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Capítulo XV: Aurora



Los primeros rayos del sol alumbraban la residencia de los Agneta, las gotas de rocío humedecía la hierba verde, se oía el trinar de los pájaros en la mañana, el cacareo de algunas aves de corral. Todo acompañado de una sensación inquietante.

Los ojos de Aldebarán, parpadeaban varias veces, intentando adaptarse a la nueva luz, su mente había estado navegando por tormentosos sueños, y en un momento a otro, se hallaba completamente vestido, con el rostro grasiento, el cabello enmarañado, su canalizador de energía cósmica prendido en su cinturón, completamente de pie en el umbral de la puerta. No estaba solo. Evander Onassis y Jab Talía se encontraban a su lado. El resto de sus hombres estaban dispersos rodeando la casa.

En el interior de la estancia, la esposa del señor Agneta, y sus tres hijos se encerraron en la habitación de la madre, un pequeño cuarto que poseía una diminuta ventana que daba al patio delantero.

Neydimas analizó la situación. Dos hombres, de largas barbas rubias de mediana edad, vestidos a las andanzas de un miembro de la nobleza iøunnadiana, estaban hablando con el señor Claus Agneta, sin bajar de sus corceles. Mientras que siente harapientos individuos estaban dispersos estratégicamente en la residencia, en las cercanías perimetrales de los árboles y maleza que daba al monte. Era bastante obvio que se trataba de indahs, era algo bastante fuera de lo común que humanos liberarán pandillas compuestas por miembros de la «Raza superior», sin embargo, no poseían un mechón de color característico que determinara su tipo de energía cósmica. Esa se trataba de una situación común entre fugitivos de la ley, intentar borrar algo tan sagrado como ese simple mechón de cabello que determinaba una parte de su identidad.

—Creo que esas perras son los líderes de la pandilla que cazamos anoche —manifestó Jab Talía, señalando con el dedo índice a los recién llegados.

—Eso es muy obvio— hizo notar Evander Onassis —. ¿Qué dices?, ¿Atacamos?

—No— ordenó el príncipe —. Veamos a que nos lleva esto.

Los espectadores observaron los gestos del señor Agneta, apenas se escuchaban algunas palabras producto de la conversación con los desconocidos, pero por lo que podían discernir este estaba tratando de convencer a esos hombres con palabras, y por el gesto indiferente de los hombres estos no le retribuían, sus rostros se veían burlones como si de cierta forma disfrutarán que un simple humano les hablara de esa forma para aumentar su ego.

El señor Agneta parecía estar entre la espada y la pared, y el muchacho supo que debía actuar de inmediato cuando uno de los hombres en un arrebato de ira, sin bajar de su corcel le propinó una cachetada al indefenso hombre humano.

—Iré a hablar con esos hombres, ustedes no ataquen hasta ver mi señal — expresó el joven Iøunnadiano.

Caminó a paso rápido por el pequeño sendero de piedra hasta llegar junto al señor Claus Agneta, este lucía parecía lucir consternado, el fuerte golpe lo hizo caer de bruces y escupió sangre, mientras los dos hombres sobre los corceles comenzaban a reír a carcajadas.

—¿Se encuentra bien, señor Agneta?

El hombre humano sólo asintió con la cabeza intentando pararse por cuenta propia, su mejilla seguía adolorida por el golpe.

—Regrese a la casa con su familia, yo me encargaré de esto

—¡Pero señor!— exclamó el señor Agneta, se puso de pie de un salto, ignorando el dolor de su cuerpo-. Yo no le puedo pedir que...

—Regrese a la casa con su familia— dijo Aldebarán, sonó más como una orden que una petición.

Neydimas se acerco a los dos sujetos, a unos pocos metros de el pudo distinguir un pequeño huerto de lechugas, y entre matorrales, en las perimetrales cercanas del monte diviso tres pequeñas lápidas, ignoro por completo ese aire tan característico de superioridad que intentaban imponerle con sus gélidas miradas esos individuos.

—Bueno, bueno, mira lo que tenemos aquí hermano un joven Indah soldado. ¿De dónde eres muchacho?

—Creo que esa información no es de su incumbencia.

—Ya. ¿Se puede saber que hace un miembro del ejército por estos lugares? Es bastante raro que ahora les interese estás tierras olvidadas por los dioses.

—Mis hombres y yo sólo estamos de paso, tampoco daré información de donde somos ni a dónde vamos.

—Por lo que veo eres un perro muy leal a la corona. No es sorpresa que todos los miembros de la milicia sean simples putas que desechan.

—Escuche, tengo dinero, de forma personal esos ingresos me son inútiles, se los puedo dar a ustedes, si desean cobrar con mucha urgencia la deuda del señor Agneta — enunció Neydimas, mientras se masajeaba la sien intentando disminuir el dolor que sentía en su cráneo, junto con su irritación. No le molestaba las palabras de ese individuo, le desagradaba estar perdiendo el tiempo hablando con un extraño.

—Vaya. Pensé que los usuarios de energía Aretę eran propensos a disfrutar de un buen combate, pero ahora conozco a uno que es solo un manso corderito.

El príncipe ignoro por completo ese comentario. Por supuesto, en este tipo de situaciones, podía jugar la carta de anunciarse como el príncipe de todo un continente, pero era posible por su andrajosa apariencia que no le creyeran. También podía recrear la actuación del líder rudo eh intrépido. Sin embargo, las ardiente punzadas en su cabeza, su falta de energía física, somnoliensa, y el hecho de que se sentía que su energía cósmica era un revoltijo de nervios caótico por el evidente retraso a una cuidad que odiaba, favorecía ir por el camino pacifico. Miró con indiferencia a su interlocutor y continuó hablando:

—¿Tenemos un trato?— preguntó con cierto tono amable.

—Bueno, debo decir que por las aventuras nocturnas, mis hombres están cansados, en primer lugar, tengo razones para creer que usted y sus soldados fueron los responsables de dejar a mis muchachos con heridas graves, por eso, tuvimos que llevarlos al pueblo. Los encontramos atados de pies y manos en el sendero que atraviesa el monte. Usted fue el responsable, ¿No es así?

—¿Acaso vino a cobrar venganza? — cuestionó el muchacho, cruzando los brazos —. Si quieren matarme, tendrán que poner su nombre en la lista de espera.

El hombre sonrió de forma maliciosa, divirtiéndose con el comentario del muchacho.

—No me mal entienda jovencito, solo hice una curiosa observación.

—¡Tú, muchacho! — llamó el hombre al joven príncipe con la voz ronca, hasta ese momento el sujeto no había hablado, ahora observaba al príncipe con ojos llenos de odio y acusación —. Esos ojos raros...

Antes de que Aldebarán pudiera protestar de alguna forma, o incluso hablar, un gesto de reconocimiento nació en los ojos del hombre que hace solo unos minutos estaba bastante silencioso.

—¡Te conozco!— exclamó el individuo, señalando con su dedo acusador al Príncipe—. ¡Eres el discípulo de esa maldita puta asesina!

Aldeberán no mostró sorpresa de que lo identificarán como el alumno de la "puta asesina", después de todo, su maestra siempre lo llevo junto a ella en sus aventuras, a pesar de aquello el rostro de ese sujeto no se le hizo nada familiar, y sintió molestia de que ese bastardo se atreviera a profanar el nombre de su tutora.

—Esta es la primera vez que los veo a ambos en mi vida — enunció, fingiendo total ignorancia sobre su verdadera identidad.

—¡Eres un puto mentiroso! Hermano, se trata del niño discípulo de la mujer del parche en el ojo.

—Pero ella esta muerta, ¿No es así? ¿Cómo es que su alumno vive?

El hermano que había revelado parte de la identidad de Neydimas, bajo de su caballo, se acercó al príncipe, y con un arrebato de violencia se aferro al cuello de la vestimenta de Aldebarán en un intento de amenazarlo.

—¡¿Dónde está tu maestra?! — enunció, con una ira descomunal.

Los ojos de Neydimas con su rastro melancólico e indiferente también estaban llenos de cierta confusión para engañar a su enemigo, pues el no le daría ni la más mínima información a una escoria que guardaba resentimiento por un ser tan querido como su tutora, y a su vez, quería aludir confrontaciones, el dolor en su cráneo, un malestar en las articulaciones hacia que una posible batalla no le sentará bien a su cuerpo.

—Vamos, responde muchacho ¿Acaso la puta de tu maestra se fue a buscar un nuevo perro para satisfacer sus deseos?Esas palabras calaron en lo profundo del corazón del muchacho. Nadie podía profanar de esa forma la memoria de Barenice Atlas. Nadie podía hablar de una forma tan asquerosa de un ser que le otorgó el cariño faltante de una madre. Una ira intensa se expandió por todo el cuerpo del muchacho, con el pensamiento y la mente repleto de cólera dirigió su mano hacia su cinturón esperando encontrar su canalizador de energía. Sin embargo, detuvo el movimiento de su mano al observar algo bastante curioso: entre los matorrales y arbustos detrás de sus adversarios, podía jurar que logró ver la silueta de una figura que parecía ser humana moviéndose entre la espesura del monte.

« Es imposible que mis ojos me engañen. ¿Será un humano o un Indah? Si es un Indah se trata de uno bien entrenado, no percibo su energía ¿Será que son... »

De forma improvisa, el individuo que estaba acusando al joven príncipe bajo de su caballo y se abalanzó sobre el, sujetándolo del cuello de la camisa.

—Te lo preguntaré una vez más — amenazó el hombre barbudo, sacando de el bolsillo de su cinturón una navaja —. ¡¿Dónde está la puta de tu maestra?!

Neydimas apretó los dientes cuando sintió la fría hoja de la cuchilla afilada en su cuello, se maldijo así mismo por su distracción ridícula, sus dolencias corporales eran potentes, se sintió como un inútil a no poder siquiera haber esquivado al hombre que planeaba abalanzarse sobre el con furia en su mirada.

Antes de que el muchacho pudiera revelarse contra ese fuerte agarre de forma repentina, el individuo barbudo soltó su agarre sobre el príncipe lanzado un fuerte grito de dolor.

El mismo Aldebarán confirmo su sospechas. El hombre que lo había amenazado tenía atravesada una flecha en su mano y los fuertes ayes que emitía dejaron conmocionados por breves segundos a todos los presentes en la cercanía.

De la oscuridad del monte cerrado emergieron unas mujeres armadas, vertidas y con el rostro pintado de distintos tonos de color verde como un mecanismo de camuflaje. Los hombres que liberaba Aldebarán, al superar la primera impresión de asombro al ver a esas féminas prepararon sus respectivas armas y prepararon sus posiciones para abalanzarse contra un enemigo en común.

No sé trataba de enemigas. Eran aliadas. La identidad de esas mujeres era desconocida. Sin embargo, tanto el joven príncipe como sus compañeros de viaje sabían que se trataba de las Erinias, un grupo de féminas Indah dedicadas a la búsqueda, encarcelamiento y exterminio de criminales fugitivos.

Las mujeres se abalanzaron con sus espadas, arco y flechas sobre los bandidos y fueron apoyadas por los hombres a cargo del príncipe. En medio del gran gentío y de la confusión de la batalla, antes de que Neydimas pudiera aferrarse a su propio "canalizador de energía" para atacar a sus dos adversarios, uno de ellos estaba gimiendo de dolor mientras se retorcía en el suelo, el otro, quien seguía montando el corcel, tiro de las riendas, le propinó un fuerte latigazo al equino, y el animal, lanzando un fuerte relincho pateo al príncipe Iøunnadiano con sus fuertes patas traseras.

La potente fuerza de empuje provoco que Neydimas cayera de bruces sobre la pequeña huerta de lechugas de la familia Agneta. Él hombre barbudo desmontó su caballo y se dirigió, empuñando su espada, junto al príncipe.

El joven Indah maldijo por lo bajo, y desenfundo su "catalizador de energía", en una milésima de segundos, de esa empuñadura metálica emergió la hoja de una espada violeta brillante de plasma. Sin embargo, antes de que chocara espadas con su enemigo, el individuo que lo iba a atacar cayó de bruces al suelo noqueado con la empuñadura de la espada de una de las Erinias.

—¡Qué buena mañana para cazar! — exclamó la mujer, mientras inspeccionaba al inconsciente sujeto que noqueó con su arma. Un silbido de satisfacción se escapó de los labios de la fémina al reconocer muy bien el símbolo que llevaba tatuado su presa en la palma de su mano:

"Ατη"

El príncipe aún no se había levantado del suelo, había aplastado en su caída las lechugas de la pequeña huerta. Se quedó mudo por la sorpresa de ver el rostro envejecido se una mujer que conocía hace años, Ariadna Láodice, viaja colega de su maestra Berenice Atlas.

—A pasado tiempo, joven Aldebarán— la mujer con el rostro pintado de distintos tonos de verde, se acercó al príncipe, y de forma mecánica le extendió su mano para ayudarlo a levantarse.

El muchacho rechazo ese gesto, lleno de vergüenza y humillación por su caída ridícula, se levantó del suelo rápidamente sacudiendo de su ropa los restos de lechuga que había aplastado.

—Es bueno ver un rostro familiar después de tanto tiempo— habló Neydimas, sin tener un acento del todo cordial, todavía el sentido de la vergüenza le picaba fuertemente en su ego.

—Comparto la misma opinión. ¿Qué te traer por estas zonas?. Tenía entendido que te encontraban cerca de las fronteras.

—Son asuntos clasificados.

La mujer movió la mano asintiendo a sus palabras, después de todo, órdenes son ordenes. Los iøunnadianos no distinguían posición social cuando se trataba de servir en el ejército, era más que un honor que un deber. Láodice no era ajena a ver jóvenes fuertes de la nobleza en el campo de batalla, incluso si se trataba del príncipe.

—Parece que su extraña afinidad hacia los de raza inferior se te fue heredado.

Él joven Neydimas entendía a lo que se refería Ariadna , poso sus ojos en el señor Agneta, que en ese momento estaba colaborando con las Erinias para meter a los reclusos a la fuerza en unas carreras con enormes jaulas tiradas por dos poderosos corceles, y un pequeño pensamiento de nostalgia le venía a la mente al recordar su estadía en una aldea humana hace ya varios años. Era verdad. A muy pocos Indah les agradaba los humanos, el muchacho no era precisamente uno de muchos de esos hombres que trataba hacer ver a esa especie como igual a la de los Indah, era más que consiente de su fragilidad y debilidad ante los de su raza de seres del cosmos, sólo guardaba un cierto sentimiento de empatía que le fue imposible extinguir viajando por la mitad del continente en más de quince años, conociendo mejor a esa especie y conviviendo con ellos debido a la adversidad de las ciertas circunstancias. Sin embargo, no quería enlazar más sus recuerdos, no en esas circunstancias, no teniendo el rumbo por el que lo podía llevar.

—Veo que la función de tus mujeres se ve debilitada— comentó con aire reflexivo, desviando el tema de conversación.

—¿Qué esperabas?— reprochó la mujer —. Recibimos golpe tras golpe en nuestras fronteras mientras que las fuerzas de seguridad interna se debilitan, nuestro trabajo aumenta más y más, no podemos estar en el mismo lugar al mismo tiempo.

Neydimas se llevó el dedo índice masajeando su cien, todavía seguía percibiendo ese pinchazo invisible. Sin duda, Ariadna Láodice seguía con ese aire quejumbroso que tanto la había caracteriza desde que el la conoció siendo solo un niño. El aire de vivacidad de esa mujer de cincuenta y tantos años no se extinguió.

—Eso, lo sé. Solo fue una observación, señora Láodice.

El príncipe suspiro cansado, tal vez este reencuentro con una figura de su pasado era una buena oportunidad. Después de salir de la cuidad de Edén, se propuso así mismo terminar su entrenamiento y existía una persona en el mundo que podía continuar con las enseñanzas de Berenice Atlas.

—Señora Láodice, necesito que me haga un favor— pidió el príncipe, con cierto tono amable.

La mujer pareció un poco consternada ante esa sugerencia.

—No has cambiado nada Aldebarán, ¿Siempre es así? Después de años sin ver a una viaja conocida ¿Lo único que sabes hacer es pedir favores?

El muchacho quedó momentáneamente en silencio. Era bien sabido, para quienes lo conocían, el "guerrero amatista" no se especializaba del todo en las relaciones sociales.

—Dime de que se trata— dijo refunfuñona la mujer, sin poder soportar más caminar junto a un taciturno muchacho.

—Necesito que tus espías localicen a alguien por mi, se trata de Sofós Belerofonte.

—¿Ese desgraciado? ¿Para que lo necesitas?

—Se trata de un asunto personal.

« Después de atender el asunto urgente por el cual el Rey necesita mi asistencia, me iré de Edén lo más rápido que pueda y convenceré a Belerofonte de terminar mi entrenamiento» reflexionó el muchacho, tratando de aliviar la indeseable idea de retornar a una cuidad que odiaba.

—Bien, no hay ningún problema, dónde quiera que esté mis muchachas lo localizaran. ¿Dónde puedo encontrarte los próximos 68 días? Necesito tu locación para informarte de la cacería.

El muchacho suspiro cansado, entrelazó las manos enguantadas detrás de su espalda, se encontraba bastante incómodo por lo que diría a continuación:

—Estaré en la capital, tu espía puede contactarme allí.

—¿En Edén?— se cuestionó la mujer, mirando de soslayo al muchacho, por el semblante melancólico y cansado del joven prefirió no ahogarlo en más preguntas y cambiar de tema.

—Este último año el índice de asaltos y crímenes a aumentado, parece que combatir en el exterior provoca que el caos quiera emerger en el interior del país.

Aldebarán parecía estar distraído en sus propios pensamientos mientras caminaba junto a Láodice, solo hizo una ligera inclinación de cabeza indicando que prestaba atención a sus palabras.

—Y con la pesadillas de esa misteriosa mujer calva y encapuchada que libero a los prisioneros de "La mazmorra" en una de las islas fronterizas con Iøunn tenemos dobles problemas.

Los pasos de Neydimas se detuvieron súbitamente. Sintió que cada músculo de su cuerpo se entumecía. Sus ojos, antes llenos de cansancio se abrieron de par en par, y el frío glacial de un recuerdo espantoso golpeó su mente.
Dos abanicos en forma de cuchilla. Las dos lunas del planeta iluminando las verdes tonalidades de un bosque, el rostro de su maestra repleto de sangre, con una de sus cuecas donde se suponía que debería estar su ojo totalmente vacía.

El joven príncipe tragó saliva, cerró los puños de su mano como un gesto de autocontrol, una especie de reflejo, mientras el dolor punzante en su cabeza aumentaba, y experimentaba un suplicio que casi hacia flaquear sus piernas.

—A esa mujer...—Neydimas apretó los labios, intentando calmar el fuego de desesperación que ardía en el —. A esa mujer. ¿Le faltaba un brazo?.

—Si. ¿Acaso la conoces?

—No, no tengo la menor idea de quién se trata— respondió el joven Indah estoicamente, recomponiendo parte de su compostura, no quería mostrarse débil, no en ese instante.

—Ya veo. No importa. En todo caso me alegra mucho verte Neydimas.

El joven príncipe todavía estaba se encontraba de espaldas a Láodice, hizo una ligera inclinación de cabeza, como si estuviera acertando que a él también de alguna forma le agradaba ver un rostro femenino conocido de su etapa de entrenamiento.

—Mi señora, ya metimos a los reclusos en la carreta, nos iremos cuando usted nos lo indique— informó una de las Erinias, acercándose a su líder.

—Te deseo suerte en tu viaje joven Aldebarán— murmuró Láodice como despedida.

Camino junto a su subordinada, mirando al príncipe de espaldas. Sabía que el estaba mintiendo. Tal vez se trataba de un asunto personal, lo respetaba a el, y tenía un gran aprecio por la memoria de Berenice Atlas, conocía los valores del muchacho. Depósito su confianza, si el conocía información sobre algún peligro que asechaba la nación sería el primero en enfrentarse a el.

La mujer, líder de las Erinias, no estaba del todo equivocada, aún así, algo muchos más peligroso, ardiente y violento estaba entrando en catarsis en el corazón, mente y espíritu del hombre.

« No es posible que siga con vida. Esa mujer está muerta. Mi maestra la hirió lo suficiente para no salir ilesa »

Medito el joven príncipe. ¿Cómo era posible que "la mujer del abanico" siguiera en la tierra de los vivos?, ¿Tenía que aparecer justo en esos momentos, en plena guerra?, ¿Desde siempre fue una aliada del enemigo?, ¿Cómo es que logró recuperar toda su fuerza?.

«¡Esa infeliz debería estar sepultada!, ¡Su cuerpo debería estar siendo comido por los gusanos!» exclamó en lo profundo de su mente. Sin que el mismo pudiera controlarlo, un odio que llevaba sepultado muchos años volvió a emerger. Una sensación que lo corroía, alimentaba su furia, un sentimiento que oculto por años porque cría haber superado.

« Debió morir. ¡Debo matarla! ¡Acabar con ella de una buena vez! . De esa forma Berenice descansará en paz, y yo también podré hacerlo »

Y junto a esa mortal odio, ese inmenso deseo de darle muerte con su propia espada a esa mujer, llegó un a sensación de pánico. El horrible recuerdo tapado de lo que pasó esa noche de invierno. No lo podía soportar.
El mismo se dió cuenta, si esa fémina aparecía frente a el, por un lado, podría ir hacia ella hecho una furia con el más grande de los anhelos de acabar con su vida, y por el otro, se quedaría hecho de piedra, con las extremidades congeladas, acobardado por el poder que esa mujer tenía, con temor a lo que podía volver a hacerle.

Ya era demasiado tarde para evitar la reacción de su cuerpo, sus rodillas le temblaban, sus manos comenzaron a abrir y cerrarse en un estado catatónico, tratando de eliminar ese aberrante efecto de espanto. Su mente, un caldero hirviendo de pensamientos, nublada parte de su percepción. El dolor en su cabeza se incrementó, sus pupilas comenzaron a dilatarse y su mirada estaba perdida en una niebla de recuerdos, a punto de despejarse y dejar a plena luz esa remembranza.

—Señor Adrián. ¿Se encuentra bien? — preguntó el señor Claus Agneta, su voz estaba teñida de preocupación.

Se había acercado al príncipe para darle las gracias, pero cuando comenzaba a profesarle sus más sinceros sentimientos de respeto y gratitud, noto que este lucía muy enfermo. El semblante del joven estaba pálido, su cuerpo tembloroso y sus ojos muy abiertos, como si estuviera viendo algo que lo espantaba.

En el mismo instante que manifestó su inquietud por la salud del príncipe, este volvió en si. Su postura decaída, se esfumó, remplazado por su andar firme. Su semblante se mostró frío con cierto aire de melancolía, y sus ojos violetas desequilibrados volvieron a tener esa mirada inexpreciva , abstraída en sus pensamientos.

—Si— respondió Neydimas, con su típico tono indiferente, recuperando nuevamente el uso correcto de sus sentidos y coordinación —. Estoy un poco cansado, eso es todo — agregó, mientras se enfocaba en la conversación con el señor Agneta.

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