Capítulo XXV: Rosa azul
Warning
Escenas de temor a ser tocada, excesiva escenas de temor.
Estimada señora Rahab...
Su ex alumna, la princesa Aladed Dagny Hasbun ahora llamada Aladed Dagny Aldebarán, escribe esta carta sintiéndose dichosa por sus deseos de dicha y felicidad, como usted sabrá estoy viviendo como la princesa de dos naciones unidas y siendo la esposa de —
«¡En nombre de todo lo sagrado! ¿Qué es esto?»
Una oleada de rabia sacó a la princesa de sus casillas. La muchacha, con aire vengativo, rayó el resto del papel sobre el cual estaba escribiendo. La tinta negra se expandió por toda la hoja, ocultando lo que estaba redactando hace solo unos momentos. Debido a un movimiento brusco de su mano el tintero cayó al suelo con un ruido sordo, ensuciando la alfombra.
La princesa detuvo su ataque sobre el papel y, con un suspiro repleto de hastió, se acomodó en su silla. Mantuvo los brazos flácidos a los costados, las manos manchadas de tinta negra y la cabeza descansando sobre el respaldo.
Aladed miró a un lado de la habitación, las paredes relucientes bañadas en tapiz le resultaban claustrofóbicas, la brisa que movía las cortinas no era bienvenida, la única excepción eran las rosas azules fragantes, plantadas en una maceta junto al balcón.
En los últimos tres días, esa alcoba se convirtió en su prisión personal. No quería salir temiendo encontrarse con su marido. En ocasiones se preguntaba la razón detrás de sus desplantes, después de todo, originalmente esa habitación le pertenecía a Neydimas Aldebarán. Esas dudas iban de la mano con una sensación momentánea de alivio. El todavía no la tocó. Ella todavía no se vio obligada a tocarlo. Aun su espíritu seguía intacto y no tendría que entrelazar parte de su energía con él.
Intentó contactarse en persona con su amiga Divya, deseaba más que nada una mano amiga, sin embargo, los guardias que custodiaban fuera de la puerta de su alcoba no se lo permitieron. Le afirmaron una y otra vez las reglas del palacio, no permitían la entrada a humanos o la de híbridos entre humanos e indahs. La ex sacerdotisa— aunque se le removía el estómago denominarse de esa manera — se valió de su posición de conjugue del príncipe de Iøunn para ordenar la entrada de su amiga, aun así, los soldados no se inmutaron ante su orden o posición, inclusive uno de ellos mencionó que en territorio soberano Iøunnadiano una dama de Rhiannon carecía de todo poder sobre algún miembro de la milicia.
Decepcionada, la princesa de Rhiannon se conformó con enviarle mensajes de boca en boca a su amiga, por medio de una sus doncellas personales, doncella con la que compartía la misma nacionalidad. Como este sistema era arcaico y le resultaba demasiado penoso que sus problemas personales estuvieran en boca de una desconocida, sus comunicados se reducían a ser sencillas exposiciones falsas de ella demostrando total seguridad, hablando de la conformidad de su situación y garantizando cualquier ausencia de temor. Los mensajes de Divya distaban de ser reservados. La muchacha hibrida manifestaba su preocupación ante los recurrentes problemas de salud de la princesa, le aconsejaba comer alimentos nutritivos, pasear por el jardín del palacio, seguir experimentando con los productos químicos hurtados de la sala de experimentación en la casa sacerdotal, le aseguraba que ningún soldado la alejaría de ella e incluso llego a preguntar, sin ninguna clase de tapujos, — la doncella quedó totalmente cohibida al mencionar esto último— como había sido su primer encuentro intimo con su esposo.
Aladed se negaba a revelar tal información. Se limitaba a reiterar su falso optimo estado de salud física y expresar su esperanza de entrevistarse personalmente con su amiga en alguna ocasión. Aladed pensaría en algo.
La princesa de Rhiannon levantó sus manos con restos de tinta a la altura de sus ojos y las examinó, sus dedos parecían haber perdido carne en los últimos días, las cicatrices causadas por los ácidos parecían aún más notorias, sus uñas frágiles y quebradizas. Estaba exhausta. El letargo ritmo de su respiración transformaba todos los movimientos de su cuerpo, movimientos torpes y con poca gracia. Cada poro de su piel emitía señales de enfermedad. No había sentido la misma sensación desde la muerte de su madre.
La línea de pensamientos de la princesa fue interrumpida por el llamado a la puerta.
— Disculpe, mi señora — dijo una voz femenina, fuera de la alcoba, una voz que Aladed identificó como una de sus doncellas.
La princesa hizo a un lado los papales sobre su escritorio y limpió con un trapo de forma ajetreada los restos de tinta en el piso.
— ¿Sí? — preguntó Aladed, insegura, dando su mayor esfuerzo por permanecer serena.
Cada una de las doncellas que la atendían seguían un horario correspondiente, le resultaba alarmante que una de ellas rompiera tal horario, más alarmante aun le resultaba escuchar el nada disimulaste sonido de unos pasos inquietos desconocidos tras la puerta.
— Princesa, tiene una visita, se trata de su esposo. ¿ Esta presentable?
Esas palabras a la princesa se le incrustaron como pedazos de vidrio en su mente. La muchacha apretó los puños, sus piernas temblaron, contuvo la respiración por unos segundos y luego dejo escapar el aire en una violenta exhalación.
Ella lo sabía. Ese momento llegaría tarde o temprano. Se repitió hasta el cansancio palabras de aliento, aun así, siendo conocedora de lo que le esperaba, su lengua estaba endurecida, no podía moverse, su cuerpo parecía preso de alguna clase de hechizo y — por un breve intervalo de tiempo— ella pensó que se trataba de eso, una clase de ilusión onírica creada por su mente perturbada.
— Mi señora, ¿se encuentra bien? — preguntó preocupada la doncella tras la puerta.
Aladed se dio unos golpecitos con su mano sudorosa en ambas mejillas, volviendo en si.
— S-Si — tartamudeó Aladed.
— De acuerdo... —la voz de la doncella parecía indicar inseguridad ante las palabras de su ama, y añadió: —Si usted esta presentable. ¿Tiene su esposo autorización para entrar?
Aladed sintió como se le retorcían las entrañas ante la mención de la palabra "esposo"
— Si — dijo, esa indicación de aceptación salió de sus labios de una forma involuntaria, pero era demasiado tarde para arrepentirse.
La puerta se abrió con un crujido, y una ligera corriente de aire frio acompañó en su entrada al hombre que tanto temía volver a ver.
Los ojos temerosos de Aladed se posaron en quien era su marido y este la recibió con una expresión fría y una dosis de confusión en sus ojos violetas. En la mente de joven se le presento la visión de un recuerdo, fragmentos entrelazados de imágenes descritas en como su madre se comportaba cada vez que su padre entraba en alguna estancia. La reina se ponía de rodillas ante él, mirando el piso, sin levantar la mirada.
La joven de Rhiannon hizo caso a esa visión. Sin dirigirle la mirada a su esposo, cayó de rodillas ante él y, cuando la puerta se cerró con un crujido, ella esperó.
Desde su posición, el velo cubriendo gran parte de su frente estorbando su vista, lo único que era visible a ojos de la princesa eran las botas gastadas y sucias del príncipe, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza cuando observó como este se acercaba a la cama.
«Es mi sagrado deber como esposa se repitió así misma una y otra vez»
Ella esperó ser llamada por su cónyuge, para unirse a él, en cambio, lo vio arrodillarse, mirar bajo la cama y sacar una caja de cartón vieja y repleta de polvo. Acto seguido, la princesa vio a su esposo acercarse junto a ella y detenerse en seco.
—Estas rosas son hermosas.
El cuerpo de Aladed se tensó. Era la primera vez que escuchaba con completa claridad la voz de su marido, ya lo había hecho antes, tenía un vago recuerdo de la voz de un hombre recitando los votos matrimoniales, pero en esa ocasión sonaba carente de cualquier expresividad, de cualquier cualidad humana, en ese preciso momento, la voz del príncipe Neydimas detonaba rasgos de genuina fascinación.
— Jamás había visto unas rosas con pétalos azules— Dijo el príncipe — imagino... que son de su tierra natal.
— Así es, mi señor — murmuró Aladed. Sin atreverse a levantar la mirada. Con su corazón azotado por la añoranza de bellos recuerdos de la casa sacerdotal — La rosa azul es la flor nacional de mi patria — añadió.
— Son bellísimas.
La voz del príncipe sonaba aburrida y monótona, pero, a su vez, estaba bañada en calidez, una que incremento el instinto de alarma en la joven. La princesa no respondió. Tampoco cambio la posición en la que se encontraba. Acomodó su velo, cubriendo casi por completo la parte superior de su rostro, de tal forma en que empañaría por completo su campo de visión. Aladed dejaba a disposición de su Dios lo que pasaría a continuación. Lo que su esposo estaba dispuesto a realizar.
Ella captó el sonido de los pasos irregulares de su marido, parecía estar paseando por la habitación con breves intervalos de tiempo en los cuales se quedaba quieto, lo escuchó dejar escapar un suspiro cansino y después, de forma imprevista, el ruido de los pasos se dirigió a la puerta de la habitación.
— Le deseo un buen día, alteza — se despidió con genuina cortesía. Su accionar fue acompañado por el chillido de la puerta al abrirse yel golpe secó que le siguió al cerrarse, dejando a la princesa Aladed temerosa y confundida.
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