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Capítulo XI: Preciada Amiga

En medio de la soledad y silencio sepulcral de la noche, la joven Divya Yggdrasil se removió incómoda en el suave colchón de su cama.

No podía conciliar el sueño, era extraño, ella misma se caracterizaba por ser una persona extremadamente dormilona, dispuesta de forma exhaustiva a un largo reposo en las noches. Aun así, conocía a la perfección la razón de esa incomodidad que le asolaba la mente.

Se movió al lado izquierdo de su cama y miro la otra vacía, aún seguía hecha un desastre, su compañera de habitación a pesar de tener buenos modales en el habla y un porte noble, digno de una doncella de la corona, sin embargo, tenía la mala costumbre de ser desorganizada. Sus libros, pergaminos, los recipientes de tinta negra y azul estaban esparcidos por todo el piso, sus notas recientes de estudio seguían en el suelo, ovillos de lana desgastados, y para colmo conservaba insectos venenosos muertos en el interior de frascos de vidrio rellenos de alcohol sobre una mesita sencilla y algunas hierbas medicinales esparcidas por toda la alfombra de la habitación. La alcoba era sencilla, (parte de la filosofía de una Amat Alqadys es despojarse de lo material y ascender espiritualmente) pero gozaba de una peculiar comodidad. La estancia incluía dos camas a ambos extremos de la alcoba, una mesa de trabajo y un pequeño guardarropa.

Los labios carnosos de la muchacha se crisparon en una sonrisa melancolía. Así era amiga, una mujer bastante dedicada a su labor religiosa, sus estudios en el arte medicinal. Una joven que tuvo la dicha de ser bastante letrada.

Ella nunca podría ostentar a ese título. Divyia era una híbrida, una mezcla de raza, entre una humana y un Indah, y aun así, se sintió muy orgullosa al ver los logros de la princesa.

Su corazón estaba lleno de gratitud hacia esa sacerdotisa, fue ella, quien en una de sus múltiples incursiones en su labor como practicante, llego a los barrios bajos de la ciudad, la había encontrado y por alguna razón le dio una labor, alimento, educación y un techo donde vivir.

Se enteró con pesar de los labios de la máxima sacerdotisa que su señora se iría al extranjero. Tal vez, jamás la volvería a ver.

La princesa Aladed sería una extraña, en tierra extraña.

Divya no había pensado mucho en su futuro o propósito. ¿Cómo lograría alcanzar una meta finamente planeada cuando estaba condenada a recibir piedras?. Ella era una híbrida, la mezcla entre dos especies intocables, una que había llegado a esa tierra desde las estrellas y una que fue formada del polvo. Estaba destinada a tener una vida corta, sin mucho esplendor. Eso le había remarcado su padre una y otra vez antes de suicidarse por la muerte de su esposa.

La joven mestiza en sus primeros años, creía que el significado de su propia existencia radicaba en haberse convertido en la asesina involuntaria de su madre.

No conocía a detalle cómo fue su progenitora, lo único que tenía en claro era que su aliento de vida provino del fallecimiento de esa desconocida mujer. La mezcla de sangre, el alma impregnada de energía cósmica nunca sería compatible con una vacía, y eso dio como resultado la muerte de un ser viviente y el surgimiento de uno nuevo.

Parece que las mismas personas de su entorno jamás valoraban las pequeñas acciones. Fue ese gesto de amabilidad que tuvo la princesa hacia ella lo que produjo que la joven Divya se sintiera más valiosa que un cascarón vacío esperando a la benefactora muerte.

Se convirtió en un miembro de la guardia personal de doncellas que protegían a las sacerdotisas y para rematar, Aladed le había obsequiado la dicha de la amistad verdadera.

Desde ese momento, la vida misma cobro un nuevo significado para la Jovencita. Uno donde podía disfrutar plenamente de la felicidad sin sentir un desprecio hacia su persona.

Mañana por la mañana se iría.

Esa pequeña Indah partiría como un marinero en búsqueda de aventuras hacia lo desconocido, pero en su terrible caso, no habría grata recompensa en su viaje.

«¿Qué harás Divyia?. ¿Quedarte en este lugar solo, dejando atrás a la mujer que te ha salvado? Prácticamente, le debes la vida. Si no fuera por ella... quien sabe dónde habrías terminado. Mi padre... él siempre me había dicho... que solo era una monstruosidad, un terrible error, una asesina, una niña a la cual su supervivencia dependía únicamente su naturaleza incompleta para seguir viva. Pero cuando ella me encontró en esas terroríficas calles... ¡No!, ¡Laenat!, no la dejaré irse. Mañana mismo empacaré mis posesiones e iré junto a ella a esas tierras malditas» medito en silencio.

Acomodo su almohada, y se forzó a cerrar los ojos.

No permitiría que la persona que más admiraba fuera el blanco de la desdicha y tristeza, siendo alejada de su patria. Estaría a su lado, no la abandonaría, no cometería el mismo error que su padre.

***

Cuando los primeros rayos del sol arribaron anunciando la venida de un nuevo día, Divya seguía reposando en su cama. El sueño la había consumido por completo, llevándola a un estado sin ausencia de alteración.

Desgraciadamente, a pesar de tener fuertes convicciones para la preparación mañanera, tenía una gran debilidad al momento de levantarse de su cama, pero desde luego, cuando estaba despierta, sus energías se presentaban al máximo

—¡Por Alqadys ! —exclamo Divyia levantándose de su cama de un salto —. ¡Me quede dormida!, ¡Dios mío, has que fuego y azufre caiga sobre la cabeza de esta insensata muchacha!

Con toda la rapidez que su cuerpo era capaz se vistió con manto de Abaya color marrón, se colocó su velo y calzo sus pies con unos zapatos de cuero modestos.

Divisó la posición del sol y cuando calculo el horario promedio, sintió alivio, todavía no era mediodía. Entonces, los barcos no habían partido del puerto Eram.

La joven empezó a caminar en su habitación de un lado a otro metiendo en un saco de cuero todo lo que podía. Se amarró alrededor de su cadera un cinturón donde pendía su Chakram, la única arma circular arrojadiza que se le tenía permitido poseer por su estatus de protectora de una Amat Alqadys.

Se postró de rodillas sobre la alfombra y empezó a rezar en la lengua ancestral de los habitantes del continente Rhiannon. Su oración la realizo lo más rápido posible, sabía que tal vez estaba faltando al respeto a su Dios e incumpliendo las normas, aun así tenía la certeza, su falta sería perdonada al albergar una razón noble en su incursión.

Cuando concluyo su "oración del amanecer " se puso de pie, pero, antes de abrir la puerta para salir de su cuarto, recordó que todavía sus rezos no habían terminado. Faltaba la oración personal.

—Todopoderoso en esta mañana te agradezco por la vida que me has dado. Bendice mis días y mis noches.

Divya se puso de pie de un salto. Sin embargo, se le vino a la cabeza otra solicitud, por lo cual se postró nuevamente.

—¡Ah! Celestial misericordioso, te ruego que no permitas que mi ama no parta del puerto sin mí, bendice su vida y dale fuerzas para...

«¡Oh que estoy haciendo, estoy llegando tarde!»

—Gracias mi Dios —dijo con rapidez, y salió corriendo de su habitación.

Estaba bajando las escaleras rápidamente, y no pudo evitar llevarse por delante a una de las femeninas del sacerdocio.

—Oh disculpe máxima sacerdotisa. Iba distraída.

La anciana mujer esa mañana tenía una apariencia más tétrica de lo normal.

—Casualmente, iba a tu habitación para entregarte esto —le extendió a la joven mestiza una bolsa de cuero repleta de monedas —, la hermana Rahab me dijo que te lo entregara, es de la princesa, un regalo exclusivo para ti.

—¿Por qué la princesa me entregaría algo como esto?

«Ni siquiera se atrevió a despedirse de mí» pensó tristemente Divyia, apretando la bolsa llena de monedas.

—No lo sé. Tu señora tendrá sus motivos.

Divya descarto ese regaló. Su mente estaba llena de preguntas sin respuestas y en la soledad de esa casa no encontraría lo que buscaba, necesitaba ir con ella.

Se alejó de la máxima sacerdotisa. Una manera de llegar sin problemas con la princesa era tener las avenidas y calles libres, pero no era posible. La segunda opción era volar por los cielos sobre la ciudad y llegar al puerto.

—Señorita Yggdrasil —la voz ronca de la anciana sacerdotisa detuvo el andar de la nombrada —. Está advertida, desde ya, que si planea irse con la princesa no podrá regresar a rendir sus servicios como protectora de las doncellas iniciadas en la casa sacerdotal.

—Eso lo tuve muy claro desde el principio —respondió Divya sin mirar a la anciana mujer, y alentando sus pies a correr fuera de la estancia.

Llegó a las caballerizas. Tuvo suerte, el pegaso oscuro no se encontraba, pero sí el de hermosas alas blancas.

—Uzza. Escucha por favor —suplicó acariciando las crines del pegaso.

El dócil animal saltó un relincho y movió la cabeza como si le estuviera, indicando a Divya que tenía toda su atención.

—Tú ama marchará a una tierra muy lejana. Tal vez nunca la vuelvas a ver y planeo irremediablemente acompañarla.

—Entiendo. Te prometo que la protegeré, ese es mi deber.

A Divya no le importo lo que conllevaba alzarse por el cielo sobre un corcel alado el último día de la semana, según su calendario. Ese día era sagrado. Por lo tanto, tendría que pagar una gran suma de dinero por su infracción.

La joven se aseguró con firmeza a la silla de montar, azuzó al pegaso y el magnífico animal extendió sus alas emplumadas y levantó vuelo.

No era la primera vez que Divyia montaba un pegaso. Sin embargo, siempre mantenía al animal a una altura promedio con respecto al suelo bastante aceptable. Ella se encogió en su silla de montar, cerro los ojos, y apretó con nerviosismo las riendas mientras sentía el viento cálido golpeando en su rostro, tratando de apoderarse de su hiyab.

Desde las alturas contempló su ciudad natal. Tal vez Æsir no era el sitio perfecto, sin embargo, no podía negar su belleza particular.

El fino tejido urbano de las ciudades tenía calles serpenteadas, los barrios principales construidos en torno al centro de adoración de su única deidad suprema. Él tembló principal de Alqadys hecho de mármol, pintado de un brillante azul cielo con sus escaleras que daban ascenso a la entrada principal, las columnas firmes sostenían parte de la construcción y dos hermosas cúpulas.

La franja color celeste en el puerto era el río Éter, desembocaba en el mar Nubial, y este, a su vez, lo hacía el océano continental Abbadie. Este le daba una apariencia más agraciada a la ciudad, con su notable arquitectura basada principalmente en columnas, arco y cúpula, el fértil río añadía una notable templada y armonía espiritual al paisaje.

—Es increíble. Nunca pude... verla de este modo —expresó maravillada.

A la mente de la muchacha arribaba la naturaleza propia de un Indah con respecto al amor romántico. Según tenía entendido, la mayoría de los participantes puros de esa raza proveniente de las estrellas lograban conectar con su pareja de una forma más halla de la realidad misma.

Divyia no estaba interesada en como funcionaba ese lazo entre "la especie dominante " pero no evito sentir pena y angustia por la princesa. Aladed contraería nupcias con un completo desconocido, estaba condenada a abstenerse de poder experimentar la denominada "conexión cósmica".

También había una cuestión que la inquietaba aún más... ¿La princesa se marchó sin despedirse para deshacerse de ella?. ¿Quería tener un modo práctico para irse sin compañía porque sentía que Divyia al ser una híbrida la avergonzaría?.

Tal vez, Yggdrasil solo era una chica quinceañera con la apariencia de una mujer de veinte años, sin embargo, no podía poner en duda esa odiosa espina interrogante que siempre velaba en su conciencia.

Cuando Divya (entre la muchedumbre que intentaba evadir) logro verla con la claridad y acercarse lo suficiente hasta tenerla justo frente a ella, noto que princesa estaba de espaldas a ella, cargaba un bebé envuelto en pañales. La madre y el padre de la criatura sonreían encantados y gustosos al ser su hijo el portador de los buenos augurios de una mujer sagrada.

La princesa lucía... feliz. Allí entre los ciudadanos Indah que la alababan. La joven híbrida descubrió la identidad de la madre del bebé que su señora mimaba entre sus brazos con todo esmero. Si estaba en lo correcto se trataba de Halima Kala ,una mujer de clase media que había sido atendida y aconsejada por la sacerdotisa Rahab y Aladed Hasbun en su etapa de embarazo, y debido a una complicación en el nacimiento del bebé la princesa se vio en la obligación de ser su partera.

—Que el todopoderoso te bendiga, dulce niño —dijo Aladed, en tono dulzón, mientras ponía su dedo índice en la frente del pequeño y lo acariciaba con gentileza.

—Está tan calmado, ¿verdad, esposo mío? —murmuró la mujer felizmente, dirigiéndose a su marido —. Parece que solo acepta que dos mujeres lo carguen, quien la creo y quien la trajo al mundo.

—Sí. Siempre es un niño muy caprichoso —bromeó el marido acariciando el hombro de su esposa.

—Mi lady —llamo Divya a espaldas de la princesa.

Al escuchar la voz de su amiga, Aladed beso con delicadeza la cabeza del niño y se lo entrego con la mayor delicadeza a su madre.

—Disculpen —, se excusó la princesa —, yo tengo que...

—No debe disculparse — recalco la madre de la pequeña criatura —. Mi señora, muchas gracias por su noble atención.

Haciendo una reverencia, ella y su marido se retiraron fuera del alcance de la mujer sagrada.

Muchas mujeres cuchicheaban repletas de disgusto al ver como una desconocida ocupaba toda la atención de la sagrada sacerdotisa mientras ellas deseaban la bendición para sus familias.

—¿Qué hace usted aquí?—, Aladed se volvió hacia su amiga con el sonido de su voz cargado de reproche —. Deberías regresar a la casa sacerdotal.

—¿Estás hablando en serio?, ¿Cómo pudiste irte sin despedirte?

—No deberías haberme seguido. Le di la oportunidad de comenzar una vida nueva, no la debes desperdiciar.

—Pero... ¿Acaso pensó en lo que yo quería realmente?

—Yo...

—Sé muy bien lo que quiero —dijo Divya con total confianza —. En este lugar no me espera nada. Mi hogar es mi familia y tú eres mi familia.

—No. Esto es algo que solo me corresponde a mí.

—Lo que tú hiciste hace varios años... —Divya hizo una pausa prolongada, inquiriendo con temor en lo que estaría, apuntó de preguntar —, ¿Tu gesto de nobleza hacia mi persona solo fue un deber que debías cumplir como una Amatt Alqadys o fue por qué realmente viste algo especial en esa subía muchacha híbrida analfabeta de la calle?

Aladed se quedó sin palabras, parecía realmente confundida por las palabras de su amiga.

—¿Qué? —inquirió, como si no creyera lo que Divyia le estaba cuestionando —. Sahiba Yggdrasil. Si usted cree que solo la saqué de ese mercado para hacer hincapié en lo que los demás digan de mí, señalando mi hipotética nobleza, entonces no me conoce en realidad. No soy una buena Indah y tal vez jamás lo seré.

—Debo acompañarla. ¿Qué clase de amiga sería si la dejo a merced de los lobos mientras salvo mi vida?. Por primera vez he visto que puedo decidir mi futuro, sabes muy bien... que, aquí, en esta ciudad, no me queda nada a lo que aferrarme, solo una historia pasada que quisiera olvidar.

—Cada vez que la miró a usted veo a la hermana que nunca pude tener. Me salvo la vida hace años —Divya bajo la cabeza, quedando sin palabras por un momento —, es momento que te pague con la misma moneda.

—Princesa Aladed —un hombre uniformado, con el rostro cubierto, portando una lanza, se acercó a la princesa —. Es momento de zarpar.

—Reserven un camarote en la nave, —ordeno la muchacha haciendo un movimiento con la mano—, una nueva pasajera se sumará a la tripulación

—Como ordené mi princesa.

El soldado hizo una reverencia, y se internó dentro del navío.

—¡Laenat! —exclamo Divya, de forma muy sonora —. Ánimos mi señora. Siempre se dice que la mejor experiencia de los viajes es cuando no sabes qué esperar de ellos.

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