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2. 𝐂𝐨𝐧𝐞𝐣𝐨


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Pocos días después, llegó el hombre que sería responsable del avance de ______ en combate y manejo de armas. El llamado Солдат Зимы, más conocido como Winter Soldier, se convertiría en su nuevo instructor. Nada más apropiado que un hombre alterado con el mismo suero que corría por sus venas.

Caminaron hacia la celda de la niña, quien aún experimentaba con sus habilidades, haciendo levitar pequeños objetos a su alrededor. Sin esfuerzo alguno, percibió la presencia de ambos hombres acercándose. Retrocedió de inmediato, ocultándose tras lo que apenas podía llamarse cama.

—Доброе утро, мисс... —saludó el hombre que tanto miedo le provocaba—. Buenos días, señorita. ¿Practicando desde temprano?

Uno de los guardias abrió la celda y permitió que ambos entraran.

—Muy bien, Ратит. Te presento al Soldat —dijo el científico con una sonrisa oscura—. Desde hoy, él será quien te entrene... y te ayude a convertirte en la máquina más letal que podamos crear.

La niña no se movió de su escondite. Sus ojos fijos en el hombre al que se refería el científico. Lo que más llamaba su atención era su brazo metálico y su mirada vacía, carente de emoción. Se preguntó si algún día sería como él.

El soldado solo la observaba con frialdad.

—Солдат —dijo el científico—, ella será tu misión mientras permanezcas en estas instalaciones.

El hombre de cabello largo asintió sin pronunciar palabra.

El científico se acuclilló frente a la niña y le entregó un paquete.

—Aquí tienes tu uniforme. Espero que no me decepciones, pequeña —dijo con tono áspero, su acento cargado y amenazante.

Dejó el paquete sobre la pila de libros y, antes de irse, le dio una palmada en la cabeza. Ambos hombres salieron, pero el soldado permaneció en la puerta.

Ella salió lentamente de su escondite y, con cautela, tomó el paquete. Dentro encontró un pantalón y una camisa claramente más grandes que su talla. No estaban hechos para ella, pero no tenía opción.

Se vistió con dificultad. Frente al espejo cubierto de moho y polvo, se rió suavemente al verse con la inocencia que estaba guardada en algún rincón de su ser. El pantalón era enorme, así que improvisó un cinturón con un trozo de tela arrancado de su sábana. Dentro del paquete también había unas botas demasiado grandes, pero al meter el pantalón dentro, al menos no se salían.

Se acercó a la reja y tiró suavemente de la mano del soldado.

—Ya estoy lista.

Él abrió la puerta, pero enseguida llegaron más soldados que le colocaron unas esposas. Al hacerlo, se sintió más débil, como si le drenaran la energía.

La condujeron hasta un campo abierto. Era la primera vez que veía el cielo. No era azul como lo había imaginado, pero le pareció hermoso.

Se detuvieron en el lugar asignado. El científico dio unas instrucciones y se marchó. El soldado se arrodilló frente a ella y le quitó las esposas con cuidado. Inmediatamente, la vitalidad volvió a su cuerpo.

Durante el entrenamiento en el campo, aprendió técnicas de combate. No faltaron los golpes y caídas. El mayor problema era su cabello: le caía en el rostro constantemente, estorbándole la vista. Esto molestó al soldado, quien interrumpía las sesiones cada vez que ella intentaba acomodárselo.

El primer día fue el peor. Recibió una patada en el estómago que la dejó sin aliento y sin ganas de dormir. Los días siguientes fueron similares. Intentó mejorar el ajuste de su ropa, pero el cabello seguía siendo un problema.

Una mañana, se preparó como de costumbre y llamó al soldado. Él le abrió la puerta, pero antes sacó de su bolsillo una pequeña liga con un dibujo de un conejo. Le ató el cabello en una coleta. Ella se volteó, mirándolo con ternura.

—Muchas gracias, señor Soldat —dijo, levantando las muñecas para que le pusiera las esposas.

Quién sabe de dónde había salido aquel momento tan humano, de lo que se conocía a aquel hombre como una máquina de matar.
Pero ese solo gesto le hizo ver a esa pequeña, que dentro de alguien tan malo, había algo bueno aunque estuviera muy escondido.

Aquel día, en su celda, mientras anotaba cifras en una libreta vieja, garabateó una palabra que había escuchado sin entenderla del todo:

"Zima".

No sabía qué significaba. Pero los científicos la usaban cuando hablaban del soldado.
A veces, también cuando hablaban de ella.

Pasaron los años, y su avance fue notable. Dominaba un amplio arsenal de armas y tenía una rutina de entrenamiento intensa con el soldado. A los 14 años, ______ ya no necesitaba tocar los libros para leerlos; los atraía con su mente. Entendía álgebra, cálculo, física y química con apenas días de estudio. Su fuerza era tal que llegó a enfrentarse a los guardias cuando la llevaban al cuarto de experimentación.

Se había vuelto rebelde, aunque no lo suficiente.

Sabía que debía escapar. No moriría en ese lugar.

Un nuevo experimento estaba en marcha: evaluar su comportamiento en un entorno distinto.

Una mañana, el soldado le dejó otro paquete con una nota debajo. Ella lo abrió con ansiedad, solo para ver un nuevo uniforme en donde tambien habia una nota:

Su sonrisa se esfumó, esas palabras la estremecieron. sabía que no sería bueno lo que tenía que observar con esa ropa, pero luego admiró la nota que había dejado el soldat aparte.

Era lo único que decía.

Tomó el valor. Se vistió. Aquella ropa le daba una apariencia extraña, se sentía ajena a sí misma pero le quedaba mejor que el uniforme con el que peleaba. Abrochó el abrigo, fue a la puerta y tiró de uno de los dedos del soldado. Él le abrió la puerta. Ella extendió las muñecas.

Sabía el protocolo de memoria.

Sonó la alarma. Más soldados llegaron y la escoltaron hasta un vehículo blindado.

Durante el trayecto, observó el paisaje: zonas áridas, edificios abandonados y un cielo que no dejaba de mirar, era gris y cualquiera diría que era aburrido y triste, pero para ella era algo más.

Un vistazo que había mucho más esperándola afuera de todo ese dolor y tormento.

El destino fue un edificio de dos pisos, gris como todos los demás, con la diferencia de que se veían niños, de su edad. No lucían tristes o atormentados, como ella. Al bajarse, le entregaron una mochila. Sin saber para qué era, se la colgó al hombro.

Al entrar, notó las miradas. Su aspecto era descuidado: medias sucias, cabello desordenado y abrigo mal puesto. Y había llegado acompañada por una escolta militar.

Una mujer rubia, alta y de rostro amable, se acercó, lucía dulce y tenía una belleza que poco había visto _____, en su vida.

—Me imagino que eres ______ —dijo en ruso, arrodillándose frente a ella—. Soy la señorita Turner. Estarás en mi clase desde hoy.

La niña la observó, confundida por su atuendo. Pero se sintió segura, la sonrisa que le dio la hizo sentir a salvo de alguna manera.

—¿Cómo va a enseñarme a pelear con esos zapatos? —preguntó la pequeña, mirando sus tacones.

Turner rió suavemente.

—No, cariño. Aquí no aprenderás a pelear. Estudiarás y aprenderás muchas cosas.

Le acarició el rostro y la llevó al aula alejándola de ese vínculo en donde solo había dolor. Subieron al segundo piso entre susurros de otros niños:

—"Parece una vagabunda."

—"Dicen que es una bruja."

—"Seguro sus padres son criminales."

Ella no prestó atención, poco entendía y no tenía el interés de hacerlo tampoco. Sonó una campana. La señorita Turner sonrió:

—Clase, hoy tenemos a una nueva compañera— la llamo desde el centro del aula y ella apenas asomó su cabeza por el marco de la puerta— ¿Quieres presentarte, querida?

Se acercó tímidamente, sus pasos eran un tanto lentos y torpes.

—H-hola... soy ______.

Por un momento hubo un silencio en todo el salón hasta que Un niño alzó la mano.

—¿Tus padres son exconvictos o eres huérfana?

—Dmitri... —reprendió la maestra—. No se hacen ese tipo de preguntas.

Otra niña intervino sin permiso:

—¿oye... Sabes lo que es un espejo? Porque vestida así, tu uniforme se ve... sucio.

Todos rieron y Ella solo bajó la mirada. Se sentía expuesta. Como en esos experimentos, solo que este no se veía tan fisco.

Los días siguientes fueron un infierno. Abusos constantes. Cuando intentaba defenderse, era castigada. Nadie la escuchaba. Pateaba entre acusaciones y molestias de otros niños, y por más que tratara de buscar un "refugio" en la mujer que creyó que en algún momento la ayudaría no fue nada más que lo contrario. Una tarde, la acusaron de romper una ventana.

—¡Pero señorita Turner, yo no fui!

—Eras la única cerca del aula,_____. No me queda nada más que darte un... llamado de atención.

Pero había algo en el tono de la mujer, como si supiera que eso estaba mal. Pero no había nada que ella pudiera hacer.

—¡Конечно, нет! ¡Claro que no! ¡Fue Clarissa y sus amigos!

La maestra la ignoró, no era capaz de verla al hacerlo, ella sabía que pasaba cuando reportaban un mal comportamiento de la niña.

Otro castigo con el soldado.

Afuera de su aula, los niños la esperaban.

—Otra vez en problemas, monstruo.

Trató de escapar, pero la alcanzaron, parecía que nisisquiera podía deter a personas que eran casi igual que ella. Recibió Patadas, golpes, insultos. Lo de siempre por culpa de los demás.

Una vez, se defendió. Golpeó a Dmitri. Y su  castigo fue peor: un día entero bajo la lluvia, sin comida, a la intemperie.

Eso le costó un resfriado y una que otra herida infectada.

Esa noche, en su celda, intentaba leer con un ojo morado. Le costaba, pero quería perderse en algún lugar fuera de esa realidad que tanto daño y dolor le causaba.

Pero no pudo, era doloroso y fastidioso tratar de leer más de dos páginas. Se sentó junto a la puerta.

Tenía una compañía constante, silenciosa y letal. Esa compañía que a pesar de provocarle dolor entre enseñanzas guardaban aún una pizca de humanidad y empatía.

—¿Crees que algún día salga de este infierno? —susurró ella mirando su reflejo en el "espejo" metálico de su celda.

No esperaba respuesta, nunca había una concreta, pero por primera vez en años, el soldado habló:

—Tú decides si salir de este agujero... o seguir sufriendo lo que puedes detener.

La miró. Su voz era grave, real. Su mirada fría pero con un brillo que le encendió una chispa de esperanza.

Aquella noche no durmió. Pensó en cada golpe, cada palabra, cada desprecio.

Desde que estaba en el vientre de su "madre" estaba dicho que no sería más que algo que haría daño y lo recibiría. Pero lo quería cambiar. No creía que el mundo pudiera ser tan malo fuera de lo que se vivía en ese lugar.

Acarició con el dedo índice la palabra que había anotado esa tarde en la libreta.

Zima.

Quizás no era un nombre. Quizás era una advertencia.
O quizás... era lo que se estaba convirtiendo.

Sabía lo que debía hacer. Sabía que saldría.

Y esta vez... nada la detendría.

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Otro capitulito más, por el momento ya vamos a ver cómo la rayis va a partir culillos ea, o talvez no quien sabe

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