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Capítulo IV: Las sacerdotisas de Alqadys


El continente de Rhiannon representaba una extensa masa continental conformada por cinco países dependientes, el principal de ellos recibía el nombre de Frigg, cuya capital, la ciudad de Æsir se presentaba como el centro cultural de una civilización nacida bajo los márgenes de la religión y el aprovechamiento de las artes místicas cuyo principal objetivo de vida es servir a otros para el bien de los demás.

La ciudad se construyó muchos siglos atrás en las épocas oscuras de guerras de independencia contra su planeta Colonizador (Correnget), había crecido gracias a la disponibilidad de un río cercano cuyos pobladores denominaban el Éter, por su valor mercantil asociado a un por venir divino. Geográficamente, ocupaba el centro del país y toda la base social de los Rhianniadianos giraba en torno al comercio, educación, leve turismo, religión y centro político que ofrecía.

De la sociocultural de los pobladores de este continente se cabe destacar que por años sembraron las semillas de la erudición y las artes, las cosechas fueron fructíferas. Los ciudadanos obedecían a un estándar eclesiástico de comportamiento y el continente entero era regido por un gobierno monárquico en el cual si el gobernante rompía las sagradas leyes divinas, sería sustituido de su cargo para siempre. Gracias a la bendición popular, esto no había ocurrido por siglos, la línea de sangre original se seguía manteniendo bajo el margen de un porvenir mayor a los súbditos del rey.

Una correlación perfecta entre los gobernados y el que gobierno, una de la cual muchos sistemas de poderío deberían tener envidia.
Como ya se ha mencionado, el culto a su única divinidad suprema (los Rhianniadianos eran monoteístas) constituía un peso magistral en todos los factores.

Los principales impulsores de este dogma eran los sacerdotes, sanadores y profetas, entre ellos para esos años se puede destacar a un grupo religioso con una elevada importancia cultural, política y social.
Se trataba de las sacerdotisas de Alqadys, o como comúnmente se las conocía, las doncellas de Dios.

Un grupo de jóvenes destinadas desde su muy temprana infancia al servicio de la religión y la medicina.
Las sacerdotisas de Alqadys gozaban de popularidad en toda la ciudad, he incluso mitos se habían formado en torno a ellas extendidos por todo el mundo habitable. El culto a su Dios era una actividad exclusivamente femenina, las jóvenes estaban atadas a un voto de castidad de por vida que correspondía a sus años de servicio, de niñas se le educaba en todas las áreas de la ciencia conocidas hasta esos años, se decía que no podía existir una mujer más inteligente que una miembro de las "Mujeres sagradas", podían incluso influenciar en los veredictos jurídicos delante de los jueces y sabios consejeros reales.

Uno pensaría que las sacerdotisas de Alqadys solo se dedicaban al culto exhaustivo de su Dios, pero cumplían la importante función de ser sanadoras y médicas experimentadas, sus elevados conocimientos de anatomía y su práctica en el arte de la medicina y la alquimia las hacían notablemente talentosas en esa labor.

En la ciudad de Æsir su fama alcanzaba límites incalculables, muchas veces cuando el carruaje real transitaba por las avenidas con decreto de libre paso transportado a una de ellas era interceptado por un gentío de los ciudadanos que rogaba la bendición de una de esas santas mujeres.

El hogar de residencia de esas Indahs se encontraba en la zona central, donde se ubicaba la mismísima casa de justicia local, el mercado, el palacio de la familia real. La construcción que alojaba a tan estimadas mujeres era denominada la casa sagrada, estaba erguida junto al templo del dios Alqadys, se trataba de un magnífico palacio, de tres pisos y 70 habitaciones, construido alrededor de un patio ajardinado con doble piscina.

Muchos alegaban que su magnificencia era mayor que la del palacio real y en parte tenían razón, la entrada estaba custodiada por cuatro miembros de la fémina guardia de las sacerdotisas, a las mujeres solo se les permitía portar armas de combate si su solo objetivo era proteger el templo y a las santas mujeres.

Ese primer día, que correspondía al nuevo ciclo bilunar en la semana número uno, se estaba celebrando un rito especial en la casa sacerdotal, y el sector popular también tenía noción de que a finales del transcurso del mediodía una de las muchachas iniciadas sería finalmente nombrada de forma oficial sacerdotisa de Alqadys y sanadora.

El rumor común se difundía, se decía que la iniciada sería la princesa nunca antes vista, heredera al trono y, efectivamente, la ceremonia estaba dirigida a la joven de 18 años recién cumplidos, Aladed Dagny Hasbun, hija primogénita del rey Axe Egil Hasbun, cuya niñez y adolescencia se había llevado acabó bajo la tutela de las sacerdotisas por más de siete años.

En el interior de una habitación bien iluminada y finamente amueblada se estaba preparando a una de esas jóvenes para la ceremonia de iniciación.

La muchacha estaba parada en el centro del cuarto con los ojos cerrados, mientras dos muchachas con lámparas de aceite encendidas caminaban en círculos a su alrededor recitando unos rezos de bienaventuranza relacionados con la espiritualidad.

Todavía no estaba frente de la máxima sacerdotisa y las seis consejeras y ya sentía los nervios correrle de pies a cabeza.

Estaba temblando como una hoja a punto de desprenderse de una rama por acción del viento, mantenía los ojos cerrados y se concentraba en su respiración.

Esa madrugada se había levantado con el ánimo subiendo por las nubes, se abstuvo de no probar ningún bocado mañanero cumpliendo el sangrado decreto del ayuno y estaba con la emoción de punta a punta viendo que el futuro le predestinaba ejercer como sanadora, ayudante de los débiles y servidora de su amado Dios.

Había recitado su oración mucho antes de que el ciclo de la primera alba iniciara, rogando fuerzas y valentía, orgullosa de ser llamada una Amat Alqadys.

Pero cuándo su doncella, guardaespaldas y mejor amiga se presentó ante ella con dos jóvenes féminas todavía no iniciadas, se sentía terriblemente nerviosa. La semana pasada había estudiado de memoria el discurso que tenía preparado y leyó una y una vez los libros de instrucción mística que le servirían para encender el fuego de la vida con su propia magia, algo que jamás había hecho y ahora lo tendría que hacer bien en el primer intento.

En su mente se formaba una idea clara de la situación, se veía a sí misma realizando él juramente, el discurso y lo más difícil de todo, avivar el fuego, aun así, se ahogaba cada vez que inhalaba el aroma de incienso perfumando la habitación.

La higiene personal era algo muy importante para el sacerdocio, habían bañado a la muchacha tres veces seguida, la primera vez un baño común con agua en una de las tinas de los baños, otro con aceites florales y el último (y más extravagante) con leche para brindar hidratación profunda.

Su propio cuerpo desprendía un aroma significativo a flores exóticas, su cabello húmedo y bien lavado mientras los hábiles dedos de su amiga le hacían una trenza añadiendo dos cintas de color, el primer listón de seda enrollado al cabello de la muchacha era de color blanco (simbolizando pureza de espíritu) y el segundo de color azul (simbolizando la pureza de su cuerpo).

Definitivamente, por un par de segundos, la princesa Aladed imaginaba no estar en la posición que estaba, creía vislumbrar en su cabeza las lecciones de filosofía en grupo de tres junto a su maestra, o las expediciones de práctica a algunos bosques.

El ligero pinchazo de un alfiler sobre su hombro la hizo salir de su ensueño.

—Disculpe, mi lady —dijo su fiel amiga y protectora, a la que correspondía el nombre de Divya Yggdrasil.

—No hay problema —dijo la joven princesa extendió los brazos para que la muchacha tuviera un mejor acceso a su hombro.

La preparación estaba casi lista, ya tenía ceñido sobre su sencillo vestido el manto blanco, estaba maquillaba y peinada. Divyia abrió una caja y estragó unos zapatos sin tacón de color blanco que combinaban con todo el atuendo de su señora.
La princesa se los colocó ella misma sin protestar y finalmente su amiga sonriendo le coloco sobre su cabeza un sufibulo*, símbolo representativo de su estatus como mujer sagrada.

Las tres mujeres admiraron su trabajo estilista.

Era tal vez la primera y última vez que la joven Aladed era vestida con atavíos tan elegantes y finos, el primer valor que una Indah consagrada debía aprender es la humildad, por lo que cosas como la vanidad y el amor al lujo estaba totalmente prohibidos.

La princesa Aladed gozaba de una excepcional belleza bajo los estándares de su civilización, el ideal se representaba como la armonía de los cuerpos y la pureza del espíritu, y la joven de sangre real presentaba esas características.

Su figura agraciada estaba en esencial equilibrio, su estatura promedio, cintura estrecha y caderas anchas, brazos carnosos bronceados por el sol que iban a la par con sus piernas ágiles y delineadas. Un rostro ovalado, nariz pequeña, facciones marcadas que la hacían lucir como una mujer de ciencia, ojos de color avellana, un cabello negro oscuro largo finamente trenzado con un mechón de color azul marcado del lado derecho.

Por un porvenir estético, una de las razones para vivir es la belleza, por eso se elegían a niñas hermosas y de familias privilegiadas para obtener el magnífico honor de nombrarse "santas y sanadoras" y definitivamente la princesa lo tenía bien merecido.
Del patio principal llegó hasta los oídos de las residentes de la habitación el estrepitoso sonido de trompetas que indicaban el inicio de la ceremonia.

—Ya es hora, mi Lady —dijo Divya con una sonrisa tranquilizadora en su rostro moreno.

—Así es —acertó Aladed abriendo y cerrando las manos en un contante intento de calmar sus nervios —. Que el todopoderoso me dé fuerzas.

La muchacha salió del cuarto detrás de su amiga, cómo era de costumbre, siempre delante de ella debía ir la doncella personal de la princesa.

Las sacerdotisas se permitían tener guardaespaldas si sus ingresos monetarios familiares podían cubrirlo, y claro debían ser mujeres castas religiosas con habilidades en lucha. Una de ellas era Divya que hace tiempo hubiera muerto de hambre en un callejón o tendría que ganarse dinero siendo una mujer de mala fama en las calles si no fuera por la amabilidad de la joven princesa aspirante a sacerdotisa, que la llevó a la casa, la alimento, la vistió, le dio un hogar y un trabajo. La doncella al servicio de la princesa estaba en deuda con su señora, y creía que solo sería pagada si daba la vida por ella.

No había marcha atrás, el más grande sueño de vida de Aladed había sido convertirse al sacerdocio, y ese día al fin se cumpliría.

Ella amaba ese porvenir mayor, tal vez muchos creen que la bondad se debe pagar, pero la joven princesa había descubierto que siempre encontraba satisfacción en ayudar a los demás, de cierta forma se sentía en paz consigo misma brindando algo que el otro no podía obtener.

Era eso, el altruismo en su expresión máxima, reflejado en las sacerdotisas que existían para servir a los desamparados en la sanidad y desprenderse de toda carnalidad, aspirando a la suprema construcción del Indah perfecto.

«Calma Aladed, recuerda quien eres. Soy la princesa Aladed Dagny, descendiente de la tribu Hasbun, heredera a la corona, y primogénita legítima del Rey Axe y nada me hará caer, ni fallar».

Se repetía la muchacha una y otra vez en la mente.
Siempre esas palabras funcionaba como un elixir mágico.

"El mayor apoyo, aquel que haga desaparecer todo rastro de falta de ánimos, nunca te lo brindara otra persona, tal vez esta te impulse, pero de ti depende aceptarlo, tú eres la única que puede alcanzarlo" le había dicho en una ocasión su tutora personal y ella descubrió que había puras verdades en esa sencilla frase.
Siempre había sido una niña muy tímida y nerviosa, pero esa vez no permitiría que eso la detuviera.
Sonrió con confianza, cuando los delicados rayos del sol del jardín en el patio principal del mediodía impactaron en sus retinas y llenaron de un brillo radiante su vestimenta blanca, transmitiendo el significado de la misma pureza.

Glosario:

🌟Sufibulo: Velo blanco sacerdotal.

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