Capítulo VII: Diversión aristócrata y plebe
La ciudad de Connak, la capital de un dominio territorial que había abarcado el último bastión del dominio "Corregiano". Ese continente se caracterizaba por su cultura vanamente similar a la de su vecino enemigo, los Iøunnadianos. A pesar de aquello, había una brecha que separaba de forma tangible los modismos, moral y ética de ambas naciones. Es como si ambas sociedades hubieran tenido el mismo pilar y construido una edificación totalmente diferente.
Ese día en espacial, se celebraba juegos fúnebres en honor al fallecimiento del príncipe Ajax III. La mejor forma de mantener al pueblo controlado era destilando todo rastro de temor a la guerra con la diversión en todo su esplendor.
La ciudad brillaban en iluminación solamente apaciguada por las murallas bien protegidas, el puerto de la metrópolis estaba deshabitado, toda la celebración se centraba en la plaza pública centro activo del comercio y cultura ubicada en las cercanías del puerto. Los mercaderes, campesinos,
Pescadores, alfareros, escribas, todos ellos estaban festejando pequeñas secciones de juegos de riesgo que consistían en lanzamiento de disco, lanza o carreras de velocidad acompañada de música y danzarinas semidesnudas con vestidos de lino, las mujeres de mala fama aprovechaban la situación para ganar dinero extra siendo la íntima compañía de muchos Indahs, algunas se paseaban con cestas de pan, carne y fruta sobre sus cabezas, muchas otras servían bebidas alcohólicas fermentadas y un número muy reducido se unía a la contemplación de los deportistas junto a sus maridos.
Abundaban las risas, las apuestas, las peleas entre competidores, la embriaguez de pueblerinos, los bufones con sus trucos baratos para hacer reír al público, las luces coloridas, las bailarinas exóticas y uno que otro control de milicia para mantener el orden. Sin embargo, donde la celebración se acentuaba con mayor complejidad era después de la puesta de sol en el anfiteatro Ajax (nombrado en honor al príncipe fallecido) ubicado en las cercanías del templo dónde habría una sesión especial de gladiatorias al combate toda la noche, además de un espectáculo con bailarinas y compañía femenina a cambio de unos cuantos pesos en monedas de plata.
La luz de las dos lunas gemelas que tan bien caracterizaba a ese mundo se posaba en el centro del anfiteatro mezclándose con el fulgor de las antorchas con un llameante fuego que incluía colores vivos de azul y rojo.
Esa noche se ponía en escena un espectáculo memorial, y por lo tanto el favorito del público presente.
Las gladiadoras armadas con lanzas y espadas de acero se presentaban desnudas, salvo por una falda que las cubría desde la cintura hasta la rodilla.
Al espectáculo de batalla sangrienta se le sumaba cierto erotismo en las féminas esclavas con sus movimientos salvajes cuál fiera de las tierras salvajes, sus senos, torso y cabello largo expuestos para su contemplación.
La reina Penélope observa tal espectáculo llena de estupor, en ocasiones cerraba los ojos y se aferraba con fuerza a su asiento dorado cada vez que una de las gladiadoras eran atravesados por lanzas en plena carrera.
Siempre le resultaba desagradable tener que acompañar a su esposo y rey a presenciar tales atrocidades.
Desde luego la esclavitud era un "estatus social" totalmente aceptado y era impensable la emancipación de estos, ya que no eran considerados Indahs como tales, carecían de tener ese "soplo de espíritu cósmico" que únicamente caracterizaba a la especie dominante en el planeta. Debido a eso se era culturalmente aceptado la inferioridad biológica y social de esos seres sin talentos espaciales.
Sin embargo, había una soplo de tinieblas en ese ambiente que llenaba a la reina de un escalofrío, no podía sonreír, carecía de alguna satisfacción al ver toda esa sangre manchando la arena, miraba los ojos de su esposo buscando el menor símbolo de piedad, pero solo encontraba diversión macabra.
Se sentía en conflicto al ver tales representaciones, tenía la idea febril de que esto se trataba de un homenaje a su amado hijo, pero esta clase de espectáculo parecía más la demostración de animales en un circo, todos los presentes realizaban actividades con poco pudor guiados por el espectáculo visiblemente cuestionable.
Eso es lo que una esclava no ciudadana tenía que hacer para poder obtener honor ante sus superiores o alguna ganancia digna, incluso eran poco aceptadas como concubinas o mujeres de compañía pues quienes pagaban eran el sector privilegiado y estos tenían prejuicios notables por los "No Indahs" y allí estaba ella, sentada en una silla dorada recibiendo la mejor vista del espectáculo, una mujer que había perdido parte de su alma, con el semblante decaído, disimulado por las capas de maquillaje, ropas de lino fino, túnica se seda púrpura y una diadema de piedras preciosas sobre su cabeza. Ambos monarcas ocupaban la posición más ilustre en el podium del estadio.
—Deja de estar luciendo como cadáver en descomposición, mujer— se quejó el rey, su barbilla se humedeció de licor por beber con avidez.
La voz exigente de su esposo sacó a la reina de sus pensamientos. La mujer baja ligeramente la cabeza.
—Lo lamento, mi señor esposo —se disculpó la reina.
—Planea verte más feliz ante el pueblo —murmuró el hombre, con carencia de amabilidad —. Tu rey no desea mostrar una dama portadora de la corona con ese rostro agrió.
Penélope se sintió indignada ante tal afirmación, en otra oportunidad, en alguna otra ocasión, tal vez se arrastraría a los pies de su marido pidiendo perdón pero... ¿Cómo podía exigir algo como eso, cuando su propia alma estaba rota por la pérdida de su unigénito?
La reina también estaba en constante presión, los Pravánianos no tenían un futuro heredero y su esposo cada noche le exigía cumplir su labor como esposa fértil y traer al mundo un nuevo hijo varón.
—Así será, mi señor esposo —habló la reina con una ligera sonrisa forzada que más parecía una mueca.
Esa espantosa tensión le erizaba la piel a la fémina gobernante, mirando a esas mujeres pelar de forma salvaje por la supervivencia se empezaba a cuestionar tantas cosas que incluso no podían caber en su cabeza. Esa misma noche en las horas de Conticinio*su cónyuge nuevamente le reclamaría sus deberes maritales y todo se reducía a ese acto diario.
—Su alteza —habló la voz de un joven junto a su esposo, la reina viró rápidamente para mirarlo, encontrándose con el agradable semblante de uno de los consejeros de su esposo —. El consejo solicita su presencia.
—Ahora no, maese Saya —dijo el monarca despectivo, contemplando el cuerpo de las mujeres mientras se arrastraban por el suelo arenoso en el combate —. Estoy ocupado.
El joven académico miró a la reina por un segundo y después al monarca de una forma autoritaria, pero sin sobrepasar la sumisión que todo súbdito debía tener para su gobernante.
—Con todo respecto, mi señor. Es de vital importancia que...
Las palabras de insistencia del muchacho fueron acalladas de forma inmediata.
—Estoy ocupado, puede esperar mañana —replicó, de forma autoritaria el monarca —. Respeta a tu rey.
El joven erudición bajo la cabeza e hizo una breve reverencia.
—Mis más sinceras disculpas mi señor, no fue mi intensión causarle molestias.
Hashi Saya se retiró del podium.
La reina no pudo tolerar la curiosidad, se levantó de su trono dorado y fue al encuentro del joven erudito.
—Maese Saya —llamó Penélope, alcanzando los pasos del muchacho —. Espere por favor.
—Majestad —Hashi, se dirigió a la reina con cortesía —. ¿En qué le puedo servir mi reina?
—Puedo saber, ¿por qué necesita con urgencia la presencia de mi esposo?
—Algunos consejeros están reunidos en la sala de legislación, hemos recibido también a algunos generales y muchos de ellos planean tomar decisiones "radicales" con respecto a las tropas —informo Saya, adquiriendo un tono confidencial, como si estuviera contando un secreto.
—¿Qué quiere decir con eso?
—No estoy muy seguro, muchos generales están disgustados con los últimos resultados de las cruzadas en Iøunn, quieren intentar invadir Rhiannon.
La reina se quedó taciturna ante aquellas palabras, ¿Invadir Rhiannon?, ¿Qué locura era aquella?, para su esposo ya no se trataba de una venganza, parecía más acciones inculcadas por ideales narcisistas.
—Aquí estoy, maese saya —hablo el rey Ajax II haciendo acto de presencia, sin todavía expulsar ese ámbito de diversión girando en torno a las festividades.
—Mi señor —el muchacho hizo una solemne reverencia a su rey —. Necesitamos de forma urgente su presencia en la sala de legislación, la avanzada de Iøunn a nuestras defensas nos a traídos grandes problemas, los miembros del consejo planean autorizar una táctica poco efectiva que ha causado grandes revueltas entre la milicia principal.
—¿La señorita Lilit se encuentra en la reunión? —preguntó el rey, genuinamente interesado en la presencia de esa joven.
—Sí, mi señor —acertó Hashi Saya.
—Entonces marchemos de inmediato —ordenó Ajax —. Tú esposa mía, debes quedarte en el podium disfrutando del magnífico espectáculo, y después quiero verte esta noche en mis aposentos sin prisa.
—Si, mi rey —murmuró tristemente Penélope.
Maese Saya acompañó a su rey fuera del anfiteatro, sin poder evitar en sentir una lástima profunda por la carga que su reina debía llevar a cuestas cada día.
La reina tuvo que tolerar horas enteras de tortura visual en medio de la noche, con cada cruel acto de matanza presente en el teatro, toda la plebe estaba presente en el espectáculo, como aves de carroña revoloteando alrededor de un cadáver en descomposición.
Al caer las últimas sesiones del teatro, la reina se retiró a sus aposentos privados con la escusa de tener jaqueca.
Penélope reposó en su lecho mirando el techo de su espaciosa habitación oscura, faltaba menos de cuatro horas para que la aurora en su carro de fuego iluminara en cielo.
Súbitamente se puso a pensar en los cálidos momentos que había vivido con su hijo, lo único bueno que había salido de su desastrosa unión con su marido, todavía tenía muchos años que dar en la vida, y a pesar de aquello creía que los dioses habían sido crueles con su aspecto físico y su suerte.
Ese fatal día, no solo perdió a su hijo, la oportunidad de vivir en una nueva edad de oro Pravána fue enterrada en lo más profundo del lecho marino.
—Llega tarde, mi señor —hizo notar Penélope, curiosa por los debates políticos en los cuales su marido era partícipe.
—Me distraje un momento, mujer —gruñó su marido, con carencia de alguna amabilidad.
La reina consorte dudó que la tardanza de su esposo se tratara de una simple "distracción" por mucho tiempo en su cabeza se formaba la pregunta si había una mujer que desvelaba a su cónyuge por las noches, pero ella jamás se animó a preguntar.
—¿Qué decisión tomaron?— preguntó Penélope, en un ligero titubeó —. Me refiero a ... La supuesta avanzada conquistadora en el continente Rhiannon.
—Las mujeres son tan curiosas—espetó el rey aburrido, mientras se despojaba de su vestimenta —. Así es, mañana mismo partirán las flotas navegando hacía por el océano rumbo a Rhiannon, el consejo lo ha decidido y yo lo apoyo, la distinguida dama Lilit se encargará de poner a alguien de su confianza como líder de la expedición. Mi más grande anhelo es poseer las tierras del continente Iøunn, pero para lograrlo necesitó acceder a un arma especial que solo Rhiannon posee.
La reina entre cerro los párpados, su alma estaba llena de un constante golpeteo de incomodidad, como si el hálito de la diosa del destino le estuviera susurrando palabras proféticas de mal agüero en su oído.
—Su merced, le tiene mucha confianza a esa dama —hizo notar la reina, refiriéndose claramente a Lilit, la antes sanadora real que fue ascendida a consejera de su majestad.
—Eso no es de tu incumbencia mujer —recalcó el rey enfadado
—. Los dioses son testigos de tú falta de ineficiencia para garantizar nuestro real linaje, si he de reposar con alguna concubina no quiero escuchar tus protestas.
—Sí, esposo mío —murmuró la reina, entrando a ese estado de melancolía fría tan característico de todas sus noches cuando yacía en la habitación junto a su marido.
—Reina consorte. ¿Estas lista para cumplir tu deber como esposa? —le cuestionó su marido entre la penumbra, sabía que él no aceptaría un no por respuesta, esa pregunta se había vuelto su rutina por varios años, provocaba que el orgullo del rey se elevara.
—Sí, esposo mío —habló la melancólica monarca, con la voz cansada, despojándose de forma sumisa su comisión.
Glosario:
🌟Conticinio: Hora de la noche donde reina el silencio.
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