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Capítulo XXIII: Inesperada invitación

Warning

Escenas fuertes. Este episodio contiene escenas de violencia, manipulación,  tocamientos y actos sexuales no consensuados. 




Mi querida hermana...

Las palabras se quedaron atascadas en la lengua de Chandra. No podía seguir escribiendo, la mano le temblaba y la tinta en su pluma caía en pequeñas gotas sobre el papel rugoso. No lograba proceder. Se sentía acongojado al tener que expresar con la palabra y la pluma su terrible derrota, su inutilidad como dominador de las artes de control, su incapacidad de resistirse al miedo que lo embargó cuando esa mujer calva no cayó bajo su hechizo.

Esa mujer no le privó de gozar de todas las comodidades propias de un joven de su rango, le aseguró que lo instalarían en una de las estancias personales de la consejera del soberano de, le siniestrarían los más aceptables productos de aseo y los más deliciosos mangares para su alimentación, permitiría la entrada de mensajeros con cartas y documentos provenientes de su isla (no sin antes ser estos verificado), le proveerían las más excelentes bellezas humanas de ambos sexos para saciar sus impulsos físicos y disponer de ellos a su voluntad. Desde luego su residencia estaría bajo continua vigilancia militar, además de garantizarle su libre derecho a transitar la cuidad acompañado de una escolta que la misma mujer del abanico dirigiría.

El Indah no salió de su residencia, transitar la cuidad de Connak acompañado de semejante mujer era una ofensa para él; sin embargo, acepto de buena gana los alimentos, los productos personales para la limpieza y los esclavos humanos  e indahs,  esclavos que, después de ser usados de la manera más depravada eran asesinados por el mismísimo Chandra. A pesar de que su canalizador de energía fue confiscado, recurría a cualquier clase de artilugios domésticos para sus crímenes a puerta cerrada.

Esa era su situación. Se encontraba aislado en el interior de una habitación finamente amueblada, con una chimenea encendida que calentaba la estancia y protegía al muchacho del frio exterior.

Él fue el receptor de las más dulces palabras expresadas por su hermana a través de la primera carta que ella envió, la Indah le aseguraba su seguridad en la isla, suplicaba su regreso, expresaba la necesidad en la situación que se encontraba.

Desde su derrota ante la mujer del abanico para el nada logró ser lo mismo.

«¡Maldita bruja! Por el amor a los dioses, juro que te matare. No descansaré hasta hacerte pedazos, desmembrare tu cuerpo parte por parte. Te quietare ese aire de presunción, maldita perra.» maldijo Chandra para si mismo, apretando la mandíbula.

Unos ligeros golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos siniestros.

—¿Sí? — dijo con la voz cargada de irritación.

—Disculpe, mi señor— se escuchaba una voz indecisa tras la puerta—. Le he traído lo que usted pidió.

Chandra sonrió para sus adentros, seguía conservando su mal humor, y su sangre bullía de irritación, aun así, estaba más que despuesto a divertirse.

—Adelante

Se precipitaron al interior de la habitación dos soldados uniformados y una mujer encapuchada, los dos hombres sostenían a la mujer con un agarre de acero. Ella se sacudía de un lado a otro intentando liberarse de sus captores y soltando maldiciones.

—Es lo que usted solicito, mi señor— dijo uno de los soldados con malicia—. La carne es un poco vieja y dura, pero le será útil.

Chandra se acercó a la mujer y le quitó la capucha de la cabeza, revelando un rostro que, si bien poseía el brillo notorio del paso de los años aún conservaba un atisbo de belleza juvenil mezclado con la madurez de la edad.

La mujer desconocida dejó de luchar contra sus captores, se quedó quieta como una estatua de mármol y sus ojos repletos de una curiosidad misteriosa no dejaban de observar a su futuro torturador.

El flautista la examino de arriba abajo. Detenía su mirada lasciva en la melena bien cuidada de la mujer, en sus caderas moldeadas, su trasero y muslos.

—Sin duda... —Chandra levantó la barbilla de la mujer con delicadeza contemplando sus facciones—. Es un buen prospecto.

—Pueden retirarse, los llamare cuando los necesite.

Ambos soldados se retiraron no sin antes de que una sonrisa cruzara por los labios de uno de los soldados, sus expresiones se asemejaban a las de un perro, feliz por cumplir con los caprichos de su amo.

Ambos, Chandra y su nueva víctima, quedaron a solas.

El joven repleto de complacencia observó como el cuerpo de la mujer temblaba de pies a cabeza, sus manos se crispaban y mantenía la cabeza gacha en total gesto de sumisión.

Él se acercó a ella y la tomo con fuerza bruta por las mejillas. La mujer chilló como un cerdo y se retorció como una serpiente, intentando escapar, pero sus intentos fueron inútiles. Chandra logró percibir ese atisbo de una melancolía en la fémina, quedó muy complacido por ese rostro que, si bien se mostraba saludable en ciertos aspectos, por otro lado, dejaba a la vista una mirada de tristeza y miedo, acompañada de una gestualidad de penurias.

El después de verificar de forma exhaustiva ese rostro la soltó con brusquedad, se dirigió a un lado de la habitación y se sirvió una copa de vino.

—Desnúdate —ordenó de espaldas a ella, mientras vaciaba la copa de un solo trago.

Escuchó el sueve susurro de la tela cayendo al suelo, los movimientos temblorosos de la mujer, se volvió hacia ella, y una sonrisa de complacencia iluminó su rostro. Sus ojos se iluminaron cuando el último vestigio de ropa desaparecía de su presa revelando su cuerpo.

El flautista examinó el cuerpo de su cohibida y temerosa invitada. Se relamió los labios por la excitación al contemplar unos senos prominentes, unas piernas y brazos robustos, y un cuello, que a la vista parecía delicado cual porcelana fina.

—Recuéstate en la cama— ordenó.

La mujer no vaciló, con las piernas temblorosas se recostó sobre las almohadas de colores fucsia y rojo carmín, rellenas de plumas de cisne, su cuerpo, que iluminado por la luz de las velas y las llamas del fuego revelaban un conjunto de cicatrices y estrías, quedo inerte, la única señal que daba de vida era el constante ascenso y descenso de su respiración errática.

El flautista sonrió de forma macabra y se acercó con una lentitud precisa a la mujer, como una serpiente asechando un ratón, hasta quedar a horcajadas sobre ella.

El estado catatónico del cuerpo de la mujer cambio. Sus brazos y piernas se estremecieron ante el contacto invasivo y de sus ojos vacíos broto un torrente de lágrimas, a pesar de aquello la mujer no emitida ningún sonido de protesta.

—Debo decir que eres de mis favoritas—Chandra lamió sin ninguna clase de pudor los pezones de la mujer. — Las otras chillaban como cerdos.

La mujer abrió las piernas por orden del flautista. El lujurioso instrumentista, comenzó a depositar besos lascivos en el abdomen y en los pezones erectos de la fémina. Mordidas repletas de salvajismo y posesividad inundaron los brazos y cuello de la mujer indefensa, sintió que comenzaba a acercarse al éxtasis cuando escuchó a su víctima gritar de dolor después de que su torturador la había mordido en los muslos se deleitó con el sabor de la sangre en su boca producto de una de las heridas que había infringido. Sus manos finas recorrieron el cuerpo de la mujer sin ninguna clase de reparo haciendo énfasis en apretar sus pezones, tirar de su cabello enredado, privarla del oxígeno al asfixiarla momentáneamente, eclipsaba los chillidos de dolencia provenientes de la mujer con gemidos de placer y se aseguraba de colocar todo su peso sobre ella para evitar cualquier intento de escape, se aventuró a sumergir uno de sus dedos en ese valle intimo todavía no explorado, y el dejó escapar una carcajada macabra y delirante.

—Todas son así —le dijo a la mujer al oído, borracho de un placer sadista — Se retuercen como peces fuera del agua, pero lo disfrutan como putas.

Las facciones del flautista se contrajeron de ira, con violencia se apoderó de los labios temblorosos de la mujer en un fogoso beso e intentó profanar aún más su boca con movimientos frenéticos de su lengua, sin embargo, algo detuvo sus movimientos lascivos, de forma sorpresiva sintió la punta fría y afilada de una daga perforando ligeramente la piel de su cuello al descubierto.

—Si vuelves a tocarme, te matare — dijo la mujer que mantenía prisionera entre sus brazos.

El flautista detuvo su depravado ataque, levantó su mirada y se encontró con los ojos de su víctima, el brillo que encerraba esos orbes oscuros era una mezcla entre ciertos rasgos de temor, determinación y una fría resolución.

—Vaya, vaya, vaya— jugueteó Chandra, sin apartar la mirada de su atacante, pero sin permitirle escapar de su agarre de pitón—. Es usted muy valiente señorita, por favor, dígame usted ¿qué me impediría desarmarla con rapidez y romperle ese hermoso cuello?

Chandra observó con una mezcla de mitad ira y mitad incredulidad como su amenaza no pareció surtir el efecto deseado, al contrario, la determinación en los ojos de la mujer resaltó su semblante e incluso el agarre en la empuñadura de su daga se hizo más fuerte.

—No sabes quién soy ¿Verdad? — una sonrisa casi maniática se extendió por los labios de la mujer. — Soy la reina Penélope, gobernante de todo Pravána. Yo desee presentarme ante usted de esta manera, quería asegurarme de que los rumores fueran ciertos. ¡Su depravación no tiene ningún límite! ¡Por un tiempo prolongado, mi temor me redujo a una muñeca complaciente ¡Pero ya no! Si me matas no te libraras de una manera tan fácil, afuera esta uno de mis siervos esperando, y en el palacio mis doncellas saben dónde he ido, si muero, por más que trates de ocultar mi cuerpo y mates a mi siervo, las doncellas no dudaran en decirle al rey donde fui. Teniendo en cuenta tus masacres recientes a humanos no dudaran en incriminarte—, la colera del flautista rebosó al observar como la mujer parecía gozar de su incertidumbre y de un latente temor por su vida. — Así es, el gobernante de su pequeña isla condenado a morir en manos del verdugo, por asesinar a sangre fría a su reina. Exhibirán tu hermosa cabeza en una pica. Chandra, el joven loco homicida. Adelante, ¡máteme! No conservo el más mínimo deseo por la vida.

—Una mujer valiente— Chandra relajó sus músculos y dejó de aprisionar a la mujer que decía ser la reina. — ¿Como sabes quién soy?

—Los chismes en la cuidad se mueven muy rápido— la fémina se aferró con más fuerza a la empuñadura del cuchillo. — Soló tuve que contratar la ayuda de algunos espías que me informaron, el resto fue sencillo.

Chandra se alejó de la mujer que decía ser la reina Penélope, se sentó en la cama junto a ella, relajo su postura y sus facciones y preguntó:

—¿Qué es lo que desea, mi señora?

En los ojos salvajes de la reina se reflejó un destello de vergüenza, relajo sus músculos, bajó su chuchillo— lo suficiente para dejar de amenazar a Chandra pero no lo suficiente para clavarle el filo del arma en un arrebato de ira — llevó una de sus manos sobre el colchón a tientas, retiró una de las sábanas y cubrió su cuerpo desnudo de forma parcial.

—Usted nunca me agrado, mucho menos ahora. Pero. Quiero tu ayuda. Necesito que seas mi asesino personal.

El flautista dejo escapar una carcajada a todo pulmón, el fue testigo de cómo la honorable reina Penélope se tensaba.

― Su benevolente marido— dijo Chandra entre risas — ¿La envió ante mí?

― ¡Vine por mi propia voluntad! —exclamó la fémina, levantó la daga en señal de amenaza, sus ojos fulguraban de ira — ¡El rey no está involucrado!

—Mi señora— habló Chandra con pomposa cortesía. — Los dioses son testigos de mi buena voluntad, no existe mayor deseo para mí que ofrecer mis servicios a una dama que los necesite, pero vera usted, me encuentro en un pequeño aprieto. Por ahora sirvo a la voluntad de la mujer del abanico y ella sirve a la voluntad de la confidente del rey, no puedo hacer nada por usted.

—Tengo entendido que usted no eligió estar aquí, sé que esa mujer lo trago a la fuerza.

—Es igual— el flautista se encogió de hombros sin darle la menor importancia—. Sea por mi libre voluntad o no, estoy aquí siendo un futuro soldado para su reino, no soy un sicario, temo que no puedo ser su mortal arma.

—Se equivoca Señor Chandra— dijo la reina, ceñuda —. Su presencia aquí cambia muchas cosas, es usted mi oportunidad de conseguir paz.

—Veo que ha pasado por mucho dolor— de forma repentina el tono de voz del flautista se tiño de una falsa compasión — En todo el reino es bien sabida las historias sobre el marchito corazón de nuestra amada reina. Una dama tan hermosa con usted... aun es una mujer que preserva la belleza, es inconcebible ver a una flor marchitarse con el tiempo a la sombra de la pérdida de un hijo que no volverá y un hombre que nunca la amó, ¿por qué vivir en medio de una guerra que parece nunca acabara? ¿Qué es lo que haría usted? Ofrezco mi humilde servicio para librarla de su dolor. Piénselo, quizás no es un asesino lo que necesita.

—¡Rechazo su oferta! — exclamó, decidida. Los ojos de la mujer chisporroteaban de una colera contenida— Se muy bien lo que necesito. Necesito al príncipe Neydimas Aldebarán muerto y el dispositivo que protege la capital de Rhiannon destruido.

—Creo que será difícil matar a un príncipe —explicó Chandra, sin darle la menor importancia —. Considerando que se encuentra protegido tras las murallas de su cuidad.

—Supongo que no se ha enterado ¿verdad, señor Chandra?

La reina Penélope bajó sus defensas, reposó la daga sobre el colchón, a un lado de ella, se arropó con las frazadas, en un intento de preservar calor, y su cuerpo y expresiones adoptaron una postura relajada.

—El príncipe Neydimas contraerá matrimonio con la princesa de Rhiannon, una jovencita que, por lo que tengo entendido, ella no tiene ningún derecho a heredar la corona. La muchachita se dedicó al sacerdocio, pero su sangre real le concedió la oportunidad perfecta a la nobleza de Rhiannon. La ataron al mayor de los príncipes Aldebarán. Dentro de unas semanas varios barcos de guerra partirán hacia Rhiannon, tenga por seguro que usted estará en uno de ellos, no sé cómo, pero invadirán la cuidad, es allí donde entra usted. Si seguimos en pie las tradiciones de Iounn, es muy obvio suponer que enviaran al príncipe Neydimas junto con los refuerzos para apoyar al ejército Rhianniano.

—Con todo respeto, mi señora — dijo Chandra, después de dejar escapar un resoplido hastiado— Sus ideas se basan en simples suposiciones. Usted no sabe si el príncipe estará en Rhiannon, usted no sabe que yo estaré allí, además, no termino de entender a qué se refiere usted con el dispositivo que supuestamente protegen esos mantos largos.

—¿Acaso no lo sabe? Es de conocimiento común la historia de las guerras antiguas, de las artimañas y estrategias que usábamos para matarnos unos a otros con el objetivo de expandir territorio, usted debe conocer las leyendas sobre dispositivos que permitían a varios de nuestros enemigos romper las mismas reglas del espacio y les permitía trasladarse por arte de magia de un rincón alejado del mundo a otro.

—Esas son simples charlatanerías — respondió el flautista, empezó a caminar de un lado a otro por la estancia, en un visible estado de irritación, y añadió: —Supongamos que cabe la posibilidad de que algún objeto místico que, a su vez, puede ser usado como arma hace milenios está en manos de nuestros amigos los de mantos largos ¿No cree usted que ya desde hace mucho tiempo hubieran usado tal poder para la conquista de nuestras tierras? ¡Lo que dice no tiene sentido! ¡Pura estupidez! ¡Con tal poder en sus manos hace años que seriamos colonia de los Rhiannianos!

—¿Y si le dijera que tal poder solo puede ser usado por alguien con una sangre especial fluyendo en sus venas? ¿Un Indah, cuyo poder yace oculto en su órgano ocular?

—No me diga de que se trata de...

—Así es, para ser exactos, es el hijo mayor— la reina apretó los dientes, un gesto visible de minimizar cualquier expresión de furia —. No se la causa, ni la razón. La línea sanguínea de los Aldebarán jamás tuvo a un individuo con tal poder en la familia heredera de la corona, esa clase de Indahs ya no debería pisar la tierra, su existencia debería ser tácticamente imposible, pero estoy segura de que existe, y sé muy bien de quien se trata.

—Creo que el odio le ciega — resaltó Chandra— ¿Como puede estar tan segura de que se trata del mayor de los hermanos Aldebarán?

—Sus ojos. Mis espías lograron conseguir esto, papiros, textos antiguos, leyendas que aluden la existencia de una especie de Indah que poseía un color de ojos determinado, puede ser que los años hallan pasado, pero, antes de la llegada del embajador y la muerte de mi hijo, recuerdo muy bien cuando ante nuestra corte fueron presentados los dos pequeños príncipes, el mayor de ellos, además de ser un mocoso blasfemo, era dueño de unos peculiares ojos violeta, algo que jamás vi, sus padres aludieron a que tal vez se trataba de una clase de anomalía relacionada con el acceso de color azul, pero yo sé la verdad, ese color lograba canalizar su propia energía cósmica en una clase de aparato... tal objeto les permitía trasladarse de un punto a otro, puntos que eran marcados según la referencia visual del usuario.

—No es posible que usted crea algo como eso.

—Yo sé que es real.

—Solo, solo trate de tomarse un segundo y escuchar las palabras que salen de su boca, si de verdad usted cree que el príncipe Aldebarán posee un poder semejante, creo que hace tiempo que los Iounnadianos nos hubieran vencido.

—Ese bastardo no lo sabe, ¿cómo podría saberlo? Las historias sobre portar alguna clase de poder ocular se desvanecieron en el tiempo, se agradece que muy pocas personas sepan la existencia de tal poder, entre esas personas esta la mujer del abanico.

—Supongo que esa perra desea quedarse con ese poder para sí misma — dijo Chandra en un tono aburrido —. Bueno, le deseo la mayor suerte del mundo, debe ser difícil capturar a un príncipe guerrero.

—Puede extirparle los ojos y drenar su sangre. No es necesario mantenerlo con vida.

—Pues, allí tiene su tan anhelada venganza, mi reina. — El flautista se expresó con una teatral emoción de rebosante júbilo. Se sirvió una copa de vino y, antes de vaciar el contenido de un solo trago, dijo: —Brindo por usted.

—¡Señor Chandra! — exclamó la reina, se paseó por la habitación, con las mejillas encendidas de indignación y rabia— parece que usted no lo ha logrado entender ¿No es así? No quiero que nadie se apodere de ese artilugio, tampoco deseo los ojos de ese perro, lo quiero muerto, con sus ojos inutilizados.

—No me cabe en la cabeza como usted, una mujer dotada de una singular belleza, la consorte de un rey, la gobernante de una nación entera, esta tan obsesionada con matar a... ¿Cómo se llama nuestro estimado príncipe? ¿Nathaniel? ¿Nabí?

—Neydimas — pronunció con repugnancia.

—Como se llame. — El flautista se sirvió a toda prisa otra ronda de vino. — No entiendo tal enfermiza fijación, sin mencionar su deseo de frustrar los planes de conquista de su rey.

—Es un sin sentido para mi anhelar una ventaja para mi rey. Nunca he estado a favor de esta conquista sin sentido, la vida de mi hijo fue lo que inicio todo esto y deseo una retribución por su muerte, pero tampoco quiero un arma que podría acabar con dos civilizaciones enteras.

—Y este humilde servidor — Chandra se señaló así mismo, con el dedo índice — ¿que podría obtener a cambio?

—A usted y a mi nos une una fuerza imparable, amable señor — la reina Penélope hablaba con energía y altivez, su figura femenina cubierta por las sábanas gruesas y un abrigo de piel se mantenía firme e indómita —. Nuestras entrañas rugen con saborean el delicado y fresco fruto de la venganza. Ya le dije que se que usted no está aquí por plena voluntad, y... logro comprender ciertos acontecimientos que causaron tales manías en usted. En síntesis, mis ojos logran penetrar los lugares más recónditos de su corazón, se que quiere venganza, su cuerpo aspira regodearse de placer al poseer el cadáver de la mujer dueña de ese abanico mortal sobre su cama. Ese es su más grande deseo, o al menos al que expira, por ahora. Su reina es conocedora de la debilidad de esa mujer endemoniada.

El flautista se colocó de espaldas a la reina, apretó el agarre de su copa de vino y escuchó el sonido del vidrio resquebrajarse. Fue la señal que animó a la fémina a seguir hablando:

—Ella guarda un profundo capricho por darle muerte al mayor de los príncipes Aldebarán. Desde que se enfrentó a la maestra del susodicho, combate en el cual, dicen los rumores, perdió su brazo, ha estado enfocada en matarlo.

—Su fantasía se volverá realidad en poco tiempo — dijo Chandra con aire despectivo. Colocó su copa agrietada sobre su escritorio y se acercó a la chimenea.

—Ella no partirá a Rhiannon.

—¿Como lo sabes?

—Uno de mis espías me dijo que Lilit no lo permitirá.

Chandra escuchó a sus espaldas como el tono de voz de la reina se volvía sombrío al pronunciar el nombre de la conocida asesora del rey.

—Ella desea mantener a la más leal y poderosas de sus siervas en la capital, un hombre de mediana edad acaba de arribar al puerto de la cuidad hace solo tres días, su identidad me es desconocida, pero me han dicho que es dueño de una característica física muy peculiar, un parche cubre completamente su ojo derecho, él se encargara de asesinar al mayor de los príncipes Aldebarán y se apoderara del objeto.

―No entiendo — dijo el flautista con genuina confusión — ¿Por qué la mujer del abanico no se puede enfrentar ante Neydimas?

―No lo sé, quizás es porque Lilit no se lo permite por mero capricho, quizás no la cree lo suficientemente poderosa, aunque eso sería ilógico teniendo en cuanta el rumor de que casi venció a la maestra del príncipe, no puedo decirlo con certeza.

Él fue testigo de la inmutabilidad de esa mujer, de sus nervios reforzados de acero, de su indiferencia a cualquier amenaza, de su fiereza demoniaca en batalla. Su aparente falta de temor a la muerte estaba más allá de los limite conocidos por el flautista.

El joven Chandra dirigió su mirada a la única ventana de su residencia, el vidrio transparente dejaba a la vista los copos de nieve cayendo, la nevada incesante parecía no parar. Atizó el fuego en la chimenea y dijo:

―Incluso si logro asesinar al príncipe Aldebarán y destruir ese objeto ficticio, no dijo que lo hare, solo es un caso hipotético, ¿qué me garantiza que se tomaran represalias aún peores dirigidas hacia mí?

― ¿Cree que su poder es inferior al del joven Aldebarán?

― Desde luego que no — el flautista sonrió con cierta picardía— Estoy seguro que estoy por encima de él, solo me preocupa mi isla y mi hermana.

―De eso no debería preocuparse, teniendo en cuenta su talento, no le sería nada difícil encubrir tal engaño.

―Majestad, créame, el homicidio de un príncipe es difícil de ocultar— rectificó Chandra y añadió: — usted lo sabe muy bien.

La reina Penélope no pareció afectada por las palabras del flautista. Su rostro era una mascara de estoicismo y determinación. Se acercó a la chimenea y sin mirar a Chandra le dijo:

―Confió en usted y su inteligencia, la mayoría de sus perversidades y las de su familia no ha salido a la luz pública durante años ¿Que sería diferente?

No había amenaza en su forma de hablar. La femenina guardó silencio un momento y luego con tono sombrío habló:

―Conozco el aislamiento al que está sometido, incluso para un Indah esto es opresivo, se la ira que guarda, lo veo en sus ojos, un demonio enjaulado sediento de sangre, rogando clavar sus colmillos en el cuello de esa mujer y desmembrarla, ¿acaso no vale la pena arriesgarse? ¿No vale la pena el precio, arriesgar la vida para logar vengarse de esa víbora?

Una ligera sonrisa se asomó en los labios de Chandra, sus ojos reflejaban el color abrasivo de las llamas de la hoguera.

―Sus palabras tienden a ser muy persuasivas, mi reina.

La femenina se alejó de la chimenea. El flautista escuchó el sonido de sus pasos alejarse en dirección a la puerta. No volteo a verla, tampoco la detuvo. Antes de salir ella le dijo:

―Al menos piénselo, estaré en contacto con usted.


La puerta se abrió con un crujido, segundos después le acompaño una brisa helada e implacable que inundó toda la habitación. La puerta se cerró con violencia, el estruendoso sonido provocó que las paredes temblaran y el tintero sobre el escritorio se derramara. 

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