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⠀ 𝐨𝐧𝐞. 352 days later...


*ੈ✩‧₊˚

˚⋆ ┊ ADVENTURES IN BABYSITTING ┊ ⋆˚
☆⋅⋆ ─ act i. don't you want me, baby?

CAPÍTULO UNO — 352 días más tarde
( episodio uno ; madmax )


⠀ ⠀ VOLVER A LA NORMALIDAD DESPUÉS DE TODO lo que se había encontrado Peyton el año pasado parecía imposible desde el principio. Porque, ¿cómo olvidarse de la pelea contra una criatura sin rostro de otra dimensión?

Ver a sus compañeros moverse como si no hubiera pasado nada era como una tortura.

Porque para ellos, no ha pasado nada.

Ninguno de ellos sabía la verdad sobre lo que le pasó a Will. O a Barb. Y era literalmente una decisión de vida o muerte para ella compartir esa información. Incluso con su mejor amiga. Todo lo que Joey sabía era que Peyton, Steve, Jonathan y Nancy habían pasado por algo traumático, junto con todos sus hermanos pequeños.

¿Qué era esa cosa traumática? A nadie se le permitía compartirlo.

No, a menos que quisieran arruinar sus vidas y la de sus seres queridos.

Pero hubo algo bueno que salió del traumático, y extremadamente platónico, vínculo formado entre Jonathan y Peyton aquella noche.

Volvió a presentar a Bob Newby a Joyce Byers.

Ahora, Peyton no estaba para nada lista para que su padre saliera otra vez con alguien. Pero, si ella iba a elegir a alguien para ser su madre, sería Joyce. La señora Byers era amable, y se preocupaba de verdad por sus hijos. Es decir, literalmente fue al infierno y volvió para salvar a Will. No se podía decir lo mismo de la propia madre de Peyton.

Las cosas no siempre fueron horribles entre ellas. A medida que crecía, su madre solía llevarla a los parques infantiles, ganaba sus juguetes, bailaban al ritmo de Fleetwood Mac en el salón mientras giraban como el disco de vinilo en el tocadiscos. Pero algo cambió. Si era sincera, Peyton ni siquiera sabía qué había pasado entre sus padres, pero llegaron a un punto de inflexión. Y una aventura tras otra; ya no había vuelta atrás. Hicieron las maletas, mami querida se marchó a Dios sabe dónde con Dios sabe quién, y Bob Newby se quedó solo con dos niños y un corazón roto.

El instituto fue especialmente cruel después de eso. A la gente le gustaba hablar. Sobre los Newby. Sobre cómo no les sorprendía que una mujer como esa dejara a un tío como Bob. Cuanto más oía, más segura estaba de que el apellido de su madre se conservaba por despecho más que por sentimiento. Pero Parker estaba orgulloso de ser un Newby.

Aunque una parte de ella estaba resentida con Will y Jonathan por tener una madre tan maravillosa, Peyton sabía que el sufrimiento de su infancia era similar. Mientras que a ella le tocó una madre gilipollas, a ellos les tocó un padre de mierda. En cierto modo, se alegraba de que la toxicidad del pasado hubiera llevado a Bob y Joyce a estar juntos. Sin embargo, deseaba que su madre les hubiera dejado a ella y a Parker algo más que un trauma infantil.

Y, al menos por parte de Peyton, un gusto pésimo para los hombres.

Peyton conoció a Billy en las pocas ocasiones en que había llevado en coche a Will y a Parker al arcade. Y, siendo los adolescentes hormonales que eran, encontraron fácilmente la forma de mantenerse bien entretenidos el uno al otro mientras esperaban el regreso de sus hermanos.

Noviazgo no era exactamente la palabra que Peyton usaría para describir su relación con Billy. Pero, después de un tiempo, no era tan casual que siguieran viendo a otras personas. Por su parte, al menos. Pero al menos ella tenía derecho a presumir porque, por supuesto, las chicas del instituto Hawkins se desmayaban al ver un culo bien firme en unos vaqueros ajustados.

Desbloqueando la puerta para su hermano pequeño, Peyton salió del lado del conductor, interrogando simultáneamente a su hermano:

—¿Llevas todo lo que necesitas?

—Sí —gruñó Parker, poniendo los ojos en blanco ante la causalidad con la que su hermana le hacía de madre.

—¿Y tu almuerzo?

, Peyton —espetó él, aunque su actitud de joven adolescente divertía más que agitaba a la rubia sorprendentemente tranquila.

—¡Muy bien! —Peyton sonrió, con las manos levantadas en señal de rendición fingida mientras preguntaba—. ¿Necesitarás que te lleve a casa?

Parker se encogió de hombros.

—Eso creo.

—¿Eso crees? —repitió Peyton, buscando claramente una respuesta directa para no quedarse atrapada esperando en el aparcamiento, aunque Parker ya había empezado a retroceder.

—Si no estoy aquí pasados los diez minutos, vete sin mí —respondió él.

Reconociendo el motor de Billy, Peyton levantó la vista para ver su coche a un lado del aparcamiento, con una sonrisa ansiosa que contrastaba con la expresión de asco de su hermano.

—Diez minutos —repitió ella, mirando a su hermano, que se limitó a poner los ojos en blanco, agarrando la única correa de la mochila que llevaba colgada de su hombro cubierto de tela vaquera.

—Lo que sea —dijo él, apresurándose en dirección contraria al (no)novio de su hermana, Peyton desistió en su intento de razonar con el adolescente, decidiendo en su lugar cruzar el aparcamiento hacia donde Billy se había bajado ahora del coche, aparentemente pasando por la misma discusión con su hermanastra, Max.

La pelirroja se subió en su monopatín y se alejó sin siquiera decirle "hola" a Peyton ni "adiós" a Billy, y siguió de cerca a Parker, que iba mucho más despacio que la chica del monopatín.

Peyton sólo suspiró, con las cejas alzadas mientras seguía con la mirada a Max hasta que finalmente estuvo lo suficientemente cerca como para que Billy tirara de la hebilla del cinturón de sus vaqueros.

—Hola.

El Hargrove apenas le dio la oportunidad de devolverle el saludo antes de que sus necesitados labios aterrizaran en los suyos. Besar a Billy delante de todo el mundo la mareaba, sabiendo que había miradas tanto de odio como de celos clavadas en su nuca. Peyton no tardó en separarse, cogiendo el cigarrillo que él había vuelto a poner entre sus labios y poniéndolo entre los suyos.

Al darse cuenta de que tanto Steve como Nancy se habían bajado del coche para inspeccionar el origen del motor excesivamente ruidoso, Peyton no dudó en pasar el brazo de Billy por sus hombros. Tiró el cigarrillo al suelo y le metió la mano en el bolsillo trasero cuando su mirada se detuvo en la de Steve por un momento demasiado largo para el gusto de su supuesto ligue.

—¿Quién es ese? —preguntó él, apartando su mirada del chico Harrington con una ceja levantada. Pero Peyton no estaba muy dispuesta a explicar quién era Steve "pelazo" Harrington, sino que prefirió plantarle un beso de distracción en los labios.

—No te preocupes por eso —respondió, guiando a Billy hacia el interior del instituto, Peyton prácticamente no pudo sentir el calor de la furiosa mirada de Steve en su nuca. Pero, en lo que a ella respecta, no tenía ninguna razón para dejar que ese zopenco se le pasara por la cabeza.

EL FOLLETO NARANJA BRILLANTE ENCONTRÓ LA MANO DE PEYTON ÁGILMENTE al mismo tiempo que levantaba la vista para ver una sonrisa falsa pintada en la cara de Tina. Salir de una clase solía ser una tarea fácil antes de que hubiera fiestas cada cinco minutos. Pero, como si Peyton fuera a dejar pasar la oportunidad de disfrazarse y estar completamente borracha en Halloween.

—No faltes —Tina sonrió, antes de acercarse a Joey con una mirada más genuina. Devolviéndole la sonrisa, la animadora aceptó con mucho gusto la invitación, apretando sus libros contra su pecho en contraste con su descuidada, y desprovista de libros, mejor amiga. La así llamada "Reina de del Instituto Hawkins" (que no tenía ninguna asociación con el Rey Steve, gracias a Dios) Josette Martin.

La suya era una amistad de preescolar que nunca flaqueó por muchos obstáculos que se interpusieran en su camino. Y aunque su condición de capitán de natación significaba que su asiento estaba al lado de la señorita Martin en la mesa del almuerzo, eso no le impidió darle la espalda a él (y a Tommy y Carol y cualquier otro gilipollas con el que estuvieran sentados) y sentarse con sus verdaderos amigos. Una cualidad que Peyton realmente adoraba de su mejor amiga castaña.

—¿"Ven a pillarte una de miedo"? —leyó Peyton, claramente tan poco divertida como su hermanastro al escuchar a Nancy rogarle que fuera a la fiesta. Aunque, Peyton había llegado a conocer al mayor de los Byers lo suficiente como para poder decir, sin lugar a dudas, que una fiesta de Halloween era literalmente su peor pesadilla. Pero también sabía que él tenía una actitud de "cualquier cosa por Nancy" que incluso la propia chica Wheeler aún no había percibido.

—¿Qué, no quieres al menos echarle un ojo al capullo de Hargrove? —se burló Joey.

Arrugando el papel en una bola para meterlo en su bolsillo, Peyton se limitó a poner los ojos en blanco, poniéndose de brazos cruzados mientras miraba con el ceño fruncido a la animadora.

—Deja de llamarle así.

—Cuando deje de ser verdad, lo haré —remarcó la castaña, cuya sonrisa sólo se intensificó cuando se ganó un codazo juguetón de su cada vez más irritada amiga—. Ni siquiera te cae bien.

—No me tiene por qué caer bien —Peyton sonrió un poco—, sólo tengo que tolerarlo. No es que tengamos mucho tiempo para hablar de todos modos —se encogió de hombros, con una ceja alzada mientras observaba cómo giraban los engranajes de la mente de su inocente mejor amiga.

—¡Qué asco, Peyton! —exclamó Joey una vez que se dio cuenta, dándole a su amiga otro empujón en broma mientras ambas reían divertidas. Disminuyendo las risas, Peyton y Joey doblaron una esquina hasta donde Steve tenía a Nancy presionándolo contra los casilleros para darle un beso forzado.

—Hablando de asquerosidades —murmuró Peyton, la mirada divertida de Joey vaciló ligeramente al saber lo mala que podía ser la chica Evans cuando se trataba de Steve. Pero, aparentemente comportándose, Peyton esperó a que estuvieran un poco más allá de los adolescentes que se enrollaban antes de gritarle al melenudo—. ¡Trata de no succionarle la cara, Harrington! —Girando sobre sus talones, Peyton se enfrentó a la mirada cabreada de Steve con una desafiante sonrisilla, enarcando una ceja al ver cómo los hombros de Nancy temblaban de la risa.

Los ojos la siguieron hasta que se apoyó en la taquilla junto a Nancy, la castaña optó por cerrarla para poder ver realmente a su amiga. Un error que dejó a la rubia, fácilmente irritable, en la línea directa de los ojos del otro adolescente, bastante fácilmente agitado.

—Muérdeme, Evans —los ojos de Steve se entrecerraron, como si un comentario como ese pudiera hacer algo más que divertirla.

—Muy buena —Con un tono cargado de sarcasmo, Peyton sonrió de una manera que hizo que a Steve le hirviera la sangre. Dejar que Peyton se fuera sin más era como perder. Nancy había hecho mucho para hacer de él un hombre mejor, pero eso no significaba que hubiera logrado superar todas sus tendencias de cretino.

—Gilipollas —desafió, sin saber si sus comentarios eran realmente de odio o sólo de broma juguetona, pero estaba seguro de que estaba haciendo un buen trabajo ignorando las miradas de "maldita sea, tú deberías saberlo mejor" de Nancy.

Y Peyton, sin molestarse siquiera en detener su paseo causal por el pasillo, le respondió de vuelta:

—Capullo —imitando su tono y su inclinación de cabeza.

Pero él simplemente no pudo dejarlo.

—Cretina.

Peyton puso los ojos en blanco mientras su sonrisilla divertida empezaba a flaquear.

—¿Por qué no nos haces un favor a todos y cierras la puta boca?

—¿Sí? ¿Por qué no vienes aquí y me la cierras? —la confianza en su tono la hizo sonreír de nuevo, pasando la lengua por los dientes mientras sus brazos se cruzaban para ocultar sus puños cerrados.

—¡Chicos! —Nancy suspiró, todo indicio de la sonrisa esperanzadora de antaño desapareció, ya que la única que quedó con una sonrisa comemierda era Peyton.

—Ooh. —Lanzando un guiño burlón, la rubia playera dejó que su amor por atormentar a Steve se adelantara a la parte de su conciencia que le decía que coquetear falsamente con el novio de su amiga era una gilipollez— No empieces algo que no puedas terminar, Harrington —claramente bromeando, Peyton no pudo evitar notar la ligera conmoción tras sus ardientes ojos.

Sacudiendo la cabeza con incredulidad, Steve simplemente cruzó los brazos, mirando hacia otro lado con una derrota enmascarada, y Nancy finalmente acudió a su rescate. Asomándose a la puerta abierta de su taquilla, lanzó una breve mirada a Peyton, con una sonrisa en los labios que contrastaba con sus firmes ojos. Suspirando con complicidad, Peyton le devolvió la mirada, con una sonrisa ladeada pintada en sus labios.

—Te quiero, Nance.

Adiós, Peyton —Nancy igualó su tono cantarín, sin ninguna malicia detrás de sus palabras, mientras movía los dedos en un saludo a medias.

Uniendo sus brazos, Joey no pudo evitar soltar una risita mientras miraba por encima del hombro al cada vez más agraviado chico Harrington. Pero Peyton sólo se alegró de alejarse. No es que no disfrutara de la compañía de Nancy. Sólo que quedar con Nancy significaba quedar con Steve y, si era sincera consigo misma, preferiría cagarse en la mano y aplaudir antes que obligarse a pasar cualquier tiempo innecesario cerca del "Rey Steve".

UN APRETADO AGARRE ALREDEDOR DE SU BRAZO DE camino a clase fue más que una sorpresa para Peyton, ya que de repente se encontró siendo llevada hacia el armario del conserje. Aunque la regularidad aún no le impidió jadear de asombro, su respiración se agudizó mientras miraba fijamente al joven que la había empujado hacia él con tanta dureza.

Billy.

—¡Hey! —exclamó con una risita, con la nariz arrugada mientras las yemas de sus dedos se alzaban para juguetear con los botones de la chaqueta de Billy—. ¡Me has dado un susto de muerte! —Su empujón juguetón sólo fue respondido con el agarre casi demasiado fuerte de Billy alrededor de sus muñecas, convirtiendo su antes tierna nariz arrugada en una mordida de labio inferior bastante coqueta.

Sin previo aviso, Billy agarró a Peyton, con bastante dureza, por la cintura, posando sus labios en los suyos mientras la empujaba contra las estanterías que tenían detrás. Jadeando cuando la parte baja de su espalda chocó con la fría etiqueta de madera contrachapada de las estanterías baratas del instituto, Peyton no pudo evitar sonreír ante la incesante necesidad del joven. Apenas se dio cuenta de que él se había alejado hasta que sus frentes se presionaron, su aliento caliente como un viento sordo meciéndose en su pelo.

—Déjame sacarte esta noche.

Con su sonrisa desvaneciéndose, Peyton se echó hacia atrás para dejar que la parte posterior de su cabeza descansara sobre las carpetas detrás de ella.

—No puedo —respondió, haciendo una pausa para analizar las facciones de Billy, el aire del pequeño armario se tensó conforme las manos que agarraban la cintura de Peyton se tensaban—. Esta noche toca noche de pelís en casa de los Byers.

La excusa fue recibida con un giro de ojos poco comprensivo, Billy se pasó la lengua por los labios, frunciendo las cejas con exagerada confusión.

—¿Y no preferirías quedar conmigo antes que con esos bichos raros?

—¡Oye! —Sus manos se encontraron con los hombros de Billy para darle un ligero empujón. Peyton se encontró evitando el contacto visual por completo mientras empezaba a juguetear con las solapas de su chaqueta—. No seas capullo —aunque eso formaba parte de su configuración por defecto—. Es importante para mi padre, ¿de acuerdo? —Apartando la mirada de ella, Billy sólo se encogió de hombros, el mismo gesto que hacen todos los tíos cuando las cosas no salen a su manera y quieren actuar como si les importara una mierda—. ¿No intentó tu padre este tipo de cosas contigo y con Max?

Algo en Billy se rompió después de eso. Como un niño teniendo una rabieta interna. Peyton había notado a menudo cómo se cerraba en banda en las raras ocasiones en las que ella le llevaba a su hermanastra. Enseguida comprendió que era un tema delicado para el adolescente lleno de testosterona. Pero, rápido para desprenderse de cualquier emoción, Billy se apartó, aún lo suficientemente cerca como para que sus piernas se rozaran, pero no tanto como para que la llama de su mechero zippo alcanzara sus rizos dorados al encenderse un cigarrillo.

—Lo intentó —La sonrisita que se dibujó en su boca se mezcló con una mueca divertida mientras el humo se arremolinaba en el aire desde las fosas nasales de Billy, creando nubes grises en el armario cerrado y sin ventanas que se difuminaron ante la única y oscilante bombilla que había sobre ellos—. Ella es una zorra.

—Tiene trece años —argumentó Peyton con incredulidad.

—¿Y?

—Y, dale un respiro —se apresuró a salir en su defensa, Peyton no entendía su incesante necesidad de ser un capullo con Maxine. Era una buena chica—. Vamos, todo esto debe ser difícil para ella también.

También.

Definitivamente un gran error, esa palabra. ¿Por qué insinuar que cualquier cosa en el mundo era difícil para Billy Hargrove?

—Como sea —se limitó a contestar él, inhalando de nuevo. Los ojos de la chica Evans escocieron por la nube dirigida hacia ella, respirando el humo de segunda mano con los ojos llorosos mientras sofocaba una tos.

—¿Qué, ahora estás enfadado? —Peyton no pudo evitar el enfado en su tono. Nunca se había andado con pies de plomo por nadie, y odiaba haber empezado a hacerlo por un tío que sabía que iba a dar problemas.

—No. —muy poco convincente, intentémoslo de nuevo—. No —Amable no era exactamente una palabra que le surgiera cuando Billy utilizaba un tono más suave con ella. Siempre parecía más manipulador que considerado—. Que pases una divertida noche de pelís —Sus manos fueron a parar otra vez alrededor de su cintura. La ansiedad de Peyton permaneció inalterada antes de que sintiera un travieso pellizcón en la piel expuesta por encima de su cintura.

—¡Ay! —La rubia se retorció, golpeando con las manos los hombros del siempre divertido Hargrove por lo que parecía la centésima vez durante su encuentro a solas en el armario— ¡No hagas eso!

Sus protestas fueron respondidas con un inocente encogimiento de hombros mientras el calor de la colilla del cigarrillo se consumía a fuego lento junto a la oreja de Peyton.

—¿Qué? —La aguda y sarcástica pregunta de Billy se quedó sin respuesta cuando un fuerte tirón de su chaqueta hizo que sus labios se unieran una vez más. El cuero protegía sus hombros de la ceniza que caía en cascada desde la punta anaranjada del tabaco ardiendo.

Y esta vez ya no había nada más que decir. Nada más que hacer que enrollarse, saboreando cada minuto mientras la cuenta atrás para que sonara el timbre marcaba en su mente.


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