Capítulo XXIV: El dilema de un príncipe
Warning
Este capítulo contiene escenas de discusiones en torno a la salud de un personaje, indicios de inestabilidad en la salud mental y trastorno de alimentación de un personaje.
—¿Como está él? — Preguntó el príncipe Endimión al sanador. El joven mantenía una postura tranquila, los brazos cruzados detrás de su espalda y su mirada estaba fija en el hombre enfermo y débil, que yacía sobre una de las camas.
―Acaba de padecer un colapso nervioso―. Se dirigió el sanador al príncipe Endimión con confidencialidad, hablando casi en un murmullo. ― Presenta síntomas de deshidratación, anemia, pérdida de memoria he intensa fatiga. Lo más probable es que no haya comido en semanas enteras. Usted me dijo que su hermano presentaba dolencias regulares en su cuerpo, le pregunte, pero el negó la existencia de tales molestias.
—Lo vi consumir altas dosis de bebidas alcohólicas y alcaloides― respondió el menor de los príncipes, sentía que se le estrujaban las entrañas viendo el rostro pálido y el cuerpo delgado de su hermano.
—Pues será mejor que deje de hacerlo, nuestros cuerpos están diseñados de antemano para resistir en perfectas condiciones extremos de hambrunas y sed; sin embargo, todo tiene un límite, su hermano a estado tentando la propia resistencia de su cuerpo por un largo tiempo. Mi señor, usted sabe que soy un experto conocedor de los intensivos entrenamientos en combate de muchos de nuestros guerreros, incluyendo al príncipe, pero, con todo respeto, en mi calidad de su sanador personal, le recomiendo no someterlo a excesivos trabajos físicos ni estrés, debemos evitar cualquier situación que lo sumerja en posibles ataques de ansiedad que culminen con un flujo inestable de su energía cósmica, eso puede traer un desequilibrio mental a largo plazo, muy difícil de tratar.
Endimión se llevó las manos al rostro, una acción que intentaba tranquilizar su mente. Trato de despejar esa incesante nube de preocupación: —Tratare de convencerlo de tomarse unos días de descanso de su entrenamiento.
El sanador se acercó al príncipe con el objetivo de mantener su conversación en privado, lo mas lejos posible de los oídos de su paciente.
—Por favor, también es esencial en su recuperación alentarlo a comer y beber de forma seguida, que empiece con pequeños bocados de frutas y pure de verduras, su energía vital está llegando a un límite al mantener casi a un nivel óptimo sus órganos vitales, debe obtener energía de los alimentos. Le recomiendo que lo convenza de distraerse de manera sana en otras rutinas menos exigentes, pasear por los jardines del palacio con su nueva esposa, pintar, ir al teatro, lo que no requiera un esfuerzo físico tan exhaustivo.
—Así lo hare, señor.
—¡Excelente! ― . El sanador rebusco en una de las estanterías repletas de pequeños frascos de vidrio llenos de medicina. ―Estas píldoras son para el príncipe―. Mostró dos envases llenos de pastillas. ― este frasco es un suplemento de vitaminas energizantes y este otro, es un analgésico a cualquier dolencia física. Una píldora cada día de ambas medicinas será suficiente para garantizar una rápida recuperación.
Endimión los aceptó sin rechistar.
― Joven príncipe―, murmuro el sanador con un visible gesto nervioso―. Si me permite hablar...
―Diga lo que tenga que decir, señor.
El hombre paso sus dedos nerviosos por la bata blanca de su uniforme reglamentario, observó al mayor de los príncipes, este estaba recostado en la cama con la mirada perdida, como si ignorara por completo su entorno, esto pareció darle el valor al sanador de hablar:
― No tengo la costumbre de hablar de esto, y mucho menos con un miembro importante de la familia real, como sabrá usted, yo fui uno de los sanadores que atendió a su hermano hace años, después de... ―la voz del hombre se tiño de un tono sombrío ― después de pasar esa terrible experiencia en su niñez, lo que quiero decir es que... probablemente su estado es una clase de síntoma de algo más profundo, algo que va más allá de mis habilidades profesionales.
Endimión tragó saliva, esas palabras le hicieron sentir que su estómago se comprimía de dolor, inclinó su cabeza en un gesto de entendimiento. En su mente se hizo presente la actitud de su hermano desde que llego a la cuidad, su comportamiento distaba mucho del joven que se expresaba en las cartas que recibió.
—Mi príncipe― el sanador se dirigió a Neydimas Aldebarán―. Puede usted irse cuando quiera, ya está dado de alta.
Endimión observó las reacciones de su hermano, este parecía retornar al mundo de los vivos. Pasó saliva por sus labios resecos, se pellizco el puente de la nariz. Su semblante enfermo se tiño de una obstinada fuerza y en sus ojos cansados se asomó un brillo de energía.
—Recuerde lo que le dije, por favor, sea más cuidadoso con su salud.
El sanador intentó ayudar al príncipe Aldebarán a levantarse de la cama, pero este rechazó su ayuda con cierta hostilidad. En ningún momento miró a los dos hombres dentró de la estancia y, con movimientos corporales mecanizados, se alejó de la cama y comenzó a vestirse con rapidez.
—¡Por los dioses! ― exclamó el sanador con cierta teatralidad ― ¡Los jóvenes de ahora! ¡Parece que no se detienen a razonar antes de actuar! ¡Son completos cabeza dura!
Neydimas no respondió, siguió preservando su frígida actitud. En los labios de Endimión se asomó una pequeña sonrisa falsa, un vago intento de aminorar la incomodad presente en la habitación por el comportamiento distante, que rozaba lo grosero, de su hermano mayor
—Lo peor es que nos falta personal― se quejó, el sanador, cruzando sus brazos sobre el pecho―, esta guerra nos ha hecho a los sanadores caer un colapso nervioso una vez a la semana cuando menos.
—Estoy seguro de que se llevaría muy bien con la esposa de mi hermano.
Endimión se maldijo en voz alta, su prisa por salir de esa situación tan embarazosa lo llevó a decir más de lo debido.
—¿La princesa de Rhiannon? ― preguntó el sanador, sus ojos rebosantes de un brillo de euforia.
El menor de los príncipes Aldebarán fue espectador de la tensión en las facciones de Neydimas por la mera mención de su muy reciente conyugue.
—Así es, ella me informó que en su tierra natal era una sacerdotisa con sublimes conocimientos de curación.
—Oh pero que maravilla―. El sanador parecía tener un entusiasmo similar al de un niño con un juguete nuevo―. Mi señor, puede invitar a su amada a mi academia de medicina cuando usted quiera, estoy seguro de que serán del absoluto agrado de su señora esposa.
—Gracias― murmuró Neydimas, su voz teñida de pura indiferencia.
—Caballeros, me retiro. ― El hombre realizó una reverencia―, tengo que atender a otra paciente del palacio, por favor, excúsenme.
Los dos príncipes realizaron una ligera inclinación como gesto de cortesía y el sanador se retiró de la habitación.
—No sabía que la princesa extranjera era una sanadora y una sacerdotisa.
La tenue voz de su hermano mayor lo hizo Endimión voltear en su dirección. Neydimas no se dignaba en dirigirle la mirada. Se encontraba sentado en la cama mientras se calzaba sus botas de cuero. Por primera vez el menor de los príncipes observó con detenimiento el rostro de su hermano, ojeras visibles, la tez cadavérica, sus labios pálidos y agrietados, el cabello enmarañado y grasiento, sus ojos violeta repletos de una fría inexpresividad.
—Hay muchas cosas que no sabes―, le dijo con una voz paternal ―, y las sabrías si te tomaras el tiempo para conocerlas.
El joven Aldebarán no contestó, se colocó las ultimas piezas de su indumentaria, entrelazó sus manos enguantadas tras su espalda y empezó a caminar por la habitación, trastabillando en algunas ocasiones y negándose a recibir cualquier ayuda, como si estuviera probando su mismo equilibrio, su fuerza para mantenerse en pie.
—¿Que tienes ahí? ― señaló los frascos que sujetaba Endimión.
—Son píldoras recetadas para ti. ― Neydimas extendió su mano derecha enguantada. El príncipe le entregó el frasco.
― El sanador dijo que debías tomar una por...
Antes de acabar la oración, el hermano mayor del príncipe vertió la mitad contenido de los dos frascos en su mano y se lo llevó a la boca.
—Mejor olvídalo ― refunfuñó Endimión.
―Me siento mejor. ―soltó un suspiro de alivio. ― Después conseguiré más de estas.
Neydimas, sin dirigirle ni una palabra a su hermano menor, salió de la habitación, pero no pudo escapar del fuerte agarre de los dedos de Endimión en su muñeca.
― ¡Espera! Acaso... ¿No me dirás lo que te ocurrió?
― ¿Que desea saber?
La pregunta salió de los labios de Neydimas Aldebarán con tanta indiferencia que provocó la ira del menor de los príncipes.
― ¡Estas bromeando! ― aumentó la fuerza de su agarre. ― Estaba paseando con mi esposa y mi hija en los jardines del palacio ¡¿Cuál fue mi sorpresa al hallar a mi hermano, mayor medio moribundo bajo un árbol?!
―Estaba durmiendo.
―Ambos sabemos que no es cierto— rezongó Endimión, entrecerró los ojos e intentó igualar el alterado ritmo de su respiración, calmó su enojo y, con una voz suavizada, pero sin carecer de preocupación dijo: —Escucha, me asustaste mucho, asustaste a mi hija, a mi esposa, ¡¿Como reaccionarias si encontrarás a tu amado hermano, de improvisto, con el cuerpo frio como un cadáver?! ¡¿Como crees que se sentiría una niña repleta de emoción por conocer a su tío?!
El menor de los príncipes esperaba concientizar a su hermano. El no ignoraba que, en la mente de un ser tan querido para él, había más que la preocupación por contraer matrimonio con una desconocida. Deseaba que esas palabras fueran suficientes, pero se decepcionó al observar que lo único que delataba el semblante de Neydimas era una visible preocupación de que alguien en el pasillo escuchara su alterada conversación.
―Muy bien— expresó el príncipe con dureza—, si es lo que quieres escuchar, lo lamento.
―No solo se trata de disculpas— masculló Endimión con los dientes apretados— ¡¿Acaso no lo entiendes?! ¿Qué te ocurrió? ¿Como llegaste allí? ¿Qué paso?
―No lo recuerdo — respondió Neydimas, y Endimión pudo percibir en el tono de voz de su hermano una sinceridad no expuesta, hasta ahora, un pequeño rastro de vulnerabilidad.
— Lo último que se me viene a la cabeza es estar en la celebración de la boda— dijo Neydimas con un aire repleto de confusión — Después de eso...— su voz se ahogó en un susurro. — Todo se tornan tan confuso.
―No está bien— replicó Endimión — ¡¿Es que no lo entiendes?! ¡Te alejas de todos los que te rodean! Te refugias en tu propio caparazón de auto compasión. Estas destrozando tu propio cuerpo. Ahora estas casado. Eres un hombre con una nueva responsabilidad ¡¿Eso no te interesa?!
El carácter de Neydimas pareció cambiar. En sus ojos violeta inexpresivos se relejó un visible gesto de desaprobación, y, de un fuerte tirón, se deshizo del fuerte agarre del joven Endimión.
―Lo que haga con mi vida no es de su incumbencia— las palabras de Ney fueron escupidas repletas de frialdad—. Y lo que haga esa princesa con su vida tampoco me incumbe a mí.
Endimión quedo petrificado, viendo a su hermano de espaldas a él. Las palabras del joven de ojos violeta fueron dagas punzantes. Era una señal clara, sin ningún tapujo. Su propio hermano le había replicado su participación en sus asuntos privados, él, por su propia voluntad, no lo quería cerca.
La invasión de esos desoladores sentimientos de abandono y preocupación fueron eclipsados por la presencia de uno de los guardias del palacio, uno de ellos se precipito a largas zancadas por el pasillo hasta llegar junto al mayor de los príncipes Aldebarán.
―Disculpe, mi señor — dijo el soldado, realizando una torpe reverencia —. Una jovencita mensajera lo está esperando en la entrada de palacio, dice ser una Erinia, viene en nombre de la señora Láodice.
Neydimas volvió a recuperar su carácter inexpresivo, y se dirigió a la salida del palacio junto con el guardia, el príncipe Endimión, repleto de curiosidad, lo acompañaba a sus espaldas.
El menor de los príncipes entrecerró los ojos y parpadeo con violencia al ser expuesto al intenso sol de un mediodía sin nubes en el cielo. Se encontró con un par de transeúntes escoltados por soldados, ataviados con ropas de altísima calidad y finos ornamentos, que entraban y salían del palacio inclinando sus cabezas y saludando con extrema cortesía, la única expresión a esos visitantes rutinarios era una curiosa figura que todavía no ascendió por los escalones hasta llegar a la entrada.
Bajo los escalones de mármol. Una niña montando un corcel los estaba esperando. Se trataba de una infanta Indah, una desaliñada figurita vestida con ropas viejas y descoloridas, a pesar del estado precario de su vestimenta, parecía ser una pequeña animada y bien educada. Sus pequeños ojitos infantiles contemplaban con un total grado de majestuosidad la residencia real. Las titánicas columnas blancas bañadas por el sol. Las anchas escaleras de mármol lustrado. Las paredes blancas decoradas con el diseño de hojas de laurel hechas de oro y plata brillante.
En el preciso instante en que sus ojos hicieron contacto con el guardia que escoltaba los dos príncipes, la muchachita rebusco en el interior de un viejo bolso de cuero gastad su correspondencia, desmontó su caballo y corrió a toda prisa por los escalones, sus torpes piececitos provocaron que se tropezara en más de una ocasión, hasta alcanzar a los dos príncipes.
― ¿Señorita? — preguntó Neydimas.
―Mi príncipe — la muchacha realizó una reverencia. — Lamento mucho molestarlo, pero―
― No se disculpe ¿Trae lo que le solicite a su maestra?
― Si señor — acertó la niña, repleta de energía, con una gestualidad bastante informal al dirigirse a un superior— Aquí tiene.
Le extendió la correspondencia, una carta, cuyo preciado contenido se ocultaba dentro de un sobre bien sellado.
― Gracias— Neydimas realizó una ligera inclinación de cabeza, un gesto que denotaba absoluta gratitud—. Imagino que debe estar cansada por el viaje. Guardias, lleven el caballo de la señorita a las caballerizas, y escolten a la muchacha al interior del palacio, asegúrense de que se alimente bien y guarde descanso.
Dos de los soldados que custodiaban el ingreso principal al palacio acataron la orden. Uno de ellos sostuvo las riendas del corcel para llevarlo a las caballerizas, y el otro soldado pido que la pequeña lo acompañara a su residencia temporal en el palacio.
― Es usted muy amable, mi príncipe... — titubeó, la niña —. Se lo agradezco, partiré mañana a primera orden, si necesita enviarle un mensaje a mi maestra...
― Eso no será necesario— interrumpió el mayor de los príncipes— Los tratos que tenía con su maestra ya están cerrados — realizó una sutil reverencia y añadió antes de marcharse: — excúseme, jovencita. Si tiene algún problema no dude en contactarme.
— ¡Muchas gracias, mi príncipe! — exclamó la niña y, dando zancadas repletas de euforia sin ser contenida, subió los escalones hasta adentrarse al palacio siendo acompañada por un soldado uniformado.
― ¿Qué clase de trato tienes con las Erinias? — preguntó Endimión, sin poder retener su curiosidad. Él tenía conocimiento de que su hermano paso la mayor parte de su adolescencia entrenando junto a ellas, guiado por los conocimientos de su maestra, pero esas convivencias se acabaron hace bastante tiempo.
Él mayor de los príncipes Aldebarán no respondió. Parecía estar totalmente desconectado de su entorno, toda su atención estaba dirigida a la carta y, con total indiferencia, le dio la espalda a Endimión y se adentró a toda prisa en el palacio.
― ¡Ney! — exclamó Endimión, su voz se ahogó entre las paredes y los pilares de mármol y el eco de los estruendosos pasos de su hermano.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro