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En nuestro segundo día en París, Leo me llevó a DisneyLand. Bueno, en realidad se lo pedí yo porque me hacía ilusión, y él no se negó.
Lo primero que hice fue arrastrarle hasta mis atracciones favoritas (bueno, a ver, favoritas desde esta mañana que las busqué por internet) y nos montamos en ellas. Fue bastante divertido, la verdad.
Sobre todo cuando nos montamos en una montaña rusa.
- Ya me estoy arrepintiendo de esto, eh?! - le dije
- ¿No eras tú la que quería montarse aquí?
- Si, pero no pensé que sería taaaAAAAAAAAHHHHH!!!! - grité cuando llegamos a una cuesta de esas y bajamos a toda velocidad - LEOOOOOOOOOOOO!!!!!!!
- YUJUUUUUUU - gritó él. El joío se lo estaba pasando bien y todo.
Cuando por fin acabó la tortura llamada montaña rusa, fui hasta el primer banco que vi y me senté.
- ¿Ya te sientas? - me chinchó Leo.
- Cállate, rubito.
Él se rio de mi un rato, pero luego me preguntó y estaba bien y propuso que fuésemos a comer.
Nos acercamos a uno de los restaurantes que había por allí y compramos lo que quisimos.
Después volvimos al banco y nos sentamos a comer.
- ¿Te lo estás pasando bien? - me preguntó, inseguro.
- Pues claro que si, Leo. ¿Quien no lo haría?
- No se, pero me tranquiliza bastante, la verdad. ¿Te apetece ir mañana a París a ver el Louvre y la Torre Eiffel y tal?
- ¡Claro! Si no le mando alguna foto rápido a Rachel, se cogerá el primer avión que pueda y se presentará aquí.
- Preferiría que no lo hiciera, así que habla con ella. - dijo, en broma. Después, añadió - Y con Kate. Si no, tendremos a las dos en la puerta de la habitación mañana mismo.
Me reí de su broma, y terminamos de comer.
Luego, fuimos a ver el castillo por dentro, y la verdad es que además de enorme es precioso.
Me hice unas cuantas de fotos, le hice otras pocas a Leo y luego unas cuantas de los dos.
Encontré también a una niña pequeña con una coronita, la cual le pedí prestada y se la puse a Leo en la cabeza para una foto.
Le devolví la corona a la pequeña y luego salimos del castillo.
- Pienso poner esa foto de fondo de pantalla, te lo juro
- Lo que hace uno por una chica... - contestó él, haciéndose en dramático, a lo que yo me reí.
La tarde también pasó rápido, y cuando quisimos darnos cuenta era ya la hora de volver al hotel.
Fuimos a cambiarnos de ropa y luego cenamos tranquilamente, hasta que Leo se enteró de que había espectáculo de fuegos artificiales y luces en el parque, cerca del castillo, e insistió en ir.
Cuando llegamos estaba eso abarrotado, pero cogimos buena sitio justo antes de que empezara todo.
Y vaya si lo disfruté.
Es de esas cosas que son imposibles de explicar, que se te graban en la memoria y te hacen volver a tu infancia.
Más de una vez me giré hacía Leo con una sonrisa típica de una niña de nueve años el día de Navidad.
Leo me pasó un brazo por los hombros cuando empezó a refrescar y yo me acerque un poco más a él mientras observaba el cielo iluminado.
Es como si volviese a cuando era pequeña y mi hermano y yo soñábamos con ir a castillos con dragones para salvarnos el uno al otro.
Finalizó y nos fuimos de vuelta al hotel. No podía dejar de contarle a Leo lo impresionante que había sido y, pese a que él también estaba presente, me escuchaba como si jamas hubiera visto nada igual.
Esa noche, mi mente viajó a mundos imaginarios donde las hadas existían, no tener magia era algo raro, donde los sueños se hacen realidad y todo acaba con un "vivieron felices para siempre".
Y todo sin saber que al día siguiente mi vida cambiaría para mejor, en todos los sentidos.
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