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1.8. the prophecy


Llegando a su "hogar" en la casa del nuevo novio de su madre—cuyo nombre, francamente, no le interesaba aprender—, Astraea se dirigió directo a su habitación y se dejó caer en la cama. 

Sirius Black resultó ser una buena persona. Qué día. 

Tal vez el único "padrastro" decente que había tenido. 

La carta era preciosa, tenía que admitirlo. Había algo genuino en ella, algo que hablaba de amor, de una familia que pudo ser y nunca fue. Su madre, sin embargo, nunca había sido de las que se detenían a lamentar el pasado. Había elegido su propio camino, moviéndose de un matrimonio a otro con la precisión de alguien que planea su destino con cada paso, con cada alianza. 

Astraea no quería eso. No quería que su vida fuera un tablero de ajedrez donde otros decidieran sus movimientos. 

Sostuvo la carta entre sus manos por un momento más. Harry le había entregado otra para su madre, pero no estaba segura de dársela directamente. Quizás la dejaría en algún lugar donde pudiera encontrarla por accidente. No quería estar allí cuando la leyera. 

Hubiese aceptado la oferta de Draco sobre irse a su casa. Un beso suyo curaría el peso en su pecho. Pero eso no resolvería todo. Porque, aunque quería estar con él, aunque en su corazón siempre existía un lugar para él, su felicidad no debía depender de otra persona. Draco no era su salvación, no era su destino. Solo era una parte de un sueño más grande. 

—Mi precioso Serafín. 

Su madre apareció en la puerta de la habitación, y al ver su expresión, frunció el ceño con una ligera preocupación antes de acercarse a limpiarle las lágrimas. 

—¿Está todo bien? ¿El chico Malfoy terminó contigo? 

Astraea negó con la cabeza. 

—Hoy fue... un día duro. 

Su madre sonrió y la abrazó con ternura, acariciando su cabello como solía hacerlo cuando era niña. 

—Por supuesto, cariño. Te duele estar lejos de él. Lo entiendo. Es normal. 

—No, mamá, es solo que... —Astraea vaciló. No quería discutir, no quería confrontar lo inevitable. Pero una parte de ella supo que este era el momento—. Es decir... sí, lo extraño, pero... 

Pero había cosas más grandes que eso. 

—Podrías ir con él cuando termine la semana —propuso Dani con tranquilidad—. Incluso quedarte con ellos en el verano. Narcissa ya me había preguntado hace un par de semanas. 

Así que Draco no había mentido. Su madre y Narcissa ya habían hablado de ello. De igual forma, lo conocía lo suficiente para saber que no la presionaría en ello, porque a él le importaba en demasía su comodidad.

—Me encantaría, mamá —dijo Astraea con una sonrisa—. Es solo que... pensé que querrías pasar más tiempo conmigo en el verano. No estoy en casa casi nunca. 

Dani le devolvió la sonrisa. 

—Tenemos tiempo de sobra, mi Serafín. Además, estaré ocupada con Roger, asistiendo a muchas ruedas de prensa y viajando por la semifinal del Mundial. Estoy casi segura de que Irlanda pasará a la final. 

Así que se llamaba Roger. Bueno, al menos ahora tenía un nombre. 

—De acuerdo —asintió Astraea—. Estaré con los Malfoy por si necesitas algo. 

—No te preocupes, cariño. Igualmente ya le envié a Narcissa la dieta que llevarás y la dirección de nuestra modista para que ponga todo a nuestra cuenta. También tengo programadas algunas reuniones con ellos. Necesitamos hablar. 

—¿Sobre qué? 

Dani la miró con un brillo calculador en los ojos. 

—Es clasificado, mi Serafín. Pero si quieres saber... también involucra la unión de nuestras familias cuando te gradúes de Hogwarts. 

Astraea sintió un nudo en el estómago. 

—¿Me estás prometiendo a Draco? 

—No, qué dices, mi Serafín —su madre rió suavemente—. Te estoy prometiendo a la familia Malfoy. Hay que hacer ciertos acuerdos, entre ellos las herencias. 

—Mamá, llevamos cuatro meses de relación. ¿No crees que es un poco... apresurado? 

—Esto iba a pasar con o sin relación —respondió su madre con tranquilidad—. Tú y Draco han estado unidos desde niños. No creo que él se oponga. 

—¿Y si terminamos? 

—Peleas de niños, sin importancia. El destino es el destino y ustedes estarán atados para siempre. ¿O acaso no lo amas? Recuerdo que cuando eras pequeña hablabas de casarte con él. 

Astraea sintió una punzada en el pecho. No porque no amara a Draco, sino porque no quería que su amor fuera parte de un plan ajeno a ellos. 

—Sí, pero no quiero que te metas en esto —dijo con suavidad, sin enojo, pero con firmeza—. Tengo catorce años. Apenas estoy descubriendo lo que quiero. 

Dani suspiró. 

—Puedes tener otros novios, si quieres. Pero al final, Draco será el elegido. 

Astraea la miró con incredulidad. 

—Bastante conveniente para ti, ¿no crees? —sonrió, con una paciencia tensa—. La bóveda de los Black y los Malfoy es lo que te importa. Con Bellatrix en Azkaban y el pequeño, pero no suficiente, porcentaje que te cedió Sirius en el divorcio, esto siempre fue tu plan. 

Su madre no negó nada. 

—¿Y si lo es? ¿Cuál es el problema? —preguntó con calma, cruzándose de brazos—. No tenemos todo ese dinero en la bóveda de los Stregheria gracias a seguir idioteces como el amor. Estoy asegurando tu futuro. Tómalo o abstente, pero si te niegas, puedo encontrar otra alianza. Quizás con Nott. 

Astraea sintió un escalofrío. 

—¿Me estás amenazando con prometerme a otra persona solo para darme una lección? 

—Estoy diciéndote cómo funciona el mundo. 

—No quiero tu mundo. No quiero que mi vida se trate de alianzas y conveniencia.

Su madre la miró con expresión inescrutable. 

—No me vas a hablar de esa forma —dijo, con una frialdad repentina—. Respétame como tu madre que soy. 

—Te respeto y amo más que cualquier cosa en el mundo, mamá —habló con cierta sinceridad y decepción, esperando que esas palabras llegaran a ella. Se mordió el labio indecisa, pero al final soltó con determinación—: Tal vez es... el hecho de que no quiero estar aquí contigo, ¿eso tiene sentido para ti? 

Dani parpadeó. Por un momento, su máscara se rompió, mostrando algo parecido al dolor. 

—Pues entonces puedes irte —dijo, finalmente—. La Red Flu está funcionando perfectamente. Con tu padre o los Malfoy, no me interesa. Solo avísame. Enviaré dinero con quien estés para que puedas comprar tus materiales del siguiente año. 

La estaba dejando ir. 

Astraea asintió. 

—Bien. Nos veremos por ahí, madre. 

Dani no respondió. Solo salió de la habitación y, con ella, se llevó algo más. Algo que quizás nunca podrían recuperar. 

Astraea suspiró, mirando por la ventana. La noche se extendía más allá del cristal, salpicada de estrellas, indiferentes y eternas. Su madre hablaba de destinos trazados, de alianzas y profecías, como si el futuro estuviera escrito en piedra. Pero las estrellas no dictaban el camino; solo brillaban, inmutables, mientras los cometas elegían su propia órbita, ardiendo con luz propia en su paso fugaz. 

Y Astraea... Astraea no era una estrella. Era un cometa. 

Y nadie iba a decidir su trayectoria por ella.

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