A pesas de insistirle a Leo que nos quedásemos en la habitación ese día, el acabó convenciéndome de ir al parque una última vez antes de nuestro vuelo de vuelta de mañana.

Con "convencerme" me refiero, obviamente, a que me prometió que me compraría un peluche. Y nunca digo que no a un peluche.

Así que aquí estoy yo, haciendo cola en una atracción y esperando a que Leo se baje, que ya van unas tres veces. Y todavía no tengo mi peluche.

- ¡Leo, venga! - dije, metiéndole prisa cuando se bajó de la atracción - Son las cinco de la tarde, y ya te has montado tres veces en esta atracción.

- Nunca son suficientes

- Te recuerdo que me has prometido algo...

- Siempre pensando en tu objetivo, eh Ber?!

"Ber".

Nunca me había llamado así. Creo que me gusta.
Sonrío y le conduzco, cogiéndole de la mano, a la tienda más grande que encuentro.

Entramos y comienzo a buscar.

*          *          *          *

- Leo, ¿cuál prefieres? - le digo, mostrándole los dos muñecos entre los que no me decido - ¿A Simba? ¿O a Pascal?

- Yo prefiero irme al hotel.

- ¡Ya, pero ayúdame a decidirme! Y nos vamos

Se queda unos segundos pensativo, pero luego coge los dos y se va a la caja, argumentando que él se queda con el de Simba.

Pagó lo más rápido que pudo y luego se volvió a la habitación. Se tiró en el sofá y se quedó dormido.

"Vaya chaval", pensé.

Aproveché para chatear un rato con Tony y con Kate, y cuando por fin se despertó (justo antes de cenar), se dedicó a hacer la maleta para mañana.

Cuando te lo diviertes, el tiempo pasa mucho más rápido.

La cena de hoy sabía... diferente. Me daba muchísima pena despedirme de París, una ciudad que me ha dado tanto en tan poco tiempo.

No olvidaré jamás estos días.

Créeme, que no lo harás.