1.5. the muse
—Lamento que hayas perdido el partido.
Astraea se acercó a Draco, quien acababa de salir de los vestidores al último. Ignoró las miradas inquisitivas de los jugadores de Slytherin, algunos ya acostumbrados a verla cerca de él, otros aún murmurando a sus espaldas, llamándola "la pelirroja detrás de Malfoy" o cuchicheando sobre Sirius Black.
Draco, sorprendido de verla ahí, sonrió. Ella no esperaba esa reacción.
—Potter como siempre siendo un tramposo.
—No fue trampa, pero como digas —respondió con una sonrisa dulce, casi indulgente.
—Pero Potter...
—¿Podemos dejar de hablar de Harry Potter? Es irritante —interrumpió, más bruscamente de lo que pretendía.
Draco la miró fijamente y, para su sorpresa, su sonrisa se ensanchó. No de burla, ni de triunfo, sino de algo más genuino. Algo que la desconcertó.
Sin previo aviso, extendió la mano hacia ella. Astraea, aún confundida por su reacción, la tomó con cautela. En un movimiento fluido, él la acercó a su cuerpo.
Por un instante, parecían... una pareja de baile.
La postura, la forma en que su mano envolvía la suya con confianza, la manera en que la luz de las antorchas titilaba sobre ellos... Astraea tragó en seco.
—No lo sé —murmuró, intentando recordar qué había querido decirle realmente—. Solo quería consolarte. Creí que estarías llorando por perder la Copa de Quidditch.
Draco bufó con ligereza, pero no la soltó.
—Hubiera preferido perderla contra Hufflepuff antes que contra Gryffindor.
—Pero nos derrotaron limpiamente hace poco...
—Diggory y sus estrategias poco efectivas —dijo Draco con voz más tenue, distraída.
Astraea sintió el cambio en el ambiente. Había algo distinto en su tono, en la forma en que la miraba. No como un desafío, ni con el orgullo afilado que solía mostrar al mundo. Había... admiración en sus ojos.
Como si la viera de verdad.
—Tal vez necesitan otras personas en el equipo —dijo ella con un deje de diversión, intentando ignorar lo que estaba pasando—. Tal vez me inscriba el próximo año.
Draco arqueó una ceja.
—¿Ah sí? ¿Y cuál sería tu posición?
—Golpeadora, probablemente. Para lanzarte una bludger cada vez que me irrites.
Él rió, un sonido bajo y genuino, como si no pudiera evitarlo.
—Tienes más pinta de cazadora. Eres ágil.
—Oh, ¿y ahora me observas jugar al Quidditch?
Draco inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Y si lo hiciera?
El aire entre ellos se volvió más denso, como si la conversación hubiera dado un giro inesperado. Astraea no estaba segura de qué responder, así que solo lo miró.
Y Draco también la miró.
No como lo hacía cuando se burlaba de los demás, ni como cuando intentaba ocultar su frustración tras una máscara de arrogancia.
La miró como si fuera algo único.
Antes de que pudiera responder, sintió la caricia de sus dedos en su mejilla. Suave, casi reverente. Como si ella fuera algo frágil, algo sagrado.
—Podría hacerle una oferta a Diggory que no pueda rechazar —murmuró, deslizando su pulgar contra su piel con una ternura inesperada—. Tal vez así...
Astraea suspiró, negando con la cabeza.
—No, gracias. Sabes que odio usar mis influencias para ese tipo de cosas.
Draco dejó escapar una risa breve, apenas un aliento.
—Pues tendrás que acostumbrarte.
—¿Por qué...?
Pero no terminó la pregunta.
Porque él la besó.
No fue un beso robado ni un acto impulsivo de un muchacho caprichoso. Fue lento, como si se estuviera asegurando de que ella no se alejaría. Como si temiera romper la ilusión.
Y Astraea no se apartó.
Porque en ese instante, comprendió algo con claridad devastadora.
Draco Malfoy era hielo y fuego, orgullo y furia. Un sol atrapado en su propia órbita, ardiendo con un fulgor que pocos se atrevían a tocar. Pero con ella... con ella, bajaba la guardia.
Porque Astraea no era solo su amiga de la infancia.
No era solo la única que se atrevía a discutir con él, a desafiarlo sin miedo.
Era su musa.
La inspiración que lo hacía mejor sin que él se diera cuenta.
La única que podía calmar sus tormentas, quien le arrancaba sonrisas genuinas y lo apartaba de la sombra de su apellido.
Draco Malfoy había crecido con la convicción de que debía ser un dios dorado, impecable, digno del linaje que portaba. Pero Astraea era la única que lo miraba y veía algo más.
Lo veía a él.
Y eso, lo cambiaba todo.
Cuando se separaron, Draco no dijo nada. Solo la observó, buscando algo en su rostro, una respuesta, una confirmación de que ella había sentido lo mismo.
Astraea tragó saliva, incapaz de hablar. Porque en ese momento, lo supo con certeza.
Su historia con Draco Malfoy apenas estaba comenzando.
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