Viene a él como el romper de las olas.

Aunque tiene los ojos cerrados, Ringo siente las sensaciones sensuales y electrizantes que le suben por la columna, y empuja las caderas hacia adelante, repentinamente hambriento de algún contacto.

Un cálido aliento sopla en su oreja izquierda.  Él gime.

"Joder" la voz —su esposo— gime en respuesta.  Ringo se muerde con fuerza el labio inferior, arañando ciegamente la espalda del hombre que está encima de él.

Después de sellar sus labios, las caderas acumulando un ritmo constante, abre los ojos y finalmente ve a su esposo cara a cara.

Los ojos del hombre están encapuchados bajo mechones de cabello, sus mejillas sonrojadas brillantemente.  Sus labios están hinchados y carnosos, casi como si se hubieran estado besando durante horas.  Incluso en la luz tenue, Ringo puede ver cada detalle, desde sus pecas hasta las gotas de sudor y la piel de gallina que se le pone al tocarlo.  El hombre parece mucho más joven que la última vez, su rostro ahora es un poco más redondo, por lo que debe estar más cerca de la edad real de Ringo.

Él peina el cabello del hombre hacia atrás para que finalmente puedan mirarse a los ojos.

"Mírame", dice Ringo.  Deja que el guión de esta noche se desarrolle entre sus labios.

Cuando lo hace, con las pupilas dilatadas, Ringo lo mira durante un buen minuto, memorizando cada parte de sus rasgos en la habitación a media luz.  Este hombre, quienquiera que sea, no puede ser un mero producto de la imaginación, pero Ringo duda que sea demasiado bueno para ser verdad.  Se aferra a este momento, de todos modos, antes de que desaparezca demasiado pronto.

Lo que sigue es un montaje borroso de movimientos lánguidos y toques tiernos, de alcanzar alturas y volver a bajar.  Para Ringo, es un baile que conoce profundamente, un idioma que comparten exclusivamente en su reino, en su pequeño rincón del universo.

Después de limpiar, los dos cómodamente envueltos en las sábanas, el hombre se acomoda debajo de la barbilla de Ringo.  Se acurruca en una pequeña bola, a pesar de ser una cabeza más alto que Ringo.  Él se ríe.

"Vaya, eres un bebé", murmura con cariño.

"Soy tu bebé", responde el hombre.  Ringo se ríe.

"Jesús, John. Te estás poniendo todo tonto".

Los ojos de Ringo se agrandan. John. Eso es algo.  De alguna manera, el nombre encaja y se siente seguro en su boca. John.

"Bueno, simplemente no podía dormir en una cama diferente antes de nuestra boda. Quiero tenerte solo para mí, maldita sea la mala suerte".

Ringo sonríe.  Pasa su mano izquierda, el dedo anular significativamente desnudo, por el cabello de John.

"Menos mal que ya he tenido suerte contigo", bromea.

John se ríe.  Se abrazan en silencio.

Justo cuando Ringo cree que John se ha quedado dormido, de repente rompe el silencio.  "Sabes", dice, su voz tímida.  "Todavía puedes echarte para atrás, si quieres".

Ringo no entiende de dónde viene, pero al mismo tiempo, lo hace.

"¿Qué quieres decir cariño?"

"Nada, solo..." John se apaga, sus ojos evadiendo a Ringo mientras dibuja patrones sin sentido en su estómago.  Ringo casi puede escuchar los engranajes girando en su cabeza, así que espera pacientemente.

Pero, no viene, y el silencio se asienta pesadamente.  Ringo suspira.

Sin palabras, levanta la barbilla de John, sus ojos de cierva se encuentran con los suyos.  Deja caer un beso en la punta de la nariz, en los párpados, en la frente.

"Te amo", dice Ringo, inquebrantable.  "Nada va a cambiar eso, ¿de acuerdo?"

John puede ocultarlo bien, pero Ringo sabe que todavía le resulta difícil de aceptar.  En cambio, John le devuelve la sonrisa, con los labios cerrados.

"Yo también te amo", responde John, besándolo castamente mientras enreda sus piernas.

Por la mañana, Ringo busca su cuaderno y escribe como un loco, aferrándose al sueño antes de que desaparezca.

Cuando se lleva un dedo a los labios, su corazón se hunde más y más, todavía siente la calidez fantasmal del tierno beso de John.