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𝐀𝐏𝐑𝐈𝐂𝐔𝐒 𝐌𝐀𝐂𝐇𝐈𝐍𝐄𝐑𝐘



quizás podría haber sido una película bastante mala, pero tenía un bonito significado para mí, así que gracias por encontrarla.



𓍯𓂃...

«To be made of flesh was humiliation»

Alice Munro.



୨ৎ



Kisumi bebe agua helada. Lo agradable es que viene en lata. Una lata de 430 ml, plateada, letras azules con un logo inglés del 1600... Parece cerveza a lo lejos, pero solo es agua. Los bares de la zona y las empresas saben que existe gente a quienes les avergüenza no beber alcohol frente a otras personas que sí lo hacen, así que —la lata— está diseñada para eso. Todos charlan minutos después de su presentación en el escenario barato. Hay telas por todas partes en este edificio abandonado e implementaron una generador de luz provisional. La verdad es que Kisumi está de mal humor porque un representante musical, un extranjero, la ha llamado cheap, pero no sabe si a ella o a su voz, o a su banda, o a su grupo de diseño en el mejor de los casos. Pronto será invierno. Le gusta el invierno, pero hoy no. Hoy se siente más helado que el alcohol, más que una garganta herida, no dan ganas de cantar, no dan ganas de modelar en sedas, ni de remojar los pies en el mar porque es muy frío. Todavía no empezaban las nevadas, pero ya se perciben las contracciones de la piel, las yemas de los dedos toscas y las telas como animales muertos. Los bostezos siguientes le provocan lágrimas de otra especie y familia.

Lleva telas delgadas, apenas con un doblez de basta al final, sin mangas. Seda china, entintada de colores marrón, maroon sheen, rosa y rojo cereza. La seda provoca que los colores se suavicen y las formas de los dibujos no se vean tan marcadas, así que el vestido en su cuerpo parece un moretón, un beso de puño, nébula de carne. Los zapatos son algo incómodos, pero no tanto como habitar en un cuerpo. Son de taco medio, un blanco perlado. El vestido es largo, sin pomposidad, la tela solo cae, así que solo se ven las puntas de esos bonitos tacones entintados de plateado.

Pasó a modelar un rato, junto con personas desconocidas con las que tiene en común una sola cosa: son amigos de Usui, el diseñador de las prendas. Aunque ambos tienen otro tipo de relación más allá de eso, como descarga y alivio sexual. En realidad no se llaman a menudo. Se conocieron al ser estudiantes de diseño y moda, se tienen cierto aprecio más allá de lo que se muestra a los demás. Kisumi pasa sus dedos por la tela. Piensa en que ella pudo haber hecho un mejor diseño, pero solo son pensamientos intrusivos ya que hay cierta rivalidad amistosa y de superación entre ambos.

Los últimos días ha empeorado un poco. Nada palpable. Una tensión imaginaria, quizás.

En uno de los espejos colocados en el edificio, ella se arregla un poco el flequillo con lo poco que puede ver debido al juego de luces. Luego, camina hacia las ventanas. Al ser un edificio en construcción y abandonado, hay muchas zonas riesgosas para alguien torpe. Kisumi no es torpe. Ella camina por el borde de la zona vacía, sin balcón de seguridad, para ver un rato el mar. El frío recorre sus piernas como galgos invisibles.

—¿Qué haces aquí? ¿estás borracha?

La voz de Usui llega a los oídos de Kisumi como una aguja molesta. Ella le mira de reojo, se cruza de brazos más por frío que por molestia. Hoy no quiere hablar mucho, su computadora se malogró ayer y necesita dinero para arreglarla. Aunque comprar una nueva le aseguraría un mejor futuro. Sin embargo, pedir dinero a sus padres no es una opción. Ella preferiría morir hervida y frita en aceite para tempura.

Son cosas que quiere decir para obtener un comentario reconfortante, pero incluso cuando ha modelado para su proyecto y algo más, no es capaz de contarle algo.

—No es eso. La marea ha estado extraña los últimos días.

—Debe ser por la luna. Es lo normal. Te fijas mucho y no disfrutas nada. ¿Es el estrés?

Él coloca una mano en el hombro de Kisumi. No ayuda mucho, pero ese pequeño acto no le molesta.

Ella estaba apunto de decir algo pero nota una extraña forma elíptica en el mar. Está hecho de agua, al parecer, por lo que piensa que quizás metieron alguna sustancia en su última bebida. "¿Un tsunami?" piensa. "No, no puede ser un tsunami" es el segundo pensamiento. La cosa marina sigue inmovil, asemeja una isla resurgiendo, o quizás ya estaba allí desde hace tiempo. El olor a pescado y otras desgracias crudas de agua salada cruzan por su nariz, es un aroma espeso. Hay un bostezo involuntario. Ella bosteza. Para cuando sus ojos lagrimean, tiene la sensación de que es demasiado tarde, pero ¿tarde para qué?. Usui pregunta si ella está bien. "No, hay algo en el mar" es el tercer pensamiento en una fracción de tres minutos.

—Heh, hola... ¿Qué es eso? —dice un hombre, uno de esos dealers de última moda, que crean pleitos y se ríen a sus anchas con sus compañeros. Su dedo señala el mar. Sus pies son torpes. El viento de repente deja de sentirse tan fuerte. Los cabellos que antes se movían sin control, caen a sus hombros de forma repentina.

A Kisumi se le oprime el pecho. Tiene un mal presentimiento, pero este mal presentimiento es como un tumor con dientes y pelo en la boca del estómago o como una tenia en el intestino, la cual devora todos sus nutrientes y deja más huevos que la llenan de preocupación.

Ella entrecierra los ojos. No ve mejor, pero puede confirmar que la cosa hecha de agua crece. La marea baja, demasiado.

—Tsunami.

—No, no ha temblado la tierra, no ha sonado la alarma.

—Necesitamos salir. Yo, eh... tengo que irme, tenemos que irnos.

—Kisumi. Escúchame...

Usui no puede terminar de hablar. Sus ojos parpadean de forma lenta, los zapatos se mueven, parece una cámara de baja calidad. Sus ojos son una cámara de baja calidad. Kisumi trata de parpadear rápido, pero solo se siente mareada, más aún cuando ve que algo cubre el cielo o los cubre solo a ellos y sus visiones. Escucha gritos tardíos. Ve caer por el balcón al chico ebrio que había llegado hace poco, pero cuando abre la boca para gritar, solo hay agua.

Una ola la arrastra en conjunto.

Agua por su garganta, se traga algunas perlas, se golpea con el vaso de vidrio de alguien más y siente que se ahoga. Su cuerpo choca con otros cuerpos, se enredan las telas, se combinan todos los perfumes. Hay demasiada agua. Su mano se aferra a uno de los fierros del fondo de la sala, donde antes colocaron algunos armarios prefabricados para la ropa ocasional. Toma aire, no puede abrir un ojo, la ropa le pesa. Las luces del edificio parpadean y ella se asusta: si cae el motor de luz que montaron en el piso de arriba, probablemente serán electrocutados hasta la muerte.

Tiene el brazo herido, no es grave, pero cuando empieza a toser agua, aún aferrada a los fierros, el pánico recorre todo su cuerpo.

—¡Kisumi, Kisumi! —. Ella escucha la voz de una de sus compañeras llamándola. Sus manos tiemblan mientras trata de mirar hacia todos lados. Siempre le ha costado saber de donde provienen los llamados y sonidos algo lejanos a ella.

—¿Dónde... Dónde estás? —grita, su mano suelta el fierro y flota un poco ahora que el oleaje anómalo parece disminuir. Hay muchas voces a la vez.

Tengo miedo. Tengo miedo. Tengo miedo.

Tengo miedo.

Tengo miedo

Algo le dice que no morirá hoy, pero no puede evitar la sensación del corazón, como si este se comiera a sí mismo y se vomitara, una y otra vez, una maquiavelidad, una regeneración del susto. La luz en algunas partes sigue prendiéndose y apagándose. La luz repentina, le hace caer en cuenta que el olor de mar no es lo único que inundaba el lugar, sino que algunos cuerpos se alzan a flote, y todos, incluido ella, están sumergidos en agua con la sangre espesa. El agua disminuye, ella trata de moverse ahora que le llega hasta las rodillas, pero es casi imposible la comodidad cuando hay demasiadas telas que impiden el paso apresurado.

Kisumi tose un poco más, pisa algunas manos y trata de buscar con la mirada a la gente que conoce. Algunas otras personas también se ponen de pie e intentan buscar una salida.

—Va a volver —dice alguien con voz temblorosa. Lo más probable es que estén esperando las réplicas. Pero Kisumi no entiende. Están en un tercer piso, ¿ha sido tan grande un tsunami sin un terremoto de por medio?

En la zona de baños, están sus compañeras de desfile. Los cuerpos altos temblando, con las piernas flacas, heridas. Una de las chicas no puede abrir los ojos, hay cortes en sus párpados. Ella era la más guapa de todas, según la percepción de Kisumi desde el momento del desfile. Las chicas se abrazan entre ellas. Kisumi piensa en escapar, pero hay personas que rodean las tragedias con los brazos y deciden no moverse. Como si el agua fuera un animal salvaje que responde a la violencia, y, al no haber respuesta, estará dispuesto a irse.

—Algo malo se percibe en el aire.

—Y tenemos que irnos —responde Kisumi, con el maquillaje hecho un desastre y una llave clavada en su clavícula.

—No es algo de la naturaleza, solo ocurre en este edificio.

Hay más bulla de lo usual. Es lejana. Muy lejana. O tiene mucha agua en los oídos que no logra escuchar bien. Un grupo de personas llega a evacuarlas, o por lo menos, dos de ellos. Seguridad pública le aterra a Kisumi. Es el tipo de terror que le hace pensar "esto no puede ser real" y, como ya imaginó, los sucesos sanguinolentos y húmedos del edificio han sido producto de un demonio. Demonios. Devils, en el habla ajena. Kisumi nunca ha lidiado con ellos antes, pero sus padres sí. Podría sentirse privilegiada de no experimentar tal trauma infantil como algunos de sus compañeros y compañeras de carrera, quienes tratan de seguir adelante incluso en la penumbra del futuro violento que conlleva seguir con vida en esta tierra sin indicios de santidad. Usui, ella recuerda. Él también contó, durante una borrachera, que sus hermanos mayores fueron despedazados por un demonio. Kisumi se sorprendió, porque se dio cuenta que no sabía muchas cosas de él: no sabía que sufrió bullying los últimos años de preparatoria, no sabía que una vez se perdió en las calles y definitivamente, no sabía que tuvo hermanos mayores que lo buscaron por todas las calles cuando él fue golpeado y abandonado por sus bullies. Y allí encontraron la muerte.

Kisumi solo sabía cómo y cuán bien lo hacía, qué tipo de bebidas prefería por la mañana y sus notas sobresalientes en clase. Lo que no le quitaba la cualidad de humano, pero tampoco la ayudaba a descifrar más de él por mera amistad. O lo que fuese.

O lo que podría ser, si es que Kisumi no sintiera que se está forzando a sentir algo.

Cuando el agua cae por el balcón, observa alejarse un brazo humano. Tiene un reloj. Su reloj. El regalo más estúpido de la navidad pasada, el que no le combinaba para nada, pero aún así él se lo ponía cada vez que podía.

Oh.

Oráculo de los pescadores.

Usui.

Ella vomita. Otras dos personas vomitan con ella por la ramificación del asco Es desolador, queda más vacía de lo usual al botar la comida del día. No puede bajar las escaleras junto a los sobrevivientes debido a que le tiemblan demasiado las piernas y se tropieza una que otra vez. El olor a vómito es penetrante y no se va fácilmente. Es un agregado maligno al tortuoso olor a mar y muerte.

Una vez afuera, la zona de tópico de enfermería provisional se abre, para brindar una atención rápida o un llamado de emergencia en caso de gravedades. Kisumi siente el vómito persistente en la nariz y garganta. Cuando le entregan una manta con el pequeño logo del estado, ella no la puede tomar porque sus manos están sucias y le da vergüenza. Sus ojos miran los dedos algo maltratados, luego la muñeca cubierta por un doblez perfecto en una camisa ensangrentada.

En el momento que encuentra sus ojos, lo entiende.

—Hayakawa.

—... ¿Kisumi?—. Llamarla por el nombre rompió una cuerda que se ata entre el conocer o no conocer a alguien. Kisumi marcó distancia desde un inicio, pero él la quebró al llamarla por el nombre. Hay malos milagros en este edificio abandonado.

—Así que realmente no te fuiste de Seguridad Pública...

Es lo único que menciona después, antes de volver a vomitar tras ver los cadáveres que los demonios que también son parte de Seguridad Pública traen en fila.

—También fumo —. Él menciona. Su rostro no tiene mucha expresión, pero ella puede entender que no habla en serio. Hay algo de incertidumbre en sus ojos azules, y luego, cierta desconfianza.

—¿Fumas? Eso es nuevo... Hayakawa fumando, eso es...

Se le nubla la cabeza. Es como la primera borrachera de los 21 años, de hace tres días.

Cae desmayada.



...



"Mejor me hubiera muerto yo. Hubiera sido recordada como una potencial excelente estudiante a acabar la carrera siendo tan miserable y recordada por nadie más que los fetichistas de tragedias" son las oraciones que se repiten en su cabeza desde que despertó en el hospital, se fue a casa y tuvo que ir a la ceremonia de despedida para todos los estudiantes fallecidos en el incidente y masacre de la playa, apenas dos días después. Tiene los ojos vidriosos. En el hospital había una manzana cortada, la cual no pudo comer, porque incluso al haber despertado hambrienta, odia las manzanas. Las odia. El sabor, la textura. Se siente indeseable por odiar una fruta que nada malo le ha hecho. Se siente terrible por no comer lo que Aki ofrece en tiempos tempestuosos.

Lo único que sabe es que, lo que provocó la desgracia, era algún tipo de Sea Devil o algún demonio del mar que fue atraído. Según las habladurías de los sobrevivientes, se asemeja a Ningyo o Nure Onna, pero Kisumi nunca vio al demonio. Tuvo la suerte, quizás mala suerte, de no topárselo como los otros. Su boca se seca de repente, mientras espera en la cafetería. Ha llegado 15 minutos antes de lo acordado. Aki y algún otro demonio podrían llegar—, pero espera que eso último no llegue con él. Solo es la paranoia hablando en su mente dañada.

El vaso de café helado —un americano, el clásico ahora alienado— se mueve de forma ligera, con pequeñas ondas en el centro, debido a que la pierna de Kisumi no puede dejar de moverse adrede por el ligero nerviosismo. El corazón late, lo sabe, es algo que te enseñan, es algo que sientes, es lo normal e imperceptible. Sin embargo, ahora está siendo demasiado consciente del movimiento, así que la angustia se propaga cancerígena por todos los conductos, por todas las venas y siente que tiene que salir, ya sea en vómito, orina o...

—Kisumi.

—Hayakawa.

O en la pronunciación de su apellido. También puede evaporarse algo de angustia aguada en su apellido. Llamarlo Aki es arcaico. No lo conozco tanto, se miente. Puedo conocerlo otra vez, se afirma. Hubo algún recuerdo aquí y allá. Él no estuvo todos los días de preparatoria porque eligió otra vida y otros deberes. Eligió la parte venenosa del corazón —las venas—, y Kisumi eligió las arterias. Este es un pequeño electrocardiograma de tactos invisibles.

—¿Cómo has estado? —pregunta, pero suena tonto y absurdo porque ella puede notar con rapidez el rostro pálido, las ojeras. Se parece a cómo lucía ella cuando murió alguien que no debió morir. Luce como ahora ella luce por la pérdida de Usui.

—Eso debería preguntarte yo—. Aki cierra los ojos brevemente mientras arrastra la silla hacia atrás en un movimiento despreocupadamente elegante y se sienta frente a ella—. No te veo hace tiempo y te encontré de nuevo en circunstancias que nadie debería pasar.

Kisumi suspira. Cuando suspira se le escapa la vida, un poco. No exagera, pero tampoco quiere sabotear la poca preocupación por sí misma que le queda.

—¿No pedirás algo?

—Quizás lo mismo que tú. Pero es invierno, ¿por qué un americano helado?

—Me siento hervir por dentro.

Aki siente que habla con algún extranjero. No es que ella hablase otras lenguas o tenga un acento diferente. Tampoco es que tenga rasgos occidentales. Si hay algo que destaca en Kisumi es que no destaca incluso si es colocada en un podium, la gente no voltearía a verla. Solo Aki. Y Usui. Pero Usui no existe más y Aki sí.

Puedo conocerla de nuevo.

—Lo lamento, por Usui.

—Oh, sí. Todos en la universidad lo lamentan.

—Pero para ti es una pérdida más personal.

—No éramos pareja.

Él siente que lo está arruinando, así que se calla. Su voz se ausenta. Es bueno en ello, mucho más en invierno. Tiene buenas excusas en este clima, "Hace frío, no quiero hablar", "Se me enfriará el esófago", "Cogeré un resfriado". Por lo menos funciona con humanos. Con los roomies de otro mundo es diferente.

—No lo conocía tan bien. A lo que me refiero es, ni siquiera sabía su color favorito.

—Saber el color favorito de alguien no significa conocerlo.

—Pero es otro tipo de intimidad.

—¿Cuál es tu color favorito?

—No tengo. Me gustan muchos colores dependiendo de la ocasión.

—En preparatoria te gustaba el color canela.

—¿Te acuerdas de eso?

—Sí. Ahora puedo decir que yo te conocía en ese tipo de intimidad, Kisumi.

Quedarse callado es la mejor respuesta a algo que te deja sin habla. Es la más honesta. A Kisumi le ha calado. Si su alma tuviera una zona Adal, probablemente allí se alojan las palabras de Aki como si fuera cuna de temblores y recuerdos olvidados: aunque los ojos de él estén adornados de una suavidad oscura por las noches sin sueño, aún le persigue un suave azul amable. Cae como una piedra en la arena; Aki tiene los ojos amables.

—¿Qué hay de Himeno?

Cambiar de tema para luego beber un poco del café es un acto delicado, pero cobarde. Incluir a Himeno, también lo es. Kisumi tampoco conoce muy bien a Himeno. Solo la vio un par de veces, las suficientes para preguntarse "¿qué clase de relación tiene con Aki?" y "¿ella no es mayor que él?". También rememora que el nombre le parecía bonito entonces y algo amargo ahora. A ello, le agrega los comentarios de los chicos en preparatoria, acerca de que Aki tenía una novia un par de años mayor, bastante madura y caliente. Kisumi era el tipo de alumna estudiosa que escuchó los rumores, se sacó sangre de los labios y fue a distraerse porque odiaba cuando los chicos hablaban con las hormonas y la sangre bombeando hacia abajo.

—Murió.

Simple y llanamente. Shakespeare incluso teniendo tanta labia dijo algo parecido, pero viniendo del dramaturgo fue algo impresionante. De Aki se siente vacío. Incluso entrecierra los ojos un poco y mete la mano en el bolsillo interior del saco. Esos manierismos para fingir que no siente algo.

—Lo siento.

—No éramos pareja.

—No estaba asumiendo. Lo siento, eso sonó mal.

—Está bien. Pasaron algunos meses después de eso. También me asignaron a un nuevo compañero.

—Oh...

Las pequeñas discordancias se aclaran un poco. Puede recordar algunos créditos de una película, pero esta no es una película y nadie los está viendo de forma cuidadosa. Kisumi era llamada mojigata en preparatoria, hace unos buenos años. Aki lo sabe. A ella le da vergüenza que él lo sepa y, lo más probable es que no lo recuerde ahora porque hay cosas más importantes qué recordar, pero ella sí que lo recuerda. La mata lentamente. Una vergüenza abrasadora. Le decían cosas peores, como "puta" en la universidad de Tokyo, personas que debían tener una buena lengua pero incluso con el ponderado más alto, seguían siendo tan vulgares. Tan vulgares. Por lo menos, el funeral de Usui le ha servido para los minutos prolongados de silencio y no ha escuchado a nadie llamarla así desde entonces. Sexualizarse en la universidad no le sirvió de mucho. Quiere destacar en algo. Es una musa algo solitaria.

—Te invitaré a una cena la próxima vez. Hoy siento que ha salido algo apresurado.

—Tú trabajas y yo estudio, nuestros horarios colisionan —aclara Kisumi.

Aki baja la mirada algo pensativo. Kisumi aprieta la correa de su bonito bolso.

—Pero estoy libre el próximo sábado.

—Te doy mi número entonces. No respondo a menudo, pero estaré pendiente si mandas mensajes el viernes para cancelar.

—Eso sería algo irresponsable de mi parte. Es decir, cancelar a último minuto si hay una reserva.

—Puede ser en mi apartamento.

Kisumi abre los ojos más de lo normal. Esta a punto de decir algo, pero Aki se percata primero, así que aclara la oración:

—Tengo compañeros de habitación. No creo que sea buena idea que los conozcas, pero es invierno y es mejor cenar en casa que cenar afuera.

Aki es bueno creando excusas en invierno.


...


El apartamento de él parece el hogar de un hombre casado y con dos hijos revoltosos. Pero también asemeja el apartamento de un hombre soltero —bachelor's flat.

—¿Y tus hijos revoltosos?

—En la escuela.

Es una broma. Se siente raro.

—En realidad los boté.

—¿Qué?

—Se fueron a trabajar.

"Eso no me mencionaste la vez en que acordaste este día para cenar en tu apartamento", piensa Kisumi, pero prefiere no decir nada. Ha sido un movimiento algo astuto. Pero no le perturba.

—¿Cocinaremos juntos?

—Estoy acostumbrado a cocinar solo, pero creo que podemos cocinar juntos.

—Yo imaginé que habrían más personas, así que traje algunas latas de cerveza y dos botellas de sake...

—Podemos beberlo entre los dos.

Solo puede observar su nuca. Luego aquella nuca se cubre. Le ha crecido el cabello. Lo recordaba con el cabello corto y mirada perdida, escondiendo las manos detrás, mirando a un lado y diciendo "Kisumi, me iré...", pero si se requiere un recuerdo un poco más dulce del término de la adolescencia, entonces lo recuerda diciendo "Buenos días, Kisumi". Se quita el abrigo al igual que él. Aki se remanga la camisa pulcra.

—Yo pico los vegetales.

—Yo lavaré el resto del fregadero. Parece que tus roomies no lavan sus cosas. Tú siempre has sido ordenado —comenta Kisumi mientras camina hacia la cocina y a la visible torre de cinco platos y tazones.

—Era difícil al principio, eran como unas pequeñas mierdas difíciles de tratar. No son humanos.

Kisumi casi bota uno de los platos. Ya lo sabe, lo predijo un poco el día de la tragedia.

—Ah...

—¿También odias a los demonios, Kisumi?

Espalda a espalda. Él no puede ver el rostro de ella y ella no puede ver el rostro de él.

—No. Me hiciste esa pregunta antes, ¿no?

—Uh, sí, hace mucho. Pero no recuerdo qué contestaste.

—Que no los odiaba. No los conocía entonces. Así que no sabía nada realmente.

Los codos se rozan un poco. Ella voltea. Él no. No puede, ya que siente que hará una pregunta no debida.

—¿Y después de eso, los odias?

Después de eso. El cuchillo chocando con la tabla de picar no deja de sonar. El sonido del agua, el sonido de la hornilla de la cocina prendiéndose. De repente es algo lejano.

—Tampoco.

—Eres incapaz de odiar.

—Tengo mucho odio albergado hacia mí, que no me permite odiar algo externo.

—Esa respuesta sí que la recuerdo.

Lo que más recuerda Aki de la preparatoria —de los pocos días que asistió antes de zambullirse de lleno en sangre ajena y tristezas encarnadas— es que le solía doler la cabeza a menudo. No obstante, también había otras cosas: la primera, que notó la existencia de Kisumi porque se tuvo que sentar con ella en los asientos finales de la última clase, así que su rostro naranja por los atardeceres se le ha quedado impregnado en el cerebro. La segunda, los chicos decían muchas cosas asquerosas sobre Himeno cuando ella pasaba a recogerlo, así que se pelearon algunas veces en los baños. La tercera, que mientras él hacía muñecos de nieve cuando niño, Kisumi hacía castillos de arena porque era meramente costeña. Costeña ella y su bonito lunar bajo el ojo. Demasiado soleada. El sol sale para todos. Para quienes sufren desgracias y para quienes vivieron una buena infancia. Por una buena razón es que, aunque se llevaba bien con ella en preparatoria, la sentía muy alejada de su pena ínfima y pobreza pueblerina, nevada. La cuarta, juró que no iba a tener ningún vicio.

La quinta y última cosa que recuerda de preparatoria es que tenía un pequeño crush con ella.

Algunos rumores decían que Aki se quedaba mirando por la ventana del salón, los días de gimnasio —a los que él no asistió nunca— y la observaba lavarse el rostro en los lavaderos. Como bien dicen, cuanto menos sabemos, menos nos drena.

Fue algo insignificante. Se acabó en el momento del festival cultural, cuando notó que ella miraba demasiado a los chicos de la otra preparatoria. A Usui.

—La vida y sus horrores. Si dije algo impertinente en mi adolescencia, te ruego que lo olvides —dice Kisumi mientras observa la cocción de un buen ramen casero. Parece algún truco, como "vamos a comer ramen" es igual a "hace frío afuera", y este mismo es "tengo un cargador en la habitación" o "vamos a ver películas".

—Dijiste algunas cosas. Sus únicos pecados eran sus simplezas. No hablabas mucho.

—Tú tampoco.

—No nos ayudamos nunca en nada, ¿no?

Ella se ríe cuando él comenta lo último. Se siente mal reír la misma semana en que hubo un funeral. Abrir una lata de cerveza parece pecado. Abrir dos es una entrada al infierno. Tomarlas es lo más cercano a una traición.

—Me estaba olvidando. Te traje algunas tazas... Como regalo, es la primera vez que estoy en tu apartamento y se siente mal ir sin algún presente.

—¿Tazas?

—Sí. Las hice en clase de cerámica, hace unos meses.

Kisumi camina hacia el sofá donde dejó su bolso pesado. Saca una caja blanca. De repente le entra algo de pena.

—Una verdad es que están algo terribles. Pero creo que se las puedes dar a los demonios.

Aki entrecierra los ojos. Él es un poco más experto riendo con los ojos. El leve calorcito en el pecho durante el invierno le recuerda la humanidad persistente en las conversaciones cotidianas y despreocupadas. Puede ver la ropa de ella. Camiseta delgada, pantalones jean, se acaba de quitar las pantuflas que eran para caminar por la casa y se le pueden ver los pies descalzos mientras se dirige hacia a él, al lado de la radio.

—Otra verdad es que tus pantuflas de casa me quedan demasiado grandes.

—Una tercera verdad extra es que creo que me gusta hablar contigo de esta manera —comenta Aki como si hablara del tiempo mientras empieza a servir dos platos y luego bebe un poco de sake—. Y una cuarta verdad es que si tienes los pies descalzos atraparás más rápido un resfriado.

Nublarse en su propio apartamento siempre es lo ideal. Los ojos se le van, siente el rostro caliente. Ha comido y lo olvida de repente. El ramen estuvo bueno. Quizás demasiado, como una ambrosía. Pero guiándose en la quimera post-alcohol que lo absorbe, lo sabe: ella aguanta más el alcohol de lo que él podría y monta su propia fiesta en una casa que no es suya. Ella mueve la cabeza ante la mirada soñadora —somnolienta— de Aki. Hay una canción desconocida sonando en la radio. El volumen no es tan alto a las once de la noche, casi doce, casi cero-cero horas. Solo hay dos lámparas encendidas. Las sombras desdibujan sus rasgos. Kisumi mueve las manos y provoca más sombras y estas sombras pronto se convierten en criaturas livianas de vida frágil correteando por su pecho. Confuso. Invitar a una chica a casa no es su jugada. Nunca ha invitado a alguien a su casa. Himeno se invitaba sola.

Kisumi parece ir y venir mientras suena Tastes Like Honey de Swallow

—¿Tú elegiste pintarte el cabello de marrón? —pregunta él, sentado. La guitarra camufla su voz, pero ella baja la cabeza para escucharlo de cerca.

—Sí, hmm.

—Te queda.

Ella está de pie, observando el balcón pero sin atreverse a abrir la puerta de vidrio corrediza. Baila. Es lento, como la danza contemporánea de alguien que ha ido a apenas tres clases y solo mueve los brazos y las caderas con una gentileza aprendida por la marea. Pronto se sienta a su lado, mueve algunos platos y latas vacías.

—Si Dios te hablara ahora mismo y te dijera que me asesines para tener una vida mejor, ¿lo harías?

Quizás es igual que él, en términos de soportar el alcohol.

—¿A qué quieres llegar? —. Su voz suena arrastrada, sus labios apenas se mueven. Sus ojos vagan en el rostro femenino.

Ella suspira.

—Solo responde.

—Dudaría si realmente es Dios por pedir algo como eso. Y, creo que él me partiría con un rayo por dudar, si es que existe —responde. Desvaría un poco: si los demonios existen, algún Dios debería existir también. Pero no es hora de pensar en eso. Su rostro está recostado en la mesa, mirando hacia algún punto en la pared antes de posarse nuevamente en Kisumi. El alcohol le calienta el cerebro, las mejillas. Se siente llorar de forma repentina, pero no hay una sola lágrima, así que continúa—. Tengo un sentimiento que no puedo controlar, siento que... Si Dios realmente fuera capaz de partir personas con un rayo, toda mi alma saldrá a borbotones, como un corte en el cuello, me desbordaré... Sabes, me desbordaré..., como espuma. Mi cuerpo no puede mantenerme, estoy tan... Tan cansado.

Kisumi se arrulla con su voz, incapaz de decir algo. Su mente trata de ordenar frases y, cuando abre la boca, solo experimenta una náusea alcoholizada.

—Algo... Hmm, algo necesita devolverme la vida o quitármela por completo. No acepto el término medio, como estar muerto en vida —balbucea él con las mejillas rojas.

—¿Te molesta que exista a tu lado? —sale otra pregunta abruptamente de entre sus labios. Kisumi lo mira, espera una respuesta. Espera algo que la haga sentir soleada.

—No... No hay muchas cosas que me molesten en serio aparte del hecho de no recordar las expresiones de mis padres por mi cuenta, solo sé las que tienen en las fotos.

—Seguro que tienes los ojos de tu papá y los labios de tu mamá.

—No puedes saberlo porque no los has conocido. Yo no recuerdo eso ahora mismo... Siempre tengo que revisar las fotos.

—Yo te veo y puedo recordar cosas que no he visto. Es... Es así de simple.

Dormir en el suelo, arroparse a medias. La mesa está llena de platos sucios y latas vacías. Kisumi durmiendo sobre el tatami improvisado y él descansando la cabeza en una de las almohadas para las rodillas. Tiene frío en los huesos de los pies. La mañana luce tan azul. Las leves respiraciones y el olor a sake. Aki se arrastra y observa. Kisumi en posición fetal, la nariz helada, los ojos cerrados.

Las tazas con formas extrañas están en la isla de la cocina.

Se escuchan pisadas afuera. Presurosas.

Gotas caen. Empieza a llover en la ciudad.

Aki prende un cigarrillo. Sus labios aprietan sin querer. La vida sigue, quiere pensarlo. "No fumes, te ves más adulto y aún estamos en nuestros veintes" podría susurrar Kisumi desde el tatami. Pero se despierta y ve solo su silueta oscura a contraluz del balcón. "¿Quién te enseñó a fumar?", puede ser otra opción. Otras cosas fueron dichas, sin embargo.

"Me hubiera gustado estar allí cuando el rostro se te arrugó por probar, por primera vez, la amargura del cigarrillo"


...


Power la ignora a veces. Ella dice que Kisumi tiene la sangre mala —sí, intentó drenarla por mera diversión, pero no avanzó más allá por Aki y por percibir un elemento extra—. Denji, por su parte, se había acostumbrado a que estuviera por allí. Tampoco le llamaba mucho la atención, porque Makima es la única. "Kisumi es algo elegante y da escalofríos por lo lejana que parece, como Makima, pero Kisumi no lo disimula ni con una sonrisa, su rostro es más expresivo con lo que siente en el momento" podría salir de su boca en los términos menos adecuados, pero solo se encoge de hombros cada que ella aparece por el apartamento, como si este fuese una casa-templo y deja platos, lapiceros y cosas de chicas, como diría el rubio.

—Hola, Denji.

—Uh... Hola.

Él la sigue hasta el baño. Aki ha salido para quién sabe qué y Kisumi tiene las llaves del apartamento, así que no lo discute, pero le sigue con una mirada algo acusadora. Ella ha aparecido en el apartamento unas quince veces. Unas tres o cuatro contando esta, aparece justo cuando Aki no está.

Power llega corriendo. Los tres hacen una exploración.

La bañera está vacía, el vapor está caliente, el agua se ha ido por completo. No hay muchas cosas alrededor, hay un frasco de champú de envase negro. La canasta de ropa sucia está completa, al parecer solo la lava tres o dos veces a la semana. Hay una media en el suelo, hace ya 3 días. Su apartamento parece el típico piso de soltero, lo dijo antes. El lugar no parece estar lleno de pertenencias personales y parece mucho menos desordenado que una vivienda normal. Kisumi camina hacia la habitación de Aki. Casi da la sensación de que el hombre apenas pasa tiempo allí. No descansa, seguramente, aunque parece llevar un estilo de vida decente. Hay algunas fotos colgadas en las paredes, que representan escenas de una oficina. Si uno mirara las fotos, lo más probable es que viera a una familia o a Aki en cada una de ellas. A excepción de una foto, donde solo sale Kisumi, con su traje de oficina sentada en el balcón —eso fue hace algunos días, antes de otra tragedia—. La tomó con la polaroid de ella.

Es la foto que más le gusta, porque está oculta detrás de las otras fotos en la habitación.

—¿Te apareas con él? —pregunta Power en risotadas, aunque se nota un leve asco de fondo. Kisumi alza una ceja.

—Solo es una foto. No puedes deducir nada de una foto.

Se maldice por lo bajo por darle la contraria a alguien como Power. Denji se ríe también y escribe su nombre con un marcador en uno de los muebles de la habitación, rápidamente siendo abordado por Power para que escriba su nombre también.

—¿Y por qué viniste?

—¡Sí! ¿Por qué viniste otra vez?

—A dejar cosas. Me mudaré a otra ciudad y tengo demasiadas cosas en mi apartamento, así que se las regalo.

—O sea, nos dejarás tu basura.

El piso de soltero, ahora no parece tanto un piso de soltero, eso también lo dijo antes. Hay algunos elementos shabby chic, en la cama no solo hay una camisa blanca, sino también hay una camiseta liviana de color celeste que era del papá de Kisumi, pero ella prefirió dejarlo en casa de Aki. Hay zapatos bajos, tacones, botas y sandalias a un lado del ropero, para Power. El baño ha dejado de ser tan simple, hay un nuevo frasco de champú, con olor a coco y un acondicionador de cacao. Hay un cepillo más, un jabón rojo con olor a lychee y una esponja blanca; en el pequeño armario con espejo frente al lavabo se ha llenado de maquillaje aparte de las pastillas y aftershave usuales: frascos de medicina y dos labiales. Hay cremas para el rostro, mascarillas para el cabello... Incluso hay tres toallas más, muy específicas.

El repostero de la cocina tiene una taza y tres platos más hechos de cerámica al frío y con formas inusuales y de color pastel, como las primeras tazas que trajo. Hay cinco cajas de tés con diferente sabor. Hay un nuevo juego de sartenes y ollas, y una nueva tostadora. Hace algunos días dejó ligas para el cabello y revistas, los nuevos discos de vinilo se acumulan en una esquina. El escritorio inusable ahora es un desastre de cuadernillos, libretas, lápices y una nueva radio que no es de Aki. Hay más folders, marcadores, botellas de agua vacías, frascos de esmalte mal tapados, una taza sucia pero de olor agradable, té de jazmín.

—¿A dónde irás?

—Iré a la casa de mis padres. Quieren verme. Pero todavía en uno o dos meses.

—¡Qué aburrido! —exclama Power con Nyako en los hombros.

Sí, es muy aburrido. Abandonar la universidad por un tiempo es algo devastador. En pocos días será primavera.

Cuando Aki regresa, Kisumi no está, pero encuentra en la mesa, una servilleta sucia con labial. Hay un sándwich extra con pimiento, jamón y espinaca y dos sándwiches de carne. Los libros nuevos en la mesa, aun en su paquete, están en su idioma, pero él no sabe de poesía, menos de poesía japonesa porque no se ha tomado el tiempo para leer. A veces se derrite, se transforma, las ventanas se rompen y entran letras como trenes: esos ojos, esa boca. Todos los cajones se abren y salen más letras y todas son de lenguas asiáticas, el champú se derrama, el maquillaje se destroza en el suelo. La risa se escucha, se combinan lugares, casa-trabajo-oficina, pero también el callejón detrás de un restaurante, donde compartió cigarros y también el estacionamiento de un edificio donde... Bueno. Las tazas se rompen, las revistas vuelan, un remolino se expande, el perfume, el olor a cacao y coco entra por sus narices, el sándwich se aplasta, las cajas de té caen al suelo insonoras, escuchó tres disparos, se siente flotar con las ropas de la habitación, como una canción llena de coros que hacen llorar y cómo odia llorar, asemeja a una publicación de hace 11 años, ah, y entonces...

—¡Dice tu novia que se va a mudar!

—No es mi novia —responde al instante mientras acumula tazas en la encimera y trata ordenarlas mejor de lo que ella las ordenó antes.

En los últimos meses se hicieron algo cercanos. Como ex-compañeros de preparatoria que se llevaban "bien" y que ahora se vuelven a juntar. Aki no estuvo tanto tiempo en clases, pero lo cierto es que, de todos los compañeros que tuvo, solo recuerda el rostro de la olvidada Kisumi. Por ello, se le hizo fácil recordarla al estudiarle, una vez más, el rostro húmedo con mar y sangre seca.

Todo empeoraba el doble en cuanto algo empezaba a cicatrizar.

Como algunas noticias semanas después.

Recordar que la mayoría de víctimas que sobrevivieron a la tragedia del edificio abandonado, ahora sufren las consecuencias de una enfermedad desconocida, que se activó al tomar agua de mar —provocada por un demonio— y sangre coagulada, le recuerda a una pesadilla infantil acerca del fin del mundo. Kisumi está pálida. Los últimos días se manifestó, así que se cortó el cabello ante la sensación de calor. Los científicos y doctores en laboratorios siguen trabajando en una cura. La enfermedad no parece ser mortal. Pero a Kisumi le afectaba la anemia desde hace mucho, así que no es como si tuviera buenas defensas. Tampoco cree que consiga alguna cura. Nadie se preocupa tanto por solo veintitrés personas olvidadas por Dios y otras criaturas.

Se percató que había —hay— algo malo en ella cuando, mientras cosía para una presentación final, las uñas empezaron a sangrarle y mancharon el bonito acabado perlado de la tela. Luego recordó que Power decía que su sangre estaba "mala", así que le hizo sentido.

Los días siguientes maldijo su mala suerte pateando piedras al río o arañando los muslos cada que se sentaba y se frustraba frente a la máquina de coser. En ocasiones como esta, leer un mensaje de hace una hora "He perdido el brazo izquierdo. Estoy yendo a tu casa" mientras pasaba las telas bajo la aguja punta roma, provoca que toda la tela se arrugue mientras no puede dejar de leer el mensaje. Sus uñas sangran y se le calienta la cara; eso no significa algo bueno. Su puño golpea la máquina de coser al ver que de nuevo falla.

Ella baja las escaleras metálicas del edificio donde vive, con un pedazo de tela enrollada en la mano. Hay una farmacia cerca, así que irá a comprar algo para aliviarse. Algunas gasas, algo. Algo.

Hay un río contaminado —o un río artificial— camino hacia la zona de tiendas, pero antes de eso, todo se siente tan abandonado, como un pequeño campo abierto en medio de la ciudad. No hay gente a las 3 de la tarde. Excepto una persona. Él.

Lo cual tiene sentido, si el mensaje que Kisumi no leyó hasta hace minutos, era de hace una hora. Y aún así hay silencio. Saludos cordiales. Ella no quiere hacer preguntas aunque ve lo faltante no solo físicamente sino algo más, dentro, como un hueco en la tierra que deja una raíz cuando quitan el árbol. Se percibe una falta. Se han muerto dos personas, cada quien especial para cada uno, pero esta falta es más penetrante como el resultado de constantes ausencias.

Camina al lado de él luego de comprar. Se quita la tela de la mano cuando se sientan en una de las bancas frente al sucio canal de río.

—Me iré también.

—¿También te mudas?

—Creo. No lo sé. Iré primero a reunirme con Makima.

Kisumi quiere preguntar quién es Makima, pero siente que es como preguntar quién es Himeno: sabe que tienen o tuvieron algún tipo de relación, ya sea de compañerismo o poder, así que no indaga más. Después de todo, ha escuchado el nombre de Makima salir solo dos veces de los labios de Aki.

Él quiere poner las gasas en los dedos heridos.

Existen algunos elementos sacrílegos que sobresalen de los poros cuando hay algo de contacto físico. No es un sentimiento extraño para Kisumi. Pero para Aki quizás sí. El roce de sus dedos con los nudillos ensangrentados de la mujer sentada a su lado le ha revuelto el orden designado de sus órganos inferiores, las entrañas son blandas, pero ahora parecen de cristal. Recuerda el momento en que intentó tocar y acomodar su propio hígado cuando yacía acabado tras una batalla, en medio de cuerpos inertes: inhaló todo lo que pudo y colocó tres de sus dedos —índice, medio y anular— bajo el final de sus costillas y apretó dentro. Su rostro no expresa mucho aunque acaba de retomar un recordatorio de brutalidad.

—¿Huirás?

—Nunca huyo de nada.

"No obstante, creo que sería bueno huir de ti" quiere decir también como para no hacerle caso a sus sentimientos, lo tiene en la punta de la lengua. Su boca se entreabre, se humedece los labios, el invierno es aburridamente seco, la piel del borde es ligeramente más dura.

—Pero todos mis días termino esperando por algo más.

—¿Te aburre vivir esta vida? —pregunta Kisumi, su cabello ahora corto y ralo, se mueve flojamente por el viento débil, matutino.

—Pienso que debería estar haciendo otras cosas. Como, estudiar y dejar todo atrás, pero siento que no puedo. Me despierto, limpio, bebo café, leo el periódico y voy al trabajo esperando no morir y no ver morir a nadie más.

Aki toma los dedos de Kisumi entre los suyos, los pocos cinco que le quedan. Es una maniobra sutil para una mano hacedora de violencia. Él saca un pañuelo de su bolsillo e intenta limpiar la sangre seca. La sangre de los demonios suele evaporarse, pero esta no lo hace. Sale como pintura seca, en trozos semejantes a larvas cuando frota el dorso con su pulgar.

—Entonces hay algo que te mantiene atado aquí.

Ella le mira a los ojos. Nunca rehúye la mirada, no cuando se trata de algo serio. Aki responde tras abrir la boca, suavemente, incluso cuando tiene los labios maltratados. El espacio es grande, despejado. El viento vuelve, desordena cabellos y nervios. El río ya no es el mismo de hace algunos meses.

—Sí. La muerte de otras personas. Demasiado de los míos se han muerto, no me necesitan allá.

El atisbo de sonrisa de Kisumi tiene musicalidad, no solo es su oído malherido, pero lo siente, son palabras o frases, es un palíndromo. Algún demonio podría repetirla en mil lenguas y aún así se escucha a ella.

—Aún así, no puedo dejar de pensar en vivir tranquilamente, lejos de todo.

—Y de mí.

—Y de ti. Me llevaré a un ángel y dos demonios. Nada más.

—Me abandonarás a mi suerte, qué maldito. Incluso estoy enferma. Eres el doble de malvado.

Kisumi se ríe. Aki le aprieta los dedos. Su boca se acerca.

—No. Te voy a contagiar.

—No mientas. No es contagioso.

—Está bien. Como sea.

Su boca roza la suya. El roce es algo brusco ya que ella se hizo para atrás y luego volvió. Hay humedad. Está caliente. Dolorosamente caliente si hablamos respecto a heridas físicas en un alma inherentemente fantasmal. Podría volverse agua si su cuerpo estuviera hecho de hielo; ahora su alma tiene vértebras.

—Voy a toser en tu boca.

—Perdí un brazo. Lo demás ya no importa.

"Intentaste odiar mucho a los demonios aunque tu corazón seguía siendo tan normal y tan humano, ¿te sientes humillado por estar hecho de carne sensible?".

—También eres incapaz de odiar, ¿verdad? Estás tan lleno de amor.

El caos viene y recoge la juventud. La nieve se derrite al estar expuesta al sol.





extra; verano — últimos días de preparatoria

—Oh, llegaste... —dice Kisumi de repente cuando lo ve al otro extremo, cerca a los ventanales sucios del salón abandonado— ¿Cuándo te vas?

—Cuando alguien acaba de llegar, nunca se le pregunta cuándo se va a ir. Es grosero —responde Aki, aunque no tiene un tono duro. Ella desvía la mirada hacia los dedos de él. Por el momento están limpios. No falta mucho para que se ensucien permanentemente.

—Solo es para saber cómo dividir el tiempo. Para aprovecharlo bien y sentir que no faltó hacer nada más antes de que sea la hora a la que te tienes que ir —dice Kisumi mientras se seca las manos con la basta de su falda, el uniforme—. Ahora vamos a explorar por ahí.

—Nunca creces, Kisumi.

—Mejor, quiero quedarme joven. Nunca envejecer —bromea mientras se sube las medias flojas por debajo de su falda larga y los dos salen de los lavaderos detrás del gimnasio.

Ambos caminan hacia el bosque. No asisten a la clase de matemáticas. Aki no asistirá a las próximas clases pero eso no hay necesidad de avisar. No hay padres —o, por lo menos, gente a las que les importe bastante si va o no a clases o si decide unirse a seguridad pública— a quienes llamar ni a quién reclamar. Podría desaparecer y nadie colocaría un cartel con su nombre y sus foto.

Tal vez más adelante la duda lo cubrirá, como en un capullo, cuando encuentre por quién preocuparse.



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