1.3. a tale about stars and comets
Danica Danielle Stregheria, conocida en sus años de juventud en Slytherin como "Dani", siempre había llevado una vida que muchos envidiarían.
Nació con un apellido de sangre antigua y poder resonante. Stregheria era un nombre que ya pesaba en el mundo mágico, y Dani entendía perfectamente su lugar en ese cielo de la pureza y la tradición, en ese universo tejido con estrategias que se habían forjado durante siglos.
Era italiana por parte de su madre, cuyo linaje estaba marcado por antiguas brujas de sangre pura, pero el linaje paterno era un misterio envuelto en sombras y secretos. Su padre había sido uno más entre los muchos esposos que su madre acumuló en su juventud, cuando aún conservaba su belleza y vitalidad. Para ella, el matrimonio era un arte de conveniencia, no de amor. Los esposos llegaban, dejaban su marca y su fortuna, pero nunca su apellido. Se marchaban cuando su utilidad se agotaba, y su madre simplemente pasaba al siguiente.
De su padre, Dani solo sabía tres cosas: que había elegido su nombre, que la Alquimia era su obsesión, y que, aunque no dejó grandes riquezas, le otorgó algo mucho más valioso: contactos.
Nicolas Flamel, Newt Scamander, Fleamont Potter, los Malfoy, los Parkinson... nombres que, en el mundo mágico, pesaban como constelaciones en el firmamento. Esos mismos contactos dieron a los Stregheria no solo un apellido de renombre, sino una órbita en la que moverse con respeto. Lo que antes había sido solo un linaje de brujas italianas, ahora pertenecía a la élite mágica. La madre de Dani, con su astucia, lo había logrado.
Pero Dani no estaba dispuesta a vivir a la sombra de los logros de su madre.
A los cinco años, con la obstinación de alguien que siempre consigue lo que quiere, decidió mudarse con su padre a Inglaterra. Quería estar más cerca de él, más cerca de ese mundo mágico que la había cautivado desde pequeña. No fue difícil convencer a su madre; Dani siempre había sido solo una pieza más en el tablero de su madre, y la idea de que su hija se rodeara de la élite británica solo reforzaba sus propias ambiciones.
A los once, recibió su carta de Hogwarts y fue seleccionada para Slytherin sin la menor sorpresa. Encajaba perfectamente en su nueva casa: astuta, ambiciosa, elegante, siempre un paso adelante de los demás. No necesitaba esforzarse para conseguir lo que quería.
Y a los trece, lo conoció a él.
Sirius Black.
La estrella errante. El cometa.
El mago más peligroso del mundo... o al menos, lo que con el tiempo llegaría a ser.
Podría decir que lo más cercano al amor que sintió en su vida lo experimentó con él. Y decía "más cercano", porque, en realidad, Dani nunca creyó en el amor como lo pintaban en los cuentos. Para ella, la química y la atracción física eran más que suficientes para llamar a algo "amor". Lo observaba con la fascinación con la que los astrónomos observan un cometa surcando el cielo, sabiendo que su paso es efímero, pero incapaz de apartar la mirada.
Se acercó a él con un propósito claro: seducirlo, conquistarlo, usarlo. No era romántica ni idealista. No creía en cuentos de hadas, solo en lo que el deseo y la conveniencia podían conseguir. Las estrellas no debían desviarse de su curso, y ella no tenía intenciones de que su vida tomara un rumbo diferente al que ya había trazado.
Pero Sirius no era una estrella.
Era un cometa. Y los cometas no siguen reglas.
Sirius no se comportaba como debía. No era frío ni calculador como los Black. No era un príncipe oscuro con modales impecables ni ambiciones discretas. Se reía demasiado fuerte, se metía en problemas con demasiada facilidad, hablaba con demasiada pasión sobre cosas que a ella nunca le habían importado.
Y lo peor de todo: era guapo.
Guapo según sus propios estándares. No con la belleza distante de un Malfoy ni la elegancia meticulosa de un Rosier. No, Sirius era un caos atractivo. Su sonrisa desafiaba las normas, sus ojos ardían con la luz de algo indomable. No pertenecía a nadie, no encajaba en ningún molde.
Hubiese sido más ventajoso ir tras el hijo de Fleamont Potter, pero James ya había puesto sus ojos en esa sangre sucia de Evans. Y besar una boca que había besado la de ella... bueno, era como besar el fondo de un caldero usado.
Dani nunca se permitió caer en la ridiculez de una historia romántica. No era una Gryffindor ingenua ni una Hufflepuff sentimental. Sabía lo que hacía y por qué lo hacía.
No, Sirius era el problema.
Porque con él, Dani sintió algo que no debía sentir.
No amor, porque ella no creía en el amor.
Pero tampoco era simple deseo. Era algo más profundo. Algo peligroso. Algo que, si no se controlaba, podría derribarla.
Los cometas no se quedan.
Las estrellas siguen brillando mucho después de que la luz de un cometa se apaga.
Esa era la ley del universo. Dani no tenía intención de romperla.
Porque, después de todo, su madre siempre le había dicho que el amor debilita.
Y ella nunca, jamás, se permitiría ser débil.
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