
5. 𝐈𝐥𝐮𝐬𝐢𝐨́𝐧
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— ¿Cuánto tiempo más vas a quedarte ahí parada? Tu sola presencia me irrita —espetó Loki, sin siquiera mirarla directamente.
— ¿Y tú crees que a mí me encanta estar aquí oliendo tu ego inflado? —respondió Louise, sin molestarse en ocultar su hastío—. Si tanto te molesto, date la vuelta y fantasea con tu imperio imaginario.
Estaban en la habitación donde lo tenían encerrado: una celda de vidrio suspendida como pecera en el centro de una enorme sala metálica. Habían llegado hacía unos minutos, junto a Natasha, justo después de que la Viuda Roja terminara su peculiar "interrogatorio" con el Dios del Engaño.
Loki la observó de reojo. Louise se movía con gracia felina, como si danzara sobre el aire, sus pies y manos trazando líneas invisibles. Murmuraba una cuenta interna, una especie de mantra. Eso lo sacó de su usual compostura.
— ¿Eres alguna especie de bruja? —inquirió con una ceja levantada, desconcertado—. Claro... eso explica el numerito con las dagas.
La mirada de _____ se endureció de inmediato. Cerró una mano sobre la barandilla metálica y esta crujió bajo su fuerza. Años atrás, alguien la había llamado así. No terminó bien para esa persona.
— Qué creativa tu imaginación. ¿Siempre hablas con tanta estupidez o solo cuando te aburres?
Loki sonrió. Esa insolencia le resultaba casi... entretenida.
— Supongo que lo tuyo viene por parte de tu madre, ¿no? Porque con un padre de hojalata... bueno, alguien tenía que aportar algo biológico.
— ¿Tienes un botón de apagado? Porque eres más molesto que una alarma a las cinco de la mañana.
— Vaya, parece que a alguien se le acabaron las bromas, ¿eh, brujita?
_____ lo fulminó con la mirada. Sabía perfectamente lo que era capaz de hacer, pero tenía que controlarse. Si lo dejaba salir... las cosas se complicarían muy rápido.
— ¿Sabes lo que siento? Un odio reprimido, justo debajo de ese sarcasmo mediocre.
— ¿Podrías, no sé... callarte?
— Solo intento entender qué tipo de criatura patética eres. ¿Un experimento fallido? ¿Una hija ilegítima? ¿O solo una adolescente con complejo de millonaria caprichosa?
Finalmente, Loki le dio la espalda, frustrado. No iba a sacarle información de ese modo. Y eso lo molestaba. Estaba buscando una grieta, algo... y ella no se rompía.
— Me cuesta creer que seas lo que tu "hermano" dice que eres —dijo sin girarse.
— Él no es mi hermano —soltó el con hielo en la voz. Caminó hacia el cristal y se detuvo frente a ella.
— Pues según él, lo eres. Hijo del Padre de Todo, un milagrito asgardiano.
— Odin puede ser padre de muchas cosas. De mí no.
— Ya decía yo que el parecido con Thor era inexistente. Él tiene músculos. Tú... bueno, tú tienes salud.
— Y tú compartes la misma cantidad de arrogancia e insufrible actitud que tu supuesto padre. ¿Herencia genética?
— Está en los genes Stark. Ni lo niego —Louise se apoyó de espaldas contra el vidrio, burlona.
— Entonces si no eres una br—
— Ni lo termines —le cortó ella, accionando sutilmente el hoyo de seguridad bajo la celda—. Tengo muchas ganas de ver cómo te haces puré contra el suelo.
Loki golpeó el cristal con la palma abierta, colocándose justo detrás de ella.
— Me gusta esa rabia. Esa manera en la que me desafías. Para ser de Midgard... eres deliciosamente impredecible.
_____ se rio. No por diversión, sino por lo absurdo de la situación. Se dio la vuelta y desactivó el sistema. La diferencia de estatura ahora era más evidente. Loki lo notó, y se recreó en ello.
— Te ves bien desde ahí abajo, criatura —murmuró con una sonrisa lasciva, relamiéndose los labios—. Tan... diminuta.
Ella chasqueó la lengua y lo miró con aburrimiento antes de flotar hasta quedar a su misma altura.
— Las cosas parejitas son más interesantes, ¿no crees?
— Me intriga saber qué otros trucos escondes.
— Nada que tú no hayas usado ya —sacó una pequeña daga de su bolsillo y la giró entre los dedos—. Aunque las mías quizás no maten... son mucho más encantadoras.
Loki la observó con genuino interés. Reconoció su arma, una de sus creaciones. Nadie jamás se había detenido a admirarlas... menos aún alguien de Midgard.
— Si estuviera fuera de esta celda, te haría una aún más letal. Algo digno de ti.
Louise alzó la vista, por un segundo ilusionada, como si ese capricho pudiera materializarse... hasta que notó la sonrisa burlona del asgardiano.
— Buen intento, cuernitos —dijo dándole la espalda y descendiendo lentamente—. Estás a medio paso de parecer simpático. Casi me convences.
— Tenía que probar —replicó Loki, divertido—. Por poco caes.
Louise rodó los ojos. Odiaba admitirlo... pero sí. Por poco. Casi se deja arrastrar por el encanto más estúpido y peligroso de todos: el suyo.
Miró su teléfono al recibir un mensaje de Tony. Lanzó una última sonrisa ladeada hacia el dios y se fue sin decir más palabra.
Estaba a pocos pasos de la habitación cuando las voces alzadas y una puerta entreabierta le regalaron un momento de oro: una discusión clásica entre el soldado de hojalata y el ícono con escudo.
— He visto los archivos. Solo peleas por ti mismo —acusaba Steve con el ceño fruncido—. No eres capaz de sacrificarte por otros... no te acuestas sobre el alambre. Solo lo rodeas.
— Yo cortaría el maldito alambre —espetó Tony sin perder la calma, seco como una navaja.
Louise entró al cuarto en silencio, deteniéndose justo al borde de la tensión. Nadie pareció notar su presencia, pero ella no se perdió ni un segundo del espectáculo.
— Siempre una salida, ¿no? —Steve le lanzó una sonrisa cargada de ironía—. No eres una amenaza, Tony. Solo un actor con complejo de redentor.
— ¿Un héroe? ¿Como tú? —Tony avanzó un paso, sus ojos chispeaban furia contenida—. Eres un experimento de laboratorio, Rogers.
Louise frunció el ceño. Sabía exactamente a dónde iba eso.
— Lo que te hace especial, lo que te dio fuerza... te lo inyectaron en una jeringa —remató su padre, quedando a escasos centímetros de Steve.
— Ponte tu traje —desafió el Capitán, su mandíbula apretada—. Y veamos de qué estás hecho.
— ¿Ah, con que una botella, eh?
Louise intervino antes de que empezaran a medir testosterona con los puños. Caminó entre los dos con paso firme y mirada cargada.
— ¿Terminaron ya su pelea de gallitos o necesitan que les preste un reloj de arena?
Tony tragó saliva. Su hija estaba molesta... y con razón.
— Hija, no era eso lo que quise decir. Yo solo...
— No digas nada —levantó la mano sin mirarlo—. No tengo ganas de escuchar excusas recicladas.
Se cruzó de brazos y se dirigió directamente a Fury.
— ¿Para esto me querían? ¿Para ver una pelea de egos con esteroides?
— No exactamente —intervino Natasha, sin molestarse en sonar suave—. Creemos que podrías sacarle información a Loki. Sobre el Teseracto.
Louise desvió la mirada hacia Thor, luego al cristal donde sabía que Loki aún estaba recluido.
— Que lo haga su hermanito de opereta —dijo señalando a Thor con el pulgar—. Él lo conoce mejor que todos aquí.
— Créeme, Lady Louise —replicó Thor con gravedad—. Por más que deseara ser yo quien le sacara los planes, Loki no me dirá nada. No a mí.
— Más que nada porque muestra... interés en ti —agregó Fury, clavando la mirada en la chica.
— ¿Interés? —Tony dio un paso adelante, alarmado—. Espera, espera... ¿me estás diciendo que el gótico con cuernos está interesado en mi hija?
— Suena extraño, lo sé —asintió Natasha—. Pero después de lo que pasó entre ellos, ninguna mortal lo había humillado así antes.
— Sus ansias de venganza deben de ser monumentales —añadió Thor entre risas—. Y si lo conozco bien... también su curiosidad.
— No, no, no —Tony negó con énfasis, acercándose por detrás de Louise—. Ni hablar. No voy a dejar que mi hija sea carnada solo porque tu hermanito emocionalmente inestable tiene un fetiche raro con las amenazas.
— No es momento de jugar al padre protector, Anthony —replicó ella, apartando su mano de su hombro sin mirarlo—. Está bien. Lo haré.
Sabía que eso le fastidiaba. Y quería que lo hiciera. Que lo sintiera. Un poquito.
La puerta de la celda se abrió, y Louise entró con la misma arrogancia con la que una reina pisa su trono. Loki, sentado en el suelo como si meditara, alzó la mirada y sonrió de medio lado al reconocerla.
— Vaya... pensé que era un espejismo. ¿No podías estar un rato sin mí, cuernitos?
— Créeme, la soledad y el silencio eran un deleite —respondió él, sin molestarse en disimular su sarcasmo—. ¿Vienes a hacer otro intento patético de persuasión como lo hizo la sabandija pelirroja?
Louise se dejó caer frente a él con una sonrisa burlona.
— Un poco más y esa mirada tuya me mata... de risa —le sacó la lengua, infantil pero peligrosa.
— Ganas no me faltan de verte arrastrarte ante mí.
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— ¿Y ese imbécil se atreve a amenazarla así? —gruñó Tony desde la sala de control.
— No es sorprendente —respondió Thor con tranquilidad—. Una midgardiana tan pequeña lo humilló. Yo también estaría ofendido... aunque no al punto de querer matarla.
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— ¿Qué pasa, estás rabioso, mi lobito domesticado? —bromeó Louise, con descaro venenoso.
Loki sonrió. Pero no fue su sonrisa habitual. Fue algo más frío. Más siniestro. Miró por encima de su hombro, lo que provocó que Louise arqueara una ceja.
Algo andaba mal.
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— Esperen, ¿qué demonios...? —Fury se tensó.
Una segunda figura se acercaba por detrás de Louise. Exactamente igual a Loki. Mismo andar, misma expresión... misma amenaza.
— Fury, saca a mi hija de ahí. ¡Ahora! —ordenó Tony, entrando en pánico.
— Tranquilo... mi hermano suele hacer esto —intervino Thor, aunque su voz no sonaba tan segura.
— ¿¡No me digas que tienes dos!? —Tony lo señaló, alarmado—. ¿Gemelos mágicos ahora?
— No, no... es solo una ilusión —dijo Thor, más para convencerse que para convencer a los demás.
— ¿Ilusión? Pues yo la veo bastante real —añadió Steve, tensando la mandíbula.
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______ giró lentamente, sintiendo el cambio en la atmósfera. La sonrisa de Loki se tornó más oscura, como si saboreara el miedo.
El reflejo en el cristal le mostró la figura exacta de él... detrás de ella.
Y entonces lo entendió.
No estaba sola.
No tuvo tiempo de reaccionar. Una mano fría como el hielo se enredó en su cabello, tirando de su cabeza hacia atrás hasta obligarla a mirarlo directamente a los ojos.
—¿P-pero cómo...? —jadeó, sorprendida—. ¿Cómo carajos saliste de ahí?
—Tú misma lo dijiste... —Loki sonrió con deleite perverso—. Tengo mis trucos sucios.
Con un simple gesto de su otra mano, la figura que estaba dentro de la celda se desvaneció en partículas de ilusión.
Había caído. Y él lo disfrutaba.
—Viniste a buscar respuestas, ¿no? Déjame darte un regalo de despedida —susurró junto a su oído mientras tiraba un poco más fuerte de su cabello, arrancándole un leve gemido de dolor—. Los mortales se aferran a la idea del libre albedrío... pero fueron creados para ser gobernados. El orden requiere sacrificios. Pocos insignificantes... por el bien mayor.
—¿Alguna vez te has escuchado hablar? —Louise soltó una carcajada, seca, filosa. Loki parpadeó, molesto—. Suenas igual que todos los tiranos de la Tierra. Solo que tú llevas un traje brillante y vienes de más lejos.
Loki la observó con una mezcla de frustración y fascinación. Luego se inclinó, su rostro a centímetros del de ella.
—Me encantas, mi lady... —murmuró con voz grave—. Únete a mí. Eres mejor que esta colección patética de hombres en uniforme.
—Me halagas, cuernitos —dijo con una sonrisa torcida, antes de sujetarle el brazo con fuerza—. Pero no pienso sacrificar a quienes amo... por un poquito de poder prestado.
Y sin más, con un movimiento limpio y furioso, Louise lo arrojó contra el cristal con una fuerza que no parecía humana. El impacto resonó por todo el puente como un trueno.
¡BANG!
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—¡Necesitamos refuerzos, repito, infiltración en la zona de contención! —la voz de Rogers tronó en el comunicador.
—S.J, sal de ahí ya —ordenó Natasha con tono urgente—. Este es un asunto de familia... y tú ya hiciste tu parte.
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—Ya salgo... —respondió ella, sin despegar la vista de Loki, que se incorporaba con dificultad, tambaleándose pero aún sonriendo con arrogancia.
______ caminó hacia la puerta sin apuro, y antes de cruzarla, se volvió por última vez.
—Si las cosas fueran distintas... tal vez hasta te invitaría a tomar un café.
Loki la observó desde el suelo, con una sonrisa ladeada. Dolido, pero intrigado. No iba a decirlo en voz alta, claro. Pero sí... esa mortal lo había desarmado más de lo que admitía.
Y eso era, para él, aún más peligroso que cualquier golpe.
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