
10. 𝐏𝐞𝐭𝐢𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬
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—¿Entonces tu petición es que Loki sea quien te enseñe a controlar tus poderes? —La expresión de Odin era un claro reflejo de su desconcierto. Comprensible: pedir que Loki enseñara magia, justo él, después de lo ocurrido en Midgard y su traición al trono de Asgard, sonaba casi absurdo.
—Bueno... se podría ver como parte de su condena —intentó justificarse ella, algo nerviosa—. En la Tierra existe algo parecido, se llama "trabajo comunitario". Además, creo que sería una especie de castigo para él también... No me tiene demasiada paciencia. Y, por lo que sé, los midgardianos no son precisamente de su agrado.
El anciano pareció considerar sus palabras. La situación no era sencilla, y más aún teniendo en cuenta el historial de su hijo.
—Es una decisión difícil que no puedo tomar a la ligera —la miró con una mezcla de duda y cautela—. Por ahora, espero que no te moleste si la reina Frigga te ayuda mientras lo medito con más calma.
—Al contrario, su majestad. Sería un gran honor.
Odin hizo un gesto, y una mujer del séquito real se acercó para escoltarla hasta una de las habitaciones del palacio. Al entrar, sus ojos se iluminaron. El cuarto era simplemente magnífico: techos altos decorados con intrincados grabados, muebles de madera pulida y un enorme balcón que ofrecía una vista majestuosa del reino. Era como una escena sacada de un cuento.
—Si necesita algo, no dude en avisarme —dijo la mujer antes de cerrar la puerta con suavidad, dejándola sola.
Sin pensarlo mucho, comenzó a explorar. Pasó los dedos por los lomos de los libros alineados en las estanterías, con títulos escritos en un idioma que apenas entendía. Abrió uno con curiosidad, pero al ver la complejidad del texto, lo devolvió con delicadeza a su sitio.
Luego descubrió un armario enorme. Al abrirlo, se encontró con vestidos exquisitos: telas finas, bordados dorados, piedras brillantes.
—Creo que empaqué para el lugar equivocado... —murmuró divertida, sosteniendo una prenda frente al espejo.
Dudó unos segundos. No solía usar ropa tan elaborada fuera de sus presentaciones, pero, ¿por qué no? Tenía un armario de ensueño a su disposición.
Pasó casi una hora probándose distintos atuendos hasta dar con uno que la convenciera del todo. Se miró en el espejo con asombro: no lucía como una chica cualquiera de Midgard. No le molestaría vestirse así todos los días.
Salió al balcón. El aire era fresco, el cielo abierto, y el paisaje... simplemente deslumbrante. Sentía una calma desconocida. Pero al mirar sus manos, recordó la sensación del dolor que Loki había provocado, recorriéndole el cuerpo. ¿Estaría bien?
Sus pensamientos eran un torbellino. Esa especie de relación entre "jódeme y te jodo hasta el final" tal vez solo había sido una idea suya. No era normal tener tan presente a alguien con quien apenas había compartido unas pocas palabras.
No se sentía... correcto.
Las puertas se abrieron de nuevo, revelando a Thor, que se quedó un instante en silencio al verla.
—Vaya, al parecer ya eres oficialmente parte de Asgard —sonrió, acercándose a ella.
—Supongo que lo mejor era adaptarme rápido. Pero tengo que admitirlo, esta ropa está de muerte —dijo con picardía, y ambos soltaron una risa.
—Vine a buscarte. Mi madre quiere conocerte.
Ella asintió, y caminaron juntos por los pasillos del palacio.
—Mi padre me habló de tu... peculiar solicitud.
"Odín, chismoso" pensó, sintiendo cómo el rubor le subía a las mejillas.
—Ah, eso... —lo miró de reojo, incómoda—. Fue algo que se me ocurrió de pronto... jeje.
—Dudo que haya sido tan espontáneo —se detuvo en seco y la miró con seriedad—. ¿Está pasando algo entre ustedes dos?
—¿Qué? ¡No! ¡No, no! —agitó las manos con nerviosismo—. Solo pensé que él sabía mucho del tema y... me pareció una buena idea, eso es todo.
Thor no parecía convencido. Su mirada era la de alguien que sospechaba más de lo que estaba dispuesto a decir.
—Escucha, Lady _____. Mi hermano no es precisamente la persona más... estable. Y mucho menos contigo. ¿Lo entiendes?
Ella se quedó callada. Se sentía ridícula, como una chiquilla caprichosa. Pero no podía evitarlo. Loki no era solo el villano que todos veían. Era alguien que, a pesar de todo, también había sufrido.
Llegaron a un hermoso jardín, donde una mujer de cabellos dorados los esperaba rodeada de flores luminosas.
—Madre —la llamó Thor con calidez—. Ella es ______, una amiga de Midgard y la invitada de padre.
—Es un placer conocerla, su majestad —dijo la joven, haciendo una reverencia.
Pero en el instante en que sus ojos se posaron en Frigga, se quedó sin palabras por un segundo. No era solo su apariencia: su porte elegante, los delicados rasgos de su rostro y la luz cálida que parecía irradiar con solo sonreír. Era algo más profundo. Había en ella una serenidad imponente, una fuerza suave pero inquebrantable. Era el tipo de belleza que trascendía lo físico; una presencia que se sentía maternal y firme al mismo tiempo. Casi como si representara lo que una reina debía ser: sabia, noble... y profundamente humana.
Comprendió en ese momento de dónde venía la nobleza de Thor. Esa dulzura que, a pesar de su poder, aún lo volvía accesible, debía ser herencia directa de su madre. Había algo en la mirada de Frigga, en su forma de moverse, que simplemente no se veía en Odin. Donde el rey imponía respeto por el peso de sus decisiones, Frigga lo hacía con compasión. Era, sin duda, la luz que equilibraba la sombra de su esposo.
—El gusto es mío —respondió Frigga con una sonrisa que terminó de desarmar cualquier nerviosismo que ____ aún pudiera tener.
—Las dejo solas para que conversen —añadió Thor, dándole un beso en la mejilla a su madre y una sonrisa tranquila a ella.
Ambas caminaban solas por los senderos del jardín, rodeadas del perfume de las flores y la brisa suave que mecía las hojas con delicadeza. Frigga tomaba su tiempo para observar cada rincón del lugar, como si incluso después de siglos aún pudiera maravillarse con su propio reino. _____ la seguía, aún sintiendo esa mezcla de asombro y tranquilidad que la reina inspiraba con solo estar cerca.
—¿Entonces no conoces nada sobre el poder de la gema? —preguntó Frigga con curiosidad, sin detener su paso.
—No, su majestad. La verdad, ni siquiera tenía idea de la existencia de ella —respondió apenada—. Aunque, antes de poseer la gema, ya tenía algunas habilidades. Supongo que eso me ayudará de cierta manera.
—Tienes razón —asintió Frigga con amabilidad—. En ese caso, no se nos hará tan difícil, pero aun así tendremos que buscar algunos libros. Serán necesarios para tus lecciones.
Mientras caminaban, la joven no podía evitar robarle miradas a la reina. Había una gracia natural en ella, una sabiduría que no intimidaba, sino que reconfortaba. Su voz tenía un tono que parecía sanar antiguas heridas, y su mirada, lejos de juzgar, comprendía. Nunca antes había conocido a alguien así, y se preguntaba cómo sería crecer bajo una figura materna como Frigga. Por un instante, la envidió a Thor... y a Loki.
—Me gustaría hacerte una pregunta —dijo de pronto la reina, rompiendo el silencio de forma suave pero directa.
—Claro, su majestad. ¿Qué desea saber?
—¿Qué clase de relación tienes con mi hijo?
La joven se tensó. Un leve calor subió a su rostro, y por un instante deseó poder desaparecer entre las flores. Era obvio que los rumores en Asgard viajaban más rápido que los rayos de Thor.
—Oh, pues con Thor aún no nos conocemos bien como tal, pe—
—Me refería a Loki —la interrumpió Frigga, con una mirada curiosa pero no hostil.
—Ah, lo siento —bajó la cabeza, aún más apenada—. Con él... no es que me lleve tanto que digamos. Nos conocemos poco y, bueno, es obvio que no le agrado mucho.
Frigga sonrió, como si ya esperara esa respuesta.
—¿Y por eso tu interés en que te enseñe a manejar tus poderes?
"Los chismes vuelan más rápido que las armaduras de Stark", pensó _____, desesperada.
—Bueno... yo realmente...
La reina soltó una pequeña risa, más divertida que burlona, al ver el rostro de la joven completamente rojo.
—Hay cosas que se confunden entre los dos, y es algo que entiendo —le dijo con suavidad—. Ser de mundos distintos, con pensamientos y heridas distintas, puede confundir el corazón. Pero... sabes, yo he visto a Loki en todas sus facetas. En su luz y en su oscuridad. Es un alma herida, no malvada.
_____ la miró con atención. Frigga hablaba ya no como reina, sino como madre.
—Siempre he sabido que había bondad en él, incluso cuando todos lo vieron como una amenaza. A veces... la mayor magia no es la que se lanza con las manos, sino la que se tiene al mirar a alguien y ver lo que aún puede ser. Tal vez eso sea lo que tú ves en él.
La joven no respondió. Solo asintió en silencio, sintiendo cómo esas palabras se le clavaban profundo, removiendo todo lo que había intentado negar hasta entonces.
—Si decides quedarte, te ayudaré a entender tus poderes —añadió Frigga, posando una mano cálida sobre su brazo—. Y si decides ayudarlo a él... te ayudaré también con eso.
Ambas se miraron por un momento, compartiendo una sonrisa sincera antes de girarse y regresar al interior del palacio. Caminaron en silencio hasta llegar a una gran puerta custodiada por dos guardias.
—Este solía ser el lugar favorito de Loki —comentó Frigga con un dejo de nostalgia.
Los guardias abrieron las puertas revelando una majestuosa biblioteca, repleta de estantes infinitos colmados de libros antiguos. Los ojos de _____ se iluminaron de inmediato; nada como estar rodeada de miles de textos aún desconocidos.
—Ahora entiendo por qué era su lugar favorito —murmuró, maravillada, mientras se acercaba a uno de los estantes y hojeaba un libro con cuidado.
—Solía venir aquí con frecuencia. Para él, este lugar siempre fue especial —comentó Frigga, acercándose a su lado—. En realidad, casi nadie entra, salvo cuando se hace limpieza.
—Entonces supongo que tengo bastante suerte...
A medida que recorrían los pasillos de la biblioteca, Frigga iba eligiendo libros con precisión, uno por uno, mientras doncellas los cargaban obedientes. _____ observaba la creciente pila con una mezcla de asombro y temor.
—Supongo que con estos será suficiente para que comprendas los principios básicos —dijo la reina con una ligera sonrisa.
—Sí... tengo bastante tarea por ahora —respondió _____ rascándose la nuca, algo abrumada.
—Por favor, lleven estos libros al cuarto de Lady _____ —ordenó Frigga. Las doncellas hicieron una reverencia y salieron cargadas de textos.
—Majestad... —llamó _____, haciendo que Frigga se girara de inmediato.
—Dime, querida.
—Me preguntaba... si sería posible llevarle algunos de los libros favoritos de Loki. Ya que estamos en su lugar especial, quizás...
Frigga la miró en silencio un instante, antes de sonreír suavemente. Era evidente que la muchacha se preocupaba por él, aunque intentara disimularlo. Lo curioso era el por qué.
Frigga le ayudó a seleccionar unos cuantos libros que sabía le gustaban a su hijo, y poco después, _____ se encontraba recorriendo los pasillos del palacio en busca de las celdas.
Preguntó a varios sirvientes por el camino y, tras casi media hora de búsqueda, finalmente encontró la entrada a las mazmorras de máxima seguridad. Convencer a los guardias no fue fácil, pero lo logró... y ahora venía el verdadero desafío: encontrar a ese hombre cuya imagen no podía sacarse de la cabeza.
⊱❑┇ Loki ┇❑ ⊰
El aburrimiento era insoportable. Aunque gracias a mi madre tenía ciertos "lujos" en esta celda glorificada, se le había olvidado un detalle importante: no tenía absolutamente nada que hacer, más que ver las caras de los idiotas encerrados cerca de mí.
Di al menos veinte vueltas dentro del reducido espacio, intentando pensar en cualquier cosa que no fuera Midgard... o ella. Pero su rostro seguía ahí, tan claro como si estuviera frente a mí, con esa mirada de preocupación que empezaba a resultarme... irritantemente persistente.
Sin embargo, algo logró arrancarme de mis pensamientos. Una pequeña conmoción recorría el pasillo: una figura extraña avanzaba, causando revuelo entre los prisioneros. Por un segundo pensé que era una sirvienta extraviada... hasta que se dio la vuelta.
—Este no es lugar para una dama. ¿Acaso estás perdida? —dije con sorna. Pero cuando la vi bien, no pude evitar sonreír—. Pero miren a quién tenemos aquí...
—¡Hasta que por fin te encuentro! —bufó, mirando con fastidio a su alrededor—. Deberían numerar estas celdas o algo... Estuve caminando media hora.
—¿Y qué te trae por aquí, princesa? —pregunté, alzando una ceja, divertido.
Noté cómo sus mejillas se teñían de un suave tono carmesí. Ingenuamente encantador.
—B-bueno... digamos que traje un pequeño encargo.
Observé los libros que traía. Reconocí de inmediato la selección.
—Supongo que la eternidad aquí dentro será un poco menos frustrante ahora.
—Veo que no estás del todo mal, cuernitos —se rió, dándome una sonrisa leve—. Pero no creas que eso te librará de mí.
—Y yo que pensaba que ya no podía empeorar mi día... —bromeé.
—Ja, ja, ja. ¿Sabes qué? Creo que estás mejor así. Me voy a llevar los libros —me miró con falsa indignación y se dio la vuelta, fingiendo marcharse.
—¡No, no! Era broma, mi lady —me apresuré a decir. Ella se giró, con una ceja levantada.
—Tu compañía sería lo mejor que podría tener ahora. Créeme.
Vi cómo sonreía, triunfante, como una niña a la que le habían dado un caramelo tras una pataleta.
—Sabía que no podías vivir sin mí —me sacó la lengua.
—Tú tampoco, por lo visto —respondí con una sonrisa tonta, inevitable.
Uno de los guardias se acercó para entregarme los libros, y aunque el protocolo dictaba que ella debía irse, decidió quedarse un rato más.
La verdad... no quería que se fuera.
Había algo en su presencia que me tranquilizaba, de un modo que no lograba entender ni aceptar del todo.
Me senté en el suelo, al lado de la barrera mágica que me separaba del mundo exterior. Ella se acomodó al otro lado, quedando casi a la misma altura.
—Te soy sincera... no tengo ni idea de lo que estás leyendo —confesó entre risas.
—¿Llevamos casi cuarenta minutos leyendo y no entendiste nada? —la miré incrédulo. Ella solo asintió, conteniendo la risa.
—Me impacta que aún no hayas aprendido a usar el poder de la gema.
—Ya sabes que no tengo ni idea de cómo hacerlo —hizo un puchero, mirando a otro lado.
—A ver... Es cuestión de concentración, linda —le dije, sabiendo que el apelativo le sonaría. Su rostro se volvió escarlata al instante—. Relájate, vacía tu mente... y pasa la mano suavemente sobre la página. Imagina que el texto se transforma en el idioma que deseas.
Le mostré el ejemplo en uno de los libros. Sus ojos se agrandaron, fascinada.
—No eres malo enseñando —dijo con tono alegre.
—No es nada del otro mundo, mi lady —respondí, algo arrogante—. Es magia básica.
—¿Y tú crees que yo sé algo de magia? —rió.
—Se me olvidaba que vienes de un mundo corriente...
—Corriente tu abuela.
Pasamos casi dos horas hablando, leyendo y molestándonos. Por un rato, olvidé mis errores. Por un rato... ella dejó de huir de los fantasmas de su pasado.
—Creo que ya es tarde. Lo mejor será que me retire...
—¿Volverás mañana? —pregunté, quizá con más esperanza de la que debería.
—Haré lo posible, Loki —me regaló una sonrisa dulce—. No quiero que mueras de soledad por no verme un día.
Nos despedimos... como si esas horas sin vernos fueran eternas.
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