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⊱❑┇ ____ Stark ┇❑ ⊰

Pensar que el alcohol se había vuelto el compañero constante de mis momentos de debilidad emocional ya no me sorprendía. Al principio dudaba si debía seguir bebiendo, me cuestionaba si eso me hacía peor o simplemente era una salida momentánea, pero con el tiempo me volvió indiferente. A fin de cuentas, el trago era una de las pocas formas que tenía para evadir la tristeza que parecía dominar la mitad de mi existencia. Y cuando no era tristeza, era frustración o agotamiento, o una mezcla difusa de todo eso que me aplastaba el pecho sin aviso.

Así que, sí, el vodka y cualquier otro licor se convirtieron en una forma de anestesia emocional. Eran como una capa de niebla que me envolvía lo justo para no sentirlo todo, para no romperme en pedazos frente a otros o frente al espejo.

Por eso, incluso ahora, mientras estoy con Nicolas en una situación claramente íntima, mi mente divaga. Mis pensamientos se pierden en recuerdos desordenados, y mi entorno se vuelve una maraña de formas borrosas. Apenas soy consciente del sonido distorsionado de su respiración rozando mi oído, mientras deja besos húmedos a lo largo de mi mandíbula. El contraste entre su cercanía física y la distancia emocional que sentía me resultaba casi absurdo.

El roce de su mano deslizándose bajo mi camisa me sacó lentamente de mi trance. Sentí el ritmo de mi respiración acelerarse, el calor acumulándose en mis mejillas, y el leve temblor de mis dedos. Había algo en todo esto que me sacudía desde dentro, como una alarma suave pero persistente.

Nicolas se incorporó un poco, peinándose hacia atrás con un gesto casual, mientras se relamía los labios sin apartar la mirada de la mía. Era evidente que quería algo más. Su saco ya estaba fuera desde hacía rato, y varios botones de su camisa desabrochados dejaban parte de su pecho expuesto. El ambiente se había tornado espeso, cargado de intenciones no dichas pero claramente insinuadas.

Desvié la mirada al pasarme una mano por el rostro. Aunque parte de mí quería dejarse llevar por ese momento, algo no terminaba de encajar. No estaba emocionalmente lista para entregarme a alguien de esa forma otra vez. Estar sobria ya era un caos mental, y ni siquiera el alcohol lograba silenciar del todo mis pensamientos, especialmente el temor irracional a mostrarme "real" ante otro ser humano. A mostrar cada herida como si fueran tatuajes de un pasado que a veces ni yo misma comprendía.

—Ya es tarde —dije, tratando de mantener la compostura y ocultar mi vacilación.

Él volvió a recostarse con cuidado, procurando no aplastarme.

—No pasa nada si llego tarde a la oficina mañana, preciosa —susurró cerca de mis labios, insinuante, con esa sonrisa que conocía desde niña y que ahora tenía un peso distinto.

Su mano seguía explorando, apretando con suavidad mi muslo, arrancándome algún que otro suspiro involuntario. Era difícil separar la costumbre del deseo, el consuelo de la entrega.

—Hon... Alguien podría entrar —dije con voz vacilante.

—Vamos, ____ —rió suavemente—, tú misma dijiste que tu padre pasa la noche entera encerrado en su taller, y su novia está fuera del estado —me tomó del mentón—. Nadie nos va a interrumpir.

—Entonces preocúpate por los ojos y oídos que tienen el techo y las paredes —repliqué con una mirada desafiante, casi burlona.

Me observó con seriedad por un instante, como si sopesara mis palabras, hasta que finalmente cedió.

—Está bien, tú ganas —se sentó en el borde de la cama, dejando escapar un suspiro largo—. Pero solo porque no quiero que Jarvis tenga material para chantajearme.

No pude evitar reír al ver su expresión de fingido disgusto. Y, bueno, no era lo único en él que parecía estar protestando por la interrupción.

Mentiría si dijera que no leí sus pensamientos. Estaba más encendido que yo, aunque tampoco me quedaba tan atrás. Solo que la diferencia era que yo no podía desconectarme de mis inseguridades tan fácilmente como él.

—Supongo que me retiro —murmuró mientras se abotonaba la camisa con resignación—. Si me quedo un minuto más, me va a dar igual que esto termine grabado como una película para adultos.

—¿Pero qué lenguaje es ese, señor Nicolas Yung? —lo reprendí con tono teatral mientras me sentaba—. Si el Capitán América te escuchara, se decepcionaría mucho de ti por hablarle así a una dama.

—¡Por favor! —rió—. ¡Si tú de dama no tienes nada!

Le lancé un cojín con fuerza.

—Y tú de caballero menos. Cállate.

Ambos estallamos en carcajadas. Luego se inclinó para besarme la frente con ternura.

—Descansa. Mañana, apenas salga del trabajo, paso a buscarte.

—Hon...

—Nada de peros —me interrumpió, señalándome con el dedo como solía hacer cuando éramos niños—. Mi chica será la más espectacular de la oficina. Es un hecho.

—Tengo suficiente ropa para lograrlo —repliqué, rodando los ojos con una sonrisa tímida.

—Pensé que tu canción insignia era "Material Girl".

—Esa la eligieron Sebastian y Jackson cuando los mandé al demonio —me defendí, atándome el cabello en una coleta improvisada—. Decían que buscaba tipos más ricos que yo para conseguir cosas, pero jamás apareció uno que cumpliera bien ese criterio, cariño.

—¿Segura que Tony es tu padre? —bromeó mientras se colocaba su saco con teatralidad.

—No lo sé —dije, acomodándome la camisa mientras sonreía—. Cinco pruebas de paternidad dicen que sí, pero aún queda la duda existencial.

Soltó una carcajada antes de dejar un último beso, esta vez en la comisura de mis labios.

—Diría que me voy feliz, pero mentiría.

—Tranquilo, tigre —le di una palmada en el hombro—. Ya habrá tiempo para eso.

Asintió con resignación y se marchó. Yo me quedé en silencio, rumiando lo que había estado a punto de suceder. Bastó poco para que los besos y caricias traspasaran los límites. Pero el imaginar su reacción al ver mi cuerpo cubierto de cicatrices me llenaba de ansiedad. Me revolvía el estómago pensar que quizás se alejaría en silencio, con lástima o desconcierto.

¿Podría alguien encontrar belleza en este mapa de heridas?

Me costaba creerlo, incluso cuando alguien había intentado decirme que eran "bellas". Palabras que fácilmente podrían haber sido mentiras piadosas. Intentos de consuelo vacíos.

Deslicé mi mano bajo la camisa, tocando las marcas. Sentí un escalofrío. Las reconocía por su forma, su textura, su historia. Cada una era un recuerdo que habría preferido olvidar, pero que se había quedado grabado a fuego en mi piel.

Me arrastré hasta el espejo de cuerpo completo y recorrí con la mirada cada una de las cicatrices. Verme así dolía. Me sentía como si estuviera hecha a pedazos, y cada uno doliera más que el anterior. Me invadió una rabia silenciosa. Estas marcas eran recordatorios permanentes de momentos que me destrozaron.

Me puse la camisa de nuevo y me recosté. Quise enfocarme en mí, pensar en algo constructivo, pero el silencio solo amplificaba el ruido en mi mente.

Ojalá todo esto se detuviera de una vez por todas.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

En la mañana, me terminaba de arreglar para encontrarme con Nicolas, quien había insistido en salir a comprar "lo necesario" para el día de mañana. Llevaba puesta una sudadera y un pantalón deportivo a juego, de un tono crema elegante, junto con unas zapatillas blancas impecables y una gorra que apenas cubría mi rostro aún marcado por el cansancio. A pesar del intento de lucir presentable, me sentía desfasada, como si no perteneciera del todo a ese día que apenas comenzaba.

Salí del cuarto con pasos lentos pero firmes. No tenía energías ni para preparar una taza de café. La resaca, aunque leve, seguía adherida a mis sentidos como una niebla espesa. Las imágenes de la noche anterior —las luces estridentes, las carcajadas, las emociones desbordadas— parecían parte de una memoria ajena, como si hubieran sucedido en otra vida, en otro cuerpo.

Mi estómago, retorciéndose de hambre, exigía atención. Sin embargo, solo fui capaz de recurrir a una goma de mascar, esperando que su dulzor artificial engañara mis sentidos y calmara momentáneamente el vacío y las náuseas.

—¿Tan temprano despierta? —preguntó papá, saliendo de su despacho con una taza en la mano. Se acercó para dejar un beso en mi frente, su gesto habitual, uno que seguía transmitiéndome una calma que pocas otras cosas conseguían.

—Quedé en salir con Hon —respondí, revisando distraídamente mi teléfono, intentando disimular el peso emocional que llevaba encima.

—¿Desayunarán juntos?

—Ah... Sí, lo más seguro es que sí —murmuré, sin mucha convicción.

Su mirada reflejaba preocupación, aunque se esforzaba por no presionarme. Cada mañana pedía que dejaran varios platos preparados por si decidía comer algo, manteniendo ese tipo de cuidado silencioso que decía más que mil palabras.

—Con que ese niño te alimente y te cuide bien, sé que puedo estar tranquilo —comentó con un tono que buscaba ser ligero.

—Sabes que puedo cuidarme sola —dije frunciendo el ceño—. No necesito a nadie más para eso.

—Y lo has hecho bastante bien, Mérida —contestó con un sarcasmo sutil mientras se dirigía a la cocina.

Sabía que sus palabras eran una mezcla de reproche y verdad. Había aprendido a sobrevivir, a funcionar en medio de la adversidad... aunque últimamente solo sentía que existía, no que vivía realmente.

Nicolas llegó a la torre con su puntualidad habitual, y nos dirigimos hacia las tiendas de la Quinta Avenida. Él había organizado todo con anticipación para que pudiera renovar mi guardarropa profesional. Parecía tener no solo un plan sino también una lógica detrás de cada prenda, lo cual agradecí en silencio.

Desde bolsos Bottega Veneta, blusas Prada, hasta vestidos y zapatos Jimmy Choo, todo parecía cuidadosamente curado como si se tratara de una sesión editorial de alta moda. También incorporó prendas más prácticas y cómodas de Miu Miu, muchas de las cuales ya había adquirido por su cuenta, mientras otras las elegí yo. Aunque sentía cierta culpa por permitir que él pagara algunas cosas, sabía que esta escapada había sido idea suya desde el principio.

Cerca de las dos de la tarde, y luego de varias tiendas y probadores, decidimos detenernos a comer unos hot dogs. Usualmente pedimos dos por cabeza, pero esta vez apenas pude terminar la mitad del mío. Le pasé el resto a Nicolas, quien lo devoró sin titubear, claramente más hambriento que yo.

—¿Te llevará Harold mañana? —preguntó.

—No sé, quizás desaparezca misteriosamente esta noche y nadie me vea durante bastante tiempo —dije con un tono entre sombrío e irónico.

—No es tan malo, preciosa —respondió mientras mordía su hot dog—. Eres lo bastante ingeniosa como para convertir tu nuevo cargo en una oportunidad creativa. Como hacer muñecos de nieve, por ejemplo.

—¿Entonces por qué tú tardaste tanto en aceptar un cargo con tu padre? —arqueé una ceja, cruzando los brazos mientras me recostaba en el asiento.

—Las circunstancias eran diferentes, abejita.

—La única diferencia es la ubicación geográfica, Nicolas. Todo lo demás es comparable.

Iba a responder, pero algo en su expresión lo contuvo. No quería escalar la conversación a una discusión, así que dejó que el silencio se adueñara del momento. Fui yo quien finalmente volvió a hablar.

—Desearía no sentirme observada todo el tiempo...

—Sabes que llamas la atención, así que intenta verlo como algo positivo.

—¿Mi pierna medio rígida es un atractivo? —reí con amargura—. Me veo ridícula, Hon.

Nicolas detuvo su paso, se giró y tomó mis mejillas entre sus manos, presionándolas suavemente.

—Lo único ridículo aquí es que no me has dado ni un solo beso desde que nos vimos —dijo haciendo un puchero.

Su rostro se tiñó de un leve rubor. Me empujaba, dulcemente, a corresponderle el cariño que se merecía, aunque aún había otra persona invadiendo mis pensamientos.

—Llorón —le di un pequeño beso en los labios.

—Lloro —replicó con fingido dramatismo mientras retomaba el paso, altivo—, pero por tus caricias.

—Vas a hacerme desarrollar diabetes, cállate —reí, rodando los ojos.

—Tengo a la novia más cariñosa de todas —dijo en tono burlón, compartiendo una sonrisa cómplice.

De regreso a casa, subimos hasta la sala camino a mi habitación. Lo que no esperaba era toparnos con la presencia de Beach Boy. Su mirada se posó directamente en Nicolas, quien se notó claramente incómodo.

—¿Me esperas en mi habitación? —le pedí a Yung, entregándole las bolsas. Asintió en silencio. Aunque no dijo nada, sus ojos lo decían todo.

Me acerqué a Thor, cuya mirada seguía clavada en Hon incluso después de que este se marchó. Algo en su semblante me inquietó.

—Stark.

—Odinson —respondí mientras me sentaba con cierto esfuerzo, cruzando los brazos.

—Parece que estás mejor. Me alegra por eso.

Esa frase provocó una risa seca de mi parte.

—45%, Thor —vi su ceja alzarse—. Ni siquiera puedo flexionar la rodilla sin dolor. No, no estoy bien.

—Supuse que lo estabas —se encogió de hombros—. Te vi tan animada con el larguirucho guapo de tu novio que asumí que ya te habías recuperado.

Llevábamos semanas sin hablar. Desde que se enteró de que estaba con alguien más, su actitud había cambiado drásticamente. Había pasado de protector a incómodo, casi resentido.

—¿A qué viniste?

—Quería saber cómo estabas —dijo evitando mirarme—, y si alguno de los libros que te traje te había servido.

—Gracias por ellos, pero no obtuve los resultados que esperaba. Solo lograron aliviar un poco el dolor al moverme.

—No soy muy bueno eligiendo libros. Esos eran los que más le gustaban a mi hermano, según mi madre.

—Supongo entonces que no tengo más remedio que acostumbrarme a vivir así...

Nos quedamos en silencio. Yo intentaba aceptar, con resignación, la posibilidad de no volver a correr o entrenar como antes.

—No —dijo de pronto.

—¿No?

—Creo que aún hay una posibilidad.

—Pues dilo, ¿cuál es?

Thor se sentó frente a mí, visiblemente intentando estructurar sus ideas. Era raro verlo tan serio, tan comprometido con algo que me afectaba personalmente.

—Cuando éramos niños, madre nos daba lecciones, y había una habitación que tenía estrictamente prohibido entrar. Siempre odié esas clases, me parecían eternas y tediosas...

—Ve al grano.

—Bueno —carraspeó—. Con el tiempo, descubrimos que en esa sala se encontraba su colección privada de libros de hechicería avanzada. Magia del tipo que manejan mi madre y Loki. Tú sabes de qué hablo.

—Ajá.

—Si logramos entrar, es posible que allí encontremos un libro con un hechizo suficientemente poderoso para ayudarte.

—¿"Logramos"? Eso suena a trabajo en equipo.

—Sé que no quieres volver, pero no puedo hacerlo solo...

Me quedé pensativa. Esta podía ser la oportunidad que había estado esperando: recuperar mi movilidad, mi independencia, mi vida. Poder volver a bailar, a correr, a entrenar...

Pero ¿y si nos descubrían? ¿Y si, aún peor, nada funcionaba? El riesgo era enorme, y yo ya estaba agotada de intentarlo todo para, al final, quedarme con las manos vacías.

— No estoy segura, no creo que sea una buena idea.

— Piénsalo bien. Todavía tenemos algo de margen, y sé que mientras antes tomemos acción, más pronto todo podrá mejorar.

Asentí lentamente ante su propuesta, sin estar completamente convencida. Él me devolvió el gesto con una mirada cálida y se puso de pie, alisando con calma su ropa antes de prepararse para irse.

— Volveré en unos días. No te olvides de cuidarte, ¿sí?

— Igualmente. Que tengas un buen regreso.

Cuando regresé a mi habitación, encontré a Nicolas en medio del caos organizado que solo él parecía entender. Estaba desempacando con eficiencia las compras del día, doblando con habilidad cada prenda mientras dejaba las cajas a un lado.

— Me da la impresión de que no le agradé mucho a tu amigo rubio —comentó sin apartar la vista de una camisa de seda que trataba de colgar correctamente.

— ¿Thor? Por lo general es bastante accesible con la mayoría de las personas.

— Bueno, conmigo no pareció serlo.

— Es... peculiar. A veces se golpea solo con su martillo y actúa como si su cráneo de piedra le impidiera pensar con claridad.

— Mmm. Como digas —respondió con desconfianza.

Me acerqué sin decir más y lo abracé por la espalda, apoyando la mejilla contra su hombro con un suspiro de resignación y afecto.

— Qué suerte la mía, tener una maid tan encantadora —bromeó. Me separé y me dejé caer sobre la cama con dramatismo—. Voy a mandarte a hacer un uniforme elegante y digno para que la próxima vez ordenes mi habitación con más estilo.

— Sería para mí un honor, mi señora, ofrecer tan noble acto de servicio y sacrificio —colocó una mano en el pecho con una sonrisa sarcástica, como si actuara en una obra de teatro.

— Te estás ganando el bono navideño anticipado —respondí con una ceja levantada.

— Solo espero que se parezca a esto —dijo mientras lanzaba una caja mediana a la cama con un gesto despreocupado.

— ¿Y esto qué es? —pregunté al recogerla. Él se encogió de hombros y volvió a revisar las bolsas.

No es ningún secreto que muchos millonarios disfrutan el placer de gastar sin remordimientos, pero incluso en ese contexto, hay ciertos límites... o deberían haberlos.

— ¿La Perla? Esto tiene que ser una broma, Nicolas.

— ¿Qué? Te vas a ver fabulosa.

— ¡Son 250 dólares por unas malditas bragas!

— Tal vez debí quitarles la etiqueta —admitió con una risa ligera, girándose para mirarme con descaro—. Solo piensa en lo divina y costosa que te vas a ver caminando por la oficina como si fueras dueña del edificio.

— Eres un maldito pervertido —le lancé un cojín directo al pecho.

— Y eso que no conoces ni la mitad, preciosa.

El calor me subió a las mejillas. Ese comentario, dicho con voz grave y un dejo de picardía tan preciso, hizo que entendiera por fin por qué todas esas mujeres sofisticadas de la alta sociedad suspiraban por él.

Maldito encanto irresistible, y peor aún... sabía exactamente cómo usarlo a su favor.

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Andamos hornys mis amores JAJAJJDHWHJS

¡NUEVO CAP!

Un poco soso, pero quería actualizar rapidito ya que ando algo ocupadita y quería subir algo cuando tuviera tiempo libre.

Ahora sí, la pregunta del sigo.

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✨¿Les gustaría tener algo de smut con el Nicolas?✨

respondan a eso pls.
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Digo, por qué bien que hace falta ¿No?

Dentro de poco subiré otro cap si me da tiempo, por el momento denme chance :')

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