23
¿Nos extrañaron?
En el clan Vulturi había un silencio depresivo. Les sorprendería a sus enemigos saber que parecían empezar a separarse poco a poco. Los reyes habían estado bastante vulnerables debido a que sus esposas parecían ya no amarlos.
Athenodora había estado haciendo que la vida de su esposo sea como el verdadero infierno. Las compañeras de vida son la razón de la existencia de los vampiros, pero a ella parecía importarle poco. Había tratado de manera fría a su esposo desde la partida de sus sobrinos mientras el todo los días trataba de buscar una alternativa para alegrarla la cual no sea dejarla salir del castillo.
En el caso de Sulpicia era diferente. Ella era una persona que siempre demostraba ser amable, brillante, con personalidad infantil. La cual parecía estar apagada. Sus sonrisas brillantes parecían un vago recuerdo en la mente de su esposo, ya no había visto esa dentadura blanca que iluminaba sus días ahora sólo veía un rostro inexpresivo.
Marco volvió a ser el mismo hombre de pocas palabras. Antes pasaba sus tardes enseñándole a unos pequeños traviesos híbridos que le alegraban el día, ahora se la pasaba sentado en su trono a excepción de cuando salía a misiones.
Era sorprendente la manera en la que los pequeños mellizos habían puesto el clan de cabeza para después volver a voltearlo.
La sala del trono estaba habitada por la mayoría del clan, era su hora del almuerzo. Los reyes estaban sentados con sus fieles compañeros a sus lados, a la espera de sus turistas.
- Y aquí la sala del trono - Chealse entró con el resto de personas detrás de ella dejando a la vista la cacería del día
Las puertas se cerraron dándole la señal a los vampiros para que ataquen. El lugar no tardó en llenarse de llantos, gritos, sangre.
Cuando terminaron de almorzar cada uno volvió a su lugar. Los reyes con sus amados seguidores a sus costados mientras el resto de vampiros rodeandolos para incendiar frente a ellos el resto de cuerpos.
Pero antes de que eso suceda las puertas fueron abiertas violentamente logrando que todos los ojos se giren a los intrusos.
Frente a ellos caminaban dos hermanos que parecían ir en cámara lenta con clase y estilo. Su caminata era digna de los modales más finos enseñados. Su postura era de merecer respeto mientras sus ojos destellaban un brillo de pura diversión. Su entrada dramática estaba siendo realizada.
Un chico de cabello castaño oscuro, mirada penetrante con una cicatriz cruzando uno de sus ojos. Sus labios estaban tratando de ocultar una sonrisa ladina mientras observaba a los presentes en la habitación.
Una chica de mismo cabello recogido en un peinado iba a su lado, tenía un chupetin en su boca dejando marcar un rojo más intenso en sus labios, su mirada era traviesa a pesar de demostrar cierto aburrimiento.
Se pusieron en medio de la sala escuchando los gruñidos amenazantes que estaban en guardia por la interrupción.
- ¿Quiénes son y por qué interrumpen de manera tan insolente nuestro castillo? - Escupió con veneno
Los hermanos compartieron una mirada logrando aumentar sus sonrisas. La híbrida tomó su chupetin deslizandolo por sus labios para quitárselo así tomar la palabra.
- ¿No reconoces a tus sobrinos? Tío Caius.
La sala dejó los gruñidos a un lado para darle paso a distintas reacciones, entre ellas las del cuarteto de vampiros que era amigo de los híbridos.
La mandíbula de Félix parecía haberse soltado. Su pequeño hermano menor estaba allí con una sonrisa de autosuficiencia mientras su pequeña amiga estaba más que sexy.
Alec tenía una expresión digna de ser una caricatura cómica. Su ceño estaba fruncido pero sus ojos estaban abiertos como platos mientras sus labios estaban entreabiertos.
En cambio, Demetri a principio no entendió la referencia, al parecer había caído tarde en lo sucedido, el sólo estaba prestando atención a el movimiento de las caderas de la chica que había entrado. Cuando proceso lo que ocurría su cara se defiguró totalmente.
La única mujer del cuarteto parecía tener los ojos saliendo de órbita. Su tua cantante estaba frente a ella con un cambio físico más que ardiente. Ese chico no era la pequeña garrapata que le suplicaba atención, era un chico digno de fantasías sexuales.
- ¿Alessia? - Preguntó atónito.
- Es de mala educación responder una pregunta con otra. - Regaño con diversión por su expresión.
- Déjalo, Alex. Es el shock de ver a los demonios que lo enterraron tres metros bajo tierra en el pasado.
Allí todos pudieron apreciar las melodiosas voces que tenían, incluso lograron a mas de un vampiro robar algún suspiro.
- Salgan.
Todos salieron de la sala tras la orden de Aro. Su rostro parecía el mismo que pondrías al ver a un ángel si no fuera porque tienen prohibida la entrada al cielo. Se levantó de su trono caminando hasta estar delante de sus hijos, trato de decir algo pero sus labios no emitían sonido alguno.
- Hola, padre. - Saludaron al unísono.
Sulpicia y Athenodora corrían a velocidad vampirica por todo el castillo. Habían olvidado todos sus modales, su postura, su mal humor, necesitaban comprobar con sus propios ojos lo que escucharon.
Estaban en el jardín del castillo dando un paseo, era lo único que hacían además de estar en su cuarto, la diferencia de sus tardes aburridas, era que hoy vampiros pasaron cerca de allí hablando sobre que los hijos de Aro habían vuelto.
Abrieron la puerta de su cuarto con temor de que sea una mala pesadilla, que sea el estrés de estos años sin sus pequeños, que no hayan escuchado aquello sino que habían oído mal. Era la última habitación que les faltaba.
Entraron con sus ojos bañados en lagrimas atoradas. La puerta fue abierta dejando ver la imagen que más deseaban.
Alessia estaba parada en medio de la habitación con Amadeo a su lado abrazandola por la cintura dándoles la espalda, estaban viendo un cuadro que la híbrida había pintado, Sulpicia había mandado a que todos sus cuadros fueran colgados al rededor del castillo cuando se fue. A su lado estaba colgado el violín de Amadeo.
Los híbridos se voltearon lentamente con unas pequeñas sonrisas dejando a su tía y madre eufóricas. Se acercaron temerosas hasta estar frente a ellos, a duras penas podían verlos con todas sus lagrimas.
- ¿Maravillas? - Su voz salió en un hilo quebrado que les partió el corazón a los hermanos.
- Madre.
- ¿Estan aquí? - Cuestionó de igual modo la otra mujer tocando con delicadeza el rostro de su sobrina.
- Estamos en casa.
Las mujeres sollozaron abrazando a sus pequeños con total fuerza. Amadeo abrazaba por los hombros a su madre siendo que era un poco más alto, su hermana abrazaba a Athenodora por la cintura mientras la mujer la rodeaba por el cuello diciendo cuanto la extrañaba.
Se les salió una lágrima al verá las mujeres de su vida de manera tan frágil. Nunca habían perdido la postura refinada, siempre se mantenían derechas.
Los reyes estaban detrás de ellas con sonrisas mágicas al ver de tal modo a sus amadas.
- Están enormes. - Murmuró alejándose un poco de su sobrina.
- Ya llegamos a la madurez, es nuestra apariencia permanente. - Informó con media sonrisa.
Su madre se despegó de el para pasar a abrazar a su hija de igual manera mientras su tía repetía la acción con el híbrido.
- ¿Pero no era en dos años? - Cuestionó escondida en el cuello de su sobrino.
- Lo hicimos antes.
Asintieron sin decir palabra alguna, sólo querían disfrutar estar rodeadas de sus maravillas. Querían estar encerradas en esa burbuja de paz para el resto de su inmortalidad.
No supieron cuantas horas estuvieron allí aferrados entre ellos pero fueron sin duda lo mejor que pasaron en estos dos últimos años para las vampiro.
- Tía, me estas lastimando. - Escuchó a su hermano sin aire.
- Oh, lo siento, cariño. - Murmuró apenada dejándole un poco de espacio.
Su hermana largó una risita sintiendo como su madre también se alejaba un poco. Las llevaron aún sin separar del todo el abrazo hasta el sofá donde se sentaron entre medio de ellas.
- No creerán donde estuvimos. - Informó con una sonrisa divertida.
- Primero que nada. - Interrumpió su madre con cara de preocupación. - ¿Qué te paso en el rostro, mi amor?
Ambos hermanos pusieron los labios en una línea fina antes de contestar, ¿Como les explicarían a sus madres vampiro que una manada de metamorfos los atacó?
- Es parte de la historia, primero se comienza por el principio, madre. - Atajó su hermana.
Prosiguieron a contarle todo con lujo de detalle, escuchaban como ahogaban gritos del susto, o sus exclamaciones de sorpresa, sus chillidos de felicidad o sus regaños.
- Entonces Alessia se besó con el chico del parque. - Contó con una sonrisa pícara.
- ¿Diste tú primer beso? - Chillaron al unísono felices.
- ¿Primer beso? Se beso con más de veinte personas. - Se burló.
- Tú no te quedas atrás. - Atacó de igual manera.
- ¡Por Lucifer! Crecieron demasiado. - Chilló su tía con una sonrisa radiante.
Siguieron contando historias sin parar para ponerse al día, los cuatro tenían sonrisas radiantes que demostraban cuanto se extrañaron y cuanta alegría tenían de volver a verse.
- ¡Entonces Garrett se comió a Pancho! - Exclamó indignada.
- ¿Al perro? - Su tía estalló a carcajadas.
- ¡Al perro! - Afirmó. Ahora los tres restantes se sumaron a las risas.
Los pasillos de alrededor del castillo dejaban resonar el eco de las melodiosas risas de los presentes sacándole sonrisas genuinas a los integrantes del aquelarre. Aveces el que sean Vulturi provocaba que las personas olviden que seguían siendo personas con sentimientos.
- Cuando caze al animal, una manada de metamorfos apareció. - Las vampiro se llevaron las manos a la boca.
- Entonces yo baje del árbol pero uno me empujó contra un tronco. - Siguió explicando su hermana con una sonrisa ladina recordando aquel mal momento.
- Allí utilizamos nuestro don, corrimos hasta trepar los árboles pero cuando volvimos a bajar uno se lanzó contra Alessia. - Soltó un suspiro. - Me tire encima de el para alejarlo pero el me rasguño el ojo. Y así quedó esta sexy cicatriz en mi bello rostro.
- Ahora le dices sexy, los primeros días pensé que lloraria, nunca tuvo su autoestima tan bajo, hasta que conquistó a una cambia-formas con esa misma cicatriz.
Sulpicia estaba más que preocupada al ver todo lo que habían pasado solos, les debía total respeto a los Denali por haber cuidado a sus pequeños. Athenodora saltaba internamente al verlos allí, tan felices burlándose de sus propias desgracias.
- Cuando tuvimos la idea de volver, Nahuel no quería, incluso besó a Alessia cuando nos despedimos. - Dijo entre risas.
- Ah ya callate, si no fuera porque el era heterosexual, tú también lo hubieras besado. - Atacó.
Y era cierto. Cuando descubrieron que ya habían logrado su propósito, el híbrido no quería que vuelvan, eran los tercero de su raza que conocía, quería poder pasar más tiempo con ellos pero no podía, ellos necesitaban volver a casa. Entonces a la hora de la despedida, Nahuel y Alessia se besaron para confirmar que en esos meses empezaban a sentir algo por el otro, pero el corazón del híbrido le pertenecía a otra chica.
Los hermanos estaban en su antigua biblioteca, viendo como todo estaba con polvos que indicaban que nadie les había dado un uso en esos años. Los cuadros de Alessia ya no estaban en su rincón habitual, ahora estaban dispersados por todo el castillo.
El violín de Amadeo estaba en una vitrina en la habitación de su madre, siendo exhibido ante las personas que quieran entrar allí, detrás de el estaba la libreta con las notas musicales que alguna vez utilizó para crear música.
En su pequeña habitación sólo estaban los libros en los estantes con poco sobre sus tapas finas de cuero, excepto por algunos que pareciera que los habían utilizado.
En la pequeña mesa que había, estaban los dos juegos que más utilizaban en ese entonces, ajedrez y las damas.
- ¿Qué les costaba limpiarla? ¿Nos daban por muertos o que? Son unos...
- ¿Mugrosucios? - Interrumpió su hermana.
- Unos mugrosucios. - Afirmó.
Sacudieron un poco los sofás que estaban allí para poder sentarse, recorrían la mirada a través de los lugares con detalle, como si fuera la primera vez que iban ahí.
Las puertas de la biblioteca fueron abiertas dejando soñar el chirrido al ser abierta dejando ante ellos cuatro siluetas.
- ¿Nos extrañaron?
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