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Capítulo X: Huéspedes

"Disfruta de la calidez del fuego hogareño, joven amigo, de las lamparas de aceite con su luz azulada y amarilla, de la presencia de tu amada y señora, pues las nubes se acumulan al norte, anunciando la venida de la tormenta"

Canto I :"Estrellas pérdidas"

Las dos lunas gemelas alumbraban el firmamento repleto de estrellas, una luz tan armoniosa y celestial representaba un augurio de buena suerte entre los Iøunnadianos.

Esa luz duplicada, dejaban a la vista sin ningún problema el sendero terroso que transitaba el príncipe Aldebarán en compañía.

Evander Onassis acompaño a Neydimas y a sus cinco soldados de la guardia personal a salir del monte. Caminaba tranquilamente junto a su amigo, sosteniendo las riendas de uno de los corceles, observando de vez en cuando el semblante de sus nuevos anfitriones.

Gracias a la preciada luz lunar, notó que aquel campesino que se hacia llamar Claus Agneta no poseía un mechón colorido tan distintivo entre los Indah. No sabía si sus compañeros lo notaron, llegó a la conclusión de que ellos mismos estaban absortos en sus propios cuchicheos privados para presentirlo, y si se traba de un híbrido el portaba el apellido de su cónyuge, los Indah tenían una ley universal que dictaba que ningún humano podría portar un apellido, al menos que esas " razas menores " se uniera en sagrado matrimonio con un Indah sin mezcla de especie .

El joven guerrero supuso que se trataba de un humano, o tal vez de un mestizo, era natural que por esas tierras las "razas inferiores" se encontraran en mejores condiciones de vida. No se podía decir lo mismo en la capital del continente, pues la esclavitud otorgaba gran renombre.

Él no se dejaba guiar de forma exclusiva por los prejuicios que se formaban en torno a los humanos, viajar de un lado a otro acarreó consigo nuevos ideales, también su mejor amigo gozaba de ideas no exclusivas de un Edenita , y todos los miembros de su guardia personal sabían muy bien que mientras estuvieran bajo las ordenes de su príncipe los comentarios ofensivos o la violencia hacia humanos sería la fuente de un severo castigo.

A pesar de su ascendencia, su anfitrión  mostraba ser un padre cariñoso, en todo el trayecto, caminaba al lado de su preciada hija abrazándola y susurrando palabras consoladoras.

Neydimas también estaba pendiente de la inquieta muchacha, él ya se había enfrentado a una situación similar en sus años como estudiante, y ordenó a sus soldados que caminaran alejados a una prudente distancia del padre y la muchacha, ofreció al señor Claus su corcel, en caso de que la chica agredida sufriera algún colapso nervioso o estuviera demasiado cansada.

Siguieron un sendero terroso, rodeado de pastizales con finas capas de rocío, ascendieron por unas colinas, y divisaron al frente una construcción sencilla. El hogar de la familia Agneta, una vivienda simple, construida principalmente de argamasa, el tejado de paja. La casa se acordaba a las expectativas del estatus social y culturas de una correspondiente casa Iøunnadiana de familias de "razas distintas".

—Bienvenido, esposo mío —dijo una mujer de tez clara vestida con un túnica de algodón, esperando a su marido al umbral de la casa.

—Buenas noches, madre —saludó la hija adentrándose en el interior de la residencia, con paso rápido y ágil.

La ama del hogar noto a los recién llegados, y su expresión de felicidad cambio a una de turbación.

—¿Quiénes son estos hombres, mi querido esposo? —pregunto la mujer con desconfianza, mirando de soslayó a los hombres uniformados.

—Serán nuestros huéspedes esta noche, mujer —respondió el marido, tranquilizando a su esposa —.Cuando estábamos en el monte, nos atacaron y estos hombres nos salvaron.

—¡Oh, por los dioses! —exclamó la mujer angustiada —le dije a esa niña que no lo acompañara y ella pudo...

—No pienses en eso, mi señora esposa. Sabes muy bien que eso alterara aun mas tus nervios. Por favor, has pasar a nuestros invitados.

—Si, claro —la mujer, dueña del hogar, hizo un ademán con la mano —. Por favor, pasen nobles caballeros.

Los hombres se adentraron en la humilde estancia iluminaba por la luz roja y azul del fuego de las lámparas . El piso era de tierra, las paredes estaban blanqueadas con cal, el techo plano provocaba que algunos de los recién llegados  tuvieran que agacharse ligeramente.

El príncipe vio como el hombre de la casa le susurraba algo al oído de la mujer y está cambió de expresión súbitamente, miro al muchacho de ojos púrpura con entusiasmo reflejado en su semblante.

—Gracias por su hospitalidad — agradeció Neydimas, haciendo una ligera inclinación de cabeza en señal de respeto a sus anfitriones.

—Deben tener hambre, por favor tomen asiento junto a la mesa, traeré la cena —dijo la mujer amablemente —, pueden dejar sus armas en el suelo, no hay ningún problema.

Los siente hombres asintieron, se despojaron de sus escudos pesados, hachas, soga, lazo, espada y lanza.

Menos Neydimas, el optó por seguir teniendo su canalizados de energía y su espada, casi nunca se separaba de sus armas.

Los huéspedes se sentaron a gusto alrededor de una mesa hecha de madera de olivo, con el señor Claus Agneta en la cabecera.

La cena fue servida por la señora del hogar, consistía en pescado asado, pan de cebada, queso de cabra y vino bien fermentado. La esposa e hija mayor (que los viajeros habían socorrido en el monte) también compartió la cena, se era costumbre que a la mesa estuviera presente solo los familiares de edad adulta.

La comida fue servida en platos de terracota, debido a la escasez de utensilios los huéspedes tuvieron que asir los alimentos con las manos. 

Por esa razón, Neydimas a penas probó bocado, en ningún momento se quito los guantes, y comer con las manos sucias o cubiertas se consideraba una falta de respeto culturalmente entre los Iøunnadianos.

La joven hija mayor estaba sentada frente al príncipe, comía lentamente, mirando de vez en cuando a su salvador, ya había dejado de temblar de forma compulsiva y sus ojos grises se estabilizaron, después de vivir tan cruel trauma, su corazón guardaba un enorme sentimiento de gratitud ante esos hombres.

—Y digan me señores. ¿De donde son? Y ¿ a donde van?.

—Me temo señora que eso es confidencial, el ejército es muy estricto en lo que respecta al trasladó de sus soldados a otras divisiones —dijo Evander con amabilidad, bebiendo el vino de su vaso.

—Entiendo —murmuró la mujer —, que bueno que ustedes estaban por estos lugares, no imagino lo que hubiera pasado si no hubieran ayudado a mi señor esposo, y a mi hija.

—Supongo que es lo que todo Indah honorario debería hacer —dijo Jab Talía, mientras se lamia los dedos recubiertos de queso de cabra.

—Uff, niña —suspiró la madre con frustración, con una mirada grave dirigida a su hija —. Te dije que no deberías haber ido, se que te preocupas por tu pequeño hermano, pero no puedes estar fuera de casa después de la puesta de sol, ir paseando de un lado a otro en medio de la noche por la cuidad, ¡¿acaso has perdido la cabeza?!. Esposo mío, ¿Qué le pasa a la juventud en esta era ?

—Madre no exagere —replicó la muchacha, por primera vez, desde la llegada a la residencia articulo palabras sin voz entrecortada,  seguía teniendo un ligero espasmo corporal, señal de que aún conservaba el vestigio de esa horrible situación, pero sus ojos vigorosos trasmitían una seguridad genuina —. No volveré a salir de casa después de la tarde, lo prometo.

—Eso esperó —reprochó la madre, comiendo el pescado asado.

—Fue culpa mía, no debí llevarla. Los dioses conocen sus nobles corazones caballeros, es una lastima que esos mendigos no piensen igual. Por largo tiempo nos han estado acosando incesantemente- agrego el padre. 

—No te culpes por eso —musitó la dueña del hogar a su marido. Su semblante se puso serio al escuchar el sonido de los llantos de un bebé que provenían de la habitación continua.

—Por los dioses, tarde casi toda la noche en ponerlo a dormir. Megara, ¿le diste la medicina que trajiste del pueblo a tu hermano?

—Si, madre.

—Por favor, ve a calmarlo, después de mi eres la única persona que más quiere.

La muchacha se levantó de su escudilla, deseo a sus huéspedes buen provecho y se encamino a la habitación marital de sus padres donde yacía su pequeño hermano.

Neydimas Aldebarán casi no había privado bocado alguno, tenia en su cabeza otras razones por las que preocuparse.

—Rossi —el príncipe le dio un ligero codazo a su acompañante en la mesa que ocupaba el lado izquierdo.

—¿Si señor?

—Deme un trozo de pergamino y algo de tinta.

El joven Rossi, se levantó de su asiento, asió su bolso tirado en el suelo, hurgo en los bolsillos y encontró el trozo desgastado de un viejo documento inservible y algo de carbón, no era tinta, pero serviría.
Se la tendió a su capitán y este escribió de forma legible las siguientes palabras indignas:

"Ατη"

—Señor Claus Agneta. ¿Conoce el significado de este símbolo? —inquirió Neydimas, enseñando las letras.

—Nunca lo he visto, mí señor. ¿De que se trata?

—Estas letras son utilizadas por los carceleros para marcar a los prisioneros —explicó el joven príncipe, doblando el trozo de pergamino y guardándolo en su cinturón de cuero —. Simboliza el mismo mal del crimen que representan, por eso se los tatúa con esta representación grotesca a aquellos que tienes cadena perpetua, sentenciados a morir calcinados, decapitados, la horca o lapidación.*

—Que horrible —musitó la dueña del hogar —, no pudo creerlo, creí que...

—Esos hombres han estado hostigando a los aldeanos en el pequeño poblado cercano a mi granja, sus seguidores roban y saquean las casas, la alcaldía es regida por ellos, yo...me había negado a pagar los impuestos que debía a través de la cosecha, necesitaba la cebada y el trigo para alimentarlos. Las cosas no son fáciles, con esta guerra, la mayoría de las fuerzas militares no están presentes a resolver los conflictos internos sino los externos.

—Donde están las vigilantes cuando uno las necesita — farfullo Jab Talía. 

—Tienen razón. Los problemas internos de una nación pueden duplicar los externos. ¿Qué opina, señor Adrián? —pregunto Evander, mirando a su amigo. Esperando una respuesta de acción, el no estaba dispuesto a irse de ese lugar sin antes resolver la situación.

—Mañana podríamos...realizar una pequeña visita a esa aldea —respondió el príncipe, con la mirada gacha.

                     
                     ***
                  
La noche ascendió, y la hora de dormir llego, las mujeres de la casa se internaron en sus habitaciones para reposar. El marido paso a la sala de estas con sus huéspedes de forma correspondiente, el jefe de la familia trabó una conversación agradable con Aron Baronte que siempre era muy comunicativo, les servía vino a sus invitados y de vez en cuando Claus Agneta intentaba que Neydimas  Aldebarán formara parte de la platica.

Sin embargo, Evander conocía de modo regular las andanzas de su amigo, el nunca era muy comunicativo, solo hablaba lo necesario y escuchaba lo necesario. Él joven príncipe se sentó solo en un rincón, alejado de la charla expandida en la sala, con las manos enguantadas sobre el mentón y sus ojos fijos en el oscuro techo.

Evander Onassis suspiro con pesadez, estaba claro que su amigo se sentía arisco al tener que retornar a su cuidad natal, por otro lado, Onassis no compartía el mismo sentimiento, su corazón latía a un ritmo fuera de lo normal al recordar el rostro de la dama que lo estaría esperando. Sus labios pálidos se contrajeron en una sonrisa imaginando el rostro alegre de bienvenida de su mujer, por más de sesenta días y sesenta noches no había tenido noticias de ella, debido a sus viajes y al cambio continuo de guarnición se le era imposible recibir correspondencia directa. Se permitió imaginar la cara que pondría cuando ella lo viera por primera vez, el canto alegre que practicaba cada noche para un ensayo, sus manos manipulando las flores del jardín de su casa que ella cuidaba con esmeró, y desde luego una que otra fuerte queja y reprendida de su esposa cada vez que el se abstenía a colaborar con alguna tarea o se quedaba a dormir hasta tarde.

El joven Onassis solo pudo tener dos años de matrimonio plenamente entregado a el compromiso con su esposa hasta que el mismo tuvo que irse de la cuidad, siendo uno de los hombres más calificados para establecer un escuadrón de protección personal al príncipe ,(aunque Onassis estaba mas que seguro de que su amigo tenía todo controlado) en medio de la falta física de su esposa descubrió que no se trataba de puras patrañas ingenuas lo que los Indah casados decían, parecía que a pesar de la distancia geográfica inmensa que lo separaba de su mujer la vinculación seguía siendo tan fuerte como el día que el le confeso su amor, era algo extraño, no comprendía como debía explicarlo y también su compañera de vida parecía sentirlo.

En esos momentos ,lo que anhelaba con todo el alma era sentir el cálido fuego de la chimenea de su casa, mientras recitaba cánticos junto a su esposa. El llamado a la aventura, es una dulce tentación en el corazón del hombre. Evander lo experimento en carne propia, pero aquello, vivir día y noche protegiendo su vida y la de sus compañeros, no era algo a lo que quería estar destinado por toda la eternidad. Neydimas, por otro lado, no parecía importarle ese vacío punzante que se siente al tener lejos a un ser querido, él tenia una misión que cumplir y hasta que no lo hiciera no se establecería como el gobernante que estaba destinado a ser. Y allí estaban, hombres que sobreviven a las batallas hospedados en una cómoda residencia hecha y habitada por gente común.

El estado meditativo del muchacho fue interrumpido por el sonido de los suaves pasos de una niñita de cabellos castaño y ojos grises acercándose hacia él, y el suave pelaje de un animal haciendo tacto en sus piernas desnudas.

Una curiosa criatura estaba frotando su cabeza peluda en la pierna derecha de Neydimas, era un Kwëlli, un ser  similar a un hurón, tenia el tamaño de un gato domestico, los ojos rojizos como dos pequeños puntitos en su cráneo y unos cuernitos planteados.

—Lo siento mucho señor —dijo la niña, acercándose a su mascota y tomándola entre sus brazos. La había estado persiguiendo por toda la casa para dormir junto al animalito y escapó del dominio de su ama.

Neydimas solo movió la cabeza a un costado posando su vista en una de las lámparas de aceite sin darle mucha importancia a la pequeña niña, y sin embargo, esta última no parecía querer retirarse, lucia genuinamente interesada en el rostro del muchacho.

—¡Hermana tenía razón! —exclamo asombrada, apretando aun mas a su mascota entre sus brazos —, padre, ¡mire!, tiene los ojos violeta.

Todos en conjunto miraron a la infante pasmados ante ese arrebato de confianza en sus palabras. Parecía que esa niña, no se dejaba intimidar por el porte altivo,  y meditativo que poseía el joven Aldebarán.

—Hija mía, por favor, deja de molestar a nuestros invitados —le reprochó el señor Agneta a la niña sin levantarse de su silla de respaldo alto.

—No, no...esta bien...la curiosidad forma parte de todo infante —enfatizó Neydimas, sin tener el mas mínimo indicio de molestia o fastidio en su pálido semblante.

—¡Esplendido! —dijo la niña sin poder dejar de ocultar su emoción, parecía ser una pequeña muy imperativa —. Nunca conocí a un Indah con un color de ojos tan raro, ¿Es verdad que alguno de ustedes pueden crear armas?

—El nombre correcto es invocación de armas —corrigió el muchacho con cierta molestia, pero sin dejar de mostrarse amable —. No es algo que cualquier Indah pueda lograr, requiere años de práctica y dedicación innata.

La pequeña niña mestiza no parecía entenderlo, y como respuesta a la incógnita de la jovencita, Aldebarán desenfundó del cinturón su canalizados de energía cósmica, lo empuño con firmeza con su mano derecha y de forma sorprendente toda la luz de la estancia fue opacada por el refulgir de una hoja de plasma, asemejándose a la autentica apariencia de una espada violeta brillante.

—Maravilloso —murmuró la niña asombrada, con sus ojitos marrón iluminados por el reflejo de la luz del arma invocada.

En toda la habitación, los presentes también sentían una ligera sensación de estupor, sus soldados lo habían visto realizar una invocación cientos de veces, y sin embargo, seguía siendo impresionante.

Evander sonrió alegremente, ver a esa niña encantada por ese truco especial que resaltaba la habilidad de su raza le trajo a la memoria el inconfundible recuerdo nostálgico de sus días primeros días de entrenamiento junto a su primo, teniendo como maestra a la Berenice Atlas.

—Es todo un proceso...pero...en determinadas circunstancias un Indah no pude realizar de forma correcta una invocación, a pesar de ser muy útil, solo se recomienda usarla exclusivamente con un adversario duelista.

—Es increíble —mascullo la niña emocionada —, cuando sea grande como mi hermana mayor voy a ser entrenada y seré tan poderosa y fuerte como la cazadora de monstruos.

Los presentes sonrieron ante la ternura, y el sueño que casi parecía imposible para un Indah de clase baja.

—¿Usted sabe quien fue verdad? —susurró la pequeña en tono confidencial, acariciando con su mano izquierda a su mascota.

Se notaba que su inocente corazón guardaba una profunda admiración por la legendaria guerrera. Neydimas no respondió, no podía revelar esa información.

¿Conocía a Berenice Atlas?, la había conocido a la perfección, fue el modelo de figura materna que nunca tuvo en su círculo familiar.

—Bueno ya es suficiente —interrumpió el jefe de la familia, agarrando la tierna mano de la niña y apartándola de el príncipe —, no molestes al joven soldado, hija mía.

La niña hizo un puchero de insatisfacción.

—Yo quería seguir aprendiendo.

—Ya es hora de dormir —le recrimino su padre, dándole unas gentiles palmadas en el hombro a su hija —,ve a tu cama.

—Esta bien —suspiró la niña resignada —, fue un placer conocerlo señor.

La chiquilla hizo una ligera inclinación de cabeza en señal de respeto, el joven Aldebarán le correspondió el gesto, y la infante salió corriendo con paso firme a su habitación.

—Nobles caballeros, creo que ustedes también deberían reposar. Deben estar muy exhaustos.

—En realidad no es una mala ideal — afirmo Jab bostezando.

—Si les parece bien. Colocare un par de cobijas en esta habitación y alguno de ustedes pueden reposar en la alcoba de mi hija mayor.

—Muchas gracias señor, creo que no sería un problema quedarnos a pasar la noche. ¿Verdad? —preguntó Evander dirigiéndose a su superior en rango.

—Me parece aceptable —contestó el príncipe con voz neutral.

—Deberían reposar, me encargare de hacer guardia, aunque...dudó mucho que nos ataquen —sugirió el joven Onassis. Se sentía apenado por el creciente estado de ansiedad de su amigo, sus facciones estaban cada vez mas tejidas por el cansancio y el exhaustivo esfuerzo. No dormía bien, es más, casi nunca dormía, y eso traería consecuencias serias en su cuerpo y mente.

—Bien. Cerrare los ojos unas horas ,debes despertarme con la llegada de la aurora.

Aldebarán se adentro a la habitación perteneciente a la joven campesina Megara Agneta.

La estancia era pequeño, con un amueblado sencillo, carente de alguna ventana, iluminaba por tres lámparas de aceite colocadas delicadamente sobre una mesa hecha de madera de Ciprés. La cama era un marco de madera con correas de cuero entrelazadas que sostenían un desgastado colchón, sobre el cual se colocaba una cobija.

El muchacho se acostó sobre la cama, se removió un poco incomodo, no recordaba la ultima vez que durmió sobre un colchón. 

Escuchó los pasos de uno de sus soldados bajo su mando entrando en el aposento.

Se trataba de Jad Talía tendió en el suelo unas cobijas y se recostó sobre ellas sin dirigirle la palabra a su superior.

Neydimas comenzaba a sentir como cada parpadeo se volvía algo realmente infernal en sus ojos, como pequeñas ajugas incrustadas. Desde luego sabía la razón de esa dolencia y tenía la medicina perfecta.

Dentro de uno de sus cuatro bolsillos de cuero en su cinturón saco un pequeño frasco de vidrio, este contenía un líquido transparente, saco el corcho que lo tapaba y vertió de forma delicada unas gotas de ese fluido en ambos ojos.

Parpadeo varias veces, intentando que el producto penetrara en sus córneas todo lo posible, después de todo no poder hidratar sus ojos con normalidad solo era un problema simple comparado con toda la carga que siempre había llevado a cuestas.

Finalmente el guerrero amatista  apoyo su cabeza sobre sus manos enguantadas, cerro los ojos, esperando y deseando que el sueño lo lograra atrapar.

                    ***

Entre un conjunto de estrellas titilando, el polvo del cosmos girando en torno a un centro gravitatorio. Los pensamientos del príncipe eran más caóticos. En ese incipiente remolino veía el rostro de su padre criticando a gritos a un niño pequeño, los ojos de su madre repletos de decepción y después...la mirada amable y pasible de una mujer. La vaga vista de montañas, valles y mesetas conforme una aventura era trazada en torno a un continente sin explorar. El semblante serio de una mujer  representante de los Pravánianos afirmando que no habría tregua ni rendición. El aroma de carne quemada por las potentes flamas del fuego azul. El sonido de gritos y sollozos de mujeres desconsoladas, madres que replicaban a gritos la muerte de sus hijos en batalla y escupían las botas del príncipe culpándolo de la muerte de sus jóvenes muchachos. El zumbar de una espada de plasma violeta que al brindar estocadas a su enemigo parecía el potente bramar de los rayos. Todo giraba en círculos en su mente, como un incesante espiral llenando cada agujero de su cabeza con un sentimiento de impotencia y decepción hacia si mismo.

"Neydimas despierta" en medio del bullicioso ruido de su mente logró escuchar una voz que llamaba, y conocía a su dueño a la perfección.

—¡Neydimas despierta! —gritó Evander  con fiereza, sin nada de paciencia.

Los párpados del príncipe se abrieron con lentitud, y cuando sintió el agudo dolor de la empuñadura de una espada golpear con fuerza en las mejilla, sus ojos color lila se abrieron por completo. Ante el estaba el rostro impasible de su primo, perfectamente uniformado, su espada deseivainada, su acto tras su espada, un carcaj de flechas y de su cinturón pendía ese lazo especial confeccionado a mano con hilos de cobre.

—¿Qué pasa? —preguntó, levantándose rápidamente de su cama improvisada.

—Unos hombres tienes rodeada la casa, y están amenazando al señor Claus Agneta.

No hizo falta decir ni una palabra más. Él príncipe de un salto se levantó por completo con los ojos enrojecidos por la falta de sueño, pero con ese brillo extasiado que lo caracterizaba tan bien antes de entrar en batalla.

Salió corriendo de la habitación de forma precipitada, se armo con su espada, solo llevando puesta su túnica con su capa púrpura, su cinturón, y sus sandalias mal colocadas, pero eso no evitó que sus energías regresaran armándose con la posible defensa ante un ataque.

Glosario:

🌟Lapidación: Técnica de ejecución en el cual los asistentes lancen piedras contra el reo hasta matarlo.

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