⠀❪ 📜 ❫⠀━━━━ el viaje
«No seas un cobarde. No seas un cobarde», me repito varias veces en la cabeza.
Mientras me cuelgo el bolso cruzado sobre el pecho, salgo despedido de clase para buscar al chico de cabellera rubia y ceniza que tan bien conozco y que últimamente me vuelve loco. Mis amigos, Midoriya Izuku, Uraraka Ochaco y Tenya Iida, me han animado a sincerarme.
En un principio jamás lo haría, después de todo no me habían criado para ser esa clase de persona directa, pero supongo que he cambiado mucho desde que... bueno, entablé amistad con mis amigos y desde que lo conocí a él. Ellos me han ayudado mucho a salir de mi agujero.
Dando miradas por todos lados, tomo un breve camino atestado de adolescentes como yo que buscan salir de la escuela antes que nadie. Esta vez no me he despedido de mis compañeros, pero tengo una buena razón de peso; sobre todo al saber que el chico explosivo siempre tiene la tendencia de salir de allí escopetado.
Mi objetivo es encontrarlo antes de que se reúna, por ejemplo, con sus amigos. Con ellos sería más difícil de hablar las cosas de las que quiero. Además, era sabido por todo el mundo que el conocido "BakuSquad" es formado por personas bastante cotillas.
Cuándo escapo de toda la aglomeración de jóvenes, escucho a mi amiga Momo Yaoyorozu, quien me da ánimos desde la lejanía. Es la compañera de clase que se sienta a mi lado, siempre se entera de todos los chismes también. Eso me alienta un poco, de verdad, aunque tampoco devuelvo la mirada.
Pero saber que mis amigos me apoyan con esto, es más que suficiente, porque decirles abiertamente que era gay en su momento no fue fácil; por suerte, no me apartaron ni me rechazaron. Son buenas personas.
Ciertamente nunca pensé en que me gustase tanto y menos de esta forma, justamente ese chico. Y aunque compartíamos pocas clases, esas fueron suficientes para que su personalidad explosiva me llamase tanto la atención.
Luego, claro... Estuvieron esos momentos extraños; como la vez en que compartió su merienda conmigo cuándo la olvidé, o cuándo me dejó copiar sus apuntes al faltar unos días a clase por razones personales. O simplemente todas esas veces en las que al mirar al frente, a la pizarra de clase, lo encuentro de espaldas, mirándome con esos rubís tan intensos.
Al principio me incomodaba, no voy a mentir. Pero después comencé a ver algo de aprecio en esos ojos y supongo que aunque fueran cosas normales para otra persona, quizás algo raras, para mí habían significado algo mucho más grande: había derribado por completo todas mis barreras. Me había desarmado de pies a cabeza, y se lo había permitido sin más.
Fueron de nuevo sus amigos, quiénes le explicaron lo que sentía y tras tener mucha paciencia conmigo ―porque tendía a entender las cosas de manera diferente a los demás― finalmente comprendí lo mucho que me gustaba el otro.
«¡Ahí estás!», celebro como victoria en mi mente. Te veo al final de la escuela, justo delante de la entrada por la que salen múltiples de chicos de nuestra edad, en compañía de tu grupo de amigos. El de cabellera roja y en punta es Eijiro Kirishima, y es tu mejor amigo, lo sé; luego está Denki Kaminari y Hanta Sero quiénes son los graciosos y por último, está la única chica del grupo que se llama Mina Ashido. Ella es muy bonita y alegre, aunque quizás algo intensa.
Ver tantas personalidades diferentes congeniar juntas, solo me hace pensar en lo diferentes que somos ambos. Yo suelo ser alguien precavido, serio, algo frío y distante por culpa de mi padre, sobre todo. También soy malo para comprender a la gente, o sus propias emociones. Me lo han dicho mucho, pero estoy intentando mejorar en este aspecto.
En cambio, Bakugou Katsuki, el chico que me gusta, eres todo lo contrario: explosivo, irritante, gruñón..., y aun así, muy aplicado en clases. También es muy listo y atractivo, de eso no hay duda alguna. Incluso para alguien como yo, es fácil admirar quién tiene un buen parecido. Eso sí, algo que a veces me saca un poco de mis casillas, es su lengua suelta.
Siempre tiene la mala costumbre de contestar mal a todo aquel que le lleve la contraria, o que no esté de acuerdo con el; como mi amigo verdoso. Cada dos por tres están peleando.
Tengo entendido que ambos comparten un pasado, amigos de la infancia según dice Midoriya, pero... Es raro que sigan juntos incluso ahora. También me parece extraño todas esas veces que he pillado al rubio, esperando a Midoriya para gritarle cosas sin sentido para después salir huyendo.
Me obligo a dejar de pensar en tonterías y a centrarme en mi misión cuándo descubro al BakuSquad finalmente dejarlo. Todos escapan a prisas entre risas por la entrada mientras veo, claramente, cómo Bakugou revuelve su cabello ceniza para suspirar levemente. Parece cansado. De todas maneras, aprovecho la oportunidad y me acerco corriendo.
Suerte la mía que ahora estamos fuera del recinto de la escuela.
—¡Bakugou, espera un momento! —Varias voces se escuchan a nuestro alrededor, susurrantes y cuchicheando, pero las ignoro todas.
Alcanzo al otro, en dos suspiros. Cuándo me detengo a su lado, trato de acomodarme lo mejor posible para no parecer un completo impresentable.
El cielo está despejado y no hay ni una sola nube. Los rayos del sol nos dan de lleno, bañándonos con su intensa luz. Me quedo embelesado con la imagen de Bakugou, quién me mira con una ceja alzada mientras con la otra se desajusta un poco la corbata obligatoria para la escuela.
Intento no entrar en pánico al ver tan de cerca su mirada carmesí, e indicándole con la mano, le señalo que sigamos caminando. Después de aceptar un poco extrañado, me sigue por detrás mientras aprieto la correa de mi bolso, totalmente preso de los nervios.
Nos hemos alejado un poco de la institución, no demasiado porque a mí me vienen a recoger, pero sí lo suficiente para que nadie escuche más de lo necesario. Nos detenemos paso a paso, hasta que me parece escuchar su respiración demasiado cerca.
—¿Qué ocurre maldito invierano? —Recuerdo que me colocó ese apodo la primera vez que nos vimos.
Según él, por mi cabello bicolor; un lado rojo y el otro blanco. Según mi padre, eso me convierte todavía más en un fenómeno. Y no, no lo dice en el buen sentido.
—Uhm, verás... Sin dar más vueltas, no estoy seguro de si estamos en la misma línea, pero he decidido confesarme para evitar riesgos en caso de haberlo malinterpretado. —Mi voz sale un poco atropellada.
Katsuki, sin embargo, deja de tener una expresión desconcertada. No ayuda. Su rostro se descompone y se muestra severo. Coloca su bolso encima de su hombro, y frunce sus cejas con fuerza. Aún así, sigue viéndose terriblemente atractivo a mis ojos.
―¿Qué? ―pregunta, hosco.
Yo carraspeo ligeramente tratando de encontrar nuevamente mi voz. Esquivo su profunda mirada incapaz de sostenerla más tiempo, y por la vergüenza que siento, no me entero de la limusina negra que aparca cerca nuestra.
Decido no entretenerme más tiempo.
—Katsuki, me gustas ―digo, alto y claro.
Breves segundos más tarde solo hay un grave silencio entre ambos. Mi estómago se hunde y siento que he dañado la poca relación amistosa que teníamos. Que me he equivocado de pies a cabeza al decidirme a hacer esta locura.
No ayuda nada tampoco que Bakugou me mire, sin reaccionar. Siento que las manos me sudan cuándo descubro la tensión naciente en sus hombros.
—¿Me estás tomando el pelo? —Por supuesto que no lo hago.
Es mi turno de fruncir el ceño, y cruzarme de brazos. Retomo un rostro, casi sin darme cuenta, indiferente y poco dado a dudas.
―No estoy bromeando. Lo digo totalmente en serio... Me gustas. ―aclaro, sin dar vueltas―. Quiero saber si sientes lo mismo, si tengo una oportunidad de salir contigo o... ―Vuelvo a dejarme llevar por los nervios. Hablo y para cuándo me doy cuenta, mi voz es casi un susurro.
Veo entonces cómo se acaricia la nuca, con pesar... Y ya sé su respuesta.
Sé que no siente lo mismo, es muy obvio. Porque... ¿Quién podría enamorarse de un chico como yo? Solo era alguien lleno de traumas, poco interesante y con una horrible cicatriz sobre el ojo derecho. Nadie, ahí estaba. Me había hecho falsas esperanzas.
Doy un paso hacia atrás, golpeado por la vergüenza y la humillación. Me siento pequeño de pronto, como si fuese un gusano enfrente de un águila apunto de ser devorado. Bajo la vista, arrepentido de mi decisión tan apresurada. ¿Cómo se me había ocurrido? ¿Y qué esperaba? ¿Qué se me lanzaría a los brazos loco de amor? ¿Qué tras mi confesión saldríamos y tendríamos citas románticas? Esto sin duda alguna, no era una de esas películas que nos obligaba a ver Uraraka los fines de semana.
Trato de remediarlo, echarme hacia atrás sin parecer un completo desesperado. Las palabras me salen huecas y los labios inferiores me tiemblan involuntariamente.
―Lo lamento. Lo he malinterpretado todo. No tienes porqué decir nada, no hace falta, yo... ―Su voz ronca, desesperada, me interrumpe.
Odio las falsas ilusiones que me nacen en la boca del estómago al verle sonreír de esa manera tan dulce. Nunca me ha dado ese tipo de sonrisas. Nunca antes.
—Shoto, no... —Es la primera vez que me llama por mi nombre también. Me toma por sorpresa, pero todavía más que use un tono lastimero, como si intentase calmar a un animal—. No tienes nada de malo, ¿de acuerdo? Que eso quede claro. Me caes bien, pero es que a mí..., A mí me gusta Izuku, lo siento. —Y entonces quiero ignorar a mi corazón que acaba de romperse en mil pedazos.
¿Cómo no me lo había imaginado antes? Claramente le gusta Midoriya. El chico es perfecto; dulce, amable, altruista y muy positivo. Tiene todo lo que él jamás tendría.
Abro varias veces la boca, intentando hacerme a la idea. Intentando buscar alguna buena excusa que me ayude a salir de aquel embrollo con la poca dignidad que me queda, pero no la encuentro. Tengo unas ganas terribles de llorar y me siento como un niño pequeño de nuevo. Mi padre se avergonzaría de mi comportamiento. Pero es que de verdad que entiendo que esté enamorado de Midoriya, el chico es un pan, en serio... más eso no hace que duela menos. Claro que no.
―Shoto... ¿Estás bien? ―La preocupación en su voz me saca de mi estupor.
Asiento varias veces, tratando de encontrar fuerzas para salir huyendo de allí. Para olvidarlo todo, pero antes de poder hacer nada, siento una mano grande y tosca sobre mi brazo derecho. Tira hacia atrás y cuándo me voy la vuelta, noto que el color me desaparece del rostro. Mis piernas flaquean como reflejo, pero consigo mantenerme firme.
Estoy jodido, ahora de verdad de la buena.
Es mi padre, Enji Todoroki. Un hombre de pocas miras, orgulloso y odioso... pero muy bueno en su trabajo. Muy bueno, además, en ocultar el monstruo de su interior que hace daño a los que toca, como a mí. Siempre se le ha dado bien mantener esa máscara de buen hombre frente a las cámaras, periodistas y revistas que buscan hablar de él.
Viste un traje elegante, de esos de tela oscura. La corbata parece apunto de asfixiarle, ojalá lo hiciera. Tiene el cabello engominado pero incluso con toda esa parafernalia encima, no logra encubrir su mirada centelleante y rabiosa. El agarre de su brazo se afianza sobre mí y me duele.
Pero mantengo mis labios sellados, porque sé a conciencia que decir algo sería todavía peor que no decirlo. No puedo moverme, porque el tío es enorme y su ego todavía más.
Sé lo que me espera en casa, mejor que nadie.
Sus ojos turquesas, grabados a fuego en mi alma, están desorbitados. Se mueven a un lado y a otro, pero no centrados en su hijo decepcionante, no, si no en los chicos que caminan cerca nuestra. En los padres que cuchichean bajo nuestra mirada; eso solo consigue que mi padre aplique más fuerza sobre mi brazo.
Esta vez dejo escapar un bajo quejido, inaudible para cualquier otra persona a la redonda, pero no para Katsuki. Claro que no; él siempre tiene que estar atento a todo. Él es perfecto.
―Oiga, creo que se está pasando ―dice, pero eso solo empeora el humor de mi padre.
Aparece una nueva mueca en su rostro y deja muy en claro lo que siente hacia Bakugou sin siquiera pronunciar palabra: asco. Tira de mi brazo breves segundos después, sin siquiera dejarme despedirme de mi amigo. ¿Aunque seguíamos siéndolo?, la respuesta a esa pregunta me hace temblar de pies a cabeza.
―Nos vamos. ―Es lo único que dice.
Me veo obligado a perseguir las grandes zancadas del mayor sin poder darle una última mirada a Bakugou. Todo me ha salido mal, ese agarre férreo en mi brazo lo demuestra. Me tropiezo un par de veces antes de llegar a la limusina; incluso me sorprende que mi padre haya decidido venir a recogerme. Nunca lo hace, siempre manda al chófer.
¿Por qué hoy lo ha hecho?
Veo las gruesas venas marcadas en el cuello de mi padre, y cuándo ambos entramos en la limusina, ninguno de los dos decimos nada. Allí dentro hay un espacio enorme, y dos filas de asientos que se posan una enfrente de la otra. Decido colocarme en la del lado derecho para así quedar al frente de mi padre. Este toma asiento en el izquierdo, pero mira hacia las ventanas; justo en dónde periodistas lanzan luces destellantes contra el vehículo.
Mierda, pienso, nos han pillado en cámara.
Eso parece ennegrecer el ambiente en el interior de la limusina. Distingo sus manos apretarse encima de sus pantalones, y trago grueso. Temo por mi seguridad, de pronto.
La idea de llegar a mi casa, si es que puedo llamarla de esa manera, para enfrentar a este torbellino de calor me deprime. Todavía me duelen las costillas de la última paliza.
Dejamos la escuela atrás, atravesamos varios cruces vacíos y no dejo de pensar en lo poco que queda. Me arrepiento de todo lo que hecho; de confesarme, de haber ido ese día a la escuela y de haber sido descubierto por mi padre. Hoy solo han sido malas noticias una detrás de otra.
Era decepcionante, como persona y como hijo.
Llegamos tras un último semáforo en verde y las verjas de nuestra mansión se abren con un estremecido chirrido. Me encojo en mi asiento cuándo mis ojos se cruzan por primera vez en todo el viaje con los de mi padre. «Si las miradas matasen...», no puedo evitar cavilar sobre ello mientras veo cómo se inclina hacia mí. Sus ojos son oscuros.
Su voz sale tensa, grave.
―Ahora vas a salir del coche, vas a caminar hacia el interior de casa, como si nada estuviera pasando y mostrando una enorme sonrisa. ¿Lo has entendido? Está muy claro que muchos de esos periodistas cotillas nos han seguido hasta la entrada, por el chisme que has causado, así que trata de no empeorar las cosas. ―Asiento obligadamente, cuándo sus dedos se apoderan de las hebras de mi cabello.
Me da un pequeño tirón hacia atrás con fuerza, me suelta y me escondo en los asientos. Retengo otro escalofrío, bajo su intenso cuerpo.
Luego la limusina se detiene al frente del porche. Dudo en salir unos momentos, pero siento la mano de mi padre en mi espalda y sin soltar mi bolso, salgo del interior. Mis piernas tiemblan al toca el asfalto, pero muestro un apacible rostro con una sencilla sonrisa. Camino a paso suelto hacia casa, escuchando el comentario burlesco de mi padre por detrás.
―Conque todo era una broma, ¿eh? Una apuesta es cómo las llaman ahora, ¿no? ―Y después se ríe por todo lo alto, tan calmadamente y sonoro para quienes estén cerca.
En ese momento me parece realmente increíble como aparenta ser un padre normal, como aparenta no estar apunto de explotar. De verdad, es sorprendente.
«Qué mis hermanos no estén en casa, por favor», pido mentalmente, mientras me hago a un lado de mi padre, luciendo todavía una amable sonrisa. Fingiendo, como siempre. El hombre descomunal que se hace llamar mi padre, mete la huella de su dedo en la recepción, ya que esa es nuestra llave y la puerta que supera nuestro tamaño se abre de golpe. Tiene guardadas en su sistema todas nuestras huellas dactilares, así de tecnología tenemos en casa.
Lástima que no podamos disfrutarla como quisiéramos, no cuándo a puertas cerradas, vivimos todos un verdadero infierno.
Entonces, ahí está: las puertas se cierran tras de nosotros. Me descuelgo el bolso con normalidad del hombro y lo sujeto con una mano. Mi vista se dirige hacia esas escaleras, al otro lado del enorme pasillo que llevarían hacia mi habitación. Pero... están tan lejos.
La mansión es de tres pisos. La planta de abajo tiene dos salas de ocio, más la cocina y un cuarto de baño, usualmente para los invitados. En la segunda planta están las habitaciones, la de mis hermanos y la mía. Allí hay tres baños, los únicos que lo comparten son Natsuo y Toya. Fuyumi, la única chica de la familia y yo, tenemos el nuestro propio. Y en la última planta se encuentra la habitación de mis padres, o bueno, de mi padre y su oficina. Además, de un solo cuarto de baño. Mi madre murió cuándo era pequeño; fue un accidente. Tenía problemas mentales, pero muy serios.
Ella fue quién me hizo la cicatriz sobre el ojo y luego se lanzó por la ventana del segundo piso. Por eso suelo evitar meterme a la habitación de Natsuo, porque esa es la que usó para desaparecer de nuestras vidas. La echo todos los días de menos.
Mis piernas caminan hacia delante, y antes de darme cuenta estoy corriendo. En busca de alcanzar mi habitación, de su seguridad. Allí puedo cerrar la puerta con llave, allí puedo... Un agarre en mi cabello hacia atrás me hace tropezar con mis zapatillas. Se atascan en la larga alfombra roja que guía hacia los pisos de arriba.
Entonces, escucho voces en la cocina. Oh, no, mis hermanos están en casa.
Usualmente no vienen hasta tarde, por sus clases en la universidad o sus trabajos. Pero ahora están aquí, lo que significa que todo va a ir a peor. Sobre todo porque mi padre está con nosotros; normalmente, no suele venir hasta la noche por su trabajo y mis hermanos y yo, tenemos la casa para nosotros solo y mucha paz.
Eso cuándo no libra, que es muy seguido, claro.
―¿Creíste qué te irías de rositas? ―Lo peor de todo es cuándo usa esa voz calmada, porque en realidad solo está jugando conmigo.
Trato de no alterarme cuándo me suelta de golpe. Caigo al suelo por la falta de gravedad y mi padre me analiza desde arriba. Sus hombros son bajos, están temblando.
―Padre, por favor... Yo... Ha sido todo un malentendido, d-de verdad... ―Me callo cuándo observo su ceño fruncirse. Sus venas parecen apunto de brotar, me da mucho miedo.
Desde que tengo memoria, las cosas siempre han sido así. Pero hoy más que nunca parece haber perdido por completo los papeles.
―Levántate. No me hagas repetirlo. ―Pero no quiero hacerlo.
Mis piernas tiemblan y mis costillas escuecen al recordar cómo me apaleó hace unos días como un saco de boxeo. Muerdo el interior de mi mejilla izquierda, sacándome algo de sangre, para hacerle caso a su petición. Golpeo brevemente el suelo a mis pies para incorporarme de inmediato.
El bolso se me ha quedado en el suelo, metros alejado de mí, por donde pensaba escapar.
Obligo a mis ojos a mirar arriba, hacia mi padre. Este sonríe y cuándo agarra mi cabello de nuevo, no puedo evitar lanzar mis brazos hacia sus dedos toscos en busca de que me suelte. El agarre es simplemente doloroso, demasiado. Juro que queda poco para que me arranque los mechones bicolores que tanto adoran mis amigos.
―¡Tenía esperanzas en ti, Shoto! ¡Eras el único que no tenía permitido fallarme y lo has hecho! ¡Has terminado de avergonzar a esta familia, maldita sea! ―Las voces se han apagado. Mis hermanos vienen, sus pasos apresurados lo demuestran.
Me vuelve a lanzar al suelo, pero esta vez caigo cerca de las escaleras. Que cerca, me digo, anhelando llegar hasta ellas. Cierro los ojos brevemente solo para abrirlos y toser entrecortadamente, cuándo noto su pie caer sobre mis costillas hace nada recuperadas. El dolor es repetitivo y siento que me quedo sin aire.
Las patea una y otra vez, hasta que se queda satisfecho.
―¡Eres un maricón! ¡Un puto maricón! ―Que lo diga alto y claro, no me hace sentir mejor, porque me hace pensar que tiene toda la razón.
Me merezco esto, porque lo que soy es un error. Una aberración.
Ahora estoy hecho un ovillo en el suelo, incapaz de moverme. Pienso en qué si me quedo quieto, en qué si me hago el muerto, a lo mejor me deja en paz. Pero no es así; su mano agarra mi brazo de nuevo, ese en el que ya se me está formando un moratón verdoso y me levanta en contra de mi voluntad. Me duele más que antes. Trato de pedirle que me suelte, pero entonces mis ojos van hacia mi espalda y descubro a mis tres hermanos mirandonos.
Los colores suben a mis mejillas de golpe, porque también lo han descubierto. Lo que soy, y temo que me aparten de su lado como seguro que hace mi padre.
Mis piernas se doblan contra mi peso y Enji es lo que me sostiene en el aire. Noto que los pulmones me queman y que respiro solo de milagro.
―¡Diles lo que eres, Shoto! ¡Díselo!
Ellos siguen observando, expectantes. Mis labios tiemblan y siento que un sabor metálico cae sobre mi lengua, eso es por morderme por dentro. Mi padre me agarra de la barbilla, estrujándome las mejillas, y me obliga a encontrarme con mis hermanos.
No tengo otra opción.
―Soy... Soy un puto maricón. ―anuncio en bajo, pero lo suficientemente audible para todos los de la habitación.
El agarre sobre mis mejillas se hace más pesado y mis dedos se apoyan sobre sus enormes dedos, intentando apartarlos. Las lágrimas asoman, pero no las dejo escapar. Esquivo las miradas de mis hermanos, no quiero ver rechazo en ellos. No podría soportarlo.
Se asusta cuándo su padre lo suelta y sus piernas ceden, aunque sorpresivamente consigue mantenerse erguido. No dura mucho cuándo su padre le pega un puñetazo en la mejilla. Cae al suelo y es solo entonces cuándo escucha a su hermano mayor, Toya, gritarle a su padre.
―¡Déjalo en paz, viejo! ¡No es un pecado amar a una persona, joder! ―Fuyumi está llorando, como siempre.
Me consuela, al menos, saber que a pesar de que todos ellos son mucho más mayores que yo (yo cumplí la mayoría de edad hace unos meses) nunca se han atrevido a dejarme atrás. Quiero pensar qué me quieren de verdad, como yo a ellos. Además, las palabras de Toya me hacen desear que no me consideran un error.
Pero su padre lo saca de su ensoñación, cuando gruñe histérico. Me señala como si me tratase de un monstruo, y yo hundo mis hombros, cohibido. Nunca lo había visto así.
―¡¿Cómo se te ocurre declararte a ese horrible chico delante de todo el alumnado de la Yuuei?! ¡Ahora seremos el hazmerreír de todo el vecindario! ¡Ya estoy imaginando a los reporteros disfrutar de esta maldita noticia tuya! ¡Me van a hacer picadillo! —Ya no se puede razonar con él.
Siento que me arde una parte de los labios y cuándo me los acaricio brevemente, noto sangre caer de ahí. Parece que llegó a darme más que en la mejilla. Entonces, estoy harto. Harto de la rutina, harto del dolor, harto de sentirme un error. Pienso en Katsuki, pienso en lo hermoso que ha sido enamorarse de alguien y en todas las veces que traté de decírselo. En lo mucho que mis amigos me ayudaron a confesarme, en cómo me dieron su apoyo... Y aunque tiemblo por todas partes, alzo la cabeza.
Mi padre parece sorprendido, de verdad.
―¡Me importa una mierda lo que puedan decir de ti! ―Fuyumi grita tras mis palabras, pero no me detengo. Siento la adrenalina recorrer mis venas cuándo recuerdo la fiereza de los ojos rubí que tanto me vuelven loco.
Me levanto a tropezones, hecho polvo, pero viendo la orgullosa sonrisa de mi padre bailando sobre sus labios. Creo que también estoy sonriendo, no lo sé. Todo es muy confuso ahora mismo. La vista se me emborrona pero logro mantenerme en pie.
―Eres un padre horrible y esta familia se cae a pedazos por tu culpa. Ya es hora de que te jodan, viejo. ―Puede que me haya pasado, pero aunque recibo otro golpe en la nariz, siento que ha valido totalmente la pena.
La sangre ahora cae sobre mis fosas nasales pero sonrío, porque maldita sea, finalmente no me he mordido la lengua. Entonces, cuándo mi padre vuelve a lanzarse contra mí, es que mis hermanos se meten de por medio.
Tambaleo hacia atrás, observando cómo Toya salta sobre su padre. Lo agarra del cuello mientras Natsuo comienza a repartir puñetazos a diestra y siniestra sobre el estómago del más mayor. Fuyumi aparece a su lado y revisa mis golpes. Pero no borro mi sonrisa, porque por fin le estamos dando su merecido.
Toya le ha dado un golpe bajo la mandíbula y Natsuo una patada en la entrepierna. El hombre que se creía invencible se aparta a trompicones, pero su victoria no dura mucho. Pronto se recupera y agarrando a Toya del cuello, se adelanta para darle un cabezazo a Natsuo.
Mierda, es una bestia.
Cuándo veo a mi hermano mayor patalear sobre el cuerpo de mi padre para que le suelte, y cuándo Natsuo cae al suelo adolorido, las palabras de mi hermana me sobresaltan.
―¡Vete, Shoto! ¡Lárgate de aquí! ―Y para mi sorpresa, la veo correr hacia mi padre.
No quiero hacerlo, menos cuándo veo cómo mi padre golpea a Fuyumi. Nunca lo había hecho, pero no parece arrepentirse. Ella cae al suelo pero se levanta hecha una furia y agarra a padre de la cintura, para detenerle. Toya ahora intenta desviar su vista hacia él.
Los dedos largos de mi hermano tratan de alcanzar los ojos turquesas de padre, mientras Natsuo intenta hacerle una zancadilla al hombre adulto.
―¡Vete ya, Shoto! ―Toya le grita, es lo único que necesito.
Salgo despedido hacia mi cuarto, todavía escuchando la pelea de la planta de abajo. Mi corazón late como loco, tropiezo varias veces y sintiéndome como una mierda, alcanzo la puerta de mi habitación justo a tiempo. Las palabras de mi padre me persiguen como una tortura.
—¡Regresa aquí, Shoto! ¡No puedo aceptar tener un hijo gay en mi casa! ¡Maldita sea, regresa! ―Pero no pienso hacerlo.
Cierro la puerta con seguro, que este es metálico, nada de huellas. Mis manos tiemblan mientras busco una manera de esconderme de esa bestia, pero sé que es imposible. Me alejo de la puerta para esconderme tras la mesilla de noche y allí acurrucado, escucho sus fuertes pisadas.
Parece una pesadilla. Siento sus manos sobre mi cuello, es demasiado. Ya está aquí.
Alcanzo uno de los cajones de mi mesilla y cómo acción desesperada, tengo la enorme necesidad de querer a mi madre conmigo. Saco una pequeña caja de madera que me regaló antes de volverse loca y que me dijo que solo la abriera cuándo sintiera que todo se me venía encima, como, básicamente ahora mismo.
Mis dedos se arrugan acariciando su corteza y sin más, la abro con un pequeño clic. En su interior solo hay una pequeña cosa: un objeto circular. Tiene forma de estrella, y un pequeño círculo azulado en el centro.
Está frío, pero realmente es precioso. Mis dedos acarician la figura una y otra vez, tratando de recordar en qué momento se lo vi encima a mi madre, pero no me viene nada a la mente.
En aquella calma momentánea, mi respiración se compone. Me parece que mis pulmones dejan de esforzarse tanto por mantenerme con mi vida y mi vista se va aclarando poco a poco. La sangre se detiene y ahora solo es una molestia sobre mis labios y parte de mi nariz; la cabeza sigue dándome vueltas.
Entonces, mi corazón salta cuándo escucho los golpes en la puerta. La pesadilla ha vuelto, respirar parece una misión imposible y siento que me da a dar de verdad un infarto. Porque va a matarme, lo sé. Pienso de forma desesperada en un lugar, en un refugio en el que mi padre no exista.
Un sitio en el que mis hermanos estén a salvo, en el que Katsuki me corresponda y en donde mi madre siga con vida..., Un sitio en el que realmente pueda ser feliz.
Y de pronto, cuándo la puerta de mi habitación cae a patadas y mis ojos se cierran por la presión, siento que algo pasa. Una luz roja me ciega por completo y lo siguiente que sé, es que una negrura profunda me envuelve con rapidez.
⚔️🛡️... ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo, por leer y dejarme ver qué aún el fandom está vivo.
dioooos, no tienen ni idea de lo emocionada que estaba por sacar el primer capítulo. amo a mis bebés, amo lo que tengo planeado y amo este universo. denle mucho amor, porque yo lo hago de la misma forma.
nos veremos pronto con las próximas actualizaciones, los quiere, su wondergirl.
⚔️🛡️
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