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La niña se movía silenciosamente por el bosque helado.

Se movía con tal destreza y cuidado que
parecía ser parte de la vegetación. Conocía esas tierras, había viajado por ellas más veces de las que podía contar.

Pero se suponía que ella no estaría allí ese día.

Feyre lo había prohibido, había dicho que era peligroso salir en medio de una tormenta de nieve.

Pero Aurora no escuchó, de hecho, la niña rara vez escuchaba los consejos que le daban.

Sin embargo, no se había adentrado mucho en el bosque, estaba en busca de un conejo, aunque tenía buena puntería con el arco, Aurora le dejó los animales más grandes a Feyre.

Feyre, su hermana sólo un año mayor, la que probablemente estaría preocupada en algún lugar más profundo de esos bosques, preocupada por regresar con las manos vacías.

Ella nunca quiso que Aurora la ayudara.

Pero Aurora se negó a escuchar a su hermana. Ella podía ayudar y siempre se esforzó por ayudar a su hermana.

Aunque Aurora sólo tenía dieciséis años.

El conejo estaba a punto de entrar en su madriguera cuando Aurora saltó de entre los arbustos y le tendió una emboscada, su pequeño cuchillo de caza rápidamente hizo su trabajo.

De labios de la joven salió una disculpa, como siempre ocurría cuando quitaba la vida a un animal inocente.

Odiaba matar y no le complacía hacerlo, pero estaba agradecida a todos los animales que perdieron la vida para que ella y sus hermanas pudieran seguir sobreviviendo.

Y no había nada en este mundo que Aurora amaba más que a sus hermanas, especialmente a Feyre, la que sólo era un año mayor, pero que actuaba como una madre la mayor parte del tiempo.

La sangre corrió por las pálidas y delgadas manos de la niña y Aurora suspiró al darse cuenta que había olvidado su pañuelo en casa, bueno, en realidad no era un pañuelo, no era de seda ni estaba bordado con hilo de oro, solo era un trozo de tela vieja que usó para limpiarse la sangre de las manos.

Odiaba la sangre en su piel, hacía que la muerte pareciera real, hizo que Aurora se diera cuenta de que la sangre y la vida de un animal inocente estaban en sus manos y en su conciencia.

Se escucharon pasos en la nieve y Aurora se levantó bruscamente, escondiendo su cuchillo en la falda de su vestido e intentando huir.

Pero unos fuertes brazos la agarraron brutalmente y la mantuvieron en su lugar, un hombre corpulento la sujetó y otro hombre salió de entre los árboles a veinte metros de la niña.

Todos los sentidos de Aurora le decían que escapara, que corriera lo más rápido que pudiera sin mirar atrás.

-  Que cara tan bonita. - elogió el hombre frente a ella, había algo en su voz, y en la expresión de su rostro, que trajo miedo a Aurora.

- Déjame ir. - exigió Aurora con la voz quebrada, el miedo consumiéndola, su cuchillo de caza aún escondido en su vestido.

- ¿Por qué haríamos eso, mi florecita hermosa? ¿Por qué no nos divertimos primero? - volvió a hablar el hombre frente a ella, mientras daba pequeños pasos hacia la Archeron, el hombre que la sostenía se rió con asquerosa diversión.

Y Aurora sabía que tenía que actuar, y hacerlo rápidamente, si el otro hombre llegaba a ella...

Aurora no quería pensar ni imaginar lo que él y el secuaz que la retenía le harían.

Metió la mano en la falda de su vestido andrajoso, ya que el hombre la sujetaba por los hombros y no por los brazos, y sostenía el cuchillo de caza.

Se dejó guiar por sus instintos y sacó el cuchillo de su ropa, golpeando la garganta del hombre que ahora besaba su cuello.

La sangre brotó por todas partes, corriendo por el cuello y el vestido de Aurora y salpicándole la cara. El hombre la soltó y se alejó tambaleándose de ella con sus manos sobre la herida.

Aurora intentó correr, lo intentó de verdad, pero el otro hombre la tiró al suelo y le dio un puñetazo en la cara con todas sus fuerzas, Aurora quedó mareada.

-¡Perra sucia!-Gritó el hombre tomando el cuchillo de las manos de Aurora. Aurora cerró los ojos, esperando lo peor.- Voy a acabar contigo, voy a romperte los huesos y destrozarte todo el cuerpo, yo-

Y entonces las palabras se detuvieron.

Aurora pensó que estaba muerta.

El peso del hombre había desaparecido y el frío del bosque ya no estaba, al contrario, una sensación de comodidad y calidez la invadió.

Aurora se atrevió a abrir los ojos.

Frente a ella había un hombre.

No. No era un hombre. No era un ser celestial.

Un Fae.

Sus ojos dorados la miraron fijamente y sus alas blancas, como la nieve a su alrededor, estaban abiertas como si acabara de aterrizar.

Aurora jadeó.

La mano del fae se acercó a ella, la preocupación y la ira brillaban en sus ojos, que parecían oro fundido.

- Ahora estás a salvo. - Su voz era melodiosa y cálida y Aurora no podía dejar de mirarlo.

Ella sostuvo su mano extendida, el calor irradiando a través de su piel.

La nieve a sus pies se estaba derritiendo.

Y el hombre que la había herido yacía muerto a unos pasos de distancia. Una lanza dorada le atravesó la garganta.

Junto a él estaba el otro hombre, el que la había abrazado, el que había puesto su repugnante boca en su cuello.

Ya no se movía, estaba muerto.

La comprensión invadió a Aurora. Ella había matado a un hombre. Un hombre repugnante y odioso pero aún así un ser humano.

Ella nunca quiso lastimar a nadie. Ella sólo quería ayudar a alimentar a sus hermanas.

-Recibieron su merecido - el hombre frente a ella volvió a hablar.

Aurora giró para mirarlo nuevamente y la pregunta salió de su boca antes de que pudiera detenerla:

- ¿Quién eres tú?

El hombre reflexionó y algo en él la hizo sentir tan cómoda, una sensación tan cálida.

Ella debería temerle.

Las historias decían que los Fae eran seres horribles, que los humanos no les importaban en lo más mínimo.

Pero ese fae le había salvado la vida.

No era necesario pero lo hizo de todos modos.

-Mi nombre es Apolo. - respondió el fae, y Aurora se quedó mirando sus orejas puntiagudas, un Fae realmente le había salvado la vida.

-¿Por qué me salvaste? - preguntó Aurora sin poder contener la curiosidad.

-¿Por qué no iba a salvarte?- los fae parecían genuinamente confundidos.

-¿No se supone que los Fae odian a los humanos? - pregunto la Archeron, Apolo negó levemente con la cabeza.

- En mi Corte no solemos odiar a los humanos. - él le respondió.

Aurora asintió, todavía confundida.

Sus ojos se volvieron hacia los cuerpos una vez más.

- Maté a un ser humano. - Ella susurró.

- Él obtuvo lo que merecía. No fue tu culpa. - dijo Apolo

Aurora asintió y limpió su cuchillo de caza en el suelo del bosque.

- ¿Qué vamos a hacer con los cuerpos? - preguntó Aurora con un nudo en la garganta.

- No te preocupes.- murmuró el fae y extendió su mano hacia los hombres.

Una luz dorada envolvió los cuerpos y de repente lo único que quedó de ellos fueron las cenizas que ahora eran llevadas por el viento.

Incluso la lanza había desaparecido.

Aurora jadeó y retrocedió unos pasos.

- No te haré daño. - garantizó el fae. -Déjame curarte el ojo.- pidió.

- ¿Mi ojo?

- Se está poniendo morado, donde el ser despreciable te lastimó. - explicó y Aurora asintió.

Si sus hermanas vieran esa herida, nunca volvería a ir a cazar.

Caminó hacia las hadas y cerró los ojos cuando los cálidos dedos del fae la tocaron.

Un hormigueo se apoderó de su rostro y la sensación de calor aumentó.

-Mejor así. - murmuró el fae mientras él se alejaba ligeramente de ella, su tono era suave, casi paternal.

- ¿Qué estabas haciendo aquí? ¿De nuestro lado del Muro? -Preguntó Aurora con curiosidad.

- De paso, suelo venir de vez en cuando para observar a los humanos. - explicó y Aurora asintió.

-Debería irme.- dijo mientras recogía el conejo que había matado.

-Yo también debería irme. Adiós. - Murmuró Apolo y se giró, la sensación cálida desapareció con él, y fue reemplazada por el frío.

-¡Espera! - grito Aurora, y el fae se volvió hacia la niña con confusión en sus hermosos ojos. - ¿Te veré de nuevo? - se encontró preguntando, deseando volver a sentir ese calor del verano.

El Fae sonrio levemente.

- Si lo deseas.

- lo deseo. ¿Pero cómo me encontrarás? - preguntó Aurora y el fae se encogió de hombros.

-No te preocupes, te encontraré. - prometió y de repente desapareció.

La sensación de calor desapareció y el frío del invierno envolvió a Aurora una vez más.

Con un conejo en la mano, su primera muerte en su conciencia y la promesa de volver a encontrarse con un Fae, regresó a casa.

Y en algún lugar del mundo feérico, el Cantor de Sombras con las manos cubiertas de cicatrices soñó con ella.

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