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35. 𝐓𝐢𝐭𝐚𝐧

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Las nubes grises que cubrían la ciudad asomaban por la ventana, justo cuando las cortinas se abrían con torpeza, revelando la triste vista de una resaca emocional en pausa. Las botellas vacías de licor decoraban la habitación como si fueran trofeos de una guerra perdida la noche anterior.

La alarma sonaba por quinta vez consecutiva. Y la voz de JARVIS, resignada pero persistente, también.

—Señorita Stark...

—Señorita Stark...

—Señorita Stark...

Nada. Ni la voz británica de su fiel asistente lograba arrancarla del letargo. Apenas gruñó y se dio la vuelta, arropándose como un burrito emocional. Su cuerpo cubierto hasta la cabeza, como si así pudiera esconderse de la realidad, de las decisiones tomadas... y de las voces. Esas malditas voces que ya no susurraban, ahora gritaban.

Pensó, no por primera vez, que borrarse la memoria no sonaba tan mal. Recordó un hechizo del Darkhold —una joyita, por cierto— que prometía justo eso. La idea se le clavó como una espina en el cerebro. Las imágenes, los fragmentos del hechizo, sus consecuencias, la llamaban mientras dormitaba, mezclándose con la voz de JARVIS, cada vez más desesperada por captar su atención.

Enterró la cabeza bajo la almohada. No estaba para nadie. El mundo podía acabarse allá afuera y ella aún no estaría lista para salir de la cama.

La resaca era un castigo divino. La cabeza le retumbaba como si una orquesta sinfónica desafinada ensayara dentro de su cráneo. Los ecos del pasado y del presente se mezclaban sin piedad. Escuchaba disparos. ¿Fantasmas del pasado o parte de su nueva realidad?

Los ruidos se intensificaban: Escuchaba los disparos de las armas que ella alguna vez manipuló y simplemente se mezclaban con el sonido de la música que oía cada que pasaba por el taller de Tony. Recordó los gritos de los niños de su primera escuela y con ello los gritos durante la batalla en Nueva York y los sucesos en casa de su padre con todo lo que la marco en su viaje a Asgard; todo esto hasta el punto de escuchar los cañones que salían de la armadura de Tony. Una colisión de recuerdos que no recordaba haber invitado.

Pero algo se sentía... diferente.

Destapó lentamente la cabeza, con los ojos entrecerrados, preguntándose si todo ese caos era producto de su resaca o de un episodio psicótico menor. La lógica sugería que alguien simplemente había dejado la televisión encendida con el volumen al máximo.

Error.

Parpadeó.

La escena que encontró parecía sacada de una película de los Vengadores, pero sin efectos especiales: Loki, manos en alto, Tony apuntándole con la armadura activada, Nat escondida detrás de un sofá, y Pepper... bueno, Pepper en modo "civil inocente aterrada", cubriéndose la cabeza.

—¿¡Pero qué carajos está pasando!? —gritó desde las escaleras, todavía medio dormida, con voz ronca y ojos vidriosos.

Tony giró el casco hacia ella y lo desactivó de golpe.

—¡Eso mismo me estoy preguntando! —bramó, encendido—. ¿¡Qué demonios hace este psicópata en MI casa!?

—Yo... yo puedo explicártelo...

Bajó corriendo las escaleras, tropezando con una botella vacía, y trató de interponerse entre ellos.

—No. Este desgraciado no merece defensa alguna —gruñó Tony, alzando de nuevo el cañón.

Loki tragó saliva. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido, incluso para él. Apenas había procesado el primer disparo que había tenido que esquivar por reflejo.

—Papá, detente —se puso justo entre el cañón y Loki—. Las cosas no son como crees.

—¿Lo que me faltaba? ¿El loco te volvió loca?

—No estoy loco —intervino Loki, con su mejor tono de realeza herida.

Ella le lanzó una mirada. Cállate o te entierro el cetro donde no te da el sol.

—Papá... las cosas con él no fueron como te dije...

—¿Otra vez me mentiste? —Tony bajó el brazo con una expresión que dolía más que el arma.

—¿Q-qué? ¡No! Claro que no... —le tomó el hombro con firmeza—. Esta vez, no.

Tony la miró directo a los ojos. Sabía perfectamente cuándo su hija mentía: parpadeaba demasiado, evitaba su mirada, o se rascaba la nariz como si tuviera alergia existencial. Pero ahora... nada de eso.

—Bien —bufó—. Entonces dime, ¿qué hace él aquí?

La tensión en el aire era tal que hasta JARVIS decidió guardar silencio. Natasha y Pepper se asomaron desde su escondite, dudosas.

—Nat... ¿podrías llevarte a Pepper, por favor?

La pelirroja asintió con la mirada clavada en Tony. Pepper la siguió, no sin antes intercambiar una mirada con su prometido, buscando aprobación. Él asintió con cansancio. Salieron sin decir una palabra.

Tony desactivó la armadura y llevó a su hija hacia el comedor. Loki fue obligado a sentarse al final de la mesa, mientras la armadura quedaba estacionada detrás de él como un rottweiler programado para disparar.

—Muy bien. Explica.

—Bueno... lo que pasa es que... mmm... —balbuceó, buscando la forma menos catastrófica de decirlo.

—Ella me salvó —dijo Loki, seco.

Tony giró hacia él con una mirada capaz de pulverizar vibranium.

—Te callas o te callo. Literalmente.

—Es cierto —intervino ella rápidamente—. Cuando pasó lo de Londres... Thor y el príncipe encuerado vinieron a la torre.

—Sí, bueno, creo que voy a reconsiderar dejar entrar a esa rubia  a mi casa —masculló Stark.

—Papá...

—¿Qué? ¡Solo traen drama!

—El ataque en Londres... también afectó Asgard. Thor trajo a Loki por una razón... diferente.

—¿No me digas que él también planeó eso? —escupió con sarcasmo.

—Loki ayudó a detenerlo. Se sacrificó por Asgard.

—¿Se sacrificó? ¿Qué, dejó de usar  gel para el cabello?

Loki apretó la mandíbula, claramente conteniéndose.

—Papá, él dio su vida...

—Ajá... ¿y ahora qué? ¿Es un muerto viviente? ¿Un zombi de lujo?

—No exactamente... más bien, algo parecido...

Ella relató lo sucedido, omitiendo convenientemente el detalle de que había vendido su alma al Darkhold para traerlo de vuelta. Pequeños detalles.

—Entonces tú moriste... y ella te revivió —resumió Tony con voz incrédula—. Sí, claro. Suena completamente lógico.

—Papá...

—No, ____. Este sujeto nunca ha hecho algo bueno por nadie. No te lo tomes personal, cuernitos.

Loki desvió la mirada, harto.

—Ha cambiado.

—Cariño, sé que tienes esa mentalidad de "yo puedo cambiarlo" que suele aplicar con novios idiotas, pero esto no es Disney.

—Créeme, lo sé. Pero él...

—A ti te puedo creer, a él... —miró a Loki y rió sin humor—. Es un asesino.

—Y yo también lo soy. Tú lo eres. Nat, Clint, incluso Banner. Todos tenemos sangre en las manos —soltó con amargura.

—Con la diferencia de que todos ellos cambiaron...

—Porque se les dio la oportunidad. Esa es la diferencia, papá.

Tony tamborileó los dedos sobre la mesa, pensativo.

—Bien... En el... —agitó la mano—. Hipotético caso de que se quede, ¿cómo sé que no volverá a intentar invadir el planeta?

—Bueno...

—Le aseguro que no tengo ningún plan de conquistar su absurdo mundo en este momento —interrumpió Loki con desdén—. Ya no estoy bajo órdenes de nadie.

—¿C-qué? ¿Había alguien más?

—Sí —Loki suspiró, resignado—. Recibí una misión... obtener el Teseracto y tomar Midgard. Con el cetro... que también me manipulaba.

Tony frunció el ceño.

—¿Y quién te dio esa misión, exactamente? ¿El club de fans de los villanos?

Loki titubeó... pero al ver los ojos suplicantes de ella, cedió.

—El Titán loco.

—¿El qué? ¿Un gigante te mandó a invadir la Tierra? ¿Y por qué no vino él mismo? ¿Le daba flojera? ¿O estaba ocupado invadiendo Starbucks?

—Midgard no era lo suficientemente importante para él —respondió Loki con una sonrisita—. Solo envió a alguien... "eficiente".

—Y aún así fallaste —intervino ella—. No cumpliste tu parte.

Loki asintió con los labios apretados.

—Por eso mis planes ya no son los mismos. Solo quiero... pasar desapercibido.

Tony no sabía si reír o explotar. Se llevó una mano a la boca, suspiró y finalmente dijo:

—Necesito hablar contigo. A solas.

Ella lo miró, luego a Loki.

—Espérame en tu habitación —le pidió.

Loki resopló. Lo había anticipado.

—¿Y ya tiene cuarto también? —resopló Tony—. ¿Qué sigue? ¿Un pase para el penthouse y una membresía en el gimnasio?

—Oh, por favor, Anthony... deja el drama. Ya no estás en Broadway —soltó ella, seca.

El dios se levantó despacio, con esa calma arrogante que parecía envolverlo siempre. Sin decir palabra, se dirigió hacia lo que alguna vez fue su recámara, y lo siguió la armadura de Tony, resonando con cada paso como si quisiera hacer notar su incomodidad.

Ya solos en la sala, Stark simplemente negó con la cabeza una y otra vez, sin poder disimular su fastidio.

—Debiste avisar que volverías antes... —dijo ella en un susurro, como si todavía intentara suavizar lo inevitable.

—¿Para qué? ¿Para darte tiempo de esconder a ese rarito? —replicó Tony con sarcasmo tenso—. Además, ¿desde cuándo tengo que pedir permiso para volver a mi propia casa?

Ella no respondió. Bajó la mirada, evadiendo la conversación con el silencio.

—Creí que el tema con él había quedado enterrado —agregó Tony, sin rodeos.

—Ya lo sé —dijo ella, cruzándose de brazos—. Pero entiéndeme... esto es complicado. Lo vi casi morir, y yo...

—Sé que tu corazón no te deja abandonar a nadie. Pero, cariño, estamos hablando del mismísimo Dios del Engaño.

—Gracias por recordarme lo que ya sabía —murmuró, subiendo las piernas a la silla, acurrucándose con los brazos alrededor de las rodillas.

—No quiero que te pongas más en peligro —continuó Tony, esta vez más suave, buscándole la mirada—. Eres una de las pocas cosas realmente valiosas que tengo. Mi pequeñita con superpoderes aterradores.

—Ay, papá... —ella lo miró de reojo, con una sonrisa ladeada.

—En serio. No sabes cuánto deseo que estés bien. He tenido noches enteras soñando que te pierdo... o que yo no vuelvo. Después de lo del portal, de la invasión... a veces se siente tan real, que esas pesadillas se meten incluso cuando estoy despierto.

Nunca lo había pensado así. Siempre supo que su padre arrastraba traumas, pero nunca se detuvo a considerar cuánto le pesaba verla involucrada en todo eso. Tal vez por egoísmo. Tal vez por costumbre.

—Lo siento...

—No tienes por qué, revoltosa —le regaló una sonrisa fugaz—. Aunque, bueno... acomodaste al responsable de todos mis malditos traumas justo bajo nuestro techo.

—No era el plan original —murmuró, pasándose una mano por el rostro, agotada.

—Solo espero poder tener algo de paz en la Torre por lo menos unos días.

—Esperas lo imposible, papá —negó con una sonrisa burlona—. Nunca ha habido paz en este lugar.

—Eso es cierto. La paz se acabó desde que llegaste —frunció el ceño teatralmente, dejándose caer pesadamente en el sillón.

—Y hasta ahí llegó tu amor paternal. Gracias por seguir alimentando mis daddy issues.

Ambos rieron. Ese tipo de humor cínico era su manera de sobrevivir. Pero la sonrisa de ella se desdibujó demasiado pronto. Todo empezó a girarle en la cabeza, como si el aire se le volviera espeso. Un nudo subió por su garganta, y las náuseas le golpearon sin aviso.

—¿Estás bien? —preguntó Tony al verla palidecer.

Ella asintió de inmediato, forzando una expresión neutral.

—Debe ser la resaca, no te preocupes —respondió, rascándose la sien, y luego se cruzó de brazos para disimular el temblor en las manos.

Tony la observó con atención.

—Estoy empezando a preocuparme por tu relación con el alcohol... y con la comida.

—Ay, papá, no es para tanto —se defendió, con una risita forzada—. Me ayuda con el trabajo. Y bueno... últimamente no tengo mucho apetito.

—Eso decía yo también.

—Con la diferencia de que yo sé cuándo parar —dijo, fingiendo una sonrisa triunfante.

Pero esa sonrisa no podía estar más alejada de la verdad. Nada la hacía ver que su dependencia a las botellas caras que decoraban el bar de Tony ya era alarmante. Se engañaba a sí misma creyendo que era una vía rápida para apagar cada rincón roto de su vida.

—Lo he estado pensando... y tal vez deberías volver a terapia —sugirió Tony con suavidad.

—Tony, estoy bien... —soltó una risa floja—. En serio. Estoy bien.

—Eso lo sé. Bueno... eso creo —le tomó la mano, firme pero tierno—. Aun así, creo que es lo mejor. Podemos llamar después de tu cumpleaños, ¿sí?

Genial, pensó. Como si no fuera suficiente olvidarse de que pronto cumpliría años, ahora tendría que volver a esas sesiones eternas con psicólogos que tanto detestaba.

—Qué bonito regalo, Tony. Mis dulces 21 serán inolvidables.

—Hablando de eso... también fue una de las razones por las que volví antes de lo planeado.

—Debí suponerlo —dijo, negando con una sonrisa cansada.

—Ya sabes que nunca se me pasan esas fechas.

—Bueno, no desde lo de los diez...

—Louise —la interrumpió, en tono de advertencia.

—Bien, bien. Lo siento —se rindió con una media sonrisa.

Pero la pequeña tregua entre ambos no duró. Un quejido, esta vez más audible, salió de lo profundo de su estómago. No quería darle más razones a Tony para programar una cita con la psicóloga de siempre. Se levantó con rapidez y caminó hasta su habitación, cerrando todas las puertas tras ella con seguro.

Cayó de rodillas frente al inodoro. Hundió la cabeza en la cerámica y vomitó hasta que no quedó nada, ni siquiera conciencia de lo que había comido.

Se levantó no sin antes jalar la cadena del inodoro, y fijó su vista en el espejo. Se veía peor de lo que había imaginado... aunque, claro, aquello sólo era evidente en su reflejo. Se limpió la boca con desgano y luego se lavó, el agua fría le arrancó un leve escalofrío. Recogió su cabello en un moño desordenado, se enfundó una sudadera del MIT y salió de su habitación rumbo a la del de cabellos azabache.

Tocó la puerta antes de entrar, más como advertencia que como cortesía. Lo encontró de espaldas, observando la ciudad a través del ventanal, con ese aire de melancolía que lo envolvía como una capa invisible.

—¿Todavía sigue aquí? —preguntó en voz baja, refiriéndose a la armadura de Tony que seguía plantada en el cuarto como un centinela de acero.

Loki ni siquiera se molestó en girarse. Simplemente señaló con el dedo hacia una de las esquinas, donde efectivamente el traje permanecía inmóvil, como si esperara su próxima orden.

—JARVIS, lleva el traje al taller —ordenó ella.

—Lamentablemente no puedo cumplir esa orden. El señor Stark ha progra—

—Está bien, lo haré yo —lo interrumpió con fastidio.

Con un ligero movimiento de manos y una pizca de magia, logró que la armadura se activara y saliera del cuarto rumbo al taller, dejando finalmente a los dos completamente solos.

Se acercó a la cama y se sentó al borde, cruzando las piernas. El silencio era denso, casi asfixiante. La tensión se colaba por las paredes como humedad.

—¿Por qué nunca me contaste lo del Titán? —preguntó al fin, sin rodeos.

La pregunta cayó como una piedra en medio del cuarto. Loki soltó un suspiro, uno largo, como si el aire le pesara.

—Creí... creí que lo de la invasión había sido completamente idea tuya —agregó ella, con la voz apenas más que un susurro.

Loki seguía sin mirarla. Permanecía firme, de pie, con la postura tensa, casi regia, como si el solo hablar de aquello le obligara a armarse contra sí mismo.

—Lo fue —dijo finalmente.

Ella lo miró, esperando más, pero sólo se encontró con sus ojos verdes, apagados, cargados de algo más oscuro que el pasado: culpa.

—Sabes, deberías ser más específico cuando confiesas tus crímenes intergalácticos —añadió con un sarcasmo suave, pero no cruel.

Loki soltó un leve resoplido, casi una risa sin sonido. Luego volvió la vista hacia la ciudad, con las manos detrás de la espalda, imitando la imagen de un rey desterrado.

—Cuando fui desterrado por Odín... apenas recordaba mi nombre —comenzó, su tono áspero reverberando en las paredes—. Vagaba por el vacío del universo, sin título, sin origen. Loki, hijo de nadie, de ningún lugar.

Giró apenas para mirarla por encima del hombro. Ella no dijo nada, no lo interrumpió. Sabía que ese tipo de confesiones no se daban dos veces.

—Recuerdo una luz... tan intensa que me dejó ciego en cuanto la vi. Fue lo último que sentí antes de ser encerrado en una de las tantas naves que me encontraron flotando. Al principio creí que me conocían, que negociarían con Odín, como si fuera un simple rehén. Esperaba volver a Asgard. A las mazmorras, sí... pero al menos allá sabía quién era.

Se sentó con elegancia en un sillón cercano, pero su voz seguía cargada de grietas, como si cada palabra removiera algo enterrado.

—Con el tiempo me di cuenta de que no venía nadie. Intenté contactar a Heimdall, gritaba su nombre una y otra vez entre cada sesión de tortura. Lo hacía cuando estaba solo, cuando ya ni siquiera podía gritar más. Sabía que podía oírme... pero nunca respondió.

Su mirada se clavó en sus manos, como si las estuviera viendo por primera vez. Ella se limitó a abrazar sus propias piernas, dándole espacio para hablar.

—Pensé que, después de todo lo ocurrido en Asgard, me habrían dado por muerto. Que había desaparecido, como por arte de magia.

—¿Y no fue así? —preguntó ella con cautela.

—Ojalá lo hubiera sido —respondió con un dejo amargo.

Ella asintió, entendiendo más con su silencio que con palabras. Él la miró unos segundos antes de continuar.

—Y ahí, cuando por fin acepté que nadie vendría, cuando me quebré más de lo que ya estaba... me ofrecieron una opción. Un propósito. Una misión. Y un regalo. Si cumplía, obtendría respeto. Sería digno del trono. Haría temblar los reinos... incluso a Odín.

Hizo una pausa y la miró a los ojos.

—Pero fallé. Perdí la misión... y con ella, el regalo. Dos gemas del infinito.

Ella lo miró confundida.

—Espera, ¿dos? Pensé que el cetro sólo contenía una.

—El cetro tenía la Gema de la Mente. El Teseracto... es la Gema del Espacio —aclaró, con una tranquilidad escalofriante.

—Ajá, claro. Y mi pregunta es... ¿para qué demonios las quería ese tal "Titán"? —frunció el ceño.

Loki negó con la cabeza, sin siquiera dignarse a mirarla.

—Busca equilibrio.

—¿Equilibrio de qué?

Esta vez la miró directamente. Y su respuesta fue tan simple como aterradora.

—Del universo entero.



Como si nada hubiera pasado —y fingiendo que el caos no era su estado natural— los días transcurrieron con una extraña normalidad en la Torre. Aun así, Tony Stark no despegaba los ojos de Loki ni por un segundo. Estaba convencido de que, en cualquier momento, el dios de los trucos intentaría apuñalarlos por la espalda... probablemente mientras terminaba una maratón de Breaking Bad.

Loki, por su parte, parecía más interesado en los libros de la biblioteca o en completar el catálogo de Netflix que en conquistar Midgard por segunda vez. Pero eso no tranquilizaba a Stark, sino todo lo contrario.

Mientras tanto, _____ había regresado a la oficina. Al parecer, el asunto con Alessia se había resuelto gracias a su padre, y con ello, también el problema financiero en la Fundación. Sin embargo, la situación con Nicolás seguía estancada. Buscaba la forma de ser honesta con él... de confesar aquel pequeño detalle que la carcomía desde adentro. Ese detalle llamado Loki Laufeyson.

Por su parte, el dios en cuestión se las arreglaba para escabullirse de vez en cuando y verla. A veces en su oficina, otras en la cocina a las tres de la mañana, como buen acosador elegante. Pero no era solo deseo lo que lo movía: desde que llegó a Midgard, notaba que la salud de la joven iba en picada. Dolores de cabeza, náuseas constantes, agotamiento... Algo no estaba bien, y Loki lo sabía.

Y no era el único.

Tony y Natasha estaban más que enterados. Pero fue la pelirroja quien se hartó primero. Sobre todo cuando supo que ese día _____ no había asistido a ninguno de sus compromisos. Ni uno solo. Y eso, tratándose de una Stark, ya era señal de alarma.

Romanoff decidió tomar cartas en el asunto.

—S.J., ábreme —llamó, golpeando suavemente la puerta—. Llevas media mañana encerrada. Tenemos que ir al hospital.

Se oyó la cerradura girar y el murmullo lejano del agua corriendo. Natasha se cruzó de brazos, esperando. Cuando la puerta se abrió, se toparon frente a frente apenas un segundo, antes de que _____ pasara de largo y se dejara caer sobre su cama, enterrando la cabeza entre las almohadas. Su aroma a pastillas confirmaba lo evidente: había tomado calmantes.

—Vamos, Stark —dijo Natasha, sentándose a su lado y jalándole una pierna—. Tienen que hacerte exámenes.

—Es solo una virosis —gruñó con voz gutural, sin levantar la cabeza.

—Ajá. Así es como empiezan todos los apocalipsis. Y honestamente, no quiero que mi "hermanita" sea el caso cero.

—Awww, ¿me llamaste hermanita? —levantó la cabeza con una sonrisa tonta, los ojos medio cerrados.

—¿Quieres seguir siéndolo? —la pelirroja alzó una ceja.

La menor asintió con expresión divertida.

—Entonces, arriba. Y cámbiate.

A regañadientes, _____ se incorporó, estirándose como un gato enfermo, y se vistió con una sudadera ancha y pantalones deportivos sueltos. Luego se puso sus zapatillas y dejó que Natasha la empujara lenta pero firmemente hacia el ascensor.

—¿A dónde van? —preguntó Loki, asomándose desde la cocina, como si no hubiese estado espiando.

—Tenemos que atender unos asuntos. No te preocupes, Odinson. Volveremos luego —le respondió Natasha con cero entusiasmo.

—¿Cómo me dijiste? —Loki salió de la cocina y la miró con severidad.

—No es Odinson —murmuró _____ en el oído de Nat.

—¿Qué? —la espía la miró confundida.

—Que Loki no es Odinson. Es adoptado. Por eso su apellido es Laufeyson —explicó con tono didáctico y sonrisa contenida, como si hablara de un dato curioso de Wikipedia.

Nat soltó una pequeña carcajada.

—Bueno, eso es algo que ahora mismo me importa exactamente... nada, revoltosa.

Cuando el ascensor abrió sus puertas, una figura familiar apareció dentro.

—¡Hey! Tío Paleta.

—Vaya, no creí que me recibirían de forma tan... inesperada —dijo Steve Rogers, arqueando una ceja.

Se acercó a saludar a ambas, pero sus ojos terminaron fijándose en Loki, al fondo del pasillo, con esa expresión que mezclaba sospecha, decepción y una pizca de "te rompería la cara si no fueras mágico".

—No esperábamos verte —mencionó Natasha, aún desconfiada.

—Estaba resolviendo unas cosas y decidí pasar a saludar —miró a ambas—. ¿Van a algún lado?

—Sip. Nat me va a entregar para que averigüen qué tipo de virus zombi tengo —respondió _____ con una sonrisa débil, alzando una ceja como si eso fuera lo más normal del mundo.

Rogers la miró divertido.

—¿Zom...bi?

—No le hagas caso. Está tan dopada que apenas si puede mantenerse en pie —suspiró Nat.

_____ se rió y se recostó en la pared, como si su vida dependiera de ello.

—Entiendo, entiendo —Rogers negó con una sonrisa y miró de nuevo hacia el pasillo donde Loki había estado—. Supongo que irán solas.

—Sí. Stark anda organizando lo del cumpleaños de esa —Nat señaló con la cabeza a la pelinegra.

—Si no está la Princesita Sofía, no quiero nada —chilló _____, poniéndose el gorro de la sudadera.

—Como digas, Veruca —le replicó Natasha con una sonrisita maliciosa.

—¿Y si las acompaño? —ofreció Steve, mirando a Nat, que dudó un segundo.

Sin pensarlo, _____ se lanzó sobre él.

—¡Adóptame, señorita Miel!

—Tomaré eso como un sí —rió Steve, sujetándola antes de que se cayera.

—Es eso o quedarte de niñera del hermano de Ricitos de Oro —murmuró Natasha con sarcasmo.

—¿Conduces tú o yo? —preguntó Steve, alzando una ceja en desafío.

—¡Yo! —gritó _____, arrancándole las llaves a Natasha con destreza de ninja.

—Esto va a ser peor de lo que pensé... —murmuró la pelirroja mientras se metía al ascensor.

✩。:•.─────  ❁  ❁  ─────.•:。✩

Y ahora hablamos del cabeza de berenjena 🍆

Se nos vienen cositas buenas eso si.

¡Pregunta rápida!

¿han llegado a imaginarse a Loki disfrazado de Jafar?

Si, como el de Aladdin... Solo se que uhgggggg moriría por ver algo así

Jejeje

Y bueno ya Saben cuato amo sus comentarios y me hace feliz el apoyo que le dan cada que dejan una Estrellita.

Lamento haber tardado en actualizar nuevamente, la uni y la inspiración poco me ayudan 🥹 aún así agradezco a todas esas personitas que siguen apoyando mi historia.

En serio gracias, nonouedo creer que ya casi llegamos a las 8k de lecturas 😭

Sin más, me despido y espero poder terminar el próximo cap súper rápido

Tomen awita  y no se les olvide que les amooo❤️


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