𝐃𝐄𝐒𝐈𝐑𝐄 𝐅𝐎𝐑 𝐀 𝐇𝐔𝐌𝐀𝐍 𝐖𝐈𝐓𝐇 𝐇𝐎𝐑𝐍𝐒

Las brasas ondeaban por las faldas de viento, aquella doncella de voraces llamas rojas arrasaba con el bosque, dueño de risas y riquezas, pero en ese momento; los llantos inundaban el claro, los animales gritaban pidiendo ayuda, las aves gemían de horror, los peces soltaban balbuceos lastimeros, nadie podía escapar de aquella lluvia sangrienta, que tornaba al bosque de un vibrante carmesí.

Los ojos aperlados observaban todo desde las nubes, dudando si sentir lástima o alegría, los humanos eran seres perversos; egoístas, solo pensaban en su beneficio propio; sin embargo, aquellos dulces animales no tenían culpa alguna de los pecados de la humanidad, era una lástima profunda la que se instalaba en su pecho al ver lo que sufrían.

Suspiró, alejándose del barandal de cristal, sus plumas aterciopeladas se abrieron por la cantidad de pensamientos que empezaban a abrumarlo. Tenía un corazón sensible si de animales se trátase.

Caminó, adentrándose por los pasillos de nubes blancas, pilares del mármol más fino se alzaban con imponencia haciéndole sentir más pequeño de lo que ya era. Sus cabellos de atardecer se mecían con delicadeza por el susurro de las bendiciones que rondaban, los ángeles más jóvenes revoloteaban de un lado a otro, solo algunos más maduros se detenían a inclinarse y saludarlo, estaban en la presencia de un serafín, específicamente aquel considerado como "El aliento de Dios"

A lo lejos divisó una figura esbelta y llena de elegancia, aquella sombrilla de sedosas telas hizo que sonriera, evitando correr, pues tenía que mantener las apariencias y, además, la pelirroja lo regañaría si arrugaba su túnica; se acercó con emoción hacía su querida Anee-san, la serafín más hermosa y temida de todo el cielo, con solo ver como hasta las almas más revoltosas se apartaban, quedando en silencio ante la imponente figura de Kouyou, se notaba el respeto que emanaba.

Él empezó a caminar a su lado, agarrándose ligeramente de la manga estampada de flores como el niñito que fue hace siglos, se dio cuenta de un detalle, estaba portando su kimono favorito, eso significaba que estaba yendo a una reunión con Dios, lo cual le pareció extraño, a él no le habían avisado de nada.

―Chuuya, ¿Cómo estas, cariño?

Pero decidió ignorarlo al escuchar la voz melodiosa de la mujer.

Sin saber cuan estúpido fue al creer que Dios lo amaba, si hubiera decidido preguntar mas por aquel simple kimono, aún conservaría sus alas y su posición en el cielo, aún podría pasear por las nubes y danzar con los querubines, aún podría soñar con convertir al mundo en un mejor lugar.

Sin embargo, ahora vagaba descalzo por las llamas de fuego, con el olor a carne quemada acompañando cada uno de sus pasos, las gotas de agua salada bajando por sus mejillas, un llanto que no producía sonido.
Deseando algun día poder volver a volar, tocarse la espalda y sentir plumas de algodón aperladas, no sentir un vacío ahí, sangre corriendo y la carne llorando.

Y, unos ojos rojos siguiendo sus pasos. ¿Por qué se había convertido en la razón de vivir de un sucio humano?