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⠀❪ 📜 ❫⠀━━━━ soy un principe, joder.





Sigo durmiendo por lo que me parecen horas, cuando un brumoso latigazo en la cabeza me hace abrir los ojos. También culpa de los rayos solares que golpean directamente al rostro. Mis manos vuelan hacia mi cabeza, temiendo que se parta en dos.

Me quedo un buen rato masajeándome la cabeza, dando vueltas sobre la cama y odiando que mi hermana, Fuyumi, me haga despertarme antes de ir a clases. Eso me ayuda a distraerme del dolor de cabeza. Ella siempre molesta con qué es mejor prepararse con horas de antelación; restriego mis legañas, para pedirle que salga de mi cuarto, pero nada más puedo acostumbrarme a la luz, doy un respingo sobre la cama mullida y con sábanas pesadas y caigo de bruces al encontrarme cara a cara con Momo Yaororuzu y Kyoka Jiro, dos de mis compañeras de clases.

Visten trajes de lino, azulados y sus cabellos están recogidos. Tienen ambas un aspecto limpio y por la forma en qué sus manos se extienden hacia mí, me veo en la obligación de apartarme hasta el camastro. Entonces, me permito observar esa alcoba que supera por triple tamaño mi antigua habitación en la mansión de mi familia y todos los recuerdos me atraviesan con rapidez.

Mi madre; sus maneras extrañas de hablar; castillo y lo más importante, por bizarro que suene: posiblemente, estoy habitando otro mundo en donde pertenezco a la realeza. Entonces recuerdo mis implores al acostarme por esperar que nada de eso fuese real y cómo, todo había resultado en vano.

—Mi señor príncipe, es hora de que os levantéis. Os esperan en el gran comedor, vuestra familia. —La voz de Momo trata de llamar mi atención con ese hablado extraño y al que no puedo acostumbrarme, pero ver a ambas mujeres, allí tendidas para agarrarme de ambos brazos y sacarme de la cama, es demasiado.

Porque me hace darme cuenta que todo lo de ayer fue real, mi madre está conmigo y que soy un príncipe, joder. No sé que suena peor en mi cabeza.

La luz de media mañana me invade cuándo me fijo en las cortinas abiertas. Dando otra mirada a mis antiguas amigas, ahora descubro que en sus cabezas destacan una Katyusha, que es una especie de sombrerito pequeño que se usa en la cabeza, y que tiene como función amarrar de manera vistosa el cabello. Todo pertenecía a la antigüedad.

Ambas chicas, cercanas a mi edad, me sacan trastabillando de la cama, con amables sonrisas y ojos dulces. Momo, al tomar más proximidad e invadiendo mi espacio personal, aparta varios mechones de mi cabello que me obstruyen la vista y un sonrojo se apodera de sus pómulos.

Esto no puede estar pasando, pienso, mientras me habla.

—Mi señor, el resto de vuestra familia os espera para desayunar. Sabéis que no es de buen gusto que hagáis esperar a vuestro hermano mayor. —¿Se refería a Touya?

La idea de qué esté conmigo en esta realidad alterna, consigue calmar mi ansiedad un poco; sin embargo, todo explota en mi cabeza cuándo Kyoka comienza a levantar ese camisón feo y largo, que me llega hasta por debajo de las rodillas. Su cabello corto me hace cosquillas cuando dobla su cuerpo para sacármelo por la cabeza y entonces, pienso en esos calzoncillos feos que cubren mis partes intimas, y cubriéndome con ese camisón bajándola a prisas, me aparto bruscamente de ellas.

Doy varios pasos hacia atrás, sin entender nada de lo que quería hacer. Ambas lucen confundidas, ladean sus cabezas y por parte de Momo, su ceño se frunce todavía más.

—¿Estás loca? ¿Qué haces?

A Momo su entrecejo se le pronuncia más todavía al escucharme, y recuerdo también la confusión de mi madre. Mierda, esto no va bien.

Sin embargo ambas estrechan sus manos, elegantes y esperan pacientes, respetando mi distancia. Por lo menos. Sin embargo, su apariencia estática me pone un poco de los nervios.

—Mi señor, uno de mis deberes es despojaros de la vestimenta y daros vuestro baño matinal. Impusisteis esa regla, ¿acaso no la recordáis? ¿Debería de hacer llamar a vuestra madre? —Eso lo dijo Kyoka, quien pretende salir de la habitación, por lo que me apresuro a negar con la cabeza.

Tenía que inventarme algo, o de nuevo, vendría la enfermera y recibiría esas miradas de locura de mi madre, de todo el mundo. Entonces, trato de mantener la calma y hacerme creer que todo esto es un juego; es mi mejor forma de hacerle frente.

Las manos me sudan mientras sacudo mi cabello y me niego a soltar el agarre de mi camisón, bajándolo todo lo posible,

—La recuerdo, sí. Pero... —carraspeo, tratando de buscar algunas palabras de vocabulario más acorde con su manera de hablar—, disponéis de una nueva orden: no deseo vuestros servicios para asearme. Dejadme la ropa en el camastro, y marchaos de inmediato. —Al decirlo, ellas asienten compartiendo una extraña mirada.

—Sus deseo son órdenes, alteza —dice Momo, sin dar lugar a discusión y abriéndome paso.

Me adelanto sobre ellas con paso raudo y bajo sus miradas, camino hacia la puerta del otro lado de la habitación y que me supongo que será el cuarto de baño.

Allí me encuentro con una habitación que me deja sin aliento.

El baño parece algo sacado de de película, de esas que adoraba ver mi hermana en secreto cuándo era pequeña. Era un espacio enorme, con suelos de mármol blanco y negro formando patrones intricados. En el centro, hay una bañera —no, un estanque— hecho de piedra pulida, con agua humeante que parece brillar bajo la luz suave de múltiples candelabros dorados. Encima, el techo tiene una bóveda decoradas con frescos de figuras artísticas, mitológicas y así, como si esto fuera la Capilla Sixtina.

Pienso que esto es demasiado irreal para mí, mientras paso una mano por el borde del estanque. Entonces, hipnotizado ante la imagen, comienzo a deshilar los delgados cordones de mi camisón, para sacarla por mi cabeza cuando apresurado, vuelvo a ocultarme el pecho al descubierto al sentir a mi espalda que la puerta se abre.

Con la mirada descolocada, me doy cuenta de que es Momo. Viene con la cabeza gacha, y no me mira. Se queda inclinada sobre la puerta que supera dos veces mi tamaño.

—Su alteza... —empieza, pero la corto antes de que pueda continuar.

—Vale, escúchame —digo, girándome hacia ella, e intentando no sonar brusco—. Aprecio que estés intentando ayudar, de verdad, pero... puedo bañarme solo. Soy perfectamente capaz de hacerlo. No es necesario tanta insistencia. —Y aunque intento cambiar mi dialecto, de esta forma tan espontánea no puedo hacerlo. Las palabras me salen de forma natural.

—Pero, mi príncipe, es mi deber...

—Lo entiendo —interrumpo otra vez—, pero no es necesario. Estoy acostumbrado a hacerlo solo, desde... eh, ahora mismo. Así que, con todo el respeto, os agradecería que me dejéis un poco de privacidad —agregué, intentando cambiar un poco las últimas palabras.

Ellas duda, como si no supiera si debería obedecerme y puede que le resulte confuso, pero finalmente, Momo hace una ligera reverencia, aunque su cara sigue siendo totalmente repleto de desconcierto.

—Como desee, su alteza. —dice, antes de retirarse, dejando la puerta entreabierta.

Suelto un largo suspiro. Bueno, eso fue incómodo.

Me acerco al estanque—o lo que sea—y me arrodillo junto a él, tocando el agua. Está tibia, perfecta, claro. Todo aquí es tan ridículamente perfecto que me dan ganas de gritar. Pero por ahora, supongo que lo mejor que puedo hacer es darme un baño y aclarar la cabeza.

Al menos, para dejar de pensar en todo lo demás.

Quitándome de encima el camisón y esos extraños calzoncillos de lino, entro a la bañera.

El agua caliente me recibe como una bofetada, pero una agradable. Me quedo unos segundos sumergido, dejando que el calor alivie mis músculos tensos, y trato de ignorar el hecho de que nada de esto tiene sentido. Cierro los ojos, intentando vaciar mi mente, aunque el eco de la situación me sigue taladrando. Eventualmente, me armo de valor para comenzar a enjabonarme con unas cremas colocadas delicadamente en una mesilla blanca, bordada con motivos dorados. Tienen el mismo aire de opulencia que todo lo demás, y saber que ocupo una esquina de la bañera o más bien, ese estanque, me hace sentirme solo de repente.

Por lo que lo hago rápido y el aroma a prímulas flota en el aire, delicado y suave, me impregna por completo cuando finalmente salgo del agua.

Mi cabello está mojado, y mientras lo aparto hacia un lado, noto una larga melena que cae hasta mi cintura. Me siento inquieto, porque no recuerdo haberlo notado el día anterior; la acaricio con suavidad e decidiendo ignorarla por mi salud menta, camino hacia la puerta.

El suelo frío bajo mis pies descalzos, y la abro con cautela. Mis ojos recorren la extrema habitación, asegurándome de que no haya nadie por ahí que me vea... en esta situación tan poco digna. Al fin, al comprobar que estoy solo, con una toalla de lino envuelta en mi cintura, corro de vuelta hacia la cama, deslizándome sobre el suelo de mármol.

Una vez allí, empiezo a secarme lo suficiente como para no empapar la ropa con otra toalla que encuentro. Entonces me detengo. Un escalofrío me recorre al ver que sobre la cama, hay ropa limpia. Pero no se parece en nada a lo que solía llevar en mi antiguo... mundo y eso.

Los calzoncillos son iguales que los de antes y nada más tocarlos, las yemas de mis dedos lo repudian; simple y llanamente por la razón de que hubiera preferido haber venido a esta parte de un nuevo universo, con mi ropa interior cómoda y ligera.

Mi rostro se tensa. ¿De verdad tengo que usar esto? A regañadientes, supongo que no tengo otra opción. Me los coloco, aunque la incomodidad es palpable. Mientras me pongo el resto de las prendas que están ordenadamente dispuestas sobre la cama, acaricio el pendiente de mi oreja en el que se transformó ese extraño amuleto regalo de mi madre (del otro mundo).

Y no puedo dejar de pensar que simplemente por tocarlo y desear ir a otra parte, acabase aquí.

Termino de vestirme, y me detengo frente a un espejo ornamentado, con bordes de cobre que brillan a la luz matutina. Mi reflejo es... sorprendente.

—Parezco un príncipe con esto —murmuro, girando frente al espejo, aún intentando asimilar esta nueva versión de mí mismo.

El traje es de un azul cielo que contrasta perfectamente con la blusa blanca de mangas largas. El chaleco dorado que llevo encima está adornado con bordados intrincados, y en la parte trasera, una cola larga que llega hasta detrás de mis rodillas. Los pantalones ajustados en un beige elegante son sorprendentemente cómodos, y las botas a juego con el chaleco completan el conjunto. También me hacen conseguir un poco más de altura.

El cuello alto del chaleco, en cambio, me molesta un poco, pero no puedo negar que me veo... como uno de esos personajes de cuentos que solía leer en la escuela. A mi cintura, hay un cinturón de cuero que sostiene una funda vacía para una espada. Aunque fliparía en colores si de verdad puedo coger una en mis manos.

Con el cabello ya seco, dejo caer los hombros un poco, aún sin aceptar del todo esta versión renovada de mí. Encuentro sobre una mesa de caoba unas pequeñas ligas, y no tardo en hacerme una ligera trenza en los dos lados para engancharlos por detrás y así, que esa melean tan larga no me moleste sobre la cara; solo mi usual fleco. Pero no hay tiempo para lamentarse. Salgo de la habitación, decidido a encontrar a alguien que me guíe hasta el comedor en donde se supone que me espera mi familia. Aun no sé cómo he acabado aquí, no del todo, pero tengo que adaptarme, lo quiera o no.

Apenas pongo un pie fuera, abriendo las grandes puertas, una hilera de guardias y caballeros se despliega ante mí, formando filas impecables. Intento no mostrar lo nervioso que esto me pone. Mientras busco cómo proceder, uno de ellos se adelanta, destacando entre los demás, y me extiende lo que parece ser mi espada. Intento no abrir demasiado los ojos, ya que se supone que debo estar acostumbrado a esto.

—¿Tenya? —pregunto sorprendido. Es otro compañero de clase, aunque ahora viste una armadura plateada decorada con detalles dorados. Lo único que sigue igual son sus gafas cuadradas sobre sus ojos débilmente rojos.

En cuanto pronuncio su nombre, se arrodilla ante mí, bajando la cabeza en señal de respeto.

—Mi señor —dice con formalidad. Se queda allí, quieto, como esperando órdenes.

Trago saliva, y aunque me siento incómodo, pienso en lo que debo hacer. Miro a mi alrededor y luego a él, y veo lo que me tiende. No es tan difícil, me digo.

—Mi espada —digo con las palabras más sencillas posibles.

Tenya me ofrece esta con ambos brazos extendidos. Es brillante, deslumbrante incluso. Afilada y la empuñadura es de cobre, con ligeros detalles de aspas. La tomo en mis manos, sintiendo todo su peso de golpe y aunque temo dejarla caer, consigo envainarla con cuidado. El brazo derecho, en el que he dejado caer básicamente todo el peso, me duele un poco.

Iida se levanta con otra reverencia antes de volver a su lugar en la fila. Con seriedad en mi rostro, levanto la cabeza y sin decir palabras, comienzo a caminar al frente; por suerte, me alivia qué Tenya vaya detrás de mí, a una cabeza de distancia. Sin embargo aquí comienza el verdadero dilema, no sé en donde está el comedor y miró hacia mi espalda, tratando de mantener un rostro indiferente. Todos me siguen rectos, estáticos y andando al mismo tiempo.

Al momento aprovecho para preguntarle a Iida, con toda la calma del mundo. Aunque por dentro estén matándome los nervios.

—Tenya, ¿podrías liderar el camino hasta el comedor? Me gustaría, tomar esta oportunidad para verte actuar en solitario. Haz de cuenta que no estoy, por favor. —Al momento una de sus cejas curvadas se alzan con curiosidad y confusión.

Intenta negarlo, al momento, como me espere.

—Pero, mi principe, nunca debo sobrepasaros... Mi deber es... —Alzo una de mis manos, acallándolo.

Nos hemos detenido y el resto de la guardia se encuentra a tres pies de nuestra distancia. Me sudan las manos y los sobacos mientras trato de inventarme algún tipo de juego mental en el que no duden de mis decisiones.

—Sé cual es tu deber, Tenya. Es obedecerme cual sea mi motivo.

Y por suerte, no dice nada más, inclina su cabeza con respeto y se coloca al frente delante de mí y comienza a caminar; contengo un suspiro interno, porque me voy a obligar a guardarme en la memoria el camino hacia el comedor, para que esto no se vuelva a repetir.

Siento en mi espalda miradas desconcertadas de mis otros guardias, pero no duran mucho.

Pasamos por pasillos interminables, y en cada esquina me pregunto cuántas veces me habría perdido si hubiera intentado llegar solo. Al fin, llegamos a unas enormes puertas de madera pulida que se alzan ante mí. Los guardias se alinean a los lados, esperando a que entre.

Respiro hondo y cruzo el umbral, temiendo que algo más pueda romper mi fachada.

El comedor es una sala inmensa, mucho más grande que cualquier cosa que haya visto en mi antigua vida. Las vidrieras de cristal permiten que la luz de la mañana inunde la sala, llenándola de colores vibrantes que se mezclan con las reliquias y decoraciones. Y en el centro de todo, un banquete opulento se extiende a lo largo de una mesa infinita. Los miembros de mi familia en esta realidad (no diferente a la antigua) ríen y conversan, ajenos al desconcierto que siento al verme atrapado en esta nueva realidad. Temo encontrarme con mi padre, pero me alivia no verlo entre los comensales.

Me adelanto varios pasos, tragando grueso. ¿Cómo iba a seguir con esta falsedad? No sabía nada de este mundo, nada, y tenía que aparentar que todo estaba bien.

Maldigo mi deseo de escapar mientras todos mis hermanos alzan la vista para mirarme.

⚔️🛡️... ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo, por leer y dejarme ver su apoyo.

sé que ha pasado un buen tiempo desde mi última actualización, pero que no abandono mis proyectos, eso que lo sepan. estaba deseando sacar este nuevo capítulo, así que espero que les haya gustado y que lo hayan disfrutado. amo a shoto.

nos veremos pronto con las próximas actualizaciones, los quiere, su wondergirl.

⚔️🛡️

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