
008; 𝐅𝐎𝐎𝐃
ADOLESCENCE — Ashtray
008; FOOD!
DE VUELTA DEL INSTITUTO, la felicidad inundaba el rostro de la rubia, el cual cambió repentinamente al divisar a Jose y a su madre en la cocina de la casa. Volvía a sentirse realmente triste. Era como si al entrar por la puerta, toda la felicidad que había sentido durante el día se esfumara por completo, para volver a sentirse harta y cansada de todo.
—Hola, Mills —dijo Jose alegre cuando vio a la rubia entrar.
Esta echó un vistazo rápido al ambiente que reinaba en aquella casa, su madre, le echó un vistazo rápido para luego seguir chateando en su móvil con Dios sabe quien. Una sensación de soledad recorrió el cuerpo de la rubia, sintiendo como quería caer al suelo y no poder levantarse nunca jamás.
—¿Cómo te ha ido el instituto? —preguntó amablemente el mayor haciendo que le entraran náuseas a Mills. Joder, le había preguntado cómo le había ido el día de instituto, y su madre ni siquiera le había dirigido la palabra. Le había preguntado antes que ella...
—Bien, gracias —contestó aguantándose las ganas de llorar como si la vida se le fuera en ello—. Yo... da igual.
Sin más, decidió ir al piso de arriba a ver a su hermanito, quien yacía durmiendo en su cuna. Observándolo, la rubia decidió sentarse en la cama de al lado para estar así con él un rato. ¿Cuánto tiempo debía de seguir aguantando? ¿Algún día iba a terminar todo? ¿Llegaría a ser feliz alguna vez? Joder, ¿por qué nadie se daba la maldita cuenta de que estaba ahogándose ella misma y pidiendo ayuda a gritos? Siendo honesta y realista, ella sabía que mucho más no iba a poder aguantar...
Una vibración de su móvil la hizo reaccionar e intentar apartarse los anteriores pensamientos negativos mientras lo agarraba, era un mensaje de Ashtray.
—¿Todo bien por ahí? —decía el mensaje que le había enviado, queriendo asegurarse de que ella estaba bien.
—Sííí, no te preocupes, jajajaja —respondió la rubia mientras una lágrima descendía por su mejilla.
—Mentirosa, cuéntame —contestó, dejando a la rubia pensativa.
¿Cómo se había dado cuenta? Como si este le leyera el pensamiento, le mandó otro mensaje.
—Tú nunca te ríes en minúsculas, rubia —decía el mensaje que desde que llegó a casa, hizo que por primera vez riera.
—JAJAJAJAJAJA no me esperaba eso —contestó la rubia por el chat sonriendo.
—¿Ya estás con el puto móvil? —habló una voz que hizo que la rubia dejara su móvil rápidamente sobresaltándola.
—Lo acabo de coger —respondió sintiendo como su estómago se encogía, era tan triste ver como sentía semejante miedo a su madre...
—Sí, claro. Pero todo el día tienes una cara de mierda conmigo y con Jose, y cuando coges el móvil se te planta una sonrisa en la cara. De verdad, lo tienes todo, yo no sé por qué eres así —dijo decepcionada—. Estoy tan harta, Mills...
La joven decidió no contestar, volviendo su vista hacia su pequeño hermano, a la espera de que la mujer la dejara de nuevo tranquila. Cuando esto ocurrió, volvió a agarrar su móvil y viendo el mensaje nuevo que tenía del joven.
—Jajaja, te veo en la tienda luego y me cuentas, anda —leyó el mensaje sintiendo alivio; luego iba a ir a visitar a los dos narcos que tenía como mejores amigos, y allí se iba a sentir segura y feliz.
La rubia se dirigía con una maleta deportiva hacia el polideportivo; esa tarde tenía entrenamiento, ya que el sábado iba a una competición. Realmente, la gimnasia rítmica había sido una de sus pasiones desde pequeña, le encantaba el hecho de poder expresar lo que la música causaba en ella a través de las acrobacias y el baile, además de sentir adrenalina mientras lo hacía. Era una sensación que jamás se iba a poder cansar de sentir, y que por ello, seguiría motivándose día a día a mejorar.
—Has mejorado mucho, Mills. Solo debes perfeccionar el último salto, quieres añadir tres mortales en un único salto. Estás a punto de conseguirlo, pero no deberías de forzarte tanto, no vaya a ser que te lesiones días antes —comentaba su entrenadora dirigiéndose hacia ella.
—Pero, Sarah. Debo de conseguirlo, imagínate la reacción de mis padres si lo hago —comentó ilusionada, realmente eso era lo que la animaba a hacer dicho ejercicio.
—Mills, este salto solo lo han conseguido pocas personas en el mundo. No te digo que tú no puedas, solo te pido que tengas cuidado, el exceso de entrenamiento también es muy perjudicial —apoyó su mano en el hombro de Mills con una suave sonrisa, haciendo que la rubia se estresara—. Pero estás preparada y confío en ti.
—Está bien —aceptó apartando su vista, haciendo que Sarah sonriese.
—Debo irme ya, debo visitar a mi madre —comentó la entrenadora.
Su madre estaba en una residencia de ancianos, y la hora en la que le permitían verla era aquella.
—Sí, claro Sarah, no te preocupes. Me quedo diez minutos más y ya está —dijo sonriéndole a su entrenadora.
—Perfecto, pero recuérdalo Millie. Ten cuidado, por favor, no te vayas a hacer daño sin yo haber estado aquí, no me lo perdonaría.
—Que no, no te preocupes —dijo la rubia riendo, mientras su entrenadora sonreía de vuelta desapareciendo por la puerta.
La rubia se dirigió al grande altavoz que se encontraba a unos metros de ella, para poner la canción con la que competiría el sábado, haciendo que esta inundara toda la sala en la que estaba entrenando. Varios suspiros le hicieron falta para meterse en su papel y concentrarse en la música que ahora sonaba.
La felicidad volvió a ella mientras bailaba y saltaba, definitivamente esta coreografía era de ella.
Mierda, ahora venían los tres mortales en un salto, vamos Mills que tú puedes hacerlo. Estando en la esquina del tapiz, tenía los típicos pensamientos fugaces, pero varios quedaron desatacados. ¿Decepcionaría a sus padres en la competición? ¿Acaso se caería? ¿Vendría su padre? Joder, ¿y si no viene y en su lugar viene Jose? Esta última pregunta hizo que la ira se adueñara de la joven, quien empezó a coger carrerilla para saltar acto seguido, y cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde, se había impulsado demasiado.
—Mierda, mierda, mierda —dijo agudamente mientras se descontrolaba en aquel salto, cayendo en sus rodillas y manos, doblándose la mueca y rodilla derecha.
Intentando aguantar el dolor, se dejó caer en el suelo, tratando de controlar las lágrimas de dolor que salían de sus ojos; realmente, el golpe es cierto que había sido bastante fuerte, pero la situación que estaba viviendo también influyó en que la joven se quedara tumbada llorando alrededor de media hora en aquel tapiz.
Cuando más o menos se acostumbró a los dolores de aquel momento, se levantó, recogió sus cosas y se marchó a su casa. Allí, recogió a su hermano ya despierto, y se lió el pañuelo en su torso como la otra vez, para así no tener que llevarlo agarrado con los brazos. Antes de dejar el polideportivo, se había acercado al botiquín y se había puesto una rodillera y muñequera torpemente.
—Mills, Jose y yo nos vamos por ahí. Seguramente volvamos mañana viernes, ¿vale? —dijo la madre de la rubia mirándola, y cuando está aceptó, salió por la puerta junto al mayor.
¿No se había dado cuenta de que se había dañando la rodilla y la muñeca?
—Vámonos tú y yo, Michael —comentó plantando un beso en la cabeza del pequeño cuando este ya estaba agarrado con el pañuelo.
Varios minutos pasaron, y el dolor de la rodilla se volvía aún más fuerte, haciendo que la rubia tuviera que andar coja durante más de medio trayecto. Su felicidad incrementó cuando vio aquella tienda solo a unos metros de ella, para luego por fin entrar a ella.
—Ey, Mills —saludó el pelirrojo sonriente.
El hermano de este se encontraba a su lado, mientras comía un chicle de menta, este llevó su vista al pequeño que estaba apoyado en el pecho de la chica, ya que había empezado a moverse y a aplaudir al ver al narcotraficante.
La expresión de ambos cambió cuando vieron a aquella hacer una mueca de dolor al dar varios pasos apoyándose en el mostrador, y fijarse en que estaba portando una muñequera y una rodillera.
—¿Qué coño te ha pasado? —preguntó el pelinegro con los ojos abiertos y el ceño fruncido acercándose a ella mientras la divisaba.
Como respuesta, solo recibió varias respiraciones profundas de la rubia, puesto que estaba intentando no llorar otra vez, cosa que él notó, y que hizo que se preocupase aún más.
—Fezco, quédate con Michael. Voy a hablar con Millie —anunció desatando al pequeño y entregándoselo al pelirrojo, para luego ayudar a la rubia a llevarla hacia el baño.
—Hola, niño. ¿Te gustan los chicles? ¿Quieres uno? Tengo de fresa, menta, limón, naranja, manzana y sandía. Los de menta son de Ashtray, pero seguro que no le importa compartirlos contigo, bruh —comentó enseñándole todos los tipos de chicles y caramelos que había allí en la tienda,bajo la mirada atenta del menor—. ¿Acaso prefieres un caramelo mejor? Oye, deja de mírame así. Ya se por qué a Ashtray le dabas mal rollo al principio.
Por otro lado, Mills se encontraba sentada en la tapadera del vater, recordándole la vez que se hizo la herida en los nudillos. Francamente, en aquellos momentos desconocía cómo había logrado andar tanto con la pierna así, y encima cargando a su hermano, que quien quiera que no, pesaba cerca de seis kilos.
—¿Qué es lo que te ha ocurrido? Tienes toda la maldita rodilla destrozada, y la muñeca también —comentó inclinado frente a ella, mientras le retiraba la rodillera y observaba su rodilla morada.
—Me caí —contestó apartando su vista de la rodilla lastimada, poniendo en su cara una mueca de desagrado—. Joder, qué asco.
—No creo que por una simple caída te hayas hecho todo esto —dictó el joven—, quiero decir, ha tenido que ser una caída bastante fuerte, ¿no?
—Estaba haciendo gimnasia rítmica —contestó la joven mientras intentaba mover la mano, dándose cuenta que apenas podía.
—Eso ya lo sé, rubia —respondió incitando a Mills para que siguiera contando, mientras buscaba una crema para que dejara de dolerle.
—Estaba intentando hacer un salto nuevo —explicaba—. solo varias personas lo han logrado hacer. Estaba a punto de conseguirlo, pero me impulsé demasiado fuerte.
—Pues, cielo, tuviste que usar la fuerza de King Kong. Porque vamos, estás destrozada —rió suavemente, haciendo reír a la rubia.
—¿Vendrás? —preguntó la rubia dirigiendo su vista hacia él, quien estaba aplicando la crema anteriormente mencionada.
—¿A dónde? —preguntó confundido el pelinegro.
—A mi competición, es el sábado —respondió confusa, pensaba que ya se lo había dicho.
—¿Tú quieres que vaya? —preguntó bufando, volviendo su mirada a los ojos azules de ella, a la espera de una respuesta.
—Claro que sí —afirmó rápidamente obvia—. De hecho... tú eres al que más quiero ver allí —comentó la rubia un poco avergonzada mirando hacia abajo, lo cual hizo que el joven sonriera.
—Pues entonces... allí estaremos. De todas maneras, competirás depende de cómo tengas todo esto —contestó clavando su lengua en su mejilla mientras se concentraba en la rodilla de la rubia—. Sube más la pierna... está bien, te voy a poner una rodillera y una muñequera que Fez y yo tenemos. Las que traías eran un poco malas.
—¿Por qué tenéis rodilleras y muñequeras? —preguntó haciendo que el joven que le estaba poniendo la rodillera sonriese sin mirarla.
—Algún día puede que te lo cuente, o que tú misma lo descubras, rubia —contestó agarrándole de la mano para ahora comenzar a ponerle la muñequera.
—¿Os quedáis hoy aquí a dormir? Mañana es viernes, no tenemos que preparar muchas cosas para el instituto —ofreció el pelinegro mirándola de vez en cuando.
—No sé, Ash. Michael es muy malo para dormirse, no quiero que dé la tabarra. Creo que me iré a dormir a casa, los dos y listo —contestó girando su cabeza hacia un lado.
—¿Los dos? ¿Tu madre tampoco está hoy? —preguntó con los ojos abiertos preocupado, por Dios, hazte un poco cargo de tus hijos.
La rubia solo negó con la cabeza con una sonrisa triste en su cara mientras el pelinegro se levantaba, quedando centímetros más alto que ella, puesto que esta aparte estaba sentada. El joven solo apoyó su mano en la cabeza de la rubia en señal de apoyo, y empezó a moverla suavemente simulando caricias.
—No es justo que tengas que encargarte de todo tú sola, Millie. Solo tienes 16 años aún —comentó esté recogiendo lo restante. Millie solo se quedó mirando un punto fijo, tenía razón.
—¿Puedo preparar la cena hoy yo? —preguntó tomando por sorpresa al pelinegro, había cambiado de tema rápidamente aquella—. No se lo digas a Fez, pero su comida es una puta basura. No, muy buena no está, quiero decir —dijo la rubia corrigiéndose, no estaba acostumbrada a decir semejantes palabrotas, y tampoco quería ser ruda con Fezco.
—Dios mío, ¡Millie diciendo palabrotas! ¡Qué malota! —exclamó fingiendo sorpresa el joven, haciendo que la rubia se levantara y empezara a agarrarle de los brazos para que este parase—. ¡Fezco, escucha lo que ha dicho Millie sobre ti y tu comida!
—¡Para, te va a oír! Y como se entere, a la que va a cocinar es a mí —contestó divertida.
Cuando ambos pararon, quedaron el uno en frente del otro, les ocurría lo mismo que la otra vez en el pasillo. Era como si una fuerza invisible entre ellos los atrajeran el uno al otro. En ese absoluto silencio cómodo todo era perfecto, y ambos en aquellos momentos deseaban que aquel momento jamas acabase por nada del mundo. Pero para su no tan suerte, una voz chillona empezó a llorar de fondo, era Michael.
—Pero, bruh. Solo te he enseñado mi máscara de Halloween, qué dramático eres —rodaba los ojos el pelirrojo sin energía.
—¿Ya tienes máscara de Halloween? Estamos a principios de septiembre, Fez —comentó Mills una vez que llegó allí junto a ellos dos.
—Sí, eh... —decía cuando fue interrumpido por el más pequeño, quien estaba teniendo un berrinche—. ¡Joder, qué dramático es! —exclamó Fez tapándose los oídos, aunque tampoco era para tanto.
—Jesús. —exclamó la rubia.
—Mh, eso lo ha pillado de su hermana. Por cierto, Fezco, ¿sabes que Millie ha dicho que tu comida es una puta basura? —anunció el pelinegro esperando la reacción de ambos.
—¡¿Cómo?! —exclamó Fezco pareciendo que se había tomado tres latas de Redbull.
—¡Serás ca...! ¡Es mentira, Fezco. Tú sabes que yo jamás diría eso! —exclamaba la rubia tratando de excusarse mientras intentaba no reírse, era muy mala mintiendo.
—¡Te estás riendo! Que sepas que eso me dolió, y mucho —dijo poniéndose una mano en el pecho fingiendo tristeza y dolor, pero haciendo que la rubia se riera a carcajadas.
Al irse a dormir, Mills había acabado aceptando quedarse allí con los hermanos junto al suyo. Michael dormía en una pequeña cuna que era de Ashtray cuando era un bebé, y por ello Fez aún la guardaba. El pequeño estaba con el pelirrojo durmiendo en su habitación, y los dos jóvenes en el cuarto de él, preparándose para dormir.
—¿Vas mañana a la inauguración del nuevo parque de atracciones? —preguntó el pelinegro girando la cabeza.
Como si fuera invisible, la rubia miró hacia otro lado.
—¿Has escuchado hablar a alguien, Richard? —preguntó la joven, haciendo que Ashtray se sintiera muy confuso.
—¿Quién coño es Richard? —preguntó siguiendo la mirada de la rubia hasta su maleta—. ¿Le has puesto nombre a un puto llavero de león que cuelga de tu mochila?
—Sí, lo hice. Ahora cállate —ordenó haciendo un gesto de manos, incitándole a que se apartara de ella.
—Ah bueno, está bien. Hasta mañana, rubia.
—dijo haciendo que la rubia abriera sus ojos.
Cuando esta se giró impactada para observar al pelinegro, este estaba de espaldas a ella, ahora él la estaba ignorando a ella. Esto causó que ella suspirase, aunque se tratase de una broma entre ambos, le abrumaba el hecho de que alguna vez ellos se llegasen a enfadar o algo de eso. Tratando de quitarse aquellos pensamientos, se acercó al pelinegro y le pasó su bracito por encima en modo de abrazo, no llegaba.
Al ver semejante acto, Ashtray no pudo sonreír y soltar una leve carcajada a la vez disimuladamente. Para luego, girarse quedando cara a ella. Allí pudo volver a observar todos los rasgos de los cuales la rubia se caracterizaba, y que en secreto, le volvían loco.
Parando de observarla, no fuera a ser de que ella abriera los ojos y lo pillara observándola detenidamente, esta vez fue él quien la envolvió en un abrazo. Para durar así toda la noche.
—Y luego me dijo de quedar las dos hoy en la inauguración, ¿te lo puedes creer, tía? —contaba Maddy a la rubia, quien lo escuchaba atentamente.
—Joder, no aceptaste, ¿verdad? —trató de asegurarse la rubia.
—Claro que no, Mills. Y menos después de la que lío en mi fiesta —decía Maddy.
La vista de la rubia fue a parar en un joven pelinegro, ¿que estaba hablando con una chica? Desde cuando Ash...
Un raro sentimiento recorrió el cuerpo de la rubia, al ver como la chica con la que él hablaba no paraba de reírse, parecía que estuvieran divirtiéndose los dos juntos, o por lo menos ella sola, puesto que Ashtray no reía ni aunque le dieran un millón de euros a cambio de aquello.
—Pero, ¿qué carajos? —dije sintiendo una extraña ira por dentro.
Hubiera estado mirándolos más tiempo, si no fuera por otra figura rubia que entraba en el instituto llamando la atención de todos los d su alrededor.
—Mierda, Maddy. No te des la vuelta —comentó Mills, haciendo que Maddy instantáneamente se girase, y se encontrara con una Cassie vestida igual que ella pero en vez de lila, en azul.
—Pero, ¿qué cojones, tía? —preguntó asustada la pelinegra al verla, aquel sujeto se estaba obsesionando con ella...
Pero la cuestión es, ¿qué pasará en el parque de atracciones? ¿Quién era aquella chica con la que Ash hablaba?
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~Pauu :)
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