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El silencio que siguió a la caída fue ensordecedor.

Sif permanecía arrodillada en el borde del Bifrost, con la mano extendida hacia el vacío, como si aún pudiera alcanzarla. El viento helado le agitaba los cabellos, pero ella no se movía. Solo miraba hacia abajo, paralizada, como si su alma se hubiera ido con ella.

—No... no puede ser —murmuró Thor al llegar a su lado, su respiración agitada por la carrera y la lucha. Se dejó caer de rodillas, golpeando el suelo con ambas manos mientras la furia y el dolor le brotaban en forma de truenos contenidos—. ¡No puede ser!

Volstagg llegó jadeando segundos después, con la espada manchada de sangre.

—¿Dónde está? —preguntó, mirando en todas direcciones—. ¿Dónde está ella?

—Cayó —susurró Sif, sin apartar la vista del abismo—. Me salvó.

—Ella... —Fandral se detuvo en seco al ver el rostro de Sif—. No...

Un trueno partió el cielo. El Bifrost vibró bajo sus pies.

Thor apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos sangraron. Se levantó de golpe y se giró hacia Heimdall.

—¡Haz algo! ¡Activa el Bifrost! ¡Tráela de vuelta! ¡BÚSCALA!

Pero Heimdall, solemne y silencioso, negó con la cabeza.

—Ya lo hice —dijo con voz baja, rota—. No la veo. No está... ni en el mar, ni en las costas. Es como si la magia misma la hubiera borrado.

—¡ESO NO ES POSIBLE! —bramó Thor, golpeando el suelo con Mjolnir. El estallido hizo vibrar las columnas del puente, y algunos soldados enemigos cayeron de espaldas del susto.

—Cayó al abismo... con una flecha clavada en la espalda —añadió Volstagg, pasándose las manos por el rostro, con los ojos rojos—. No hay cuerpo. No hay señal.

Sif se levantó por fin. Su rostro endurecido por mil batallas ahora estaba cubierto de lágrimas.

—Se sacrificó por mí —murmuró con voz quebrada—. Pude haber sido yo...

Thor cerró los ojos. En su mente, la imagen de _____ cayendo, de su cabello flotando como fuego en el viento, de sus ojos desesperados. Era una escena que lo perseguiría el resto de su vida.

—Maldito sea el consejo —dijo entre dientes—. Maldito sea el general. Maldito sea Odín si esto fue permitido.

Heimdall se volvió hacia él.

—Ella tenía magia. Magia que apenas comprendemos. Si algo queda de ella... la encontraré.

Pero sus palabras no ofrecían consuelo.

Thor se volvió, su armadura ennegrecida por el humo del combate, su martillo colgando a un lado. Caminó en silencio,.

Sif miró una vez más al borde del puente. Luego, sin decir nada, se alejó también, con la mano sobre el lugar donde la flecha habría impactado. El lugar que _____ salvó con su vida.

⊱❑┇ Loki ┇❑ ⊰

Mis noches ya no eran noches, sólo fragmentos interminables de oscuridad en esta celda fría y sin sentido. Perdí la cuenta del tiempo desde aquel último día con _____. Dejé de preguntar por la hora, por los días... ¿Qué importancia tenía el tiempo si no había esperanza de volver a verla?

Me levantaba de la cama sólo cuando el cuerpo lo exigía. Ni los libros lograban mantener mi mente ocupada. Las palabras de _____ Stark, aquella criatura caótica y vivaz de Midgard, se repetían como un eco corrosivo en mis pensamientos. ¿Acaso una simple mortal me había herido... emocionalmente?

Era impensable.

El Loki de antes lo habría tomado como un juego, lo habría despreciado, incluso se habría reído. Ese Loki no habría dudado en arrancar la lengua de quien osara herir su orgullo. Pero ese Loki murió... la noche en que ella me miró con lágrimas en los ojos y me dejó.

Porque _____ no era como el resto. Era molesta, hiperactiva, se reía de estupideces y me recordaba al hombre de hojalata con su sarcasmo malcriado. Pero también fue sincera. Brutalmente sincera. Nunca fingió, ni siquiera cuando me odiaba. Esa honestidad me sedujo, me retorció el alma.

La ironía es que cuando por fin fui yo quien se abrió de verdad, cuando le ofrecí todo de mí sin máscaras ni disfraces... me rechazó. Me alejó sin siquiera darme la oportunidad de explicarme. Creyó que todo había sido una mentira.

Y tal vez lo merecía.

El chirrido de la reja al abrirse no me sobresaltó. Pensé que era uno de esos sirvientes torpes trayendo comida que no tocaba o algún tomo empolvado. No me digné ni a levantar la vista.

—Querido...

La voz me atravesó como una daga helada. Abrí los ojos al instante.

—¿Madre? —me levanté de golpe, cruzando la celda hacia ella. Le tomé las manos, esperando que no fuera una ilusión cruel tejida por mi mente perturbada.

Pero no lo era. Frigga estaba allí.

Aunque... su mirada. Su expresión.

—¿Qué sucede? ¿Por qué te ves tan decaída? —roce su mejilla con la yema de mis dedos. Ella alzó la vista, pero en sus ojos no había la calidez de siempre.

—Loki... —su voz temblaba. Eso era nuevo, y aterrador—. Es sobre _____.

Sentí cómo el aire abandonaba mis pulmones. Algo en mí ya sabía que no eran buenas noticias, y sin embargo me aferraba a una esperanza débil.

—¿Qué pasa con ella?

—Creíamos... pensamos que se había perdido en el palacio —trató de elegir las palabras con cuidado, como si eso fuera a suavizar el golpe—. Pero tras horas de no encontrarla, y al hallar rastros... creemos que ya no está con vida.

Mi cuerpo entero se congeló.

—¿Q-qué...? ¿Qué dijiste?

—Hace dos días nos enteramos de un plan. Un intento de ejecución ordenado a espaldas de la corona... por el general del ala este. Thor intentó detenerlo, lo juro, pero cuando llegaron... ya era tarde. Cayó al abismo.

—No... no puede ser —me tambaleé y me senté al borde del catre, sintiendo que el suelo temblaba bajo mis pies.

—Tomamos cartas en el asunto de inmediato —prosiguió ella, con la voz quebrada—. El general ha sido juzgado. Pero... no la hemos encontrado.

—¿Y Heimdall? ¿Ese maldito vigilante no la ha visto?

—No —negó con pesar—. Dice que su esencia... desapareció.

La habitación comenzó a girar. Me levanté de golpe.

—¡¿Cómo dejaron que esto pasara?! ¡Ella no era una amenaza! ¡Ella no era parte de sus juegos de poder!

—Hijo, escúchame...

—¡NO! ¡Ella estaba aquí por mí! ¡Y ustedes no la protegieron!

—Loki, por favor... Thor lo intentó...

—¡ÉL NO ES MI HERMANO! —mi grito rebotó por las paredes—. ¡Y ELLA NO ERA SU GRAN AMIGA! ¡LA DEJÓ SOLA!

Frigga bajó la cabeza. Silencio.

—Déjame... estar solo —dije con la voz rasposa—. Por favor.

Frigga no discutió. Al girarse, una de sus damas de compañía se acercó y me entregó una bolsa húmeda, rota, con olor a mar y sal. Sus ojos se humedecieron.

—La encontramos a la orilla del reino... creemos que le pertenecía a ella.

No respondí. Ni siquiera la miré cuando se fueron.

Cuando estuve solo, finalmente dejé salir todo. El grito, la rabia, el dolor. Destruí todo lo que encontré, golpeé las paredes hasta que la sangre manchó mis nudillos.

Y luego, el silencio.

Tomé la bolsa y la abrí. Sus cosas. Su olor. Su esencia. Todo estaba impregnado de ella.

Un libro llamó mi atención. Tapa roja, letras negras.

—Neruda —murmuré.

Lo abrí sin pensar y una hoja cayó entre mis manos. Era la nota que le dejé en su cama, justo antes del baile. Marcaba una página. Un poema.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado...
y parece que un beso te cerrara la boca...

Cerré el libro con un golpe seco. Sus palabras aún vivían allí, como un susurro contra mi piel.

La perdí. Y lo peor era que aún podía oír su voz en mi mente.

El mar estaba inusualmente gris aquel atardecer en Orchard Beach. El viento silbaba entre las palmeras y las olas arrastraban restos de algas y basura como si el océano quisiera deshacerse de algún secreto sucio. Una niña de cinco años corría cerca de la orilla, con los pies descalzos chapoteando en el agua helada.

—¡Mami! ¡Mira! ¡Una sirena, mamá! ¡Lo juro!

—¿Una sirena? —rió la mujer mientras revisaba el reloj—. Seguro es un montón de algas, cariño. Ya es hora de irnos, Nana nos está esperando para cenar.

Pero la niña no se movió. Señalaba algo en el agua con insistencia. Algo oscuro, semienterrado en la arena mojada, con el cabello extendido como algas negras flotando entre las olas.

—¡Allí! ¡Te lo dije! ¡Una sirena dormida!

La madre frunció el ceño, acercándose por instinto protector. El viento se intensificó. Se inclinó hacia la figura medio sumergida entre espuma y arena... y entonces la vio.

El cabello enmarañado, los labios azulados, su ropa desgarrada y pegada al cuerpo delgado por el agua salada... y una flecha, astillada, sobresaliendo cruelmente del costado, justo por debajo de las costillas.

—Sophie, detrás de mí. ¡Ahora!

—¡Pero mamá, la sirena...!

—¡AHORA! —la mujer alzó a la niña en brazos y retrocedió, gritando desesperada—. ¡JHON! ¡LLAMA A UNA AMBULANCIA! ¡YA!

Corrió de regreso al paseo marítimo mientras el sonido del mar parecía transformarse en un rugido sordo. Pronto, la playa se llenó de curiosos. Uno de ellos, un médico fuera de servicio, se lanzó al agua, revolviendo las olas.

El mar parecía rugir detrás de ella mientras corría por la arena. Un hombre que había estado pescando más lejos se lanzó al agua. Cuando se acercó al cuerpo, notó la sangre diluyéndose lentamente en el mar.

—Está viva... apenas. Tiene pulso, pero es débil. Está fría como el hielo.

La ambulancia tardó menos de quince minutos, pero cada segundo fue eterno. El equipo médico saltó del vehículo, desplegando la camilla sobre la arena. El rostro de la joven parecía el de alguien que había estado flotando entre la vida y la muerte por horas.

—¿Nombre de la paciente?

—No lo sabemos. La encontramos así, en la orilla.

—Línea de suero. Ya.

—Presión sanguínea en caída. 90... 80... 70...

—Está entrando en shock. Sangra demasiado. El proyectil está muy profundo.

—Hay que estabilizarla antes de moverla. Si intentamos extraer eso ahora, la perdemos.

—Oxígeno. Necesitamos subirle la presión. Ya.

El conductor aceleró con fuerza. La ambulancia rugió por la autopista rumbo al Metro-General Hospital, mientras el monitor cardíaco comenzaba a emitir pitidos erráticos. La camilla vibraba con cada bache, el cuerpo temblaba en convulsiones breves, los labios soltaban un gemido apenas audible.

—Está diciendo algo. No entiendo qué.

—No hables. Concéntrate en respirar.

De pronto, el monitor emitió un pitido agudo y sostenido. Las miradas se congelaron.

—Está en paro.

—Cargando desfibrilador. Uno, dos... claro.

El cuerpo se arqueó con el impulso eléctrico. Silencio. Otro pitido. Segundo intento.

—Tenemos pulso.

Los paramédicos no dijeron nada más. Solo se miraron, brevemente aliviados, mientras el hospital se alzaba frente a ellos en el horizonte.

Metro-General Hospital.

Y dentro de aquella figura deshecha por el mar, apenas aferrada a la vida, seguía palpitando una chispa que se negaba a extinguirse.

—Vamos, Stephen. Una apuesta es una apuesta.

—El que haya fallado por una fecha no significa que esté obligado a pagar una apuesta tan absurda.

—Claro, como todo caso de emergencia para ti no es relevante, lo minimizas —respondió con fastidio la pelirroja mientras revisaba la información del siguiente paciente.

—Bueno, ¿qué quieres que te diga? A la gente cada vez le falta más de un tornillo. Ahora tenemos a alguien con delirios de ser Hawkeye que termina herido con una flecha —rió con ironía—. Es absurdo, Christine.

—¿Es tan complicado para ti tomar esto en serio?

—Palmer, soy neurocirujano. Perdería mi ti—

Las puertas de urgencias se abrieron de golpe, dando paso a un grupo de paramédicos con una camilla.

La doctora Palmer no dudó en correr hacia ellos. Los paramédicos le informaron del estado crítico de la joven herida, y su rostro se tensó.

—¡Stephen! —llamó entre dientes, provocando una expresión de fastidio en Strange, que terminó siguiéndola hacia la sala de cuidados intensivos.

Pero la sorpresa que se llevó al retirar algunos mechones mojados del rostro de la mujer superó cualquier expectativa. El rostro golpeado, apenas reconocible, lo dejó estático.

—¿Por qué demonios no me dijiste que se trataba de ella? —preguntó desesperado, arrebatando los informes para leerlos con detenimiento.

—Espera, ¿acaso la conoces? —preguntó Christine, confundida—. No se especificó más que era una mujer herida por una flecha.

—Me sorprende que no sepas quién es, Christine. Ha estado aquí más veces de las que me gustaría —se alejó para ponerse los guantes de látex.

—Lamentablemente, mi memoria no es lo bastante amplia como para recordar a cada paciente que hemos atendido.

—Quizás el apellido Stark te refresque la memoria, ¿no crees? —le revisó las pupilas con rapidez.

—¿Stark? ¿______ Stark? —Christine la observó de nuevo, incrédula—. ¿No fue a la que le explotó una máquina en la cara durante la invasión alienígena?

Strange asintió, sin despegarse de su evaluación médica.

—No se parece en nada a la chica de las revistas de hace unos meses.

—Lo sé. Yo tampoco creí que fuera ella. —Luego llamó a las enfermeras—. Prepárenla para cirugía y contacten a sus familiares. No quiero problemas legales si esto sale mal.

Ambos se alistaron rápidamente para el quirófano, donde la vida de la vengadora más joven pendía de un hilo. No parecía haber magia, ni siquiera una gema, capaz de salvarla si ella no podía usar su poder por voluntad propia.

Todo quedaba en manos del hombre que, en un principio, dudó en ayudarla.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

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—...todo por dentro. Es que mucha gente se enferma por eso, ¿verdad? Wow, no tenía idea de que fueras tan bueno escuchando. Contarte todas mis experiencias más íntimas... —Tony abrió los ojos, mirando al vacío—. Es como esa serpiente que se traga su propia cola. El ciclo se cierra.

Entre sueños, las gafas que Banner tenía en las manos se le resbalaron, haciéndolo despertar de golpe. Se acomodó en el sillón, confundido.

—¿Y saber que estuviste ayudándome a procesar...?

Tony lo miró, dándose cuenta de su estado.

—¿Lo siento? ¿Qué? —preguntó Bruce, aún medio dormido.

—¿Estás aquí? —Tony lo escaneó con la mirada.

—Lo estaba... sí. ¿Qué me estabas...?

—¿Te estás durmiendo?

—Cerré los ojos un minuto...

—¿Dónde te quedaste?

—En... el ascensor en Suiza.

Tony lo fulminó con la mirada.

—No oíste nada, ¿verdad?

—Disculpa. Sabes que no soy ese tipo de doctor... No soy terapeuta, no tengo...

—¿Qué cosa?

Pero antes de que Banner pudiera responder, el teléfono de Tony interrumpió la conversación.

—Terminaré contigo luego —apuntó a Bruce mientras contestaba—. Lo lamento, Potts. Creí que estaba en sesión con el mejor terapeuta de la ciudad, pero es solo un tipo con tres doctorados.

—Son cuatro, en realidad...

—Tony, sucedió algo y—

—Ese último no te sirvió ni de consejero estudiantil —murmuró Tony, ignorando a Pepper—. Espera un minuto, cariño.

—¡¿Tony, estás escuchando?! —gritó desde el otro lado—. ¡Es urgente!

—Pepper, solo un momento...

—Tony, creo que deberías ocuparte de tu llamada —dijo Bruce, incómodo.

—¡Stark!

—No, no, no trates de evadir tu irresponsabilidad con es—

—¡ANTHONY, TU HIJA ESTÁ EN EL MALDITO HOSPITAL!

El grito fue suficiente para congelarlo. Solamente alcanzó a preguntar la ubicación antes de salir corriendo. Tomó las llaves del auto, bajó al garaje y pisó el acelerador como un poseso, esquivando vehículos sin apenas recordar cómo.

Había confiado en que su hija estaría bien en Asgard. Thor se lo había prometido.

Pero ahora...

Ahora ella estaba en un hospital. Y él no sabía si volvería a verla con vida.

Cuando llegó, Pepper ya lo esperaba en la sala de emergencias. La expresión en su rostro confirmó sus peores temores.

—Dime que es solo un rasguño —rogó él, acercándose.

Ella negó con la cabeza. El maquillaje corrido por las lágrimas.

—¿Dónde está? ¿Dónde está mi hija?

—Aún está en cirugía, pero...

—¿Cómo que cirugía? ¡¿Qué carajos pasó?!

—Solo sabemos que la encontraron en Orchard Beach. Herida e inconsciente.

Stark pasó una mano por su rostro. No sabía en qué pensar. Solo sentía que había fallado. Otra vez.

Tras cuatro horas de espera, y con los nervios destrozados, la doctora Palmer salió por fin.

—Ha sobrevivido —dijo—. Pero estuvo cerca. Muy cerca.

Tony se sentó, sin fuerza ni palabras. Pepper lo abrazó.

—Sabes que ha salido de cosas peores —le dijo—. Esta no es la excepción.

—Por dos centímetros, Potts —la miró—. Por dos malditos centímetros casi queda en silla de ruedas.

—Es fuerte, Tony. Es una Stark. Como tú.

Pero incluso los Stark no eran invencibles.

Cómo lo era un corazón roto o el impacto de una flecha.

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Durante la recuperación, Tony no se movió del lado de su hija. Ya la había dejado sola una vez. Y no podía perdonárselo.

—¿Quieres que te traiga algo? —preguntó Pepper.

—Estoy bien.

Se quedó junto a la cama, sosteniéndole la mano. Luego se apartó un momento, fue al baño y se mojó la cara frente al espejo. Las lágrimas estaban a punto de romperlo.

¿Cuánto más?

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Los sonidos monótonos y rítmicos de las máquinas comenzaron a hacerse más agudos, perforando el silencio blando de la habitación. Un pitido constante, la pulsación de un monitor, el susurro casi imperceptible del respirador. Todo era difuso. Era como si estuviera nadando en un océano espeso de sueños, arrastrada entre la realidad y la inconsciencia.

La joven Stark frunció el ceño con molestia. El resplandor tenue del sol filtrándose por la ventana le dio directamente en el rostro, quemando bajo sus párpados cerrados. Trató de girar la cabeza, pero un dolor punzante la atravesó desde el abdomen hasta la nuca. Sus dedos, entumecidos, apenas pudieron moverse sobre las sábanas frías. Sintió el sabor metálico en la boca, el peso de una venda sobre su costado, y el corazón comenzó a acelerarse sin saber por qué.

Estaba desorientada. No sabía dónde se encontraba, pero aquel techo blanco con pequeñas manchas grises le resultó extrañamente familiar.

— Вшивый... —murmuró con un deje de fastidio, apenas audible.

La voz fue suficiente para alertar a Tony, quien casi dejó caer la toalla que sostenía mientras salía del baño. El sonido quebrado y aún adormecido de su hija lo paralizó por un segundo, y luego, sin pensarlo dos veces, cruzó la habitación con pasos rápidos y torpes, como si temiera que se desvaneciera si tardaba un instante más.

— ¡Ey, cariño! —dijo con la voz cargada de emoción mientras se agachaba a su lado— Trata de no moverte mucho, ¿sí?

La joven entreabrió los ojos, confusa, pestañeando varias veces para enfocar. El rostro de su padre fue lo primero que vio, borroso al principio, pero inconfundible. La expresión preocupada, el cabello ligeramente despeinado, y esa mirada que solo había visto en momentos en los que Tony Stark se dejaba ser, simplemente, un padre.

— ¿Papá...? —su voz se quebró, temblorosa y baja, apenas más fuerte que un suspiro— ¿E-estás aquí?

Él no pudo evitar sonreír, con los ojos empañados mientras tomaba su mano con cuidado, como si aún dudara de que realmente estaba despierta.

— Estoy aquí, princesa. Estoy aquí... —su voz sonó más suave de lo habitual, cargada de alivio, como si con cada palabra expulsara todo el miedo que había acumulado en esos días interminables— No sabes lo feliz que estoy de verte abrir los ojos.

Ella lo miró con el ceño ligeramente fruncido, la respiración aún irregular, y unas lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por sus mejillas. No eran de dolor físico, aunque este también era considerable. Eran de arrepentimiento, de culpa, y sobre todo, de un profundo amor que la envolvía al verlo allí, sujetándole la mano como cuando era niña y tenía pesadillas.

— Es... es solo que... no sabes cuánto te extrañé —dijo apretando con débil fuerza sus dedos, como si temiera que se desvaneciera si los soltaba.

Tony se inclinó más, acariciando su mejilla con una ternura que raras veces mostraba en público. Le limpió las lágrimas con el pulgar, tembloroso.

— Créeme, no tanto como yo a ti... —tragó saliva, tragándose el nudo que se le formó en la garganta— Pero me prometiste que no ibas a volver a asustarme así, ¿recuerdas? Esa era la única cláusula no negociable en nuestro trato.

Ella soltó una risa entrecortada, que se convirtió en un leve gemido de dolor por el esfuerzo, pero aún así no apartó la vista de su padre.

— Lo siento, sabes que no soy muy buena cumpliendo promesas... —admitió con una mezcla de humor y tristeza, bajando la mirada.

Tony suspiró, acariciando su cabello con cuidado.

— Lo único que importa es que estás conmigo de nuevo. Pero, cariño... desearía que no fuera en esta condición.

Y por primera vez en mucho tiempo, _____ se permitió hundirse en la calidez de ese momento. La culpa, la distancia, los secretos... todo parecía menos abrumador bajo la presencia de su padre. Estaba herida, sí. Pero no sola.

Pepper entró en ese momento.

—¡Oh, dios mío, linda! —dejó todo y corrió a abrazarla con cuidado—. ¿Cómo te sientes?

—He tenido días mejores.

—Llamaré al doctor Strange. Tiene que revisarte.

Cuando se quedó a solas con Tony otra vez, preguntó:

—¿Cuánto tiempo...?

—Casi tres días.

—¿En serio...? En cuanto salga... quiero ir a Malibú.

—Sobre eso... no creo que se pueda.

—¿Cómo que no?

—Bueno...

—¡¿Cómo es eso de que diste la dirección de TU CASA a unos terroristas en televisión abierta?!

—¿Cómo sabes eso...?

—¿Se te olvida que prácticamente tengo una gema mágica en mí?

—Ok, lo sé, fue una estupidez...

—¡Pudiste haber muerto, Anthony!

—¿¡Y qué hay de ti?! ¡Te dejé en manos del Greñas Pintadas y casi mueres tú!

Silencio.

—Le estaba enseñando arquería a Thor —mintió.

Tony arqueó una ceja.

—¿Crees que nací ayer?

—Era una competencia... una tradición... alguien falló... y me dio...

Él suspiró. Sabía que no era toda la verdad. Pero al menos... su hija estaba viva.

Y con eso bastaba. Por ahora.

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Y Se nos acabaron las vacaciones en asgard mis amores jajqjajjwjejwjjd

lamento si tarde mucho en actualizar pero estaba tratando de que esté cap quedará lo mejor posible.

Espero les haya gustado ya saben que amo cuando comentan y me dejan saber que es lo que les gusta ☺️