza reflejada en sus ojos.

—¿Qué?

Por un momento, Jungkook pareció dudar, su expresión perdiendo ese desenfado habitual. Algo más suave apareció en su rostro, un destello de sinceridad que pocas veces mostraba.

—Gracias... por hoy. —Su voz era tranquila, sin rastro de burla—. Fue... interesante.

Jimin lo miró, visiblemente desconcertado por el cambio de tono. Pero en lugar de cuestionarlo, dejó escapar una pequeña sonrisa, breve pero auténtica.

—No lo menciones.

Y sin más, abrió la puerta y desapareció dentro de su casa.

Jungkook permaneció inmóvil frente a la puerta cerrada de Jimin, con el casco en la mano y la mirada fija en la entrada. Bajo la luz tenue de las farolas, exhaló despacio, como si esperara algo... algo que sabía que no iba a llegar.

El rugido de la moto rompió el silencio cuando giró el acelerador y se alejó lentamente de la casa. El viento golpeaba su rostro, fresco y cortante, pero esta vez no traía la habitual sensación de libertad que solía buscar en cada trayecto.

Jimin.

Mientras tomaba una curva, las palabras y las miradas de Jimin en el restaurante seguían resonando en su mente con una claridad incómoda. Había esperado ver al mismo Jimin de siempre: tranquilo, metódico, con esa barrera invisible que parecía mantenerlo distante. Pero lo que había visto era diferente. Más vulnerable. Más real.

"Es como verme a mí mismo en un espejo roto", pensó, deteniéndose en un semáforo. El motor vibraba bajo él, pero su mente estaba lejos. Jimin había dicho en voz alta lo que él mismo llevaba meses sintiendo pero negándose a admitir: esa sensación de estar perdido, desorientado.

El semáforo cambió, y Jungkook avanzó de nuevo, esta vez a un ritmo más lento. Las luces de la ciudad se reflejaban en el asfalto húmedo como manchas borrosas, y el ruido nocturno de fondo parecía un eco lejano. Pero en su cabeza, lo único claro era la imagen de Jimin: la tensión en sus hombros, su mirada seria, y ese momento de sinceridad que lo había desarmado.

"¿Por qué me afecta tanto?" pensó con frustración mientras estacionaba frente a su edificio. Apagó el motor, pero no bajó inmediatamente. Se quedó ahí, mirando hacia el cielo oscuro como si las estrellas pudieran darle alguna respuesta.

Jimin era diferente. No sabía exactamente cómo, pero lo era.

Con un suspiro pesado, Jungkook entró al edificio. El vestíbulo estaba en penumbra, con el eco lejano de un televisor como único sonido. Subió las escaleras en silencio, y al llegar a su habitación, el caos habitual lo recibió: ropa esparcida, libros apilados de cualquier manera, y su casco descansando junto a una pila de botines. Prometía organizarlo todo, pero siempre lo dejaba para otro día.

"Tal vez por eso conecto con él," pensó, dejando el casco sobre el escritorio sin molestarse en encender la luz. "Porque, al final, no somos tan diferentes."

Se dejó caer en la cama, las sombras que se filtraban por las persianas bailando sobre las paredes. Sacó su teléfono, casi sin darse cuenta, y abrió la conversación con Jimin. Por un momento, solo miró la pantalla en blanco, indeciso, mientras tamborileaba el dedo contra el borde del dispositivo. Finalmente, escribió:

"Descansa."

Le dio enviar antes de pensarlo demasiado. No eran palabras grandiosas ni cargadas de significado, pero se sintieron correctas. Poco después, su teléfono vibró con una respuesta breve:

"Tú también."

Jungkook sonrió. No era mucho, pero en esa simpleza encontró algo reconfortante. Dejó el teléfono a un lado y miró el desorden que lo rodeaba. Por primera vez, sintió ganas de enfrentarlo.

"Quizás mañana sea un buen día para empezar," pensó, recostándose por completo en la cama. Pero mientras cerraba los ojos, su mente seguía repasando los momentos del día: el peso de Jimin aferrándose a él en la moto, su voz firme pero tímida al despedirse, y esa sonrisa apenas perceptible que se quedó grabada en su memoria.

El silencio de su habitación, por primera vez, no lo incomodó. Era más liviano, más llevadero. Sin embargo, no podía dejar de preguntarse qué era esa conexión que sentía con Jimin.

Un salvavidas... o un ancla.

Y lo más inquietante era que, por ahora, no estaba seguro de querer descubrirlo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro