Capítulo XIV: Premonición
Profundas tinieblas cubrían la mente de la joven mujer que reposaba sobre una litera.
Estaba totalmente dormida, navegando por el profundo océano de los sueños, dónde su único sentir era las emociones latentes en su corazón y el fluir de su energía, esta última estaba inquieta, como las potentes corrientes de un arroyo en una inundación.
Las tinieblas se cernían en lo profundo de su ser, se movían como serpientes, con el único objetivo de abrir algo allí dentro, en el corazón de la muchacha, un dolor que mantuvo oculto, bajó llave, en un cofre.
Y en medio de esa oscuridad, pudo divisarlo, una pequeña niña en brazos de su abuelo, el anciano pariente de la niña corría y corría alejándose de un peligro que los acechaba, la infanta no paraba de sollozar.
Entonces lo vio, el brillo de una inconfundible luz violeta brillante detrás de ella, el anciano hombre le pidió a su pequeña nieta que cerrará los ojos y nunca los abriera, que pasará lo que pasará, nunca se atreviera a observar el conflicto inevitable, la chiquilla se negaba y en un pleno acto tal vez de curiosidad se atrevió a mirar sobre el hombro de su abuelo a la persona que los había logrado alcanzar en su huida, su rostro. . . Se veía absolutamente borroso en sus pensamientos, era como si una potente capa de neblina tratara de cubrir la cara de ese individuo, aun así, había algo que pudo destacar de él, y provoco que los huesos de la muchacha se quedarán helados con solo verlo. . . Dos ojos de un color azul púrpura inigualables, el brillo que desprendía se asemejaba a la luz de los dos astros de la noche, a pesar de aquello, no se comparaban en nada a la pureza de las bilunas en el cielo, esa mirada estaba cargada de un odio que no podía distinguir, eran el color de un lado del universo que guarda y preserva la maldad, como si esos ojos se hubieran sumergido en el pantano de la perversidad. Ese color, esos ojos que desafiaban el espacio, una mezcla Intermedia entre azul y rojo, azul del equilibrio, de la perseverancia, rojo de la sangre, de la violencia que en ese mismo momento manchaba los párpados cerrados de la niña que se había negado a abrirlos.
Ojos violeta. Espada amatista. Sangre. Violencia. Muerte. Miedo.
Una avalancha de completa oscuridad pavorosa, dónde la niña escuchaba el sonido de unos pasos acercarse muy lentamente, el olor familiar a sangre penetrando sus pulmones y el sentir de una mano gélida sobre su muñeca. ¡Oh, esa extremidad era tan fría como la de la misma muerte!. La repulsión que la niña sentía alcanzó niveles inhumanos, su piel hormigueaba de asco, unas profundas arcadas sacudió su estómago, sus piernas se sentían adormecidas, y de su temblorosa boca salió un aullar sofocante solicitando auxilio mientras los latidos desenfrenados de su corazón le retumban en su oído, el horror provocaba que sus ojos nunca se abrieran, los cerraba con todas sus fuerzas mientras esos ojos violeta se posaban en ella, la mano de un demonio fuerte y frígida como una garra seguía sobre su antebrazo. La esencia de su energía, un aura azul, burbujeo en oleadas en el interior del cuerpo de la niña, como si está él advirtiera que estaba en sus últimos segundos de vida, sintió la calidez macabra de lo que parecía ser una espada, este calor penetró su piel y después. . .
La princesa Aladed despertó de su tormento de pesadillas consecutivas que se arremolinaron en su cabeza.
Se tocó el pecho comprobando los desenfrenados latidos de su corazón, sus pulmones se expandían dolorosamente con fiereza en su caja torácica, un sudor frío le recorría el rostro, su cuerpo espada entumecido, todavía frígida y asustadiza a esas experiencias espantosas.
Sintió el ligero aroma a hierro, se llevó las manos a la nariz y observó con temor como sus callosos dedos estaban manchados de sangre.
«No. No de nuevo» pensó para sus adentros, sintiendo cómo su corazón volvía a latir con rapidez, entrando en un estado de alerta ante tal evidencia.
Se colocó la manga de su camisón en su nariz tapando la hemorragia nasal, el burbujeo incesante de picazón y ardor se extendió por su pulmón hasta su garganta, entendía muy bien lo que vendría a continuación, una tos compulsiva y sin tregua que sacudiría todo su cuerpo.
Conteniendo la respiración, se hizo en mano con su bolsa personal y a duras penas saco del interior una jeringa y un recipiente de vidrio sellado por un corcho que albergaba un líquido verde viscoso. No lo dudo ni un segundo, colocó la aguja de la jeringa en el corcho y succiono el líquido hasta llenarlo a la medida necesaria.
Se arremangó la manga de su pijama e inserto la aguja en lo profundo de la carne de su antebrazo izquierdo. El efecto de la medicina se sintió de inmediato, sus pulmones se relajaron, la garganta dejo de arder, y la profunda desganes que la hacía querer seguir reposando, (combinado con la hemorragia nasal) se habían detenido.
La muchacha se llevó sus manos a la cara, como si intentará disipar esa nube de preocupaciones latentes.
Miro hacia ambos lados, analizando su estancia. Se encontraba en un camerino en un barco, varios de los muebles de su habitación estaban dispersos en el suelo de madera, producto del oleaje de una de las tormentas que azotó la nave.
¿Cuánto tiempo llevaba encerrada en el navío, observando cada mañana millas y millas de agua salada? No lo sabía. No había contado los días, creía que tener un conteo provocaría que la situación fuera aún más difícil de sobrellevar.
Esa misma mañana hacía recibido en persona, en compañía de su padre, la notifica de la llegada a nuevas tierras. El capitán afirmó que dentro de muy poco una de las islas conquistadas por Iøunn serían visibles, se abastecería en su puerto, y a partir de allí, el viaje sería aún más rápido. La capital solo estaba a 2.000 millas. Una distancia relativa para una nave, que si carecía del apoyo de las fuertes ventiscas, se podía dar el lujo de ser tirado por vigorosos corceles alados.
La joven se desperezó, se vistió de forma apropiada a sus costumbres y salió de su camerino. Al pisar la cubierta de la nave fue recibida por una fría brisa nocturna y el constante murmullo de algunos miembros de la tripulación, al ser la princesa, podía darse el lujo de salir de su cuarto siempre y cuando no hablaba con ningún tripulante, no compartiera miradas ni gestos y su vestimenta fuera adecuada, y por primera vez en toda su existencia, Aladed no pudo evitar sentirse disconforme con aquellas reglas. Se puso a reflexionar sobre su actual situación.
Hace años que no pasaba por ese estado, esa extraña reacción involuntaria de su cuerpo se manifestaba solo si estaba estresada y nerviosa a niveles inimaginables, con el tiempo pensó que esa condición se esfumó, pero ahora había comprobado que seguía siendo perpetua, agradeció en silencio no haber olvidado su medicina, que por casualidades del destino quiso llevarla en su mochila en caso de cualquier emergencia.
Se cuestionó una y otra vez si había sido buena idea el traer a su amiga junto a ella a tierras extranjeras. Era verdad que Divya lo había elegido por cuenta propia, aun así. . . El peso de la culpa se mezclaba con otras horribles sensaciones en su alma. Era verdad, esa muchacha híbrida equivalía a la hermana que nunca tuvo, la conoció hace varios años tratando de luchar por su vida y la acogió en la casa sacerdotal. Sin embargo, ¿Qué hacer ante tal situación?
Aladed se reprochó ser tan insegura.
Suspiro con fuerza, y se abrazó a sí misma, sintiendo la brisa marina en su rostro. Le temblaba las rodillas, los latidos frenéticos de su corazón no aminoraban, tenía una sensación horrible en el estómago que le impedía ver algún alimento sin sentir náuseas, todavía se sentía increíblemente temerosa que la sangre volviera a brotar de su conducto nasal a borbotones. Hace dos años creyó liberarse de esa vergonzosa condiciones y ahora volvía a regresar.
No quería revivirlo, sin embargo, estaba en un callejón sin salida. Se preguntaba el porqué de esos continuos sueños, llegó un punto en dónde ya no sabía si se traba de recuerdos o simples pesadillas de un miedo subconsciente.
Lo único que tenía claro es que le aterraba profundamente.
¿Alguna vez soñó con contraer matrimonio? Claro que sí. Cuando era pequeña su mente se llenaba de sueños inocentes, de colores vivos y felices, imaginando a un gallardo príncipe, salvando su vida de bestias mortales, la imagen idealizada del más gentil de los hombres, protegiéndola, hablando con palabras dulces y amable.
Pasando los años reflexiono más sobre su pasado, presente y futuro, esas imágenes fueron llevadas por el viento tal como la arena.
La figura de su futuro esposo no se ajustaba a la de un Iøunnadiano, esos Indahs que trabaron enemistad con su pueblo desde que llegaron a colonizar ese mundo. Tenía la idea clara de cómo sería su marido sin necesidad de conocerlo, después de todo, se supone que trataría de un usuario de energía Aretę, una de las más abominables cuando de horrores se trataba, el poder de esos usuarios trajo desgracia a los portadores de la energía Aled, usuarios similares en poder pero con características poco compatibles, que con el tiempo incluso olvidaron como usar su propia energía.
«Ánimos Aladed», se dijo así misma, «Estar casada es sinónimo de completa estabilidad, ¿No es así?, Y si es así. . . ¿Por qué me siento tan asustada?»
La imagen de una espada envuelta en un brillo púrpura, la misma que vio en sus pesadillas, provoco que un escalofrío ascendiera por su columna vertebral, la premonición del más grande de los instintos que conservaba. Mantenerse con vida.
Cerros los ojos, fuertemente, tratando de alejar esas imágenes en su cabeza, que cada vez se hacían más potentes.
El nerviosismo no se extinguía, la sensación de estar caminando hacia su ejecución se aplacaba más y más.
—Mi señor todopoderoso —musito Aladed, rezando —. Si fui una buena sierva delante de ti, si alguna vez fui grata ante tus ojos, te lo suplico, líbreme de este mal que me oprime.
Llevó su mano al collar que pendía de su cuello y se aferró a él con fuerza.
—Madre, por favor, si es que estás reposando en tu descanso eterno, junto a nuestro Dios, te lo imploro, intercede por mi ante su altar.
Sintiendo el profundo dolor de una premonición que le acecharía en tierra extranjera, sus ojos se cerraron con mucha más fuerza, y un par de lágrimas saladas rodaron por ambas mejillas.
En lo profundo de su alma volvió a sellar ese tormento que la aterrorizaba, reforzó las cadenas oprimiendo el dolor. No lo dejaría escapar. Llegó hasta allí, no podía retroceder, ni retractarse.
Próximamente, sería la esposa del príncipe de Iøunn.
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