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ˑ༄ؘ | CHAPTER TWELVE•*➷
KIM IRRUMPE EN EL GIMNASIO, con la respiración entrecortada y las palabras apresuradas. —¡Ahí estás!— se queda paralizada, con la mirada fija en los nudillos manchados de sangre de Avery mientras termina de envolverse las manos con gasa, el rojo ya se vislumbra a través de la tela blanca. Su expresión es aguda por la preocupación, pero no hay tiempo para cuestionarla. —Tenemos una ubicación. Vamos, nos vamos.
Avery se pone de pie antes de que Kim termine la frase, agarrando su chaqueta y su arma en un solo movimiento. No habla mientras se dirigen a los coches, con el estruendo de las luces y las sirenas llenando el aire.
El equipo se reúne frente al edificio industrial mientras Voight expone el plan con voz áspera y autoritaria. —La fachada tiene cámaras de vigilancia. Así que, Kim, tú y Rojas controlen el perímetro. Kev, tú y Hailey ocupen el lado sur del edificio.
Kim asiente con fuerza, arrastrando a Vanessa con ella, mientras los demás siguen adelante. Adam se detiene en la puerta mientras Kevin y Hailey siguen caminando. Avery avanza instintivamente para seguirlos, pero la voz de Voight la detiene.
—Clarke. Quédate conmigo y con Ruzek.— Las palabras son una orden, no una petición. No confía en ella en ese momento, no con el fuego que arde en sus ojos, no con lo cerca que está del borde. Avery se muerde la mejilla con tanta fuerza que siente el sabor de la sangre, pero no discute. Se pone a caminar detrás de Adam, con el cuerpo vibrando de impaciencia mientras él manipula la puerta cerrada con una palanca.
—Sargento, no hay entrada por el lado sur.— Resuena la voz de Atwater por la radio.
—Sigue mirando.— Responde Voight, con un tono cortante que refleja su creciente frustración.
Adam gruñe mientras tira de la palanca contra el cerrojo. Cede apenas; el crujido del metal prolonga los segundos. Ella se coloca a su lado, agarrando el extremo de la palanca para apretarla. Trabajan en silencio, con la frente perlada de sudor al ceder el primer cerrojo.
La voz de Kevin se oye de repente, más fuerte esta vez. —Upton está dentro, sargento.
Ella alza la cabeza de golpe. —Adam.— Su voz es aguda, urgente, quebrada por la presión.
—Estoy en ello.— Responde su compañero con voz seca, mientras el segundo cerrojo se afloja con un crujido agonizante.
Pero tarda demasiado. Hailey está ahí dentro, y si Hailey entró, ella también puede. Antes de que nadie pueda detenerla, Avery sale corriendo, con las botas golpeando el pavimento.
—¡Clarke!— resuena la voz de Voight tras ella. —¡Clarke, vuelve aquí!— La ve desaparecer por la esquina, gritando su nombre en vano.
Ella no se detiene. No puede.
Encuentra a Atwater en la acera, mirando hacia la pared. Sigue su línea de visión, enfocándose en la pequeña ventana. —Kev, ayúdame a subir— Ordena, sin margen de réplica en su tono.
Kevin duda solo un segundo antes de agacharse y ahuecar las manos. —¿Lista?
Avery asiente y, con un gruñido, él la levanta. Ella engancha los brazos en el alféizar de la ventana, tensando los músculos mientras se arrastra por la estrecha abertura. El hormigón áspero le raspa la piel, pero apenas lo nota. Con un último empujón de Kevin, se cuela y gatea por el suelo polvoriento del interior.
—Está bien, Hailey, ¿tienes tu comunicador activado?— dice la voz del sargento por la radio, cortándose intermitentemente. Silencio.
El corazón le late con fuerza en el pecho mientras avanza, con el arma desenfundada, a pasos calculados pero rápidos. —Hailey, estoy dentro. Voy justo detrás de ti.
—Entramos por el lado oeste. Nos estamos moviendo. ¿Me copias, Hailey?— pregunta Voight de nuevo.
—Creo que se desconectó, Sargento. Avery acaba de entrar. Voy en camino.— Kevin corre para reunirse con los demás mientras entran a toda prisa.
Jay se mueve con movimientos apresurados y deliberados, con el cuerpo dolorido por el cansancio. Registra el cuerpo del hombre inconsciente, buscando algo, cualquier cosa antes de que regrese su otro captor. Finalmente, encuentra un cuchillo y lo abre con dedos temblorosos; la hoja brilla tenuemente en la penumbra. Se acerca a Angela, arrodillándose frente a ella.
—Estuviste bien, ¿de acuerdo? Lo hiciste muy bien.— Murmura él, trabajando para desatar las ataduras de plástico que le cortan las muñecas. Sus ojos apenas están abiertos, su piel tiene un tono gris enfermizo mientras la sangre se filtra de sus heridas.
»—Está bien. Todo está bien.— Jay termina de desatarla. Agarra el tubo que había usado antes y lo coloca en las manos temblorosas de Angela. —Quédate aquí. Quédate aquí.— Fuerza sus dedos a cerrarse alrededor del metal. —Toma esto, yo voy tras el otro. ¿De acuerdo?— aprieta su mano con fuerza para asegurarse de que lo entienda y espera su débil asentimiento antes de ponerse de pie.
Cada paso se siente como caminar a través del agua mientras avanza hacia las escaleras. Su visión se nubla y su cabeza da vueltas, un ojo casi cerrado por la hinchazón. Puede oír la voz del hombre sobre él, gritando enojado al teléfono, cada vez más fuerte a medida que Jay se acerca. Aferrándose más fuerte al cuchillo, sus nudillos se ponen blancos alrededor del mango mientras la adrenalina comienza a amortiguar el dolor que recorre su cuerpo. Se detiene en el primer escalón y espera a que el hombre le dé la espalda antes de lanzarse hacia él, bloqueando un golpe y agarrándolo por los hombros.
El hombre lucha contra él, salvaje y desesperado, pero Jay mantiene el cuchillo firme, clavándolo en su estómago con un gruñido de esfuerzo. El arma se le cae de la mano, volando por el pasamanos con un ruido metálico, pero no deja de pelear. Jay gira la hoja, empujando al hombre de regreso contra una viga antes de que ambos caigan al suelo de concreto en un revoltijo.
—¡Jay!
La voz –su voz– atraviesa la neblina, provocándole una sacudida. Por una fracción de segundo, Jay jura que levantará la vista y verá a Avery allí de pie. Pero cuando alza la vista de golpe, es una coleta rubia la que le llama la atención a través de su visión ligeramente borrosa. Agotado, respira entrecortadamente mientras se apoya sobre sus talones. Hailey corre hacia él, arrodillándose frente a él con los ojos llorosos.
»—¿Jay, estás bien?— pregunta frenéticamente. Antes de que pueda responder, se inclina y le da dos besos rápidos y desesperados en los labios. Hailey levanta una mano para tocar el corte sangrante sobre su ojo. —Hey, ¿estás bien?
Jay no responde. No puede evitar mirar por encima de su hombro, esperando –deseando– ver a alguien más. "Solo aguanta, ¿si?" resuena la voz de Avery en su cabeza. Se incorpora, tambaleándose. —Tengo que ayudar a Angela.— Dice con voz ronca, tambaleándose hacia las escaleras. —Está abajo.— Ignora la súplica silenciosa en la mirada de su compañera y murmura: —Quédate aquí
Ella asiente con reticencia, con la voz entrecortada, traicionándola. —5021 Henry, tenemos a un delincuente caído y a un oficial herido. Envíen dos ambulancias.
Avery irrumpe en la habitación momentos después, con la mirada perdida observando la escena antes de bajar el arma. —¿Dónde está?— pregunta.
—Está bien.— Dice Hailey sin aliento, señalando las escaleras con la barbilla. —Fue por Angela.
Jay dobla la esquina, sus pasos vacilantes al ver a Angela. Se le encoge el pecho al verla, manchada de sangre y temblorosa, con el arma temblando en sus manos mientras le apunta directamente. Levanta las manos lentamente, con voz serena a pesar del estruendoso latido en su pecho. —Angela.— Susurra, con palabras calculadas, —Angela, está bien. Mi compañera está aquí, ¿de acuerdo?
Su mirada parpadea, una pizca de reconocimiento atraviesa la niebla de su terror. El arma oscila, bajando un centímetro. Un leve alivio florece en el pecho de Jay mientras da un paso cauteloso hacia adelante, con las manos aún levantadas. Su voz se suaviza.
»—Estás a salvo. Se acabó.— Le asegura, intentando proyectar la calma que ella tanto necesita. Pero algo no va bien. Lo nota en la forma en que su rostro se transforma, en la forma en que su mirada se endurece de repente, volviéndose ilegible.
Jay se queda paralizado, con la confusión reflejada en su rostro. »—Angela...
La palabra muere en su garganta cuando ella levanta su brazo de golpe. Su cuerpo se mueve instintivamente, demasiado lento para detenerla cuando aprieta el gatillo. El disparo destroza el aire. La fuerza de la bala impacta en la parte superior de su pecho, justo debajo del hombro, con un dolor abrasador que le roba el aliento. El impulso lo hace tambalear hacia atrás contra la pared y, por un segundo, todo se tambalea. Su cerebro lucha por procesar lo que acaba de pasar, y entonces la gravedad lo empuja hacia adelante. Se desploma en el suelo, aterrizando con fuerza antes de desplomarse de espaldas con un gemido ahogado.
El dolor es abrumador. Su pecho se siente como si estuviera en llamas, cada respiración es una cuchilla dentada que corta a través de sus costillas. A Jay le habían disparado antes. Más de una vez –en el hombro, en el costado. Pero nunca lo había sentido así. La bala parece haber llevado algo vital consigo, y su visión se distorsiona mientras la habitación gira a su alrededor. Mira hacia el techo, las grietas se desdibujan mientras su cuerpo se vuelve más pesado y gime con el creciente esfuerzo que le cuesta respirar. Sus extremidades no se mueven, y el frío concreto debajo de él parece elevarse y arrastrarlo hacia abaio.
El pánico raspa su mente, pero otra voz se eleva para ahogarlo.
"Solo aguanta, ¿si?"
Es su rostro el que aparece en su mente, no el de Hailey. Su mirada aguda y decidida. Su sonrisa burlona. La forma en que siempre parecía saber lo que él estaba pensando antes de que él mismo lo supiera.
Ha pensado en Avery cada segundo desde que ella regresó –cada segundo desde que se enteró de que no estaba muerta. Trató de no hacerlo. Intentó respetar sus límites estableciendo los suyos propios, no permitiéndose soñar con ella. Pero ahora, en la neblina del dolor y la desesperación, es todo lo que puede ver. La forma en que lo miró ese día en el hospital. El fuego en sus ojos afuera de Molly's. El sonido de su voz, hace solo unas horas, al que se aferró como un salvavidas.
Pero no son solo esos recuerdos. No, algo más antiguo raspa su camino hacia la superficie –algo que acosó sus pesadillas durante demasiado tiempo.
Jay apoyó sus antebrazos contra sus muslos dentro de la furgoneta de vigilancia mientras escuchaba a través del micrófono. La voz de Avery llegó clara y segura, su tono teñido con el encanto natural que le había ganado un lugar en esa mesa. Siempre fue buena en esto—demasiado buena, si era honesto. Tenía una forma de meterse en su papel como si fuera una segunda piel, convenciendo a todos a su alrededor de que pertenecía. Pero incluso ahora, al escuchar el tono juguetón en su voz, Jay no podía sacudirse el nudo que se apretaba en su estómago. Trató de descartarlo como si fuera un compañero preocupado, un novio sobreprotector, pero algo en esta operación no le parecía bien.
Las palabras de ella en el distrito jugaban en su cabeza, la forma en que sonrió mientras él ayudaba a ajustar el transmisor en el botón de su chaqueta. «Por eso tenemos refuerzos, ¿verdad?» bromeó antes de robarle un beso, con los labios quedándose en los suyos como una promesa de más cuando llegaran a casa esa noche.
—Tendrás que hacerlo mejor que eso, Nik.— Su voz llegó con una risa, el suave tintineo de un vaso acentuando sus palabras.
Su mandíbula se tensó mientras escuchaba, imaginándola allí, rodeada de hombres que no dudarían en matarla si descubrieran quién era realmente. Habían estado en lados opuestos de encubiertos docenas de veces, pero eso no hacía que fuera más fácil de digerir. Avery no tenía miedo, y odiaba lo mucho que admiraba eso en ella. Odiaba lo a menudo que eso la ponía en situaciones como esta. Pero ese era su trabajo, y ella era muy buena en él.
Adam se rió de la coquetería disimulada de Volkov, haciendo que Jay pusiera los ojos en blanco. »—¿Podemos centrarnos en el trabajo ahora?— dijo ella, cambiando ligeramente de tono, sus palabras agudas y directas.
No podía verla, pero podía escuchar el sutil cambio en su tono mientras se defendía, negociando como si su vida dependiera de ello. Tal vez sí dependía de ello. Su ceño se frunció mientras el leve sonido de movimiento crujía a través del micrófono. Jay se esforzó por escuchar, cada nervio de su cuerpo tenso. Era un sonido que había oído incontables veces antes –alguien moviéndose, alejándose– pero esta vez, parecía extraño. Una voz baja en el fondo llamó su atención.
—Algo va mal.— Adam negó con la cabeza, acercándose a los monitores.
Jay levantó una mano para impedir que agarrara la radio. —Ella lo tiene todo bajo control.
Hasta que no lo tuvo. Lo sintieron: algo que se movía, como una ola que se retira antes de una tormenta.
—Alguien trae un micrófono.
Se congeló. Las palabras fueron agudas y guturales, pronunciadas con un acento grueso. Su corazón golpeó contra su pecho mientras el sonido de las sillas deslizándose sobre el suelo llenaba la línea. Por un momento, no hubo más que estática en su cabeza, un pánico creciente que amenazaba con ahogar todo lo demás. Luego escuchó la voz de Avery nuevamente.
—¿Qué?— preguntó, su voz teñida de incredulidad. Estaba demorando. Reconoció ese tono, sabía que estaba tratando de ganar tiempo. —Vamos, Nik, me conoces.— Y luego lo dijo. —Sabes que soy de confianza.
La palabra clave. La que habían elegido cuidadosamente, lo suficientemente discreta como para no llamar la atención, la que significaba que ella estaba en peligro inmediato.
Jay se puso de pie de un salto, su corazón latiendo a toda velocidad mientras tomaba su radio. —¡Esa es la palabra clave! ¡Ella está comprometida, muévanse todos!
Él ya se estaba moviendo, abriendo de golpe la puerta de la furgoneta y corriendo hacia el edificio. Podía oír al equipo movilizándose, sus pasos retumbando detrás de él, pero no era lo suficientemente rápido. Nunca se sintió lo suficientemente rápido.
Los sonidos que llegaban a través del micrófono eran un caos –voces superponiéndose, sillas arrastrándose, y luego un golpe amortiguado. Su pecho se apretó al escuchar la voz de Avery elevarse, aún calmada pero cargada de urgencia.
—¡Nik, ¡me conoces! ¡Esto es ridículo!— dijo, sus palabras ahora más agudas, forzadas. —¡Vamos, Nik!
Su mente corría a mil por hora. Podía escuchar la lucha en su voz, la desesperación que trataba de ocultar. Luego, el sonido repulsivo de algo duro golpeando contra la madera, seguido de silencio. Un silencio estático, sofocante.
Jay nunca se había sentido tan impotente. Habían irrumpido en el lugar en minutos, pero ya era demasiado tarde. Ella se había ido. Desapareció sin dejar rastro, dejando atrás solo una mancha de sangre y un dolor vacío en su pecho. Durante dos años, ese momento lo atormentó. El sonido de su voz, la forma en que se quebró por el miedo. El conocimiento de que no había llegado a tiempo. Lo había revivido mil veces, preguntándose si podría haber hecho algo diferente. Haber reaccionado antes. Correr más rápido. Cualquier cosa para detener lo que pasó. Para traerla de vuelta.
Había pensado que ella estaba muerta. La había enterrado en su corazón. Intentó seguir adelante, incluso cuando cada parte de él dolía por la compañera que pensó que había perdido para siempre.
Y ahora, tendido en el suelo, desangrándose, Jay siente la misma impotencia acechando. El mismo arrepentimiento. El mismo aplastante sentimiento de fracaso. El pensamiento de perderla para siempre.
Pero no la perdió. Ella volvió.
Su visión se desdibuja, su respiración entrecortada mientras lucha por mantenerse consciente. Los pasos resuenan a lo lejos –lejanos, pero cada vez más cercanos. Su mente corre a mil por hora mientras escucha voces gritar su nombre, pero todo en lo que se puede enfocar es una.
[...]
El disparo resuena por el edificio, un estallido ensordecedor que congela cada músculo del cuerpo de Avery. Se queda sin aliento mientras el sonido retumba en sus oídos, cada segundo se alarga insoportablemente. Inhala. Hailey no duda, pálida y con pasos frenéticos mientras baja las escaleras. Exhala. Avery se queda clavada en el sitio, su mente le grita que se mueva. Inhala. Siente el cuerpo pesado, paralizado por una oleada de terror nauseabunda. Exhala. Entonces algo se rompe en su interior y se obliga a si misma a actuar, sus botas golpeando el hormigón mientras el pánico se agolpa cada vez más en su pecho.
Al llegar al pie de las escaleras, la visión le roba el poco aire que le queda en los pulmones. Jay está tendido en el suelo, con la sangre acumulándose bajo él, el rostro pálido y brillante de sudor. Su pecho sube y baja en respiraciones superficiales e irregulares, cada una más trabajosa que la anterior. Angela yace desplomada a pocos metros de distancia, con el arma aún agarrada con fuerza en su mano temblorosa.
—No.— Dice Hailey con voz entrecortada, con la voz quebrada al caer de rodillas a su lado. Sus manos vuelan hacia su pecho, presionando la herida mientras la sangre brota a borbotones entre sus dedos. —Jay, mírame.— Suplica, con la voz quebrada por el peso de la desesperación.
Incapaz de apartar la mirada, Avery permanece paralizada un instante más antes de posar la mirada en Angela. Al darse cuenta de lo que ha hecho, desenfunda su arma con un movimiento fluido, con una voz anormalmente alta. —¡Policía de Chicago! ¡Suelta el arma! ¡SUÉLTALA!
Angela se estremece, su agarre flaquea. El arma se le resbala de los dedos y cae al suelo. Si la dejó caer por decisión propia o por pura debilidad, a Avery no le importa. El pulso le ruge en los oídos mientras avanza sigilosamente, pateando el arma fuera de su alcance con más fuerza de la necesaria.
—¡Abajo! ¡AHORA!— su voz es áspera, temblorosa de ira mientras su dedo se cierne sobre el gatillo, luchando contra el impulso de apretar. Angela no se mueve, su cuerpo demasiado débil, su mirada perdida. Avery aprieta la mandíbula, luchando con su furia. Sabe lo que debe hacer –lo que su placa le exige– pero la abruma la venganza; la imagen del cuerpo ensangrentado de Jay destella ante sus ojos.
Pero entonces lo oye, su jadeo entrecortado tras ella, y eso la detiene. La obliga a recordar quién es. Avery enfunda su arma, se agacha y rueda a Angela boca arriba. Sus manos presionan la herida en su estómago, una amarga satisfacción florece mientras la mujer gruñe de dolor antes de cerrar los ojos.
El sonido de pasos pesados atrae la atención de Avery mientras Voight irrumpe por la puerta, sus ojos escudriñando la escena. Su mirada se posa en Jay, y su expresión se endurece con una determinación sombría mientras toma su radio. —10-1.— Espeta. —10-1, oficial caído.
Adam entra corriendo con los ojos muy abiertos, dudando un segundo antes de correr hacia su mejor amiga. Pone sus manos sobre las de ella, presionando aún más mientras murmura su nombre. Ella levanta la vista para encontrarse con la suya, con lágrimas contenidas nublando su visión y el labio inferior tembloroso. Tras un firme asentimiento, Avery retira lentamente las manos para dejarlo tomar el control por completo.
—Jay.— Exige Hailey. Sus manos permanecen sobre la herida, pegajosa de sangre, mientras la otra le toma el pulso. —Quédate conmigo. Quédate conmigo, Jay.
Su cabeza se inclina hacia un lado, sus párpados se agitan mientras Jay murmura algo en voz baja. Su voz es apenas audible, un susurro arrastrado. —Ave... Aver...
Hailey se desmorona, el dolor se refleja en sus ojos, pero no dice nada. Avery se arrastra a su lado, respirando agitadamente mientras fuerza una sonrisa entre lágrimas. —Hey.— Dice con voz ahogada, acariciando su mejilla con una mano. —Estoy aquí, ¿si? Escúchame. No puedes morir, Jay. Eres más fuerte que esto, ¿me oyes? No puedes rendirte. No puedes dejarme, no así.
Su mirada se posa en su rostro, luchando por enfocar la vista. Hailey se aclara la garganta, mirando por encima del hombro al paramédico que se acerca. —Sus constantes vitales están bajando. Está perdiendo demasiada sangre.
La voz de Voight resuena por encima del caos. —¡Organicen un destacamento de oficiales al Med! ¡Traigan esos coches ahora mismo!
Uno de los paramédicos entra, colocándole una máscara de oxígeno sobre la nariz y la boca, mientras el otro coloca una camilla. Los paramédicos suben a Jay a la camilla, con el cuerpo flácido y pálido. Avery le agarra la mano, sujetándola con fuerza mientras empiezan a sacarlo. Su mirada oscila entre ella y Hailey, a cada lado, mientras sus labios se mueven en un esfuerzo silencioso. Su visión se nubla, sus rostros se funden en uno solo mientras lucha por mantenerse consciente.
Mientras el equipo avanza con la camilla, Jay capta destellos de sus amigos; sus voces lo anclan a la realidad. Todo se mueve muy despacio, sus palabras se desvanecen al llegar a sus oídos. Intenta concentrarse en algo, en cualquier cosa, pero es todo lo que puede hacer para no dejar que la oscuridad lo trague por completo.
La camilla irrumpe por las puertas, y el aire exterior se siente como una bofetada en la cara. Avery se tambalea ligeramente al ver la ambulancia esperando, lo que lo hace todo más nítido. Voight grita a los oficiales reunidos, con un tono agudo y autoritario. —¡Muévanse! ¡Despejen el paso! ¡Vamos, ya!— la multitud se dispersa al instante, los oficiales se apresuran a abrirles paso.
Avery aprieta la mano de Jay, reticente a soltarla. Pero entonces no tiene otra opción: los paramédicos levantan la camilla justo cuando Hailey da un paso atrás, con movimientos apresurados y frenéticos. —Voy con él.— El tono de la rubia no deja lugar a discusión, y su hombro choca accidentalmente con el de Avery al subir a la ambulancia, sacudiéndola lo suficiente como para que la mano de Jay se le escape.
Se queda paralizada, mirando cómo las puertas se cierran de golpe con una rotunda firmeza, y lo único que oye es el disparo. Avery permanece inmóvil en la calle, con las manos ensangrentadas colgando a sus costados mientras la ambulancia ruge y cobra vida, con las luces destellando. El aullido de la sirena se desvanece en la distancia, dejando tras de sí un dolor vacío.
A su alrededor, el equipo intenta procesar la situación. Adam la observa con preocupación. Kevin camina cerca, apretando y soltando los puños. Kim permanece inmóvil, con los labios apretados mientras lucha por contener las lágrimas.
Pero Avery no se mueve. No oye a Hank ladrando órdenes ni el chirrido de neumáticos al alejarse los coches patrulla. Está clavada en el sitio, con la mirada fija en el lugar donde desapareció la ambulancia. La sangre gotea sin parar sobre el pavimento desde las yemas de sus dedos, con las manos temblorosas mientras la adrenalina abandona su cuerpo, dejando solo miedo a su paso. Miedo de que lo último que Jay haya dicho sea lo último que diga en su vida.
Y lo único que puede oír es su jadeo al pronunciar su nombre.
[...]
La sala de espera es una prisión. El aire está denso, pesado con el peso de temores no dichos y las oraciones silenciosas de los oficiales que se alinean en las paredes. La sala zumbaba con una energía nerviosa: pasos de un lado a otro, conversaciones susurradas, el zumbido constante de las luces fluorescentes sobre sus cabezas. Cada vez que las puertas automáticas se abren, las cabezas se giran hacia ellas, la esperanza titilando y desvaneciéndose en un instante.
Avery está inmóvil en la esquina, con los codos sobre sus rodillas y las manos vendadas fuertemente entrelazadas. Su mirada está fija en la pared azul clara frente a ella, desenfocada e inerte. La sangre en sus manos –la sangre de Jay– sigue sintiéndose cálida y pegajosa, sin importar cuántas veces las haya frotado hasta dejarse la piel ardiendo. Sus nudillos laten debajo de la nueva gasa, pero el dolor apenas se siente. No siente... nada. Vacía.
La mirada preocupada de Adam la quema en el costado de la cabeza, pero ella no lo mira. No puede. Sabe lo que verá –la lástima, la tristeza silenciosa, el atisbo de miedo sobre lo que hará a continuación– y no puede manejarlo ahora mismo. No cuando apenas puede sostenerse a sí misma. Cuando despertó en este mismo hospital hace apenas unas semanas, pensó que estaba rota. No tenía idea de que aún quedaban miles de piezas por destrozar.
El tiempo se estira interminablemente. El reloj marca cada segundo en su periferia, cada segundo arrastrándose como una eternidad. Cuando las puertas automáticas finalmente se abren de nuevo, el sonido parece más fuerte de lo que debería. Will entra en la sala de espera, su rostro pálido pero sereno. La sala cambia al instante, los oficiales se ponen de pie, el suave murmullo de las conversaciones muere mientras todos se giran hacia él.
Los ojos de Will recorren a la multitud, deteniéndose brevemente en Avery. Algo cruza por su rostro, algo que ella no puede identificar, antes de que su mirada se mueva hacia Hailey, y se aclara la garganta. —Hola, todos.— Comienza, su voz sorprendentemente firme. —Acabo de hablar con el Dr. Marcel. La bala rozó una arteria. Todavía están tratando de repararla.
Las palabras flotan pesadas en la sala. Nadie se mueve. Nadie respira.
Voight da un paso al frente, su expresión controlada pero su voz un tono más grave de lo habitual. —¿Will? ¿Va a estar bien?
Will vacila, su cuidadosa máscara se desliza por un momento. —Ha perdido mucha sangre.— Admite, su voz ahora más baja.
El silencio que sigue es asfixiante. El estómago de Avery se revuelve, sus dedos clavándose en las vendas de sus manos mientras mira la pared. Su mente gira con los peores escenarios, imágenes que no puede apartar, no importa cuánto lo intente. Sangre saliendo de su pecho, respiraciones entrecortadas, la luz abandonando sus ojos.
Kim entra en la sala, dirigiéndose directamente hacia Voight. —Tengo una actualización sobre Angela Nelson.
—Bien.— Responde él de forma brusca, girándose hacia ella.
Sus labios se presionan en una línea delgada. —Los médicos le extrajeron la bala. Va a estar bien.
La cabeza de Avery se gira bruscamente al escuchar esas palabras que probablemente no debía oír, su expresión vacía transformándose en algo peligroso mientras se levanta con piernas inestables. —¿Dónde está ella?— exige.
Kim mira a Voight, quien asiente, y ella lidera el camino.
El oficial apostado fuera de la habitación de Angela se aparta al ver a Voight acercarse, abriendo la puerta corrediza para ellos, y entran sin dudarlo.
—Angela Nelson.— Comienza Voight, su voz fría e implacable.
Angela se remueve en la cama de hospital, su rostro pálido pero sus ojos agudos al abrirse. Mira alrededor de la habitación, su mirada se detiene en las esposas que aseguran su muñeca a la barandilla de la cama antes de tirar de ella, de manera experimental.
—Estás acusada del intento de asesinato de un oficial de policía de Chicago.
Sus labios se curvan en una mueca, prácticamente escupiendo sus siguientes palabras. —Él recibió lo que merecía.
Su control se rompe. Avery da un paso al frente, su voz baja, amenazante. —¿Qué acabas de decir?
La mirada de la otra mujer no se desvía. —Es karma por lo que hizo.
La voz de Hank corta la rabia de Avery, fría y deliberada. —No sé mucho sobre el karma, pero sí sé que si Jay Halstead muere, vas a desear no haber nacido.
—No pueden silenciarme.— Dice ella entre dientes. —La gente va a saber lo que ese policía le hizo a mi esposo. Toda esta maldita ciudad lo va a saber.
No queriendo escuchar más de su veneno, los tres se dan la vuelta para irse. Avery logra dar unos pasos, sus puños apretados a los costados, pero la voz de Angela la detiene en seco.
»—¿Eres su compañera?
La pregunta la hace detenerse a mitad de paso. Gira la cabeza ligeramente, su tono cortante. —¿Qué?
—Tu voz.— Dice Angela con un atisbo de curiosidad. —Estabas en el teléfono.
La detective la ignora y sigue caminando, pero Angela no ha terminado. —Él dijo que no te detendrías hasta encontrarlo.— Llama tras ella, burlona. —Pero no le sirvió de mucho.
Las palabras golpearon a Avery como una bofetada. Se acercó a la cama a pasos apresurados, con la furia ardiendo mientras agarraba la cadena de las esposas y tiraba de ella con fuerza. Angela jadeó, con el rostro contorsionado de dolor al sentir el metal clavándose en su piel ya desgarrada, pero no la suelta. Su otra mano se cierra con fuerza sobre la mandíbula de Angela, ejerciendo una presión que la obliga a mirarla a los ojos.
—Le disparaste al hombre que amo.— Gruñó Avery, con la voz temblorosa por una rabia apenas contenida. —Y si muere, nadie –ni tus médicos, ni los policías que custodian esta habitación, ni el Dios en el que creas– te salvará de mí.
Angela se estremece, pero no habla, su desafío desvaneciéndose bajo la ardiente amenaza de Avery –no, ante su promesa.
—Clarke.— La voz de Hank corta la tensión, calmada pero firme. Avery mantiene la mirada de Angela un instante más antes de soltarla con más fuerza de la necesaria.
Pasa junto a su sargento sin decir palabra, con el pecho agitado y las manos temblorosas. El pasillo se siente demasiado iluminado, demasiado estéril. Da vuelta en una esquina y se apoya en la pared, deslizándose hasta sentarse en el frío suelo de baldosas. La adrenalina que la había sostenido durante la confrontación ya se ha ido, dejando atrás un peso aplastante en su pecho. Las lágrimas le arden, pero no las deja caer. Se presiona las palmas de las manos contra los ojos, masajeando el dolor sordo y palpitante en su cabeza mientras su mente repite las palabras de Angela una y otra vez.
«Él dijo que no te detendrías hasta encontrarlo.»
«Pero no le sirvió de mucho.»
Finalmente, Avery se obliga a regresar a la sala de espera, sus pasos lentos y pesados. La mayoría del equipo ha sido llamado a otro caso, dejando un grupo de oficiales que apenas conoce. Se detiene en la puerta, escaneando la sala. Se siente desconectada, a la deriva, hasta que su mirada se detiene en Hailey. La rubia está encorvada en su asiento, con la cabeza entre las manos mientras sus hombros tiemblan ligeramente. Se ve tan pequeña, tan diferente a la detective confiada y serena que ha visto en el campo. Eso le provoca un nudo en el pecho, pero no sabe si es empatía o celos –o alguna mezcla tóxica de ambos.
Por un momento, considera irse. Piensa en encontrar algún rincón tranquilo para esperar que el dolor pase en paz. Pero sus pies la traicionan, y se dirige hacia Hailey antes de poder arrepentirse. Se deja caer en la silla junto a ella. Ninguna de las dos dice nada al principio. Avery fija la vista al frente, sus dedos apretándose y relajándose en su regazo. Hailey no levanta la mirada, pero Avery puede sentir la tensión irradiando de ella.
Cuando Hailey finalmente habla, su voz suena rasposa. —Él dijo tu nombre.
Avery se tensa, pero hace lo posible por mantener su rostro neutral. —¿Qué?
—Cuando él estaba...— Hailey hace una pausa, tragando con dificultad. Finalmente levanta la cabeza, sus ojos azules rodeados de lágrimas. —Cuando estaba ahí, desangrándose. No dijo mi nombre. Dijo el tuyo.
Avery no sabe qué decir. Su garganta se aprieta, y por un momento, no puede respirar. Mira sus manos, la sangre aún manchando su piel como un cruel recordatorio.
Hailey parece pensar antes de continuar. »—No ha sido el mismo desde que volviste.
Avery levanta la cabeza de golpe, frunciendo el ceño mientras mira a la rubia. —¿Qué estás tratando de decir?
Hailey sacude rápidamente la cabeza. —No te estoy culpando. No lo estoy. Solo que...— respira hondo, temblorosa, incapaz de mirarla a los ojos mientras se pasa una mano por el cabello recogido en una coleta. —He visto cómo te mira. Y no puedo –no puedo competir con eso.
—Eres su novia. Su compañera.— Dice Avery, su voz más aguda de lo que pretendía. Porque no hay nada con lo que competir cuando ya has ganado.
Hailey suelta una risa amarga, limpiándose rápidamente la lágrima que resbala por su mejilla. —No es tan sencillo. Y ambas lo sabemos.
Avery se contiene de soltar una respuesta mordaz, su mandíbula tensa mientras se inclina hacia adelante, apoyando los codos sobre sus rodillas. La verdad es que las palabras duelen porque están demasiado cerca de lo que ha estado intentando ignorar. Avery sabe que ella y Jay tienen sentimientos sin resolver –sabe que cada vez que lo ve, es como si una herida se reabriera. Pero él ya no es suyo. Él eligió a Hailey.
Excepto que, en su momento más débil, no lo hizo.
—No volví para arruinar su vida.— Dice finalmente Avery, su voz baja y rasposa. –No volví para hacerte daño, tampoco. No volví por nada, Hailey. No tuve opción. No elegí nada de esto.
Pero si lo hizo... ¿no?
Asintiendo, Hailey se frota la frente, aunque su expresión sigue tensa. —Lo sé. Pero eso no lo hace más fácil.
El silencio se instala entre ellas de nuevo, pero esta vez se siente más pesado. Avery siente el peso de todo lo no dicho presionando sobre ella, sofocándola. Mira a Hailey, observando su rostro surcado por lágrimas, la forma en que sus manos tiemblan al entrelazarlas, y es como mirarse en un espejo.
—Lo amas.— Dice Avery suavemente, las palabras más una afirmación que una pregunta.
Hailey deja escapar una bocanada de aire, y asiente. —Claro que lo amo.
Avery mira hacia otro lado, parpadeando rápidamente para evitar que sus propias lágrimas caigan. Suelta un suspiro roto y resignado. —Sí. Yo también.
La confesión queda flotando en el aire, ambas esperando que explote. Pero no lo hace. En su lugar, el peso de la ansiedad compartida se asienta sobre ellas, uniéndolas de una manera que ninguna de las dos esperaba. Por primera vez, la voz de Hailey se suaviza. —Él ha estado preocupado por ti, ¿sabes? –por si te estás hundiendo.
Avery se incorpora de golpe, levantando sus muros de inmediato. —No necesito un sermón.— No de él, y mucho menos de ella.
—No te estoy dando una sermón.— Responde Hailey, con tono exasperado. —Te estoy diciendo que él todavía se preocupa. Más de lo que probablemente te das cuenta. Y si él...— su voz se quiebra, y se toma un momento para recuperar el control. —Si no lo logra, vas a tener que vivir con eso. Igual que yo.
Las palabras son un puñetazo en el estómago que le quita el aliento. Baja la mirada hacia sus manos de nuevo, con la vista nublada por las lágrimas. Por primera vez desde que entró en la sala de espera, se permite sentir todo el peso de su miedo. —No puedo...— se atraganta con las palabras, cerrando los ojos con fuerza. Respirando por la nariz, intenta calmar su corazón acelerado. —Tengo miedo.— Avery respira hondo. —De lo que haré si él no sale de esto.— Miedo de lo que es capaz de hacer.
Mirando su perfil, imágenes desfilan por la mente de Hailey: la preocupación de Jay por si Avery disparó a un sospechoso a sangre fría, Avery de pie en la jaula con su arma en la boca de Silva. Se acerca, empujando su muslo contra la pierna de la otra mujer hasta que ella la mira a los ojos. —Por eso tenemos un equipo.— Hailey esboza una débil sonrisa.
Por eso tenemos refuerzos.
»—Simplemente tienes que dejar que te ayuden.
[...]
El banco está frío bajo ella, anclándola en su incomodidad. La montaña rusa emocional de las últimas 72 horas finalmente llegó a una parada lenta con la noticia. Jay está vivo. Está bien. Pero el alivio que debería sentir está enterrado bajo el peso de todo lo que ha estado evitando–miedo, ira, culpa. Y el amor abrumador y sofocante que Avery no cree que alguna vez pueda superar. Alejarlo de ella se suponía que era lo mejor. Se suponía que lo protegería de su autodestrucción, lo alejaría de la verdad de su desaparición y de los peligros que vinieran con ella. Para dejarlo ser feliz.
Inclina la cabeza hacia atrás, mirando el cielo, sin saber cuánto tiempo ha estado sentada afuera. Cuando Will les dijo que Jay ya había salido de la cirugía, ella dio un paso atrás. El rostro de Hailey se había desplomado con alivio, y Avery no pudo ser testigo de eso ni un segundo más. Su corazón se retorció al ver cómo la rubia desaparecía por las puertas de la sala de espera sin dudarlo, y ella giró sobre sus talones, necesitando aire fresco con desesperación. Avery se había dicho a sí misma que no estaba lista para enfrentarse a él, pero la verdad era que no sabía si siquiera merecía hacerlo.
El sonido de unos pasos que se acercan hace que Avery mire por encima de su hombro. Sus ojos se posan en el hombre que la crió, y rápidamente desvía la mirada, volviendo a mirar sus manos, sabiendo que si alguien puede atravesar su máscara, es él.
Se sientan uno al lado del otro, el silencio entre ellos pesado, pero no incómodo. Hank la mira de reojo, observándola. Por un momento, ve a la chica de quince años que solía ser: rota, enojada y perdida. —Jay está despierto.— Dice finalmente, sabiendo que ella no puede encontrar las palabras para preguntar.
Avery asiente, sin mirarlo aún. —Eso es bueno.
—Quería que lo escucharas de mí...— dice Hank con cautela. —Vamos a dejar en libertad a Angela Nelson.
La declaración hace que sus hombros se tensen, su mandíbula se aprieta con fuerza mientras su cabeza gira hacia él con una mirada fulminante. —Ella trató de matarlo.— Escupe, las palabras como ácido en su lengua.
Los ojos de él se suavizan un poco, y si no hubiera sido criada por ese hombre, probablemente no lo habría notado. —Si ella hace público lo que sabe, no solo la policía se irá abajo. Lo crucificarán. Sé que lo sabes.
Avery lo mira, cerrando las manos en puños apretados. Quiere pelear con él, quiere gritarle por siquiera sugerir eso, quiere entrar ahí y arrastrar a esa perra hasta la cárcel ella misma. Pero en el fondo, sabe que tiene razón. Odia eso, pero sabe que es la única forma de proteger a Jay. Sacude la cabeza con una leve burla, mirando hacia otro lado y enfocando sus ojos en cualquier otra cosa.
»—No has ido a verlo.— Dice él, su voz baja pero firme.
Ella se pasa una mano por la cara con un suspiro, tomándose un minuto para recomponerse antes de responder. Su voz está tensa. —Hailey está ahí. Él no me necesita.
Hank suelta un suave resoplido, sacudiendo la cabeza. —Eso no es cierto, y lo sabes.
Soltando una respiración temblorosa, ella se incorpora y finalmente lo mira a los ojos, su voz traicionando lo exhausta que está. —¿Qué quieren de mí?
Todos siempre la observan con una preocupación cuidadosa. Avery sabe que lo hacen de buena fe, pero la miran como si ella tuviera que volver a su vida tal y como ellos quieren que lo haga. Ser la persona que era, la persona que perdieron. Pero ella ya no es esa persona. Nunca lo será de nuevo. Y si los últimos días le han enseñado algo, es que necesita ser egoísta aquí. La distancia que ha puesto entre ella y Jay no ha hecho nada para evitar que lo ame, y no puede amarlo. Ella no lo merece. No cuando eligió dejarlo durante dos años, eligió hacerle pensar que estaba muerta. No cuando mató a Cam, alguien inocente. No cuando no tiene idea de qué más pudo haber hecho. Qué más fue capaz de hacer.
«Simplemente tienes que dejar que te ayuden.»
Ella no se merece a ninguno de ellos.
Hank no responde de inmediato, dejando que sus palabras floten en el aire mientras la observa. Se recuesta, su voz volviéndose algo más suave. —Ya hemos estado aquí antes, niña. Después de Nadia.
El peso de las palabras la hace desviar la mirada nuevamente, cerrando los ojos y pasándose una mano por el cabello enredado y sucio.
»—¿Crees que no veo lo que está pasando contigo?— pregunta retóricamente. —Llegando tarde, alejando a todos. Casi perdiste todo en ese entonces. Tu carrera, tu relación. Lo entiendo. Has pasado por un infierno, estás enojada y probablemente asustada. Pero en lugar de enfrentarlo, te estás enterrando en todas las cosas equivocadas. De nuevo.
Su garganta se aprieta con la verdad de sus palabras, lanzándole una mirada fulminante. —Si vas a acusarme de estar usando de nuevo, Hank, dilo de una vez.
Él levanta las cejas en una pregunta silenciosa, aunque no hay verdadero significado detrás de ello. No cree que haya llegado tan lejos, no realmente. Al menos, no aún.
Los hombros de Avery caen, y su voz baja a un susurro. »—No sé qué quieres que diga.
Él la observa, considerando qué hacer. La conoce demasiado bien –sabe que si la presiona antes de que esté lista, podría empujarla por el borde. Hank la ha visto en su peor momento, y aún así nunca la ha visto así. Todavía no puede sacarse de la cabeza la expresión en su rostro cuando estaba acostada en esa cama de hospital, o cuando el agente Lang le dijo que ella había elegido seguir encubierta. Pero tampoco puede quitarse la imagen de cómo metió tan fácilmente su arma en la boca de Silva, o amenazó a Angela. Eso le recordó a sí mismo, pero ella no es él.
—Lo que sea que esté pasando, sé que crees que necesitas hacerlo sola.— Hank inclina el mentón, buscando sus ojos. —Pero no lo necesitas. Nunca lo has hecho.— Espera hasta que ella finalmente lo mira, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas. Alcanzando su hombro, Hank coloca una mano sobre él y le da un suave apretón. —Estoy aquí para ti, niña. Siempre he estado aquí para ti. Pero no puedes seguir corriendo.
Ella traga saliva, exhalando de forma temblorosa con la realización. —No sé cómo dejar de hacerlo.
[...]
La habitación del hospital está demasiado brillante, demasiado estéril, y la cabeza de Jay late con fuerza mientras se levanta del borde de la cama y se dirige a su bolsa. Sus movimientos son rígidos, su cuerpo todavía dolorido por la herida de bala que casi le cuesta la vida. Los últimos días son una neblina –destellos de dolor, rostros que se desvanecen y se enfocan a ratos, palabras que le dijeron que no puede recordar con claridad.
El cabestrillo en su hombro se siente como una soga, torpe y restrictivo, y lucha por ajustarlo con una sola mano. Ya le han dado el alta para irse a casa, pero su cuerpo todavía se siente ajeno, pesado y lento. Su mente divaga, sin ser invitada, hacia el momento en que estaba tirado en el suelo, desangrándose. La niebla de dolor, el pánico, y lo único que había logrado pronunciar. Ave. Cruza su mente como un fantasma, trayendo consigo una ola de culpa.
Recuerda el rostro de Hailey cuando se inclinó sobre él, rogándole que se quedara con ella, y cómo lo único en lo que él podía pensar era en Avery. El sonido de su voz, su nombre en sus labios –se sintió tan real, tan correcto, incluso cuando todo lo demás se desdibujaba en la nada. Y recuerda el fugaz momento de alivio –la esperanza– cuando vio su rostro. Sintió su mano en la suya. Pero los recuerdos están fracturados, y ahora no sabe cómo hacer sentido de todo eso.
El sonido de unos pasos lo saca de sus pensamientos, y mira hacia arriba, sus ojos aterrizan en Hailey en la puerta. Ella sonríe cálidamente. —Hola.
—Hola.— Asiente él, esbozando una débil sonrisa.
Ella entra en la habitación, mostrándole la bolsa de plástico que lleva en la mano antes de dejarla sobre la cama, —Tengo tu placa y el teléfono de encubierto de antes.— Mantiene su tono ligero, casual, pero Jay nota la tensión alrededor de sus ojos. Lo está intentando. Intentando comportarse como si nada hubiera pasado. ¿Lo escuchó? –el nombre que no era el suyo, escapando de sus labios como una plegaria. ¿Fue real?
Suspira, rindiéndose en ajustar el cabestrillo –es lo más cómodo que va a estar– y agarra su sudadera con la mano libre. —¿De antes de que todo se fuera al infierno?
—Sí.— Exhala ella con una sonrisa de dolor, mientras la imagen de él desangrándose le cruza por la mente. Hailey lo observa forcejear. —Ven, déjame ayudarte.— Ella lo ayuda, colocando con cuidado la tela sobre su hombro sano y alisándola. Sus movimientos son suaves, su tacto familiar, y él le dedica una sonrisa apretada en agradecimiento. Porque se siente mal.
»—Escucha.— Empieza Hailey con voz suave pero tensa. Retrocede un paso, mirándolo a los ojos. —Cuando te operaron, nadie sabía qué iba a pasar... Y eso me hizo darme cuenta de que quería decirte algo.
Se le encoge el pecho y se obliga a asentir. —De acuerdo.
Antes de que ella pueda pronunciar esas dos palabras, las que tiene en la punta de la lengua, un zumbido agudo interrumpe el momento. Jay duda antes de ir en contra de su buen juicio. Agarra el teléfono, mirando la pantalla con el ceño fruncido. —Es Bobby. El hijo de Angela.
Su expresión se endurece, su voz tensa. —¿Qué haces?
Su lucha interna se hace evidente en la forma en que mira alternativamente su teléfono y a su compañera. —Quiero asegurarme de que esté bien.— Intenta justificarse.
—Jay, está con su madre. Está bien. Te acaban de dar una paliza por esto. Tienes que olvidarlo.— Su voz se quiebra ligeramente. —Por favor.
Jay exhala, dejando el teléfono de nuevo en la cama. —Tienes razón. Lo siento.— La mira con el rostro marcado por la culpa antes de arquear una ceja. —¿Qué ibas a decir?
Sus labios se separan, pero las palabras vacilan. Hailey niega con la cabeza, forzando una sonrisa tensa. —Yo solo... fue realmente aterrador. Y me alegro de que estés bien.
—Sí.— Dice él, su voz vacía mientras esboza una sonrisa cansada. —Yo también.
Ella se acerca, rozando su mejilla con la mano, y su pulgar rozando la venda de mariposa. Su tacto es suave, vacilante. Se inclina, presionando sus labios contra los suyos en un beso que pretende tranquilizarlo, pero que solo intensifica el dolor en su pecho. Él le devuelve el beso por costumbre, por obligación. Cuando ella se aparta, le rodea el cuello con los brazos, apoyando la cabeza en su hombro sano.
Su brazo libre sube para abrazarla, y por unos instantes, permanecen así. Cuando se aparta, su mirada se desvía más allá de su hombro, y en un instante, el aire parece abandonar la habitación. Avery está de pie en el pasillo, a pocos metros de la puerta corrediza. Su cabello está desordenado alrededor de su cara, las ojeras delatan lo agotada que se siente. Parece vacilante, dolorida, como si supiera que no pertenece allí. Sus miradas se encuentran, y Jay se olvida de respirar.
Por un segundo, se pregunta si la está imaginando. No ha estado por ahí ni una sola vez desde que despertó. Intentó que no le molestara, diciéndose a sí mismo que estaba ocupada con el caso del hermano de Atwater. Pero ahora, al verla allí, siente una punzada aguda y dolorosa.
Avery le ofrece una pequeña sonrisa tímida que no le llega a los ojos, con una expresión suave pero cautelosa. Es el tipo de sonrisa que le rompe el corazón. Es la misma sonrisa que le dedicó cuando yacía en su propia cama de hospital, y cada sonrisa que ha forzado desde entonces: un fantasma de la mujer que solía ser. Una sonrisa que lo decía todo y nada a la vez.
—¿Jay?— la voz de Hailey lo atrae. Ella está cerca, sus ojos escrutando su rostro, pero él sigue concentrado en el pasillo.
Avery se había dicho a sí misma que no iba a ir. Él estaba vivo. Iba a estar bien. No necesitaba que ella fuera a ver cómo estaba. Pero por mucho que intentara evitarlo, su mente siempre volvía a Jay: al sonido de su respiración agitada, a la sangre acumulándose bajo él, a la forma en que susurraba su nombre mientras se aferraba a la consciencia.
La había estado atormentando, llevándola de vuelta a este lugar a pesar de que todo su ser le gritaba que no lo hiciera. Se dijo a sí misma que solo estaba allí para asegurarse de que él estuviera bien, pero en el fondo sabía que era más que eso. Necesitaba verlo. Necesitaba saber si aún quedaba algo entre ellos. Si aún existía la posibilidad de que se estuviera ahogando en vano.
«No puedes seguir corriendo.»
Sus pasos son lentos al acercarse a su habitación. Se detiene justo en la puerta, con el corazón latiendo en su cabeza. Sus manos tiemblan ligeramente al guardarlas en los bolsillos de su chaqueta, armándose de valor. Pero cuando finalmente mira dentro, se detiene en seco.
Jay está de pie, vivo, completo, y Hailey está allí con él. La imagen le provoca una punzada en el pecho, aguda e implacable. Observa cómo Hailey se inclina, lo besa, se envuelve a su alrededor de una manera que se siente demasiado íntima, demasiado permanente. Demasiado familiar.
Se le encoge el corazón y no puede evitar la oleada de déjà vu que la invade. El recuerdo es vívido, doloroso, un reflejo de este momento. Cuando yacía allí, rota y asustada, esperando a Jay. Pero en cambio, lo vio en el pasillo con Hailey. Manos entrelazadas. Sonriendo. Recuerda cómo su esperanza se desmoronó en un instante, reemplazada por la devastadora certeza de que él ya no era suyo.
Y ahora, de pie en el mismo sitio, observándolos, esa sensación la invade de nuevo. Su pecho se encoge, su corazón late dolorosamente contra sus costillas al fracturarse.
Se queda sin aliento cuando los ojos de Jay se encuentran con los suyos. El mundo parece desaparecer, el ruido del hospital se desvanece en la nada. Su expresión cambia: sorpresa, alivio, algo que no puede definir. Es la forma en que siempre la miraba, como si fuera la única persona en la habitación. Y por un momento, siente que la distancia entre ellos no existe.
Avery se obliga a sonreír, aunque se siente como un cuchillo que se retuerce cada vez más. Da un paso atrás, rompiendo el hechizo. No mira atrás mientras camina por el pasillo, sus pasos resonando en el silencio. Su visión se nubla, las lágrimas le escocen en los ojos, pero parpadea para contenerlas. No tiene derecho a llorar por él. Ya no.
Hailey lo mira parpadeando, su sonrisa se desvanece por un instante. —¿Listo para irnos?— pregunta, con un tono forzadamente alegre.
La mirada de Jay se detiene en el pasillo ahora vacío, con una opresión en el pecho que no tiene nada que ver con la herida de bala. Sigue pensando en Avery, en cómo lo miraba, en cómo sonreía a pesar de la distancia que siempre parecía mantener. —Sí.— Dice en voz baja, dejando que Hailey le tome la mano.
Incluso mientras se van, no puede quitarse la sensación de que debería haber dicho algo. De que debería haberla llamado, de haberla detenido. Y mientras Hailey lo conduce hacia el ascensor, no puede evitar preguntarse si Avery dejará de correr alguna vez, o si él dejará de permitírselo.
El teléfono de Avery vibra en su bolsillo, la foto de Adam aparece en la pantalla. Atiende sin pensar, dejando que su voz familiar la aleje del dolor que la embarga. Al salir del hospital y adentrarse en el aire fresco de la tarde, no puede evitar mirar atrás, esperando, aunque sea por un segundo, que él vaya a buscarla.
Pero no lo hace. Porque ella le dijo que no lo hiciera, que ya no era su responsabilidad salvarla.
Y se dice a sí misma que es mejor así.
CASI NUEVE MIL PALABRAS!!! que carajos?? JAJAJJAJA este capítulo cuenta como por 3
recuerden que para actualizar, dependerá de los votos y comentarios que ustedes dejen en el capítulo<3
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