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Capítulo XXII: Delirios mañaneros

Warning

Escenarios donde se discute un posible acto sexual sin consentimiento, escenas graficas de pánico y temor.  Fobia a ser tocada.



La princesa Aladed despertó de forma súbita de un profundo sueño. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz solar filtrada por las cortinas de lino traslúcidas, descubrió con horror que se hallaba recostada en una cama que no le pertenecía, en una habitación que no era suya.

La princesa se levantó de la cama y empezó a caminar por la estancia, se llevó las manos al collar que pendía alrededor de su cuello y se aferró a la gema azul, con la vaga creencia de que su esencia protectora la tranquilizarían y la ayudaría a recordar.

Su mente divagó en los últimos recuerdos almacenados en su cabeza. Rememoró con lujos de detalles el lamentable espectáculo que dio en el día de su boda. Había caído presa de un ataque de pánico al reconocer el rostro de su esposo; la cara del hombre que asesino a su abuelo, la cara del hombre que intentó matarla cuando era un infante. Ella se desplomó al suelo, semiinconsciente, su mismo cuerpo no pudo tolerar la presencia de ese infame sujeto, se retorció de asco cuando él tuvo la osadía de intentar tocarla.

Lograron sacarla del jardín donde se celebraba la unión, ella se vio rodeada por la presencia de varias doncellas de la corte que intentaban reanimarla. Las mujeres la obligaron a beber brebajes curativos, masajeaban sus músculos y susurraban palabras de consuelo.

Lentamente— cuál primavera, después de un largo invierno— la princesa logro recobrar el pleno uso de sus facultades mentales. Su cuerpo seguía temblando, tenía que relajar su respiración, pero su mente se despejó y contempló la poca racionalidad de su actuación.

En su mente se gravo una y otra vez la cara de quien era su esposo, no había ninguna duda, la mayoría de sus rasgos equivalente a las de su pasado agresor; sin embargo, no podía ser él, el asesino fue capturado y ejecutado hace años y el príncipe Neydimas lucia demasiado joven. Sin duda, el parecido resultaba ser aterrador, la misma cara, los mismos ojos, el mismo tipo de energía cósmica... tal similitud solo podía ser reservado a la exclusividad hereditaria. Pero eso no podría ser. Aladed investigó con anterioridad el linaje sanguíneo de los Aldebarán, ningún pariente del príncipe estaba ligado a un fiero asesino que aterrorizo las islas limítrofes hace más de dos décadas.

¿Y si fuera lo contrario? La princesa no era ajena a las conspiraciones realizadas por la nobleza para ocultar sus delitos, tal vez la familia real borró de los registros un parentesco, un linaje de sangre corrompido por un asesino. Suponiendo que ese hombre estaba vinculado de alguna manera a la familia real... ¿Lo utilizaron como arma? La muerte de su abuelo seria beneficiosa para la implementación de políticas coloniales iøunnadianas. ¿Será que ellos planearon la muerte de su abuelo?

La ruta que seguía sus pensamientos se desvió por un momento. Más indagaba más preguntas sin respuestas a salían a la luz, se convertía en una clase de vicio infinito. Sin duda, sus conjeturas no sonaban del todo descabelladas, pero no tenía ninguna evidencia que las respaldarán.

Saliendo de las remembranzas, observó su cuerpo, su camisón transparente y revelador seguía completamente intacto con una pequeña excepción: unas gotas de sangre manchaban la prenda. La princesa llevó su dedo índice a la nariz, y observó conmocionada un hilo de sangre seca que escapaba de sus fosas nasales.

Se acercó a una de las mesitas junto a la cama, sostuvo en sus manos un espejo y analizó su reflejo. Su cara no presentaba el menor signo de haber sido violentado, la sangre seca rodeaba sus orificios nasales, pero no estaba rota. Suspiró de alivio. Por un segundo creyó haber sido golpeada, pero solo se trataba de la típica reacción de su cuerpo a situaciones estresantes. Parte de la sangre que escapó de sus fosas nasales manchó las sábanas blancas de la cama, donde yació junto a su marido.

La insinuación de tal imagen envió un escalofrío por su columna vertebral. Se aferró a su collar. Entre cerró los parpados. Rebuscó llena de preocupación en lo profundo de su memoria, su propia energía le fue útil para escarbar en los rincones más inhóspitos de sus recuerdos. Suspiró de alivio al tener la completa certeza de que el matrimonio no fue consumado. En hilo de sus pensamientos la llevó a desmoronar todo lo que había ocurrido después de su ceremonia de bodas.

En medio del banquete de bodas— Aladed podía afirmar que se sintió bienvenida por las mujeres Iøunnadianas, una de ellas, la señora Onassis la recibió con mucha gentileza y familiaridad— una de las mujeres ancianas de Rhiannon le ordenó la retirada a los aposentos de su marido. Tal como dictaba la costumbre de su pueblo, su esposo debía acostarse con ella en la noche de bodas y dentro de 15 días, en la primera noche del año sin lunas, ambos debían unir sus energías vitales.

La princesa se despidió con gentileza y amabilidad de los invitados, y fue acompañada hacia la habitación de su marido por las ancianas matriarcas, cuidadoras y protectoras de las costumbres de Rhiannon.

Entró en los aposentos de su esposo, extinguió la luz de las velas y cerró las cortinas. No quería que las lunas fueran testigo de la abominación que se desarrollaría sobre el lecho nupcial.

La princesa se despojó de su vestido de novia ceremonial y se envolvió en camas de lino fino de un blanco inmaculado, una vestimenta que no se esforzaba por cubrir su desnudez, si la luz de las lunas pudiera acariciar su cuerpo dejarían al descubierto su piel morena, su abdomen, sus caderas anchas con pequeñas cicatrices y sus senos.

Todo formaba parte de la cultura de su pueblo, por tradición la noche de bodas la novia tenía que recibir a su esposo, vestida de la manera menos modesta posible. Ella rezó para que él le permitiera consumar él matrimonia de esa manera, ambos sumergidos en las tinieblas de la habitación, nunca deseo que un hombre la viera desnuda, mucho menos el príncipe Aldebarán.

La mente de Aladed quedo en blanco al saber lo que se desarrollaría a continuación. Ella sabía que nunca consentiría acostarse con ese hombre. No lo amaba. No lo deseaba. Le tenía miedo. Su mera presencia le generaba terror. Bajo su propia perspectiva, Neydimas Aldebarán poseía las características más inhumanas, se le congeló el corazón al tratar de imaginar las formas más monstruosas en las que él usaría su cuerpo.

Los minutos de espera torturaban los nervios de la muchacha, allí, tendida sobre la cama acolchonada, con los miembros rígidos, se sentía como un mero sacrificio, un indefenso e inocente animal que sería ofrecido a tiránicas deidades para aplacar su ira.

El corazón de la princesa le martilleo en el pecho al escuchar el sonido de pasos acercarse a la alcoba. Se trató de tranquilizar a sí misma una y otra vez con la idea de que ese hombre no era el asesino de su abuelo, tal conjetura era imposible, al homicida le habían dado muerte hacía ya mucho tiempo, el joven Aldebarán lucia demasiado joven, aun así, eso no garantizaba que esa noche se desataría lo que más temía.

El constante golpeteo de pasos cesó, escuchó tras la puerta dos voces masculinas susurrando para sí mismas, seguido del eco de fuertes pisadas que se perdían a la distancia. La puerta se abrió con un chirrido fantasmal, siendo acompañado por el sonido de pasos cautelosos.

Aladed quedo totalmente paralizada. Se negó a mirar a su esposo. Envolvió sus brazos sobre sus rodillas como un gesto de protección, su cuerpo comenzó a temblar. Había llegado el momento.

Una luz color violeta iluminó de forma repentina la habitación. La joven princesa no pudo evitar la instintiva necesidad de saber cuál era la fuente de emisión. Por un segundo pareció helársele el corazón y derretírsele las entrañas. Esa fuerte luz violeta provenía de un arma. Una espada hecha de energía pura. El producto directo de una invocación de la energía interna de un indah y quien realizo esa invocación era el príncipe Neydimas.

Al hacer contacto visual con esos ojos violeta, bañados en rojo, desorientados y fríos, Aladed temió lo peor. No solo su cuerpo y espíritu serían profanados, también no se le permitiría seguir viviendo. Después de violarla, el príncipe Aldebarán la asesinaría. El culpable quedaría libre de cualquier cargo delictivo. Los miembros de la nobleza podrían inventar una historia lo bastante creíble que convencería a su padre, a su amiga, a su maestra, al resto de sus compañeras de sacerdocio, a todo Rhiannon de que la muerte de la joven doncella se dio en circunstancias accidentales.

Aladed maldijo su propia debilidad. Necesitaba escapar, gritar para pedir socorro e incluso rogar misericordia; sin embargo, su cuerpo era un vil traidor, sus extremidades no respondían a la urgencia de la defensa, su cuerpo estaba inmóvil, en cambio, un torrente de lágrimas silenciosas escapaba de sus ojos para caer en la almohada, sus pulmones le fallaban, luchaba por respirar, e internamente suplicaba la ayuda de su Dios.

Sintió la dominante presencia de su verdugo acercársele junto a la cama. Su piel se preparó para sentir el violento toque de esas grandes manos, ocultas bajo esos guantes, sus extremidades se prepararon para sentir abusivas caricias, preparó sus labios para recibir besos lujuriosos y bestiales, pero, para el alivio y sorpresa de la princesa, nada de eso ocurrió.

La luz violeta se desvaneció y sintió que el Iøunnadiano se recostaba junto a su cama, cayendo en un sueño profundo e imperturbable.

La mente Aladed no fue capaz de resistir esa oleada de pánico intensivo, su martirio cesó y con el arribo un profundo sueño, producto de un inconsciente atormentado que deseaba desconectarse de cualquier contacto con la realidad.

Eso es lo último que la mente de la princesa recordaba, no sabía qué paso después con su atormentador, cuando ella despertó no encontró ni la más mínima señal de su presencia. Todo lo que paso esa noche parecía ser un sueño, una horrible pesadilla, pero la humedad de una de las almohadas donde reposo su cabeza, la mancha de sangre en su comisión transparente y en la cama... Era una prueba más que verídica, una que confirmaba la realidad de los sucesos nocturnos.

Aladed con movimientos rápidos se deshizo de su camisón. Envolvió su cuerpo desnudo en una manta. Caminó de aquí para allá por la estancia con pasos inseguros, arrugando las cejas en profundas meditaciones.

Como dictaba las costumbres de su pueblo, sabía que solo en una cuestión de minutos las ancianas mujeres se presentarían a su habitación para comprobar la consumación de su matrimonio. La princesa no diría la verdad. Si ella contaba la indisposición del príncipe para poseerla, podría ser incluso forzada a pasar la noche con él, bajo la vigilancia de las matronas. No deseaba eso. Mostraría ante ellas la imagen que se esperaba, la de una mujer que fue subyugada bajo las manos de un depravado sexual.

Por otro lado, la joven de Rhiannon no dejaba de preguntarse cuál era el motivo claro detrás de la negativa del príncipe Iøunnadiano. Bajo su propia perspectiva se trataba de un juego de sadismo que tenía como objetivo volverla cada vez más paranoica. Él la asusto con su espada. Aladed temió lo peor cuando vio esa arma cernida sobre ella, pero él no la ataco. Sí. Quizás ese fue su objetivo, asustarla, quería que ella experimentará el más grande de los temores, su negativa al acto físico solo se trataba de una situación aplazada. Él tal vez seguiría hostigándola, tal vez se mostraría compasivo, pero cuando llegara el momento... Él la torturaría de las formas más inimaginables y, desde luego, él esperaba regocijarse viendo como la princesa caía en esa fachada de príncipe gallardo misericordioso.

«Si, esa parece ser la teoría más factible» meditó la princesa, mientras jugueteaba con la gema azul, con forma de rosa, que pendía de su cuello «Todo parece indicar la naturaleza maligna del mayor de los príncipes Aldebarán. La mujer me contó sobre las manías inmorales de su maestra, es muy obvio que su discípulo siguió el mismo camino. Si el fuera un hombre con principios ¿Por qué me miro con esos ojos pétreos? Parecía la mirada vacía de un cadáver ¡¿Por qué amenazó a su esposa con un arma mientras dormía?! Quizás él fue quien propuso nuestra unión, desde luego, para él no fue suficiente con un tratado de alianza contra los Pravanianos tenía que conseguir su propia esclava, una joven mujer extranjera que estaría atada a él toda la vida, cuyas tradiciones y leyes no la protegen de las perversidades de su marido. Sí, para un sádico monstruo como él soy el botín perfecto»

Aladed apretó la mandíbula, sus manos se aferraron con ira a su collar y sus empezó a sollozar en un estallido de rabia y dolor.

—¡Lo odio! ¡Lo odio! — golpeó con el puño cerrado una de las almohadas— ¡Quiero que desaparezca! ¡Que mi Dios te castigue maldito infeliz! ¡Te maldigo Neydimas Aldebarán! ¡Maldigo tu sangre! ¡¡Maldigo el día en que naciste y Maldigo el día en que fui nombrada tu esposa!!

Aladed cayó de rodillas, temblando, llorando sin parar, las facciones arrugadas en una mueca repleta de desprecio y repulsión, profesando maldiciones a quien se había unido bajo las alas del matrimonio. Las emociones turbulentas fueron demasiado para la joven. Jamás en su vida sintió tanta ira y odio dirigida a una persona.

Una parte de la princesa volvió en sí cuando escuchó pasos acercarse a la alcoba, y escuchó que alguien llamaba a la puerta dando tres ligeros golpes.

Se puso de pie de un salto, se apartó el cabello enmarañado de la cara, coloco el velo que había portado en su ceremonia de bodas sobre su cabeza.

—Adelante —dijo con una voz suave y temerosa, había dejado atrás la imagen de su estallido en cólera.

Una mujer anciana cubierta por un velo entreabrió la puerta y asomó su cabeza.

—¿Está hecho? — preguntó la anciana con cautela, sus ojos miraban a la princesa con compasión.

Aladed observó las sábanas manchadas de sangre, se limpió las lágrimas con el puño de su camisón, mostró una media sonrisa cargada de tristeza y asintió con la cabeza.

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