extra
El día en el que el príncipe Yeonjun vio la luz por primera vez, se desató una catástrofe que sacudió los cimientos del reino.
El rey, anhelante de conocer a su hijo y futuro heredero, había consultado a adivinos que le aseguraron que el niño crecería fuerte y saludable, destinado a ser un alfa. Desde entonces, el rey se había esforzado por brindar a la reina todas las comodidades posibles durante el embarazo.
Los días transcurrieron con aparente normalidad, hasta que minutos después del nacimiento del príncipe, el reino se sumió en un caos infernal. Gritos desgarradores, incendios, derramamiento de sangre y muerte se apoderaron de las calles. Un reino vecino había lanzado un ataque para reclamar como suyas unas tierras disputadas, ricas en recursos naturales, minerales y fertilidad.
El rey, lleno de angustia, ordenó de inmediato que su hijo y la reina fueran llevados lejos del reino en un carruaje, con la esperanza de mantenerlos a salvo hasta que la tormenta se calmara.
Trágicamente, solo Yeonjun sobrevivió, pues el carruaje fue atacado con flechas y fuego, dejando al príncipe y a dos guardias como los únicos supervivientes.
Devastado por la noticia, el rey condenó a los guardias por no haber protegido a la reina. Aunque su hijo estuviera sano y salvo, era lo más importante después de todo, su heredero.
Sin embargo, a medida que el príncipe crecía, nada parecía indicar que sería un alfa. Su voz era suave, su carácter gentil y dulce, mostraba una sumisión que recordaba a la de un omega, lo cual enfurecía al rey. Odiaba cada vez que alguien insinuaba que su hijo sería un omega. No, su hijo no era débil.
Hasta que llegó el fatídico día en que Yeonjun cumplió doce años. La fiebre lo consumía y gemía de dolor en su habitación. Cuando una sirvienta acudió a atenderlo, se llevó la sorpresa de que el príncipe había entrado en celo, evidenciando por sus ojos y su aroma que era, efectivamente, un omega.
El rey, incapaz de creer las palabras de las sirvientas, corrió hacia la habitación de su hijo para confirmarlo con sus propios ojos. Y así fue. La furia que sintió al ver a su hijo, a su único heredero, aquel a quien había criado con determinación y fortaleza, ahora retorciéndose y llorando por un alfa, fue inmensa.
Era vergonzoso, una deshonra. El rey, consumido por una ira incontrolable, se dirigió hacia la adivina sin permitirle siquiera explicarse y la apuñaló con su espada, como si aquel acto pudiera purgar su rabia.
El príncipe siempre había sentido un profundo apego hacia su padre. El brillo de esperanza en los ojos del rey al verlo crecer era lo que le daba sentido a su vida. Sin embargo, desde aquel fatídico día, ese brillo se desvaneció y con él, pareció extinguirse todo el afecto que su padre le tenía. Ahora, las palabras dirigidas hacia él por parte del rey eran cargadas de desprecio, asco y decepción.
— Papá —llamó el niño con emoción, sosteniendo su violín en mano.
— ¡Te he dicho que no me llames así! —regañó el rey, elevando la voz y luego dirigiendo una mirada despectiva hacia el instrumento—. Vete a tu habitación, no quiero verte tocando ese estúpido instrumento como siempre. Ni siquiera puedes hacer algo tan simple como tocar un instrumento, como los omegas comunes.
— Pero... he practicado la canción que solía cantarte mamá —explicó el niño, intentando hacer entender a su padre lo importante que era para él.
En cambio, el rey abofeteó al niño, haciéndolo caer al suelo y rompiendo su instrumento.
Yeonjun fijó la mirada en el suelo, sin poder creer lo que su padre acababa de hacer y cómo había cambiado de manera tan drástica. Sus ojos se abrieron de par en par al ver su violín destrozado y la sangre en el suelo.
— Nunca serás como ella, lárgate de aquí —escupió el rey, mientras Yeonjun se levantaba, recogiendo tanto su instrumento como su esperanza, ambos hechos añicos.
Tenía apenas trece años cuando comprendió los verdaderos sentimientos de su padre hacia él.
Después de un año lleno de sufrimiento que destrozó cada fragmento de su alma, su padre lo comprometió con un hombre mucho mayor que él. El príncipe se negó rotundamente, sabiendo que su padre solo quería deshacerse de él.
— Te casarás con él porque debes servir para algo. Eres un omega, no puedes ser rey.
Pero el príncipe no quería, aquel hombre parecía malvado y vulgar, y él seguía siendo solo un niño. Se negó una y otra vez, hasta que ya no pudo hacer nada más, tanto el hombre como su padre lo golpearon por su desobediencia.
La gota que colmó el vaso fue la noche en la que el hombre se coló en la habitación de Yeonjun con intenciones maliciosas, pero el príncipe lo apuñaló en el ojo con una horquilla para el cabello que se encontraba en su tocador. El reino volvió a sumirse en el caos.
Desde aquel momento, Yeonjun experimentó una transformación profunda en su ser. Nunca más volvió a sentirse inferior, sin importar las palabras hirientes y los desprecios que recibía. Fue entonces cuando comprendió el poder del miedo, una herramienta poderosa que le permitiría ejercer su dominio en el reino. Para él, el verdadero poder no residía en el amor y la admiración, sino en el temor que podía infundir en los corazones de sus súbditos.
Cuando finalmente ascendió al trono, Yeonjun ya era conocido por su crueldad, y eso le llenaba de orgullo. Se consideraba un rey superior a su padre en todos los aspectos. Nadie se atrevía a desafiar sus reglas, y aquellos que lo intentaban pagaban un precio muy alto.
Al principio, muchos ignoraron sus advertencias, creyendo que eran meras exageraciones. Sin embargo, un campesino decidió poner a prueba su suerte con comentarios despectivos y terminó encarcelado.
— No es más que una persona despreciable que se cree con el poder de controlar la vida de los demás —escupió el hombre con desdén, y una sonrisa se dibujó en el rostro de Yeonjun.
— Qué noble gesto el tuyo, sacrificándote por el bienestar del reino —comentó Yeonjun con una mirada penetrante, mientras el prisionero era arrastrado fuera de las mazmorras por el verdugo.
— ¿A qué se refiere? —preguntó el hombre, confundido por la reacción del rey.
— Hasta ahora, nadie ha osado desafiarme. Será tu tarea demostrar por qué no deben hacerlo.
El hombre comenzó a sentir una incomodidad creciente en su pecho, una sensación de miedo que se intensificaba con cada paso que daba hacia la plaza real.
— ¡Este hombre! —exclamó el verdugo, agarrando con fuerza el cabello del prisionero, cuyas manos estaban atadas—. ¡Ha sido condenado por faltarle el respeto al rey!
La multitud palideció al presenciar cómo el hombre era arrastrado hacia la guillotina.
— ¡No! —gritó el prisionero repentinamente, forcejeando en vano mientras la fuerza del verdugo era abrumadora—. ¡Su majestad! ¡Le suplico que comprenda que no tenía intención de ofenderlo!
Yeonjun lo observó con una mirada fría y despiadada, sin mostrar ni una pizca de compasión, tristeza o remordimiento. Nada de eso.
El hombre fue colocado boca abajo, suplicando clemencia con desesperación.
La multitud murmuraba con temor, pero el único sonido que se escuchaba eran los gritos desgarradores del condenado. Mientras levantaba la mirada, pudo divisar a sus familiares y amigos en la plaza, pero nadie se atrevía a intervenir.
El hombre, desesperado, suplicó con voz entrecortada: — ¡No, por favor! — Sus ojos se encontraron con los del rey, y en ellos se reflejaba un miedo tan intenso que Yeonjun sintió una descarga eléctrica recorrer todo su cuerpo.
El rey alzó su mano en un gesto suave y pronunció con autoridad: — Paren. — El verdugo, obediente, giró la cabeza para mirarlo. — Quítense.
Con lágrimas y temblores de miedo aún presentes en su rostro, el hombre fue apartado ligeramente de la guillotina. Incapaz de articular palabra debido al miedo reciente que seguía atenazando su interior, quedó en silencio.
El rey se dirigió hacia el otro extremo de la plaza, alejando a todos los súbditos que parecían ser su objetivo. Allí, tomó unos troncos que se encontraban en un carruaje. La confusión se apoderó de los civiles, quienes murmuraban entre ellos tratando de comprender la extraña actitud del monarca.
Yeonjun se acercó nuevamente a la guillotina y colocó cuidadosamente un tronco justo debajo del filo de la cuchilla, reemplazando la cabeza del hombre por el leño.
— ¡Abajo! — exclamó el rey con firmeza, y la cuchilla cayó con una precisión milimétrica sobre el tronco, partiéndolo en dos. — ¡Otro! — ordenó el rey, y otro tronco fue colocado rápidamente después de que la afilada cuchilla se elevara. — ¡Abajo! — volvió a gritar con determinación.
El estruendo ensordecedor de la cuchilla al caer, cortando el aire y todo a su paso, resonaba con una fuerza abrumadora en la plaza del pueblo. El eco de aquel sonido aterrador envolvía a la multitud, aumentando su temor.
— ¡Abajo! — retumbó una vez más la voz del rey, mientras el prisionero observaba al monarca con una mezcla de miedo y confusión en sus ojos.
— ¿Qué está sucediendo? — murmuró una pueblerina, buscando respuestas en su madre, quien también se encontraba desconcertada.
— Él está... — la mujer tragó saliva, observando con terror al rey, cuya apariencia angelical con sus ojos azules, rasgos delicados y atuendo blanco puro parecía ocultar una oscuridad interior.
— ¡Abajo! — resonó nuevamente el impactante sonido de la cuchilla al caer.
— Está desgastando el filo de la cuchilla. — concluyó la mujer, sus manos temblando visiblemente.
Los ojos del prisionero se abrieron desmesuradamente al contemplar la hoja desafilada de la cuchilla.
— ¡No! ¡Su majestad, le suplico! ¡Tengo hijos, su majestad! — balbuceó el hombre mientras era devuelto a su posición inicial. Sin embargo, al encontrarse con la mirada seria y penetrante del rey, el prisionero comprendió que no valía la pena suplicar.
Con los ojos muy abiertos y palideciendo cada segundo, el prisionero volvió a dirigir su mirada al frente, resignado a su destino.
— ¡Abajo! — ordenó el rey con voz firme, y la cuchilla descendió con fuerza, pero no logró realizar un corte limpio.
El hombre soltó un grito desgarrador, ya que la cuchilla solo logró infligirle una enorme herida en el cuello, desgarrando sus tejidos y causándole un dolor agonizante.
La cuchilla volvió a ascender lentamente.
— ¡Abajo! — gritó una vez más el rey, y la cuchilla descendió con la misma fuerza, pero sin lograr la misma eficacia.
En aquel día fatídico, el reino fue testigo con un temor escalofriante de las consecuencias que les esperaban si desobedecían al rey, y este disfrutó de todas esas miradas cargadas de pavor.
Ahora, el sirviente real parecía estar condenado y ligado de forma irrevocable a los pies del rey, ya que este último no mostraba intención alguna de liberarlo. Lo que en un principio parecía un simple capricho se había vuelto una situación permanente y opresiva.
El dilema residía en que el sirviente no sentía afecto alguno por el rey, no lo deseaba, y se encontraba perplejo ante las acciones del monarca durante su periodo de celo. Ya no experimentaba los mismos sentimientos hacia él y rechazaba la idea de estar cerca de una persona tan despreciable.
— ¿No eres consciente del poder que posees? — le cuestionó de repente uno de los guardias, dejando a Soobin confundido. Observó detenidamente el rostro y la expresión del guardia, tratando de descifrar sus intenciones.
El guardia parecía exhausto, como si llevara sobre sus hombros una carga abrumadora, y veía a Soobin como si este fuera su salvador, su única esperanza.
— El rey está obsesionado contigo, haría todo lo que le pidas. Utiliza esa influencia a tu favor, en beneficio de todos nosotros. Te rogamos que nos ayudes a derrocar al rey. Como alfa, tienes la capacidad de lograrlo y tomar su lugar.
— No aspiro a ser un rey. — declaró Soobin con firmeza — Solo anhelo regresar a mi aldea y vivir en paz junto a mi madre y hermanos.
— Y tendrás la libertad de hacerlo. — prometió el caballero — Solo te pedimos que nos brindes tu ayuda, por favor.
El sirviente aceptó, dispuesto a hacer cualquier cosa para reunirse con su familia nuevamente y liberarse de las ataduras impuestas por el rey.
A partir de ese momento, su rutina se centraba en pasar tiempo con el rey, mientras permanecía ajeno a los planes tramados por los caballeros y guardias del castillo para derrocar al monarca.
Sin embargo, en un día apacible tras el paseo del rey y su sirviente, el rey se vio rodeado por numerosos caballeros, interrumpiendo la tranquilidad del momento.
— ¿Qué están haciendo? — inquirió el rey, dirigiendo una mirada desafiante a uno de los guardias que siempre lo acompañaba — Retírense, estoy con mi sirviente y deseamos estar a solas.
— Choi Yeonjun, quedas arrestado por fraude. — anunció uno de los caballeros.
— ¿Qué están insinuando? — frunció el ceño el rey, avanzando con furia hacia el caballero que había pronunciado esas palabras, pero fue detenido por los demás — ¡Sueltenme! ¿Quiénes se creen que son? ¡Soy el rey! — gritó el omega, forcejeando en vano.
Soobin se alejó del rey, confundido por las acciones de los guardias. La incertidumbre y el desconcierto se apoderaron de él, mientras intentaba comprender la situación que se desarrollaba frente a sus ojos.
— No, tú no lo eres. — afirmó un caballero anciano, quien había sido la mano derecha del padre de Yeonjun — Y lo sabes perfectamente, no eres el verdadero rey.
En ese instante, Yeonjun alzó levemente la mirada, su rostro palideció y su corazón se llenó de temor.
Hace no mucho tiempo, cuando apenas tenía trece años, se reveló la verdad sobre su identidad. Se descubrió que el hijo del rey era un alfa legítimo, mientras que Yeonjun no era el verdadero heredero. Durante la huida de la reina con su hijo, el carruaje fue atacado, y aunque se creía que tanto la reina como su hijo habían perdido la vida en esa tragedia, los guardias, temiendo por sus propias vidas, atacaron a un pequeño pueblo cercano y secuestraron a un bebé recién nacido para hacerlo pasar como el hijo legítimo del rey, evitando así un castigo severo.
Cuando el rey descubrió la verdad tras torturar a uno de los guardias hasta la muerte en busca de respuestas, su furia se desató sobre Yeonjun, quien sufrió tormentos y abusos por parte de quien lo había criado como su propio hijo. El secreto de Yeonjun se mantuvo oculto hasta que encontraron las cartas del rey, las cuales Yeonjun se había encargado de ocultar. El rey, en su lecho de muerte, había redactado esas cartas con la esperanza de que algún día se revelara la verdad y Yeonjun fuera derrocado del trono.
— ¡Yo soy el rey! ¡¿Quién más podría serlo?! — exclamó Yeonjun, perdiendo el control y temiendo las acusaciones que se le imputaban.
— Soobin es nuestro legítimo rey. — afirmó el guardia, y aunque el rostro de Yeonjun se relajó ligeramente, la preocupación seguía presente en sus ojos.
Yeonjun no era un ingenuo, sabía que Soobin no lo deseaba, que solo utilizaba sus amenazas para mantenerlo a su lado. Y cuando Yeonjun entró en celo, bastó con darle a Soobin un té que estimulaba su deseo sexual para retenerlo a su lado. El engaño y la manipulación habían sido sus herramientas para mantener a Soobin bajo su control.
— No pronuncies incoherencias. — escupió el rey con un tono amenazante.
Soobin frunció el ceño, sabía que eso era una completa falsedad, tenía que serlo.
— Es la verdad. — afirmó el guardia — La mujer que crió a Soobin no es su madre, solo es una campesina que encontró a un bebé al borde de la muerte en una carreta en llamas.
— ¡¿Van a creerle a una loca?! — exclamó Yeonjun desesperado.
— ¡Lo haremos! — gritó el guardia hacia el rey, su cuerpo aún temblaba por atreverse a alzar la voz ante el monarca. En el pasado, tal osadía habría significado su condena a muerte.
El guardia mostró un collar de oro puro, delicado y hermoso.
— Nos entregó esto. Yo estaba presente el día en que su majestad nació y esto le fue entregado. — dijo el guardia entre dientes. Recordó con rabia cómo, debido al omega, su esposa había sido asesinada — ¡Usted es un impostor! Y todos lo sabrán. Es hora de que pague por todo lo que ha hecho.
— ¡No, no me toquen! ¡Sucios, desarrapados! ¡No se atrevan a ponerme una mano encima! — gimió Yeonjun de dolor al recibir un azote en la espalda.
Soobin observó la escena en silencio, atónito y sin saber qué pensar. No podía ser cierto, de ninguna manera.
— ¡Soobin! ¡Ayúdame! — gritaba el omega mientras era arrastrado por el castillo.
Soobin salió de su ensimismamiento cuando el guardia se acercó con el collar en sus manos.
— Le pertenece, alteza. — dijo el hombre, extendiendo su brazo para revelar la brillante joya.
El joven de cabellos oscuros negó con la cabeza, abrumado por todo lo que estaba sucediendo.
— No. — murmuró — Eso no es mío, eso no es verdad. — dijo alejándose ligeramente.
Soobin tragó saliva al observar los ojos llorosos del guardia, quien le dedicó una leve sonrisa. Sonrisa de paz, de calma, de agradecimiento.
— Es cierto. — afirmó el hombre — Y gracias a usted, el pueblo sanará. — el hombre se arrodilló, realizando una reverencia.
— No digas eso. Esto es... no quiero ser rey. — el hombre se puso de pie lentamente.
— Lo sabemos. Asumiremos las consecuencias y buscaremos un heredero, pero si necesita algo, no dude en contactarnos. — dijo el hombre y colocó la joya en las manos de Soobin — Me retiro. — añadió y observó la marca de nacimiento en el cuello del pelinegro, un detalle que había visto en aquel bebé, pero nunca en Yeonjun.
Y Soobin se quedó solo en el jardín, sin comprender aún nada y tratando de recordar cualquier cosa acerca de todo lo que estaba viviendo en ese momento. Parecía ser una pesadilla.
Pocas horas después, todo el pueblo se enteró de la verdad. Algunos celebraron, otros buscaban justicia. Yeonjun fue arrastrado hacia el calabozo, el mismo lugar donde en el pasado había alimentado su sed de almas en pena. Pero ahora, los prisioneros aplaudían y causaban alboroto, enfureciendo aún más a Yeonjun.
El verdugo intentó enfrentarse a los guardias para defender al rey, pero no pudo hacer frente a tantos, y ambos fueron encarcelados.
— ¡Más les vale sacarme de aquí! ¡Escorias! — gritaba Yeonjun, golpeando los barrotes con furia.
— ¡Deja de hacer ruido! — un guardia golpeó los barrotes con su espada aún enfundada, asustando a Yeonjun.
Yeonjun golpeó los barrotes con más fuerza, usando sus propias manos, causando un estruendo. Sentía que debía ser una pesadilla.
— ¿Creen que encarcelarme los hará sentir mejor? ¡Vivirán con miedo durante el resto de sus miserables vidas! ¡Y aquellos que fueron hacia la guillotina nunca regresarán!
El guardia volvió a golpear los barrotes con su espada, esta vez golpeando los dedos de Yeonjun, quien se alejó de golpe, sintiendo un intenso dolor.
— Tú tampoco escaparás de esto — dijo el guardia con voz firme y llena de resentimiento. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras la ira ardía en su interior — Fui testigo de cómo mi padre caminaba hacia la guillotina cuando apenas tenía diez años. Y tú, despiadado, mellaste la cuchilla lentamente para hacerlo sufrir aún más.
Yeonjun no pronunció palabra alguna, simplemente observó al guardia alejarse. Y en ese momento, el que una vez fue rey, estalló en una mezcla de emociones. Gritó de rabia y desesperación, destrozando todo lo que encontraba en su celda.
La discusión sobre el destino del rey comenzó, pero Soobin no tenía intención de participar en ella. Solo quería marcharse lo más pronto posible. Sin embargo, el guardia que le había hablado se acercó una vez más.
— Entiendo que tenga prisa, pero nos gustaría que tomara una decisión como rey — dijo el guardia con seriedad.
— No quiero formar parte de este juicio. Lo siento — se disculpó Soobin, con la voz llena de pesar.
— Lo comprendemos — respondió el guardia, esbozando una ligera sonrisa — Él desea hablar con usted. Ningún guardia se atreve a bajar, dadas las profundas heridas que ha causado en todos nosotros.
Soobin bajó la mirada, reflexionando sobre si debería aceptar la propuesta. Pero por alguna extraña razón, deseaba ver cómo Yeonjun experimentaba todo el dolor que él había sentido, así como el sufrimiento de aquellos que habían sido víctimas del rey. Deseaba que Yeonjun temiera por su propio destino.
— ¿Puedes llevarme a los calabozos? Por favor — pidió Soobin, su voz llena de determinación. El guardia asintió en silencio.
Así, el joven de cabello oscuro fue guiado hacia los calabozos. Su corazón latía con fuerza mientras avanzaba. Tragó saliva al encontrar los calabozos vacíos, excepto uno al final del pasillo, donde él mismo había sido encarcelado.
Entonces, Yeonjun, que estaba de espaldas, se volteó rápidamente al escuchar los pasos. Su rostro mostraba una sonrisa leve y desesperada mientras se aferraba a los barrotes, buscando consuelo en la mirada de Soobin.
— Soobin... — murmuró el omega, con los dedos ensangrentados, el labio partido y marcas de golpes en su cuerpo. Lo que antes era una obra de arte, ahora parecía estar manchado con tintes oscuros, destruyendo el lienzo — No pensé que vendrías. Ayúdame, por favor. Todo esto es un malentendido — su voz apenas era audible, mientras intentaba tocar el cuerpo de Soobin a través de las rejas, pero este se mantuvo alejado.
— Están decidiendo si te condenan a la guillotina o al linchamiento — soltó Soobin, su voz llena de tensión. La esperanza en los ojos de Yeonjun se desvaneció al instante.
— No, no permitas eso, Soobin — susurró el omega, suplicante — Eres el único que puede sacarme de aquí. Ayúdame — rogó, con desesperación en su voz, rogó por su vida como prometió que jamás lo haría.
— No puedo hacer nada. No tomaré el puesto de heredero al trono — dijo el alfa con determinación, aunque su voz cargaba una gran angustia — No puedo ceder ante tus súplicas.
— Debes hacerlo, por favor — Yeonjun logró alcanzar el cuerpo de Soobin con las manos, acercándolo ligeramente — Por favor, Binnie. Recuerda cómo te he tratado. Podría hacer cualquier cosa por ti, incluso convertirme en tu concubina — las palabras salieron temblorosas de la boca de Yeonjun — Podrías tenerme a tu disposición si te conviertes en rey, Soobin. Recuerda lo bien que lo pasamos durante mi celo, por favor. — Soobin suspiró y negó, inamovible en su decisión — Podríamos traer a tu madre y a los pequeños, Soobin. Piénsalo, por favor. Yo cambiaría por ti, yo te necesito, desde el momento en el que te conocí te he deseado, Soobin.
Soobin se alejó, negando con la cabeza, mientras las manos de Yeonjun se volvían más desesperadas, tratando de retenerlo.
— No, Soobin, ¡no me abandones! — gritó él mientras el contrario se alejaba, lamentando haber bajado — ¡Condéname a la guillotina! — lloriqueó con desesperación y como última petición — ¡No permitas que muera a manos de esos campesinos! ¡Soobin! — no se sentía bien, a pesar de todo el daño que Yeonjun le había causado, no se sentía bien en absoluto.
Yeonjun era inhumano para gozar del sufrimiento ajeno.
Así, Soobin se marchó, esperando olvidar en un futuro su encuentro con Yeonjun. Cada paso que daba era como apagar las llamas de un fuego que parecía eterno. En su camino, liberó tal vez a un reino infernal, lleno de miedo, odio y rencor. No estaba seguro, pues no había sido una hazaña suya realmente.
Pero anhelaba que Yeonjun pagara en el averno por sus transgresiones, donde su ambición incandescente consumiera su ser en un lento y doloroso tormento.
no se preocupen, yo también tengo ganas de matarme a mi misma por esto jijiiji. Aunque en mi cabeza hay más historia, va a tener que ser solo eso, ideas de mi cabeza.
¿En la cabeza de ustedes cómo sigue?
ta potente este os, es mi favorito de todos.
Dsp voy a tratar de actualizar seduction, lust y youngblood. Es q para esos si tengo bloqueo aunque ya sé el final de los tres.... ña, m cuesta.
OS número 3 de la saga concluido el sábado 13 de enero del 2024 a las 02:11am
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