
𝔼𝕏𝕋ℝ𝔸 #𝟞
Extra 006; AMIRAH!
AÑOS ATRÁS
EDADES
Ashtray: 22
Millie: 21
RECUERDAN LA VEZ que les conté sobre cómo pillé a Ashtray montando un negocio de drogas en la cocina de nuestra casa? Bien, pues este flashback empieza algo parecido a aquel.
Me desperté exactamente a las 04:52 de la madrugada, cada día dormía peor a causa de las molestias a la hora de hacerlo.
Toqué con mi mano el sitio donde Ashtray dormía, y para mi sorpresa volvía a estar vacío, como hacía meses.
—¿Otra vez? —pregunté suspirando cansada.
No sé cómo pude incorporarme de la cama yo sola, ya tenía nueve meses de embarazo y Ash siempre me ayudaba, ya que sola no podía ni levantarme.
Me puse una camiseta que no pude bajar hasta abajo, y luego la misma bata calentita que él me había regalado. Esta vez, fue diferente porque Ares no se encontraba en su cama.
—Este hombre... —me quejé sabiendo perfectamente dónde estaba.
Bajé las escaleras con sumo cuidado, agarrándome a los barandales como si mi vida dependiese de ello, me faltaban unos días para salir de cuentas.
Llegué al sótano, donde él y yo ubicamos las lavadoras y secadoras, y una gran habitación que se convirtió en un gimnasio donde Ashtray y yo solíamos entrenar.
—Ashtray, cariño... —dejé caer mientras lo veía correr en la máquina desesperadamente y sin camiseta, a una velocidad un tanto excesiva—. ¿Qué ocurre?
No me contestó. Sus jadeos aumentaban a medida que el tiempo pasaba, era bastante obvio que se estaba matando a hacer ejercicio.
—Para, Ash —le pedí acercándome a él algo confundida—. Ash, eh.
A pesar de que lo llamaba, el pelinegro no reaccionaba, lo que me hizo entrar en un leve pánico.
—¿Quieres parar? Parece que vas a desmayarte. Ash, vamos, para la máquina. ¡Ash, eh! ¡¿Quieres parar, maldita sea?! —exclamé dándole un fuerte porrazo al botón de la máquina, así parándola.
Se bajó de la máquina rápidamente como si hacía segundos no se estuviera matando a hacer ejercicio al igual que un loco. Agarró una toalla, y tratando de volver a la calma, me miró.
—¿Qué haces despierta? Deberías estar descansando —me dijo observándome.
—¿Yo? Y tú, ¿qué? —me crucé de brazos—. Llevas muchos días así, ¿me vas a contar qué te ocurre?
El pelinegro comenzó a andar pasando por mi lado, dándome una vista de su trabajada espalda.
—No me des la espalda cuando te hablo dije firmemente haciendo que frenase—, sabes que odio cuando lo haces.
—Bien, ¿qué quieres?— preguntó girándose de nuevo a mí, mientras encendía un cigarro.
—¿Es en serio? ¿Fumar después de hacer deporte?— lo señalé con la mano. —¿Qué es lo que te pasa? Por Dios.
Encogió sus hombros dándole varias caladas ansioso. —No me pasa nada.
—Claro que sí, no sueles fumar; y mucho menos entrenar a a las casi 5 de la mañana. Algo te abruma, lo sé.
—Sí, algo me abruma.— aceptó evitando el contacto visual conmigo.
Asentí con la cabeza entendiéndole. —¿Quieres intentar contármelo?
—Me da igual.— volvió a encoger sus hombros tratando de restarle importancia.
A mi Ashtray siempre le ocurría lo mismo; cuando algo le preocupaba, era muy complicado tratar de ayudarlo. Dije complicado, no imposible.
—Te sentirás mejor.— le recordé andando hacia él.
—¿Sigues empeñada en dar a luz en el agua?— su pregunta me tomó desprevenida.
Os pongo en situación; desde que me enteré que estaba embarazada quise tener al bebé en el agua, en nuestra casa, dentro de una piscina hinchable. Lo había visto en otras personas, y la verdad es que me gustó la idea.
—No lo sé, Ash.— negué con la cabeza algo insegura. —¿Por qué la pregunta?
—Es peligroso dar a luz en el agua. No te haces una idea de los riesgos que eso tiene.
Ups, no os he contado algo. Finalmente, conseguí que Ashtray persiguiera sus sueños y estudiara la carrera de medicina, convirtiéndose así en un doctor. Lo consiguió después de tanto esfuerzo y dedicación.
—La postura es la mejor, estás en vertical; pero el riesgo de infección en ti y el bebé, el sangrado, el escaso personal que habrá aquí en casa... además, en un hospital puedes inyectarte epidural.— explicó.
—¿Era eso por lo que estabas así?— sonreí tiernamente al verlo, me daba pena cuando sobre pensaba todo.
Él asintió frotándose los ojos. —No paro de soñar que mueres dando a luz aquí en casa, lo llevo soñando desde que me contaste sobre aquella idea...
—Llevas sin poder dormir bien casi 7 meses...— dije con preocupación. —Cariño, ¿por qué no me contaste nada?
—No quería que tuvieras otra preocupación más, simplemente eso.— encogió sus hombros volviendo a restarle importancia al asunto.
Relamí mis labios algo nerviosa sin saber qué hacer, hasta que una idea pasó por mi mente.
—¿Te quedarás más tranquilo si vamos al hospital?— le pregunté y él asintió, haciéndome sonreír suavemente. —Entonces, iremos allí.
—¿Sí?— preguntó inseguro.
Asentí. —Ajá, tienes razón con lo de los riesgos; además, prefiero que tú estés también más tranquilo si vamos allí. Tú eres el doctor, tú eres el que sabe.— bromeé haciéndole reír.
—Entonces, tendremos que preparar un neceser para las cosas que nos vayamos a llevar.— comentó mientras salíamos del gimnasio.
—Pues sí, cuanto antes lo hagamos mejor.
—Ajá, sales de cuentas en unos días. Tendríamos que ir haciéndolo ya.— añadió haciéndome asentir.
Bostecé sintiendo un ligero dolor en el estómago, que me hizo quejarme.
—¿Estás bien?— preguntó algo preocupado girándose hacia mí.
—Sí, ha sido solo una patada.— carcajeé volviendo de nuevo a mi postura inicial.
El pelinegro no pudo evitar sonreír tiernamente. —Nos va a salir futbolista la niña.
—¿Te imaginas?— reí llegando a su lado mientras bostezaba también. —Estaría guay.
Ash me pasó su brazo por encima de mis hombros atrayéndome a él y comenzó a hacerme caricias en el pelo.
—¿Estás cansada?— preguntó mientras nos acercábamos a las escaleras.
—Un poco.
Me agarró suavemente por mis dos brazos mientras se posicionaba detrás mía. Comenzamos a subir las escaleras, cada peldaño me costaba más, incluso varias veces me hubiera caído de no ser por Ash.
Subimos a lo que era la primera planta y donde nuestra habitación se encontraba. Me siguió hasta la cama, y me ayudó a tumbarme en ella lentamente.
—Gracias.— le di una sonrisa después de darle un corto beso y verlo alejarse de mí. —Eh, ¿a dónde vas? Vente a la cama.
—No tengo sueño, voy a preparar el neceser del hospital.— me anuncio acercándose a la puerta.
—¿Sí? ¿Seguro? Quiero decir, podemos hacerlo mañana y...
Él negó instantáneamente. —No, tú quédate aquí a descansar, lo necesitas. Lo prepararé en menos de cinco minutos.
—Está bien.— acepté derrotada. —Pero cuando termines vente a la cama, no vayas a irte a hacer deporte de nuevo, ¿eh?
El pelinegro asintió con una disimulada sonrisa, para luego irse a preparar el neceser como antes dijo.
Tardó algo más de lo que esperaba, y por ello comenzaba a dormirme; pero no quería, encima de que estaba haciendo el neceser él solo pretendía al menos esperarle.
Escuché unos pasos aproximándose a la cama y enseguida sonreí; su peso cayó sobre su lado en la cama, acompañado de un suspiro.
Me acerqué a él y apoyé mi cabeza en su pecho trabajado, y una pierna encima de las suyas cuando se acostó.
—Gracias.— le susurré por haberlo hecho él solo.
—No es nada, ya está preparado.— respondió volviendo a suspirar.
Lo miré tranquila y le peiné varios mechones de pelo de su flequillo. —¿Estás bien?
Ashtray desde siempre había llevado la cabeza rapada como todos sabéis, pero esta vez se quiso dejar el pelo algo más largo de lo normal. La verdad es que no le quedaba mal; perdón, me corrijo: ¿qué es lo que no le queda bien?
—Sí, no te preocupes.— asintió mirando el techo, para hacer contacto visual conmigo por unos segundos. —Me dejas mucho más tranquilo sabiendo que iremos a un hospital.
Sonreí bufando ante su comentario. —Ash, cuando algo no te parezca bien o quieras contarme algo, hazlo. No te lo calles, porque al final el que se perjudica eres tú.
—Sí, lo sé.— dijo ahora mirándome.
—Sé cuánto te cuesta, pero debes tratar de intentarlo, ¿vale?— seguí peinándole algunos mechones.
—Está bien.— aceptó para luego carcajear. —Pareces una psicóloga hablando así.
Reí ligeramente. —Sí, tienes razón.
Pasamos unos segundos en silencio hasta que suspiré decidida a hablar.
—Ya que estamos diciendo las preocupaciones de cada uno... voy a decir yo la mía.— anuncié susurrando.
—Adelante.
—Tengo miedo.— volví a mirarlo a los ojos.
Él arrugó su rostro con confusión. —¿Miedo de qué?
—De dar a luz.— respondí inmediatamente tratando duro. —¿Y si no sale bien?
—Yo...— pensó lo que iba a responder unos segundos mientras lamía sus labios. —No voy a decirte que yo tampoco tengo miedo... pero tampoco tenemos que ser tan pesimistas.
—Lo sé.— suspiré con algo de dolor en el estómago. —Pero no puedo evitar pensarlo.
—A ver, se supone que un parto debería salir bien; los que salen mal suelen se pocos casos realmente.
Pasamos unos segundos en silencio hasta que volví a hablar.
—Ash.— lo llamé susurrando. —Si el parto saliera mal, elegirías al bebé, ¿verdad?
—¿Qué pregunta es esa?— arrugó su cara. —Pues claro que no.
—¡Ash, tendrías que elegirla a ella! Es nuestra hija.— me quejé.
Él negó. —Me da igual, Millie. Para de plantear la peor situación de todas, no me gusta que seas así.
—Lo siento, tienes razón. Solo planteo lo peor de todo.— suspiré hondamente.
—Solamente piensa que todo irá bien, no te agobies tú sola.— sonrió algo triste. —Vamos a dormir.
Asentí y me volví a poner en la misma posición en la que estaba antes, pegada a él. Eran tiempos fríos, exactamente diciembre, y faltaba poco para navidad.
—Te quiero mucho, Ash. No lo olvides.— no sé por qué sentí la obligación de recordárselo, pero aún así lo hice.
—Yo más a ti, rubia.— sonreí y cerré los ojos respirando un leve aroma a la colonia tópica del pelinegro, profundizándome en un largo sueño.
*NAVIDAD*
Todas las Navidades, se volvió una tradición que Ash y yo organizáramos en nuestra casa una gran cena con toda nuestra familia; os hago un recuento de ella. (Fezco, Lexi, Michael, mi madre, Rue, y Francesca). No éramos muchos, pero éramos los suficientes.
Si alguien se pregunta dónde estaba Jose, el seguía con mi madre. Se podría considerar una especie de "on & off relationship", o cómo se escriba.
—Por Dios, me tenéis amargada.— me quejé sentada en un sillón. —No me dejáis hacer nada.
—Es normal, Mills.— habló Lexi al lado de Fezco, haciendo que el pelirrojo asintiese.
—Estas a punto de dar a luz, ¿y quieres estar de pie haciendo cosas?— me preguntó mi madre entrecerrando los ojos. —Yo no podía ni moverme cuando estaba embarazada.
Rodé los ojos con molestia, cada día la soportaba menos. Cuando se enteró que estaba embarazada me dijo muchísimas veces que sería una mala e irresponsable madre; sí, así como lo escuchan.
—Hazle caso en eso.— me susurró Ashtray pasando al lado mía con varios platos.
Cuando me di cuenta de que nadie me miraba, me levanté. Quería hacer cosas, poner la mesa, fregar, cocinar... estaba aburrida de no poder hacer nada.
—Sh.— llamó mi atención Ash. —Siéntate.
Lo hice de mala gana, mientras volvía a resoplar fuertemente.
—¿Podrías parar de resoplar? Llevas toda la mañana suspirando, y me estás poniendo nerviosa.— se quejó mi madre.
No pude evitar ponerle una cara de tremendo asco delante de todos, ya me daba igual.
—¿Os queda mucho para poner la mesa?— pregunté de mala gana. —Me estáis matando de hambre.
Aquello era un cambio radical en mi humor, y me pasaba muy a menudo en esta etapa.
—Al estar embarazada eres muy insoportable.— hablo mi madre haciéndome bufar. —No sé cómo Ashtray es capaz de aguantarte.
La mirada de mi marido advirtiéndome de que no contestara fue totalmente ignorada.
—¿Sí? Pues tú no estás embarazada y eres una perra todos los días.— escupí dejando a todos en silencio.
—¿Cómo me has llamado?— dijo mi madre puntualizando cada palabra.
—Perra, ¿te enteraste ya o necesitas que te lo repita?— hice un falso puchero mientras la miraba fríamente.
La mujer se llevó las manos a la cabeza. —¡Esto es increíble!
—Ya.— respondí encogiendo mis hombros.
—¿Y tú vas a ser madre?— rió histérica señalándome. —¡Mírate! ¡Pobre de tu hija! ¡Eres una irresponsable!
Relamí mis labios tragándome la ira que estaba sintiendo por todos lados, para evitar abalanzarme contra ella.
—¿Alguna vez... pensaste por qué quería ser madre joven?— pillé a todos por sorpresa con la pregunta. —No, ¿verdad?
No hizo ningún gesto, ni siquiera negó con la cabeza.
—Para demostrarme a mí misma que por tener una madre de mierda no significaba que yo también lo iba a ser.— dije mirándola con decepción. —Me hiciste pasar un infierno siendo solo una adolescente. A Michael, donde lo ves, lo criamos Ash y yo.
—¡Anda ya! ¿Qué dices?
Michael miraba la situación sin perder ningún detalle de nada. Sentí como mis ojos se cristalizaban; pero no me importaba, llorar no es nada malo, y no es nada de lo que deba alguien avergonzarse.
—¿Acaso sabes cual fue su primera palabra? ¿Su primer día en la playa? ¿Su color favorito? ¿Lo que más le gustaba desayunar cuando tenía uno o dos años de edad?— lancé las preguntas al aire, recibiendo silencio por parte de ella. —Exacto, no tienes ni puñetera idea, mamá, porque esos momentos los pasó con Ash y conmigo. Tú jamás te dignaste a estar presente, siempre estabas ocupada con algo más; o mejor dicho, con alguien más.
El ambiente que había se había vuelto una gran tensión entre ella y yo, sin importarnos los que estaban alrededor de nosotras.
—Así que no te atrevas a volver a llamarme mala o irresponsable madre, porque aquí la única que lo es, eres tú.
Y con aquello finalicé la discusión, saliendo de la cocina donde todos nos encontrábamos y subiendo las escaleras a toda prisa, sin importar el dolor en mi estómago.
Entré en nuestra habitación y no pude evitar romper a llorar. Todo lo que siempre le había querido decir a mi madre lo había dicho ya, por fin.
Unos toques en la puerta me alarmaron. —¿Mills?
Era Fezco.
—¿Estás bien?— y la voz de Rue lo acompañó.
Abrí la puerta y los dejé entrar. No se cortaron un pelo en observar la habitación entera, debo decir que aquella estaba preciosamente decorada.
—Bueno.— la moreno carraspeó. —Solo quería decirte que estuviste genial abajo. Joder, tía, la acabaste, pero bien acabada.
—Rue, no es momento para bromas.— la regañó Fezco.
—Claro, perdón. Pero igualmente, estuvo muy bien lo que dijo.
—Eso si es cierto.
Y de ahí no escuché más. Noté como un líquido corría por mis piernas, había roto aguas. Un fuerte dolor en mi estómago y más abajo, supongo que ya sabéis dónde, se hizo presente. Fue intenso, y duró un minuto aproximadamente; para luego volver de nuevo y así repetidamente.
No se cuánto tiempo estuve asi, ni cuánto tiempo estuvieron hablando Rue y Fez, porque no se dieron cuenta hasta que me quejé con una voz aguda.
—Eh, eh.— dijo él pelirrojo llegando hasta mí, cuando vio el charco abajo de mí. —Oh, joder.
Me senté en la cama sin poder apenas moverme, lo que me dolía del estómago para abajo no era normal. Había llegado la hora.
—Mierda.— se quejó Rue nerviosa. —¡Ashtray! ¡Ashtray!
—¡Ash!— gritó Fez también.
Los rápidos pasos de mi marido se hicieron presentes en la escaleras. Jamás olvidaré su cara al verme sentada en la cama respirando agitadamente y con una mano en el estómago.
Su mirada fue hacia abajo instantáneamente y al ver el charco de líquido amniótico en el suelo lo entendió todo.
—Oh, mierda. Vamos, vamos, vamos.— corrió hasta a mí y me ayudó a levantarme y a llegar hasta el coche.
Él se subió y arrancó a toda prisa, se veía bastante agobiado.
—Ashtray.— mencioné su nombre agitadamente observándolo. —Tengo miedo.
Me miró preocupado y apoyó su mano en mi muslo arrancando el coche. —No te preocupes, todo irá bien. Ya lo verás, rubia.
Pasaron casi diez minutos, y exactamente tuve dos contracciones en cinco minutos cada una.
Llegué a un punto en el que no podía estar sentada, tuve que hacer fuerza con mis manos y piernas para levantar mi pelvis ligeramente.
—¡Ashtray, conduce más rápido, por Dios!— exclamé agitadamente.
—¡Voy a 180 kilómetros por hora!— respondió el pelinegro histérico. —Aguanta un poco más, por favor, estamos casi llegando.
Asentí con la cabeza mientras mentalmente contaba los segundos que nos quedaban para conocer a nuestra pequeña niña, todo este esfuerzo valdría la pena.
Mi marido y yo entramos al hospital, donde enseguida las personas que estaban allí nos miraron fijamente.
Yo casi no podía andar, y de no ser por Ash yo ya hubiera estado en el suelo tirada. Mi frente estaba empapada de sudor, y el dolor que tenía cada vez era más insoportable. Llegué a pensar que moriría allí mismo
—¡Eh, enfermera Myers!— la llamó Ashtray al conocerla.
Una mujer de unos 50 años morena se giró hacia nosotros, su expresión dio un cambio radical al vernos.
—¡Oh, doctor O'Neill!— se acercó rápidamente y sacó una especie de teléfono en el cual marcó brevemente varios números. —¡Tenemos a una mujer embarazada en urgencias, traigan a dos personas y una silla de ruedas! ¡Rápido!
Cada vez respiraba más agitada, entre los gritos de mi marido y los de la enfermera, me ponía mucho más nerviosa.
—¿Es su mujer, doctor?— preguntó la enfermera mientras sacaba una hoja y un boli.
—Sí.— respondió.
—Bien, deberán responder varias preguntas rápidas para la ficha médica.
Ambos asentimos.
—¿Cuándo empezaron las contracciones?— preguntó la enfermera.
—Hace casi un día.— respondí quejosa con una mano en mi estómago.
—¿Qué? ¿Hace casi un día? ¿Por qué no me dijiste nada?— dijo Ashtray confundido, cuando pareció darse cuenta de algo. —Aquella patada de ayer, fue una contracción.
Asentí con la cabeza guardando silencio. Después de unos segundos la enfermera volvió a hablar.
—¿Cuál es tu nombre?— cuestionó mirándome mientras lo escribía todo en una ficha médica.
—Millie, Millie O'Neill Leblanc.— respondí cuando casi gritó de un dolor punzante que volví a sentir. —Joder.
—La fuente se le rompió hace casi un cuarto de hora.— informó Ashtray. —Y tiene 21 años.
Con aquella información la enfermera asintió y terminó la ficha médica.
—Como se nota que trabajas aquí.— bromeé con una sonrisa observándolo.
Él no pudo evitar sonreír ante mi comentario, hasta que dos hombres con una silla de ruedas en sus manos, llamaron nuestra atención.
Me senté en la silla sintiendo un gran alivio después de estar de pie durante unos minutos.
No sé en qué momento me encontraba en una habitación normal de hospital a espera de que una médica viese lo dilatada que estaba.
La mano de Ashtray encontró la mía, que estaba apoyada en mi estómago. Miré hacia mi lado, y lo encontré junto a mi de pie.
—Tengo miedo.— volví a repetir mojando mis labios con mi lengua.
—Lo sé, yo también.— asintió ligeramente con su cabeza dándome una sonrisa triste.
La médica se incorporó y procedió a anunciarnos algo.
—Estás 4 centímetros dilatada, y te estás dilatando bastante rápido, te introduciremos al paritario dentro de nada. Si deseas ponerte la epidural, que es lo más aconsejable, debería ser ya mismo.
Miré al pelinegro, quien asintió con su cabeza indicándome que debía ponerme aquello.
—Sí, está bien.
—Ahora vuelvo.— anunció.
Después de unos segundos, volvió con todo lo necesario para la aplicación de la epidural. Espero que alguien recuerde el pánico que me dan las agujas.
—Primero, desinfectaremos y te pondremos algo de anestesia en la zona donde te administraremos los fármacos.— explicó mientras lo hacía.
Tenía la mano de Ashtray entre las mias, y justo cuando noté el incómodo pinchazo de la epidural, la apreté con fuerza.
—Joder.— se quejó susurrando el pelinegro por el dolor que le había generado.
Formulé "perdón" con mis labios y una carcajada salió de él.
—Bien.— la enfermera recogió todo en un abrir y cerrar de ojos. —Nos vamos al paritorio. Doctor O'Neill, ya rellenaron la ficha, ¿verdad?
—Sí.
—Perfecto.
Ash me tumbó en la cama y fui transportada a aquella zona del hospital llamada "paritorio", que como su nombre indica, es donde se da a luz.
—Espera, yo también entro.— escuché la voz de mi madre.
—Noelia, no creo que eso sea...— iba a decir Ash a su suegra cuando los interrumpí a los dos.
—No, mamá, tú no.
La mirada de mi madre se cristalizó. —¿Qué?
—No quiero que entres. Te quedas fuera.
Con aquello finalicé la conversación y Ash y la enfermera empujaron mi cama hacia dentro, dejando a la mujer allí sin creérselo.
—La epidural te hará efecto dentro de unos 20 minutos o algo menos, por lo que toca esperar.— dijo una de las mujeres que había allí para luego salir.
Asentí con mi cabeza, y el rugido de mi estómago inundó la sala, menos mal que solamente estábamos Ash y yo.
—Por Dios, parece que llevo sin comer desde hace días.— reí avergonzada.
Él sonrió. —¿Quieres que te traiga algo de comer?
—¿Aquí no dan comida?— pregunté confundida.
Él sonrió de lado. —Te voy a contar un secreto, aquí ponen una comida horrible; pero, podría conseguirte algo mejor...
—Mh, me gusta la idea, doctor O'Neill.— bromeé dándole una mirada algo maliciosa, ustedes ya entienden.
—Enseguida te lo traigo.
El pelinegro dejó su móvil, las llaves del coche y el neceser en la sala aquella y se marchó.
Narra Ashtray
Bajé a la planta baja; el paritorio se encontraba en la segunda, y me dirigí a la cocina. Todos me permitían entrar en cualquier lado ya que me conocían por trabajar allí.
—Buenas, Mery.— saludé a la cocina que solía preparar la comida todos los días en el hospital.
Mery era una cocinera de unos cincuenta años de edad. Era bastante amable con todos; de hecho, fue la primera que me trató bien cuando llegue nuevo. Se ofreció para enseñarme el hospital y todo aquello, hace casi cinco años. Debo decir que a veces la miro como si fuese mi madre.
—Buenas tardes, Ashtray.— sonrió mientras se volvía a mirarme. —¿Puedo ayudarte en algo?
—¿Podrías prepararle algo bueno de comer a mi mujer, por favor?— le pedí mientras miraba lo que habían hecho hoy de cocinar.
—¿Tu mujer?— se sorprendió con una maliciosa sonrisa. —No me habías contado nunca nada al respecto.
Arrugué mi rostro con confusión. —Sí que lo hice. Llevamos casados 4 años, y estamos juntos desde los 15.
—No, nunca me contaste.
—Sí.— ataqué de nuevo. —Cuando estuvimos almorzando hace bastante tiempo.
—Oh, pues no me acordaré.— dijo ella encogiendo sus hombros divertida. —Por cierto, ¿qué haces aquí con tu mujer? Se suponía que estabas de vacaciones, ¿no?
Como vi que Mery se había puesto a hablar demasiado, empecé yo mismo a hacer un sándwich de pollo.
—Ella está a punto de dar a luz. Está 4 centímetros dilatada ya.
Sus ojos se abrieron como platos y su sonrisa se agrandó como nunca antes.
—¡Tú eras el doctor que iba a tener una hija!— exclamó señalándome. —¡Oh, por Dios, qué felicidad!
No pude evitar carcajear. —Sí, soy yo.
—¡Eso es genial! ¿Cómo se llamará la niña?
—Amirah.— respondí terminando el sándwich.
—Oh, es precioso. Espero que todo salga bien, Ashtray. Ya nos vemos.— se despidió la mayor con una suave sonrisa.
—Gracias, Mery.
Salí de la cocina y fui de nuevo al paritorio, entrando donde estaba Millie.
—Aquí está.— le entregué el sándwich que le había preparado.
—Creo que lo comeré después, Ashtray.— arrugué mi rostro con confusión. —Me encuentro mal.
—¿Quieres que llame a una enfermera?— pregunte empezando a impacientarme, estaba algo nervioso.
Ella asintió con dolor. —Sí, por favor.
—¡Enfermera Walton!— la llame, y enseguida le di una mirada de advertencia a la rubia. —Oh, ni se te ocurra.
—Walton.— me dio una mirada, ¿picantona? —Como Javon Walton.
—Cállate, no hables de ese.— me crucé de brazos molesto mirándola.
Ella hizo un puchero falso. —¿Por qué? Hace mucho tiempo que no sé nada de él...
—Para, Mills.
—¿Por qué me llamas Mills? Nunca lo haces.— cuestionó extrañada. —Era solo una broma lo de Javon.
—Ya lo sé.— respondí desviando mi vista de ella.
Su sonrisa que me volvía loco apareció en su rostro. —Además, sabes que solo he tenido y tengo ojos para ti, mi amor.
—Para.— no pude evitar sonreír tímidamente, aquello me pasaba muy a menudo cuando ella me hacía un cumplido.
—Oh, ¡te sonrojaste!— exclamó divertida.
—No, no lo hice. Ahora para.— le pedí acariciándome el puente de la nariz tratando de mantener mi compostura.
—Mh.— sonrió.
Una matrona entró a la sala poniéndose unos guantes blancos.
—Bien, cariño, veamos cuánto de dilatada estás ahora.— miro durante unos segundos. —¡Oh, por dios! ¡10 centímetros ya! Llegó la hora.
Mi mano fue agarrada por la de la rubia, cuya cara cambió de un semblante divertido a uno asustado.
—Ashtray.— mencionó con la respiración agitada y lloriqueando. —No quiero, no quiero. Tengo miedo, ¡he cambiado de idea!
El llanto de una bebe inundó la sala en la que varios enfermeros, una matrona, Mills y yo nos encontrábamos.
Un suspiro de alivio por parte de mi mujer me relajó completamente. Listo, lo había conseguido.
Le agarré su mano con una sonrisa mientras no le quitaba ojo a nuestra pequeña niña, quien estaba en manos de los médicos que la limpiaban. Noté mis ojos y mis mejillas llenos de lágrimas, no había dejado de llorar disimuladamente durante todo el parto. Es un proceso muy precioso.
La médica le iba a entregar Amirah a Millie cuando ella negó de repente.
—No.— frenó a la médica. —Quiero que la cargue él primero.
Ambas me miraron con una suave sonrisa, y noté como mi corazón latía más rápido a medida que ella se acercaba con mi hija en brazos.
Extendí los míos sin ni siquiera ser consciente de lo que hacía, y sentí como si me fuera a desmayar cuando noté como un peso caía en ellos.
Miré a la pequeña desconcertado; a pesar de que los bebés no sueles ser bonitos a lo primero, ella era una obra de arte.
Pasé unos segundos analizándola, seguía sin creerme que acabábamos de tener un descendiente en nuestra familia.
—Toma.— le indiqué a la rubia después de otros segundos sujetándola, dándosela a ella.
La rubia carcajeó unos segundos, y en el momento en el que mantuvo contacto visual con la pequeña cambió su cara radicalmente. Aquella era de completa admiración, pero hubieron varios gestos que me hicieron pensar lo contrario.
La médica se llevó a la pequeña para hacerle varias pruebas que se le suelen hacer a los recién nacidos, así quedándome con Mills, quien miraba la ventana del hospital desde la cama, completamente callada. Definitivamente le pasaba algo.
—Hey.— la llamé levantándome de la silla y acercándome a ella.
—¿Mh?
—¿Estás bien?— pregunté inseguro.
Ella asintió ocultándome algo. —Claro, estoy muy feliz.
—No me mientas.— sentencié haciéndole cambiar su semblante. —Sé que te pasa algo.
—Estoy bien, Ash. No te preocupes.— decidí dejar el tema, no quería ser pesado, y mucho menos en estos momentos.
—De acuerdo.
Estuvimos en silencio durante unos segundos hasta que la rubia rompió el silencio.
—¿Puede entrar alguien?— cuestionó.
Asentí con mi cabeza. —¿Quién quieres que entre?
—Michael.
—Voy a por él.— anuncié saliendo de allí y apareciendo en el pasillo, donde toda nuestra familia se encontraba.
—¿Cómo ha salido todo?— varios preguntaron algo histéricos.
Abrí mis ojos como platos, aunque entendí porque se encontraban así, ellos no sabían nada aún.
—Están bien las dos.— sonreí al decir aquello. —Puede entrar una persona a verlas, Michael, ¿te gustaría entrar?
Las pupilas del pequeño se dilataron mostrando una inmensa emoción y felicidad.
—¡Sí, sí!— aplaudió acercándose a mí dando pequeños saltos.
—Bien, cuando ella pase a planta ya podréis verla.— les dije a los demás.
Me adentré con el rubio a la sala aquella.
—Tienes que ponerte esto, espera.— lo frené.
Le enseñé una bata, unos guantes y un gorro; en aquellos momentos era muy fácil agarrar una infección.
Lo ayudé a ponerse todo y justo cuando íbamos a entrar, dijo algo que me causó ternura.
—Listo, vamos.— le di la mano para entrar.
—Mira Ash, ahora me parezco a ti así vestido.— independientemente de que la ropa fuera totalmente diferente, tuve que reírme.
—Sí, ahora somos iguales.
Desvió su vista hasta el suelo con una sonrisa, y su respiración se entrecortó al ver a una personita en los brazos de su hermana.
—Oh, ¿es ella?— andó hasta quedarse a una distancia prudente.
—Sí.— sonrió Mills mientras veía a los dos como trataban de interactuar; bueno, Michael más bien.
La estuvo mirando y analizando por varios segundos, para finalizar arrugando su cara con confusión.
—¿Por qué no abre los ojos?— hizo unos movimientos con su mano delante de la cara de Amirah.
—Los bebés recién nacidos tardan unos días o semanas en abrir los ojos.— respondí cruzándome de brazos observándolo con una sonrisa.
—Mh, no se parece en nada a mí.— dijo de repente. —Es realmente fea.
Mills y yo no pudimos evitar reírnos ante el comentario del segundo más pequeño.
—Michael, cariño, no seas así.— lo regañó suavemente su hermana. —Los bebés al principio suelen ser algo... raros, tal vez.
—Oh, ya.— dijo entendiendo.
Una enfermera llamó a la puerta y segundos después entró con una bandeja de comida.
—Hola, Mills, ¿cómo te encuentras?
—Bien, estoy realmente bien. Solo un poco cansada.— respondió suspirando.
—Claro, eso es normal. Igualmente, es bueno que estés bien.— la atención de la enfermera fue captada por el niño. —Anda, y este jovencito, ¿quién es?
Michael arrugó su cara mirándola, y el semblante de Mills cambio a uno de vergüenza ajena, sabía lo que se venía.
—No sé.— encogió el rubio sus hombros con un gesto de superioridad. —No hablo con desconocidos.
—Oh, yo soy Lea, ¿y tú cómo te llamas?
—¿No me oíste? Te dije que no hablo con desconocidos.— se cruzó de brazos retándola.
—Ya, pero te dije como me llamaba.— trató de ser amable la enfermera.
—¿Y? Sigo sin conocerte.
La mujer levantó su vista hacia nosotros con una incómoda sonrisa. —Vaya... qué niño tan gracioso.
Y así acabó marchándose.
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