Capítulo XII: Corazón Perverso
El continente Pravána, no solo era conocido por su gobierno monárquico que pasó se generación en generación a lo largo de los años, y que se vio interrumpido por el asesinatos de su príncipe en manos de un Iøunnadiano, lo que catalizo una guerra que hasta esos años no parecía tener final.
La soberanía Pravániana se expandían a diez islas distribuidas en el océano Abbadie.
Una de ellas, un territorio muy limitado por su demografía, población y actividad pesquera era la residencia de un hombre bastante peculiar.
Ese Indah de raza pura, desendiente de una de las familias más dotadas en las artes, recibía el nombre de Chandra de la isla luna.
Era dueño de una gran fortuna, tenía varios hombres y mujeres de raza humana he Indah a su servicio, además de vivir en una prestigiosa mansión ubicada en la región más alta de la isla, dónde la vista al mar era un lujo de pura contemplación, en la cual los problemas políticos y bélicos no lo tenían que alcanzar.
El señor Chandra era un hombre demasiado joven, sus buenos modales y su semblante hermoso lo hacían gozar de carisma en su círculo social, pero fuera de el, se escuchaba a lo largo y ancho de la isla terribles rumores sobre su persona, que los más prestigiosos solo ignoraban, embelezados por las aparentes magníficas cualidades del muchacho.
Uno de los rumores que más circulaba era de que hacía algo con cada mujer que entraba en los confines de su mansión, ese "algo" no estaba bien especificado. Lo cierto era que los lugareños sentían escalofríos cada vez que escuchaba oír que una nueva femina formaría parte de su arte.
La nueva "mascota" (como apodaban los habitantes de la isla a cada mujer que entraba en la mansión de Chandra) se trataba de una simple humana de nombre Hanae.
Esa chica hace unos pocos días se ganó la admiración y aprecio de el señor del lugar, y complementando la ingenuidad de la mujer y los modales seductores de ese Indahs, la joven no tardó en mudarse a la residencia de Chandra.
No había una forma de poder describir el estado de pura magnificencia que sentía Hanae. Se encontraba en el comedor de la mansión. Un sector bien tapizado, alfombrado de rojo, paredes decoradas con pinturas de naturaleza muerta, y llenos de velas de luz azul y naranja que remolazaban la excasa luz que había en la habitación debido a la fuerte tormenta que azotaba las afueras de la residencia.
La muchacha se encontraba desayunando con su amante, nada más ni menos que el mismismo señor Chandra.
Los dos estaban comiendo a justo a ambos extremos opuestos de una gran mesa de madera de roble.
La mujer suspiro extasiada. No encontraba una forma de describir sus sentimientos.
Lo había conocido hacia unos pocos días, y con solo verlo a simple vista allí en el mercado la muchacha quedó totalmente prendada de el.
En su completa ingenuidad, se maravillaba que un ser superior en todo los sentidos a los de su especie se fijará en alguien tan común como una simple humana. Una insignificante fémina de mirada perdida, cara redonda regordeta, y un cuerpo voluptuoso.
Chandra era un muchacho que rondaba en la veintena, poseía una nariz pequeña, rasgos perfilados, ojos rasgados, una larga cabellera obsidiana que le caía hasta más allá de sus hombros, con un mechón de cabello de color carmesí que indicaba el tipo de energía que poseía , Bíah, ese era el nombre que recibía esa energía entre los Indah, el color de su piel era blanco como el marfil y suave como la seda más costosa, no parecía tener ningún defecto, todo lo contrario, su rostro ovalado, sus labios pequeños y rojos denotaban una belleza inigualable, alegando también a su contextura física, delgado pero bien trabajado.
Si algo que mas llamaba la atención de ese joven hombre de raza pura era su apariencia jovial, y armoniosa era sus modales refinados y perfeccionados que hacían suspirar a mas de una sola mujer en reuniones sociales. Su forma delicada de hablar hechizaba a más de una.
—La comida estuvo exquisita —dijo Hanae, sonriendo, mientras se limpiaba los restos de comida de su boca con una servilleta.
—Mi deber es servir lo mejor de lo mejor a una mujer tan encantadora como tú — respondió Chandra, con su típico aire de galantería dedicándole una sonrisa que provoco que el corazón de la mujer volviera a latir rápidamente. Un solo gesto en el semblante perfecto de ese hombre la volvía loca —. ¿Deseas servirte otra ronda? —la voz del joven sonó como un canto angelical, sin ninguna interrupción de promedio, armoniosa y suave.
—No. Estoy bien. Si no estas tan ocupado preferiría... —las mejillas de la mujer enrojecieron recordando la velada nocturna tan salvaje de la que fue partícipe, ahora más que nunca esas sensaciones impregnaron sus sentidos haciéndola más deseosa de seguir teniendo esas increíbles sensaciones.
No lo podía negar. Estaba totalmente enloquecida por Chandra. Una sola mirada de esos bellísimos ojos oscuros la sometían a su merced.
—Quiero servirte un exquisito platillo que yo mismo ordene que preparan. Después de la noche que pasaste necesitas recuperar todos tus fuerzas en alimentos para la siguiente jornada.
El rostro de la mujer se encendió aún más, no esperaba que Chandra fuera tan directo y mucho menos esperaba el muy amable gesto de brindarle una mejor alimentación.
Una mujer humana de tez oscura y vestimenta ordinaria pero elegante se acercó a la mesa con una bandeja, la destapó, reverendo un guisado de carne esquisto que con solo el aroma y la vista lograba hacer que las entrañas de Hanae se removieran de anticipación.
Vio ansiosa como le servían en su plato de oro, olía, se veía bien, agarró el tenedor y un cuchillo cortando un pedazo de la carne del guisado, se lo llevó a la boca, degustando el sabor del platillo, una mezcla de carne algo venosa sazonada, y bien jugosa.
—Esta delicioso—dijo Hanae, sin poder evitar comer más aprisa—, ¿Qué es?
—Un platillo poco usual, la receta que ha pasado en generación en generación en mí familia.
Hanae comió el platillo, más bien lo devoro, expuesta ante la magnificencia de ese sabor.
Cuando terminó su comida, quedando totalmente satisfecha, su amante se acerco a ella, ofreciéndole la mano, un gesto que la chica aceptó gustosa.
—Deseo mostrarle algo —murmuro de forma seductora.
Las rodillas de Hanae flaquearon, estaba totalmente ensimismada en los encantos de ese hombre.
Chandra la dirigió a la habitación contigua. Una especial de sala de estudio. Bien tapizada, con una alfombra de color rojo con dibujos de tréboles dorados, dos mesitas de madera de algarrobo relucientes, un candelero de cristal decorada el techo, una pequeña estantería repleta de papiros que no se habían abierto en varios años, y desde luego una chimenea sin fuego, cerca de ella dos butacas con almohadones. Pero esto no fue lo que llamó la atención de la mujer humana, sino que fue el tallado de una escultura en un rincón de la habitación.
Se dio cuenta en seguida, de quién se trataba, los rasgos bien marcado, una expresión de alegría congelada en el rostro. Era ella. Una versión de Hanae congelada, una estatua.
—¡Es maravilloso! expreso jubilosa la dama —. ¿Acaso soy yo?
La muchacha humana no podía creerlo, había pasado por tanto pesar en el pasado, ahora se encontraba en la sala de estar de uno de los Indah más influyentes de su pequeño poblado, con alimento, vestimenta de lujo, un hombre amable, gentil que decía amarla con pasión y ahora inmortalizó su figura desnuda en una escultura de mármol hecha por sus propias manos.
—Es usted —afirmo Chandra, más para si mismo que para ella —. Cada minúsculo detalle lo grave en mí cabeza.
—No tengo palabras.
—Ahora que mi creación al fin a sido concluida. Solo ella puedo ser completamente inmortalizada en esta tierra, la otra -observo con esos brillantes ojos llenos de desprecio a su invitada —, la otra debe dejar de existir.
La voz de Chandra salió de sus labios como un delicado susurró lleno de maldad, el oráculo que predecía un acontecimiento aún mucho peor, los ojos de este estaban llenos de una malicia que la muchacha humana nunca había visto en el, hasta ese momento, hasta esa revelación que le helo la sangre en sus venas, que puso en cuestión todos los sentimientos y creencias que tenía hacía el.
Hanae se quedó completamente quieta por unos segundos, como si estuviera congelada, todo lo que escuchaba, todo lo que oía, no podía ser cierto, tenía que ser una mentira, un truco inventado por Chandra. Quería preguntarle, exigirle que dejara de bromear, sus nervios estaban de punta, pero no podía hablar.
Solo se quedó allí, expectante, curiosa por lo que podría pasar. El recuerdo de ellos juntos pasando una linda velada a la luz de los veleros de la cuidad se hicieron presentes en su mente, tratando de alejar toda la desconfianza, provocando que su cuerpo siguiera quieto.
Vio como el Indah sacaba de una caja de madera lo que parecía ser una flauta, se llevó la ranura de sólido a sus labios y el instrumento musical de viento comenzó a entonar una dulce melodía.
La música en sus primeras notas fue exquisita, sonora, dulce, era tan magnífica que Hanae se quedó completamente petrificada escuchando esa melodía, no había forma de describir tan magnificencia en ninguna lengua humana, es como si el mismísimo paraísos se hubiera trasformado en música y ella, una simple humana tuviera la dicha de escucharla deleitarse.
Su cuerpo mismo parecía reaccionar a cada uno de sus sonidos que fluían en calma como un pasible arroyo de agua pura y cristalina, un extraño cosquilleo de placer se instalaba en su interior, su corazón latía a un ritmo irregular ansioso anhelando escuchar la cúspide de tan hermosa interpretación.
¡Cual grande había sido ese hechizo musical!. Tal vez el interprete se traba de un Indah, pero era un simple mortal, ¿Cómo era posible que el creador le hubiera otorgado ese regalo majestuosos?.
La magnificencia pura se reflejaba en la música de esa flauta, la propia Hanae olvidó por completo el temor que hace unos segundos se apoderó de su ser, ahora solo contemplaba al hermosos interprete y el sonido angelical de su música.
Sin embargo, con el lapso de los segundos algo cambio. No supo identificar en un comienzo que fue. Una de las notas musicales se escuchó muy aguda, eso no quería decir que la mujer humana salió de su hipnosis, al contrario, siguió con los pies firmes en el suelo, como si ellos hubiera echado raíces. No. Se trataba de otra cosa. La calidez, el placer pacífico y armonioso que hace solo un momento le llenaba el corazón de éxtasis ahora le pesaba, un ligero escalofrío le recorrió la columna vertebral, la promoción a algo más oscuro y siniestro.
Chandra siguió entonando música con su flauta, sus dedos delgados, blancos y finos se movían con tal delicadeza que parecía que estuviera acariciando con el más grande amor su instrumento. De un momento para el otro, sus ojos, que los mantenía cerrados deleitándose de su obra, los abrió de par en par y los guío a su huésped.
Hanae no pudo interpretar de que se trataba esa mirada, pero sus sentidos se pusieron en alerta, el escalofrío se convirtió en una sensación de impresión en el pecho, y su corazón ahora frenético no latía de placer, latía de miedo.
Era una especial de hechizo de ultra tumba, le retumbaba en los oídos, penetraba cada rincón de su mente. Trataba de quitárselo, sacarse esa sensación pero no podía. Era como tener gusanos que comían y caminaba en su propio cerebro, se alimentaba de cada uno de sus pensamientos pasados más temidos, sacándolos a la luz, siendo el cruel reflejo de una espantosa angustia que la quería hacer gritar, pero no podía, por alguna razón que todavía era incapaz de entender no se movía, su lengua no articulaba palabras.
Al fin lo comprendió. ¡Esa música no provenía del paraíso!, ¡Provenía de las más profundas fauces del infierno!, ¡Su interprete era un demonio disfrazado de dulce ángel!
Su mano temblorosa de aferró al cuchillo y sin poder evitarlo, llevo el filo del arma a su brazo. Un fino hilo de sangre adorno su delicado antebrazo. El líquido carmesí caía en gotas abundantes al piso. La mente de Hanae estaba suplicando a gritos que se detuviera, podía sentir el dolor de su propia lección infringida, no era dueña de su propio cuerpo, ahora era una completa esclava de los sádicos deseos de ese hombre.
El ritmo de su propio corazón se sincrónico con la tetricidad de esa composición. Sentía como pequeñas agujas penetraba más y más dentro de su cabeza, robando todo de ella, sus pensamientos, recuerdos, voz, respiración...su propia vida.
Rogó que parará, el palpitar de su corazón, la sangre saliendo a chorros se mezclo con su pánico y las lágrimas que se escapaban de sus ojos.
Chandra prosiguió controlando su títere. Esta vez, hizo que Hanae guiará el cuchillo a su cara, y de una acuchillaba se lastimo de forma profunda la mejilla derecha, la sangre se mezclo con sus lágrimas, un ligero chillido se ahogo en la boca de la víctima, su voz no pudo encontrar el horizonte.
Otra acuchillada más, está vez dirigida a su elegante vestido, corto, y corto con frenesí sus ropas y la dejo hecha jirones.
Cambio el tono de su melodía macabra, la volvió más seductora y atrevida, el interprete se movía al rededor de la chica asustada y traumatizada, como si se trataba de una fiera que aprecia la apariencia de su presa.
La indefensa mujer guiada por el embrujo, comenzó a desvestirse muy lentamente, sollozaba a gritos, intentaba emitir algún sonido pero algo estorbaba su boca, como una mordaza le impidiera el habla. Entre lamentables angustia, se quitó por completo lo que quedaba de su reluciente vestido, sus joyas de oro y diamante, sus finos zapatos, se quito el broche de oro que sostenía su cabello, y lo dejo suelto, finalmente se quitó la ropa interior quedando completamente desnuda a la vista de su torturador.
La macabra sección continuó. Esta vez su títere humano se paseo por la habitación, realizando una danza elegante, moviendo los brazos, las caderas desnudas, la muchacha quería gritar, y no podía, es más, sentía que a cada segundo perdía sus sentidos, ya no podía llorar más, ni murmurar alguna que otra palabra, su autocontrol se esfumaba.
El baile continuó, movía sus manos en un baile equilibrado, erótico, como si en sus últimos momentos de vida le estuviera rindiendo tributo a un dios, su titiritero se consideraba prácticamente una deidad.
En el semblante de Chandra de reflejo la más grande de las satisfacciones. No existía una descripción en lenguas humana para poder definir con exactitud el más puro éxtasis que sentía.
Él sonido de la flauta desgarro todo el control que la mujer tenía sobre sus propias extremidades. No era un ser viviente con autonomía. Se convirtió en una tétrica muñeca de carne y hueso.
La música cambio nuevamente, y en los rincones oscuros de su mente, dónde el hechizo todavía no había logrado alcanzarla, un aullido de dolor y súplica se extendió en esos confines, preparándose para la penúltima función.
Guiada por una nueva nota musical, el cuerpo de Hanae bajo el control de ese Indah, se quedó totalmente quiero, como si la estatua suya que estaba en la sala se hubiera fusionado de alguna forma en su persona.
Una sola nota mortal se escuchó en toda la estancia, la premeditación al acto final, la escena dónde el maestro de la orquesta planificaba su obra de arte culminante.
La mano de la mujer que todavía sostenía el cuchillo, se dirigió a su estómago, trazo patrones y líneas invisibles, como si su captador dibujara sobre su piel. Hasta que de forma súbita, la nota musical de la flauta se elevó a un tono pronunciado y estruendosos y así fue como la muchacha sin poder resistirse se clavo el filo del cuchillo en su estómago.
Una y otra vez. El arma penetraba su cuerpo en estocadas violentas. La sangre caía a borbotones. La mujer gritaba en silencio, ni una palabra podía salir de sus labios cerrados. Lo único que pudo notar es que no solo perdió el control de su cuerpo, también el de sus emociones, su rostro ahora era una máscara sin ninguna expresión a pesar de tal bestialidad, y casi no podía experimentar el profundo dolor que le provocaba cada apuñalada que se autoinfliguia, era como si el hechizo de la música de la flauta fuera una anestesia, hasta eso le arrebataron en sus momentos finales.
El chuchillo se hundió en su carne, más de diez veces, perforando su piel, sus tejidos, en lo más profundo. Cada apuñalada estaba fríamente calculada, siguiendo el ritmo maquiavélico de la música.
Hasta que de un momento a otro la música cesó. Si había parado. Sin embargo, el hechizo permanecía latente en el cuerpo de la chica, no podía mover ni un músculo de su cuerpo mientras su estómago se desangraba dejando a la vista la carne fresca cortada. No entendía que es lo que planeaba hacer ese hombre, de ese hombre disfrazado de carnero no se podía esperar nada bueno.
Chandra dejo de tocar su flauta y la colocó con mucha delicadeza en su estuche. Y se volvió hacia su cautiva mujer marioneta y le sonrió, un gesto que le trasmitía el más grande de los temores a Hanae, una mueca que reflejaba toda la alegría que sentía al realizar esa actividad el goce del acto final.
Chandra bailó hacia la chimenea, lo hizo de forma literal, danzaba al compás de una canción que solo se oía en armonía en su propia cabeza, sus pasos suaves y altivos, llenos de orgullo, felicidad y festejo.
Cuando llegó hasta la chimenea detuvo su danza, agarró rápidamente la espada reluciente de filo que estaba sobre el aparador. Bailando con alegría y la espada empuñada en sus manos firmes se volvió hacia la mujer quita como una escultura.
No podía hacer nada. Hanae sabía que es lo que le esperaba, el miedo le invadió todo el cuerpo. El soplo del aliento pútrido de la muerte se cernía en su espíritu, si pudiera moverse habría gritado, sollozado con toda su alma ante tal destino, se arrepentía de muchas cosas. Sobre todo de ser tan ingenua. El reflejo de la hoja brillante de la espada provoco que su corazón latiera a más no poder, como si su cuerpo tratará de trámite sus últimos vestigios de vida.
—Mi amada ninfa —susurro meloso en el oído de la muchacha convaleciente —, nuestro dúo juntos lastimosamente acaba de llegar a su fin.
Levantó su espada y la hoja de esta brillo intensamente de un rojo carmesí intenso. El fantasma de la misma muerte reflejada en los ojos de Hanae, con una fuerza maquiavélico la dirigió a la cabeza de la muchacha y de una sola estocada la decapitó.
En un abrir y cerrar de ojos, la cabeza cercenada de Hanae cayó al suelo, como si le hubieran sacado esa extremidad a una muñeca, el color y el olor a sangre inundó toda la estancia. Y con un ruido sordo el cuerpo de la chica se desplomo, inerte y sin vida.
—Con la cabeza fuera del cuerpo, se puede apreciar otras cualidades, mi hermosa dama —murmuro Chandra, con una extraña mezcla de dulzura, pero sus palabras no provocaban paz, el horror era lo que reinaba en esa casa.
Chandra miro la mueca de espanto grabada en el semblante de Hanae, un rostro en una cabeza sin cuerpo, el vestigio de una desechable vida humana, algo que se interponía a la magnificencia de su escultura.
Bajó su propio concepto, la había realizado un favor a la muchacha que fue su amante, para el un humano al carecer de lo que ellos llamaban "la energía cósmica" no podían ser más que gusanos que se arrastran por la tierra esperando ser pisados.
Chandra había inmortalizado el montón de carne y hueso que fue la antes conocida mujer llamada Hanae.
Hizo una reverencia a un público invisible, en la dirección donde un cuerpo femenino desnudo con la cabeza cercenada reposaba en la costosa alfombra.
Ese día creo arte. La función había terminado.
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