𝔼𝕏𝕋ℝ𝔸 #𝟠
Extra 008; CRISIS!
AÑOS ATRÁS
EDADES
Ashtray: 31 Millie: 30
Amirah: 9 Noah: 5
¿SE ACUERDAN CUANDO Millie les contó sobre que nuestro pequeño Noah era igual que yo? Bueno, aquello no era del todo cierto.
Cuando cumplió 2 años de edad, el bebé comenzó a tener el pelo rubio, del mismo tono que mi mujer. Ella se puso contenta a rabiar, pues decía que ya íbamos empate.
Sin embargo, sus esperanzas se fueron al traste cuando al cumplir este 4 años, se volvió pelinegro, como yo.
¡Ja! Yo nunca pierdo, nena.
Ella solía quejarse como una niña chica, diciendo que nuestros dos hijos eran copias mías literalmente, y que ninguno se parecía a ella.
Y finalmente, tratamos de llegar a una especie de acuerdo. Ya entenderán.
—¡Amirah, vamos, por favor! —exclamaba la rubia algo apurada—. ¡Vas a llegar tarde!
—¡Ya! ¡Ya voy, mamá! —contestó ella de la misma forma.
La peliengra, de 9 años de edad, bajaba las escaleras con una gran velocidad. Llevaba un maillot negro con piedrecitas de colores cosidas, que Millie había hecho durante varias noches; y sus punteras.
La niña era gimnasta, al igual que su madre a su edad; que por cierto, aunque esta última hubiera tenido dos hijos, seguía haciendo gimnasia rítmica. Y era la entrenadora de nuestra hija.
A mi mujer no hay nada que la pare, vaya.
—Ya estoy —se colgó su gran maleta—. ¡Adiós, papá, te quiero!
Se acercó a mí y depositó un beso en mi mejilla—. Yo también, Ami.
Cuando la pelinegra fue hacia el coche para montarse en él, una rubia se acercó a mí de forma divertida.
—¿Y a mí? ¿No me quieres? —hizo un puchero falso apoyando su dedo en mi pecho.
Yo sonreí de manera coqueta, al igual que ella, y desplacé mi mano disimuladamente hacia su trasero, donde dejé un fuerte apretón.
En este tiempo, habíamos estado escasas veces juntos; pues habíamos tenido varios contratiempos bastante desagradables. Aún tratábamos de superarlos.
—Sabes de sobra que sí, rubia.
Ambos nos besamos durante unos segundos y luego nos separamos, aunque yo seguía disfrutando de la posición de mi mano, para qué mentir.
—Para —una pequeña voz atrás nuestra nos hizo separarnos por completo.
Era Noah, y me miraba de una forma no tan amigable. Este últimamente solía mostrar gestos de celos cuando yo me acercaba a ella estando él cerca.
Puto niño.
Esperen, ¿acabo de llamar a mi propio hijo "puto niño"? Perdón, juro que ese no fui yo.
—¿Qué pasa? —le pregunté bufando por su cara.
—La mano —se cruzó de brazos enojado.
Yo sonreí de lado con algo de ternura, situando mi mano de nuevo al trasero de mi mujer, y dejándola allí de forma suave.
—No es nada malo, Noah, es un simple cariño a tu madre —expliqué tranquilo—. Deja el drama, hijo.
Él pensó durante unos segundos y volvió a negar.
—No, quítala —sentenció tratando de apartar mi mano.
—Oblígame, pequeño —lo reté divertido por la escena—. Yo soy el hombre de mamá, no tú. Llegué antes que tú a su vida, entiéndelo de una vez.
Mills habló por primera vez poniendo una mano en mi pecho—. Ashtray, es normal que me quiera tanto, con lo que me dolió cuando lo tuve... déjalo al niño.
Ambos dirigimos nuestras miradas a nuestro descendiente, y nos sorprendimos al ver cómo el pequeño pelinegro había comenzado a sollozar silenciosamente.
—Oh, vamos, ¿por qué lloras? —pregunté algo fastidiado, retirándome de los dos—. Para, vamos.
La rubia me dio una mirada fulminante, y se agachó para levantar a Noah y cargarlo con cariño.
—Tiene 5 años, es pequeño, entiéndelo tú también de una vez, Ashtray —sentenció algo enojada—. Es como cuando Amirah no quería que me acercara a ti por celos; pues esto es igual, pero justamente al revés. No deberías haberle hablado así de brusco, you know he's very sensitive.
Lamí mis labios algo tenso por la situación, no me gustaba pelear con la rubia o hacer llorar a mi hijo, y mucho menos por una gilipollez como estaba siendo esta.
—Y encima llego tarde a lo de Amirah —suspiró pesadamente, apoyando su mano libre en su frente—. Uf, me va a dar algo, de verdad.
—Venga, vete ya con ella. Yo me quedo con Noah, hablaré con él, ¿vale? —le pregunté cargando yo ahora al niño.
La rubia asintió finalmente y me dio al pequeño, para que yo lo sujetara entre mis brazos. No quiero que se equivoquen, amo a Noah, al igual que amo a Amirah; lo mismo a ambos.
—Está bien —besó la cabeza de Noah y se dirigió hacia la puerta de salida.
Me acerqué rápidamente y agarré su brazo suavemente, frenándola—. Sh, sh, sh, sh, ¿no te olvidas de algo?
—Mh, no estoy segura... —bromeó pensativa, para luego mirar al niño—. ¿Tú crees que me olvido de algo, Noah?
Él sonrió con maldad al igual que ella—. Yo creo que no, mami.
—¿Ves? —se giró la rubia hacia mí—. No me olvido de nada, cariño.
Me dio un toque suave en mi nariz y se separó lentamente observándome, para luego girarse divertida y dispuesta a marcharse.
—Hasta luego, chicos.
Levantó su mano y cerró la puerta.
—Pues nada, me quedé sin beso —comenté suspirando algo triste, escuchando una silenciosa risa a mi lado—. ¿Te hace gracia, pequeño diablo?
Él sonrió escondiendo su cabeza entre mi cuello y mi hombro, y enredando sus brazos para acercarse más a mí.
—Oh, definitivamente te estás riendo —carcajeé divertido ante la escena—. Te vas a enterar, Noah.
Este se tensó ante mi comentario y comenzó a reírse—. ¡No, papá, por favor!
—Demasiado tarde, pequeño.
En esos momentos ya había dejado caer al pelinegro en el sofá, y yo me había situado al lado suya. Comencé a hacerle cosquillas sin parar durante unos segundos, el niño solo reía como un demente.
—¡Papá, para! —carcajeaba sin cesar.
Paré para que él pudiese respirar, y de pronto una tos que ya conocía demasiado bien se hizo presente.
—¿Estás bien? —le pregunté algo preocupado, peinando su flequillo algo desordenado y ayudándolo a incorporarse.
—Sí, sí —respondió tratando de respirar algo alterado.
Arrugué mi rostro con confusión al verlo—. ¿Te asfixias?
—¿Asfixias? ¿Qué significa eso? —cuestionó sin entender.
—Es... cuando te cuesta respirar —expliqué con gestos—. ¿Recuerdas lo que le suele pasar a mamá, que tiene que echarse un tipo aire con un aparatito? El inhalador ese.
—Sí.
—Pues es porque se asfixia, ¿te pasa a ti lo mismo? —volví a preguntar apoyando mi mano en su espalda.
Él encogió sus hombros con confusión—. No lo sé, papá, no estoy seguro.
—Está bien —le sonreí tranquilo—. No te preocupes, hijo, ya hablaré con mamá sobre eso.
El pelinegro asintió y agarró el mando de la televisión, para encenderla y empezar a ver aquel dichoso mapache azul y blanco gordo, que tiene un bolsillo del cual saca infinitos inventos.
Cómo se llamaba... ¿Doramion? ¿Doreimon? Yo que sé, pero no nos perdemos ningún episodio de él.
—¿Te apetece comer algo? —propuse.
—No —respondió sin mirarme, embobado en la televisión,
—¿Seguro? —volví a decir extrañado.
Él asintió—. Sí, no tengo hambre.
—Bueno, yo tengo bastante, la verdad —comenté de nuevo sobándome el estómago.
—Bien, come entonces —soltó el pequeño irónico.
Abrí mi boca ofendido ante su respuesta.
—Tu madre tiene razón —comencé a decir algo divertido—, eres una copia exacta mía. Eres igual que yo física y psicológicamente; excepto esos bonitos ojos verdes que heredaste de ella.
Él sonrió avergonzado y dirigió su vista hacia otro lado, y luego a la televisión de nuevo.
Suspiré algo cansado y saqué una cajetilla de cigarros de mi bolsillo, observándola con curiosidad.
Había vuelto a caer en el tabaco, por culpa de las circunstancias.
—¿Vas a fumar? —la voz del pequeño pelinegro a mi lado me llamó la atención.
Pensé unos segundos—. Yo... sí, pero no aquí, no te preocupes. No pienso fumar contigo delante.
—Mamá se va a enfadar mucho —volvió a decir mirándome.
Yo sonreí—. Mamá no se va a enterar, ¿verdad?
Él solo se encogió de hombros con inocencia ante mi pregunta, por lo que salí al patio de la casa y me fumé varios cigarrillos.
Se suponía que lo había dejado, pero los problemas que Mills y yo habíamos estado teniendo en los últimos años no estaban siendo nada fácil, la verdad.
Así eran las cosas, unos días eran igual de buenos que este que habéis leído; y otros eran todo lo contrario, como el que vais a leer ahora.
(...)
Habían pasado varios días desde aquello; y por cierto, Amirah había ganado el oro. En el mismo sitio y el mismo tipo de competición que su madre hacía 15 años atrás; de hecho, había incluso fotos de ella colgada por los pasillos del polideportivo.
Yo me encontraba afuera de la casa, en el patio vallado, apoyado en un bordillo, mientras fumaba el tercer cigarro de la noche.
Aquello se había convertido en una especie de costumbre últimamente: esperaba a que mi mujer y mis niños durmieran, y salía a fumar para saciar mi ansiedad.
Duró varias semanas esto, pues la rubia no tardó en pillarme.
—¿Qué haces? —escuché decir a Mills detrás de mí.
Me giré sobre mis talones y allí la encontré.
Estaba envuelta en una bata morada, tapando la ropa interior con la que solía siempre dormir.
Tenía sus brazos cruzados, seguramente tenía bastante frío; y la verdad es que en la intemperie se estaba algo incómodo por la temperatura.
—¿Estás fumando? —preguntó entrecerrando sus ojos, observando cómo los míos estaban rojizos.
Bufé ante aquella estúpida pregunta—. ¿Yo? Claro que no, ¿por quién me tomas?
Dejé salir el humo de mi boca mientras observaba todas sus reacciones, haciéndome bufar de nuevo divertido.
—No uses ese tono conmigo, Ashtray —dijo tranquila—. Por favor. Estoy cansada de tu actitud de mierda hacia mí.
Rodé mis ojos y suspiré pesadamente, retirando mi vista de ella y enfocándola en el jardín oculto tras la oscuridad.
—Déjame tranquilo, Mills —pedí—. No vayas a empezar a regañarme por estar fumando, ya no tengo quince años; no te haces una idea por lo que estoy pasando ahora mismo.
Escuché como se acercaba hacia mí lentamente y se sentó junto a donde yo estaba apoyado.
—¿Puedo al menos preguntar por qué? —trató de sacar conversación.
—Deja de hacerte la tonta de una jodida vez, sabes perfectamente el porqué —repliqué con fastidio.
Era cierto, odiaba que ella hiciera preguntas cuando estaba enfadado, y más aún cuando sabía la respuesta.
—Escúchame, estoy harta de que me trates mal cuando intento ayudarte —se levantó ahora molesta.
Me incorporé con aires vacilones y le sonreí clavando mi lengua en el interior de mi mejilla.
—¿Necesitas que te lo vuelva a repetir? Déjame en paz —dije señalando la puerta mientras me acercaba a ella—. Vete a la puñetera cama de una vez.
—No —me respondió plantándome cara—. Voy a estar donde me dé a mí la gana, igual que tú. Me he despertado a media noche, y mi marido no está en la cama conmigo, tengo todo el derecho del mundo de ir a buscarlo y hablar con él. Porque eso es lo que hacen las parejas normales.
Al terminar de decir aquello con enojo, me dio un pequeño empujón con su mano contra mi pecho.
—Últimamente te gusta joderme, ¿no? —solté, viendo como su expresión cambiaba repentinamente.
Incluso yo pude notar el nudo en su garganta.
—Nosotros ya no somos una pareja normal, ni nunca volveremos a serlo. Entiéndelo de una vez.
Agarré la tela que cubría sus hombros y acerqué su cuerpo a mí sin ser brusco.
—¿O es que no te va a entrar en la puta cabeza nunca?
Elevé mi voz, ignorando el hecho de que la rubia echó su cabeza un poco hacia atrás y cerró sus ojos con fuerza. Probablemente le había recordado a los gritos y el trato de su madre.
—No lo dices en serio —dijo con la voz rota.
Las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos; pero en esta situación me daba igual, estaba completamente cegado por la ira y por los efectos de los cigarrillos.
—Claro que lo digo en serio, y lo sabes perfectamente.
—¿Entonces qué sugieres que hagamos? ¿¡Nos divorciamos, Ashtray!? ¿Es eso lo que pretendes?
Yo guardé silencio, y mi mujer entendió que eso no era lo que yo pretendía, obviamente. La rubia comenzó respirar agitadamente, tratando de que el llanto no se hiciera presente aún.
Aún después de haberle dicho esas cosas horribles, ella situó sus manos sobre las mías, y repartió varias caricias sobre ellas.
—Ashtray, escúchame, por favor —pidió.
Yo suspiré mirando de nuevo hacia el frente y dándole otra calada al cigarro—. ¿Qué, Mills?
—Deja el cigarro —pidió.
Yo bufé divertido y volví a mirarla—. No.
—Bien.
En un abrir y cerrar de ojos, me había arrebatado el cigarro y la cajetilla que yacía a mi lado.
—¡Eh! —era bastante tarde, ella estaba junto a una fuente que había en nuestro patio—. Oh, no te atrevas, Mills.
En otro abrir y cerrar de ojos, había dejado caer ambas cosas al agua, haciéndolas inservibles del tirón.
—¿Qué mierda haces? —me acerqué enfadado a ella.
La agarré de sus brazos y la acerqué a mí algo brusco, pero sin llegar a hacerle daño.
—Escúchame, Mills —comencé a decir totalmente serio—. Deja de joderme de una vez, ¿vale? Déjame ahogar mis penas de la forma que me dé la gana.
—No —de un tirón se zafó de mí agarre—. No voy a dejar que hagas mierda tus pulmones, Ashtray. Una vez te dije que había otras formas de desahogar tu dolor, sin hacerte daño a ti mismo.
—No puedes comparar lo que nos ha pasado, con los problemas que teníamos con 18 años, por favor —respondí algo más tranquilo.
Ella asintió comprensible—. Lo sé, Ash, y de verdad que lo entiendo. ¿Cómo no lo voy a entender? Me duele lo mismo que a ti.
—Pues no lo parece —respondí.
Mills entreabrió su boca sorprendida, y un rayo de tristeza volvió a reflejarse en su rostro. Sus ojos se aguaron y sus labios comenzaron a temblar, por la ira y por la pena que sentía.
—No eres el único que sufre con todo aquello, maldita sea —habló con coraje—. Yo he estado sola, sufriéndolo; mientras que tú me has tenido a mí. ¡Tú nunca estuviste conmigo! He llegado a pensar que aquello había sido todo por mi culpa, Ash.
Las lágrimas comenzaron a salir sin control alguno, le habían hecho demasiado daño mis palabras.
Observe cómo comenzó a repartir golpes secos en mi pecho, llorando desconsoladamente.
—Tratar de seguir adelante no significa que no me haya dolido o que no me importe —siguió diciendo—. No seas así de egoísta conmigo, porque te juro que no te lo perdonaré jamás.
—Me da exactamente igual, Mills, a ver si te queda claro ya, carajo —respondí fríamente—. Vete a la puta cama ya y deja ya de joder de una maldita vez.
La rubia tragó duro mientras observaba mis ojos, sin una pizca de compasión hacia ella.
—Vete a la mismísima mierda, yo ya no te aguanto más a ti ni a tu puta actitud de mierda —escupió con coraje, dándome un empujón.
Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el interior de la casa, cuando mi voz la frenó.
—No me vayas a esperar despierta, cariño —solté burlón observándola—. Porque no voy a dormir contigo.
Pensaba dormir en el sofá.
—Me da exactamente igual dónde y con quién vayas a dormir, Ashtray —habló con la voz entrecortada—. Te odio.
Y sin más se dio la vuelta y se fue entre sollozos hacia la habitación. Aquellas dos últimas palabras resonaban en mi cabeza, le había hecho demasiado daño, y yo era consciente de ello.
(...)
Pasaron los días y la cosa no mejoraba entre nosotros. Ninguno nos dirigíamos la palabra, dormíamos en habitaciones separadas, y cada vez esto era menos soportable.
La rubia se pasaba todo el día en cama; muchas veces me asomaba a la puerta y le pregunta si iba a levantarse de una vez, y ni siquiera me contestaba.
Una vez llego a tirar todas las cosas que se encontraba en la habitación, histérica, y metiéndolas en una maleta, diciendo que se marchaba de allí. Varias veces tuve que rogarle que por favor no lo hiciera, y finalmente logré convencerla.
Esta vez la había liado bien.
—¿Pensáis hablaros? —nos preguntó Amirah—. ¿Qué es lo que ha pasado?
Mills a pesar de la situación, logró sacar una sonrisa para nuestra hija—. No te preocupes, Ami, son cosas de mayores.
—Me da pena que estéis así —volvió a decir algo triste, sin mirarnos—. Lleváis sin hablaron casi una semana, y no dormís juntos ni nada.
—Ya, Amirah —respondió la rubia tratando de parecer tranquila—. Desayuna.
Ella se cruzó de brazos sin moverse—. Nunca os peleáis, ¿qué es lo que ha pasado?
—Amirah, hazle caso a tu madre —hablé yo por primera vez—. Y deja ya el tema, son cosas de mayores como ella te ha dicho.
—Pero es que no me gusta que estéis así, es horrible el ambiente que hay en casa —se quejó enojada—. Esto es horrible.
Mills bufó con ironía y dejó su bolso fuertemente en la encimera, llamando la atención de nosotros dos.
—Bueno, esto no hubiera pasado si tu padre hubiera sido más empático y algo más comprensible —sonrió con vacile—. Oh, claro, perdona. Se me olvidaba que somos los demás los que debemos tratarlo a él como a un rey; y él puede tratarnos a todos como la mierda.
Y con eso se marchó de la cocina, dejándonos a Amirah y a mí en la cocina, en pleno silencio.
Suspiré rodando mis ojos y me froté la frente con mi mano, dispuesto a sentarme en una de las sillas.
—¿No piensas ir con ella? —preguntó la pelinegra.
—¿Debería? —respondí de la misma forma.
Ella negó con su cabeza incrédula—. Por Dios, papá, no me lo puedo creer, de verdad. No te reconozco.
—¿Y qué es lo que quieres que haga, Amirah? —solté desesperado—. Todo se está yendo a la mierda.
—Ya lo sé, y sé el porqué de todo. Y me da pena también —decía—. Pero debes luchar por tu familia, papá; sobre todo por ella, por mamá. No puedes dejarla ir.
—No pensaba dejarla ir, créeme.
—¿Entonces qué es lo que pretendes? Ve a hablar con mamá de una vez —me sugirió—. Vamos.
Negué con la cabeza—. No va a querer hablar conmigo, Ami, al igual que días atrás. La traté muy mal la otra noche, no te haces una idea de todas las cosas que le dije.
—¿Qué pierdes por intentar hablar con ella? ¿Tú te arrepientes?
—Claro que me arrepiento.
—Pues muéstraselo, papá. Intenta enmendar tus errores —me pidió, haciéndome asentir—. Yo esta noche me voy a casa de Luisa a dormir...
Arrugué mi rostro con confusión interrumpiéndola—. ¿Quién carajos es Luisa?
—Mi mejor amiga, y no digas palabrotas —me regañó cruzándose de brazos, justo como lo hacía mi rubia—. Como iba diciendo, hoy yo me voy a su casa a dormir...
—Sí, ¿y qué?
—Y Noah está enfermo de fiebre, entonces estará toda la noche durmiendo seguramente; porque siempre le pasa eso —explicó—. Podríais intentar hablar esta noche.
Yo asentí entendiendo—. No es mala idea, la verdad.
—Ve ahora a decírselo —dijo.
—¿Ahora? —pregunté confundido—. ¿No es mejor esperar a la noche?
Ella negó obvia—. Claro que no, papá. Ve ahora a decírselo, dile que esta noche hablaréis. Así verá que le estás poniendo interés en que os arregléis.
—Vale, lo entiendo —finalice levantándome—. Voy a buscarla entonces.
—Bien —me levantó el pulgar la menor.
—Gracias, Ami —le sonreí y me dirigí a las escaleras.
Respiré varias veces tratando de calmarme, sentía demasiados nervios corriendo por mis venas. Subí las escaleras, intentando descifrar en qué habitación se encontraba la rubia, seguía el ruido.
Me desplacé lentamente hasta el cuarto de baño, donde mi mujer se estaba bañando.
Llamé suavemente varias veces y entré. Ella se encontraba en el baño tumbada y con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación.
—¿Qué quieres, Ashtray? —preguntó aún sin mirarme.
Partes de su cuerpo desnudo estaban ocultas tras la espuma.
—Quiero hablar contigo —dije lamiendo mis labios—. Por favor.
—¿Ahora sí quieres hablar, cariño? —sonrió con burla.
Asentí con mi cabeza y tomé asiento en un taburete que había junto a ella, mientras la observaba.
—Vamos, no podemos seguir así —dije.
—Espera —me interrumpió mirándome con interés—. ¿Quieres que nos reconciliemos?
—Claro que sí.
Ella suspiró pareciendo angustiada—. Estoy harta, Ash.
—¿Harta de qué exactamente? —tragué duro, sintiendo como mi vello se erizaba.
—No lo sé, de todo lo que nos está pasando últimamente —apoyó su mano sobre su rostro, tratando de calmar el llanto que se avecinaba—. Nos estamos yendo a la mierda, Ashtray, y tú no ayudas.
—Lo sé, cariño —traté de ser razonable.
Repentinamente, un pequeño pelinegro abrió la puerta del baño. Este lucía despeinado y sudoroso, mientras se frotaba los ojos.
—He vomitado en el suelo, justo al lado de mi cama —anunció lloriqueando.
Traté de ocultar la gran mueca de asco que estaba por soltarle a nuestro pobre niño—. Ahora voy, ve a... lavarte los dientes, anda.
El niño se marchó dando lentos pasos, mientras sobaba su roja nariz.
Me sentí algo triste al recordar que nuestro hijo estaba enfermo; no era nada grave, pero simplemente nos preocupaba.
Me levanté del taburete, dispuesto a ir a ayudarlo, cuando recordé las palabras de mi hija.
—Escucha, de verdad quiero arreglar todo lo que nos ha pasado —empecé a decir—. No quiero que estemos así, Millie.
Ella me miraba con atención, limpiando alguna lágrima rebelde que se había escapado de sus ojos.
—¿Te parece si lo hablamos esta noche? En donde mismo que nos peleamos, para que los niños no tengan que escuchar —propuse algo nervioso.
Se lo pensó durante unos segundos, jugó con sus anillos, y después de suspirar, accedió.
—Está bien.
—Genial —quise ocultar una pequeña sonrisa que me había causado, y salí del baño encajando la puerta.
Mi mujer tenía la costumbre de cerrar completamente la puerta; y aquello era bastante peligroso, pues cualquier escape de gas o incluso el propio vapor de agua, podría causar mareos o desmayos.
Así que por eso siempre que se bañaba, debía abrirle un poco la puerta.
(...)
Estaba muy nervioso, no lo iba a negar. Estaba sentado en el sofá del salón, esperando a que la rubia bajase las escaleras y así por fin arreglar las cosas; aunque esto no iba a ser nada fácil.
Miraba los cuadros que adornaban los muebles y las grandes paredes. En uno salíamos Millie y yo cuando teníamos 16 años, aquella foto que nos sacó su madre antes de ir al baile aquel, en el que estábamos disfrazados y nos besábamos.
La siguiente, era de nuestra boda. Más bien eran dos, una antes del convite; y otra después, en la que estábamos desesperados y deseando llegar ya al hotel.
—Voy a morir —se lamentó la rubia mientras andábamos por los pasillos. Ella agarrada a mi brazo, aún vistiendo su traje de novia—. Los tacones me están matando.
Yo sonreí acercándome a ella—. Ven aquí.
Y en unos segundos la estaba cargando como a una princesa. Aquello era típico en las bodas, ¿no? Llevar cargando a la novia hasta la habitación; o al menos creo eso.
—Es mejor que no te canses mucho —abrí la puerta de la habitación de hotel—, porque ahora te espera lo mejor, rubia.
—Oh, vamos, calla —sus mejillas se tornaron algo rojas y se aferró a mi cuello bastante avergonzada, tratando de ocultar su rostro.
En otra, salíamos de nuevo Mills y yo cuando nos fuimos de viaje a EE.UU. de Luna de Miel. Recuerdo absolutamente todo perfectamente.
—Dios, qué vergüenza, Ashtray —se quejó ella agarrada a mi brazo, mientras caminábamos por las frías calles de Nueva York.
—Oh, vamos, solo le vas a pedir a esa señora que nos haga una foto —sonreí con burla—. No hay nada de lo que avergonzarse.
—¿Por qué no se la pides tú? Ya que eres tan suelto... —bromeó la rubia.
Yo negué instantáneamente—. No, no, mi inglés no es tan bueno como el tuyo.
—Pero si tú eres el nativo —y después, ambos empezamos a reírnos como unos locos delante de todo el mundo.
El resto eran sobre Millie embarazada, nosotros con nuestros hijos en distintos países,... todas eran sobre nosotros.
Y aquello me sirvió para asegurarme de algo: iba a luchar por mi familia, aunque aquello fuese lo último que hiciese.
Unos pasos me hicieron sobarme la nariz y disimular lo que estaba haciendo; la rubia estaba bajando las escaleras, tal y como habíamos quedado. Sentía el corazón en la garganta, y una jodida presión en mi pecho; muchas veces habíamos discutido, pero no tan fuerte como esta vez.
—Hola —la saludé inquieto, rascándome la nuca.
Llevaba puesta de nuevo aquella dichosa bata, pero en azul; sí, la tenía en todos los colores disponibles en la colección. Una locura, realmente.
—Hola —su voz tranquila pero con un tono triste me partió en pedazos.
Respire profundamente y me acerqué a ella—. ¿Vamos afuera?
Ella asintió seria y me siguió. Ambos salimos de la casa y estuvimos en donde mismo que nos peleamos, el porche. Me recargué de nuevo en aquel bordillo, pero esta vez estaba mirando a mi mujer, no estaba de espaldas a ella.
La rubia se acercó y se posicionó frente a mí, a una distancia algo preocupante. Agarré una de las hebillas de su bata suavemente con mi dedo índice y la acerqué a mí unos centímetros. Ella suspiró tratando de que aquella acción no la desconcentrase, se le notaba en su rostro.
—Ashtray... —lamió sus labios—. ¿Qué querías decirme?
—¿Sigues enfadada conmigo? —pregunté dándome una bofetada mental yo mismo al instante.
Si hubiera un premio para dárselo al mayor gilipollas, estaría entre los candidatos, si es que no lo gano.
Ella cruzó sus brazos, aún más molesta que antes—. Claro que estoy enfadada, y ya me aburrí de estarlo; así que pídeme perdón.
—Vaya —traté de ocultar una carcajada que amenazaba con salir.
—No es gracioso, Ashtray —dijo ahora más seria que antes—. No es normal cómo te pusiste el otro día.
—Lo sé, Millie —aparté mi vista de ella arrepentido—. No pienso intentar engañarte con ninguna excusa ni nada, de verdad que sé que me pasé bastante.
Ella asentía, tratando de ocultar una expresión de sorpresa que había en su rostro; probablemente porque le estaba dando la razón.
—He estado pasándolo muy mal, y soy consciente de que lo sabes; pues has estado todo ese tiempo conmigo —empecé a decir con una sonrisa triste—. Y se que tú lo has tenido que pasar mucho peor que yo, y también sé que yo no estuve ahí para apoyarte.
La rubia apartó su vista de mí dolida, mientras sobaba su nariz y sus ojos comenzaban a aguarse.
—Lo último que yo quiero es que te sientas culpable porque hayas tenido dos abortos, Millie, y mucho menos que te sientas así por mi culpa.
Y aquello era la razón de nuestra crisis. Millie se quedó de nuevo embarazada con 27 años, pero lo perdimos a las semanas de enterarnos. Fue un gran dolor para nosotros, la muerte de un hijo es por lo peor que pueden pasar unos padre, créanme. Y luego, tuvimos algo de alegría y esperanza cuando vimos que en la prueba de embarazo había dos rayas, esto cuando Millie tenía 28 años.
Todo parecía ir bien, los médicos decían que tanto ella como el bebé estaban totalmente sanos, incluso nos felicitaban por ello. Pero todo lo perdimos una noche.
—¡Ashtray! —el grito desgarrador de mi mujer proveniente de la planta de arriba me hizo sobresaltar.
Ella se había acostado hacia unos minutos porque se encontraba algo mareada, y con ganas de vomitar; esto le había estado sucediendo los últimos días, y los doctores decían que era normal, que no nos preocupásemos. Yo siempre tuve la mosca detrás de la oreja, realmente.
Me levante rápidamente del sofá y corrí escaleras arriba, saltaba los escalones de tres en tres. Mi corazón iba como una moto, y lo notaba en mi jodida garganta.
Cuando llegué a nuestra habitación, abrí la puerta de golpe, y allí la encontré. Millie estaba de rodillas encima de la cama, llorando desconsoladamente; mi vista descendió, encontrándose con una gran mancha de sangre en su camisón.
—¡Me duele, Ashtray! —se quejaba mientras que con sus dos manos ejercía presión en su intimidad, sin saber que hacer para calmar aquel indescriptible dolor.
Agarré mi teléfono limpiando aquella lágrima que había empezado a descender por mi mejilla, y llamé a una ambulancia. No podía llevarla en nuestro coche porque este estaba averiado.
Trataba de ignorar los espeluznantes gritos, quejas, e incluso gruñidos por parte de mi mujer mientras hablaba con alguien del hospital, ya que no quería romperme al teléfono y ni siquiera poder formular algo.
—¡Me duele mucho, no puedo más!
Cuando colgué, me desplacé rápidamente hacia ella, sin ni siquiera saber qué hacer. Comencé a respirar agitadamente mientras la observaba, seguía de la misma forma pero ahora tirad en el colchón.
La rubia agarró mi brazo desesperadamente, y yo enseguida puse mi mano sobre la suya.
—Ashtray —me llamó lloriqueando—. Otra vez no, por favor. No quiero volver a perderlo, no quiero volver a perder a nuestro hijo.
Yo lloraba igual que ella, pero ya era tarde. Una vez que empieza el sangrado, ya no hay vuelta atrás.
Traté de retirarme aquel siniestro recuerdo de la cabeza, y proseguir con aquella disculpa.
—Sé muy bien cómo te sientes, Ashtray —dijo esta vez ella lamiendo sus labios—, y sé cómo sueles sobrellevar cualquier problema, y lo complicado que casi siempre eres. ¿Cómo no lo voy a saber si te conozco desde hace 20 años? Pero el otro día, dijiste muchas cosas horribles... y tú jamás habías hecho eso antes.
Suspiré agobiado—. Lo sé, Millie, perdóname, por favor. Me sentía angustiado por no haber estado a tu lado en aquello, apoyándote; y no sabía cómo ayudarte ni cómo pedirte perdón.
—Y lo único que se te ocurrió fue eso entonces, ¿no? —se cruzó ella de brazos con los ojos aguados.
Extendí mi brazo y volví a agarrar la hebilla de su bata con mi dedo índice de nuevo, para acercarla aún más a mí; y así dejarla entre mis piernas. Respiré tratando de parecer tranquilo, y ella desvió su vista cuando notó que puse mis manos en sus caderas.
—Vamos, perdóname, no sabes lo arrepentido que estoy —le aseguré seriamente—. Quiero que volvamos a ser la familia que siemrpe he,os sido. Nosotros dos hemos luchado y seguiremos luchando por nuestra familia, pero quiero que sea juntos. Nosotros dos juntos, ya que por nada del mundo os dejaría ir, y mucho menos a ti. Tú eres lo más importante de mi vida, Millie.
Observe cómo trago duro ante mi confesión, y apartó su vista aún un poco dolida.
—Déjame demostrarte eso, por favor.
—Está bien, quiero que me lo muestres —sugirió.
Yo sonreí cuando una idea se me vino a la mente—. ¿Quieres que te lo demuestre?
Llevé mis manos a nudo de su bata para empezar a desatarlo lentamente, sin perder vista de sus expresiones.
—Eh —bufó frenando mis manos, notándose que estaba nerviosa—. Eso no, al menos ahora.
—¿Al menos ahora? ¿Después sí?
No pude ocultar mi tremenda emoción al escuchar aquello, ganándome una suave risa que me tranquilizó por completo.
—¿Eso significa que estoy perdonado entonces? —pregunté con esperanza—. Vamos, Millie, tú sabes que yo no soy así; y sabes que me arrepiento de todo. He dejado el tabaco de nuevo, y no volveré a caer.
Ella suspiró, pero pude notar como en sus ojos yacía una un rayo de orgullo al haberme escuchado decir aquello último.
—¿Estoy perdonado o no? —volví a cuestionar.
La rubia me miró a los ojos unos segundos, y finalmente asintió—. Sí, lo estás.
—Por fin, iba a morir si no lo estaba, rubia.
Sonreí y volví a llevar mis manos a sus caderas, para empujarla suavemente contra mí, y envolvernos en un bonito abrazo.
Escuché como respiraba tranquila, y luego levantó su mentón. Agarré este con suma delicadeza para fundirnos en un suave beso, que tardó bastante poco en pasar a ser una hambriento y necesitado, ambos nos habíamos echado mucho de menos esta última semana.
Cargué a la rubia sin aún separarnos, y ella enrolló sus piernas alrededor de mi cintura, y sus brazos alrededor de mi cuello. En cuestión de segundos ambos nos encontrábamos entrando en nuestra habitación. Deposité a mi mujer con cuidado en la cama, y no tardé en posicionarme sobre ella y entre sus piernas.
Comencé a repartir besos por su cuello, robándole varios gemidos y quejidos; sabía que aquello le encantaba.
—Espera, Ash —puso una mano en mi pecho.
—¿Eh?
Me eché hacia atrás un poco confundido ante el repentino cambio de humor que acababa de tener.
—Tengo que decirte algo importante —susurró ella mirándome con algo de preocupación—. Pero luego podemos seguir, que me apetecía...
Asentí con mi cabeza sin entender—. Claro, dime.
¿Me tiene que decir algo importante? No me jodas que...
—Estoy embarazada —anunció dejándome sin aire en los pulmones.
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