
•𝙲𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 15•
Leah Jonhson
El trayecto a la universidad cada día se me hacía más largo, las piernas nos paraban de temblar dificultándome caminar y el corazón me latía con fuerza, como si mi cuerpo se estaría preparando para la guerra, como si me enfrentara a algo el triple mas grande que yo.
En mi mente debatía si volver o no, pero me reprochaba una y mil veces que no podía dejarme ganar de nuevo, no volvería a tocar fondo por su culpa, aun que cada mañana, cada respiro se hacía más difícil.
Perdí a mi mejor amiga por algo así, no podría generar el dolor que quedo en mi corazón por una batalla pérdida.
Antes del suceso mi pensamiento seria otro, pero cuando experimentas el dolor de una perdida por suicidio, el dolor te cambia el chip completamente, el simple hecho de sentir que no das lo suficiente te persigue, suficiente amor, suficientes momentos compartidos, fotos y charlas nocturnas sobre la vida, suficiente acompañamiento en momentos difícil, sientes que podrías haber hecho mas por esa persona.
Más, más y más.
Pero aun que quisieses, no puedes hacer algo al respecto cuando la otra persona ya tomó la decisión, porque no habrá marcha atrás.
Llego a la uni y me meto en la primera clase, me recuerdo mentalmente que me tengo que poner al día con las materias, la clase paso moderadamente rápida, salí al patio a tomar un poco de aire y me encontré con Isabella, hace rato no tenia contacto con ella.
- Hola desaparecida, ¿en dónde andabas? – me dice apenas me ve, rio ante eso.
- Holaa, tuve algunos problemas familiares – miento.
- Uuh lo siento
- No pasa nada – nos quedamos en silencio un corto tiempo cuando ella iba a hablar pero fue interrumpida por la presencia de Adriano.
- Hola chicas – se sienta a un lado de isa y sigue hablando – quería invitarlas a una fiesta que se hará esta noche ¿Qué les parece?
- Claro que sí, ya necesitaba disfrutar, esta cárcel me está matando – responde isa mientras pone una sonrisa de oreja a oreja.
- Mmm no soy de salir Adriano, lo siento – respondo, enseguida se desaniman los dos.
- Vamos Leah, seguro que no tienes nada que hacer, una fiesta no te hará mal.
- Lo lamento chicos pero no podré ir.
No insistieron más pero sabía que luego iban a seguir, en ese momento me suena el celular y veo en el identificador el nombre de mi mejor amigo, contesto enseguida, me disculpo con los chicos y me alejo para charlar tranquila.
- ¿Qué paso? Tonto – soy la primera en hablar.
- Buee, ahora tiene que pasar algo para llamarte, colo – revoleo los ojos, sabe que detesto ese apodo.
- ¿Dale chistoso, que quieres?
- Que malhumorada estas hoy, quería decirte que hoy en la noche prepárate que tenemos la carrera, nos tenemos que lucir, van a ver muchas figuras importante en ese lugar, no lo olvides – me recuerda poniéndome más presión.
- Lo tengo bien en claro, estoy lista, ya sabes como soy, voy a dar todo de mí en esa carrera.
- Está bien, nos vemos en la noche, colo – y corta enseguida.
Cobarde, pienso.
Vuelvo a clases con los chicos sintiendo una sensación rara, sin saber con qué asociarla, la ignoro, el día pasa rápido en la universidad, las clases se pusieron más pesadas debido a que se acercan los parciales, lo cual me tienen más estresada.
Al llegar a casa, me encuentro con que esta vacía, últimamente mis padres están saliendo mucho solos, algo que no solían hacer y eso me agrada, que se relajen, que puedan disfrutar entre los dos, además tengo más tiempo a solas con Noah.
Es un tema complicado todavía, mis papas no saben, aun lo tenemos en privado, yo quería contarles ya que entre ellos y yo no hay secretos, desde pequeña me dieron la confianza para contarles todo y la verdad me duele no hacerlo, siento que estoy defraudando esa confianza, pero el dijo que aun no estaba preparado que todavía tenia un tema por resolver o cada vez que saco el tema cambia totalmente la dirección de la conversación.
Entro a mi habitación, busco en mi placar algo para esta noche y mientras revuelvo, veo cajas escondidas en el fondo de estas, sabiendo lo que se encuentra en ellas, suspiro con nostalgia sacándolas, me siento en el borde de la cama, la destapo y veo aquello que intente enterrar por años, el dolor, la ira y el rencor que creí dejar atrás.
Fotos, cartas, ropa, manualidades y más.
Agarro un buzo de ella, inhalo, siento como aun tiene su olor, con el tiempo aunque no quieras comienzas a olvidar y ese es mi mayor temor, olvidarla.
Saber que algún día, mi mente borrara el sonido de su voz, su risa, su olor, sus expresiones y costumbres, por esa razón guarde todo lo que podía de ella, no podía soltarla tan fácilmente.
A pesar de que ya era hora de hacerlo, de dejarla descansar en paz, dejar mi dolor a un lado y soltarla.
- Te necesito tanto, hermana – susurro, con las lágrimas queriendo salir pero las contengo.
¿Por qué? Solo me carcome el por qué, ¿por qué lo hizo?, esa misma pregunta es la que me genera tanto enojo y frustración.
No haber sabido que su mente la estaba matando, mientras su cuerpo y alma intentaban sobrevivir.
Acorralada, a veces pienso y me trato de poner en su situación o en los pensamientos que pudo tener, la desesperación es un arma letal.
La ansiedad me lo demostró muchas veces, ante una amenaza, que te acorrale y tu mente se apague, no hay forma de que viva de allí salgues.
Acaricio las fotos, lo pequeñas que éramos, anhelo volver a esos tiempos, nada nos atormentaba, las cartas que le escribía, era un detalle mío que tuve toda la vida y sigo teniéndolo, enviándole cartas con esperanza de que me responda.
Desde su fallecimiento no he ido a visitarla, creo que ya es hora de hacerlo, y dejar los rencores atrás, no puedo seguir evadiendo esto que está consumiéndome.
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