Leo me llevó a la feria de la ciudad unos días después, argumentando que quería tener una cita en condiciones.

Y qué mejor lugar, que la feria de la ciudad.

A pesar de estar harta de tantas atracciones, no pude negarme.

Esta vez no nos montamos en nada, pero paseamos durante un buen rato y jugamos a varios juegos de los típicos de pistolitas y dardos.

Cayó la noche mucho antes de lo que me hubiese gustado, y tenía entendido que los fuegos artificiales se lanzarían en poco tiempo, así que arrastré a Leo hasta la noria para verlos desde lo alto. Él, como buen novio, no se negó. Aunque diga que no, sé que en el fondo le apetecía.

Las luces eran preciosas desde lo alto, y pararon la noria a posta porque los fuegos estaban a punto de iluminar el cielo.

- Es precioso, verdad? - dije, mirando a la feria.

- Lo más hermoso del mundo - respondió, y cuando me giré, me percaté de que no miraba el paisaje.

Me miraba a mí.

- No me mires con esos ojos - exclamé, riendo.

- ¿Qué ojos? - respondió, sonriendo.

Fue acercándose cada vez más hasta que sus labios se posaron sobre los míos, quedándose ahí durante unos segundos antes de separarse.

En ese instante, se oyó el inconfundible sonido de los fuegos, y ambos comenzamos a admirar la explosión de colores que adornaba el cielo.

Amo los fuegos artificiales.

Amo la feria.

Amo París.

Le amo a él.